Presentación de Omar CortésCapítulo trigésimo cuarto. Apartado 4 - Los asuntos exterioresCapítulo trigésimo cuarto. Apartado 6 - El partido de Cárdenas Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 34 - ESTATISMO

CÁRDENAS, PRESIDENTE




Cuando el 1° de diciembre de 1934, el general Lázaro Cárdenas tomó la presidencia de la República, el país estaba en paz.

Ahora bien: si el general Antonio I. Villarreal, candidato oponente a Cárdenas firmó a los últimos días de noviembre un documento llamando al pueblo para que cogiera las armas contra el nuevo presidente, tal documento tuvo un mero carácter alegórico; pues si Villarreal era hombre valiente y pundonoroso, tanto él como sus partidarios vivían en tanta pobreza pecuniaria que en la realidad estaban imposibilitados para emprender la guerra.

De todos los partidarios de Villarreal, sólo un grupo armado escaramuceó en el estado de Morelos; pero el presidente Cárdenas le trató con tanta benignidad, que el propio Villarreal resolvió, después de largos meses de ocultamiento y amenazas en la ciudad de México, deponer su actitud levantista mediante una honrosa capitulación civil (15 de septiembre, 1935).

Cárdenas, pues, llegó a la presidencia en medio de la tranquilidad y beneplácito nacionales; y si en esos días no alcanzó la popularidad suprema de una democracia, su juventud, su gravedad personal y el hecho de que era individuo que no había cometido agravios, le dieron el respeto que un primer Magistrado requería para el ejercicio de sus responsabilidades y programa.

Sin embargo, el partido de Cárdenas que inició su carrera política desde las primeras luchas subterráneas contra Ortiz Rubio y que proyectaba iniciar otra etapa de la Revolución mexicana, no dejó de tener en zozobra al país; porque careciendo de un programa preciso, sólo se manifestaba como inclinada al desarrollo de muchos y grandes apetitos personales y a difundir réplicas de proyectos extranjeros con caracteres de atrevidos ensayos.

Detenía el desenvolvimiento de ese nuevo partido que, ora se llamaba izquierdista, ora cardenista, la personalidad del general Calles, así como la notoria decisión de los viejos revolucionarios de hacer frente a aquellos impulsos que más parecían querer satisfacer deseos personales que servir al bien de la Nación. Detúvoles también la pequeña autoridad social del general Cárdenas, quien a pesar de su constitucionalidad presidencial, todavía no poseía las prendas que en estabilidad, conocimiento y popularidad requiere un Jefe de Estado.

Para el país, el nuevo presidente era un individuo sacado de la oscuridad por necesidad o capricho de partido, y por lo mismo sin propia personalidad; y aunque desde el primer día de su gobierno dio muestras de su independencia y con ello no ser parte del Maximato, en cambio se le atribuyó ser instrumento de un consejero misterioso y de una novatada política que se apellidaba socialista. Todo esto, sin embargo, no era más que la versión vulgar y grosera externada sin consideración patriótica ni sentido civil.

Mucho contribuyó a las desventuradas y falsas opiniones respecto al general Cárdenas, la modestia casi inefable del Presidente. Este, dejando a segundo término su generalato, correspondió tan sincera y bondadosamente a la mentalidad rural de México, que quebrantó la tradición de una suprema jerarquía presidencial. Con esto, en lugar de identificarse con la población más pobre del país, hizo que se le viese como un excéntrico.

Influyó para que Cárdenas tomase ese camino de exagerada oclocracia, el propósito de contraponer tal posición personal y funcional a las vanidades de la política y a los excesos de la riqueza; sobre todo de una riqueza que empezaba a organizarse entre los líderes políticos.

Asimismo, poderoso influjo tuvo en ese decidido y romántico empeño, popularidad y modestia perseguido por Cárdenas, la historia de su vida. Tenía el Presidente la edad de treinta y ocho años, de los cuales veinte correspondían a sus servicios en las filas del ejército de la Revolución, al cual ingresó a mediados de 1913, cuando siendo alcalde de la cárcel de su pueblo huyó en compañía de sus presos, para darse de alta en una partida de alzados. Tres años antes de ser presidente, Ortiz Rubio le ascendió a general de división.

No correspondió, pues, al grupo selecto de los guerreros del período 1910-1920. Tampoco tuvo un puesto entre quienes, correspondiendo a la gran pléyade revolucionaria, poseían talento e ilustración. En cambio, representaba el aspecto vivísimo de lo intuitivo; pues era de aquellos capaces de percibir instantánea y claramente las cosas y los pensamientos.

De esta manera pudo conocer, aunque no estudiar y resolver, durante los meses, precedentes al juramento del 1° de diciembre, importantes aspectos de la vida mexicana, pero principalmente aquellos que lidiaban con la pobreza económica del pueblo campesino. Pudo asimismo adoptar ideas que si no eran propias del país, las consideró convenientes para México, y novísimas para la población mexicana.

Además, si durante la campaña electoral habló con desenfado y ligereza de algunos capítulos de la vida nacional, apenas en la presidencia, sintiendo el peso de su responsabilidad y experimentando el poder de su autoridad, moderó sus ímpetus; concilió, aunque superficialmente, los diferentes agentes públicos y privados y advirtió los peligros de una oclocracia.

Fue así innegable desde el primer día del ejercicio presidencial de 1934, que Cárdenas tuvo una fervoroso deseo de servir a su patria, principalmente por estar convencido de que la etapa revolucionaria a la cual Calles había dado tanto realce, no resolvía los grandes problemas económicos de la población rural.

Para Cárdenas, el tema de los campesinos y de la pobrería se hizo motivo de obsesión. Creyó tanto en la factibilidad de deshacerse el nudo de la pobreza, que hizo culto y devoción de la gente humilde, con lo cual se dejó conducir fácilmente por sus propios pensamientos y acciones a un romanticismo político, que no obstante ser hermoso y generoso, resultó incompatible con la vida moderna de las ambiciones asociadas a las necesidades.

Grandes luchas internas debieron sacudir el corazón sencillo y noble del Presidente. Una juventud, generalmente inapropiada para la reflexión que requiere el hombre de Estado, pareció conducir a Cárdenas a la idea de entregar sus propósitos presidenciales a las tareas de la redención del proletariado; y una inexperiencia en el trato y resolución de los asuntos de Estado, le produjeron de cierto, un optimismo radiante, que fue más útil a la gente que le rodeaba y lisonjeaba servilmente, que a la Nación mexicana.
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