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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 40 - OTRA POLÍTICA

LA REACCIÓN INDUSTRIAL




El regreso a la normalidad fabril norteamericana después de la Gran Guerra, marcó el final de una etapa manufacturera mexicana; porque, en efecto, improvisada una producción nacional complementaria con el objeto de abastecer al mercado interior, de los artículos que anteriormente eran importados y que por razón de la conflagración mundial no llegaban más al país, tal producción complementaria sufrió una crisis, con perjuicio no sólo de improvisados capitales, antes también de la mano de obra. Talleres, en su mayoría clandestinos, que servían al consumo nacional, empezaron a suspender sus trabajos, produciendo con ello trances crediticios que en su generalidad debieron dañar a prestamistas particulares. Las instituciones bancarias registraron a su vez bajas en sus depositantes.

Ahora bien: si los improvisados talleres organizados durante la conflagración universal no dejaron al país provechos industriales sólidos, sí produjeron una gran enseñanza de manufactura y prepararon a numerosos grupos de jóvenes que quedaron aptos, ya para ser útiles al comercio moderno, ya a fin de ingresar al tecnicismo manufacturero; y fue este suceso del que se aprovechó Alemán para dar vuelos a sus proyectos de industrialización. No constituyó tal acontecimiento una revolución, sino una reacción propia a una condición ficticia y dramática que se presentaba a la vista del país.

Encaminando a la Nación a tal fin, el Presidente empezó por alentar la organización de la industria de transformación mediante la reunión de un congreso (abril, 1947).

Hallábase la industria, como queda dicho, hondamente resentida por las primeras consecuencias de la posguerra. Los descensos en la producción de textiles, del vestido, de cervezas y cigarros parecían irrefrenables; pues si durante la guerra tales producciones soportaron las elevadas cuotas o escaseces de energía eléctrica o de petróleo, ahora, vueltas las cosas a la normalidad, no era posible competir con los productos extranjeros. Para esto, se hizo indispensable el requerimiento de una combustión barata.

Así, una de las primeras empresas del Estado, consistió en aumentar a un sesenta por ciento la capacidad de energía eléctrica.

La Comisión Federal de Electricidad, que en un período de diez años había establecido cuarenta y seis plantas con una producción de ciento catorce mil kilovatios, elevó sus construcciones, durante el primer año del presidenciado de Alemán a veinticuatro mil kilovatios más, no sin aprovechar los proyectos de Avila Camacho que dejó un legado de otros veinticuatro mil. El plan de Alemán, que tomó gran desarrollo consistió en proporcionar al país en seis años un rendimiento de cuatrocientos noventa mil kilovatios.

Sin embargo, para los planes industriales del Presidente no bastaba el acrecentamiento de la energía eléctrica. A una naciente manufactura que iba a producirse por reacción y a manera de complemento formal y definitivo para las viejas y rutinarias actividades fabriles de México, era indispensable una política proteccionista; y al efecto, el Estado resolvió cerrar las puertas nacionales, primero a las importaciones suntuarias; después, a los artículos extranjeros que hacían o podían competir con los fabricados en el país.

Empezó así una preocupación oficial acerca de las balanzas comerciales con Estados Unidos y Europa. Consideróse que la principal política económica y hacendaría de México debería consistir en la nivelación de las balanzas; porque todo se presentó desfavorable a México en ese renglón a excepción del comercio con los países asiáticos. En éstos, México registró un saldo favorable de ciento noventa y cuatro millones de pesos.

Dirigidos, pues, todos los esfuerzos del gobierno a fin de nivelar y consolidar la balanza exterior, el Presidente inició una nueva era de créditos exteriores estimulando a la iniciativa privada con el objeto de sustituir, en primer término, las onerosas importaciones de productos químicos, que ascendían anualmente (1947) a sesenta y un millones de pesos; y después las concernientes a vehículos de motor que en 1948 extrajeron del país doscientos veinte millones de pesos, a pesar de que el ochenta por ciento de las unidades mecánicas eran ensambladas en México.

Asociado a estos extremos celos que el Gobierno puso en las importaciones, marcharon los créditos, que al final de 1947, adquirieron grandes proporciones, de manera que la promoción audaz estuvo de plácemes; ahora que como tal empresa tenía numerosas limitaciones dentro del campo particular, debido a que no existía una clase manufacturera mexicana competente en experiencia y audacia, los funcionarios públicos, sin necesidad de poner en peligro sus ahorros se lanzaron a la organización y conquista de la industria nacional, con fondos que, sin previsiones de carácter político, ofrecían las instituciones bancarias, ya del Estado, ya de particulares.

Autorizados como estaban los bancos de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas y Veracruz, para otorgar créditos a la industria ganadera, los líderes políticos y funcionarios del Estado, auxiliados, estimulados y dirigidos por árabes y judíos se aprovecharon de la coyuntura para hacer negocios aun cuando no conocían la materia; y si los bancos capitalizadores habían tenido un poderoso influjo en la vida financiera del país, ahora surgían con muchos vuelos las sociedades financieras, de las cuales en breve plazo quedaron fundadas noventa y tres, con un capital de treinta y siete millones de pesos. La facilidad, pues, para que de la clase media surgieran banqueros y que la juventud diese un tipo de financiero audaz, promovió un destino económico al país.

Nacieron enseguida, las sociedades de crédito hipotecario, que en número de veintiuna operaron a los comienzos de 1948, con un capital de doscientos cinco millones de pesos. El dinero crecía en número, velocidad, provechos y asociados. El ahorrador halló el estímulo de los altos rendimientos financieros e hipotecarios; y como día a día se acrecentaba la solicitud crediticia, el prestamismo alcanzó, en financieras e hipotecarias el rédito de 13.5 por ciento anual.

El auge de los bancos, que en nada desmerecía a los tres años anteriores a la Revolución, no obstante que en su función correspondían a la vigilancia precisa y exacta del Estado, pudo ser conocido gracias a que sus cajas se manifestaban con dos mil ochocientos y seis millones de pesos. Así, él poder financiero de México fue haciéndose realidad a pesar de originarse en una reacción económica y no en una formación económica. El dinero empezó a abundar; la gente a glorificarlo, y a buscarlo de buena o mala manera. De esto, surgió el sistema de la mordida.

Esto no obstante, lejos estaba el país de una riqueza positiva capaz de dar el bienestar a la sociedad, sobre todo a la sociedad rural que apenas andaba en los primeros pasos de su reivindicación. Así y todo, el Presidente se dispuso a dar prisa a sus planes para sobresalir a aquella situación o a fin de prever cualquier estado angustioso.

Al efecto, con el propósito de estimular a los inversionistas y de poner a la mano del público el comienzo de una realidad industrial, el Gobierno proyectó y fundó un complejo fabril en el pueblo de Tlalnepantla que, elegido muy sagazmente, por su cercanía a la Capital y por ser cruce de ferrocarrileros y energía eléctrica, en pocos meses entró a las vías de la prosperidad. Asimismo y a par de formalizar los arreglos sobre la deuda ferrocarrilera y del petróleo, determinó prolongar las carreteras, para que éstas alcanzaran una longitud de treinta y cinco mil a cuarenta y cinco mil kilómetros. Procedió a modernizar las refinerías de petróleos y a acrecentar el número de perforaciones en busca de nuevos mantos de aceite, ordenando también la reanudación de las exploraciones geológicas en el noroeste de México y en las zonas de Tamulipas y del Istmo.

Adelantóse con esto la inversión del Estado hasta hacerse temeraria. Así, el número de empresas oficiales o casi oficiales ascendió a setenta y dos. Las operaciones del Banco Nacional de Comercio Exterior, respondiendo a las órdenes del Estado, no obstante la caída de los productos exportables pasó la línea de ciento cincuenta millones de pesos anuales. Por otra parte, el país pudo devolver al exterior las divisas acumuladas durante la guerra, y sin detener su obra, Alemán dispuso que el año de 1948 fuese recibido con un vasto plan de obras públicas; después, fundó una institución llamada del Ahorro Nacional, expidiendo bonos, por los que el Estado pagó réditos inmorales y casi suicidas.

Como para el acrecentamiento de obras públicas, el gobierno requirió un aumento en las importaciones de maquinaria, la reserva del fondo de estabilización monetaria decreció; y todos los remedios puestos en juego para evitar nuevos descensos, fueron inútiles. Las únicas medidas que parecieron salvadoras constituían un alto en el progreso de la nación.

De esta suerte, la desvalorización del peso se hizo inminente; y como las desvalorizaciones a partir de la Revolución monetaria que concluyó con la supresión del patrón de oro en 1931, había proporcionado mucha experiencia financiera al Estado por lo que respecta al influjo que tenía en el público, así como los resultados que operaban sobre la economía nacional, el Presidente dictó medidas de previsión; y a los primeros días de julio (1948), el Banco de México se retiró del mercado de cambios, con lo cual el precio del dólar quedó fluctuado entre ocho y nueve pesos mexicanos. Así, el camino hacia la desvalorización de la moneda nacional quedó abierto, y el país entró a otro campo de realidades.

Para México, a pesar de las desvalorizaciones de 1938 y 1940, que otorgaron al dólar el precio de cuatro pesos con ochenta y cinco centavos, la moneda nacional parecía intocable, de suerte que los primeros síntomas de un nuevo descenso monetario produjeron desconcierto y automáticamente todos los precios propendieron al alza.

Para esto, sin embargo, estaba preparado el Gobierno, que prontamente congeló rentas y salarios y estableció reglas a fin de evitar excesos en las ventas de víveres; y gracias a tales medidas, poco sufrió la normalidad nacional, sosteniéndose al salario promedio para los obreros en doscientos setenta y un pesos, mientras el poder de compra sólo tuvo un aumento de tres por ciento.

Halagado por los favorables resultados de la desvalorización; favorecido asimismo por el estanco lógico de las importaciones que se mermaron sin dañar los tratos y créditos exteriores, así como por los acrecentamientos que la moneda nacional dio desde luego a las exportaciones, el Estado se dispuso a hacer efectivas sus grandes empresas conexivas a las obras públicas.

Por otra parte, debido a la firmeza y templanza que el Gobierno siguió en seguida de la desvalorización, el país volvió a la confianza y reanudó sus ensoñaciones de prosperidad a las que le habían conducido el vehemente pragmatismo de Alemán; y ello sin que las bases de una industrialización pudiesen estar consolidadas, toda vez que aquella era no correspondía a la existencia y acopio de riqueza física nacional, sino al régimen de la omnipotencia presidencial.

Sin embargo, la perspicacia de Alemán sustituía la falta de fuentes originales de riqueza, de manera que el Presidente poniendo en movimiento los recursos del fisco y de sus empresas auxiliares pidió crear una moral popular de tanta fuerza, que empezó para el país una época de bonanza inesperada, dentro de la cual cada individuo y cada establecimiento no parecía tener otro objeto que el de sobresalir en la vida cotidiana de la Nación.
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