Presentación de Omar CortésCapítulo trigésimo séptimo. Apartado 3 - Panorama de 1941Capítulo trigésimo octavo. Apartado 2 - Modo cultural del gobierno Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 38 - SOSIEGO OFICIAL

LA UNIDAD NACIONAL




Desde los primeros días de su presidenciado, el general Avila Camacho hizo saber que el tema principal de su plan de gobierno sería el de proponer y realizar la unidad nacional; y aunque el propósito no entrañaba una idea principal ni un principio doctrinario, se entendió por unidad nacional, lo contrario de lo perseguido por el general Cárdenas, puesto que éste, no obstante la pureza política y social de sus intenciones, había hecho una discriminación de las clases minoritarias, con gran perjuicio para la conformidad y esencia del país, que nunca aceptó que las consideraciones humanas para las mayorías fuesen, en detrimento de los derechos oficiales, para las minorías.

En efecto, tanta parcialidad significó el general Cárdenas hacia los intereses del proletariado, que sembró un espíritu de clase del cual se atisbó una perniciosa división social, criando repulsivos e inconvenientes odios, con lo cual se oscurecieron no pocas funciones del gobernante.

Tan hostigado así se hallaba el país al final de 1940, que si Avila Camacho no cambia aquella ruta y persiste en una política de reformas e injuicios, muchos males habrían sobrevenido a la Nación. De esta suerte a pesar de que el tema de unidad nacional que abordó el nuevo Presidente no correspondía propiamente a un programa, la gente lo consideró como la probación de que el general Avila Camacho colocaba un puente sobre las grietas que dejara su predecesor. Esto, para la República, constituyó un alivio y una esperanza a las promociones individuales que eran la medula de la Revolución.

El tema de la unidad, por otra parte, no sólo fue útil a los fines políticos de Avila Camacho, sino asimismo al orden administrativo; porque desde la caída del llamado Maximato de Calles, la política del gobierno había favorecido la idea de hacer efectiva una unicidad nacional, utilizando a los caudillos y parcialidades lugareños, que muy a menudo ejercían el poder con marcado despotismo, en nombre de una soberanía de los estados, a cambio del privilegio federal de absorber los derechos fiscales, de manera que con este procedimiento, aquéllos, ya sin recursos propios a una autonomía, quedaron atados política y administrativamente a la dirección precisa del Centro.

La unidad nacional, pues, no fue para Avila Camacho un mero propósito romántico; porque con mucha habilidad la empleó tanto para borrar las asperezas clasistas, como para neutralizar, o disolver, o unir al Centro con los intereses y aspiraciones de los caciques pueblerinos; también para dar tono discreto y eficaz al intervencionismo que llevaba a cabo el Gobierno central en los estados, a pesar de la soberanía preceptuada por la Constitución.

Ahora bien: si aquella centralización del poder nacional, en vez de dañar al país sirvió para hincar la tranquilidad, en cambio perjudicó la hacienda de los estados; tanto así, que el gobernador de Sinaloa comparó a la tesorería sinaloense con un huérfano de las erogaciones federales. También en Michoacán, las autoridades deploraron el intervencionismo central, al grado de que el estado se vio obligado a disminuir los empleos magistreriales por falta de dinero.

No era posible —establecen las fuentes documentales— que aquella reforma a los sistemas distributivos de las rentas públicas, se llevase a cabo sin descomposiciones y descompensaciones comarcanas; y así como en Yucatán se observó una corrupción administrativa, el estado de Campeche, en la realidad, pasó a ser tributario de los intereses tabasqueños y yucatanenses. En el territorio sur de Baja California, el influjo oficial, dada la cortedad de sus dispositivos pecuniarios, quedó reducido a la vida dentro de su pequeña capital. En Guerrero, la población escolar sufrió una merma y en Tabasco, el gobierno adeudaba, hacia 1940, setecientos cincuenta mil pesos a sus empleados.

Como consecuencia de aquella recomposición fiscal, disminuyeron también los ingresos municipales. Mazatlán y León no pudieron acrecentar sus presupuestos durante cuatro años. El municipio de León se vio obligado a prolongar sus viejos sistemas impositivos cobrando —tanta así era su pobreza- cinco centavos por la venta de cada kilogramo de arroz; quince o treinta centavos como gravamen a las corbatas y cinco a diez centavos como impuesto a la venta de un elote.

Todas esas anomalías que se advirtieron dentro de la vida administrativa y económica de los estados, producidas, como queda dicho, por la desarticulación fiscal que trató de corregir el general Avila Camacho desde los comienzos de su sexenio presidencial, se convertirían poco más adelante en partes orgánicas de la Nación.

Mucho ayudaron a realizar la nueva composición nacional abordada con señalado empeño por el presidente Avila Camacho, las promociones rurales a las que acudió, en interés propio, una naciente élite agrícola; porque terminados bien pronto los efectos que en el ánimo de los agricultores causaron los impactos agrarios del cardenismo, empezó un florecimiento de los campos. La idea de que el gobierno nacional tendría que transigir con la propiedad rural privada a fin de lograr el desarrollo de la producción, fue una realidad a partir de 1941; pues si Avila Camacho no retrocedió en la obra agraria, tampoco continuó el impulso violento y agresivo que le había dado su predecesor, lo cual bastó para que tanto el mediano agricultor, como el empresario agrícola, reanimaran los cultivos y promovieran al acrecentamiento de la producción de granos.

De esta suerte, Sinaloa, a donde existía una pléyade de jóvenes ambiciosos, cosechó quince mil toneladas de garbanzo y exportó a Estados Unidos cinco mil ochocientos cuarenta y dos furgones de hortalizas; y en Sonora se iniciaron extensos cultivos de trigo. Los sonorenses asistieron, al igual que la gente de Sinaloa, al nacimiento de una juvenil, entusiasta y audaz clase agrícola, que llenaría la primera temporada de riqueza rural; aunque burlando la Ley Agraria; pues de muchas mañas se sirvieron los agricultores para poseer grandes extensiones de tierras.

No en toda la República fue afortunada la industria agrícola. En Yucatán, a pesar de los créditos otorgados por el gobierno federal con un total de un millón doscientos noventa mil pesos, no sólo no mejoró, sino que decreció la producción.

También El Bajío, que desde la guerra civil no logró su recuperación económica, registró una enésima baja en sus cosechas; aunque no se hizo tan sensible debido al progreso que ocurrió en las semi-industrializadas poblaciones de León, Irapuato y Celaya.

Los males que padecía la República fueron amortiguados, poco a poco, al quedar asociados a los bienes de desarrollo, observados en el noroeste y noreste del país a la política de tolerancia que siguió el presidente Avila Camacho bajo el tema de una unidad nacional. A esto gracias, terminó la temporada de violencias en el campo; disminuyó el poder del llamado caciquismo; amainó la tormenta sobre los enemigos de la Revolución; se estableció un régimen de disimulo hacia las actividades religiosas del clero; el Presidente se acercó a los directores y redactores de la prensa periódica, quienes, en su mayoría, siempre habían sido hostiles al partido revolucionario; el gobierno acudió al auxilio pecuniario de la Universidad Nacional y sin abandonar el auxilio financiero a los ejidatarios, inició el enlace mercantil de éstos con las ciudades. Finalmente, el secretario de Gobernación Miguel Alemán comenzó un trato directo con los gobernadores, de manera que las asperezas originadas en la distribución de los ingresos fiscales, fueron sustituidas con el entendimiento obligatorio entre las autoridades nacional y locales.

Con mucha perspicacia y talento, y haciendo gobernadores ad hoc, Alemán terminó con las rivalidades entre los estados y el Centro, y que ofrecían un juego peligroso, en desdoro de la jerarquía constitucional, ya del localismo, ya de la federación. Los gobernadores obligadamente pasaron al estrado autoritario de la República, con lo cual quedó unificada la fuerza política de la Nación. De esto se originaron muchos bienes al país; pero fue el primero aquel que señaló el fin de las discordias localistas que por largos años ensombrecieron la paz interna de México; aunque con ello se extinguió la independencia constitucional de los estados.

Alemán, sin exagerar la nueva misión coercitiva de la secretaría de Gobernación, realizó todas las fórmulas de una armonía federal, de manera que sin recurrir a violentaciones de autoridad, disolvió el caudillismo lugareño.
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