Indice de Instalación de la XXVI legislatura Recopilación y notas de Diego Arenas GuzmánCAPÍTULO DECIMOQUINTO - Mejor que a la Irlanda de O´Connell, es recordar al Michoacán de Morelos y Ocampo CAPÍTULO DECIMOSÉPTIMO - La Reforma Agraria es el postulado capital de la Revolución, según el diputado CraviotoBiblioteca Virtual Antorcha

INSTALACIÓN
DE LA
XXVI LEGISLATURA

Recopilación, selección y notas de Diego Arenas Guzmán


CAPÍTULO DECIMOSEXTO

QUERIDO MOHENO ROMPE SU PACTO CON LA MAYORÍA DEL PARTIDO CONSTITUCIONAL PROGRESISTA

El día 27 de septiembre, vuelve a constituírse la Cámara de Diputados en Colegio Electoral e inicia su tarea con la discusión del dictamen relativo al 3er. distrito electoral del Estado de Morelos, donde figuraron como candidatos a diputados, propietario y suplente, los señores ingeniero Felipe Ruiz de Velasco y Domingo Díez.

La Comisión ha encontrado irregularidades tales en la función comicial antes referida, que merecen una declaratoria de nulidad de los actos electorales en el supradicho distrito. El señor Ruiz de Velasco sostiene en estos términos la legitimidad de su elección:

Me he tenido que dirigir varias veces a la honorable Comisión de Poderes, con el fin de poder examinar mi credencial; pero no me ha sido dable conocerla y no he podido yo defenderla en el caso especial en que me encuentro, porque yo no he podido ir al Estado de Morelos, que, como ustedes saben, se encuentra en estado de guerra, por lo que no he podido presenciar la elección e ignoro completamente cómo ha sido ésta. Hubiese deseado de la magnanimidad de la Comisión que me hubiese proporcionado el expediente para tener oportunidad de poder concurrir a la cabecera del distrito para que me proporcionara los elementos que en estos momentos me es imposible completamente proporcionar a la honorable Cámara, pues saben ustedes que desde el día 11 de agosto carecemos completamente de comunicaciones, y únicamente se puede hacer uso del telégrafo.

Me extraña sobremanera que se carezca de esos expedientes pues estoy seguro que existen. Yo desearía siquiera que se me diese tiempo para hacer algunas investigaciones.

El señor Elguero expone:

Como ha dicho el señor Ruiz de Velasco, no nos hemos podido enterar con alguna anticipación del dictamen de la Comisión con el objeto de hacer algunas investigaciones acerca de la verdad de los hechos en que se funda el propio dictamen; pero desde luego advierto un vicio radical en el dictamen mismo, que hará que no se tome en cuenta por esta honorable Asamblea, y es el de que, según el artículo 115 de la Ley Electoral, no se puede hacer valer ante la Junta Preparatoria la acción de nulidad, sin previa protesta, así ante la Junta de Escrutinio como ante la Comisión Revisora.

Estos requisitos son absolutamente indispensables, son condiciones sine qua non, y yo no sé cómo la Comisión los ha pasado absolutamente por alto y dictamina la nulidad; ¿cómo declarar la nulidad si ésta no se ha alegado por parte legítima en tiempo y en oportunidad?, ¿cómo declarar la nulidad si esa declaración envuelve una flagrante violación de la ley? Esto, señores, no lo entiendo, pues creo que la credencial del señor Ruiz de Velasco se presentó absolutamente limpia, absolutamente pura de toda protesta, y, por lo mismo, debe ser reputada como perfectamente legítima y popular, y proceder como la Comisión lo ha hecho, es violar el texto del artículo 115 de la ley de la materia.

El señor Rendón contradice:

Debo aclarar al señor presunto diputado Ruiz de Velasco, que si no vio su expediente en la Sala de Comisiones, sería porque no lo solicitó, pues cuantos señores presuntos diputados se interesaron por sus expedientes, les fueron proporcionados.

En cuanto a las observaciones que hace el señor Elguero, la Comisión contesta con la realidad nada más. Presenta aquí el expediente para que puedan cerciorarse de que no viene aparejado con todos los requisitos de la ley, y eso dijo en el dictamen de la Comisión. La Comisión, aunque en pocas líneas, concreta, no obstante, la verdad de los hechos, porque dice que, aunque no fue objetada ni reclamada la elección de que se trata, se encuentra con que el expediente no reúne los requisitos legales. Esto es lo que dice el dictamen y ratifica la Comisión.

Es perfectamente posible que la causa se deba al mismo hecho que apuntó con exactitud el señor ingeniero Ruiz de Velasco, o sea que las comunicaciones con el Estado de Morelos no sean fáciles, y por eso el Colegio Electoral de allá no haya remitido todos los expedientes; mas esto no lo sabe la Comisión, sino lo supone, porque es lógica la suposición relativa del señor ingeniero Ruiz de Velasco.

La Comisión recibió los expedientes por inventario, y, por consiguiente, no podía suprimir ni disminuir ninguno; sí podía añadirlos con los documentos que se le mandaran; y si se acude al inventario, se encontrará que el expediente de que habla la Comisión es exactamente el mismo como le fue entregado. No figuran las actas electorales de todas las municipalidades del distrito electoral, ni tampoco están los padrones; por consiguiente, ¿en qué se iba a fundar la Comisión? Acudimos al acta del Colegio Electoral, que real y positivamente está correcta en su forma, pero no está comprobada debidamente, o sea con las actas de las distintas municipalidades que integran el distrito. Si esto depende, como dice el señor ingeniero Ruiz de Velasco de la falta de comunicaciones, no lo puede suplir la Comisión; la Comisión debe atenerse al expediente que le fue entregado, y de esta manera la Asamblea resolverá que, de haber una deficiencia, no es de la Comisión Escrutadora, sino de otras causas que la Comisión no puede resolver ni estimar, porque no está en sus manos.

El licenciado Lozano viene en ayuda de los defensores del señor Ruiz de Velasco, y alega:

Cuando los parlamentos como el nuestro, se reúnen para calificar credenciales, desempeñan las funciones de altísimo Tribunal de Justicia, y deben rendir un tributo a la justicia y a la ley. En el presente caso, se ve de relieve que la Comisión tiene notoriamente dos pesas y dos medidas: cuando se ha tratado de miembros del Partido Constitucional Progresista, dice que las actas son documentos oficiales, que hacen prueba plena mientras no se prueba lo contrario; cuando se trata de un candidato del Partido Católico, se viene a decir que las actas no hacen prueba y que, en consecuencia, aunque las actas relacionadas con la elección del señor ingeniero Ruiz de Velasco estén correctas, no hacen ninguna prueba. Esto, señores, es realmente jugar con dos barajas.

El artículo 64 de la Ley Electoral previene terminantemente, en su parte última, que las actas siempre se reputen válidas y que la elección a que en ellas se haga referencia se presuma enteramente correcta, mientras la autoridad oficial no declare lo contrario. El Congreso no puede, el Colegio Electoral no puede, señores, en el presente caso, invadir funciones que están reservadas a la autoridad judicial. Si las actas no contienen la menor protesta, si tampoco se ha hecho ninguna promoción ante la Cámara, las actas relacionadas con la elección de que se trata, se deben presumir válidas, mientras no haya ninguna sentencia ejecutoriada que declare la nulidad de la elección. En nuestra Ley Electoral no existe ninguna prevención relativa a ordenar que las actas vengan acompañadas con tales o cuales documentos; las actas son válidas mientras no se pruebe lo contrario.

El artículo 115 de la Ley Electoral previene terminantemente que no se admita ninguna protesta ni ninguna reclamación que no haya sido formulada por los interesados.

Por lo expuesto, pido respetuosamente que se deseche de plano el dictamen a que me he referido.

El licenciado Cabrera asume la defensa del punto de vista sostenido por la Comisión. Razona en este orden:

Me permito tomar la palabra para sostener el dictamen, aun cuando soy extraño a la Comisión, porque me parece que hay una razón de orden jurídico y de notoriedad pública para que estimemos que en Jojutla no ha habido elecciones.

Cuando la Ley Electoral -que sí tiene precepto expreso, y es el inciso 111 del artículo 8° de la ley de 22 de mayo de 1912-, cuando la Ley Electoral, digo, exige que, además de la copia del acta que sirve de credencial, vengan a la Cámara de Diputados, como dice textualmente, todos los expedientes cédulas, quiere decir que se necesita adminicular la credencial que entrega el diputado como un principio de prueba, ya que no podemos llamar prueba plena de la verificación del hecho que consta en la credencial. De otra manera, nos encontramos con que un documento privado, calzado por siete firmas en el centro de la actividad zapatista, debemos tenerlo como el único documento probatorio de un acto público, de un acto que exige forzosamente el funcionamiento regular de las autoridades legales para que pueda tener su verificativo.

Para nadie es un secreto la perturbación de la paz en el Sur, y el señor Ruiz de Yelasco nos ha comprobado que el mismo candidato a diputado en Jojutla ni pudo ir a vigilar su elección, ni ha podido obtener hasta estos momentos los datos suficientes para juzgar de ella; para nadie es un secreto, porque lo cantan diariamente la prensa y todas las noticias que del Sur nos vienen, que el Estado de Morelos, no de la época de las elecciones, sino mucho antes, se encuentra en una situación tal vez más anormal y fuera del regular funcionamiento constitucional que el mismo Estado de Chihuahua.

Ahora bien; si la elección es una función que no se concibe sino dentro de un engranaje constitucional, sino funcionando debidamente las diversas autoridades y poderes a los cuales se confía la preparación y vigilancia de esta función electoral, es natural que, aun cuando las apariencias muestren la existencia de una elección, si estamos convencidos de que las autoridades locales no han podido funcionar debidamente, debemos y podemos asegurar que no ha podido verificarse esa elección; porque no se concibe una elección conforme a esta Ley Electoral, sin el pleno funcionamiento de las autoridades municipales.

Ahora bien; existe -y ésta es una cosa que está en la conciencia de todos- un estado de absoluta anarquía precisamente en el distrito que trata de representar el señor Ruiz de Velasco; allí no han podido funcionar las autoridades municipales, y entonces no es extraño que no hayan podido venir aquí todos aquellos comprobantes que la ley exige para la validez de la elección, o cuando menos, para estudiar la credencial. Estas razones las creo más insuficientes, sobre todo cuando vienen acompañadas de una prueba un poco más tangible, como es la ausencia de expedientes, de actas y de cédulas, para que esta Cámara pueda con conciencia, y sin temor de equivocarse, votar que en el Estado de Morelos, como en el de Chihuahua, debido a la situación anárquica porque atraviesa, no pudieron tener verificativo las elecciones y que, por consiguiente, esta credencial debe considerarse como nula, reservándose para hacer estas nuevas elecciones y para presentarse nuevamente candidato mi muy estimado amigo el señor Ruiz de Velasco, cuando el Estado de Morelos ofrezca más seguridades para la elección de autoridades municipales.

En defensa del señor Ruiz de Velasco vuelve a la tribuna el señor Elguero y arguye:

Las autoridades correspondientes del Estado de Morelos y el Ministerio de Gobernación consideraron que podía haber elecciones en Jojutla, porque en aquellos momentos, aun cuando la paz se turbara con frecuencia, las circunstancias eran propicias para que las elecciones se verificasen con legalidad. Me atengo más a la opinión del señor ministro de Gobernación y a la de las autoridades de Morelos, que a la del señor Cabrera.

Creo que sin vacilar podremos decir que si las autoridades consideraron que las elecciones podían verificarse, las circunstancias políticas no las impedían evidentemente.

Por lo que toca a la falta de expedientes de que ha hablado el señor Cabrera, no creo que sean necesarios de una manera absoluta para comprobar la validez de la elección. Esos expedientes servirán para que la Comisión Revisora se entere mejor y pueda dar un juicio más fundado; pero de ninguna manera son absolutamente necesarios para comprobar la validez de la elección, para esto basta la credencial; y, sobre todo, señores, ninguna nulidad, repito -y sobre el particular nadie me ha contestado--, ninguna nulidad puede resolverse por la Cámara si no ha sido preparada con dos protestas: una, en la Junta de Escrutinio, y otra, ante la Comisión Revisora. Esas dos protestas han faltado en el caso; esta credencial tiene, por lo tanto, todas las presunciones de ser legítima y perfecta. Decidir otra cosa es violar la ley de una manera absoluta, pues en el caso de que hubiera habido ilegitimidad en la elección, no hubiera faltado quien hubiera hecho valer las protestas respectivas.

El señor Rendón amplía con éstos los fundamentos del dictamen:

Para que la Asamblea pueda formarse juicio de la contestación o cargos que hace el señor licenciado Elguero, le aclarará la Comisión que en el expediente que tiene aquí a la vista, no están los nombramientos de escrutadores, como debería hacerse. No tiene el resultado o cómputo hecho por la Comisión Escrutadora del Colegio Electoral, y, por lo tanto, no se puede comprobar la declaración que se hizo en el acta, porque faltan los datos que son indispensables. Eso a nadie se le oculta; por eso empezó la Comisión por decir que el expediente estaba incompleto, y para que no pudiera creerse que fue por descuido o por otro motivo, expresó la Comisión Revisora que había recibido bajo inventario los expedientes. Cada expediente tiene indicado de qué documentos constá. Pues ésta, señores diputados, no tiene los particulares necesarios, y si no los tiene, ¿cómo puede la Comisión comprobar que real y positivamente se hizo la elección en los términos que dice esta acta?

Si porque hay una acta en forma correcta, vamos a suponer que la elección es buena, le contesto al señor Elguero que está en un error. De Durango, me parece que del 6° distrito electoral viene el acta en favor del señor Simental, declarándolo electo por ese distrito. El Gobierno de Durango telegrafió que no había habido elección; si el acta es la que vale, no deberiamos haber hecho caso de lo que dijo el Gobierno, sino aceptar lo que decía el acta, pero el acta estaba sola, no tenía comprobantes y estaba poco más o menos como ésta; entonces la Comisión volvió a preguntar al gobernador de Durango, y éste repitió que no había habido elecciones. Luego, pues, no es sólo el acta la que vale, sino que es necesario que venga acompañada y comprobada por los documentos relativos.

Un Colegio Electoral, para que funcione -no es necesario que lo recuerde porque es bien sabido-, empieza por nombrar a su Comisión Escrutadora, la cual se escoge entre los vecinos que más contribuciones pagan en el municipio. Todo eso falta aquí, y el cómputo hecho por la Comisión Escrutadora tampoco existe; luego, pues, ¿cuál es ese expediente electoral?, ¿en qué está comprobado?, ¿en qué descansa ese expediente electoral? La Comisión, precisamente, yendo por un camino que no se aparte de la justicia, no ha querido declarar que no sea diputado el señor Ruiz de Velasco y lo sea otro, sino tan sólo que es nula la elección por falta de los comprobantes. Si como cree la Comisión, el señor ingeniero Ruiz de Velasco tiene popularidad en ese distrito, mejor para él, porque se volverá a hacer la elección, y su elección ya no tendrá ningún vicio absolutamente. Esto es claro, señores.

Al cabo de incidentes sin importancia, la Secretaría declara que 124 diputados han votado en pro del dictamen y 26 en contra.

Entra a debate el dictamen correspondiente al 4° distrito electoral del Estado de Zacatecas, cuyo texto es:

El Colegio Electoral de este distrito, reunido en Ciudad García, cabecera de la misma municipalidad y del distrito electoral, previa madura discusión, resolvió que no podía hacerse la elección y, por consiguiente, la declaración de los elegidos, en atención a que en tiempo oportuno no habían llegado a sus manos los paquetes electorales de Valparaíso y que, como ya había expirado el plazo que tenía, conforme a la Ley Electoral en vigor, para hacer la declaración, se abstenía, en vista de lo incompleto de los datos, y remitía su acta y todos los comprobantes a la Cámara de Diputados para que ella viera lo que resolvía.

Los candidatos contendientes fueron el licenciado Aquiles Elorduy, como candidato liberal, y el doctor Francisco Hinojosa por parte del Partido Católico Nacional.

El representante del señor Elorduy protestó por la decisión del Colegio Electoral, y el propio interesado se presentó ante esta Comisión Revisora a hacer valer sus derechos, de los cuales conviene en que, computándose votos de Susticacán y Valparaíso, que dejó de estimar la Junta Electoral, el candidato católico le excedía en 154 votos, pero que, en su concepto, eran nulos más de 200 votos, porque les faltaba la autenticidad.

Por manera, pues, que éste es un punto de hecho que está sujeto a la decisión de la Comisión y que consiste en hacer el cómputo definitivo de todos los votos correspondientes a las municipalidades que integran el distrito electoral.

Verificado el cómputo con los mismos datos del acta del Colegio Electoral, se comprueba que real y efectivamente el candidato católico, señor doctor Hinojosa excede en 154 votos al candidato liberal, licenciado Elorduy, por el cual motivo, y conforme a la Ley Electoral, debe ser declarado electo el señor doctor Hinojosa.

El hecho que aduce el señor licenciado Elorduy para que se le resten 200 votos al candidato católico y a su vez obtenga él la mayoría que, en su concepto, le corresponde, estima esta Comisión que no es atendible, a causa de que su fundamento es el de que se duda de la autenticidad de esos votos por el simple hecho de estar firmados con la misma letra, porque la Ley Electoral no exige la firma en la boleta o cédula, pues basta que el votante la entregue debidamente, para que deba aceptarse.

Por este motivo, la Comisión que suscribe concluye proponiendo lo siguiente:

1° Se califican de buenas y legales las elecciones de diputados propietario y suplente verificadas en el 4° distrito electoral del Estado de Zacatecas.
2° Es diputado propietario por el 4° distrito electoral del Estado de Zacatecas el señor doctor Francisco Hinojosa, y suplente el licenciado Ramón López Velarde.

Para una moción de justicia pide la palabra el licenciado Cabrera, y la plantea así:

Fuera de la discusión de esta credencial, insisto en pedir la palabra para una moción de justicia, que la Asamblea aprobará o reprobará; pero que es de mero orden para la discusión.

Cuando la Comisión Permanente hizo entrega de los expedientes a la Junta Electoral, entre ellos había admitido como credencial una que podemos llamar putativa, es decir, que, por lo menos, daba derecho al señor Elorduy para defenderse, y se había impreso su nombre en la lista de diputados presuntos; pero vimos que el ciudadano Elorduy, que se encontraba sentado en una de las curules, al ser interpelado, respondió con toda franqueza y en una forma que movió los espíritus a simpatía respecto de su honradez, que, en efecto, no tenía credencial y se retiraba del salón, cosa que, por lo menos yo y algunos otros señores diputados, creímos que no debía ser, porque, en nuestro concepto, pudo haber permanecido el señor Elorduy en el salón para su defensa.

Don Pascual García, después de haberse votado que no era de admitirse su credencial, fue admitido en esta Asamblea y se le concedió asistir a la sesión siguiente, acto que podemos calificar un tanto cuanto ilegal; pero fueron los señores católicos los que patrocinaron esa moción.

En el presente caso, nos encontramos en una situación en que el Colegio Electoral no dio credencial a ninguno de los dos interesados, y si no hubiera sido así, cualquiera de ellos, cuando menos, habría tenido el derecho de defensa en este lugar. Hago, por consiguiente, moción para que, independientemente de la que pudiera ser mi opinión en el caso, se permita al señor licenciado Elorduy exponer, por lo menos, los hechos que hayan ocurrido en el distrito electoral respectivo.

El presidente consulta a los diputados sobre si ha de conceder permiso al señor Elorduy para que haga uso de la palabra en la tribuna de la Cámara; éstos juzgan afirmativamente y el señor Elorduy expone:

Suplico a ustedes atenta y respetuosamente tengan la bondad de escucharme, aun cuando acaso mi peroración sea un poco larga, y suplico igualmente a las galerías tengan la amabilidad de acatar por esta vez, como lo han hecho hasta aquí, la actitud que el señor presidente de estos debates ha querido guardar y que, en mi concepto, es legal, aun cuando es demasiado estricta.

Antes de empezar mi discurso, ruego a la presidencia se sirva acordar que traigan en este momento, del archivo, en donde está, el legajo correspondiente a mi elección; sólo el legajo respectivo. Voy a decir por qué deseo que se acuerde esta petición: anoche, el señor don Serapio Rendón, con la amabilidad que le es característica, me manifestó que podía venir hoy en la mañana a leer el dictamen relativo a la elección del distrito correspondiente, desde las nueve y media de la mañana en adelante; vine a esa hora y resultó que no se pudo encontrar el dictamen hasta la una; es decir, que hasta la una no se pudo encontrar, y que tampoco se encontró después. El señor oficial mayor de la Cámara y yo, personalmente pasamos a la Secretaría y después al archivo; hojeamos todos los expedientes que estaban a la vista: estaba el expediente relativo al distrito en donde yo luché; pero no estaba el dictamen. Casualmente vi en otro de los salones del archivo el montón de legajos correspondientes al Estado de Zacatecas; allí estaba el correspondiente al distrito de Jerez. Los señores sabrán por qué pido ese legajo, pues simplemente deseo demostrarlo a la Asamblea; en consecuencia, apoyado en el Reglamento que previene que se puede pedir cualquier documento para leerse, pido que un empleado de la Cámara, acompañado del señor Galicia Rodríguez y de dos miembros del Partido Católico -nombro al Partido Católico, porque siendo yo liberal, quiero dar la muestra de que creo en su absoluta honradez-, vaya a traer ese legajo. Yo puedo indicar el lugar exacto en donde se encuentra; pero deseo que se traiga en esa forma: con el empleado de la Cámara, acompañado del señor Galicia Rodríguez y de los dos miembros del Partido Católico, que la presidencia se sirva nombrar.

El presidente Hay hace esta observación:

La Asamblea y todos los señores diputados tienen absoluta confianza en el señor oficial mayor, y si su señoría insiste en que se nombre a los señores diputados, pues tendré que someterlo al voto de la Asamblea, porque, repito, merecen el voto de la Asamblea todos los trabajos del oficial mayor.

El señor Elorduy explica:

Voy a dar la correspondiente explicación a su señoría. No es desconfianza; yo deseo que vaya el señor Galicia Rodríguez, porque no quiero que se retarde aquí la traída de ese legajo, ni tampoco que haya alguna confusión. Hay un montón inmenso de expedientes, y pudiera suceder que, en lugar de traer el que es necesario, se trajera otro; esa es la razón por que yo quisiera que fuera el señor Galicia Rodríguez, pues él sabe dónde está el legajo; pero siendo mi partidario, no quiero que se crea que yo recurro simplemente a mis partidarios, y por eso deseo vayan dos diputados más. (Se trajo el paquete que solicitó el ciudadano Elorduy).

Señores diputados, hice traer este bulto para demostrar a la Cámara, de una manera patente, objetiva, digamos, que está intacto el bulto; yo mismo di estas puntadas en la cabecera del distrito para empaquetar todo el expediente y mandarlo a esta Cámara. El expediente, como ustedes ven, está perfectamente cosido, y tiene todavía los selolos de Jerez intactos (risas y aplausos), tiene aquí el papel y sellos de la Dirección de Correos, y con esto demuestro evidentemente que la Comisión no ha abierto este expediente.

Ahora, voy a continuar.

El dictamen de la Comisión dice a la letra: El representante del señor Elorduy protestó ... (Leyó).

Voy después a leer el escrito en donde especifiqué los votos nulos. Sigue diciendo la Comisión: Por manera, pues ... (Leyó).

Y sigue diciendo la Comisión: Verificado el cómputo, se comprobó ... (Leyó).

Ahora voy a dar lectura al escrito que yo presenté a la Comisión, en la parte relativa dice así:

La credencial para diputado por Jerez ... (Voces: ¡Fuerte! ¡Recio!) (Leyó)

... por un mismo individuo los doscientos votos a nombre de otro ... (Continuó leyendo)

Esas boletas están aquí; tuve cuidado de precisarle a la Comisión cuáles eran las boletas nulas ... 35 votos ... (Continuó la lectura).

De manera que yo me tomé el trabajo allí, en la Junta, de apuntar cuáles eran las boletas que la misma Junta había considerado irregulares, y esa misma Junta, en el acta dicha, dejó a la Cámara que resuelva si, como a mi juicio, las boletas son nulas, o si, al revés, no lo son. Yo precisé las boletas en un escrito a la Comisión, precisamente para disminuirle el trabajo, porque en el legajo vienen envueltas las boletas de cada casilla con su número, y por eso las anoté. La Comisión viene diciendo que, hecho el cómputo por ella (risas) y habiendo visto en el expediente que no había tal cantidad de votos a mi favor, se debía declarar diputado al señor Hinojosa. Si esto es obrar en conciencia, señores diputados; si esto dice la Comisión por voz de su presidente que ofreció que el día 10 estarían examinados por completo los expedientes, yo tengo el sentido completamente trastornado, o la Comisión lo tiene (voces: ¡Muy bien!).

Ahora voy a permitirme explicar el caso legal. Nos presentamos como candidatos el señor doctor Hinojosa y yo; el señor doctor Hinojosa, por parte del Partido Católico, y yo, invitado por los liberales del Estado de Zacatecas. El señor doctor Hinojosa no fue a la lucha electoral, no tenía deseos de luchar como candidato para diputado, y manifestó a sus partidarios que no quería que lo eligieran, porque está apartado de la política y no deseaba pertenecer a esta Cámara; es más, me manifestó que deseaba que yo fuera el que viniera a representar al distrito de Jerez, porque creía, haciéndome un favor que no merezco, que yo era más apto para cualquier cuestión política que él; y apelo a los señores del Partido Católico para que digan si esto es una verdad, o no es una verdad; de manera que solamente yo estuve en las elecciones.

Las elecciones se efectuaron en honor de la verdad, con toda imparcialidad por parte de las autoridades políticas y cuando todos fueron a votar, y en las casillas no hubo ningún fraude de que me hubieran informado mis representantes, cuando llegó el momento de los trabajos de la Junta, que fue el lunes siguiente al día 30 de junio, se instaló la Junta, y yo estuve presente en todas las sesiones de ella. Llegó el miércoles, término hábil que marca el artículo 8° de la Ley Eleetoral, y la Junta me suplicó que esperase hasta el sábado. No tuve inconveniente en esperar, por razones de equidad, pues, ajustándome estrictamente a la ley, debería yo haber exigido en ese momento que se otorgara a mi favor la credencial; pero ya digo, por equidad, por justicia y por respeto a aquellas personas, que eran honorables, accedí.

Se trabajó hasta el día 8, y el resultado en ese momento fue que yo tenía 581 votos de ventaja sobre el candidato del Partido Católico. Entonces me suplicaron los miembros de la Comisión, que en su mayoría eran católicos, como lo demuestra el acta, que accediera a que el lunes siguiente se hiciera el escrutinio dé los votos de una municipalidad que faltaba. No accedí, y la Junta, ajustándose a la ley -artículo 87, a que voy a dar lectura, y que da como plazo máximo ese sábado-, levantó el acta diciendo que, en su concepto, eran irregulares todos los votos que enumera; pero que, como no tenía facultades para nulificar votos y no quería dar la credencial al señor Hinojosa, sobre la base de votos que ella consideraba irregulares, dejaba el problema a la resolución de la Cámara, especificando minuciosamente en el acta cuáles eran las boletas que había considerado irregulares. También en el acta están especificados cuáles municipios y cuáles casillas son las que tienen boletas electorales nulas.

Pues bien; expuestas las cosas tan claras por la Junta y habiendo documentos tan evidentes, con un caso tan sencillo, el trabajo de la Comisión era subir, haber abierto el expediente, haber visto si aquellas boletas tenían un vicio, y descontarlas o no descontarlas, según su criterio. No lo hizo así; sencillamente dictamina en mi contra, sin justificación ninguna, sin razón ninguna, arbitrariamente, como creo que en más de una vez ha procedido la Comisión; porque cuando una persona, o cuando una agrupación, o cuando una corporación comete un acto de esta naturaleza una vez, hay derecho de suponer que lo ha cometido treinta, o cuarenta, o cincuenta veces más.

En consecuencia, señores diputados, para terminar con el caso legal, yo, ateniéndome al acta de la Junta, en que, repito, los miembros de ella resolvieron que había determinado número de votos irregulares, y habiendo especificado cuáles son esos votos, que son en contra del señor Hinojosa, y habiendo sacado el cómputo claro, obtengo la mayoría. Suplico atentamente a la mayoría que, acatando estrictamente la ley, vote en el sentido de que soy el diputado de Jerez, porque eso es lo que dan las constancias del expediente.

Me voy a permitir ahora hacer algunas declaraciones respecto a mi actitud polftica, y lo voy a hacer, no porque tenga el deseo simplemente de decir un discurso, que no sé ni hacer ni decir; voy a hacerlo, porque, como vais a votar a favor o en contra mía, y aun cuando sólo la' cuestión legal debería de tomarse en cuenta, sé, porque lo he sentido por mí mismo y porque así es la humanidad en general, sé que no es fácil desprenderse completamente de cualquier sentimiento de animadversión, de un partido al contrario. Yo creo que, con toda conciencia, el ciudadano diputado que se sirva darme su voto, lo dé sabiendo perfectamente qué actitud voy a asumir en esta Cámara; de manera que si no le agrade, si está en contra de sus ideales, aun cuando la ley me ampare, no me dé su voto; y si, por el contrario, está satisfecho y comulgo con él en ideas, entonces puede darme con toda confianza su voto.

Leía anoche, por vía de distracción, y para ver si era posible calmara el estado de excitación nerviosa en que nos ha tenido la Comisión a los pobres independientes durante días, y días, y días; leía, digo, las páginas excelsas del libro sublime últimamente publicado por el señor Rabasa. El pasaje que anoche me tocó leer se refería a la descripción admirabilísima que el autor hace de la tiranía del general Santa Anna. A maravilla describe con su pluma, que fulgura por habilidad y por talento excepcionales, toda la cantidad de leyes despóticas, toda la cantidad de actos autocráticos, toda la cantidad de vejaciones, toda la cantidad de delitos que Su Alteza Serenísima se sirvió cometer, ayudado de determinadas camarillas. A continuación presenta la revolución de Ayutla como un movimiento redentor, como un movimiento revolucionario que viene a acabar con esa oprobiosa tiranía, y que, consumada su obra, llega hasta la Constitución de 57, que es para nosotros, como todo ciudadano bien nacido lo debe sentir, la Carta que más apreciamos y estimamos; y meditaba yo en la obra y decía en mi interior: Con el transcurso de los años, ¿llegará a haber algún escrito que pueda pintar de manera maestra el pasado régimen del señor general Díaz; que precise la administración de justicia tan absolutamente ilegal, tan absolutamente injusta en ese tiempo?, ¿llegará a puntualizarse la falta absoluta de sufragio efectivo y el ataque continuo a la soberanía de los Estados de esa época?, y a continuación dirá también: ¿Esta dictadura se acabó con la revolución redentora de 1910?

¿Podrá compararse el éxito de la revolución de Ayutla contra la dictadura de Su Alteza Serenísima, al éxito de la revolución de 1910 contra la dictadura del general Díaz? Evidentemente que no, señores. ¿Por qué?, porque para que la revolución de Ayutla se desarrollara y diera todos sus frutos, para que la revolución nos diera la Constitución de 57, no hubo ninguna traba formidable, no hubo ninguna fuerza, no hubo ningún genio del mal que, como dije, se opusiera al desarrollo de esa revolución; mientras que, para que la revolución de 1910 llegue a ser una obra redentora, como lo esperaba el mismo señor Madero, y como. tenemos todavía el derecho de esperarlo, como todavía parece que lo esperan los hombres honrados, como Rodríguez Cabo y González Garza, que, por sus grandes virtudes, me consta que sienten todavía los ideales de la revolución, hay una fuerza que se opone irresistiblemente, que es un valladar terrible; hay un amigo falso, un genio del mal que se llama ¡La Porra!, ¡Voilá l'ennemi!

La Porra, señores diputados -y entiéndase bien: al decir Porra, no digo Partido Constitucional Progresista, porque en ese partido hay miembros eminentes-, está constituida por los malos consejeros que forman una camarilla política; ha dominado al señor Madero, o por lo menos, le ha atado las manos para que no pueda llevar adelante sus sentimientos buenos y su loable intención de llegar a hacer que sean un hecho los ideales de la revolución; lo encadena y forzosamente lo hace vacilar, lo hace claudicar y hasta ser apóstata de sus principios.

De manera que si el señor Madero ha de tener las debilidades que tuvo Comonfort, y no ha de haber un Juárez que domine a ese Comonfort, nosotros, señores, que realmente queremos que el sufragio y la soberanía de los Estados sean un hecho, y que se imparta estrictamente la justicia, debemos estar de tal manera unidos en la Cámara, que alentemos al Presidente, y si, a pesar de nuestro aliento, vacila, debemos forzosamente exigirle que cumpla con sus principios, y si no puede cumplirlos, entonces que no esté al frente de los destinos del país; pero antes que nada, debemos quitar al Zuloaga de estos tiempos, es decir, La Porra. Señores diputados, vuelvo a repetirlo: ¡La Porra! ¡Voilá l'ennemi!

Yo, que tengo la conciencia de que el señor Madero es un hombre leal, de que el señor Madero es un hombre bien intencionado, porque lo traté en el Centro Antirreeleccionista, que fue el precursor de la revolución, y adonde por fortuna no pertenecían todas las personas que hoy pertenecen al partido que dice está con el Gobierno; yo sé que el señor Madero todavía puede salvarse y puede salvar al país, siempre que esa fatal institución no siga su maquiavélico procedimiento de las intrigas, en su demagogia, atando las manos del señor Presidente y haciendo del país lo que tristemente dice la prensa todos los días.

De manera que mi credo político, claramente expresado, será velar en esta Cámara por que se cumplan los ideales de la revolución; los ideales justos, no las fantasías de la revolución; los ideales que están ajustados a la ley; los ideales de que hace mucho tiempo está careciendo el país, que ya está ansioso de que se realicen; pero si el señor Presidente, haciéndose eco de los malos procedimientos de La Porra, se burla de esos ideales, vulnera la ley, ataca la soberanía de los Estados y no imparte justicia, como hasta estos momentos está sucediendo, entonces atacaré también al señor Presidente de la República.

Después de esto, señores diputados, creo que con toda conciencia podéis votar en contra o en favor del ciudadano humilde que os ha dirigido la palabra.

El señor Rendón en cumplimiento de sus funciones como presidente de la Comisión Escrutadora, refuta las afirmaciones del señor Elorduy diciendo:

En primer lugar, señor diputado Lozano, verá usted que, tratándose de diputados católicos, la Comisión no tiene ninguna prevención, como antes dijo usted, porque aquí contendían un diputado católico y un liberal, como es el señor licenciado Elorduy y ,la Comisión, errónea o no erróneamente, estaba por el señor doctor Hinojosa, que es el católico. Sirva esto de rectificación a las palabras ligeras de usted, creyendo que el diputado anterior es católico, cuando según el señor licenciado Estrada, es independiente.

Después de eso, voy a contestar una a una las observaciones del señor licenciado Elorduy; pero antes haré esta aclaración: que si por el deseo de la Comisión debiera triunfar alguien, triunfaría en este caso el señor licenciado Elorduy, porque -dice muy bien- es un antiguo antirreeleccionista; es un diputado que al venir aquí, aumentará ese apreciable grupo de diputados independientes, que nos ayudará con sus luces y servirá para el buen funcionamiento de la Cámara.

El señor licenciado Elorduy cree que, porque ese paquete estaba como está, no lo ha abierto la Comisión; el señor licenciado Elorduy no pasó la vista por todos los otros paquetes que están ahí; porque la Comisión tuvo buen cuidado de recomendar vivamente a todos los empleados de la Secretaría que, después de abrir un paquete, conservaran todos sus papeles (risas, siseos), todos absolutamente, para que, cuando se entrara a la discusión de que si eran o no auténticos, sirvieran sus sellos para identificar.

Ahora, la Comisión tiene que aclarar esto: en cada expediente que se ha traído a discusión, existe el borrador del dictamen del revisor, porque, tratándose de 243 credenciales, es natural que no todos los comisionados pudieran estudiar personalmente las 243 credenciales. Los abogados, que están imbuidos en los trabajos de los cuerpos colegiados, saben perfectamente que hay un ponente en cada cuerpo colegiado; de esta suerte, el ponente es el que asume la responsabilidad, y los demás parten sobre la base o informes que éste les da; si hay alguna discusión, es entonces cuando todos los miembros del cuerpo colegiado personalmente comprueban lo que se dice.

Aquí está la hoja en que uno de los miembros de la Comisión propuso el dictamen, y sobre sus datos se hizo entonces el dictamen, la desprendí de aquí como se desprenden todas las hojas cuando se va a discutir un dictamen, y me permito aclarar esto para satisfacción de los señores de la prensa que vieron que, cuando se discutió el dictamen anterior, separé una hoja y me la eché en la bolsa, y creyeron que yo había retirado algo, y ese algo aquí está (muestra el borrador del dictamen), y aquel papel fue igual a éste: un borrador que hay en cada expediente.

Si consultan todos los expedientes, verán que el que en cada caso revisó o fue ponente, hizo el dictamen, es decir, los apuntamientos del dictamen, para luego formular el dictamen como se debe. Esa hoja era la misma que estaba en el expediente del señor ingeniero Ruiz de Velasco, y porque tenía los apuntamientos del dictamen en borrador, la desprendí, pues ya no se necesitaba, y estaba mostrando cuántas hojas tenía, porque no quería que, por la distancia a que están algunos señores diputados, fueran a creer que tenía más de las debidas. De manera que sirva esto de aclaración a los señores de la prensa.

Respecto del caso, vuelvo a decir, señores, que aquí existe la hoja del revisor. Desde antes que empezara la discusión, subí a desprenderla, para que el señor licenciado Elorduy no tuviera confusión; pero tuve la suerte de conservarla; aquí están consignados los datos; y creo que sí son ciertos, aunque no fui el revisor, porque ésta no es mi letra, y apelo a los compañeros de la Comisión para que digan si saben y les consta que yo no fui revisor. (Voces: ¿Quién fue?).

¿Quieren perdonarme, señores, que no moleste a uno que está ausente? Pero si hay que asumir la responsabilidad, yo la asumo ...

El señor Vicente Pérez, que acaba de entrar dice que no fue él -advierte el licenciado Elorduy.

Dice muy bien el señor Pérez -contesta Rendón.

Yo creía que a él se refería usted -dice Elorduy.

No, señor -reafirma el señor Rendón-; el señor licenciado Pérez es un hombre honrado y sería incapaz de mentir.

La cuestión queda reducida a esto: si los votos, como pretende el señor Licenciado Elorduy, deben ser descontados al otro candidato, o no.

Según la relación que hizo en su escrito el señor licenciado Elorduy, el vicio substancial de esos votos consiste en que las boletas fueron firmadas por la misma mano, y se dijo ya en el dictamen que eso no era una razón, porque las boletas o cédulas no necesitan firmarse; basta que en cada casilla el instalador certifique que son auténticas esas boletas, para que, con o sin firma, sean válidas. Por manera que la discusión radica en ese punto: descontados los votos que pretende el señor licenciado Elorduy tendrá él el triunfo, porque tendrá más votos que el candidato señor doctor Hinojosa; pero no descontados, como creyó la Comisión, por la causa que invoca el señor licenciado Elorduy, entonces el candidato católico tendrá más votos. A eso queda reducida la cuestión en sus precisos términos.

El licenciado Cabrera da forma expresiva a esta moción de orden:

Me permito hacer una moción suspensiva respecto de la discusión de este dictamen; y voy a decir por qué. (Voces: ¡No! ¡No! Campanilla).

En este caso -debo declararlo, a pesar de tener enteramente la predisposición de los señores diputados- creo, y muy firmemente, que no hay dolo en la Comisión.

Yo tuve la honra de proponer, cuando se votó la Comisión Revisora de Credenciales, que se adicionara ésta en una forma que la aligerara en sus trabajos y, señores diputados, vosotros mismos tuvisteis a bien negar vuestro voto a esta proposición que yo hice. En consecuencia, fiados también en el propósito firmísimo que vimos en la Comisión, de cumplir con su deber dentro del término legal, negamos esa ayuda a que tenía derecho y la abandonamos a sus propias fuerzas. La tarea -no es porque se haya repetido aquí tantas veces, por lo que ha llegado a ser vulgar la frase-, la tarea es realmente práctica. El señor Elorduy, solamente para encontrar su paquete, ha tenido que sudar toda la mañana; ¡qué será para hacer el trabajo de revisión, si tuviera que irlo a hacer boleta por boleta!

Mi opinión personal es que, con las boletas que constan en el expediente y los datos respecto de los vicios que se alegan, puede fallar la Comisión; pero no trato de justificar el dictamen en un sentido o en otro; simplemente digo: la opinión de los señores diputados en este momento tiene que ser: o de que se puede fallar simplemente con esos datos, o de que no se puede fallar. Si se puede fallar simplemente con esos datos, no necesitamos más que leer el escrito de reclamación del señor Elorduy y los documentos de que consta el expediente, y resolver en justicia si deben o no deben contarse tales y cuales votos; si no se puede fallar con sólo lo que consta en el expediente, entonces debéis suspender la discusión hasta que se haga un trabajo un poco más cuidadoso.

Hago yo moción suspensiva, y no debo dejar oculta otra razón que, en honor de la Comisión, hay que exponer. Someter a discusión este dictamen en el momento en que la palabra fácil y vibrante de sinceridad del señor Elorduy expuso uno de tantos tropiezos y dificultades a que la Comisión estaba sujeta, es francamente doblar la vara de la justicia en favor o en contra, bajo el peso del error de la Comisión.

Si, pues, creéis que se puede fallar este dictamen con sólo el expediente, entonces tendréis que conceder razón a la Comisión para no haber abierto ese paquete, supuesto que tenía suficiente conocimiento ... (Voces: ¡No! ¡No!) Si, por el contrario, creéis que no se puede fallar, entonces debéis suspender la discusión.

Hago, por consiguiente, formal moción suspensiva de la discusión, no porque personalmente crea que no se puede fallar, sino porque, cuando hay una sombra de duda, hay que abrir paso a la verdad. No culpo a la Comisión de un error; yo si sé quien hizo el dictamen, y ni siquiera fue uno de los miembros que componen la Comisión: fueron manos bondadosas que se aprestaron a ayudar en sus trabajos a la Comisión. (Voces: ¡No! ¡No!)

En consecuencia, os digo, señores, vosotros, los culpables del ajetreo y del trabajo inmenso que echasteis sobre la Comisión, si queréis fallar en justicia, y creéis que no basta el expediente, mandad que sea revisado el paquete, o si creéis que esto sea suficiente, rechazad mi moción y votad desde luego.

Celoso por el cumplimiento de los requisitos reglamentarios, el señor Moheno reclama el orden:

El señor diputado Cabrera dice que hace formal moción, y su moción es lo más informal que yo he visto en mi vida, como que sencillamente ataca todas las formas establecidas por el Reglamento. El artículo 108 no permite que esta clase de mociones se hagan en la tribuna; su señoría ha debido formularla por escrito y fundada en ley, y sólo entonces pedir la palabra para sostenerla aquí.

Voy a presentarla por escrito y a fundarla en el artículo 111 -anuncia el licenciado Cabrera.

García Naranjo reclama:

En nombre del honor y del decoro de esta Asamblea, pido respetuosamente que, tanto el acta de esta sesión como la copia taquigráfica del discurso del señor licenciado Elorduy, sean turnados a la Sección Instructora del Gran Jurado.

El diputado Romero pide la palabra, pero Cabrera se opone porque está haciendo su moción por escrito. El señor Ostos opina:

Ninguna discusión, conforme al artículo 107 puede suspenderse; pido a la Secretaría se sirva dar lectura a este artículo para después tomar la palabra en contra del dictamen.

El presidente indica al señor Ostos:

Me permito indicar a su señoría que el artículo que cita en su inciso 5° dice: Por 'proposición suspensiva que presente alguno o algunos de los miembros de la Cámara y que ésta apruebe.

¡Que ésta apruebe! -enfatiza Ostos.

El presidente contradice:

Suplico a su señoría que espere a que se presente la proposición, porque, mientras no se presente a la Mesa no puede aprobarse.

El señor Romero pide Ia palabra contra la proposición suspensiva; el secretario da lectura a ésta, ya presentada por escrito; el señor Lozano también pide la palabra; el presidente hace constar que ya la tenían pedida los ciudadanos Romero y Moheno; el secretario pide al señor Romero que diga en qué sentido ha pedido la palabra; el señor Romero aclara que primero la pidió en contra del dictamen y ahora la pide contra la proposición suspensiva.

Como primero Ia pidió su señoria -observa el presidente- en contra del dictamen, ahora hay una persona que tiene la palabra antes que su señoría en contra de la proposición. Si la pide en contra de la proposición, entonces su señoría hablará cuando llegue su hora.

A petición del diputado Borrego el secretario da lectura al artículo 118 del Reglamento, que dice: En este último caso, se leerá la proposición, y sin otro requisito que oír a su autor, si la quisiere fundar, y algún impugnador, si lo hubiere, se preguntará a la Cámara si se toma en consideración inmediatamente. En caso afirmativo, se discutirá y votará en el acto, pudiendo hablar al efecto tres individuos en pro y tres en contra; pero si la resolución de la Cámara fuese negativa, la proposición se tendrá por desechada.

El señor Elorduy pide la palabra en contra de la moción; pero el presidente la concede al licenciado Moheno, quien viene, según se colige desde sus primeras palabras, a definir su nueva posición personal en la política de este intenso momento de la historia de México.

Señor -comienza-: A toda la Asamblea y a su digno presidente, pido la más amplia libertad de expresión; la necesito, la exijo, y espero de esta Asamblea libérrima que me la va a conceder.

Aquí, señores diputados, se han hecho muchas profesiones de fe; y ciertamente, yo no voy a hacer la mía; pero para que mi palabra, débil de suyo, tenga alguna autoridad, es menester que yo me defienda de graves cargos que se me han dirigido últimamente.

Por todas partes se va a Roma, y aun cuanto algún miembro de la Asamblea piense que en determinado momento me desvío, yo le pido rendidamente su atención, que al fin hemos de llegar a un terreno en que nos encontremos, al fin llegaré al objeto de la moción.

Un ilustre pensador inglés, James Brice, en una obra sobre la democracia americana -que con razón ha sido calificada de Biblia de la Democracia-, ha dado esta fórmula que, por radical, me parece admirable: Un buen partidario en política es aquel que apoya a sus amigos hasta cuando no tienen razón; y yo, que creo que en política ése es un evangelio, mientras mantuve el compromiso que el 20 de agosto contraje con el Bloque Liberal, voté, señores, hasta contra mi conciencia por cumplir mi compromiso. Ahora he roto ese compromiso y he recuperado el derecho de votar exclusivamente con la ley, con la verdad, con la razón y con la justicia; pero al separarme de esa mayoría ministerial, he sido aludido en términos injustos e indebidos, y necesito explicarme.

La Nueva Era, órgano del Partido Constitucional Progresista, según ella reza, periódico que, según podré comprobar a satisfacción de la nación entera, hace ya mucho tiempo que se sostiene con un caudal que yo acopié y puse a su servicio, en un artículo publicado ayer, zahiriéndonos rudamente al señor Trejo y Lerdo y a mí, dice, entre otros conceptos, lo siguiente:

Nuestro Partido no puede nunca entrañar nada que parezca un complot ... (Leyó).

Y más adelante agrega, y esto va más bien al señor Trejo; pero también me roza a mí de paso: Parecería que ante la ... (leyó); y por eso pienso que se refiere al señor Trejo, porque yo no tengo nada de prominente.

Si el Partido Constitucional Progresista no estuviera casi en pleno aquí, yo no contestaría aquí mismo; pero debo hacerlo, porque ello es cierto, y porque esta demostración y porque la explicación que se dice aquí que yo no podía presentar, es para mí lo más sencillo, y la necesito para fundar mi criterio.

Yo ruego a vuestra soberanía un poco de paciencia; pocas veces ocuparé vuestra atención con un asunto como éste; pero aquí, en estos momentos, casi soy un acusado, y los acusados son dignos de toda atención.

En primer lugar, señores diputados, yo puedo decir que acaso en esta Asamblea no hay un revolucionario ni un antirreeleccionista de filiación más vieja que yo. Llevo en el cuerpo cicatrices grabadas en él por los dragones de la dictadura de 1892. Cuando yo ya era antirreeleccionista, uno de los miembros más prominentes de esta Cámara, y del Partido Constitucional Progresista, el señor Urueta, era reeleccionista convencido. Recuerdo una escena del día 15 de mayo de 1892. Yo, un imberbe entonces, desfilaba a la cabeza de las turbas enfurecidas de la ciudad de México, por la calle de Plateros, y el señor Urueta, que entonces no era más que un estudiante miembro del comité porfirista, contemplaba despectivamente nuestro alarde popular desde los balcones de los altos de la camiseria de Marnat. Y los que desde entonces afirmábamos la necesidad de la no reelección, como única salvación posible, fuimos increpados desde aquellos balcones, si no precisamente por él, porque esto no puedo asegurarlo, sí por el grupo dirigente de aquel comité.

Más tarde fui de los que continuaron probando esa convicción con largas prisiones. La fundación del primer diario de oposición que llevó en México el nombre de El Demócrata, me valió más de año y medio de prisión. Tengo, pues, una vieja filiación revolucionaria y antirreeleccionista.

Pero, si se me permite, voy a hacer otro recuerdo personal, ya que ése es el terreno que estamos pisando.

El 21 de septiembre de 1908 -acaba de hacer cuatro años-, lancé yo ante el azorado público de la República un trabajo que se tituló Hacia dónde vamos, que fue entonces una aventura trágica que estuvo a punto de costarme la vida, y que fue, según la frase dedicada a él por nuestro ilustre ex colega el diputado Bulnes, el primer palo dado a la dictadura. Apareció varios meses antes que El Problema de la Sucesión Presidencial con que el distinguido ciudadano Madero inauguró su campaña antirreeleccionista; de manera que, cuando la revolución triunfó en Ciudad Juárez, yo no era un tránsfuga del porfirismo para la revolución; yo era un convencido de los fines de la revolución veinte años antes; yo era uno de los que habían iniciado esa revolución desde dos años antes; no era para mí una novedad, y debí saludar el albor de la revolución como el albor de las libertades públicas y nacionales.

¿Qué tenía entonces de extraño, señores diputados, la actitud francamente revolucionaria que yo asumí aquí después y que voy a resumir en breves palabras?

¿Es o no es verdad -y me dirijo a Lozano- que yo hice aquí, desde esta tribuna,todos los días una labor agotante en defensa del Gobierno de la República?

Es cierto -corrobora Lozano.

¿Es o no verdad -y me dirijo al distinguido Olaguíbel- si en mi campaña procuré ser lo menos cruento posible?

Es cierto -apoya Olaguíbel.

¿Es o no verdad -y me dirijo al futuro diputado, porque yo espero que será aprobada por la Asamblea su credencial, García Naranjo- que yo siempre invoqué los más altos sentimientos patrióticos, en aquella hora de angustia nacional?

Es cierto -afirma García Naranjo.

¿Es verdad -y aquí me dirijo a Díaz Mirón, que creo distinguir allá- que yo he sido aquí, al salir de esta Cámara, amenazado de muerte por defender al vicepresidente de la República?

Es cierto -atestigua Díaz Mirón, y Moheno enhebra ya sin interrupciones su discurso, en estas cláusulas:

Ahora bien, señores diputados, cuando yo hice aquella campaña, no la hice absolutamente en busca de recompensas; cuando ella terminó, no recibí ni tampoco fui a solicitar, recompensa alguna por ella.

Yo celebro mucho que aquí haya dos altos miembros del Gobierno, que al mismo tiempo son dos distinguidos caballeros, el señor don Gustavo Madero y el apreciable señor Juan Sánchez Azcona; yo invito a esos representantes del Gobierno y a todos los miembros del Partido Constitucional Progresista a expresar si alguno de ellos sabe que el Gobierno del señor Madero me haya dado a mí alguna canonjía o algunos de esos contratos jugosos que enriquecen a los explotadores públicos; si alguien sabe que yo haya recibido del Gobierno actual, ya no recompensas, pero ni siquiera agasajos, siquiera consideraciones. El silencio con que se responde a mi pregunta, revela que es una verdad lo que yo declaro aquí ante la faz de la nación entera: que ni he pedido ni recibido nada, y de ello me congratulo, porque mis servicios no lo merecen, yo no hice sino cumplir un deber de ciudadano cuando creí que el deber, como lo proclamé desde esta tribuna en el memorable debate de los veinte millones, nos llevaba en aquel momento incondicionalmente del lado del Gobierno.

Viene esto a cuento, señores diputados, el día 20 de agosto, ante la próxima apertura de las Cámaras, ante la próxima discusión de credenciales, fuimos convocados a la casa del señor Moya Zorrilla los elementos liberales para formar un bloque que viniera a defender aquí esas credenciales. ¿Cuál fue el pacto que entonces celebramos, y quién fue precisamente su iniciador, sino yo? El de que marchásemos compactos, unidos por un compromiso de honor hasta la elección de Mesa Directiva. Ese pacto, señores, está ampliamente cumplido por mí, puesto que la Mesa Directiva quedó integrada el 14 de septiembre; desde ese momento, tenía yo plena libertad para continuar en aquel grupo o separarme de él, porque yo no reconozco sino una clase de pactos perpetuos: los que se sellan con el sello de la gratitud.

Precisamente por esto he traído al debate antecedentes, para que se sepa que yo no tengo nada que agradecer ni al Gobierno actual de la República, ni al Partido Constitucional Progresista, y, por lo mismo, no podía ligarme con él una alianza perpetua que me convirtiera en esclavo suyo, atado por la cadena de la gratitud; yo no tengo ahora otro deber aqui que el que mi carácter de ciudadano me trace.

Esto por lo que atañe a mi separación de esa mayoría, en cuanto a esa mayoría pueda considerarse como parte del Gobierno en esta Cámara, por lo que hace a la mayoría misma, voy a explicarme extensamente. Todos, señores diputados, sentimos que en el país hay una ansia, delirante ya, de paz; estamos ebrios de sangre, ahitos de esta situación que lleva dos años; yo no culpo a la revolución de ello; señalo una aspiración del alma nacional, que nadie podrá negar; pero, señores diputados, ¿por qué no llegamos a la paz? Voy a emitir aquí cuál es mi modo de ver la cuestión: una revolución, señores, en mi concepto, para el organismo colectivo es una función característica fisiológica, toda función fisiológica que se interrumpe inconcluida, lejos de satisfacer, excita y descompone al organismo; éste es el secreto de por qué la revolución no acaba, ni puede acabar hasta que llegue el triunfo, y hablo de la revolución, y no de los revolucionarios, porque ambos conceptos son radicalmente distintos.

Hace un momento, un distinguido diputado que se sienta en esos bancos (señalando los del Partido Constitucional), me decía que es un axioma que el todo es igual a la suma de las partes; y yo le contesté que en matemáticas sí, pero que en sociología no; en sociología lo que se afirma del todo, casi siempre es una mentira de las partes; por eso, al hablar yo de la revolución, no hablé de los revolucionarios.

Cuando el general Díaz triunfó en 76, como era un político experto y era un vidente de la situación nacional, no discutió a sus hombres y llegó al Palacio Nacional con todos ellos, dando una victoria completa a la tercera de las cuatro grandes revoluciones que hemos tenido en México. El general Díaz, digo, no discutió a sus hombres, ni aun a los bandoleros que con él venían, porque sabía que una revolución no se disgrega, no se desarticula mientras no triunfa, y no se puede eliminar a sus malos elementos mientras forman la entidad revolucionaria, compacta y única; era, pues, necesario llegar con todos sus hombres al Palacio, y con ellos llegó, no los dejó a las puertas. Si los elementos útiles del lerdismo y del juarismo que fueron barridos después de Tecoac, dos años después gobernaban de nuevo al país, fue porque, al fin y al cabo, en las sociedades siempre se impone, siempre se realiza la preponderancia de los más aptos.

Por eso, señores diputados, es que la revolución no concluye, porque no acaba de llegar al poder; y los que somos pacifistas y hasta los más jurados enemigos de la revolución necesitamos que llegue al Gobierno para que acepte todas sus responsabilidades, para que desarrolle todo su programa y pueda de una vez desarticularse, conservar sus elementos sanos y desechar los inútiles.

Este programa, señores diputados; este programa que en mi concepto es salvador, es el que yo asignaba como benemérito a esta Asamblea. Esta Asamblea, en mi concepto, ha de cumplir esa alta misión: hacer que la revolución triunfe. ¿Qué, es la revolución? El ansia incontenible de justicia que sentimos hace muchos años y que no acaba de colmarse; el ansia de renovación que alientan todos los espíritus y que, a pesar del pacto de Ciudad Juárez, no entrevemos siquiera que empiece a satisfacerse.

Ese conjunto de principios: la libertad efectiva del sufragio; la no reelección; el problema agrario resuelto, no sé en qué sentido, pero resuelto al fin para dar pan y tranquilidad a este pueblo; todo el conjunto de aspiraciones que sacudió en una revolución única en la Historia nuestra capa social y derribó la dictadura; todo ese conjunto es el que necesitamos que llegue al poder; y hemos de ayudarlo, lo mismo Lozano que Olaguíbel, que yo y que don Gustavo Madero y todos los aquí presentes, porque en él se vincula la salvación del país, porque mientras no llegue ese triunfo, esa función que no hemos acabado de cumplir, la revolución seguirá agotándonos en una agitación infecunda, estéril y suicida.

Hace muchos años, señores diputados, que venimos empleando en una labor canallesca, malsana y homicida para el país, nuestras actividades: en la labor de derribar a los jefes de Estado. Yo creo, señores, que estaremos salvados el día en que, rompiendo con ese pasado nauseabundo de revueltas armadas -que yo, ahora como a raíz de Rellano, sigo condenando-; creo que habremos cortado esa historia, habremos saldado esa vieja cuenta, el día en que, dejando de tirar presidentes, nos ocupemos de tirar gabinetes. Esa es precisamente -y también lo dije así al notificar a la mayoría de mi separación- otra de las grandes misiones que esta Asamblea tiene que cumplir: formular a nuestros presidentes el dilema de Gambetta: Someterse o dimitir. Es necesario, absolutamente necesario, orientar al Gobierno a que siga una política, porque cualquiera política es mejor que ninguna política. Puesto que sentimos que el Gobierno carece de unidad, necesitamos dársela, y si no podemos dársela, necesitamos que caiga: hablo, señores, no del Presidente, sino del Gabinete.

Y bien, señores diputados; ¿ qué necesita esta Cámara para cumplir esas dos misiones altísimas? Necesita contar con una mayoría fuerte e inteligente. ¿Qué necesita esa mayoría fuerte e inteligente para llevarse los votos tras de sus proyectos? Más que nada, prestigio, fuerza moral. ¿Cómo se adquiere la fuerza moral?, ¿cómo se adquiere el prestigio? Por medio de una alta y sana política, no por una política torpe, no por una política de fracaso. Y porque yo vi -y lo señalé a tiempo en el seno de la mayoría- que se iba por un camino de error, que íbamos enfrentándonos a la opinión popular, me sentí desligado, si no de hecho, de espíritu, de aquella mayoría; por los senderos que ella trazaba yo no podía ir. ¿Qué hacer entonces? Quedarse allí fingiendo una lealtad no sentida, o separarse honrada y públicamente, como lo hice. ¿Quién es entonces el tránsfuga y el desertor? Yo no puedo ser desertor de filas a las que nunca he pertenecido; yo no podía desertar de filas a las que nunca he pertenecido; yo no podía desertar del Partido Constitucional Progresista, sencillamente porque nunca he pertenecido al Partido Constitucional Progresista. Tránsfuga y desertor quiere decir cobarde, medroso y fugitivo, y nada de eso fui yo, señores. El tránsfuga no notifica que se marcha; el desertor no avisa que se va, ni deja en la puerta la mochila y el fusil, como dejé yo todo. Yo, señores diputados, tenía de esa mayoría cuatro cargos en esta Asamblea, y como hombre honrado que se despide de su huésped, no me llevé en el bolsillo los cubiertos del banquete, sino que cuanto había recibido, vine a depositarIo ante vuestra soberanía. Bellaco y propio de desertor hubiera sido irme llevándome las armas que se me habían confiado -que armas, y muy eficaces, eran aquellos cargos, como lo sabe bien su señoría el señor Lozano, que es un viejo parlamentario; como lo sabe Olaguíbel, oomo lo saben todos los miembros de la antigua Legislatura-. Pude quedarme con esos puestos y desde ellos hacer una tenaz labor de obstrucción, y porque yo no soy tránsfuga, sino honrado, proclamé mi separación, cosa que nunca han hecho los desertores y los tránsfugas, y dejé en la puerta de donde me alejaba, todas las annas, todos los elementos que se me habían proporcionado.

Ya ve la Asamblea, ya ve el Partido Constitucional Progresista, que por conducto de su órgano me retó a explicar mi separación, que ésta es motivada y legítima, y yo pido a aquellos a quienes satisfaga esta explicación, a los que crean que yo soy un hombre honrado, que me apoyen en esta vez poniéndose en pie (Aplausos. Los ciudadanos diputados se ponen en pie).

Agradezco vivamente esa aprobación, especialmente a los honorables miembros del Partido Constitucional Progresista, porque esto les honra mucho. Yo creo, señores, que el Partido Constitucional Progresista no es ni más malo, ni más bueno que otro; el elemento colectivo es igual a través del tiempo y a través del espacio; los partidos políticos en todas partes son lo mismo. Si nosotros, los liberales, hemos estrangulado al Partido Católico, fue porque pudimos estrangularlo, e hicimos bien; si el Partido Católico mañana pudiera hacerlo, nos estrangularía, y haría bien; los partidos políticos son combatientes, y no jueces que administran justicia. El Partido Constitucional Progresista ha hecho bien, en mi concepto, en proeeder como procedió; yo he hecho bien en separanne, no del partido, al cual no he pertenecido, sino del bloque parlamentario, desde el momento en que sus procedimientos no me satisfacían, porque me parecían de fracaso; porque me parecía que, no pudiendo realizar los altos fines que yo le asignaba a esa mayoría, ésta, o tendría que desmoronarse, o degenerar en una mayoría abominable, en una mayoría de incondicionales al Gobierno.

Y ahora que puedo ya hablar con la conciencia de que me siento entre hombres que no me consideran ni desertor, ni tránsfuga, sino sencillamente un ciudadano que cumple honestamente con su deber, podemos entrar al asunto. Fui yo -en ese banco se sentaba mi distinguido amigo el señor Carlos Pereyra-, fui yo quien, en aquella memorable noche en que arriesgué la vida a la salida de esta Cámara por la defensa del vicepresidente de la República, que tampoco me ha dado canonjías, ni yo se las he pedido, ni las espero, ni las deseo; fui yo quien dijo desde aquí que la Liga de la Defensa Social era el Estado Mayor de Zapata. Recuerdo esto, señores diputados, porque aquí se trata del señor Elorduy, que era miembro de la Liga de la Defensa Social. Sigo creyendo, como en aquella fecha, que la Liga de la Defensa Social desempeñó ese papel, y aquí viene muy a cuento repetir lo que hace poco dije a su señoría el diputado Ibáñez: lo que se dice del todo, no se dice de las partes. Yo creo que el señor Ostos es un cumplido caballero, y sin dejar de serlo, fue de la Liga; yo creo que el señor Mascareñas lo es asimismo, y también fue de la Liga; el señor Elorduy lo es igualmente -y si no lo creyese, no estaría defendiéndolo aquí-, y también fue de la Liga. Pero los tiempos cambian, y el papel de la Liga ...; pero ¡qué digo! si esta Liga se ha extraviado como la del rey inglés, y no acierto a dar con ella; pero si existe, es tan sin fuerza ni resortes, que sin duda ya no sirve ni para sujetar las medias de una mala cocotte (risas).

Bien; esta Liga está hoy destruida por la fuerza de los acontecimientos; pero si no lo estuviera, los tres honorables caballeros de quienes acabo de hablar, al llegar a la Cámara dejarían a la puerta las pasiones de partido, como los musulmanes a la entrada de sus mezquitas dejan sus sandalias, y vendrían aquí a hablar honradamente, tanto como el que más; porque aquí, señores, debemos tener el mismo alto nivel de honradez si queremos que, como el Presidente de la República ha dicho muy bien en reciente discurso, el XXVI Congreso tenga en nuestra vida, en nuestro porvenir, una significación no inferior en nada a la del Constituyente de 57. El Constituyente de 57 vino a afirmar todos los anhelos del viejo jacobinismo, única fórmula que entonces encarnaba la libertad. Este Congreso debe venir a encarnar todas las rectificaciones que nuestra Historia exige, todas las rectificaciones que nuestra Historia impone, si no queremos ser mañana un recuerdo histórico y una vana designación geográfica.

¿Por qué suspender, señores diputados -y ahora sí entro ya francamente al debate, y ruego a vuestras señorías me excusen en gracia de lo grave del motivo que me ha obligado a ocupar vuestra atención-, por qué suspender la discusión?

Ya hemos visto cómo la Comisión -y yo no la culpo, porque sé también que sus miembros tienen sus compromisos como partidarios que son, y ha tenido un trabajo abrumador (risas), que, por lo demás, no la excusa de no haber abierto el paquete del señor Elorduy, y en todo caso, si no lo abrió, debió confesarlo-; ya hemos visto, digo, que la Comisión, antes del día 14 de septiembre, había empeñado su honor de que las credenciales de Olaguíbel, García Naranjo y el entonces presunto diputado Lozano, se discutirian al día siguiente. De entonces acá van, si no saco mal mi cuenta, quince días, y el resultado es que esas credenciales no parecen. La Comisión comenzó faltando desde que adoptó el sistema que ha venido empleando aquí. No debió la Primera Comisión traernos tantos dictámenes como distritos electorales, sino un solo dictamen, terminando con tantas proposiciones como distritos. Un dictamen que debió ser leído desde el principio y por el cual cada futuro representante supiese desde luego cuál era el terreno al que lo emplazaba la Comisión. Esto era de lealtad, pero era además, de práctica parlamentaria; práctica que no, por haber sido, no iniciada, sino continuada, por el porfirismo, es mala: cada Gobierno tiene algo bueno, y generalmente mucho malo. Esa práctica es evidentemente honrada.

Bien; la Comisión, como digo, comenzó faltando por allí. ¿A qué venimos con un dictamen por cada distrito? Yo no dudo absolutamente de la honradez de la Comisión; pero aquí la Comisión de Poderes, no sólo debió ser honrada, sino aparecer fuera de toda sospecha. Esa era la manera de no prestarse a sospechas de ninguna especie: dar a conocer desde el primer momento su criterio inmutable y definitivo, y no cambiar después dictamen alguno, sino previa aprobación de la Asamblea; esto habría sido una garantía para todos; ya que así no lo hizo, cabe que ahora rectifique sus errores; faltan unas cuantas credenciales que se nos vienen leyendo a capricho. Si preguntáis al honorable señor Rendón, presidente de la Comisión, por qué lee primero un expediente de Zacatecas y luego uno de México, no podrá decirlo; al principio hubo una tabla de salvación: los mecanógrafos; ahora esa tabla ha naufragado. Tiempo ha habido de sobra para acabar todos los dictámenes; ahora se impone algún criterio, porque cualquier criterio, por malo que sea, es mejor que ningún criterio.

¿Cuál sería ese criterio? Honradamente debe seguirse el alfabético; puesto que quedan diez, quince, veinte credenciales, leerlas, dar cuenta con ellas en orden alfabético. Es posible que esto no agrade a todos los presuntos diputados que están pendientes; pero esto, señores, pone a la Comisión fuera de toda sospecha; esto es honrado, y este criterio, malo tal vez, es mejor, como digo, que ningún criterio.

Ahora bien; cuando ya los diputados, no los presuntos, señores, los diputados que ya tenemos las credenciales aprobadas, nos sentimos profundamente nerviosos, disgustados de este debate de odios, de esta contienda personal; cuando ya todos queremos acabar; cuando esperamos ver el fin de esas discusiones, para tomar un respiro, para poder irnos a descansar como hombres honrados, se nos viene presentando una proposición suspensiva; y es de tomarse en cuenta, señores diputados, que esa proposición se refiere precisamente a los diputados que yo llamaría, con perdón de su señoría, zapatistas -suplico a su señoría (dirigiéndose al ciudadano presunto diputado Elorduy) que tenga en cuenta que esto es solamente un juego de palabras; yo soy incapaz, señores diputados, de ofender a nadie, pero por lo menos conscientemente, y si lo he hecho, para siempre y desde luego presento mis excusas-. Pues bien; en el preciso momento en que se siente ya esa imperiosa necesidad, se viene a decirnos: Vamos a suspender el debate, cuando estamos consultando que se rechace a quien, como el señor Elorduy -y él puede deciros que él y yo jamás hemos atravesado en nuestra vida una palabra-, probablemente se le considera como enemigo del Gobierno. ¿Es ésta la forma como una mayoría va a conquistar prestigio? Y, ¿qué puede una mayoría, ni aquí, ni en ninguna parte, sin prestigio? ¿Podréis, señores de la mayoría, asegurar que no os disolveréis? Yo os aseguro que no correrá mucho tiempo sin que eso suceda; yo os garantizo que mientras no adquíráis el prestigio que necesitáis, no podréis llevar a la práctica ninguna reforma fundamental, porque las reformas de fondo son las que llegan al corazón del pueblo; las que, aunque no constan en la letra de la ley, viven con la vida de una nación; las que no se asientan sobre la base de la ley, de la justicia y de la razón, que está por encima de todos.

Pido a ustedes, señores diputados, que se sirvan rechazar la moción del señor diputado Cabrera (ruidosos y prolongados aplausos).

Saludada de aquel modo la nueva conversión del diputado Moheno, que desde hoy seguramente va a ser uno de los más fuertes pivotes del mecanismo opositor al Gobierno del presidente Madero, el secretario de la Cámara consulta:

Conforme al artículo 108, se pregunta a la Asamblea si se toma en consideración la proposición suspensiva del señor Cabrera. Los que estén por la afirmativa, sírvanse ponerse en pie. Conforme al artículo 108, se tiene por desechada la proposición suspensiva. Sigue a discusión el dictamen de la Comisión, referente al 4° distrito de Zacatecas.

El señor Elorduy en contra del dictamen agrega esto más:

Solamente he pedido la palabra para suplicaros que os fijéis bien en el caso legal. No es sólo el argumento relativo al descuento de votos nulos al señor Hinojosa el que me asiste; es, además, el argumento legal de que, habiendo prorrogado la Junta Electoral sus trabajos hasta el máximum de tiempo que marca el artículo 87, que dice que, cuando haya dificultad en las comunicaciones, o cuando por cualquier motivo no hayan llegado los expedientes, se prorrogará como máximum hasta el sábado el trabajo de la Junta Electoral; sacaba yo al señor Hinojosa una ventaja de 581 votos; de manera que si la Junta se hubiera ajustado a la ley entonces me habría otorgado la credencial; y está protestado en el acta ese hecho de no habérmela otorgado en esos momentos.

Ahora, respecto a los votos, la misma Junta Electoral es la que consideró que no debían computarse 200 al señor Hinojosa; de manera que si la Comisión simplemente, ya que no revisó el expediente, se hubiera ajustado al criterio de la Junta Electoral, que era enemiga mía, porque estaba compuesta de seis miembros del Partido Católico, y sólo uno del Partido Liberal; si se hubiera atenido a ese criterio, digo, hubiera descontado los votos que la Junta descontó y habría dado un dictamen en mi favor.

En este dictamen se ve claramente la decisión, la resolución forzosa de que fuese en contra mia. Yo no me atengo a ese papel que el señor Rendón exhibió. No creo, estoy perfectamente seguro, de que no se ha revisado ese expediente, y creo que la Asamblea también lo está, porque está cosido minuciosamente y todavía tiene hasta los sellos del correo.

De manera qUe; no insisto más en este punto; y habiendo explicado la cuestión legal, creo que la Asamblea tiene bastantes elementos para dictaminar en el caso.

Al diputado Romero le es concedida la palabra en contra, pero en vez de hablar respecto al dictamen, habla en contra de la moción suspensiva que fue presentada por el licenciado Cabrera y que la mayoría de la Cámara desechó, dando con esto el señor Romero lugar a mociones de orden del diputado Ostos. El señor Romero termina su intervención pidiendo:

Voy a continuar en brevísimas palabras. Yo pedí la palabra en contra de la proposición del señor Cabrera cuando no se había retirado, y tenía que explicar mi actitud y mis procedimientos cuando venía a hablar en las circunstancias tan distintas de aquellas en las que pedí la palabra; pero lo cierto es, señores, y lo digo en sólo dos palabras, que tan malo sería aprobar la credencial que se propone, sin haber visto el expediente, como aprobar la credencial del señor licenciado Elorduy. Yo pido, por consiguiente, y excito a la Comisión que retire su dictamen y con conocimiento de causa nos diga cuál de las dos proposiciones debe aprobarse.

Antes de hacer la indicación el señor Romero -dice el licenciado Rendón-, la Comisión se había acercado al interesado, señor licenciado Elorduy, suplicándole que él mismo lo propusiera, porque la Comisión está dispuesta a reconsiderar si ha padecido error. El señor licenciado Elorduy se manifestó inconforme; y como no quiere la Comisión tener discrepancias de ninguna naturaleza ni parecer que quiere deliberadamente hacer algo en contra, por eso no lo había propuesto. Si el señor licenciado Elorduy lo permite, con mucho gusto la Comisión hace la proposición.

El señor Rendón -hace notar el diputado Arias-, tácitamente, ahora confiesa que no ha abierto el paquete del señor Elorduy. Y el señor Rendón antes ha dicho que se habían revisado boletas y expedientes.

El señor Rendón contesta:

La Comisión debe creer lo que asegura una persona que le merece crédito, cuando dice que sí revisó. Si el señor Arias no sabe lo que es un cuerpo colegiado y lo pregunta a todos los abogados presentes, sabrá que no todos los miembros del cuerpo colegiado hacen la revisión de todos los expedientes.

En el caso del señor licenciado Elorduy, la discusión era ésta: decía el Colegio Electoral que no había hecho declaración, porque no tenía todos los expedientes a su mano, y que consignaba esto a la Comisión del Congreso. Hecho esto, se le dijo al ponente: haga usted el cómputo y vea quién tiene la mayoría, para que se haga la declaración correspondiente.

En cuanto a los vicios que apunta aquí el señor Elorduy esos se pueden resolver perfectamente por la exposición de ellos, es decir: es punto de Derecho y no de hecho; el ponente trajo el informe, y existe; lo he dado a guardar, por temor de que pudiera extraviarse.

He apelado a los miembros de la Comisión y apelo también -lástima que esté ausente el señor Moheno, que algunas veces iba a la Comisión-, para que dijeran si saben que cada miembro de la Comisión tomaba cierto número de expedientes para revisar. Yo honradamente dije que no tomé a mi cargo el de que se trata; pero dije también que, a la hora de las responsabilidades, el presidente de la Comisión debe ser el primer responsable, y acepto sin restricciones todas las responsabilidades; no las huyo.

De modo, pues, que no es como cree el señor Arias; por el contrario, debo creer en la honorabilidad del miembro que hizo tal cosa, y por eso sostengo el dictamen. Ahora bien; si hay un error, lo honrado es reparar ese error, y tan honrado es, que no solamente he dicho que se suspenda la discusión para reconsiderar el asunto, sino que he invitado al señor licenciado Elorduy para que nos acompañe en esta tarea.

El licenciado Elorduy pide al presidente que mande abrir el paquete correspondiente a las elecciones en el distrito de Jerez y en uso de la palabra amplía sus anteriores argumentos con estos otros:

No he podido entender cuál es la proposición que hace el señor Rendón; se acercó a mí, y no lo entendí; después, en la tribuna tampoco lo he entendido. Supongo que lo que propone es, en resumen, que se suspenda la resolución de este dictamen, para examinar los expedientes, que es lo mismo que había propuesto el señor Cabrera. De manera que, votada en contra la proposición suspensiva del señor Cabrera, el señor Rendón viene a proponer nuevamente se suspenda la discusión.

Ahora voy a agregar, haciendo una rectificación al señor Rendón, que con seguridad no dijo tales palabras con mala intención, que la Junta Electoral no dice en el acta que no abrió los expedientes, que le faltó tiempo y que por eso los mandó a la Cámara para que se revisaran; no dice nada de eso: la Junta Electoral revisó todos los expedientes que llegaron, menos unos cuantos de una municipalidad, y anotó todos los expedientes de cada municipalidad; de manera que a conciencia hizo su cómputo, su escrutinio, y no es el caso de que no haya hecho su trabajo la Junta Electoral, pues lo hizo en detalle, como se puede ver en el acta; y si los señores presuntos diputados no creen en mi palabra, puede pedir cualquiera de ellos -yo no la pido por no cansarlos- la lectura del acta, donde están consignados todos los expedientes de las municipalidades, y únicamente lo que se dice por la Junta es esto: A juicio nuestro, por unanimidad, hay nulidad en tales y cuales boletas, tantas de una casilla, tantas de otra y tantas de otra; y le dice a la Cámara: Si la Cámara estima, como yo, que esas boletas son nulas, entonces declarará diputado al señor Elorduy; si la Cámara no estima que esas boletas son nulas, entonces declarará diputado al señor Hinojosa. Eso es todo el caso.

De manera que la elección es buena; no hubo ningún vicio, ningún fraude. Ajustándose la Junta al artículo 8° de la ley, anotó los vicios que, a su juicio, tenían las boletas. La Comisión no tiene más trabajo en caso de que se conceda que se revise el expediente -y yo no consiento en que se revise-, no tiene más trabajo que ver las boletas que el acta precisa; pero yo creo que no es necesario eso, porque si la Junta las señala, si a su juicio la Junta Electoral las califica nulas, la Comisión que se atuvo al dictamen del acta, debió así resolver; pues ateniéndose a esa misma acta, seguramente debieron descontarse al señor Hinojosa las boletas que no puede tener, y expedírseme mi credencial.

De manera que yo creo que las elecciones son buenas, y no hay razón absolutamente para que se discuta más que el segundo punto: quién es el diputado por el distrito de Jerez. Y no viene al caso ninguna moción suspensiva. Vuelvo a examinar el expediente, ¿quién me garantiza a mí todo el examen de las boletas? Acaba de confesarse que lo examinó un tercero que no pertenece a la Comisión. ¿Con qué derecho viene un tercero a examinarlo? ¿Por qué no llamar entonces al interesado para que examinase su expediente? De manera que se nombra una Comisión que dictamine, y esa Comisión le da trabajo a un tercero, y no sabe si abrió el expediente o no. ¿Qué cosa es esto, señores? Esto es jugar. La Cámara al votar, si cree en conciencia que esas boletas son nulas, como la Junta Electoral lo dijo, dará su voto a mi favor, y si no, entonces dará su voto en contra con toda libertad y con toda confianza.

El diputado Ríos pide insistentemente que se abra el paquete y se lean las constancias solicitadas, y a continuación de breve debate en tal sentido el presidente decide que se pregunte a la Cámara si está suficientemente discutido el asunto; pero antes de que tal proposición sea sometida al voto de los diputados el señor Rendón aclara:

El señor Elorduy se maravilla de que personas extrañas hayan intervenido en la labor de la Comisión, y es porque el señor Elorduy no se ha dado cuenta de que la Comisión no puede ejecutar personalmente todos los actos, y cuando se trata de comprobar datos, un miembro de la Comisión llama a los empleados de la Secretaría y en su presencia se hacen las comprobaciones; de modo que el miembro de la Comisión vigila. De esa manera hay personas extrañas, pero no personas extrañas que hagan lo que se les antoje.

Eso es lo que quería explicar la Comisión, porque parece que había extrañado el señor Elorduy que se sirviera de personas extrañas (voces: ¡A votar! ¡A votar!).

El señor Ostos, a quien el presidente ha concedido la palabra, renuncia a usarla, y como siguiente orador del contra, el diputado Trejo y Lerdo de Tejada dice desde su curul:

Mi actitud de permanecer en este banco tranquilizará a ustedes, porque no voy a pronunciar un discurso; sencillamente hago notar a la Asamblea este argumento, que, a mi juicio, es definitivo.

El Gobierno cree que por cada soldado que obtiene adquiere un defensor para la salvación de la Patria; yo, en este caso creo que por cada diputado independiente y honrado, se realiza la labor patriótica del Gobierno; debemos admitir, pues, al candidato independiente, contra el dictamen, porque el señor presidente de la Comisión ha perdido mi confianza en lo absoluto, y debemos abrir las puertas de par en par, al candidato independiente, que es el verdadero soldado y una garantía para el bienestar nacional (aplausos).

El presidente de la Cámara ordena:

La policía sacará del salón a las personas que están entre esas columnas (voces en las curules: ¡No! ¡No! ¡No!). Espero yo que la Asamblea ayudará al ciudadano presidente a cumplir con el Reglamento; se hicieron ya dos advertencias, y como se quiere que el pueblo respete a esta honorable Asamblea, por eso el presidente insiste en el trámite que acaba de dar. La policía retirará a las personas que están entre esas dos columnas.

El señor Lozano pide la palabra para una moción de orden, y el presidente le indica:

Suplico a usted tenga la bondad de esperar un momento, para que se cumpla con la orden.

El señor Galicia Rodríguez aventura esta suspicacia:

Esa interrupción del debate está ocasionando que, mientras desalojan el lugar, los señores diputados están saliéndose del salón, probablemente con la intención de dejarnos en minoria.

El presidente no puede evitarlo -replica el señor Hay-, porque no se está recogiendo la votación, y cualquiera que quiera ausentarse, está en su pleno derecho.

El señor Trejo y Lerdo de Tejada interviene:

No me toca en este caso discutir la determinación que ha dictado el presidente; pero no creo que debamos vigilar la ejecución de ella. El presidente debe dictar una orden, y la policía es la ejecutora, y la vigilancia del presidente a sus propias disposiciones es lo que interrumpe el debate (aplausos).

El diputado Gómez intenta hablar; el señor Lozano pide que se consulte de nuevo si está suficientemente discutido el asunto; el señor Olaguíbel insinúa:

El quorum se está incompletando visiblemente, y si esto es un procedimiento, que se nos diga. Yo, en todo caso, suplico a los diputados independientes que consideren suficientemente discutido el asunto y que deseen votarlo se pongan en pie (varios ciudadanos diputados se ponen de pie). Esta es la opinión de la Asamblea (voces: ¡A votar! ¡A votar!).

Concedida la palabra al señor Urueta, éste propone:

La Comisión pide permiso a la Cámara para reformar el dictamen y la razón que la Comisión expone es ésta: evidentemente hay una duda sobre el particular. En caso de duda y habiéndose comprobado que efectivamente no se examinó el paquete, el expediente, la Comisión debe estar a lo más favorable. En consecuencia, pide permiso para reformar su dictamen (voces: ¿En qué sentido?). En el sentido de declarar diputado electo al ciudadano Elorduy (aplausos).

Reformado el dictamen, la Asamblea resuelve. en votación económica, que son diputados, propietario el licenciado Aquiles Elorduy, y suplente el señor Jesús Sánchez, por el 4° distrito electoral del Estado de Zacatecas.

El diputado González Garza consigue hacer uso de la palabra para un hecho y dice:

Señores diputados: cuenta la Historia, y esto es verdad, que cuando Maximiliano llegó a la ciudad de México, fue comisionado el general Mejía para pronunciar el discurso de bienvenida. Y aquel hombre, en los momentos solemnes en que, rodeado por todo lo más granado de la ciudad, tenía que pronunciar el discurso, dijo estas memorables palabras: Señores, señores ... Yo no puedo leer lo que otro ha escrito. Y bien, señores diputados; yo no puedo seguir aparentando lo que no siento, ni lo que no puedo sentir tampoco (aplausos).

He sufrido como el que más al ver muchas ruindades y muchas bajezas; yo soy un revolucionario honrado y un partidario legal. Jamás absolutamente nadie se ha atrevido a mirarme cara a cara y haberme hecho bajar los ojos. Y es injusto que aquí en las Asambleas que han precedido a ésta, siempre se haya estado atacando a un partido al cual tengo la honra de pertenecer, porque lo considero digno y porque lo he formado; pero no puedo comulgar con ciertos hechos de individuos que últimamente han entrado a ese partido con el exclusivo objeto, no sé por qué, y con una tendencia instintiva de ponerlo en ridículo y hacerlo aparecer dañado, cuando es bastante noble y levantado; porque, entre esos miembros existen muchos hombres honorables, personas que tienen, como dije la vez pasada, el cerebro bien conformado y el corazón bien puesto (aplausos).

Yo podía citar uno por uno todos los casos en que se ha hecho justicia. aquí y en los que no se ha hecho justicia. Muchos señores diputados, al hacer uso de la palabra, me han hecho favor de dedicarme palabras que no hacen otra cosa más que comprometer mi dignidad y mi amor propio, que desde este momento he puesto a la disposición de la verdad, porque no puedo seguir ultrajando mi conciencia (aplausos).

Yo, lo único que digo a los señores diputados de la minoría, a los señores católicos y a todos mis compañeros en general, es que es injusto que los pecados de unos se achaquen a otros (aplausos).

Termino mi discurso con estas palabras: en el Partido Constitucional Progresista, no estamos todos, ni somos todos, porque no estamos todos, y sí somos todos.

¿Me entendieron, señores? (voces: ¡No! ¡No!).

He querido decir: Ni somos todos los que estamos, ni estamos todos los que somos. En el Partido Constitucional Progresista, la mayoría son hombres honrados que están con la justicia y la verdad.

Un intento del diputado Lozano para que las sesiones de Colegio Electoral se inicien a las diez de la mañana en vez de comenzar a las tres de la tarde, no es aprobada por la mayoría de los diputados, y el señor Rendón anuncia que sólo faltan catorce credenciales para ser puestas a discusión y expresa que ojalá pudiesen ser despachadas en una sola tarde.

Indice de Instalación de la XXVI legislatura Recopilación y notas de Diego Arenas GuzmánCAPÍTULO DECIMOQUINTO - Mejor que a la Irlanda de O´Connell, es recordar al Michoacán de Morelos y Ocampo CAPÍTULO DECIMOSÉPTIMO - La Reforma Agraria es el postulado capital de la Revolución, según el diputado CraviotoBiblioteca Virtual Antorcha