Presentación de Omar CortésCapítulo vigésimo segundo. Apartado 3 - La oposición obreraCapítulo vigésimo tercero. Apartado 1 - Intrusión extranjera Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO TERCERO



CAPÍTULO 22 - EL ORDEN CIVIL

ASALTO A COLUMBUS




Individuo que sustituía el genio con la intuición, el general Francisco Villa, desde su levantamiento contra la autoridad de Victoriano Huerta, en marzo de 1913, no titubeó una sola vez, ni aun durante los más duros y amenazantes trances de su carrera de guerrero, en conducir sus relaciones personales, políticas y militares con la gente y gobierno de Estados Unidos con una digna, profunda y leal amistad. Villa sentía una sencilla y bien dispuesta admiración por aquel pueblo de hombres libres como capitán que era de los hombres libres de México.

No conocía Villa las leyes ni las instituciones de Estados Unidos. Ignoraba también las costumbres del pueblo, pero su espíritu de bandolero social y sus tratos con los fronterizos, por una parte; y por otra parte, sus servicios a las empresas mineras norteamericanas establecidas en Durango y Chihuahua, le habían acercado a Estados Unidos; y como una y muchas veces había entrado a suelo del vecino país, sin que nadie detuviera sus pasos, ni tratase de averiguar su pasado, ni le prohibiera hacer contratos de arriería con las compañías de minas, ni se le evitase comprar los caballos que en ocasiones requirió para sus correrías prerrevolucionarias; y como más tarde, ya de guerrillero, se sintió siempre halagado por las autoridades y periodistas norteamericanos, le vino de todo esto el cariño y simpatía hacia Estados Unidos, a cuyos habitantes llamaba afectivamente y usando su rústico vocabulario Cristalinos.

Con todo esto y a pesar de su rusticidad. Villa trazó, en sus tratos con los norteamericanos, una recta línea de conducta; y como consideraba al pueblo vecino muy apegado a las leyes, quiso probar en más de una ocasión que él también era individuo respetuoso de las prescripciones legales. Así, desde sus comienzos en la carrera de la guerra. Villa trató de evitar, una y numerosas veces, los perjuicios que él o sus soldados pudiesen ocasionar a los intereses y vidas de norteamericanos, gracias a lo cual, ganó la confianza de la gente y gobierno de Estados Unidos.

Entre los altos funcionarios y jefes militares norteamericanos, al igual que entre los particulares de todas las condiciones sociales y económicas de Estados Unidos, el general Villa tuvo desde mediados de 1913, hasta el final de 1915, una cordial y sincera acogida; pues veíase en él no al hombre o caudillo que podía ser útil a los intereses de un país extranjero, sino al héroe popular llegado a uno de los más altos y honrosos lugares que el ciudadano puede alcanzar dentro la República.

Tuvo así el general Villa a partir de su triunfal entrada a Ciudad Juárez (noviembre, 1913) tanto crédito como guerrero, que todo cuanto deseaba, ya caprichoso, ya necesario, pronto venía a sus manos; mas ese poder dentro de una cabeza primitiva como era la de Villa, lo mismo podía ser aplicado al Bien que al Mal. Esto, sin embargo, no lo comprendía la mentalidad norteamericana, tan fácil de ser conducida por las más sensibles emociones que rozan el ánimo. Así, para el pueblo de Estados Unidos, la personalidad y hazañas de Villa vivificaban extraordinarios hombres legendarios.

Y esta idea, profundizada en el alma popular de la República del Norte, estaba también hincada en el cuerpo de mando y gobierno del Departamento de Estado y de la Casa Blanca, por lo cual, hasta la hora en que Villa tuvo noticia de que el gobierno de Wáshington había reconocido la autoridad nacional de Carranza, fue difícil hallar una nota villista que oscureciera las relaciones entre el guerrero mexicano y los gobernantes norteamericanos.

El acontecimiento principal que consistió en el permiso otorgado al paso de tropas carrancistas por territorio norteamericano, fue un golpe terrible a la mentalidad de Villa; pues desde ese momento no sólo juzgó lo sucedido como una intrusión extranjera en los asuntos nacionales, sino a manera de una flagrante violación a un pacto de leal amistad que él, Villa, creía que virtualmente existía entre el villismo y el gobierno de Estados Unidos.

Un hombre como el general Villa, no podía comprender que la política de las naciones no está guiada por las bondades del alma, ni por admiraciones a los héroes exóticos, ni por la observancia de tratos verbales. Guíanse las naciones, en sus relaciones con las extranjeras, por la fuerza domésticas de éstas; y era incuestionable la fuerza militar, política y legal de Carranza. Carranza había tenido el tino de mantener en él, el timbre de una Constitucionalidad quebrantada por el golpe militar de Victoriano Huerta; y aunque su partido no era precisamente Constitucional, no por ello se podía negar que estaba alzado en armas para restaurar la Constitución violada y violentada por el huertismo. Y este atributo del carrancismo, no correspondía al general Villa, quien al emprender la lucha armada contra el Primer Jefe, no lo hizo porque éste hubiese violado la idea principal de la Revolución, sino por diferencias de autoridad en la guerra.

Esto no obstante, el gobierno de Estados Unidos ignoró la jefatura y hecho Constitucional que representaba Carranza; pues creyendo más en la fuerza de una de las facciones mexicanas, prefirió esperar el desenlace guerrero; y esto, debido principalmente a la idea de que el general Villa, de acuerdo con las emociones que sus hazañas producían en el pueblo norteamericano, presentaba todas las exteriorizaciones de guerrero invencible.

Tal política de la Casa Blanca, condenada por Carranza hasta producir en éste graves y profundos resentimientos patrióticos y personales, e incomprendida por Villa, trajo consecuencias inesperadas. En efecto, el general Vüla, rudo y noble, se entregó, al confirmar la decisión norteamericana en favor de Carranza, a una malquerencia primitiva, que le hizo volver, en medio de la desesperación que lleva al ánimo humano la sola idea de deslealtad, a las peores propensiones de venganza; y en poder de ciegos y violentos impulsos, oteó el camino de violencias e impiedades de la guerra y del despecho.

Otro Villa apareció en la sima de un nefasto día para las relaciones de México y Estados Unidos. Era éste el Villa de la ira incontenible; del Villa vengativo y de planes siniestros; también el Villa que se creyó llamado a llevar la guerra a suelo extranjero.

El guerrero, como se ha dicho, desde su fracasada expedición a Sonora, y de vuelta en Chihuahua, se reunió con sus capitanes y soldados y les hizo saber que les dejaba en libertad, ora para rendirse al carrancismo, ora para marchar en busca de asilo a Estados Unidos, ora para volver a sus trabajos habituales, ora para seguir en sus filas.

De aquella gente que al regreso de Sonora no sumaba más de mil, la mayoría estaba sumida en la desesperanza, por lo cual, sin comunicarlo a sus jefes por temor a la represalia, poco a poco fue abandonando el campamento villista; y así, cuando Villa consideró que sólo quedaban a su lado los verdaderamente leales, mandó que se organizaran columnas de cuarenta o cincuenta hombres, sin darles destino ni plan alguno, y con el objeto de que separadamente emprendieran una guerra de guerrillas. Villa sólo conservó a su lado una escolta de doscientos soldados, y acompañado de éstos se situó en un punto de observación y vigilancia cerca de Ciudad Guerrero (Chihuahua), desde el cual se comunicó (enero 17, 1916) con Enrique C. Llórente, su viejo y leal agente confidencial en El Paso, pidiéndole que clausurara las oficinas villistas en Texas y Wáshington y que tanto Llórente como el general Roque González Garza fijaran su residencia en San Antonio (Texas), como representantes personales de él, de Villa.

Para ese día en que se dirigió a Llórente, el general Villa no tenía noticias de lo sucedido en las carcanías de Santa Isabel (Chihuahua), en donde una partida de villistas, a las órdenes del general Pablo López, asaltó y entró a saco un convoy de pasajeros; y como en tal convoy viajaban dieciocho extranjeros, López, luego de identificar a los que eran de nacionalidad norteamericana, hizo descender a éstos del tren, les mandó colocar en un lado de la vía férrea, y sin dar tiempo a que consideraran lo imprevisto, ordenó que fuesen fusilados, lo cual se llevó a cabo en medio de los consternados viajeros que eran testigos del crimen. Quince norteamericanos cayeron en tan desgraciado y fatal episodio.

Pero si Villa ignoraba tan trágico suceso, en cambio preparaba sus planes para entrar, en son de guerra, a territorio de Estados Unidos; y al objeto, había enviado agentes para que le informaran cuál podría ser el lugar más conveniente a fin de ejecutar su proyecto; y ya en posesión de los informes y elegido el punto para la irrupción, se dedicó a preparar su gente, esperando asimismo que se le reunieran las partidas de los generales Pablo López y Francisco Beltrán a quienes envió órdenes para que se concentraran en el cuartel general.

Así, ya reunidos a mediados de febrero (1916) los pocos grupos villistas que existían, Villa se dedicó a seleccionar doscientos cincuenta hombres entre los mejores soldados de las partidas concentradas y de su propia escolta, y hacia el final del mes, mandó que los generales Martín López, Francisco Beltrán y Pablo López marcharan con muchas precauciones, para evitar un encuentro con los carrancistas, a un punto llamado Madera, en la Sierra de Vallecillos, en donde esperarían instrucciones, mientras que él, Villa a fin de borrar cualquier sospecha de sus planes, se dirigió a Babícora (Chihuahua).

A esta altura, ya tenía resuelto asaltar la población norteamericana de Columbus, de manera que cada uno de sus movimientos había sido calculado previamente.

Sus lugartenientes, pues, llegaron a Madera el 1° de marzo, cumpliendo con precisión las instrucciones recibidas. El 3, Villa abandonó Babícora, para emprender la marcha al norte y unirse así a la gente que les esperaba en Madera, y ya al frente de ésta reanudó el camino al norte, llegando a Boca Grande el día 7. De aquí, envió un propio a El Paso, con unos pliegos para Llórente.

En Boca Grande redondeó sus planes, e instruyó debidamente a sus generales López y Beltrán, sin considerar las consecuencias que podían sobrevenir de la empresa.

Ahora bien: mientras Villa, en su marcha de Babícora a Madera, seguía el cauce del río Papigochic, las fuerzas carrancistas, teniendo noticias de que unas partidas villistas merodeaban por la vía del ferrocarril del Noroeste, empezaron a movilizarse, pero sin hallar huella alguna del guerrero, debido a lo cual, el gobierno llegó a creer que Villa había huido a Estados Unidos.

Mas cercanas a la realidad eran las noticias que tenían las autoridades militares norteamericanas; pues les habían llegado informes de que Villa se hallaba hacia el rumbo de Madera y que reunía gente con el propósito de asaltar algún poblado de Estados Unidos; aunque a ésto no le daban importancia, pues les parecía novelesco e imposible que el guerrero llegase a tal osadía. No por ello descuidaron la vigilancia sobre la línea frontera al poniente de El Paso, e inclusive pusieron en guardia a la guarnición de Columbus.

En esta población, de mil quinientos habitantes, se hallaban acampados trescientos soldados norteamericanos, muy bien armados y pertrechados y con dos ametralladoras; todo a las órdenes del coronel Herbert J. Slocum. De los habitantes de Columbus, poco más de trescientos eran mexicanos.

Villa, como se ha dicho, estaba en Boca Grande el día 7. Al siguiente, marchando con extraordinario sigilo, acampó en terrenos de Las Palomas Land and Cattle Company a trece kilómetros de Columbus. Pernoctó allí, en las Palomas. Previamente, mandó aprehender a los vaqueros y capataces de la hacienda, que era propiedad de una empresa norteamericana; pues temió que la pequeña guarnición carrancista establecida en el pueblo de Palomas, a cuatro kilómetros de donde estaba la columna villista, se percatara de su presencia y le hiciera abortar el plan de asalto a Columbus.

Nada de esto ocurrió, por lo cual, a las tres horas del día 9, Villa se movilizó a la línea fronteriza de México y Estados Unidos. Aquí organizó tres columnas. Dos de cien hombres, cuyos mandos dio a los generales Martín López y Pablo López. La tercera, con cincuenta soldados, la reservó para él; y hecho ésto, ordenó que sus hombres echaran pie a tierra, y que al amparo de la oscuridad, avanzara sobre la plaza la gente de los dos López; con instrucciones a Pablo, de abrir el fuego sobre los soldados de Slocum, mientras que Martín debería entrar a saco las oficinas postales, las cuatro principales casas de comercio y el banco local.

Pablo López, bien guiado, pudo acercarse al cuartel de Slocum, y abriendo el fuego, llegó casi a las puertas de la comandancia; y esto, con tanto arrojo, que los soldados norteamericanos cogidos sorpresivamente cuando dormían, no se detuvieron a hacer resistencia, huyendo desordenadamente, dando oportunidad a Martín López para cumplir su compromiso de entrar a saco el banco local y las casas comerciales.

Mientras tanto, el general Villa, cruzando valerosamente la población, se dirigió hacia la vía férrea con el propósito de asaltar el tren de pasajeros que debería pasar por Columbus a las cuatro y media de la mañana; ahora que el plan se malogró, porque incendiado el pequeño barrio comercial por los comerciantes de la localidad, quienes de esa manera creyeron detener a los asaltantes para poder huir. Villa quedó al descubierto. El fuego, en efecto, significaba una alerta para los conductores del convoy, y por lo mismo, Villa no halló otro camino, después de una hora y media de iniciado el asalto, que tocar retirada. Esta, la llevaron a cabo los villistas en completo orden y con mucha lentitud, para poder acarrear el botín de guerra, que consistió en trescientos rifles, una ametralladora, cuarenta mil dólares, cincuenta caballos y una gran cantidad de víveres. También lograron sacar de la población a dos de sus muertos y a sus dieciocho heridos. La guarnición norteamericana había sufrido cuarenta y cuatro bajas, de las cuales catorce fueron fatales.

Los villistas regresaron, pues, tranquilamente a suelo mexicano, y ocupando una pequeña altura a dos kilómetros de la frontera, permanecieron allí, a la vista de Columbus, hasta el medio día del propio 9, retirándose al entrar la noche hacia el sur, no sin antes escaramucear con los soldados norteamericanos que, ya vueltos al orden, organizaron una columna de contraataque, que se adelantó hasta la línea fronteriza.

A la noche de ese día, el general Villa estaba nuevamente en Boca Grande, desde donde mandó un segundo propio a Llorente, con un pliego para el general Roque González Garza, a quien le decía haber vengado el honor de los hombres libres de México.

De mucha pobreza era la explicación de Villa; de gran longitud las consecuencias de aquel acto irreflexivo e inconducente, puesto que con el asalto a Columbus no iba a cambiar el panorama político de México, ni el gobierno de Estados Unidos modificaría su reconocimiento a Carranza, ni el villismo obtendría ventaja alguna. Por otro lado, Villa se derrotó a sí propio dentro de la popularidad que había alcanzado en el alma de los norteamericanos.

En efecto, a partir de las horas que se siguieron a aquel asalto que dejó atónita a la gente de Estados Unidos, puesto que no era posible comprender la verdadera finalidad del general Villa; y Villa volvió a ser, en el sentir de los fronterizos, el bandido de los días anteriores a la Revolución. Aquel hombre, que en las publicaciones periódicas de Estados Unidos fue objeto de tantos elogios, y a quien el gobierno de Wáshington creyó el llamado a triunfar en la lucha armada contra el Primer Jefe Venustiano Carranza, ahora era motivo de los más duros calificativos.

En la realidad, él solo se había puesto al margen de la ley universal. La agresión a personas pacíficas e indefensas, como eran los que habitaban Columbus, no podía estar comprendida en la razón ni en los derechos de la guerra.

Carranza, antes de lo ocurrido en Columbus, y como consecuencia de los cruentos sucesos ocurridos en Santa Isabel, tenía ya puesto a Villa, mediante un decreto (14 de enero), al margen de la Ley.

De todo esto hizo omisión el general Villa, quien sin esperar a que los norteamericanos se repusieran de la agresión, y tratando de quedar fuera del alcance de la persecución carrancista, se retiró más al sur, situándose en la Colonia Díaz a donde tuvo noticias de los efectos del asalto.

Después, ordenando a sus lugartenientes que continuaran la guerra de guerrillas en el estado de Durango, emprendió la marcha hacia el poniente, ocultando las huellas de su camino.

Entregado al espíritu de la venganza, el general Villa no advirtió el mal hecho, irresponsablemente, a su país; porque los sucesos de Columbus dieron motivo a la invasión extranjera del suelo patrio.
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