Presentación de Omar CortésCapítulo vigésimo quinto. Apartado 5 - Terror y pena en el surCapítulo vigésimo quinto. Apartado 7 - La sucesión presidencial Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO TERCERO



CAPÍTULO 25 - EL CAUDILLO

FATALIDAD Y SANGRE EN EL NORTE




Al igual que en los días anteriores a la nueva época constitucional inaugurada por Venustiano Carranza, el norte de la República volvió a ser, en 1918, centro de inquietudes y ambiciones.

En Sonora existía un tema político que parecía anunciar la cercanía de una crisis. Al efecto, retirado el general Plutarco Elias Calles, como ya se ha dicho, del suelo sonorense con la precisa intención del Presidente de atraerlo a la esfera del carrancismo y de restar así lo valioso de aquella personalidad política a los intereses del partido de Obregón, no por ello se mermó el deseo de los hombres de Sonora de ganar la fuerza y dirección política nacional en los días que se avecinaban. El sonorismo había visto levantarse una de las más grandes y notables pléyades políticas del país; y su viveza y decisión eran incontenibles: tanto así había sido su poder durante la guerra tanto así, el que representaban en los primeros días de paz.

Tenían los sonorenses como gobernador de mucha empresa, categoría, talento y habilidad a Adolfo de la Huerta, y asociaban a este singular hombre un espíritu de aventura, fundado en la idea —no exacta, pero sí admitida—, de que la Revolución se hallaba comprometida con una deuda hacia su estado más que con cualquier otra región de la República.

Sonora, en efecto, había contribuido a la Revolución con hombres y arrojo. Mas no fue ese el verdadero y único valimiento del sonorismo. Tal valimiento estaba en la formación de una clase selecta y gobernadora originada no solamente en el espíritu emprendedor de tales hombres, sino en su contagio con las ideas democráticas del pueblo norteamericano. Muy cerca observaron los sonorenses el desarrollo de la política de Estados Unidos, pero principalmente de Arizona y Nuevo México; y esto no sólo por la contigüidad de sus suelos, antes por los ires y venires de la población de Sonora al otro lado de la frontera, de manera que existía una trasmisión mental de proyectos, máxime que los arizonenses y neomexicanos correspondían, originalmente, a una misma cultura.

Así, la gente de Sonora al igual que las ideas de ésta, constituían un agrupamiento tan compacto y unitario, que con ello fueron construyendo las bases,de lo que se llamó el sonorismo, con lo cual se significó como se ha dicho arriba, la parte política más adelantada, progresista y resuelta de la Revolución.

Además, eran tan liberales y generosos los revolucionarios sonorenses y tan cordial y comprensible tal comunidad, que los odios sembrados por la guerra pronto empezaron a desaparecer; y personas a las cuales se persiguió y castigó, ya con la confiscación de sus bienes, ya con hacerlas barrer calles, ya con expulsarlas de territorio nacional, ya con exacciones onerosas, empezaron a incorporarse a las filas políticas del sonorismo; y esa política de tolerancia y entendimiento ampliada por el gobernador De la Huerta dio por resultado el embarnecimiento de una pléyade que desde luego tuvo como finalidad conquistar el poder político de la Nación.

De la Huerta, como adalid de tal generación, levantó la bandera no sólo de reivindicaciones revolucionarias, antes también de un partido que se llamó Liberal, pero que en el fondo constituyó el partido de un Sonora vigoroso, entusiasta, unido y agresivo, al grado de que hacia los comienzos de 1919, Hermosillo como capital del estado era a semejanza de un baluarte dispuesto a defender las ideas en torno a una democracia política mexicana.

Y no era únicamente la política desarrollada en Sonora lo que hacía al norte de México tema de México. Dábanse, en efecto, otros dos acontecimientos que si no correspondían a aquellos capaces de poner en peligro la estabilidad del Gobierno federal, sí llamaban a preocupación.

Uno de tales sucesos fue la sublevación de la comunidad yaqui en el sur de Sonora, hecho casi increíble, porque habiendo concurrido los yaquis a la guerra como entre los más valerosos y abnegados soldados que formaron en las columnas del carrancismo, y debiéndose a ellos, desde el punto de vista militar, el supremo esfuerzo humano para la derrota del general Francisco Villa en el Bajío, por una parte; y por otra parte, teniéndose los conflictos derivados de la posesión de aguas y tierra en la región del Yaqui, como una de las causas que mucho contribuyeron el decrecimiento y caída del régimen porfirista, no era comprensible que los adalides revolucionarios que se suponían llamados a corresponder a las demandas del más bajo cuerpo rural de México -y los yaquis eran filamentos precisos de ese bajo cuerpo rural- agredieran a los pobladores de las márgenes del río Yaqui.

Originóse la agresión en una demanda hecha por los caudillos yaquis con mucho imperio al gobernador de Sonora general Plutarco Elias Calles, dando a éste un plazo para qüe retirara a las fuerzas del estado de la región del Yaqui, a fin de que las autoridades locales respetaran lo mandado por los gobernadores de la comunidad; también para que esas mismas autoridades consideraran los derechos a terrenos que poseían los nativos desde tiempos remotos; ahora que tales terrenos, de acuerdo con una concesión otorgada por el régimen porfirista, estaban dados en propiedad a una empresa norteamericana que se dedicaba a especular, no siempre honorablemente con tierras y aguas del Yaqui.

Ahora bien: como esas peticiones de los caudillos yaquis fueron presentadas al gobierno de Sonora con señalada exigencia, el general Calles creyó conveniente, para que su autoridad no fuese mermada, y dada la fama de belicosos que tenían los yaquis, acantonar fuerzas del estado en la región que creyó amenzada de rebeldía y pidió auxilio al gobierno nacional, para que le enviara soldados en previsión de un levantamiento.

Todos aquellos aprestos guerreros lesionaron el ánimo de los yaquis, quienes por lo mismo empezaron a hacer concentraciones de guerrilleros y a procurar armas y municiones, debido a lo cual, los jefes del ejército creyendo que todo eso significaba el comienzo de la guerra, destacaron una columna que asaltó el pueblo de Lencho (25 de diciembre, 1917) en donde mataron veintiocho hombres y prendieron fuego al poblado.

Como respuesta a aquella agresión, el general Luis Espinosa expidió un manifiesto como caudillo de la comunidad, llamando a sus coterráneos para que tomaran las armas; y en seguida, ordenó que una partida asaltase un tren de pasajeros, lo cual ocurrió (2 de enero, 1918) en la Pitahaya, excediéndose los asaltantes en la violencia; pues asesinaron viajeros y empleados del ferrocarril, cometiendo además numerosas iniquidades.

A partir de ese momento una vez más hubo guerra en la región del Yaqui. Las guerrillas de los sublevados, acometieron con extremos de crueldad los pueblos y haciendas, mientras que los soldados del gobierno avanzaron sobre la Sierra del Bacatete, a donde los yaquis tenían su cuartel general, incendiando aldeas, secuestrando mujeres y niños y fusilando prisioneros. La campaña, sin embargo, no se presentó tan fácil como la tenía calculada el Gobierno. Los yaquis dejaban aparentemente de hacer resistencia, para en séguida surgir en guerrillas más audaces y valientes que atacaban la retaguardia de las columnas gobiernistas.

Y no fue ese el único acontecimiento bélico en el norte del país; pues si Villa y el villismo como entidad guerrera habían perdido interés, en cambio ahora surgía un nuevo paladín del anticarrancismo beligerante: el general Felipe Angeles.

Este, después de dos años de destierro voluntario en Estados Unidos volvió a territorio mexicano, para buscar al general Francisco Villa con la esperanza de hacerle aceptar un plan político y militar, capaz de reunir a todos los grupos de guerrilleros que continuaban operando en la República.

Durante su voluntario destierro seguido al fracaso militar de la División del Norte, Angeles se estableció en las cercanías de El Paso (Texas); pero amenazado de secuestro por los agentes carrancistas, se trasladó a Nueva York a donde vivió en medio de muchas escaseces, colaborando con artículos políticos en diferentes publicaciones periódicas mexicanas editadas en Estados Unidos, sin distinguir bando ni partido, de manera que con ello adquirió fama de tolerante y unificador.

Esa vida apartada y reflexiva no podía ser de mucha perdurabilidad dentro de aquel espíritu patriótico y revolucionario que al lado de Madero había dejado a su parte la carrera de soldado profesional, para entregarse a un México popular; porque ahora Angeles era un adalid de populismo liberal y democrático; también en su ser interno, del Socialismo. Estaba asociado, en el liberalismo y la democracia a Antonio I. Villarreal, Enrique Llórente, Enrique Santibáñez, Federico González Garza, José María Maytorena, Ramón Puente, Miguel Díaz Lombardo, Leopoldo Hurtado y Federico Cervantes. Con ellos fundó la Alianza Liberal Mexicana.

El programa de la Alianza consistía, como tema principal, en continuar la guerra armada para exterminar al carrancismo, a fin de establecer en México un gobierno nacional de concordia. Trataba también tal programa de convencer al general Francisco Villa de la necesidad de que sometiera sus actividades bélicas, sus propósitos políticos definidos y sus requerimientos económicos a las decisiones de una directiva, de la cual Angeles era el agente principal.

Angeles, en sus tratos con los líderes de la Alianza, había concebido calladamente un nuevo concepto de la Revolución. Esta, no podía ser precisamente la guerra, sino la reforma. El progreso universal, según Angeles, obligaba a grandes innovaciones dentro de la vida mexicana. Una de esas innovaciones consistía en establecer una Nueva Libertad. Pero, ¿cuál era la esencia de una Nueva Libertad? Angeles la definía como la transformación del Liberalismo clásico en Socialismo moderno.

El Socialismo de Angeles, tenía por qué llamarse moderno. Era moderno porque se apartaba del undívago socialismo predicado por el general Salvador Alvarado; también porque no era el socialismo ruralizado por Zapata. Angeles, aunque sin expresarlo francamente, se había convertido al Marxismo. Leyendo a Karl Marx, le pareció que se requería reformar el liberalismo, la democracia y el populismo, para darles mayor solidez y efectividad. Consideraba, por todo eso, que la sociedad del 1917, era caótica, anticientífica ... injusta e ineficiente. Señaló con ello a la libre competencia como el mal principal que sufría el mundo y la causa de la existencia de un proletariado cada día más pobre, y concluyó afirmando que la propiedad privada de los instrumentos de producción y cambio traía consigo la esclavitud industrial.

Entregado a los ensueños de un mundo socialista, y dispuesto a realizarlo en México, cuando todavía no se producía la Revolución rusa, Angeles auguró que la Guerra Europea podría dar al mundo los más preciados frutos de libertad y justicia.

Con la Nueva Libertad, el general Angeles no correspondía al programa original de la Alianza Liberal. Esta, sobre todas las ideas y facciones advirtió que sólo tenía un fin: abrazar fraternal y patrióticamente a todos los mexicanos. Su palabra de orden era precisa: Concordia. Su bandera única estaba caracterizada en la tricolor. Sus socios correspondientes, sólo estaban unidos en torno al principio democrático de la voluntad popular. Lo que dijese el pueblo debería considerarse como orden del pueblo. Su finalidad máxima, podía ser fijada en la necesidad de derrotar a Carranza.

Así y todo, la Alianza, sin posponer su programa liberal, democrático y populista, hizo a Angeles su caudillo. Otorgóle confianza y facultades; pospuso la discusión acerca de la Nueva Libertad; reunió fondos, compró armas y municiones y esperó que Angeles sometiera al general Villa a las disciplinas de partido y organización guerrera,

Al regresar al país para reiniciar la lucha armada y hacer factibles la unificación revolucionaria y sus nuevas ideas, Angeles empezó declinando la jefatura guerrera. Al caso, escribió: Era yo exclusivamente soldado ... la ignominia me hizo ciudadano. Lo único que le preocupaba, en el orden militar, era la toma de una plaza fronteriza a fin de tener un punto de apoyo para realizar sus grandes proyectos; porque éstos se acrecentaban día a día. Parecíale que estaba a punto de concurrir a una nueva aurora. Creía, gracias a la vehemencia de sus modernos pensamientos, poder guiar a los revolucionarios. Ahora estaba inspirado por ideas universales. No mencionaba a Marx, pero le era devoto; y con todo esto en la cabeza, se instaló en El Paso por segunda vez. En esta ocasión, no se presentaba como expulso vencido. Sus exteriorizaciones correspondían a las de un líder. Y líder era, en verdad reuniendo a sus partidarios y explicándoles sus nuevas ideas.

Y al tiempo de hablar de ideas, no descuidaba Angeles las posibilidades de asaltar audazmente a Ciudad Juárez o Villa Ahumada. Carecía de recursos económicos para desarrollar sus planes; pero el entusiasmo le ponía a muchos metros de altura sobre el nivel común; sobre los agentes carrancistas que le seguían acusando de militarista; y esto, a pesar de querer implantar en México un régimen socialista.

Para la realización de sus proyectos. Angeles sólo contaba con sus propias fuerzas; aunque, para cumplir su compromiso con la Alianza, procedió a comunicarse con el general Villa, sirviéndose de los oficios del coronel Alfonso Gómez Morentín, quien a la sazón desempeñaba la función de agente del propio Villa en Estados Unidos.

Obtenido el enlace con el guerrero. Angeles le comunicó el programa de la Alianza, así como sus propios designios. A todo esto contestó Villa que como preliminar aceptaba escuchar a Angeles personalmente.

Así las cosas, e informado del peligro que en El Paso corría su vida, Angeles, aunque sin terminar sus planes bélicos, resolvió entrar a suelo mexicano (11 de diciembre, 1918); y ya aquí, guiado por Gómez Morentín, marchó en busca de Villa. Antes de su vuelta a México, Angeles firmó y expidió un manifiesto de mera presentación política, y por lo mismo ajeno a las ideas que ahora le embargaban y que eran causa primera de su nueva decisión de lucha.

A los últimos días de diciembre (1918) los dos caudillos se encontraron en Tosesihua (Chihuahua). Dos años antes se habían separado voluntariamente; pero los veinticuatro meses de separación no fueron causa de desengaño para el uno o el otro. Al reunirse, la probación de su amistad les conmovió profundamente. Angeles y Villa tenían las virtudes amables y cariñosas de quienes en el norte de México llamaban querendones. Villa, aparte de su cordial simpatía hacia Angeles sentía un gran respeto por las opiniones de éste, confesando que de haberle escuchado en los días anteriores al rompimiento con Carranza, no lleva a cabo tal rompimiento ni los agravios propios a las luchas políticas sumen al país en una nueva guerra civil.

Tanto respeto sentía Villa hacia Angeles después de tener probado que más valía la prudencia que la agresividad, que apenas instalado aquél en el campamento villista, el guerrero quiso entregarle el mando de sus soldados, a lo cual se opuso Angeles, observando que su misión más que de guerra era de paz: y más que de paz, de ideas.

No debió entender el general Villa tal afirmación; aunque no se negó a aceptar el programa de la Alianza del cual ya estaba previamente informado. Sin embargo, después de tal aprobación, aquel caudillo excepcional de la grande y huraña vida silvestre de México, quien había ascendido súbitamente a la fuerza del mando y a la luz del gobierno, acostumbrado a las penas de la desconfianza merodeadora, empezó a entrar en dudas, y en consecuencia a mirar con prevención a Angeles. Y esto se acrecentó cuando Angeles le habló de sus nuevas ideas. Parecióle que éste estaba agringado.

Para aquella alma tan rústica a par de enconada, el lenguaje de Angeles y los proyectos de éste, en vez de moverle al interés o entusiasmo, le condujeron a creer que el viejo soldado y amigo se hallaba bajo el influjo del país extranjero, y como era creciente su odio hacia Estados Unidos, empezó a levantarse un muro entre ambos. De esta suerte, aunque sin romper sus lazos afectivos, las disparidades de forma y fondos, les distanciaron formalmente, y Villa comenzó a dar órdenes de carácter guerrero haciendo a un lado la presencia de Angeles. Pareció como si éste le estimulara a un regreso a la actividad bélica. Así, mandó la organización de una columna de quinientos hombres para que procediera a atacar las pequeñas guarniciones gobiernistas, tanto para hacer sentir el nuevo poder del villismo, como a fin de abastecerse con armas y municiones quitadas al enemigo.

Puesta en marcha la columna, Villa y Angeles quedaron a la retaguardia, sin que aquél comunicara sus verdaderos designios ni éste comprendiera los proyectos de Villa; ahora que Angeles sí estaba convencido de que el plan original de la Alianza Liberal no correspondía a los proyectos villistas. Y, en efecto, en nuevas pláticas, los dos generales convinieron en suscribir un programa de guerra. Así, firmaron el Plan de Río Florido, en el cual Angeles hizo omisión de sus ideas, comprendiendo que con sus opiniones políticas y sociales sólo había logrado alarmar al guerrero.

Ya bajo la tutela del nuevo plan, ambos admitieron que era necesario separarse y ponerse al frente de los soldados, para reemprender la lucha armada. Dividieron así la gente en dos columnas; pero como esto no pareció darles resultado alguno, se reunieron, y bajo la dirección de Villa intentaron un asalto a Parral; luego se situaron en las cercanías de Chihuahua. Después, Villa mandó que prontamente fuese levantada la vía férrea a Ciudad Juárez y destruidas las comunicaciones telegráficas y telefónicas entre ambas poblaciones.

Sin comunicar a Angeles sus verdaderos propósitos, Villa se preparaba para atacar la plaza de Ciudad Juárez, comandada por el coronel José Gonzalo Escobar, quien tenía bajo sus órdenes fuerzas veteranas, en su mayoría procedentes de Sinaloa.

Resuelto silenciosamente el plan de ataque a Juárez, Villa, al tiempo que las comunicaciones quedaban deshechas, se puso en marcha hacia el norte con todo sigilo; y el 12 de junio (1918) tuvo a su vista la plaza, en donde Escobar hacía milagros disponiendo la defensa, puesto que no ignoraba la superioridad numérica de la gente de Villa y tampoco desconocía la empresa y audacia del enemigo.

Lanzadas sus fuerzas al ataque, el día 14, Villa llegó al centro de Ciudad Juárez. La defensa de Escobar no cedió; y continuando el combate, por horas pareció un hecho la toma de la plaza. Sin embargo, por minutos los atacantes avanzaban, pero luego se retiraban. Villa, desesperado, comprometió a toda su gente en un asalto general, durante el cual Escobar cayó gravemente herido. Así y todo, siguió la resistencia, hasta que los villistas retrocedieron, acampando en lugar cercano a Ciudad Juárez. Poco después, Villa ordenó que se levantara el campo, retirándose rumbo al sur, y atribuyendo su fracaso al hecho de que tropas norteamericanas habían llegado a hora oportuna en auxilio de Escobar, de lo cual no se ha encontrado probación documental alguna.

La marcha de Villa en dirección al sur, y más adelante hacia el oeste, fue amarga. Angeles, sin haber participado en el ataque a Ciudad Juárez estaba atónito. No alcanzaba a comprender lo que ocurría dentro de Villa. Consideró que era llegado el día que se desligaran voluntariamente. Así se lo hizo saber a Villa, quien sin explicaciones ni reproches aceptó tal separación; y al objeto dio a Angeles una cincuentena de hombres para que le sirviesen de escolta.

Ahora, el general Angeles empezó a caminar sin rumbo fijo. Iba de un lugar a otro lugar, sin combatir y tratando de evitar que le combatiesen; y como los días corrían sin provecho y sintió indecoroso regresar a Estados Unidos a donde tantas esperanzas había dejado entre los miembros de la Alianza Liberal, consideró que no le quedaba otro camino que el de conservar la dignidad de su hombradía, la soberanía de sus pensamientos y la abnegación de su alma; y al efecto se refugió, casi solitario, en una cueva desde donde contemplaba el Valle de los Olivos.

Allí esperaba Angeles nuevas oportunidades para servir a su patria, cuando como consecuencia de una denuncia, fue capturado (15 de noviembre, 1919) por las fuerzas del gobierno; y llevado a Chihuahua. Un consejo de guerra extraordinario le condenó a muerte. La pena quedó cumplida el 26 de noviembre de 1919.

Angeles sirvió leal y rectamente a la Revolución desde 1911; mas cuando ésta empezó a ser victoriosa, fueron tantos los hombres que surgieron con virtudes propias al mando y gobierno de México que como el complemento de una naturaleza prolífica y maravillosa, esos mismos hombres empezaron a pelear entre sí. Y pelearon haciéndose víctimas los unos de los otros; y como no se entendía el porqué del fenómeno, para condenarse entre ellos usaron de acusaciones inverosímiles o voces altisonantes. Lo que más se pudo decir contra Angeles, lo expresó con señalado desdén el general Manuel M. Diéguez: Angeles es un ex general Federal. Y esto era verdad, pero otra había sido la realidad de una vida entregada ejemplarmente a la Revolución.

Con la ejecución de tal hombre se abrió una nueva etapa en la Revolución. Los hechos cruentos, anteriormente ejercidos en combatientes, se convirtieron en función sobre quienes, con sus ideas y acciones, habían ennoblecido las bases revolucionarias. Comenzaba, pues, la derrota y fatalidad de los ciudadanos armados. La Revolución era Gobierno —estructura de Estado, sobre todo— y estaba obligada a castigar a quienes desconociesen o combatiesen al Gobierno; esto es, a la propia Revolución. Una realidad omnipotente se irguió en el firmamento mexicano. Esa realidad fue infranqueable, puesto que sólo dentro de ella se hizo posible construir los cimientos de tantos pensamientos y doctrinas que hervían en México.
Presentación de Omar CortésCapítulo vigésimo quinto. Apartado 5 - Terror y pena en el surCapítulo vigésimo quinto. Apartado 7 - La sucesión presidencial Biblioteca Virtual Antorcha