Presentación de Omar CortésCapítulo noveno. Apartado 8 - El General Huerta, sediciosoCapítulo noveno. Apartado 10 - El primer crimen Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 9 - LA CUARTELADA

LA APREHENSIÓN DE MADERO




Todo está, pues, ordenado para la aprehensión del presidente de la República. ¿La causa? Los apetitos políticos; el desquite del ejército federal. Porque, ¿Podían vivir tranquilos los viejos generales del porfirismo, después de haber sido derrotados por las turbas pueblerinas y los jefes lugareños?

Para explicar cómo fueron engendrados, en apenas catorce meses del gobierno del presidente Madero, esos sentimientos de tomar desquites y ejercer venganzas contra la clase rural mexicana, simbolizada en las columnas de la prensa periódica con las insensatas críticas a los secretarios de Estado Manuel Bonilla y Abraham González, es necesario recordar que el ejército federal sólo constituía un organismo burocrático. La tradición de la Reforma y la Intervención estaba perdida en medio de las cuentas de ingresos y egresos. El Gobierno del general Díaz llegó a creer que solamente dentro de ese mismo gobierno se hallaba la potencia moral, económica, humana, geográfica y jurídica de la Nación mexicana. Esta idea tan pobre e inexacta acerca de la República, más que la llamada tiranía porfirista, fue la que perdió al régimen político fundado por don Porfirio; pues cuando los gobernantes son engreídos y olvidan el deber de la consulta, no son ellos quienes pagan el error: son los pueblos. Y el pueblo de México iba a pagar la última herencia del absolutismo oficial de los Treinta Años con la aprehensión de su Presidente Constitucional; porque ¿qué delito había cometido Francisco I. Madero, para que Huerta y Blanquet estuviesen espiando el momento de aprehenderle y con ello llevar al cabo un chantaje a la gente de la Ciudadela?

Los días 16 y 17 de febrero transcurrieron en la ciudad de México entre los negros presagios que siempre ofrecen las dudas y las demoras. Dudas, porque Félix Díaz y Huerta vacilaban entre ambos no sólo en el poder de sus respectivas fuerzas, sino en la sinceridad y efectividad de sus propósitos. Demoras, porque mientras Huerta retardaba la acción contra el Presidente, tratando de obtener más ventajas de la gente de la Ciudadela, el Presidente, por su parte dispuesto a relevar a Huerta del mando de la tropa atacante, quería prolongar las horas a fin de que pudieran ser concentrados en la capital los soldados de Veracruz y Oaxaca, así como las partidas de cuerpos irregulares de México, Michoacán, Querétaro y Guanajuato, para proceder a destituir del mando a Huerta; mando que proyectaba dar al general J. Refugio Velasco, soldado de muchos quilates.

De esta suerte, el programa del Presidente y las intenciones de Huerta, vinieron al encuentro precisa y unísonamente el 18 de febrero.

A la mañana de este día, mientras que la presidencia recibía noticias de la llegada a Puebla de las fuerzas de Oaxaca, Huerta mandó un grupo de oficiales vestidos de paisanos, bajo las órdenes del civil Enrique Cepeda, viejo amigo e individuo de las confianzas del propio Huerta, para que se apostara en el patio de Honor del Palacio, con instrucciones de vigilar todos los movimientos del presidente de la República.

Este llegó a la residencia del Ejecutivo a temprana hora, y en seguida de los honores de reglamento, llamó al general Blanquet, a quien ordenó que mandara buscar al general Huerta, pues tenía que darle instrucciones. Blanquet, quien como se ha dicho, estaba comprometido en todos sentidos con Huerta, y sólo esperaba que éste le comunicara el momento de proceder, simuló ignorar el paradero del comandante de la plaza.

Resuelto a quitar el mando a Huerta y creyendo que el acontecimiento no tendría mayor importancia, puesto que recordaba la docilidad de Huerta en las dos ocasiones anteriores que había sido destituido, Madero no dudó de que el 29° batallón a las órdenes de Blanquet, permanecería en su puesto y sin alterarse por el cambio del comandante de la plaza.

Pocas horas transcurrieron desde la llegada del Presidente a Palacio hasta la presencia en el patio de honor del general Huerta; pues éste entró a las oficinas de la comandancia cerca del mediodía acompañado de Gustavo A. Madero, hermano del Jefe de Estado, quien invitó a Huerta, haciendo extensiva a la invitación al general Blanquet, para ir a almorzar a un céntrico restaurante, lo cual aceptó el primero, mientras que Blanquet pidió disculpas, pues que no podía dejar abandonada la custodia de Palacio.

Admitió Madero la excusa de Blanquet, y tanto él como las personas que le acompañaban, salieron por indicaciones de Huerta a tomar un automóvil. Huerta se quedó unos minutos a solas con Blanquet, para decirle que procediera a la aprehensión del Presidente, debiendo esperar que el general Angeles se presentara en Palacio, de manera que quedase también prisionero.

El Presidente pasó las horas de la mañana conferenciando con los secretarios de Estado, y en espera del general Huerta. Con el Presidente estaban el ministro de Relaciones, Pedro Lascuráin; el de Hacienda, M. Vázquez Tagle: el de Comunicaciones, Manuel Bonilla, el de Fomento, Rafael L. Hernández; el gobernador del Distrito, Federico González Garza y el vicepresidente José Ma. Pino Suárez. También estaban allí cinco oficiales del estado mayor presidencial.

Sin exteriorizaciones de pesimismo, el Presidente y sus acompañantes, no dejaban de manifestar un estado de ánimo ansioso. Madero tenía ordenado que también fuese llamado a su presencia el general Felipe Angeles. Así, los ministros sabían de antemano que el Presidente iba a relevar de la comandancia de la plaza al general Huerta, de quien se tenían sospechas por sus tratos con los líderes de la Ciudadela, para entregar tal mando al general Angeles o en su defecto, al general Velasco.

Y no era ese, el único gran problema que tenía en cartera el Presidente; pues había hecho confidencia al ministro Bonilla, sobre la delicada situación que prevalecía y la amenaza que se cernía sobre la constitucionalidad de la República y por lo mismo le indicó que se trasladara a San Luis Potosí, con la idea de que en esa ciudad se estableciera el vicepresidente Pino Suárez.

Este a su vez, con angustia confió a Bonilla la idea de que a esas horas, el Presidente no debería estar en el mismo lugar, puesto que permaneciendo en igual punto la cabeza del gobierno de la República podía ser destroncada a un solo golpe perdiéndose así el hilo de la constitucionalidad; y, con el propósito de empezar a desarrollar el plan presidencial, Bonilla se había retirado del despacho presidencial, cuando se produjo la catástrofe que sería el preliminar de la Segunda Guerra Civil.

En efecto, recibidas las órdenes precisas de Huerta para llevar a cabo la aprehensión del presidente de la República, el general Blanquet, siempre bajo la mirada de Enrique Cepeda, poco después de la una de la tarde, llamó al teniente coronel Teodoro Riveroll, individuo de toda su confianza, y le mandó que subiera, con una fuerza de cincuenta hombres a los salones de la presidencia, que conminara al Presidente y a sus ministros para que se diesen por presos y que en seguida, hiciera bajar al Presidente, debidamente escoltado al patio de Honor.

Riveroll pidió permiso para hacerse acompañar por el mayor Pedro Izquierdo, a lo que accedió Blanquet desde luego; y a continuación se dispuso Riveroll a cumplir la orden; pero al recordar que no sabía la situación de los salones de Palacio, él ignoraba cual era el lugar preciso a dónde podría hallar al Presidente, Cepeda, el lugarteniente de Huerta, se prestó a guiar al teniente coronel.

Sin pérdida de tiempo, Riveroll, Izquierdo y Cepeda con la fuerza antes dicha, se encaminaron hacia la planta alta de Palacio a donde estaba reunido Madero con el vicepresidente y los ministros citados anteriormente; y luego de trasponer la sala de acuerdos, llamaron a la puerta del despacho presidencial, que les fue abierta por uno de los ayudantes de Madero; y olvidando las instrucciones de Blanquet, quien les había recomendado las precauciones del caso, puesto que tanto el Presidente como sus colaboradores estaban armados y podían ofrecer resistencia, los dos oficiales y Cepeda entraron violenta y aturdidamente al despacho presidencial, dejando la fuerza en el salón de acuerdos.

Madero, al ver entrar a tales sujetos, les preguntó qué querían y como Riveroll le pidió que se diese por preso, el Presidente desenfundó un revólver y disparó sobre el grupo. Lo propio hicieron los ayudantes Federico Montes, Gustavo Garmendia y Marcos Hernández, cayendo muertos Riveroll e Izquierdo, y pudiendo huir en medio de la confusión Cepeda, quien aunque herido, logró escapar por el ascensor presidencial, en tanto que los soldados, en desorden, presentaban armas.

Mientras tales sucesos ocurrían en el piso presidencial, en el patio de Honor, donde el general Blanquet espiaba el resultado de la misión de Riveroll, era preso el general Felipe Angeles.

Blanquet, al enviar a Riveroll, tomó previamente todas las disposiciones militares, para el exacto cumplimiento del acuerdo con Huerta. De esta suerte, mandó formar, desde la puerta de Honor hasta el fondo del mismo patio, a sus soldados, y a fin de que Madero y sus colaboradores no pudieran escapar, ordenó que todas las salidas quedaran cubiertas con guardia de cincuenta soldados.

Así, la tropa en alerta, preso Angeles y escuchados los disparos en la parte alta del Palacio, Blanquet esperaba ansioso el resultado, cuando se le presentó Cepeda, herido, para informarle lo acontecido; y en eso Blanquet vio avanzar hacia él al Presidente. Este caminaba con mucha entereza, seguido del vicepresidente Pino Suárez.

Los soldados del 29° batallón estaban desconcertados. Unos vitoreaban al Presidente; otros, los más, esperaban órdenes, dispuestos a obedecer a Blanquet. Este, pistola en mano, se adelantó hacia el Presidente. Aquí me tiene usted, ¡asesíneme!, le dijo Madero. Yo no soy asesino, pero usted es mi prisionero, contestó Blanquet; y cogiendo al Presidente por un brazo, le condujo a la Sala de Bandera, en donde quedó preso con centinela de vista, y la vigilancia de un oficial del 29° a quien Blanquet hizo responsable por la seguridad del prisionero.

Y ahora, ya están presos el Presidente y el Vicepresidente de la República. Todo el programa de Huerta se ha realizado felizmente hasta ese momento. Primero, el traslado del general Blanquet y el 29° batallón, para la custodia de Palacio; después, los tratos formales con el general Félix Díaz; finalmente, la aprehensión de Madero y Pino Suárez.

El plan, ideado y desarrollado totalmente por Huerta, ha tenido sus instructores intelectuales. Huerta era, en la realidad, la maldad; pero otros habían sido el soplo de la maldad. Estos otros, correspondían al grupo de los senadores acaudillados por De la Barra, Rabasa y Enríquez, cuya responsabilidad moral y política, si no podía ser deslindada en todos sus detalles, puesto que no eran cómplices materiales, no por ello perdía la categoría de primera en la esencia, en los propósitos y en la acción. Sin el apoyo moral e intelectual que Huerta sintió entre aquellos hombres del Senado, de quienes se hablaba como de los individuos más ilustres por su saber y su linaje de los Treinta Años; sin ese apoyo. Huerta se entrega dócilmente al Presidente, como se había entregado en 1911 y 1912. Madero conocía lo bastante el alma humana, para no equivocarse en la pequeñez de Huerta; en la subordinación de Huerta; en la debilidad de Huerta frente al imperio del mando presidencial. En lo que se equivocó Madero fue en no considerar que el diablo podía soplar a Huerta y estimularle hasta realizar acto cometido al mediodía del 18 de febrero.
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