Índice de Historia de una infamia. Documentos referentes a la Junta de Notables de 1863, compilación de Chantal López y Omar Cortés Votos de gracias Discurso pronunciado en el Palacio de Miramar por José María Gutiérrez Biblioteca Virtual Antorcha

HISTORIA DE UNA INFAMIA

Documentos referentes a la Junta de Notables de 1863

Entrega del Acta de Resoluciones a la Regencia


A la una y media de la tarde del día 13 de julio, y previo aviso de que los señores de la Regencia: estaban reunidos en el Salón de Embajadores, la Asamblea de Notables, con su presidente y secretarios, pasó de la sala de sus sesiones, entre valla formada por la tropa, que presentó sus armas, a poner en manos de la expresada Regencia el acta de sus resoluciones, firmada por todos sus miembros.

Al entregar dicha acta al Excmo. Sr. Almonte, el Sr. Lares pronunció el siguiente discurso:

Excmos. Sres.

La Asamblea de Notables tiene el alto honor de poner en manos de la Regencia la acta constitutiva del Imperio Mexicano.

El pensamiento salvador de la monarquía, propuesto por la Comisión, fue acogido por la Asamblea con el más vivo entusiasmo, y adoptado por la unánime aclamación de los doscientos treinta y un vocales que se hallaban presentes.

Las conveniencias todas de la política, no menos que las elevadas prendas y recomendables circunstancias personales de S.A.I. y R. el Príncipe Maximiliano de Austria, decidieron el voto unánime que entre prolongados aplausos emitió la Asamblea designándolo para ceñir la Corona Imperial de México.

De esta manera la Asamblea ha procurado llenar la misión que se le confió, separándose de los caminos extraviados seguidos hasta aquí y volviendo a la senda trazada por los autores de nuestra Independencia como la única, que en su concepto, debía conservarle incólume, y conducir a la nación a la cima de poder y de gloria a que quisieron elevarla.

Quiera el cielo que este día fije para siempre en los fastos nacionales una nueva era de prosperidad y de ventura, y que en México, lo mismo que en la Francia, bajo cuya benévola protección ha logrado la libertad para constituirse, el imperio sea la paz, a fin de que a su sombra la religión florezca, se extingan los odios, y acaben de una vez las revueltas y peligros de la patria.

El Excmo. Sr. Almonte contestó en estos términos:

La Regencia del Imperio Mexicano, al recibir la acta constitutiva de él, participa en muy alto grado de la satisfacción noble y patriótica de la muy ilustre Asamblea de Notables.

Preciso era que el pensamiento salvador de la monarquía, domiciliado hace muchos años en las inteligencias superiores de nuestro país, en los hombres que aspiran a colocar su patria en la altura que su misma dignidad reclama, fuese propuesto con solidez por la Comisión nombrada ad hoc, y adoptado con grande entusiamo por la unánime aclamación de los doscientos treinta y un vocales presentes.

Habéis interpretado bien la voluntad nacional, porque después de conocidos profundamente los males que hemos sufrido, obrando con la prudencia y fino tacto de hábiles políticos que saben fijar el hasta aquí de las desgracias públicas, ofrecéis én la forma de gobierno elegida por vuestro voto unánime, una medicina saludable, una reparación de las fuerzas perdidas en tantos años de desorden; un freno a las pasiones; una defensa a la religión; una oportunidad brillante para los adelantos en las ciencias y artes, bajo los auspicios de la paz; un medio de respetabilidad para un pueblo en que la obra de Dios toda es grande y magnífica, pero en donde debe armonizar con ella la obra de los hombres.

La luz que alumbró vuestras cabezas al elegir la forma de gobierno, no se extinguió al señalar el monarca que ha de sentarse en el trono de México.

Buscando como debe buscarse siempre la estabilidad de los Imperios en las eminentes cualidades de los soberanos, ha llamado justamente vuestra atención la despejada inteligencia y elevadas virtudes de S.A.I. y R. Apostólica, el Príncipe de Austria Maximiliano, y por eso estáis persuadidos de que la felicidad pública será un hecho, cuando este joven monarca, sostenido por su propio mérito, por la opinión de todas las naciones cultas, por nuestro afecto, y sobre todo, por la mano de Dios que acaricia a los buenos reyes, empuñe el cetro de este nuevo Imperio.

Se va a levantar el edificio cuyos cimientos pusieron nuestros antepasados; edificio en donde morará con majestad y quietud la Independencia mexicana.

Bajo la protección especial de la Francia y de su Augusto Soberano y Excelsa Emperatriz, podremos cimentar la paz; el tiempo consolidará la grande obra que vuestra mano ha comenzado: será indeleble la memoria de la declaración que habéis hecho, y la posteridad agradecida bendecirá vuestro nombre.

Terminado este acto, la Regencia, acompañada de los Excmos. Sres. Forey y Saligny, precedida del claustro de doctores, comisiones de los colegios y oficinas, Ayuntamiento, Asamblea de Notables y señores Subsecretarios de Estado, pasó a la Catedral, donde fue cantado un solemne Te Deum.

En todo el tránsito había valla formada por tropas de la División Márquez, e inmenso gentío.

Una batería de la misma División hacía salvas en la Plaza de Armas. Las banderas aliadas flotaban en los edificios públicos, y todos estos y muchos de particulares estaban adornados de cortinas.

En la Catedral ocuparon el dosel los individuos de la Regencia; los asientos de enfrente SS.EE. el General Forey y el Ministro de Francia; los de los lados de la crujía los miembros de la Asamblea, y la comitiva del General Forey una tribuna a la izquierda del presbiterio.

La Catedral estaba llena de gente y había en la concurrencia muchas señoras.

Terminado el Te Deum volvió la comitiva a Palacio, y se disolvió dando vivas a la monarquía, al Emperador, a la Regencia, a la Francia, etc.

El bando nacional, para el cual estaban apostadas las tropas de infantería y caballería desde las doce, salió de la Diputación hasta las tres de la tarde.

Iban en carruajes particulares los señores Prefecto Político y Municipal y el Ayuntamiento; mas sobrevino la lluvia que de antemano amenazaba, y esto impidió que el bando tuviera el lucimiento que era de esperarse.

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