Presentación de Omar CortésCapítulo decimoquinto. Apartado 2 - Situación de las faccionesCapítulo decimoquinto. Apartado 4 - La Junta Revolucionaria Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO SEGUNDO



CAPÍTULO 15 - LA DECISIÓN

LA SITUACIÓN EXTERIOR




Tantas y grandes han sido las conmociones sufridas por el país desde la derrota y fuga del general Victoriano Huerta hasta la tregua fortuita de las facciones revolucionarias, que México vive prácticamente ajeno al mundo exterior. Hay en este acontecimiento no sólo el aislamiento propio a los pueblos entregados a luchas intestinas, sino también existe en el alma popular un sentido tan profundo de nacionalidad, que el país desdeña lo que no concierne a su vida doméstica.

De lo relacionado con otras naciones, sólo interesa lo que ocurre en Estados Unidos, mas no por razones de afinidad o simpatía hacia este país, antes por ser la República que suministra los pertrechos de guerra a los grupos beligerantes mexicanos; también, porque en ocasiones, azuzado por los políticos emigrados y por los grandes intereses norteamericanos que poseen propiedades en el suelo de México, el gobierno de la Casa Blanca parece inclinado a intervenir en los negocios internos que sólo corresponde dirimir a los nacionales, y como si los políticos y estadistas de Wáshington tuviesen en sus manos la excepcional virtud de sembrar la paz, el bienestar y felicidad de los pueblos a su sola voz y mando.

Desde el comienzo de la Segunda Guerra Civil, el gobierno de Estados Unidos ha tenido a lo largo del horizonte de las aguas territoriales de México sus imponentes barcos de guerra, como si el pueblo rural mexicano pudiese cambiar de ruta en las manifestaciones armadas o pacíficas de su transformación compensativa y armónica a la sola vista de los cañones y humo de las naves norteamericanas que parecían solazarse en los comprensibles dramas del país.

Así, desde los sucesos de Veracruz, obra del lirismo político de la Casa Blanca, que olvidando sus cruentas luchas intestinas pretendía ser árbitro de la paz mexicana, la política de Estados Unidos había abierto un compás de espera; pero al mismo tiempo permitía, no obstante las exigencias de paz que pretendía para México, que los especuladores de armas a lo largo de la frontera norte mexicana, llevaran a cabo todo género de operaciones para abastecer de pertrechos de guerra a las facciones armadas nacionales, pero sobre todo a la villista.

De esta manera, el gobierno de Estados Unidos provocaba la guerra dentro de sus doctrinas de pacifismo y constitucionalidad; ahora que estas incompatibilidades de doctrina y procedimientos no alcanzaban los derechos de la razón, en hombres de muy elevados caracteres de gobernantes como eran Wilson y Bryan.

Esa práctica que favorecía a los vendedores de armas, en detrimento de la paz doméstica de México, la cubría la Casa Blanca con el manto de una supuesta neutralidad, en la que influía la preocupación de Estados Unidos en torno a los acontecimientos que se desarrollaban en Europa y que parecían amenazar al mundo.

En efecto, los Imperios Centrales, en seguida de declarar la guerra (4 de agosto, 1914) a los países de la Entente, y después de violar la neutralidad de Bélgica, avanzaban victoriosos sobre territorio francés.

La grande guerra, esperada y alentada en Europa desde los primeros años del siglo XX, era ahora un hecho que sacudía, comprometía y arrollaba a las potencias europeas y que, rozando los intereses financieros, políticos y culturales de Estados Unidos y otros pueblos, parecía que de manera inminente podía convertirse en una conflagración mundial, de la cual no sería dable escapar al pueblo noramericano.

A esa gran preocupación del gobierno de Estados Unidos no correspondía México dado el estado de sus negocios internos. A las declaraciones bélicas de los Imperios Centrales, Carranza contestó con una débil declaración de neutralidad. De hecho, el gobierno de la Revolución no se dio por entendido de lo que aquella guerra podría significar para México, ni siquiera para el futuro de México.

Muy graves, eran los negocios, ya de facciones, ya de la masa rural, ya de la administración pública, ya de las condiciones urbanas en el país, de manera que parecía un desafecto patriótico y una merma a las condiciones domésticas del país, cualquiera preocupación que correspondiese a asuntos o conflictos más allá de las fronteras nacionales. Sobre todo, de problemas capaces de comprometer el estado anémico de la Nación mexicana, sometida a la dura prueba de su rehabilitación rural.

No dejaba, por supuesto, de influir en el desdén de los revolucionarios hacia los acontecimientos exteriores, la ignorancia de los caudillos de la Revolución en los negocios extranjeros, y especialmente en los concernientes a los de Europa.

Hecha la Revolución con un sentido específico de nacionalidad -y de nacionalidad que dirimía la gran población rural mexicana- y desligados los caudillos de los intereses y artificios de la diplomacia universal. Resentidos, además, por el intervencionismo de los agentes diplomáticos de Europa y Estados Unidos durante los trágicos sucesos de Febrero, la realidad a extramuros de México escapaba de las manos y la vista de los jefes revolucionarios; ahora que esto, hacía perder a México la oportunidad de utilizar las condiciones de guerra en Europa, para dar fin a las condiciones de sometimiento en que se hallaba la economía nacional.

El propio Carranza, teniendo a menos, como encargado del poder Ejecutivo, los acontecimientos europeos, estaba perdiendo la oportunidad de aprovechar la conyuntura en favor de los intereses nacionales y de la Revolución; porque, al efecto, habiendo provocado la guerra europea un aumento de precios en el petróleo, el henequén, los minerales y otros productos de México, Carranza permaneció ajeno a tal suceso, que pudo servir de pauta para una pronta y segura rehabilitación de la economía mexicana, y para apaciguar con tal motivo a las facciones guerreras.

No se opinaba ni se procedía en igual forma dentro de la facción villista. En ésta, dos hombres ilustrados y clarividentes como el licenciado Miguel Díaz Lombardo y el general Felipe Angeles, advirtieron al general Francisco Villa, -y éste aprovechó las opiniones de Díaz Lombardo y Angeles en el medio al que se prestaba su rusticidad— lo favorable que podía ser para el villismo el alza de precio en los metales como consecuencia de la guerra europea; y como Díaz Lombardo y Angeles, por otra parte, previeron la simpatía y apoyo del gobierno norteamericano hacia los países de la Entente, aconsejaron a Villa, y éste aceptó el consejo, que no desaprovechara todos los signos equivalentes a una alianza moral con Estados Unidos.

Muy acertadas, aunque peligrosas para la paz interna de México, puesto que ponían a Villa en un suelo factible al crecimiento de las tentaciones propias a los caudillos rústicos, fueron las opiniones de Angeles y Díaz Lombardo; porque Villa logró adquirir en trueque de metales, fuertes cantidades de armas y municiones, de manera que para el otoño de 1914, representaba dentro de México una fuerza militar vigorosa, audaz, organizada y debidamente preparada para la guerra civil; tan preparada así que ya no quedaba otro camino a Villa que el agredir a la autoridad de Carranza, no obstante el reconocimiento que había hecho de la autoridad de éste, y de los males que iba a acarrear al país y que le harían empañar su figura de excepcional caudillo rural de México.

Las necesidades que los países europeos en guerra, tuvieron de minerales mexicanos fueron, de esa manera, las columnas de apoyo para que el general Villa embarneciera su División del Norte y con lo mismo sobrestimara su poder de guerra y sus aptitudes como capitán de los ejércitos en pugna.

Estas ventajas ofrecidas por la guerra europea a los revolucionarios mexicanos y que el general Villa utilizó hábilmente, aunque en detrimento de la paz nacional, pasaron inadvertidas para Carranza, y como era natural, también para el general Emiliano Zapata, quien aparte de tener sus concentraciones armadas fuera de la zona mineral de México, se limitaba a fomentar el heroísmo esotérico, pasivo y errático de la más generosa rusticidad mexicana.

Y la generosidad del zapatismo no tenía límites ni en candor político ni en manifestaciones de guerra, Todo cabía dentro del Ejército Libertador, porque cada uno de sus actos era consecuencia de una fe humana. Así, el zapatismo lo mismo respetaba las grandes tenencias de tierra, como a continuación entraba a saco las haciendas; hacía fusilar a los mayordomos, en su mayoría españoles, de las fincas azucareras, como mandaba escoltar a los hacendados para que no fueran perjudicados en sus personas o intereses.

Zapata, pues, estaba al margen del concurso revolucionario con respecto a la guerra europea, y ello sin detrimento de su conciencia revolucionaria ni de los intereses del país, dada la geografía de sus operaciones guerreras; ahora que no acontecería lo mismo con Carranza, porque no obstante su desdén hacia los negocios extranjeros, pero en particular en lo conexivo a los sucesos en Europa, pronto tuvo necesidad de cambiar de opinión. Las noticias de que el general Villa se fortalecía con material de guerra gracias a los altos precios de los minerales, le hizo convenir en la necesidad de acudir a iguales arbitrios; y al efecto, ordenó al general Pablo González que procediera a acrecentar las guarniciones y vigilancias en las zonas petroleras de Tamaulipas y Veracruz, de manera que, llegado el momento, se pusiera en vigor un aumento considerable sobre los impuestos que pagaban las empresas explotadoras de los pozos petroleros, que estaban obteniendo cuantiosas ganancias como consecuencia de los suministros que hacían a los Aliados.

Mas comprendiendo que tales disposiciones, —fácilmente aplicables, gracias al orden administrativo que el general González daba a sus cuerpos armados—, no serían tan efectivas si no estaba bajo su autoridad un puerto marítimo o fronterizo de la importancia del que Villa tenía en Ciudad Juárez, Carranza procedió a urgir, con imperio patriótico, y por conducto de sus agentes en Wáshington, la desocupación militar de la plaza de Veracruz, que continuaba en poder de las fuerzas armadas norteamericanas.

No fue esa la única disposición de Carranza, sino que advirtiendo la importancia de la península de Yucatán, donde produciéndose el henequén, fibra tan condiciada por los requerimientos de la guerra, podrían tener una fuente de riqueza con la explotación, el monopolio y la exportación de la fibra yucatanense, que en el año de 1914 había dado un rendimiento de veinticinco millones de dólares, ordenó una centralización henequenera.

Sin desconocer los proyectos de los consejeros del general Villa ni las ganancias que éste obtenía en las inigualables operaciones que realizaba con los minerales de Chihuahua, Durango y Coahuila, el Primer Jefe se propuso seguir los pasos del caudillo norteño; y tras de afianzar la situación militar en Tamaulipas y Veracruz, y con ello acrecentar los ingresos la tesorería del Constitucionalismo; y tras de dictar las primeras disposiciones a fin de apoderarse de la producción henequenera, ya no tuvo otro objetivo principal que el de establecer su ciudad capitana en el puerto de Veracruz.

Con todo esto, un nuevo horizonte se presentaba a la vista de Carranza. Los vaivenes que en esos días se sentían y practicaban entre los jefes revolucionarios, pasaron a segundo lugar. Carranza iba a fortalecer su autoridad en todos los órdenes de la vida mexicana; y los medios estaban a su alcance. Para ello no le faltaba talento y experiencia; tampoco tozudez.
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