Presentación de Omar CortésCapítulo decimoctavo. Apartado 4 - Preliminares de la batallaCapítulo decimonono. Apartado 1 - El retroceso de Villa Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO SEGUNDO



CAPÍTULO 18 - OTRA GUERRA

LA RETIRADA DE VILLA




Mientras que en el campamento del general Francisco Villa estaban reunidos los generales, esperando conocer la última palabra del caudillo, puesto que existían dudas de si aceptaría o no el reto del general Alvaro Obregón, los soldados villistas encendidos y arrogantes por el fácil triunfo en El Guaje, sin esperar órdenes de sus superiores, aprovechaban la noche para tomar posiciones, de manera que a esas horas ni los villistas podían ya dejar de atacar ni los carrancistas desistir de la defensa de la plaza.

No debió dejar de comprender el general Villa cuán comprometida era la situación, ya que sólo había sido movilizada una parte de la artillería para un ataque formal al enemigo; tampoco conocía el terreno en el cual se iba a combatir; y los informes acerca de las posiciones de Obregón en Celaya eran tan vagos que no podía fiarse en ellos. Villa estaba desconcertado; aunque no por ello escuchaba las opiniones de sus lugartenientes, que sin ser adversas a una acción para el amanecer del día 6, no podía decirse que fueran favorables. Lo cierto es que Villa y sus acompañantes pasaban por horas de incertidumbre, sobre todo, en lo que respecta al desconocimiento del terreno y a la cercanía en que pudieran hallarse, los apoyos necesarios en hombres y armas para el ataque.

Las últimas noticias recibidas por el general Villa antes de que se abrieran los fuegos por una y otra parte, llegaron a la madrugada del 6. Por tales informes, el jefe de la División del Norte supo que una parte de caballería del general Estrada había llegado a la hacienda del Cacalote, de donde tuvo que retirarse al sentir la marcha de una columna de caballería que avanzaba del rumbo de Salvatierra. Supo asimismo, que durante la noche, sus tropas tenían formado un semicírculo que, partiendo de la vía férrea de Celaya a Empalme, terminaba al sur, en el camino de Acámbaro. Y esto último, precisamente, significaba que cada ejército se hallaba ya tendido sobre una línea de combate y que por lo mismo éste no podía ser eludido.

Tampoco era dable ordenarse a las fuerzas villistas una demora en el ataque, a fin de esperar la llegada de los trenes de artillería y que los cañones quedasen emplazados. Ya no era, pues, la hora de retroceder ni de reconsiderar los males que acarrearían al villismo, los movimientos desordenados llevados a cabo en medio del entusiasmo producido por el triunfo en El Guaje.

A tales horas, que acercaban más y más a los ejércitos enemigos, no restaba otro remedio que el de tomar la iniciativa y poner en marcha todos los instrumentos posibles a fin de que la artillería, en la que mucho fiaba el general Villa, quedase movilizada a las primeras horas del día 6; pues si los generales villistas habían emplazado cuatro baterías al poniente de Celaya, éstas no serían bastantes para causar daños de consideración dentro de la plaza ni en las trincheras levantadas por los carrancistas sobre los bordos de las acequias del regadío.

Considerando así inminente la batalla, el general Villa mandó a la mañana del 6, que su tren avanzara a Sarabia. Aquí abandonó su coche-dormitorio, para marchar a caballo hacia Cortázar, en donde estableció su cuartel general.

Para esta hora, un cañonazo disparado del campo carrancista, hizo saber a los defensores de la plaza que el enemigo estaba al frente, lo cual levantó una ola de entusiasmo, principalmente en los batallones de Sinaloa y Sonora, cuyos soldados eran los que sentían verdaderos deseos de medir sus armas con las del villismo.

El combate empezaba, y el general Villa mandó al general José Rodríguez, para que con dos brigadas de caballería, que en tales momentos se incorporaban al cuartel general procedentes de Irapuato, fuese en apoyo de los jinetes de Estrada, auxiliando a éste hacia la izquierda y derecha de la defensa carrancista, de manera que Estrada pudiera maniobrar para un ataque de caballería, porque aparte de que los carrancistas estaban allí favorecidos por uno de los principales canales de riego, el general Obregón, con mucho acierto había mandado construir loberas y reforzar los parapetos y concentrar el mayor número de ametralladoras.

Rodríguez se puso en marcha, cuando ya el general Estrada había realizado con tanto denuedo como torpeza, dos cargas de caballería sobre los carrancistas atrincherados, puesto que sin hacer daño a los defensores de la plaza, en cambio, por atrabancado, había perdido numerosos soldados.

Sin embargo, todavía hasta la entrada de la tarde del primer día del ataque, sólo la mitad de las fuerzas villistas tomaban parte en la acción; y como el combate estaba generalizado. Villa conforme iban llegando sus tropas del norte, ya en trenes, ya por tierra, las iba enviando al frente, de manera que la lucha se acrecentaba, máxime que con la rápida movilización de las plataformas que transportaban los cañones, se logró que quedasen emplazadas otras baterías. Así, para las horas de la tarde, cerca de cuarenta bocas de fuego bombardeaban la plaza.

Sin embargo, el cañoneo era ineficaz. El terreno, pantanoso en una parte; apenas barbechado en otras, y más adelante cortado por las acequias, imposibilitaba las maniobras que requería la artillería, con lo cual los blancos resultaban inefectivos. La mayor parte de las granadas explotaban en el centro de la plaza o más allá de las trincheras carrancistas al oriente de Celaya.

Además, las cargas de caballería sobre la gente de Obregón que estaba bien atrincherada, seguían causando bajas en las filas villistas; pues si los jinetes de Estrada y Rodríguez llegaban con extraordinario valor hasta las propias trincheras carrancistas y allí, a unos metros de distancia, vaciaban sus armas sobre los defensores de la plaza, al retroceder para alistar nuevas cargas, resultaban víctimas de las ametralladoras; también del terreno, porque estando éste —se insiste— cruzado por canales, las maniobras se dificultaban sobremanera, en detrimento de los movimientos y vidas de los atacantes.

Al recibir informes de que sus tropas no hacían progresos en el combate, el general Villa resolvió concurrir él mismo al campo de la acción, y situándose a pocos kilómetros del centro defensivo de Obregón, que estaba comandado por el general Jesús Novoa, creyó descubrir un punto débil de tal defensa, y mandó órdenes al general Estrada para que, retirándose lo más posible de la línea de fuego, reorganizara su caballería e intentara abrir una brecha entre los parapetos de Novoa, mientras que la infantería villista estaría en lugar conveniente para aprovechar tal brecha, romper el frente del enemigo y hacer irrupción en la plaza.

Con mucha prontitud procedió Estrada a cumplir las órdenes del general en jefe; mas aparte de que era difícil hallar, bajo el fuego de los carrancistas, un lugar propio para dar orden a la caballería y reiniciar las cargas que tan trágicas habían sido a la mañana y al mediodía, no encontró donde situar a la infantería que se suponía iba a ser el complemento de la orden de Villa.

Así todo, y después de un cañoneo continuado, pero siempre ineficaz de las baterías villistas sobre la línea de Novoa, el general Estrada partió, con extraordinario valor y en movimiento desesperado, al frente de sus hombres, tratando de abrir la brecha ordenada por Villa; y aunque por el ímpetu y ligereza de la caballería, Estrada logró trasponer el reducto carrancista, allí, en tan singular episodio, no sólo perdió la vida, sino que sacrificó a sus valientes soldados; y de las tres columnas que organizó para aquella temeraria hazaña, sólo una pudo salir más o menos bien librada del fuego de las ametralladoras. Las otras dos quedaron aniquiladas. Los hombres de Villa habían caído en aras de la obediencia y admiración que profesaban a aquel gigante conmovedor, que era el jefe de la División del Norte. La llegada de la noche salvó a la caballería de Villa de un desastre mayor. Los recuentos hechos por los generales villistas fijan que el número de muertos, en menos de media hora, fue de cuatrocientos ochenta, mientras que los heridos pasaron de mil y de otros mil los prisioneros y dispersos. Hombres y cabalgaduras regados frente a las trincheras del general Obregón, ofrecían a la mañana del 7 de abril las características de una tragedia sin igual.

Villa se enteró esa misma noche de lo sucedido a las fuerzas de Estrada, así como de las mermas tenidas en la caballería de Rodríguez. Tuvo conocimiento asimismo de que Obregón, durante la tarde había recibido refuerzos de hombres y pertrechos; y entregado a los consejos que manda la audacia irreflexiva, ordenó que la artillería iniciara a esa hora, y continuara durante doce horas más, un bombardeo sobre la plaza, sin respetar los bienes civiles, de manera que la población de ser necesario, quedase arrasada.

Ordenó también el general Villa, que sus soldados permanecieran durante la noche en las mismas posiciones que habían tenido hasta la caída del día, de manera de estar preparadas para que a las primeras horas del 7, y cuando la artillería hubiese cumplido la misión encomendada, la infantería, combinada con la caballería, que quedó bajo el mando del general Rodríguez, reiniciara el ataque que el propio Villa dirigía.

Así los cañones villistas no dejaron de tronar durante toda la noche; y como se observara que las granadas causaban poco o ningún daño en las trincheras y que la plaza parecía imperturbable no obstante el bombardeo, el general Villa sin abandonar un solo momento la observación personal de los acontecimientos, ordenó que, aprovechándose de la oscuridad, las baterías fuesen movilizadas para quedar a menor distancia de los atrincheramientos enemigos y hacer así más efectivos sus fuegos. Mas la orden no pudo ser cumplida con precisión. El terreno era del todo impropio a las maniobras de los trenes de artillería, por lo cual en lugar de obtenerse alguna ventaja con tal movimiento, después de quedar perdidas en los canales catorce piezas, sólo doce más pudieron ser emplazadas, mientras que las restantes seguían haciendo un fuego regular, pero inútil.

Villa, sin embargo, no quería convencerse de los inconvenientes y amenazas que ofrecía el suelo, así que él mismo hubo de cerciorarse, al despuntar el día 7, de la causa por la cual se malograban sus órdenes; y aunque quedó convencido de las dificultades que presentaba un ataque frontal como él proyectaba, no por ello desistió de la empresa; y al efecto, en seguida de mandar explorar el laberinto que hacían las acequias, y satisfecho de que se hubiese hallado la manera deflanquear los canales, dispuso que la caballería de Rodríguez hiciera un falso movimiento hacia el camino de Acámbaro, a fin de que tal finta le dejara en posibilidad de abalanzar su infantería sobre las posiciones que ocupaban los soldados de Novoa que estaban ya muy castigados por los tantos asaltos sufridos.

Rodríguez, en efecto, realizó un movimiento hábil, que llamando la atención de Obregón hacia el sur, logró que Villa hiciera avanzar a su infantería con tanta agilidad, que lanzada ésta al asalto, empezó a quebrantar la defensa de la plaza; pues los carrancistas dejaban sus atrincheramientos y se retiraban hacia los suburbios de Celaya.

La falta de municiones, la fatiga, la desnutrición, el insomnio y la humedad de las acequias, así como la presión de los atacantes, tenían debilitados a los defensores de Celaya. Así, la penetración villista, pudo convertirse en victoria, si en esos minutos no se presenta el general Obregón en los puntos de mayor peligro, y como al tiempo de reanimar a sus soldados, hacía que se les proporcionaran dotaciones de cartuchos, el ejército que comenzaba a flaquear, se recompuso; y auxiliado que fue por tropas de refresco se inició un contraataque, gracias al cual vigorosa y prontamente se iban recuperando las trincheras perdidas.

Así, lo que había empezado con una retirada carrancista, terminó con la recuperación de la línea de defensa y con el repliegue de los villistas; ahora que este repliegue ya no era con el objeto de dar oportunidad a la reorganización del ataque. En esta ocasión, era en cumplimiento de una orden general de Villa. La División del Norte debería retirarse y concentrarse en Cortázar y El Guaje.

El general Obregón creyó ver, en esta retirada del enemigo, la derrota de Villa, y entregado al entusiasmo, consideró llegada la hora de perseguir y exterminar al villismo, por lo cual ordenó al general Cesáreo Castro, que con la caballería que estaba en la plaza y que era en su mayoría de las fuerzas del general Alejo González, saliera de Celaya tras de los villistas.

Castro, sin embargo, no pudo avanzar más de catorce kilómetros en seis horas; pues sus tropas, al igual de lo que había acontecido a las villistas, quedaban entrampadas a cada poco andar entre el laberinto de los acequias. Villa, que con sus propios ojos había advertido la imposibilidad de las maniobras de caballería, hizo omisión de sus perseguidores; e informado de la concentración de sus fuerzas, tanto en Cortázar como en El Guaje, marchó a Irapuato desde donde anunció que reharía sus planes, sus fuerzas, sus abastecimientos y todo lo que le pudiese servir para volver al ataque a la plaza.

Obregón. en cambio, aprovechándose hábilmente de la retirada de Villa, festejaba el triunfo de las armas Constitucionalistas; ahora que el Primer Jefe no correspondía al optimismo del general Obregón, por lo cual, ordenó a éste, que aprovechándose de la retirada de Villa, abandonara la plaza de Celaya y se replegase a la de Querétaro.

Mas el general Obregón hizo disimulo de tal orden. Bien conocía el ánimo del hombre de guerra, y por lo mismo no ignoraba que su permanencia en la plaza le daba mucha jerarquía, estimulaba a sus soldados, sembraba las dudas en el campo villista y con todo esto, en el caso de volver el enemigo al ataque, tenía asegurado el triunfo.

Para una determinación de tal naturaleza, mucho ayudaba al general Obregón su osadía reflexiva. También la fe en su persona individual; la creencia de que poseía virtudes de guerrero sin par y la seguridad de que las novecientas bajas sufridas por sus fuerzas durante el ataque, serían repuestas pronta y fácilmente.

Villa, por su parte, también creía en sí mismo. Creía, igualmente, en su buena estrella. Fiaba en su audacia a pesar de ser ésta tan irreflexiva a par de orgullosa. Tenía la certeza de que en pocos días podría reemplazar los mil doscientos hombres perdidos en el ataque de Celaya y los dos mil heridos y prisioneros. Por todo esto, apenas reinstalado en Irapuato, empezó a pedir al norte y al oriente del país, el envío de refuerzos. Pedía asimismo a sus agentes en El Paso, el suministro de material bélico. El general Villa estaba enardecido. Era, quizás más que con anterioridad a la retirada el gigante conmovedor que representaba, simbólicamente, el alma sublevada de la clase rural de México.
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