Presentación de Omar CortésCapítulo trigésimo octavo. Apartado 4 - México en la gran guerraCapítulo trigésimo nono. Apartado 2 - Movilización agrícola Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 39 - POSGUERRA

CONSECUENCIAS DE LA GUERRA




No requirió el general Avila Camacho de muchos esfuerzos, para sembrar la confianza de su gobierno en todos los ámbitos de la nación, principalmente entre los individuos de medianos recursos económicos, como en los medios de los grandes intereses; y esto se debió a que si no existía ningún desquiciamiento en la economía nacional, sí existían tantas dudas sobre el porvenir de ahorradores, propietarios y empresarios mercantiles, que éstos tenían sembrada la República de supuestos temores y amenazas.

A desvanecer tales eventualidades y supercherías, sirvió la política de democracia internacional guiada por el licenciado Padilla, de una parte, de otra parte, las fórmulas conciliatorias del secretario de gobernación Miguel Alemán, quien no obstante las desafiantes maneras con que procedían los radicales y comunistas, que para los aprovechamientos del partido izquierdista extremo, hicieron de la expropiación petrolera una ortodoxia aparentemente de pura cepa nacionalista; las formulas conciliatorias de Alemán, se dice, fijaron que los capitalistas norteamericanos podían contribuir al desarrollo de la industria petrolera; y en efecto, si el gobierno alentaba al inversionismo de Estados Unidos, no se hallaba razón ni ley que excluyera a la industria dicha, del crédito norteamericano, sobre todo por corresponder los hidrocarburos a un mercado internacional, del cual no podía desligarse más que en el orden de la administración doméstica.

Esta explicación sobre el inversionismo fue circundada por leyes, con el objeto de promover nuevas empresas, y con esto, el gobierno expidió la destinada a la industria de transformación, que abrió nuevos horizontes a la manufactura; quedó asimismo reformada, la ley de instituciones de crédito y organizaciones auxiliares. Reglamentóse también el régimen del banco para el pequeño comercio, y se dieron nuevos sistemas legales a la navegación de cabotaje, a las instituciones de seguros, a las compensaciones de emergencias, al salario insuficiente y turismo, así como se iniciaron los trabajos oficiales para organizar una idea que no era propia de México; que no tenía tradición ni antecedentes nacionales, porque advertida su utilidad social, los caudillos políticos consideraron oportuno ponerla en marcha. Tal idea, ya materializada, constituyó el establecimiento del seguro social.

Esta obra, sin embargo, era pequeña para rehacer una temporada perdida con reuniones multitudinarias, promesas populistas, ensayos económicos, experiencias de colectivizaciones agrarias y agrupamientos sindicales; también, para el caso de que México tuviese que ser parte efectiva, como ya estaba a la vista, de la guerra mundial. Esto último se acrecentaba, porque la pregunta de cuál sería la contribución mexicana en la conflagración, golpeaba con fuerza el pensamiento de la gente; pues si de un lado había posibilidad de que México diese sangre a la guerra; de otro lado, los recursos del trabajo y de la riqueza estaban tan mermados, que hacía temer que el compromiso de la solidaridad americana tuviese más adelante el carácter de una pesada carga o responsabilidad para el país.

El Presidente, con satisfacción, había hecho saber al Congreso de la Unión (1° de septiembre) que en el primer semestre de 1941, las recaudaciones del fisco sumaban doscientos sesenta y ocho millones de pesos, lo cual hacía exacta una mejoría de la hacienda pública, estando el Gobierno en aptitud de reanudar el pago de la antigua deuda exterior, reabriéndose así las puertas de crédito en Estados Unidos, que era la única potencia solvente en esos días de guerra en Europa. Además, para dar seguridad al crédito extranjero, el Gobierno dio base a los preliminares de un tratado de comercio entre México y Estados Unidos.

A partir de estas negociaciones, Avila Camacho proyectó acrecentar la producción petrolera aparte de sus problemas técnicos, tenía encima demandas obreras progresivas desde la expropiación, puesto que habiéndose fundado ésta no en una doctrina, sino en el incumplimiento o negativas de las empresas extranjeras respecto a salarios y prestaciones exigidas por los trabajadores, éstos se creían con el derecho de pedir en esta ocasión al Estado, las mismas prestaciones y salarios que el capital forastero se había negado a conceder. Así, muy embarazosa era la condición dentro de la empresa oficial, y las demandas laborales surgían una tras otra, principalmente tratando de acortar las excesivas jornadas de trabajo.

Con todo esto, la producción de petróleo que en los años de 1937 a 1941, disminuyó de 105 a 06.3, no podía recobrarse de su sensible baja.

El total de la producción, al final de 1942, ascendió a treinta y cinco millones de barriles, lo cual, aunque denotante de un alivio económico para la industria, no era así; porque los gastos, sólo en lo referente a salarios, sufrieron un aumento de cuarenta millones de pesos, en el período de 1936 a 1941.

Existía, sin embargo, la esperanza de que el gobierno pudiese vencer todos los males de tal industria, porque firmado un convenio (19 de noviembre, 1941), para el pago a las compañías expropiadas, se presentó la posibilidad de que el petróleo mexicano pudiese reabrir sus mercados exteriores a pesar de la guerra. El convenio de pagos, que limitó a un veinte por ciento las reclamaciones de las empresas expropiadas, quedó con un reconocimiento de pagos por valor de veintitrés millones de dólares.

Pero no era este arreglo la única esperanza de mejoramiento que tuvo el país para sentirse reconfortado al final de ese año, que fue tan conmovedor para el género humano, sobre todo para el del Continente americano que concurría muy bizarramente a una conflagración universal.

México, al final de 1942, aunque con extremada cautela y no pocas reticencias, estaba en una guerra, que a su vez correspondía a México con creces. La economía nacional que pasó días aflictivos empezó a recuperarse, como si lo brutal sirviese a manera de bálsamo a algunos pueblos; y entre las manifestaciones de recuperación estuvo el acrecentamiento en la circulación monetaria, que al llegar el mes de enero (1942), ascendió a ochocientos cincuenta y seis millones de pesos

También ocurrió un progreso en los créditos bancarios; pues al iniciarse el año de 1942, sumaron doscientos siete millones en un solo semestre.

La minería y la industria siderúrgica, cuyo desarrollo ha sido siempre paralelo a las guerras, recibieron bien pronto substanciales provechos. El despertar minero, como si con ello se hubiese querido celebrar el sesquicentenario de la fundación (1792) del Real Seminario de Minería, se anunció con la vigencia de dieciocho mil cuatrocientos cuarenta y cuatro títulos minas, con una superficie explotada, de un millón seiscientas mil hectáreas. La sola producción de grafito durante los tres primeros meses de 1942, ascendió a dieciséis millones de kilogramos, que fueron exportados en su totalidad. La Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, por su parte, tuvo ventas por valor de treinta y cinco millones de pesos, mientras en Monclova, los intereses de la Nacional Financiera asociados a particulares, se dieron prisa para la instalación de un horno alto y una laminadora, y al caso, tanto la Nacional Financiera como los accionistas privados suscribieron un capital de cuarenta y dos millones de pesos.

A ese recomenzar de la economía nacional, se agregó, en esos días, una política de tolerancia favorable a los poderosos agentes económicos extranjeros; porque en efecto, la emigración de capitales de las potencias industriales comprometidas militarmente en la guerra, halló en México un campo amable, atrayente y contemporizador; tan contemporizador que el país recibió a los fortuitos inversionistas extranjeros, sin plan propio ni reglamentado, de manera que tales inversionistas, pudieron ampararse a la sombra de leyes exentas de amenazas y exacciones aparejadas a las guerras, y sin las responsabilidades de migración exigióles a las personas individuales.

Con tales capitales, el país recibió una mejoría; y como a ese acontecimiento tan fortuito como eficaz, se agregó al aumento en las exportaciones de materias para usos bélicos, el saldo en el comercio exterior fue en 1942 favorable para México, pues alcanzó la suma de doscientos treinta y nueve millones de pesos.

Gracias a ese saldo, el Gobierno pudo emprender nuevas obras públicas, en las que invirtió veintiún millones de pesos (1943). Logró asimismo aumentar el tonelaje de la marina mercante y contratar nuevos préstamos destinados a la construcción de caminos y a la electrificación del país. Tuvo, por último, capacidad para financiar la compra de maquinaria útil a la renovación de las fábricas textiles de Puebla, a donde la producción logró, a continuación, un progreso de dieciocho por ciento (primer semestre de 1942).

Tales mejorías no significaron una transformación nacional en el orden económico. La pobreza económica siguió dañando a las clases rurales, principalmente. Obtúvose, eso sí, mayor crédito. La secretaría de Hacienda fijó a las sociedades financieras, que empezaron a ser organizadas en la Capital y en los estados, un máximo de doce por ciento para los réditos de avíos o refacciones. Así, el volumen de medios de pago disponibles creció en un ciento ochenta por ciento. Al unísono de esa economía llamada de guerra, se despertaron inmensas y grandes ambiciones; y tanto en el mundo popular como en el oficial, empezó una carrera que pareció llevada, desde sus comienzos, a la glorificación del dinero; y esto, debido a que la riqueza física del país no bastaba para corresponder a tales ambiciones, dio por resultado la formación de un estado de amoralidad mercantil, financiera y administrativa, ya en los medios particulares, ya dentro del oficialismo.

De esta suerte, estando severamente reglamentada la importación de mercadería norteamericanas y hallándose prohibidas las exportaciones de Estados Unidos por razones de la guerra; y teniendo que hacerse lo primero y lo segundo, conforme a un régimen de prioridades que otorgaban los gobiernos de uno y otro país, empezó el tráfico ilegal y de soborno en torno a tales prioridades.

Este hecho tan punible como vergonzoso, asociado a las necesidades que experimentó el país, debido a las restricciones a la importación de artículos que producía la incipiente industria nacional, produjo un fenómeno de trascendencia para México.

Al efecto, hacia el final de 1943 se observó un período de transición entre el régimen de manufactura importada y el de fabricación nacional, pues lo que durante muchos años habían sido estériles esfuerzos, para abrir mercado a los productos mexicanos, ahora la guerra por sí misma inauguraba la temporada de producción y consumo nacionales, porque no habiendo mercadería extranjera, el público se vio obligado a comprar efectos mexicanos, de manera que la manufactura fabril, anteriormente despreciada, adquirió lugar de primera categoría en los mostradores mercantiles.

Por otra parte, como los capitales de resguardo o ventura inmigrados provisionalmente al país, no podían permanecer inactivos, pasaron a ser parte del desarrollo industrial mexicano; y como a la llegada de capitales se agregó la entrada de técnicos extranjeros, en su mayoría correspondientes a la cultura hebrea, la fabricación nacional tuvo un desenvolvimiento excepcional, acrecentado con el aumento del poder de compra de la población rural, ya por formar ésta en el ejército de braceros que fue a Estados Unidos, ya por el asentamiento que se operó dentro del régimen agrario.

De aquí partió una política extraoficial del dinero fácil. El mundo popular se vio inesperadamente dueño de mejores salarios, de menores jornadas de trabajo, de facilidades de compra, de abundancia de artículos manufacturados; y aunque los precios empezaron a ascender, la gente hizo omisión de tal suceso, asombrada de experimentar el goce de hacer pasar por sus bolsillos una cantidad, cada día mayor, de billetes del Banco de México.

El dinero, pues, corría más velozmente y adquiría gran volumen. La vida de la preguerra se convirtió de manera inesperada y anticipada, en vida de una posguerra. El proceso inflacionista llamó a las puertas de México; pero ni el Estado ni la sociedad repararon en el acontecimiento. Aquel mundo de la guerra contemplaba, haciendo omisión de la brutalidad bélica, la posibilidad de tener más dinero y con ello mayor disfrute para la existencia cotidiana. Acercábase la época de abandonar las ideas a fin de glorificar el oro y de abrir paso a la burocratización y mediocridad.

La guerra, siempre detestable en el sentido humano, pero históricamente irremediable, puso a México a las puertas de una nueva era económica, de más capacidad que aquella a la que intentó penetrar la Revolución mexicana; y es que en los días que siguieron al 1941, el poder económico universal quedó aplicado a la vida de todas las naciones. Tal fue la realidad social de la Segunda Guerra Mundial a cuya influencia y decisiones no pudo escapar México.
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