Índice de Historia de los indios de la Nueva España de Fray Toribio de BenaventeTratado Primero - Capítulo XIVTratado Segundo - PreámbloBiblioteca Virtual Antorcha

TRATADO PRIMERO



CAPITULO XV


143 De las fiestas del Corpus Christi y San Juan que se celebraron en Tlaxcala en el año de 1538.

144 Allegado este santo día del Corpus Christi del año de 1538, hicieron aquí los tlaxcaltecas una tan solemne fiesta, que merece ser memorada, porque creo que si en ella se hallara el papa y emperador con sus cortes, holgaran mucho de verla; y puesto que no había ricas joyas ni brocados, había otros aderezos tan de ver, en especial de flores y rosas que Dios cría en los árboles y en el campo, que había bien en qué poner los ojos y notar cómo una gente que hasta ahora era tenida por bestial supiesen hacer tal cosa. Iba en la procesión el Santísimo Sacramento y muchas cruces y andas con sus santos; las mangas de las cruces y los aderezos de las andas hechas todas de oro y plumas, y en ellas muchas imágenes de la misma obra de oro y pluma, que las bien labradas se preciarían en España más que de brocado. Había muchas banderas de santos. Había doce apóstoles vestidos con sus insignias: muchos de los que acompañaban la procesión llevaban velas encendidas en las manos. Todo el camino estaba cubierto de juncia, y de espadañas y flores, y de nuevo había quien siempre iba echando rosas y clavelinas, y hubo muchas maneras de danzas que regocijaban la procesión. Había en el camino sus capillas con sus altares y retablos bien aderezados para descansar, adonde salían de nuevo niños cantores cantando y bailando delante del Santísimo Sacramento. Estaban diez arcos triunfales grandes muy gentilmente compuestos; y lo que era más de ver y para notar, era que tenían toda la calle a la larga hecha en tres partes como naves de iglesias; en la parte de en medio había veinte pies de ancho; por ésta iba el Sacramento y ministros y cruces con todo el aparato de la procesión, y por las otras dos de los lados que eran de cada quince pies iba toda la gente, que en esta ciudad y provincia no hay poca; y este apartamiento era todo hecho de unos arcos medianos que tenían de hueco a nueve pies; y de éstos había por cuenta mil y sesenta y ocho arcos, que como cosa notable y de admiración lo contaron tres españoles y otros muchos. Estaban todos cubiertos de rosas y flores de diversas colores y manera, apodaban que tenía cada arco carga y media de rosas (entiéndese carga de indios), y con las que había en las capillas, y las que tenían los arcos triunfales, con otros sesenta y seis arcos pequeños, y las que la gente sobre sí y en las manos llevaban, se apodaron en dos mil cargas de rosas; y cerca de la quinta parte parecía ser de clavelinas, que vinieron de Castilla, y hanse multiplicado en tanta manera que es cosa increíble; las matas son muy mayores que en España, y todo el año tienen flores. Había obra de mil rodelas hechas de labores de rosas, repartidas por los arcos, y en los otros arcos que no tenían rodelas había unos florones grandes, hechos de unos como cascos de cebolla, redondos, muy bien hechos, y tienen muy buen lustre; de éstos había tantos que no se podían contar.

145 Una cosa muy de ver: tenían en cuatro esquinas o vueltas que se hacían en el camino, en cada una su montaña, y de cada una salía su peñón bien alto; y desde abajo estaba hecho como prado, con matas de yerba y flores, y todo lo demás que hay en un campo fresco, y la montaña, y el peñón tan al natural como si allí hubiera nacido; era cosa maravillosa de ver, porque había muchos árboles, unos silvestres y otros de frutas, otros de flores, y las setas, y hongos, y vello que nace en los árboles de montaña y en las peñas, hasta los árboles viejos quebrados a una parte como monte espeso y a otra más ralo; y en los árboles muchas aves chicas y grandes; había halcones, cuervos, lechuzas, y en los mismos montes mucha caza de venados y liebres, y conejos, y adives, y muy muchas culebras; éstas atadas y sacados los colmillos, o dientes, porque las más de ellas eran de género de víboras, tan largas como una braza, y tan gruesas como el brazo de un hombre por la muñeca. Tómanlas los indios en la mano como a los pájaros porque para las bravas y ponzoñosas tienen una yerba que las adormece, o entomece, la cual también es medicinable para muchas cosas; llámase esta yerba picietl. Y porque no faltase nada para contrahacer a todo lo natural, estaban en las motañas unos cazadores muy encubiertos, con sus arcos y flechas, que comúnmente los que usan este oficio son de otra lengua, y como habitan hacia los montes son grandes cazadores. Para ver estos cazadores había menester aguzar la vista, tan disimulados estaban y tan llenos de rama y de vello de árboles, que a los así encubiertos fácilmente se les vendría la caza hasta los pies; estaban haciendo mil ademanes antes que tirasen, con que hacían picar a los descuidados. Este día fue el primero que estos tlaxcaltecas sacaron su escudo de armas, que el Emperador les dio cuando a este pueblo hizo ciudad; la cual merced aún no se ha hecho con otro ninguno de indios, sino con éste, que lo merece bien porque ayudaron mucho cuando se ganó toda la tierra, a don Hernando Cortés, por su Majestad; tenían dos banderas, de éstas y las armas del Emperador en medio, levantadas en una vara tan alta, que yo me maravillé a donde pudieron haber palo tan largo y tan delgado; estas banderas tenían puestas encima del terrado de las casas de su ayuntamiento porque pareciesen más altas. Iba en la procesión, capilla de canto de órgano de muchos cantores y su música de flautas que concertaban con los cantores, trompetas y atabales, campanas chicas y grandes, y esto todo sonó junto a la entrada y salida de la iglesia, que parecía que se venía el cielo abajo.

146 En México, y en todas las partes do hay monasterio, sacan todos cuantos atavíos e invenciones saben y pueden hacer, y lo que han tomado y deprendido de nuestros españoles; y cada año se esmeran y hacen más primos, y andan mirando como monas para contrahacer todo cuanto ven hacer, que hasta los oficios, con sólo estarlos mirando sin poner la mano en ellos, quedan maestros como adelartte diré. Sacan de unas yerbas gruesas, que acá nacen en el campo, el corazón, el cual es como cera blanca de hilera, y de esto hacen piñas y rodelas de mil labores y lazos que parecen a los rollos hermosos que se hacen en Sevilla; sacan letreros grandes de talla, la letra de dos palmos; y después enróscanle y ponen el letrero de la fiesta que celebran aquel día. Porque se vea la habilidad de esta gente diré aquí lo que hicieron y representaron luego adelante el día de San Juan Bautista, que fue el lunes siguiente, y fueron cuatro autos, que sólo para sacar los dichos en prosa, que no es menos devota la historia que en metro, fue bien menester todo el viernes, y en sólo dos días que quedaban, que fueron sábado y domingo, lo deprendieron, y representaron harto devotamente: la anunciación de la Natividad de San Juan Bautista hecha a su padre Zacarías, que se tardó en ella obra de una hora, acabando con un gentil motete en canto de órgano. Y luego adelante en otro tablado representaron la Anunciación de Nuestra Señora, que fue mucho de ver, que se tardó tanto como en el primero. Después en el patio de la iglesia de San Juan a do fue la procesión, luego en allegando antes de misa, en otro cadalso, que no eran poco de ver los cadalsos cuan graciosamente estaban ataviados y enrosados, representaron la Visitación de Nuestra Señora a Santa Elisabet. Después de misa se representó la Natividad de San Juan, y en lugar de la Circuncisión fue bautismo de un niño de ocho días de nacido que se llamó Juan, y antes que diesen al mudo Zacarías las escribanías que pedía por señas, fue bien de reír lo que le daban, haciendo que no entendían. Acabóse este auto con Benedictus Dominus Deus Israel, y los parientes y vecinos de Zacarías que se regocijaron con el nacimiento del hijo llevaron presentes y comidas de muchas maneras, que puestas la mesa asentáronse a comer que era ya hora.

147 A este propósito una carta que escribió un fraile morador de Tlaxcala a su provincial, sobre la penitencia y restituciones que hicieron los tlaxcaltecas en la cuaresma pasada del año de 1539, y cómo celebraron la fiesta de la Resurrección y Anunciación.

148 No sé con qué mejores pascuas dar a vuestra caridad, que con contarle y escribirle las buenas (pascuas) que Dios ha dado a estos sus hijos los tlaxcaltecas, y a nosotros con ellos, aunque no sé por dónde lo comience; porque es muy de sentir lo que Dios en esta gente ha obrado, que cierto mucho me han edificado en esta cuaresma, así los de la ciudad como los de los pueblos, hasta los otomíes. Las restituciones que en la cuaresma hicieron yo creo que pasaron de diez o doce mil, de cosas que eran a cargo de tiempo de su infidelidad como de después; unos de cosas pobres, y otros de más cantidad y de cosas de valor; y muchas restituciones de harta calidad así de joyas de oro y piedras de precio, como de tierras y heredades. Alguno ha habido que ha restituido doce suertes de tierra, la que menos de cuatrocientas brazas, otras de setecientas, y suerte de mil y doscientas brazas, con muchos vasallos y casas dentro en las heredades. Otros han dejado otras suertes que sus padres y abuelos tenían usurpadas y con mal título; los hijos ya como cristianos se descargan y dejan el patrimonio, aunque esta gente ama tanto las heredades como otros, porque no tienen granjerías,

149 Han hecho también mucha penitencia, así en limosnas a pobres como a su hospital, y con muchos ayunos de harta abstinencia, muchas disciplinas secretas y públicas; en la cuaresma por toda la provincia se disciplinan tres días en la semana en sus iglesias, y muchos de estos días se tomaban a disciplinar con sus procesiones de iglesia en iglesia, como en otras partes se hace la noche del Jueves Santo; y ésta de este día no la dejaron, antes vinieron tantos que a parecer de los españoles que aquí se hallaron, juzgaron haber veinte o treinta y cinco mil ánimas. Toda la Semana Santa estuvieron a los divinos oficios. El sermón de la Pasión lloraron con gran sentimiento, y comulgaron muchos con mucha reverencia, y hartos de ellos con lágrimas de lo cual los frailes recién venidos se han edificado mucho.

150 Para la Pascua tenían acabada la capilla del patio, la cual salió una solemnísima pieza; llámanla Belén. Por parte de fuera la pintaron luego a el fresco en cuatro días, porque así las aguas nunca la despintaran; en un ochavo de ella pintaron las obras de la creación del mundo de los primeros tres días, y en otro ochavo las obras de los otros tres días; en otros dos ochavos, en el uno la verga de Jesé, con la generación de la madre de Dios, la cual está en lo alto puesta muy hermosa; en otro está nuestro padre San Francisco; en otra parte está la Iglesia; santo papa, cardenales, obispos, etcétera; y a la otra banda el Emperador, reyes y caballeros. Los españoles que han visto la capilla, dicen que es de las graciosas piezas que de su manera hay en España. Lleva sus arcos bien labrados; dos coros: uno para los cantores, otro para los ministriles; hízose todo esto en seis meses, y así la capilla como todas las iglesias tenían muy adornadas y compuestas. Han estos tlaxcaltecas regocijado mucho los divinos oficios con cantos y músicas de canto de órgano; (tenían) dos capillas; cada una de más de veinte cantores, y otras dos de flautas, con las cuales también tañían rabel y jabebas, y muy buenos maestros de atabales concordados con campanas pequeñas que sonaban sabrosamente. Y con esto este fraile acabó su carta.

151 Lo más principal he dejado para la postre, que fue la fiesta que los cofrades de Nuestra Señora de la Encarnación celebraron; y porque no la pudieron celebrar en la cuaresma, guardáronla para el miércoles de las ochavas. Lo primero que hicieron fue aparejar muy buena limosna para los indios pobres, que no contentos con los que tienen en el hospital, fueron por las casas de una legua a la redonda a repartirles setenta y cinco camisas de hombre y cincuenta de mujer, y muchas mantas y zaragüelles; repartieron también por los dichos pobres necesitados diez carneros y un puerco, y veinte perrillos de los de la tierra, para comer con chile como es costumbre. Repartieron muchas cargas de maíz, y muchos tamales en lugar de roscas, y los diputados y mayordomos que lo fueron a repartir no quisieron tomar ninguna cosa por su trabajo, diciendo que antes habían ellos de dar de su hacienda al hospital, que no tomársela. Tenían su cera hecha, para cada cofrade un rollo, y sin éstos, que eran muchos, tenían sus velas y doce hachas, y sacaron de nuevo cuatro ciriales de oro y pluma muy bien hechos, más vistosos que ricos. Tenían cerca de la puerta del hospital aparejado para representar un auto, que fue la caída de nuestros primeros padres, y al parecer de todos los que lo vieron fue una de las cosas notables que se han hecho en la Nueva España. Estaba tan adornada la morada de Adán y Eva, que bien parecía paraíso de la tierra, con diversos árboles con frutas y flores, de ellas naturales y de ellas contrahechas de pluma y oro; en los árboles mucha diversidad de aves, desde búho y otras aves de rapiña hasta pajaritos pequeños, y sobre todo tenía muy muchos papagayos, y era tanto el parlar y gritar que tenían, que a veces estorbaban la representación; yo conté en un solo árbol catorce papagayos entre pequeños y grandes. Había también aves contrahechas de oro y plumas, que era cosa muy de mirar. Los conejos y liebres eran tantos, que todo estaba lleno de ellos, y otros muchos anima lejos que yo nunca hasta allí los había visto. Estaban dos ocotochles (1) atados, que son bravísimos, que ni son bien gato ni bien onza; y una vez descuidóse Eva y fue a dar en el uno de ellos, y él, de bien criado, desvióse; esto era antes del pecado, que si fuera después, (no) tan en hora buena ella se hubiera allegado. Había otros animales bien contrahechos, metidos dentro unos muchachos; éstos andaban domésticos y jugaban y burlaban con ellos Adán y Eva. Había cuatro ríos o fuentes que salían del paraíso, con sus rótulos que decían Fisón, Geón, Tigris, Eufrates; y el árbol de la vida en medio del paraíso, y cerca de él, el árbol de la ciencia del bien y del mal, con muchas y muy hermosa fruta contrahechas de oro y pluma.

152 Estaban a la redonda del paraíso tres peñoles grandes, y una sierra grande, todo esto lleno de cuanto se puede hallar en una sierra muy fuertil (fértil) y fresca montaña; y todas las particularidades que en abril y mayo se pueden hallar, porque en contrahacer una cosa al natural estos indios tienen gracia singular, pues aves no faltan chicas ni grandes, en especial de los papagayos grandes, que son tan grandes como gallos de España; de éstos había muchos, y dos gallos y una gallina de las monteses, que cierto son las más hermosas aves que yo he visto en parte ninguna; tendría un gallo de aquellos tanta carne como dos pavos de Castilla. A estos gallos les sale del papo una guedeja de cerdas más ásperas que cerdas de caballo, y de algunos gallos viejos son más largas que de un palmo; de éstas hacen hisopos y duran mucho.

153 Había en estos peñoles animales naturales y contrahechos. En uno de los contrahechos estaba un muchacho vestido como león, y estaba desgarrando y comiendo un venado que tenía muerto; el venado era verdadero y estaba en un risco que se hacía entre unas peñas, y fue cosa muy notada.

154 Allegada la procesión, comenzóse luego el auto; tardóse en él gran rato, porque antes que Eva comiese ni Adán consintiese, fue y vino Evél, de la serpiente a su marido y de su marido a la serpiente, tres o cuatro veces, siempre Adán resistiendo, y como indignado alanzaba de sí a Eva; ella rogándole y molestándole decía, que bien parecía el poco amor que le tenía, y que más le amaba ella a él que no él a ella, y echándole (echándose) en su regazo tanto le importunó, que fue con ella al árbol vedado, y Eva en presencia de Adán comió y diole a él también que comiese; y en comiendo luego conocieron el mal que habían hecho y aunque ellos se escondían cuanto podían, no pudieron hacer tanto que Dios no lo viese, y vino con gran majestad acompañado de muchos ángeles; y después que hubo llamado a Adán, él se excusó con su mujer, y ella echó la culpa a la serpiente, maldiciéndolos Dios y dando a cada uno su penitencia. Trajeron los ángeles dos vestiduras bien contrahechas, como de pieles de animales, y vistieron a Adán y a Eva. Lo que más fue de notar fue el verlos salir desterrados llorando: llevaban a Adán tres ángeles y a Eva otros tres, iban cantando en canto de órgano, Círcumdederunt me. Esto fue tan bien representado, que nadie lo vio que no llorase muy recio; quedó un querubín guardando la puerta del paraíso con su espada en la mano. Luego allí estaba el mundo, otra tierra cierto bien diferente de la que dejaban, porque estaba llena de cardos y de espinas, y muchas culebras; también había conejos y liebres. Llegados allí los recién moradores del mundo, los ángeles mostraron a Adán cómo había de cultivar y labrar la tierra, y a Eva diéronle husos para hilar y hacer ropa para su marido e hijos; y consolando a los que quedaban muy desconsolados, se fueron cantando por desecha en canto de órgano un villancico que decía:

Para qué comía
La primer casada
Para qué comía
La fruta vedada.
La primer casada
Ella y su marido,
A Dios han traído
En pobre posada
Por haber comido
La fruta vedada.

Este auto fue representado por los indios en su propia lengua, y así muchos de ellos tuvieron lágrimas y mucho sentimiento, en especial cuando Adán fue desterrado y puesto en el mundo.

155 Otra carta del mismo fraile a su prelado, escribiéndole las fiestas que se hicieron en Tlaxcala por las paces hechas entre el Emperador y el rey de Francia, el prelado se llamaba fray Antonio de Ciudad Rodrigo.

156 Como vuestra caridad sabe, las nuevas vinieron a esta tierra antes de cuaresma pocos días, y los tlaxcaltecas quisieron primero ver lo que los españoles y los mexicanos hacían, y visto que hicieron y representaron la conquista de Rodas, ellos determinaron de representar la conquista de Jerusalén, el cual pronóstico cumpla Dios en nuestros días; y por la hacer más solemne acordaron de la dejar para el día de Corpus Christi, la cual fiesta regocijaron con tanto regocijo como aquí diré.

157 En Tlaxcala, en la ciudad que de nuevo han comenzado a edificar, abajo en lo llano, dejaron en el medio una grande y muy gentil plaza, en la cual tenían hecha a Jerusalén encima de unas casas que hacen para el Cabildo, sobre el sitio que ya los edificios iban en altura de un estado; igualáronlo todo e hinchiéronlo de tierra, y hicieron cinco torres; la una de homenaje en medio, mayor que las otras, y las cuatro a los cuatro cantos; estaban cercadas de una cerca muy almenada, y las torres también muy almenadas y galanas, de muchas ventanas y galanes arcos, todo lleno de rosas y flores. De frente de Jerusalén, en la parte oriental fuera de la plaza, estaba aposentado el emperador; a la parte diestra de Jerusalén estaba el real adonde el ejército de España se había de aposentar; al opósito estaba aparejado para las provincias de la Nueva España; en el medio de la plaza estaba Santa Fe, adonde se había de aposentar el emperador con su ejército: todos estos lugares estaban cercados y por de fuera pintados de canteado, con sus troneras, saeteras y almenas bien al natural.

158 Allegado el Santísimo Sacramento a la dicha plaza, con el cual iban el papa, cardenales y obispos contrahechos, asentáronle en su cadalso, que para esto estaba aparejado y muy adornado cerca de Jerusalén, para que adelante del Santísimo Sacramento pasasen todas las fiestas.

159 Luego comenzó a entrar el ejército de España a poner cerco a Jerusalén, y pasando delante del Corpus Christi atravesaron la plaza y asentaron su real a la diestra parte. Tardó buen rato en entrar, porque era mucha gente repartida en diez escuadrones. Iba en la vanguardia, con la bandera de las armas reales, la gente del reino de Castilla y de León, y la gente del capitán general, que era don Antonio Pimentel, conde de Benavente, con su bandera de sus armas. En la batalla iban Toledo, Aragón y Galicia, Granada, Vizcaya y Navarra. En la retaguardia iban Alemania, Roma e italianos. Había entre todos pocas diferencias de trajes, porque como los indios no los han visto ni lo saben, no lo usan hacer y por esto entraron todos como españoles soldados, con sus trompetas contrahaciendo a las de España, y con sus atambores y pífanos muy ordenados; iban de cinco en cinco en hilera, a su paso de los atambores.

160 Acabados de pasar éstos y aposentados en su real, luego entró por la parte contraria el ejército de la Nueva España repartido en diez capitanías, cada una vestida según el traje que ellos usan en la guerra; éstos fueron muy de ver, y en España y en Italia los fueran a ver y holgaran de verlos. Sacaron sobre sí lo mejor que todos tenían de plumajes ricos, divisas y rodelas, porque todos cuantos en este auto entraron, todos eran señores y principales, que entre ellos se nombran tecutlis ypiles. Iba en la vanguardia Tlaxcala (y) México: éstos iban muy lucidos y fueron muy mirados; llevaban el estandarte de las armas reales y el de su capitán general, que era don Antonio de Mendoza, visorrey de la Nueva España. En la batalla iban los huaxtecas, zempoaltecas, mixtecas, culiuaques y una capitanía que se decían los del Perú e islas de Santo Domingo y Cuba. En la retaguardia iban los tarascos y cuahtemaltecas. En aposentándose éstos, luego salieron a el campo a dar la batalla el ejército de los españoles, los cuales en buena orden se fueron derecho a Jerusalén, y como el soldán los vio venir, que era el marqués del Valle don Hernando Cortés, mandó salir su gente al campo para dar la batalla; y salida, era gente bien lucida y diferenciada de toda la otra, que traían unos bonetes como los usan los moros; y tocada el arma de ambas partes, se ayuntaron y pelearon con mucha grita y estruendo de trompetas, atambores y pífanos, y comenzó a mostrarse la victoria por los españoles, retrayendo a los moros y prendiendo a algunos de ellos, y quedando otros caídos, aunque ninguno herido. Acabado esto, tornóse el ejército de España a recoger a su real en buena orden.

161 Luego tornaron a tocar arma, y salieron los de la Nueva España, y luego salieron los de Jerusalén, y pelearon un rato, y también vencieron y encerraron a los moros en su ciudad, y llevaron algunos cautivos a su real, quedando otros caídos en el campo.

162 Sabida la necesidad en que Jerusalén estaba, vínole gran socorro de la gente de Galilea, Judea, Samaría, Damasco y de todo (la) tierra de Suria (Siria), con mucha provisión y munición, con lo cual los de Jerusalén se alegraron y regocijaron mucho, y tomaron tanto ánimo que luego salieron al campo, y fuéronse derechos hacia el real de los españoles, los cuales les salieron al encuentro, y después de haber combatido un rato comenzaron los españoles a retraerse y los moros a cargar sobre ellos, prendiendo algunos de los que se desmandaron, y quedando también algunos caídos. Esto hecho, el capitán general despachó un correo a Su Majestad, con una carta de este tenor:

163 Será Vuestra Majestad sabedor cómo allegó el ejército aquí sobre Jerusalén, y luego asentamos real en lugar fuerte y seguro, y salimos al campo contra la ciudad, y los que dentro estaban salieron al campo, y habiendo peleado, el ejército de los españoles, criados de Vuestra Majestad, y vuestros capitanes y soldados viejos así peleaban que parecían tigres y leones; bien se mostraron ser valientes hombres, y sobre todos pareció hacer ventaja la gente del reino de León. Pasado esto vino gran socorro de moros y judíos con mucha munición y bastimentos, y los de Jerusalén como se hallaron favorecidos, salieron al campo y nosotros les salimos al encuentro. Verdad es que cayeron algunos de los nuestros, de la gente que no estaba muy diestra ni se habían visto en campo con moros; todos los demás están con mucho ánimo, esperando lo que Vuestra Majestad será servido mandar para obedecer en todo. De Vuestra Majestad siervo y criado. -Don Antonio Pimentel.

164 Vista la carta del capitán general, responde el emperador en este tenor: A mi caro y muy amado primo, don Antonio Pimentel, capitán general del ejército de España.

165 Vi vuestra letra, con la cual holgué en saber cuán esforzadamente lo habéis hecho. Tendréis mucho cuidado que de aquí adelante ningún socorro pueda entrar en la ciudad, y para esto pondréis todas las guardas necesarias, y hacerme heis sabes si VUestro real está bien proveído; y saber cómo he sido servido de esos caballeros, los cuales recibirán de mí muy señaladas mercedes; y encomendadme a todos esos capitanes y soldados viejos, y sea Dios en vuestra guarda. -Don Carlos Emperador.

166 En esto ya salía la gente de Jerusalén contra el ejército de la Nueva España, para tomar venganza del reencuentro pasado, con el favor de la gente que de refresco había venido, y como estaban sentidos de lo pasado, querían vengarse, y comenzada la batalla, pelearon valientemente, hasta que finalmente la gente de las islas comenzó a aflojar y a perder el campo de tal manera, que entre caídos y presos no quedó hombre de ellos. A la hora el capitán general despachó un correo a Su Majestad con una carta de este tenor:

167 Sacra, Cesárea, Católica Majestad:

168 Emperador, semper augusto, Sabrá Vuestra Majestad cómo yo vine con el ejército sobre Jerusalén, y asenté real a la siniestra parte de la ciudad, y salimos contra los enemigos que estaban en el campo, y vuestros vasallos los de la Nueva España lo hicieron muy bien, derribando muchos moros, y los retrajeron hasta meter por las puertas de su ciudad, porque los vuestros peleaban como elefantes y como gigantes. Pasado esto les vino muy gran socorro de gente y artillería munición y bastimento; luego salieron contra nosotros, y nosotros les salimos al encuentro, y después de haber peleado gran parte del día, desmayó el escuadrón de las islas y de su parte echaron en gran vergüenza a todo el ejército, porque como no eran diestros en las armas, ni traían armas defensivas, ni sabían el apellido de llamar a Dios, no quedó hombre que no cayese en manos de los enemigos. Todo el resto de las otras capitanías están muy buenas. De Vuestra Majestad siervo y menor criado. -Don Antonio de Mendoza,

169 Respuesta del Emperador.

170 Amado pariente y mi gran capitán sobre todo el ejército de la Nueva España. Esforzaos como valiente guerrero y esforzad a todos esos caballeros y soldados; y si ha venido socorro a esa ciudad, tener por cierto que de arriba del cielo vendrá nuestro favor y ayuda. En las batallas, diversos son los acontecimientos, y el que hoy vence mañana es vencido, y el que (fue) vencido otro día es vencedor. Yo estoy determinado de luego esta noche sin dormir sueño andarla toda y amanecer sobre Jerusalén. Estaréis apercibido y puesto en orden con todo el ejército, y pues tan presto seré con vosotros, sed consolados y animados: y escribid luego al capitán general de los españoles para que también esté a punto con su gente, porque luego como yo allegue, cuando pensaren que allego fatigado, demos sobre ellos y cerquemos la ciudad, yyo iré por la frontera, y vuestro ejército por la siniestra parte, y el ejército de España por la parte derecha, por manera que no se pueda (n) escapar de nuestras manos. Nuestro Señor sea en vuestra guarda.

171 Don Carlos, Emperador.

172 Esto hecho, por una parte de la plaza entró el emperador, y con él el rey de Francia y el rey de Hungría, con sus coronas en las cabezas; y cuando comenzaron a entrar por la plaza, saliéronle a recibir por la una banda el capitán general de España con la mitad de su gente, y por la otra el capitán general de la Nueva España, y de todas partes traían trompetas y atabales y cohetes que echaban muchos, los cuales servían por artillería. Fue recibido con mucho regocijo y con gran aparato, hasta aposentarle en su estancia de Santa Fe. En esto los moros mostraban haber cobrado gran temor, y estaban todos metidos en la ciudad; y comenzando la batería, los moros se defendieron muy bien. En esto el maestro de campo, que era Andrés de Tapia, había ido con un escuadrón a reconocer la tierra detrás de Jerusalén, y puso fuego a un lugar, y metió por medio de la plaza un hato de ovejas que había tomado. Tomados a retraer cada ejército a su aposento, tornaron a salir al campo solos los españoles, y como los moros los vieron venir y que eran pocos, salieron a ellos y pelearon un rato, y como de Jerusalén siempre saliese gente, retrajeron a los españoles y ganáronles el campo, y prendieron algunos y metiéronlos a la ciudad. Como fue sabido por su majestad, despachó luego un correo al Papa con esta carta:

173 A nuestro muy Santo Padre:

174 Oh muy amado padre nuestro! ¿Quién como tú que tan alta dignidad posea en la tierra? Sabrá tu Santidad cómo yo he pasado a la Tierra Santa, y tengo cercada a Jerusalén con tres ejércitos. En el uno estoy yo en persona; en el otro, españoles; el tercero es de naturales; y entre mi gente y los moros ha habido hartos reencuentros y batallas, en las cuales mi gente ha preso y herido muchos de los moros; y después de esto ha entrado en la ciudad gran socorro de moros y judíos, con mucho bastimento y munición. Como vuestra Santidad sabrá del mensajero, yo al presente estoy con mucho cuidado hasta saber el suceso de mi viaje; suplico a tu Santidad me favorezcas con oraciones y ruegues a Dios por mí y por mis ejércitos, porque yo estoy determinado de tomar a Jerusalén y a todos los otros lugares santos, o morir sobre esta demanda, por lo cual humildemente te ruego que desde allá a todos nos eches tu bendición. -Don Carlos, Emperador.

175 Vista la carta por el Papa, llamó a los cardenales, y consultada con ellos, la respuesta fue ésta:

176 Muy amado hijo mío: Vi tu letra con la cual mi corazón ha recibido grande alegría, y he dado muchas gracias a Dios porque así te ha confortado y esforzado para que tomases tan santa empresa; sábete que Dios es tu gracia, y de todos tus ejércitos. Luego a la hora se hará lo que quieres, y así mando luego a mis muy amados hermanos los cardenales, y a los obispos con todos los otros prelados, órdenes de San Francisco y Santo Domingo, y a todos los hijos de la Iglesia, que hagan sufragio; y para que esto tenga efecto, luego despacho y concedo un gran jubileo para toda la cristiandad. El Señor sea con tu ánima. Amén.

177 Tu amado Padre. -El Papa.

178 Volviendo a nuestros ejércitos, como los españoles se vieron por dos veces retraídos, y los moros los habían encerrado en su real, pusiéronse todos de rodillas hacia donde estaba el Santísimo Sacramento demandándole ayuda, y lo mismo hicieron el Papa y cardenales; y estando todos puestos de rodillas, apareció un ángel en la esquina de su real, el cual consolándolos dijo: Dios ha oído vuestra oración, y le ha placido mucho vuestra determinación que tenéis de morir Por su honra y servicio en la demanda de Jerusalén, porque lugar tan santo no quiere que más le posean los enemigos de la fe; y ha querido poneros en tantos trabajos para ver vuestra constancia y fortaleza; no tengáis temor que vuestros enemigos prevalezcan contra vosotros, y para más seguridad os enviará Dios a vuestro patrón el apóstol Santiago. Con esto quedaron todos muy consolados y comenzaron a decir: Santiago, Santiago, patrón de nuestra España; en esto entró Santiago en un caballo blanco como la nieve y él mismo vestido como lo suelen pintar; y como entró en el real de los españoles, todos le siguieron y fueron contra los moros que estaban delante de Jerusalén, los cuales fingiendo gran miedo dieron a huir, y cayendo algunos en el camino, se encerraron en la ciudad; y luego los españoles la comenzaron a combatir, andando siempre Santiago en su caballo dando vueltas por todas partes, y los moros no osaban asomar a las almenas por el gran miedo que tenían; entonces los españoles, sus banderas tendidas, se volvieron a su real. Viendo esto el otro ejército de los naturales o gente de la Nueva España y que los españoles no habían podido entrar en la ciudad, ordenando sus escuadrones fuéronse de presto a Jerusalén, aunque los moros no esperaron a que llegasen, sino que saliéronles al encuentro, y peleando un rato iban los moros ganando el campo hasta que los metieron en su real, sin cautivar ninguno de ellos; hecho esto, los moros con gran grita se tomaron a su ciudad. Los cristianos viéndose vencidos recurrieron a la oración, y llamando a Dios que les diese socorro, y lo mismo hicieron el Papa y cardenales. Luego les apareció otro ángel en lo alto del real, y les dijo: aunque sois tiernos en la fe os ha querido Dios probar, y quiso que fuésedes vencidos para que conozcáis que sin su ayuda valéis poco; pero ya que os habéis humillado, Dios ha oído vuestra oración, y luego vendrá en vuestro favor el abogado y patrón de la Nueva España, San Hipólito, en cuyo día los españoles con vosotros los tlaxcaltecas ganasteis a México. Entonces todo el ejército de naturales comenzaron a decir: San Hipólito, San Hipólito. A la hora entró San Hipólito encima de un caballo morcillo, y esforzó y animó a los naturales, y fuese con ellos hacia Jerusalén; y también salió de la otra banda Santiago con los españoles, y el emperador con su gente tomó la frontera, y todos juntos comenzaron la batería, de manera que los que en ella estaban aún en las torres, no se podían valer de las pelotas y varas que les tiraban. Por las espaldas de Jerusalén, entre dos torres, estaba hecha una casa de paja harto larga, a al cual al tiempo de la batería pusieron fuego, y por todas las otras partes anda(ba) la batería muy recia, y los moros al parecer con determinación de antes morir que entregarse con ningún partido. De dentro y de fuera andaba el combate muy recio, tirándose unas pelotas grandes hechas de espaldañas, y alcancías de barro secas al sol llenas de almagre mojado, que al que acertaban parecían que quedaba mal herido y lleno de sangre, y lo mismo hacían con unas tunas coloradas. Los flecheros tenían en las cabezas de las viras unas bolsillas llenas de almagre, que doquiera que daban parecía que sacaban sangre; tirábanse también cañas gruesas de maíz. Estando en el mayor hervor de la batería apareció en el homenaje el arcángel San Miguel, de cuya voz y visión así los moros como los cristianos espantados dejaron el combate e hicieron silencio; entonces el arcángel dijo a los moros: Si Dios mirase a vuestras maldades y pecados y no a su gran misericordia, ya os habría puesto en el profundo del infierno, y la tierra se hubiera abierto y tragádoos vivos; pero porque habéis tenido reverencia a los lugares santos quiere usar con vosotros su misericordia y esperaros a penitencia, si de todo corazón a El os convertís; por tanto, conoced al Señor de la Majestad, criador de todas las cosas, y creed en su preciosísimo hijo Jesucristo, y aplacadle con lágrimas y verdadera penitencia. Y esto dicho, desapareció. Luego el soldán que estaba en la ciudad habló a todos los moros diciendo: Grande es la bondad y misericordia de Dios, pues así nos ha querido alumbrar estando en tan gran ceguedad de pecados; ya es llegado el tiempo en que conozcamos nuestro error: hasta aquí pensábamos que peleábamos con hombres, y ahora vemos que peleamos con Dios y con sus santos y ángeles; ¿quién les podrá resistir? Entonces respondió su capitán general, que era el adelantado don Pedro de Alvarado, y todos con él dijeron: que se querían poner en manos del emperador, y que luego el soldán tratase de manera que les otorgasen las vidas, pues los reyes de España eran clementes y piadosos, y que se querían bautizar. Luego el soldán hizo señal de paz, y envió un moro con una carta al emperador de esta manera:

179 Emperador Romano, amado de Dios: Nosotros hemos visto claramente cómo Dios te ha enviado favor y ayuda del ciclo; antes que esto yo viese pensaba de guardar mi ciudad y reino, y de defender mis vasallos, y estaba determinando de morir sobre ello; pero que (como) Dios del cielo me haya alumbrado, conozco que tú sólo eres capitán de su ejército; yo conozco que todo el mundo debe obedecer a Dios, y a ti que eres su capitán en la tierra. Por tanto en tus manos ponemos nuestras vidas, y te rogamos que te quieras allegar cerca de esta ciudad, para que nos des tu real palabra y nos concedas las vidas, recibiéndonos con tu continua clemencia por tus naturales vasallos.

180 Tu siervo. -El Gran Soldán de Babilonia.

181 Y tlatoa (2) de Jerusalén.

182 Leída la carta, luego se fue el emperador hacia las puertas de la ciudad, que ya estaban abiertas, y el soldán les salió a recibir muy acompañado, y poniéndose delante del emperador de rodillas, le dio la obediencia y trabajó mucho por le besar la mano; y el emperador levantándole le tomó por la mano, y llevándole delante del Santísimo Sacramento, adonde estaba el Papa, y allí dando todos gracias a Dios, el Papa le recibió con mucho amor. Traía también muchos turcos o indios adultos, de industria, que tenían para bautizar, y allí públicamente demandaron el bautismo a el Papa, y luego Su Santidad mandó a un sacerdote que los bautizase, los cuales actualmente fueron bautizados. Con esto se partió el Santísimo Sacramento, y tornó a andar la procesión por su orden.

183 Para la procesión de este día de Corpus Christi tenían tan adornado todo el camino y calles, que decían muchos españoles que se hallaron presentes: quien esto quisiera contar en Castilla, decirle han que está loco, y que se alarga y lo compone; porque iba el Sacramento entre unas calles hechas todas de tres órdenes de arcos medianos, todos cubiertos de rosas y flores muy bien compuestas y atadas; y estos arcos pasaban de mil y cuatrocientos, sin otros diez arcos triunfales grandes, debajo de los cuales pasaba toda la procesión. Había seis capillas con sus altares y retablos; todo el camino iba cubierto de muchas yerbas olorosas y diversas. Había también tres montañas contrahechas muy a el natural con sus peñones, en las cuales se representaron tres autos muy buenos.

184 En la primera, que estaba luego abajo del patio alto, en otro patio bajo a do se hace una gran plaza, aquí se representó la tentación del Señor, y fue cosa en que hubo mucho que notar, en especial verlas representar a indios. Fue de ver la consulta que los demonios tuvieron para haber de tentar a Cristo, y quién sería el tentador; ya que se determinó que fuese Lucifer, iba muy contrahecho ermitaño; sino que dos cosas no pudo encubrir, que fueron los cuernos y las uñas que de cada dedo, así de las manos como de los pies, le salían unas uñas de hueso tan largas como medio dedo; y hecha la primera y segunda tentación, la tercera fue en un peñón muy alto, desde el cual el demonio con mucha soberbia contaba a Cristo todas las particularidades y riquezas que había en la provincia de la Nueva España; y de aquí saltó en Castilla, adonde dijo, que demás de muchas naos y gruesas armadas que traía por la mar con muchas riquezas, y muy gruesos mercaderes de paños, y sedas, y brocados, dijo otras muchas particularidades que tenía, y entre otras dijo que tenía muchos vinos y muy buenos, a lo cual todos picaron, así indios como españoles, porque los indios todos se mueren por nuestro vino. Y después que dijo de Jerusalén, Roma, África y Europa, y Asia, y que todo se lo daría, respondiendo el Señor: Vade Satana, cayó el demonio; y aunque quedó encubierto en el peñón, que era hueco, los otros demonios hicieron tal ruido, que parecía que toda la montaña iba con Lucifer a parar a el infierno. Vinieron luego los ángeles con comida para el Señor, que parecía que venían del cielo, y hecho su acatamiento pusieron la mesa y comenzaron a cantar.

185 Pasando la procesión a otra plaza, en otra montaña se representó cómo San Francisco predicaba a las aves, diciéndoles por cuántas razones eran obligadas a alabar y bendecir a Dios, por las proveer de mantenimientos sin trabajo de coger, ni sembrar, como los hombres, que con mucho trabajo tienen su mantenimiento; asimismo por el vestir de que Dios las adorna con hermosas y diversas plumas, sin ellas las hilar ni tener, y por el lugar que les dio, que es el aire, por donde se pasean y vuelan. Las aves allegándose a el santo parecía que le pedían su bendición, y él se la dando les encargó que a las mañanas y a las tardes loasen y cantasen a Dios. (Ya) se iban, y como el santo se abajase de la montaña, salió de través una bestia fiera del monte, tan fea que a los que la vieron así de sobresalto les puso un poco de temor; y como el santo la vio hizo sobre ella la señal de la cruz, y luego se vino para ella; y reconociendo que era una bestia que destruía los ganados de aquella tierra, la reprendió benignamente y la trajo consigo al pueblo, a do estaban los señores y principales en su tablado, y allí la bestia hizo señal que obedecía, y dio la mano de nunca más hacer daño en aquella tierra; y con esto se fue la fiera alimaña. Quedándose allí el santo comenzó su sermón diciendo: que mirasen cómo aquel bravo animal obedecía la palabra de Dios, y que ellos que tenían razón, y muy grande obligación de guardar los mandamientos de Dios, y estando diciendo esto salió uno fingiendo que venía beodo, cantando muy al propio que los indios cantaban cuando se embeodaban; y como no quisiese dejar de cantar y estorbarse el sermón, amonestándole que callase, si no que se iría al infierno, y él perseverase en su cantar, llamó San Francisco a los demonios de un fiero y espantoso infierno que cerca a ojo estaba, y vinieron muy feos, y con mucho estruendo asieron al beodo y daban con él en el infierno. Tomaba luego el santo a proceder con el sermón y salían unas hechiceras muy bien contrahechas, que con bebedizos en esta tierra muy fácilmente hacen malparir a las preñadas, y como también estorbasen la predicación y no cesasen, venían también los demonios y poníanlas en el infierno. De esta manera fueron representados y reprendidos algunos vicios en este auto. El infierno tenía una puerta falsa por do salieron los que estaban dentro; y salidos los que estaban dentro pusiéronle fuego, el cual ardió tan espantosamente que pareció que nadie se había escapado, sino que demonios y condenados todos ardían y daban voces y gritos las ánimas y los demonios; lo cual ponía mucha grima y espanto aun a los que sabían que nadie se quemaba. Pasando adelante el Santísimo Sacramento había otro auto, y era del sacrificio de Abraham, el cual por ser corto y ser ya tarde no se dice más de que fue muy bien representado. Y con esto volvió la procesión a la iglesia.




Notas

(1) Ocotochtli: marta animal o gato montés, según el Vocabulario en lengua castellana y mexicana, de fray Alonso de Molina, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1944.

(2) Tlatoani, señor, el que habla, superior en las relaciones de poder.

Índice de Historia de los indios de la Nueva España de Fray Toribio de BenaventeTratado Primero - Capítulo XIVTratado Segundo - PreámbloBiblioteca Virtual Antorcha