Índice de Desde el ataque de Valladolid y batalla de Puruaran hasta la mitad del año 1815 de Lucas AlamánAPÉNDICE - Documento N° 9Apendice -Documento N° 11Biblioteca Virtual Antorcha

Desde el ataque de Valladolid
y
la batalla de Puruaran
hasta la mitad del año 1815

Lucas Alamán

APENDICE

DOCUMENTO NUMERO 10

Informe dirigido al Rey Fernando VII por D. Manuel Abad y Queipo, que se conoce con el nombre de su testamento, antes de embarcarse para España, llamado por aquel monarca, con las notas del autor.


Señor:

Llamado cerca de V. M. para prestarle los servicios que sean de su real agrado, emprendí el viaje inmediatamente, destituido de recursos y a todo trance y peligro.

Desde Valladolid a esta capital, intentaron los rebeldes atacarme por dos veces, no obstante que en la última traia yo la escolta de cuatrocientos hombres de tropa acreditada y decidida, y después de tres meses de demora (tiempo suficiente en otras circunstancias para haber llegado a Madrid). voy a entrar en los mayores peligros.

Rodeado de circunstancias las más adversas, preveo con evidencia moral, que yo jamás tendré el consuelo de informar a V. M. de palabra. y que debo ser víctima del odio de los rebeldes, y de la prepotencia de un ministro, por la única razón de que mi pluma ha estado siempre consagrada a la verdad, y mi corazón al bien de la iglesia, y del Estado, o lo que es lo mismo, al mejor servicio de V. M., que todo lo abraza y dignifica.

Por tanto, debo hacer los últimos esfuerzos para que el sacrificio de mi libertad o de mi vida, sea útil a la iglesia ó al Estado en el mejor modo posible, a cuyo fin consignaré en este escrito (que vendrá a ser mi testamento), aquellas verdades y reflexiones que creo dignas de la soberana noticia y atencion de V. M., y las elevaré a sus reales piés, por el órgano de su consejo supremo, que ha sido y debe ser el apoyo del trono, los ojos y los oidos de los soberanos.

Comenzaré pues, por un hecho notorio, pero desconocido hasta el dia por todos los gobiernos que hubo durante el cautiverio de V. M. y desconocido igualmente por V. M. mismo.

Las Américas están devoradas por el mortífero contagio de la rebelión, que se fortifica por momentos y amenaza de un dia a otro con la separación perpetua de la metrópoli de estas grandes posesiones. El peligro es gravísimo y muy ejecutivo, y el remedio es casi imposible, no porque exceda a la soberana potestad de V. M., sino porque existen obstáculos muy difíciles para que V. M. pueda comprender la magnitud de este mal, y los hay en mayor número, y de mayor dificultad para que V. M. pueda distinguir y adoptar los remedios específicos, y para que los pueda aplicar oportunamente. Y para la más clara inteligencia de V. M. y el mejor acierto de sus resoluciones soberanas, conviene que V. M. fije su mente y tenga siempre en la memoria los siguientes hechos.

Primero.

Que las Américas son de una extensión vastísima, están situadas a distancias enormes de la metrópoli, y se les regula una población de doce millones de habitantes, que deben obedecer a V. M.

La Nueva España sola es cuatro veces mayor que toda España antigua; tiene cosa de cinco millones de habitantes, es la más útil y más interesante de la monarquía, y la más inmediata a la península.

Segundo.

Que la población de las Américas, es heterogénea o compuesta de razas diferentes: españoles, indios, negros esclavos, negros mulatos libres, y todas se comprenden bajo la denominación genérica de castas; que la raza española, que es la dominante, se regula en dos millones o la sexta parte, con corta diferencia, y que de estos dos millones serán españoles europeos cosa de doscientos mil, o el diezmo escaso, siendo los nueve décimos restantes españoles americanos, o hijos del pais.

Tercero.

Que las provincias muy remotas de un grande imperio que han sido naciones independienfes, o que se consideran con población y fuerza para serlo, tienen siempre una propensión o tendencia casi natural a la independencia o separación de la metrópoli; y aunque vemos por la historia que las razas subalternas se reunen o conspiran contra la raza dominante, entre nosotros sucede lo contrario. La raza española dominante originaria del pais, ha conspirado y conspira siempre contra la raza española europea, esto es, contra sus causantes o contra la metrópoli. La España nunca perderá sus posesiones de ultramar. sino por este principio.

Es verdad que en la actual insurrección se han conservado fieles algunas provincias, y lo es igualmente que en esta Nueva España. la parte más noble y distinguida, casi toda ha seguido la buena causa y combatido a los rebeldes con su riqueza y con su sangre. Pero este suceso no destruye aquel principio, y sólo prueba que los mexicanos ilustrados y sensatos combaten la rebelión, convencidos de que ella si prevaleciera. era inevitable una espantosa anarquía como la de Sto. Domingo, y que consumaria necesariamente la ruina del pais.

Cuarto y último.

Que esta tendencia se ha reprimido y sofocado por tres siglos en nuestras Américas, por la habitud en consecuencia de un gobierno prudente y vigoroso conforme al espíritu de las leyes de Indias, seguido con bastante regularidad, como un sistema práctico, hasta la muerte del Sr. D. Carlos III, de esclarecida y glorioza memoria. Pero habiéndose relajado después este efecto, ha tenido en las novedades del dia un poderoso influjo; más para lo sucesivo las Américas no se podrán conservar, sino por un gobierno sabio, justo y muy enérgico, reducido a sistema, que esté enlazado con el sistema general del gobierno de la monarquía. que tenga fuerza de ley y se observe inviolablemente en la metrópoli y en todas las provincias de ultramar. Supuestos estos hechos, cuya idea debe estar como es dicho grabada profundamente en el ánimo de V. M. y de todos sus sucesores, entraré en materia sobre la gravedad de la rebelión y la dificultad del remedio.

Ya probé en otro escrito (1) que existe una poderosa coalición de enemigos del Estado, que promueve la independencia de las Américas con mano oculta, con astucia la más profunda, y con el maquiavelismo más refinado. No se habia podido descubrir en sus principios, porque se equivocaban sus operaciones con los efectos de aquella predisposicion a la independencia, que causaba en los hijos del pais las novedades de Europa, y fue necesaria mucha atención y experiencia para conocer la unidad de la causa por la consonancia y el suceso de sus intrigas.

Felizmente se interceptaron algunos papeles que no dejan duda de la materia. Por ellos se manifiesta que esta coalición se agregó a la secta de los fracmasones, o que adoptó sus fórmulas y misterios. Se vé también que data por lo menos de ocho o diez años, pues en 1810 habia ya establecido logias, tituladas de racionales caballeros, en Cádiz, Londres, Filadelfia y Caracas.

Son prodigiosos, y en sumo grado temibles los efectos de sus maquinaciones y cabalas, dentro y fuera de la monarquía; en Nueva España manejó desde el principio la gran masa del pueblo, indios, negros y mulatos, con suma destreza, pues en menos de quince dias puso en rebelión más de un millón de habitantes y los convirtió momentáneamente de hombres sumisos y pacíficos, en monstruos feroces que todo lo metieron a sangre y fuego.

Ella atacó al gobierno con igual astucia y el más feliz suceso, y lisonjeando las pasiones de un Virrey ignorante, violento, avaro y ambicioso, lo hizo titubear en la fidelidad de tal modo, que su conducta ambigua hizo creer a los sediciosos que estaba decidido en su favor, y con esto arrojaron la máscara y atacaron a cara descubierta los derechos de la monarquía, tratando de establecer una junta nacional, lo que dió lugar á la prision de Iturrigaray (2).

Esta coalición no tuvo igual suceso con el Virrey Garibay, porque estaba sostenido por la parte más sana del real acuerdo; pero disimulando su resentimiento, dirigió sus esfuerzos a otros fines, dando nuevos grados de calor a la rivalidad entre europeos y americanos, inflamando el odio de estos contra el gobierno y la metrópoli, e incubando su venganza para explicarla en mejor ocasion, la cual se le presentó oportunamente recayendo el virreinato en el arzobispo Lizana.

Este virtuoso prelado era un hombre muy sencillo, que no conocia el corazón humano, ni tenia luces en materias políticas ni de gobierno, y se entregó a su primo el inquisidor Alfaro, que fue en efecto el arzobispo y el Virrey.

Hombre vano y ambicioso cayó en los lazos de esta facción, y dirigido por ella sin conocerlo, gobernó el reino en el sentido de la insurrección, con escándalo de los fieles vasallos de V. M. que la combatian. Las cosas llegaron al extremo de persuadir al arzobispo, que los gachupines trataban de prenderlo o asesinarlo, y dando asenso a la calumnia, fortificó el palacio virreinal con cañones y tropa (lo que no habia tenido ejemplo),

varió la política militar, deshaciéndose de los oficiales de mejor opinión, y persiguió abiertamente al regente Aguirre y a otros varios europeos, los defensores más acérrimos de la monarquía, quienes suponia por esta misma razón principales conspiradores contra su vida, sin advertir este hombre sencillo, que si los principales europeos maquinaban contra su persona, no podia ser por otra causa, que porque su gobierno era contra la conservación de la monarquía española y favorable a los rebeldes que trataban de dividirla (3).

Este escandaloso suceso se propagó en un instante como la luz, por toda la Nueva España, llenando de admiración y temor a los fieles vasallos de V. M., que trabajaban con ardor en mantener la paz y concordia entre sus habitantes, y su adhesión a la metrópoli atacada en aquel tiempo con toda la fuerza del tirano Bonaparte, y llenando animosidad y de osadía a los facciosos, que desde aquel momento consideraron el gobierno del arzobispo tan favorable a sus proyectos como el del Virrey Iturrigaray, y así al mes de haber acontecido estos sucesos, se experimentaron en Valladolid los primeros síntomas de la insurrección, estando yo en Guanajuato.

Con esta noticia volé a la capital, y reconocida la sumaria, comprendí que la insurrección se presentaba bajo un aspecto el más feroz, teniendo por objeto la proscripción de los europeos y el saqueo de sus bienes; a cuyo fin los sediciosos habian persuadido a la masa grosera del pueblo, que los europeos trataban de degollar a los americanos, calumnia atroz, insensata y muy ridícula, pues que cuarenta hombres escasos no podrian prevalecer contra veinticinco mil almas que tenia entonces la ciudad, pero que sin embargo produjo su efecto, y excitó el odio de la multitud que no examina, contra los europeos y contra la metrópoli.

La efervescencia se hallaba entonces en el más alto grado. Todos los hijos del pais de algunas luces, se ocupaban de independencia. Los hombres prudentes y sensatos la esperaban de la metrópoli, que en su concepto era inevitable, persuadidos de que se podia establecer sin efusión de sangre, en el supuesto probable de que se refugiaria a la Nueva España el gobierno, una porción del ejército y todos los españoles que pudiesen evadirse de la fuerza del tirano.

Pero los hombres turbulentos y sediciosos no querian esperar, y sólo trataban de romper con algún suceso.

Siendo tan crítica y peligrosa la situación de la Nueva España, expuse al arzobispo Virrey, que este primer movimiento se debia tratar, o con mucho rigor, o con mucha indulgencia. Que debia tratarse con mucho rigor, siempre que se probase bien el delito, y con indulgencia en caso contrario. La enormidad del delito exigia la enormidad de la pena. Por el estado de la efervescencia en que tanto se clamoreaba contra las injusticias del gobierno, exigia una plena justificacion del delito. La indulgencia plenaria de parte del gobierno, acompañada de las medidas de seguridad que podia tomar en tales circunstancias, debia producir el mejor efecto.

Pero el inquisidor Alfaro no comprendió la fuerza de esta doctrina, ni los resortes ocultos que lo indujeron a ordinariar este gravísimo asunto, de tal suerte que al cabo de seis años se halla todavía indeciso. La mano oculta que ha dirigido su gobierno, tenia grande interés en que este primer movimiento de la insurrección, fuese como una levadura permanente que agriase de continuo la masa de la sociedad, como ha sucedido en efecto, pues los sediciosos no han cesado de vociferar, que si los presos por este negocio hubieran sido delincuentes, los gachupines los hubieran ahorcado desde luego.

Los reos mismos insultaron a los jueces con esta razon. Todos los habitantes de la Nueva España creian como es dicho, inevitable la ruina de la península, y temiendo en consecuencia de ella una invasión extranjera deseaban todos uniformemente se pusiese este reino en estado de defensa, y estaban bien dispuestos para sufrir al efecto cualquiera contribución.

El superior gobierno de México debió aprovechar tan feliz disposicion, para ponerse en estado respetable, reprimir la audacia de los sediciosos, y socorrer a la madre patria con ocho o diez millones de pesos anuales.

La tropa bien organizada, ha sido en todos tiempos y en todas las naciones, de quien la paga y quien la manda, y por ella sola se han mantenido los imperios, y reprimido a los facciosos.

Penetrado yo de esta idea, hice una representación enérgica al real acuerdo de esta capital, cuando presidia los consejos del Virrey Garibay. La repetí al arzobispo Virrey; dí cuenta con ella a la junta suprema central; y ultimamente a la primera regencia, con expresiones fortísimas sobre el inminente peligro de las Américas y los remedios eficaces que lo pudieran evitar.

Pero tuvimos la desgracia de que ninguno de estos gobiernos haya fijado la atención sobre la importancia de esta medida, pues es indubitable que con diez mil hombres en el obispado de Puebla, y aun con sólo la mitad y otros tantos en San Luis Potosi y una buena guarnición en esta capital, ningún rebelde hubiera tenido la osadia de descubrirse ni perturbar el reino (4).

El Virrey Venegas, militar y hombre de talento, de mucha instrucción y de probidad notoria, resistió las malignas influencias de esta coalición; pero no pudo impedir que ella obrase poderosamente sobre el ejército del centro, y su general Calleja, el que siendo un hombre muy pagado de su dictámen y muy sensible a la lisonja, se embriagó con las victorias de Aculco. Guanajuato y Calderon, las cuales lo hubieran cubierto de gloria si hubiera sabido aprovecharse de ellas, y si los sucesos posteriores de Zitácuaro y Cuautla, hubieran correspondido a lo que se esperaba de este general.

Su caracter y el resultado de estas últimas operaciones, dieron mucho atrevimiento y osadia a la facción de insurgentes. Ella intrigó a favor de este general, le formó un partido, y obrando con sagacidad la más sutil e imperceptible, consiguió dividir a los europeos y meter en sus ocultas miras una gran parte de ellos.

Hubo momentos antes y después del sitio de Cuautla, en que faltó poco para que ella trastornase el gobierno.

Conspiró en México contra la vida del Virrey, e intrigó en Cadiz para su relevo y para que el virreinato recayese en el general Calleja, como así sucedió.

Salió Morelos de Cuautla con toda su fuerza y con mucha gloria, no se le persiguió como se debió efectuar, entró la estación de las aguas en que los insurgentes se reparan y refuerzan; por desgracia los comandantes generales y subalternos de la provincia de Puebla. no tenían los talentos necesarios ni la buena inteligencia recíproca que era indispensable, y este concurso de tan fatales circunstancias, trabó la marcha del gobierno y las operaciones del ejército.

Se perdió Orizaba, se perdió Oaxaca, se destrozó el invicto y glorioso batallon de Asturias, y los insurgentes se hicieron de armas y recursos infinitos.

Morelos y Matamoros vinieron a ser el objeto de la admiración y del amor del partido insurgente, oculto y manifiesto, el cual se engrosó prodigiosamente desde aquella fecha.

Entretanto vino la libertad de imprenta, y aunque no se le dió curso, ella excitó bastante el descaro de los insurgentes y dió motivo a los diputados de las Américas en las Cortes extraordinarias, para calumniar y deponer al Virrey Venegas.

Vino la constitución que ponia a cubierto a los insurgentes para entregarse sin peligro a todas sus maquinaciones y maldades, se estableció en consecuencia la libertad de imprenta.

Salió al público multitud de papeles incendiarios y difamatorios del gobierno, de los militares, de las autoridades legítimas y de todos los hombres buenos (5); volvió a fermentar de nuevo el espíritu de la rebelión, especialmente en esta capital, y fue necesario suspender la libertad de imprenta.

Entretanto comenzó a esparcirse la voz del relevo del Virrey Venegas, y que le sucedía el general Calleja, y con esto se aumentó el orgullo de los insurgentes, aumentándose al mismo tiempo las dificultades del gobierno.

En fin, en principio de Marzo de 1813, entró el general Calleja en el virreinato y gobierno de esta Nueva España.

Como general hizo al principio importantísimos servicios: completó los regimientos de caballería de San Luis y San Carlos con reclutas excelentes, y estos dos cuerpbs han hecho prodigios de valor y de fidelidad en toda la guerra; levantó el regimiento de infantería (*) de Fieles del Potosí, alias los tamarindos, que vino a ser una tropa ligera muy interesante. Levantó varios cuerpos de Patriotas españoles, especialmente europeos decididos y valientes, que han seguido las campañas o defendido los pueblos hasta que se han acabado. Libertó las tropas de su mando del contagio de la insurrección a que estaban muy expuestas en aquellas circunstancias. Las fijó en la subordinacion, empeñándolas con ardor en la defensa del Rey y de la patria, y los brillantes sucesos de Aculco, Guanajuato y Calderon, acabaron de decidir la gran superioridad de nuestra tropa sobre las grandes masas de los insurgentes y la llenaron de entusiasmo.

Pero al mismo tiempo cometió defectos muy considerables, Siempre obró con lentitud, dando mucho lugar a los enemigos para aumentar sus reuniones y defensas. Nunca supo sacar las ventajas que debia de sus victorias. Jamás persiguió a los enemigos con constancia y energía.

En Zitácuaro y en Cuautla perdió mucho de su opinion, aumentando la de los enemigos. Dió el primero el mal ejemplo de inexactitud en los partes militares, dando con esto ocasion al Virrey Venegas de creer extinguida la insurrección, cuando realmente estaba en su mayor fuerza, y este ejemplo se siguió después por los comandantes subalternos con tal exceso que ya no merecen aprecio, ni pueden servir de regla para conocer el verdadero estado o resultado de las funciones militares, ni el estado de las provincias. Y por último. no estuvo sin culpa en las maquinaciones de los insurgentes contra el Virrey Venegas.

Por la conducta del general Calleja como Virrey, es preciso confesar que no merece elogio alguno.

Es verdad que entró en el gobierno en circunstancias muy difíciles de remediar, aunque no insuperables. Creo que me será fácil demostrar en un consejo de generales, que el Virrey Calleja pudo extinguir la insurrección de Nueva España en 1813; que la pudo extinguir igualmente en 1814, aun supuestos los malos resultados de los errores y opiniones del año pasado, y la pudo extinguir con mayor facilidad todavia en 1815 en el estado que tenia, y supuestos los defectos de los dos años anteriores.

Me parece que nunca ha comprendido las verdaderas bases en que debia fundarse su gobierno; ellas consistian en el conocimiento de la fuerza física y moral del gobierno, de su situación y medios de dirigirla; en el conocimiento de los recursos que existian entonces, y de los que eran necesarios para cubrir todas las atenciones del gobierno; en el conocimiento de conservar los recursos existentes, y recobrar los que no habian quitado los enemigos: consistian en tomar un conocimiento igualmente exacto de la fuerza física y moral del enemigo, de su situación, de su sistema de guerra, del sistema que ha seguido para hacerse y conservar sus recursos; del influjo que tenia sobre los pueblos, y de los medios por los cuales se podria destruir o debilitar este influjo.

Sobre estos conocimientos se debia estableccr el sistema de la guerra, y el sistema de la adquisición y conservación de recursos, extendiendo al efecto dos reglamentos muy claros, de los cuales debia estar instruido hasta el último soldado, y debian servir de regla a los comandantes de las provincias y divisiones, para que todos obrasen en un sentido en la ejecución de las órdenes generales del gobierno.

Desde 6 de Septiembre de 1813. no he cesado de representar al Virrey la necesidad de estos reglamentos, demostrándole al mismo tiempo los vicios sustanciales que se cometian en la dirección de la guerra, como se podian remediar, el descubierto inexcusable en que se hallaba este superior gobierno por haberse dejado despojar (habiendo podido impedirlo) la real hacienda de la renta de la iglesia, en que V. M. tiene la mitad y dispone de la otra, y de la propiedad de todos los hombres buenos.

Le hice sobre estos dos objetos representaciones vivísimas, pero nada he podido adelantar sino disgustos (6).

Este abandono de recursos ha constituido al gobierno en el mayor peligro. Todo el gasto del gobierno ha recaido sobre los pueblos guarnecidos por las tropas de V. M. Los más de ellos saqueados desde el principio, todos arruinados después en su industria y agricultura en ocho o diez leguas en contorno.

El gasto del gobierno ha subido a diez y seis millones de pesos anuales, y en el dia puede llegar a diez y ocho; pero todo el producido de la real hacienda no ha llegado a siete millones, y para el inmediato año faltarán dos millones de pesos de la renta del tabaco, por haberse abandonado en este año la siembra. Todo lo demás que se debió recoger de los pueblos insurgentes, y de lo que se pudo haber quitado a los mismos rebeldes, todo se sacó de los pueblos guarnecidos y de la obediencia de V. M.; por donativos o préstamos forzos0s.

Con esto se han consumido o arruinado pueblos que ya no pueden subsistir, y se han visto precisados a emigrar, como ha sucedido en Valladolid, que de veinticinco mil habitantes que tenia antes de la revolución, se halla hoy reducida a tres mil ochocientos, porque aquella ciudad fue la que más padeció desde el principio; perdió su agricultura desde el año de 1813 por indolencia de los comandantes, y fue la que hizo mayores sacrificios, pues muchas veces nos hemos quitado el pan de la boca para dárselo a las tropas de V. M., a fin de que no se abandonase una plaza en que se ha estrellado la insurrección, y se le ha quebrantado la cerviz.

Este Virrey no ha sabido hacerse respetar ni obedecer, y así, aunque ha mandado a veces buenas cosas no han tenido efecto. Entregado al favorito Villamil, a quien la opinión pública supone interesado en las negociaciones de los comandantes de provincia y divisiones y en los convoyes, se despojó de la autoridad necesaria, porque no se puede castigar en los extraños lo que se aprueba o tolera en personas tan allegadas. De aquí la relajación en la disciplina militar, el desconcierto de las operaciones de guerra, la insolencia de muchos militares y otros males infinitos.

En suma, teniendo ochenta mil hombres sobre las armas, no hemos podido conservar sino el casco de los pueblos guarnecidos por nuestras tropas; hemos perdido todo lo demás, y hemos consumido todos los recursos existentes para mantener tanta tropa; y los enemigos con veinticinco o treinta mil hombres de mala tropa, sin disciplina y muchos sin armas, son los verdaderos soberanos del pais, pues que disponen de los hombres y de las cosas, de la agricultura, de la industria, de los caminos, y roban y destruyen cuanto tenemos fuera de nuestras fortificaciones, someten a una contribución vergonzosa cuanto se conduce sin escolta a nuestros pueblos guarnecidos inclusa esta capital, y no conservamos hacienda alguna de cultivo si no se custodia con tropa, o se paga contribucion a los insurgentes.

Parece que no se pueden dar pruebas más convincentes de la nulidad del gobierno, que las que resultan de este corto paralelo. Aquí tiene V. M. el estado deplorable de la Nueva España por lo tocante a las cosas; pero es todavia más deplorable y más funesto por lo tocante a las personas.

Ya dije al principio, que las provincias remotas de un grande imperio, que han sido naciones independientes o que se consideran con fuerza o población para serlo, tienen una tendencia casi natural a la rebelión. Dije también que cuando su población es heterogénea, las razas subalternas habian conspirado siempre contra la raza dominante; pero que en nuestras Américas sucede lo contrario.

La raza dominante compuesta de españoles europeos y españoles americanos, se dividió, y estos últimos conspiran contra los primeros de un modo atroz, que se creia incompatible con el caracter dulce, humano y compasibo que siempre habian manifestado. La insurrección de la N. E. se ha presentado siempre con un aspecto feroz.

En los primeros movimientos de Valladolid, se vió claramente que se dirigian a la proscripción de los europeos y la ocupación de sus bienes. Los primeros cabecillas, Hidalgo y Allende, degollaron a sangre fria en ValladoUd, Guanajuato y Guadalajara, más de dos mil europeos de los que habian sorprendido en las primeras explosiones, muchos de ellos parientes, amigos y bienhechores, y de los cuales jamás habian recibido agravio.

Los cabecillas sucesores y demás jefes subalternos, han seguido igual ejemplo, sin guardar indulto, convenio ni capitulación alguna. Todos ellos han talado y destruido por el fuego y por el hierro sin provecho ni utilidad cuanto han podido robar, tratando al pais natal con más furor que el de los cafres o apaches, en odio a los gachupines, alimentado por la envidia voraz que los consume.

Por la confesión de Allende (de que trata el núm. 6) se ve que a mediados de 1809, cuando fermentaba tanto el espíritu de independencia y se ocupaban de ella todos los criollos; la opinión dominante en México, Querétaro y San Miguel, estaba por unas vísperas sicilianas contra los gachupines; opinión que probablemente habrá sido general en toda la Nueva España, entre los agentes de la insurrección, aunque Allende no haya tenido noticia de esta generalidad. En las demás provincias de ultramar, la rebelión se ha presentado con los mismos caracteres, con corta diferencia. Y como los insurgentes ocultos y manifiestos componen la mayor parte de los criollos, parece que se debe reformar el concepto de moderación y dulzura de que hasta ahora habian disfrutado, y que en materia de gobierno se debe tratar a los criollos con mucha precaución, y que estas dos notabilísimas circunstancias, esto es, la vehemente propension a la independencia y el caracter aleve y sanguinario que han manifestado en la revolución, deben formar la regla con que V. M. y sus augustos sucesores deben nivelar la dispensacion de las gracias de que se hagan dignos los criollos, y el gobierno general de las Américas, las cuales ya no se pueden conservar sino en virtud de un gobierno sabio y enérgico, y no podrán pacificarse sino por medio de jefes de mucha probidad, de gran talento, y de un carácter firme y muy sostenido.

Es pues evidente que la Nueva España se halla en el último peligro, ya sea que se considere el estado de las cosas o el estado de las personas.

Es notorio que se han elevado a los piés del trono, antes y después del feliz arribo de V. M., los más vivos clamores para su pronto remedio.

Yo mismo hice una representación vehemente a la regencia en 6 de Septiembre de 1813; hice otra a V. M. en 20 de Agosto del año próximo pasado, en la carta de felicitación por su milagroso restablecimiento al trono de sus mayores, haciendo en ella una pintura viva del urgentísimo peligro en que se hallaba este reino.

Algunas cartas de este género se han publicado en la Gaceta, pero la mia es más que probable que no se habrá elevado a la soberana noticia de V. M.

En 1° de Enero último elevé a los pies de V. M. una colección de mis escritos, exponiendo al mismo tiempo a la soberana consideración de V. M. los medios más eficaces para la pacificación de las Américas y su conservación ulterior.

Estos últimos escritos los dirigí a V. M. por el ministerio universal de Indias y el último lo acompañé con una carta confidencial de la misma fecha al ministro Lardizabal, en la cual le expliqué las verdaderas causas próximas y remotas de la insurrección de las Américas, a fin de disipar el error cierto o afectado que dicho ministro estampó en su circular a las Américas, en 24 de Mayo de 1814 (7).

Señor:

La coalición de insurgentes sabe derramar tinieblas sobre la luz, y cubrir de más nubes la historia de todos los hecnos, para que la verdad no penetre hasta el solio del soberano; ella ha sabido obstruir el principal conducto; ella ha sabido inducir a V. M. a admitir y adoptar el error político de las Cortes, que habian puesto el ministerio de la gobernación de ultramar en manos de americanos; suceso repugnante a la sana política, a la razón de Estado, o lo que es lo mismo, a la ley suprema de la conservación de la monarquía; suceso que no tiene ejemplar en la historia de todas las demás naciones, y que se ha mirado con horror por los augustos predecesores de V. M., como se infiere del espíritu de las leyes municipales de estos dominios.

El error de las Cortes se contrabalanceaba de algún modo por la independencia del consejo de Estado, y con la responsabilidad del ministro; pero el ministro universal de Indias no tiene contrapeso alguno y V. M. ha dado tanta latitud a sus atribuciones, cual ninguno otro las ha tenido sino el marqués de la Ensenada; aquel hombre de Estado extraordinario, que no ha tenido semejante desde los reyes católicos hasta nuestros dias; aquel genio creador y entusiasta de su Rey y de su patria; hombre sin carne ni sangre, que no ha elevado a ninguno de los suyos, y que si ha concentrado la autoridad en su mano, ha sido con el fin sólo de sentar las bases de la prosperidad de la nación, que comenzó en el gobierno del Sr. D. Carlos III, y se acabó con la vida de este esclarecido monarca.

Las Américas estaban muy seguras en las manos del marqués de la Ensenada, pero están vendidas y en el mayor peligro en manos de un americano.

En el primero, sólo concurrian motivos poderosos para procurar su conservación y su felicidad, ligada a la felicidad general de la monarquía; pero en el segundo, concurren motivos muy poderosos para intentar lo contrario, esto es, una tendencia casi natural, casi irresistible a preparar la separación de aquellas posesiones; tendencia que se aumenta y fortifica con el influjo de todos los habitantes, y que se debe considerar inflamada con el ejemplo y con los progresos de la actual insurrección.

Así pues, aun cuando existiese un americano de patriotismo el más acendrado y heroico, de luces y virtudes brillantísimas y eminentes, que obscureciese la sabiduria y virtudes de todos los españoles de la península; con todo, jamas se le deberia confiar el ministerio de Indias a ese hombre tan digno y tan extraordinario, porque sería ponerlo en ocasión próxima de delinquir y comprometer la seguridad del Estado. Podria tal vez confiársele otro ministerio; pero ni aun esto seria prudencia, porque todos los demás ministros de Estado, guerra, gracia, y justicia y marina, pueden tener un influjo muy considerable en la conservación o pérdida de las Américas.

Por desgracia, D. Miguel de Lardizábal está muy distante de ser el hombre que acabamos de describir; su doctrina y conducta inspiran poca confianza a todo buen español que las ha examinado atentamente. Prescindamos de las intrigas mayores y menores en que se ha ocupado de por vida.

Ha sido notoria en toda la monarquía la insolencia con que amenazó al gobierno supremo de Cádiz, diciendo que no respondia de la fidelidad de las Américas, si no se colocaba en la regencia a un americano; ¿en qué fundaba Lardizábal tan atrevida amenaza? ¿Tenia acaso los poderes de todas las provincias de ultramar? ¿Habian consultado todas con él, y le habian asegurado que estaban todas dispuestas a cometer el crímen de rebelión, si no se les concedia un derecho que jamas habian tenido? No por cierto. ¿Seria el jefe o uno de los principales de esta coalición fracmasónica de insurgentes ocultos que existia en aquel entonces, y promovia con mucha astucia y gran empeño la independencia de las Américas? Esto sí que es posible y aun probable.

Los insurgentes de Zitácuaro transcribieron en sus impresos una cláusula de uno de los escritos de Lardizábal; (no me acuerdo si de la carta que escribió al ayuntamiento de México, o de la proclama que publicó cuando estaba en la regencia), y en virtud de la tal cláusula apostrofaron a la América en los términos siguientes:

Americanos:

¿Puede hablarnos más claro el Sr. Lardizábal? ¿No nos dice que permanezcamos firmes en nuestro proyecto, porque al fin hemos de prevalecer, porque la España está perdida y debe sucumbir a los franceses?

No es excusable una ambigüedad en tales términos que ha dado apoyo e incentivo a los insurgentes de América.

Sea cual fuere el mérito del manifiesto de Lardizábal de 12 de Agosto de 1811 sobre la soberanía, lo cierto es que el intento de publicarlo y derramar ejemplares en toda la América, ha sido un intento sedicioso y criminal. Los insurgentes de América nunca habian podido producir en sus manifiestos razones más especiosas o de algún peso, sino las que objetaban contra la legitimidad de los gobiernos existentes durante el cautiverio de V. M., y así nunca cesaron de inculcar las ilegalidades o nulidades de los gobiernos, probando por ellas la disolución de la monarquía, y por consiguiente la libertad en que habian quedado las provincias de ultramar de declararse independientes, o tomar el partido que les conviniese.

La publicación de un escrito de un americano diputado en Cortes por México, de un ex-regente, en que se trataba de probar los vicios y las nulidades de las Cortes, y en cuyo apoyo se habia traido y publicado la opinión respetable del R. obispo de Orense, la cual este dignísimo prelado habia dejado oculta y reservada en los arcanos del gobierno; esta publicación, repito, debia inflamar el fuego de la insurrección que abrasaba las Américas, como lo inflamó en efecto, por algunos ejemplares que han llegado a ellas, sin embargo de las precauciones de las Cortes, de los cuales yo adquirí uno más ha de dos años. ¿Por qué Lardizábal no imitó el ejemplo del R. obispo de Orense? Este digno prelado como buen español, sostuvo su opinión con decoro, pero sin difamar al gobierno por no dar causa a la división entre europeos y americanos, la cual causaria infaliblemente la ruina de la monarquía; pero Lardizábal parece no pensaba en otra cosa que en la división de los españoles.

Señor:

Todos los gobiernos que ha habido durante el cautiverio de V. M.; aunque han tenido vicios y cometido excesos, todos ellos han sido muy legítimos, porque los hizo tales la necesidad, y la aprobación de la parte sana de los españoles que hemos sostenido en los dos mundos, a todo trance y peligro, los derechos de V. M., y la integridad de la monarquía, contra el tirano del mundo y contra los rebeldes de América.

Todo español europeo o americano que excita dudas en esta razón, se debe tener por sospechoso de independencia, o por un idiota en derecho público o de gentes. Las Cortes excedieron sus facultades y cometieron excesos; pero ellas salvaron la nación, y V. M. se halla ya en estado de reformar esos excesos (8).

Volveré al asunto: el ministro Lardizábal como tal y tomando la voz de V. M., estampó en sus dos proclamas a los americanos, de 24 de Mayo y 20 de Julio del año próximo pasado, doctrinas sediciosas y errores subversivos de toda sociedad. En la primera, pone en duda si los insurgentes de América han tenido o no razón legítima para sublevarse, y si la parte sana de las Américas, esto es, los europeos y americanos que les hemos resistido, somos criminales o beneméritos en esta resistencia.

Añade que V. M. tomaba informes en el asunto y haria justicia a quienes la tuvieran.

¡Qué! ¿Podrá haber razón legítima para rebelarse contra el Rey y contra la patria? ¿Se puede concebir alguna hipótesis en que se pueda justificar una rebelión tan aleve, tan sanguinaria y feroz? Por el contrario: ¿se podrá concebir algún caso en que sea un crímen salir a la defensa del Rey y de la patria, y en que los inocentes no deban resistir a los asesinos que los atacan?

En la segunda proclama repite él error anti-social que habia estampado en el manifiesto citado.

Dice así:

Que una provincia no puede agraviar o desairar a otras. Bueno; pero añade: Si todas las otras provincias, esto es, la mayoría de la sociedad, no pueden agraviar o desairar a otra provincia, y la ofendida aunque sea por todas las otras, tiene derecho para pedir y para que se le dé satisfacción, y para tomar su partido; en este concepto, si Lardizábal se hubiera hallado en lugar de los dipulados que acaban de llegar de la Nueva España, hubiera pedido satisfacción a las Cortes por el destierro que habian decretado contra un diputado, esto es, contra el mismo Lardizábal, y no consiguiéndolo pedir un pasaporte y se vendria a México, (le faltó añadir, a gritar la independencia o tomar su partido, que es lo mismo, pero se entiende por la naturaleza de la cosa), y añade también, que en esto habria hecho lo que hace un embajador en la Corte que ofendió al soberano de la suya y se niega a desagraviarlo.

Según esta doctrina de Lardizábal, cualquier provincia de una sociedad es por sí sola independiente o goza respecto a la metrópoli, de los mismos derechos que tiene una nación independiente respecto de otra nación igualmente independiente. Extremadura, por ejemplo, si se siente agraviada de Castilla la Nueva, o de V. M, que manda y gobierna todas las provincias de la metrópoli y de la monarquía, y pide satisfacción, y V. M. juzga que no hay agravio; ella puede separarse de la monarquía, agregarse a Portugal, o declararse independiente.

Lo mismo pueden ejecutar las demás provincias que componen la monarquía. No se ha escrito hasta ahora semejante error y su repetición en dos escritos solemnes, acredita el grado de preocupación de que es capaz el ministro Lardizábal; vengamos a su conducta como ministro.

Ella es consiguiente y está conforme con sus principios y doctrina. Las provisiones políticas, civiles y eclesiásticas que han tenido lugar en su tiempo, han recaido casi todas en americanos. Elevó a las primeras dignidades a sujetos sospechosos de infidencia, induciendo a V. M. a que despojase de las suyas a los dos prelados que habian rebatido con ardor la insurrección. El ha ocultado a V. M. la verdadera situación de las Américas, y sobre todo el urgentísimo peligro en que se hallaba la Nueva España, pues de otro modo era moralmente imposible que la paternal providencia de V. M. dejase de aplicar algún remedio.

Cuando salió la expedición del general Morillo, ya sabía el mismo Lardizábal la pérdida de Montevideo, y en tal caso los verdaderos intereses de la monarquía exigian que esta expedición viniese con preferencia al socorro de la Nueva España, porque ella sola importa mas que Venezuela, Caracas y Buenos Aires, y que las demás provincias juntas de ultramar.

La pacificación de la Nueva España influye necesariamente en la pacificación de las demás provincias sublevadas, las cuales cuando se reduzcan, jamás se conservarán tranquilas, mientras no se establezca en N. España con rigor y con firmeza la autoridad soberana de V. M.

Tenemos, pues obstruido y probablemente viciado, el principal conducto por donde deben llegar la verdad y los clamores de los buenos a los soberanos oidos de V. M. Antes teniamos otro conducto extraordinario, por donde pasaban a la real noticia aquellos asuntos graves que no podian dirigirse por el ministerio universal de Indias sin grave peligro. Hablo del sublime ministerio del confesor de la real persona.

Este se halla también en un americano, hombre sin opinión, sin luces ni talento, como es público y notorio. No parece difícil que V. M. halle en la península, no digo uno, sino un centenar de españoles rancios, de un mérito más sobresaliente, más luces, sabiduría, y más virtud que D. Blas Ostolaza, y una docena de sujetos más dignos y más capaces de desempeñar el ministerio universal de Indias, que D. Miguel de Lardizábal.

A estos peligros domésticos se agregan otros peligros exteriores de no menos consideración. El imperio de V. M. confina con tres pueblos sabios y poderosos, por cuya circunstancias solas, se deben estimar por nuestros mayores enemigos, siendo un axioma político confirmado por la historia de todos los tiempos, que el mayor enemigo de una nacíón es la vecina más sabia y poderosa.

Estos pueblos se interesan en la separación de las Américas, porque esperan hallar en ellas un mercado más ventajoso; y así vimos que el pueblo inglés, al tiempo que derramaba con nosotros en la península su sangre y sus riquezas contra el tirano Bonaparte, en ese tiempo tendia la mano, comerciaba y proveia de armas y municiones a los rebeldes de Venezuela, Cartagena y Buenos Aires; los franceses, a pesar de la hospitalidad que siempre han hallado con nosotros, nunca han cesado de proteger e inquietar los pueblos promoviendo revoluciones; y los anglo-americanos habilitaron los primeros al jacobino Miranda, para hacer una expedición y revolución en Caracas; habilitaron después a Toledo para otra más considerable, con que atacó la provincia de Téxas; y en general, nunca cesan de dar esperanzas y mucho favor y auxilio a todos los rebeldes de las Américas.

En tales circunstancias, me parece que por lo tocante a la América, y especialmente a esta Nueva España, el remedio más pronto y más eficaz que se puede aplicar a males de tanta gravedad y ejecucion, consiste en las siguientes medidas.

Primera:

Que V. M. se digne poner incontinenti el ministerio universal de Indias, a cargo de un español de la península, cuyos sentimientos no estén en contradicción con sus deberes, como debe suceder en cualquier americano; que merezca la confianza de la nacíón y sea capaz de desempeñar un cargo tan difícil; ordenando al mismo tiempo que el ministerio universal de Indias, no tenga en cada ramo más facultades que las que tienen los otros ministerios en la península en sus ramos respectivos.

Señor, más vale errar con el parecer de los consejos, que acertar por la inspiración de los ministros; obrando de este modo, serán muy pocos los errores y recaerá todo su peso sobre los consejos mismos, quedando a V. M. la gloria, la alabanza, y el premio de haber elegido los medios mas seguros del acierto.

Segunda:

Que V. M. se digne remitir con la mayor brevedad posible, diez o doce mil hombres de tropa, de aquellos que tengan la oficialidad más instruida y más acreditada, y al mismo tiempo se digne V. M. nombrar un Virrey de toda probidad, que no venga a enriquecerse, y que sea de talentos militares y políticos muy sobresalientes y de un carácter muy sostenido.

Este Virrey debe gozar facultades amplísimas miéntras dure la insurrección, y hasta que se consiga y afiance la pacificación general; debe tener facultades durante la guerra sobre los capitanes generales de provincias internas y presidente de Guadalajara, para que cooperen a sus designios y se presten los auxilios que necesiten.

Estará autorizado para deportar a la península a todas las personas que crea sospechosas de infidencia, hombres y mujeres de cualquier clase o dignidad que sean, y que esto lo pueda ejecutar en virtud de una simple sumaria, quedando el Virrey responsable a dar razón en cada caso particular; conviene, señor, que V. M. establezca por regla general, que estos deportados no pueden volver a las Américas, aunque se justifiquen en España y purifiquen, hasta pasados cuatro años. Así lo exige el bien del Estado, y esta será una medida de las más eficaces para la pacificación de las Américas.

Convendrá por último, que el consejo de guerra forme una instrucción militar sobre los asuntos pendientes que existan en la secretaría de V. M., y sobre los que acompaño, en que se contenga el sistema general de guerra que se debe seguir contra los insurgentes, no en lo respectivo a la táctica, sino en la parte económica y política de la guerra; esto es, sobre el modo de tratar a los pueblos, adquirir recursos, conocer de los delitos militares, cómo se deben tratar los delitos, etc. etc.

Parece que todos los delitos de infidencia se deben tratar o estimar como militares, porque toda infidencia conspira directamente contra la tropa que los reprime.

Tercera:

Que S. M. se digne ordenar la breve y pronta formación de un reglamento para el gobierno de la monarquía, de que hablé al principio, que abrace las Américas con las modificaciones necesarias, el cual será interino por ahora y para ser ley cuando V. M. lo estime por conveniente.

Señor: es moralmente imposible que ninguna nación prospere sin un sistema constante de gobierno, que arregle la marcha general del mismo gobierno y ponga en un sentido a toda la nación, a los que deben mandar y a los que deben obedecer.

Los ministros y principales agentes del gobierno no quieren sistema, porque los reprime en la arbitrariedad a que propenden los hombres en todos los destinos; pero los verdaderos intereses de V. M. y de su pueblo lo exigen imperiosamente.

V. M. tendrá la gloria de restituir por este medio a la ínclita nación española, el rango que le corresponde por su constancia, por su valor, y por todas sus virtudes cristianas y políticas.

Los consejos supremos de V. M. formarán un reglamento digno de su celo y de sus luces, teniendo presente lo que yo expuse a V. M. en esta razón por lo tocante a la América, en representación de 1° de Octubre del año próximo pasado, que corre bajo el número 7 de los comprobantes de este escrito.

Señor: es justo y muy conveniente que V. M. premie con generosidad y magnificencia regulada las virtudes y servicios de los americanos; pero esto se debe ejecutar con aquella circunspección y prudencia que exige la conservación de las Américas y dejo ya indicado.

No hay inconveniente alguno en que V. M. coloque a los americanos en las primeras dignidades de la península, militares, políticas y eclesiásticas, fuera de los primeros ministerios y de las plazas del consejo de Indias, en el cual nunca deberán ocupar más de la tercera parte. También se podrá ocupar en las prelacías eclesiásticas y en los empleos de segundo orden, a los naturales de una provincia muy remota, como a los del Perú en México y viceversa; pero aun esto exige todavía mucha prudencia, porque al fin es necesario mantener a los criollos en estado de que no puedan intentar otra vez unas vísperas sicilianas sobre los gachupines.

Cuarta:

Que V. M. se digne declarar y establecer una ley, para que la primera de las obligaciones de los consejos supremos, consista en exponer a la real persona cualquiera grave inconveniente que adviertan en el gobierno y que sea contrario a la majestad del trono, a la augusta dignidad de la real persona y al respeto y seguridad que le son debidos, a los intereses generales de la monarquía o de cualquiera de sus provincias.

Es moralmente imposible que los consejos abusen de esta ley, y es moralmente imposible que dejen de cumplirla, si V. M. se digna añadirle otro capítulo, que es conforme a las leyes fundamentales de la monarquía y que V. M. nos ha ofrecido: esto es, que el establecimiento de las leyes y de las contribuciones se haga precisamente en Cortes.

V. M. dará a la nacion española con esta ley y en dos palabras, la constitución conveniente; porque justicia y sabiduría en las leyes y en las contribuciones, y un freno suficiente a la arbitrariedad de los ministros, son las bases sólidas de todo buen gobierno, y deben ser manantiales abundantes e inagotables de la prosperidad nacional; V. M. se cubrirá de una gloria inmortal, que hará sombra a la de sus augustos predecesores los Alfonsos y los Fernandos.

¡Oh mi Rey y mi señor! yo no sé hablar, pero sí sentir la intensidad del amor que profeso a V. M. y del interés que tomo en su felicidad y en su gloria. Antes amaba a V. M. por la fé de sus virtudes, como los demás españoles, que no conocen la real persona de V. M.

En 1807, cuando la jornada del Escorial, tuve la dulce satisfacción de conocer a V. M. en el puente de Toledo, y habiéndole hecho una pregunta, me pareció que me habia echado una ojeada llena de dulzura y de bondad, que me enterneció y llenó de lágrimas. Desde entonces me ocupé más profundamente de los trabajos de V. M., como príncipe perseguido, y de las tribulaciones que angustiaban su regio corazón en el largo cautiverio de Valencey.

Desde su feliz restablecimiento al trono, ya no contemplo en V. M. sino el ministro de Dios, para la ejecución de los altos designios de su adorable Providencia con su pueblo predilecto de la nacíón española; porción santa, pueblo escogido, que ha sostenido y propagado la religión católica en las cuatro partes del mundo.

La real persona de V. M. se halla prevenida y adornada de los dones y gracias necesarias para dar lleno a una misión tan augusta; V. M. establecerá la monarquía española, enjugará sus lágrimas, y curará las profundas llagas de la invasión francesa y de la revolución americana.

V. M. quisiera remediarlo todo en un momento, pero esto no puede ser; los objetos del gobierno tienen un órden y una preferencia natural que no se deben invertir; en la península ha cesado ya la tormenta, pero dura la agitación de la mar. Se dice que hay divisiones y partidos que pueden causar entre nosotros el mayor de todos los males; dígnese V. M. como padre comun, hacer que entiendan los españoles que V. M. desea con ansia y preferencia y sobre todo, la paz y concordia en sus hijos, y entonces ellos olvidando sus resentimientos y pasiones, se reunirán alrededor del trono como los polluelos bajo las alas de las gallinas.

Señor: desaparezcan de la Corte de V. M. las infames delaciones, las calumnias, los odios y las venganzas personales: esta victoria dará a V. M. más honor, más consideración y más gloria, que la conquista de un imperio.

La agricultura, la industria y el comercio, se hallan en un estado lamentable, y la real hacienda arruinada y en el mayor desórden; estos son artículos de la primera necesidad, los manantiales de las prosperidad nacional y las bases de todo el edificio.

V. M. es un Rey jóven y querrá Dios prolongarle su preciosa vida, para que gobierne felizmente la monarquía española, por todo el siglo. Todos los desvelos paternales de V. M., la sabiduría de sus consejos y las luces de la nación, se deben emplear todo el primer tercio del siglo con preferencia exclusiva, en restablecer esos objetos y en adelantar sus progresos.

No se debe gastar ni tiempo ni dinero en otro objeto alguno, a no ser que sea de igual necesidad; V. M. se ha dignado restablecer muchas cosas no tan necesarias y algunas de ellas perjudiciales a los primeros objetos; porque en último análisis, todo recae y gravita sobre ellos y sobre la porción más útil y más necesaria del pueblo. Esto prueba el gran deseo y la gran piedad de V. M., pero nunca probará la sabiduría ni el patriotismo de sus íntimos confidentes.

La piedad de V. M. no debe ser como la piedad de una monja ó de una vieja, sino una piedad discreta, sabia y justa. A título de piedad indiscreta, de religión y de ornamento y brillo de la monarquía, se cometen siempre mil abusos. Los intereses y pretensiones excesivas de las corporaciones y de las clases poderosas y privilegiadas, siempre se cubren con velos especiosos, se deslizan, se mezclan y confunden con los intereses de la verdadera piedad y del bien público.

V. M. como Rey, debe defender a los pobres labradores y a la masa general del pueblo, de la prepotencia y de la astucia de los poderosos de cualquier clase que sean y en todo género de negocios. En esta materia tan delicada, siempre han tenido mucho influjo los directores de las conciencias de nuestros soberanos, y nunca ha habido tanta necesidad como ahora de un Cisneros, de un Fenelon, de un Bossuet.

Señor:

Si Dios me concede el consuelo de informar a V. M. de palabra, entraré en detalles interesantes sobre las Américas. Si perezco en la carrera, ruego a V. M. tenga la dignación de recibir benignamente estas reflexiones, como un testimonio de mi celo por el mayor y mejor servicio de V. M., como el fruto de mis desvelos en treinta y seis años de América, y como el único patrimonio que he adquirido y de que puedo disponer.

Dios guarde la católica real persona de V. M. los muchos años que la iglesia y el Estado necesitan.

México, Julio 20 de 1815.
Señor Manuel Abad y Queypo, obispo electo de Michoacán (*)


Notas

(1) Véase el nÚmero 1° de comprobantes. Este nÚmero tiene dos partes: la primera es la copia del escrito que presenté en la real audiencia, diciendo de nulidad por los vicios de obrepción y subrepción de cualquiera reales cédulas de presentacipon y gobierno, o bulas pontificias que se presentasen en dicho tribunal, contrarias a los derechos de posesión y propiedad que yo tengo, en el obispado de Michoacán. En este escrito probé entre otras cosas, la existencia de la coalición secreta y de sus poderosos efectos, calificando su modo de proceder como semejante al de los fracmasones, sin embargo de que no tenia entonces noticia alguna de que esta coalición fuese parte o hubiese adoptado la fórmula de secta fracmasónica; pero en esta capital me hice de los documentos que componen la segunda parte de este número, los cuales acreditan la existencia de una sociedad titulada de los racionales caballeros, que abrazando las fórmulas y métodos de los fracmasones y estableciendo logias en diferentes provincias de Europa y de la América, trabajan sin cesar en la independencia de las Américas; es muy numerosa. En la logia dd barrio de S. Carlos de Cádiz, en que iniciaron a Vicente Acuña, concurrieron más de sesenta individuos. Este sujeto se habia remitido de aquí bajo partida de registro como insurgente; pero en Cádiz se declaró libre, por influjo de una facción y ella lo autorizó después para que hiciera de apóstol de la insurrección de esta Nueva España, hiciese prodigios y propagase la secta, como lo ejecutó estableciendo logias en Veracruz, Jalapa y México.

(2) Véase el número 2, que es mi pastoral de 26 de Septiembre de 1812. En ella y en el apéndice que la sigue, demostré con solidez y con la más clara evidencia, los derechos de la monarquía española sobre todas nuestras posesiones de ultramar; deshice en polvo y ceniza todos los argumentos y todas las falaces protestas de los rebeldes insurgentes; y demás demostré por Último, que resultando probado por confesión de los mismos rebeldes, el intento del Virrey Iturrigaray, de establecer una junta nacional, al mismo tiempo que los gachupines resolvieron y ejecutaron su prisión, esta prisión fue justa, y los gachupines procedieron a ella con arreglo al tenor de las expresadas nuestras leyes y conforme a los deberes esenciales de todo ciudadano, que como tal está obligado a impedir toda conspiración o rebelión contra la patria; porque el establecimiento de una junta nacional en cualquiera provincia o sociedad, es una rebelión contra la sociedad entera, y la disuelve desmembrando una parte de ella, y constituye el crimen de alta traición en primera clase.

(3) Véase el número 3. Este documento es el extracto de algunos pasajes de la contestación de Ignacio José Allende, segundo del cura Hidalgo, y por deposición de este, primer jefe de la insurrección, hasta que los dos fueron presos en las inmediaciones de Monclova, y fueron ejecutados por orden del comandante general de provincias internas occidentales D. Nemesio Salcedo. Por estos pasajes, y por las notas que los aclaran, se manifiesta la incapacidad del arzobispo Virrey Lizana, y el atolondramiento de su primo el inquisidor Alfaro; porque sólo un insensato y un aturdido, pudieron cometer el absurdo de sospechar contra los europeos que sostenian con tanto celo los derechos de la monarquía, y perseguian abiertamente a sus principales defensores. El aceleró la explosión y dió causa a los primeros síntomas de la rebelión, que se experimentaron en Valladolid en fines de 1809. No pudo o no quiso comprender el tratamiento que exigia este primer movimiento. Tampoco quiso dar asenso a las vivísimas representaciones que le hice, en correspondencia privada con el referido inquisidor Alfaro, sobre que reuniese la tropa que se había retirado del cantón de Jalapa a sus provincias; que mandase hacer cañones de campaña, armas y municiones, y tomase una actitud respetable para atajar el peligro inminente de insurrección que nos amenazaba, cuyas instancias habia hecho de antemano al Virrey Garibay, como se dirá en la nota siguiente.

(4) Véase el número 4, que es una colección de escritos que dirigí al gobierno antes y después de la insurrección, promoviendo los verdaderos intereses de la monarquía. En ellos corren las representaciones que se citan en este lugar, desde el 124 al 148. Me parece que cualquier hombre de Estado que lea con atención estos escritos, se convencerá de lo que yo propuse en ellos en tiempo oportuno; remedios eficaces, para impedir la insurrección de Nueva España; para auxiliar a la madre patria con ócho o diez millones de pesos anuales; para impedir que los franceses invadieran la Andalucía, si el Virrey interino Garibay. el arzobispo Virrey y la audiencia gobernadora, la junta central y la primera regencia, hubieran hecho de ellos el debido aprecio. En todos estos gobiernos faltó notoriamente la energía que exigian las circunstancias críticas y difíciles del Estado. Todos ellos adolecian de imbecilidad, que es el mayor de todos los vicios del Estado y gobierno en tales circunstancias. El Virrey interino Garibay. léjos de aumentar la tropa y reunirla en los dos puntos indicados. demembró el cantón de Jalapa, retirando a sus provincias los regimientos de milicias, fuera de la Columna de granaderos. por haber entendido que entre algunos oficiales se hablaba con libertad sobre independencia, y por remediar este mal, que estaba corregido por el medio sencillo y justo de castigarlos y poner al frente de las tropas comandantes de justificación y de carácter, incurrió en otro mayor, que fue poner en contacto a los milicianos con sus vecinos, sus parientes y amigos, en que es imposible que el contacto de los unos deje de contaminarse con los otros. La debilidad y languidez caracterizaron este gobierno, y sucedió lo mismo con los gobiernos siguientes del arzobispo Virrey y de la audiencia gobernadora, creciendo la apatía al paso que crecia la efervescencia y el peligro. Todos estos gobiernos tuvieron a su disposición una fuerza militar disponible y muy bien disciplinada de veinte a veinticinco mil hombres, muy suficiente para impedir la insurrección.

(5) Véase el número 5, que es la copia del informe que me pidió el Virrey Venegas, sobre la libertad de imprenta. En este escrito demostré con sólidas razones, que en el estado de insurrección en que se hallaba la Nueva España, no debia ejecutarse la libertad de imprenta, como incompatible con la pacificación del reino. Luego que tuve noticia de la constitución, escribí dos cartas confidentes al mismo Virrey Venegas, exponiendo y ampliando las mismas razones para que no la publicase, y en caso de hacerlo, porque se estimase conveniente para la pacificacion, suspendiese al mismo tiempo su fuerza y su observancia; pero estas cartas se interceptaron por los insurgentes y no llegaron a manos del Virrey. No se puede concebir cosa tan absurda, como el empeño de las Cortes en dar leyes a unos rebeldes que no las reconocian, y hacian una guerra la más feroz y más cruel a toda la sociedad, y unas leyes que tanto favorecian la rebelión, cuando en tales circunstancias, la política, la razón y la práctica de todas las naciones cultas, dictaban como de necesidad absoluta, el establecimiento de la ley marcial y la suspensión de todas las demás leyes, que protegen la libertad individual en tiempo de paz y quietud pública. Los diputados de América. que la mayor parte eran insurgentes mal disfrazados, o factores ocultos de la independencia de las Américas, han constituido la mayoria de las Cortes, y han dictado por consecuencia estas providencias absurdas.

(*) Debe decir, ligera de S. Luis.

(6) Véase el número 6, que tiene una parte de la correspondencia que he llevado en esta razón con el Virrey Calleja, y espero que en su vista, la sabiduría de los supremos consejos, hará justicia a mi celo, y elevará a la soberana consideración de V. M. la importancia de los avisos que contiene.

(7) Véase el número 7, que contiene los tres escritos que se citan en este lugar, y son realmente interesantes.

(8) Véase el citado núm. 4 y en él la representación que dirigí a la junta central que corresponde a fojas 196. En ella previendo la turbación que podia causar la instalación de las Cortes, y las dudas que podian suscitarse sabre la presidencia, dije, entre atras cosas: No quiera Dios que haya Cortes, miéntras exista un francés en el territario español. Las novedades del gobierno son en extremo peligrosas en tiempo de agitación. ¿Quién será capaz de prever y calcular los efectos de la rivalidad en dos cuerpos, el uno que preside y manda, y el otro que quiere mandar y presidir? Pero el gabierno de la junta central se desacreditó en lo absoluto, y la opinión general hizo necesarias las Cortes.

(*) Los documentos que se citan en esta exposición, en su mayor parte corren impresos y los ha reimpreso el Dr. Mora en la coleccion de sus obras sueltas, tomo 1°, Paris, 1837.
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