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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 5 - EL TRIUNFO

MADERO FRENTE A CIUDAD JUÁREZ




Los revolucionarios no proyectan la organización de un solo y grande cuerpo combatiente. No tienen armas, ni estrategos, ni ordenanzas para tal fin. Prefieren, en cambio, los alzamientos amenazantes y las guerrillas impetuosas. Estas se reproducen y ramifican prontamente en todo el país, a pesar de que mucho escasean los pertrechos de guerra.

Esas proliferaciones guerreras estimulan a la imaginación popular, pues entre la gente rural, quién más quién menos, no para obtener ventajas ni en seguimiento de un ideal, antes a fin de sentir las emociones a las cuales el individuo se entrega fácilmente como preliminar de nuevos e iluminados amaneceres civiles y políticos, se proyectan conspiraciones, asaltos, requisas, para de esta manera abastecerse de armas, municiones y cabalgaduras en las mismas fuentes del gobierno o de los partidarios de éste.

Entre los grupos de alzados no faltan quienes andan deseosos de desafueros y violencias, ora en logro de fortuna, ora en ejercicio de venganza; pero, sobre todo eso, si no la disciplina, que no es posible exigir a los voluntarios de la guerra, hay un orden determinado por el desinterés, la vehemencia política y la ambición de triunfo de los jefes revolucionarios.

Por esto último, sobre todo, las guerrillas se multiplican en el sur del país, hacia el altiplano, o a lo largo de las zonas costaneras, y cada día son más audaces. Luis Moya intenta entrar, al frente de un grupo de revolucionarios, a la capital de Zacatecas, proyecta -y lo cree fácil— secuestrar al gobernador porfirista; ahora que cuando va a poner en práctica su plan advierte lo inocente que es. No se desanima. Une sus fuerzas a las de Calixto Contreras y Orestes Pereyra, y toma Nazas; ocupa Ciudad Lerdo y avanza en atrevido movimiento hacia Mapimí; pero regresa al sur y ataca a Sombrerete en donde cae muerto durante el asalto.

En Veracruz, unidas las fuerzas maderistas de Rafael Tapia, Cándido Aguilar y Gabriel Gavira, toman Huatusco y luego se sitúan en las cercanías de las vías férreas, dispuestos a capturar al general Reyes si éste, a su regreso de Europa, viaja por la ruta de Veracruz a México.

En Tabasco, los grupos armados de Ignacio Gutiérrez y Cándido Donato Padua, ocupan Huimanguillo, Comalcalco y Aldama, mientras que Iturbe y Banderas bajan de las estribaciones de la Sierra Madre Occidental y se presentan con setecientos hombres a las puertas de la capital de Sinaloa. Mazatlán está sitiado por el jefe rebelde Justo Tirado. Martín Espinosa y Rafael Buelna, se hallan en las goteras de Tepic, Julián del Real, ha reunido cerca de mil hombres, aunque la mayoría desarmados, en el norte de Jalisco; y si Francisco de P. Mariel, amenaza la plaza de Pachuca, Jesús Agustín Castro amaga formalmente a Torreón.

Zapata con sus surianos, sufre dos derrotas consecutivas. Una en Matamoros; otra en Cuantía. Así y todo, reúne más gente. Arma a sus soldados con machetes y escopetas y se acerca a Jojutla, pero se retira y en seguida se pone sitio a Cuantía.

Sólo en Baja California no son afortunados los revolucionarios; pues desde la separación del caudillo liberal José María Leyva, y en seguida de haber sido sustituido éste por Francisco Vázquez Salinas, recomienzan las riñas y rivalidades entre los principales capitanes de la columna expedicionaria. Flores Magón, no obstante las amenazas que presentan en la guerra las escisiones entre los liberales, continúa entregado al optimismo periodístico. Ahora, pide a los alzados en Baja California que impriman a la revolución una intensa finalidad social, para convertirla en el brazo robusto que ha de hacer pedazos la servidumbre de la gleba. Después, se dirige a los trabajadores del mundo, exhortándoles para que ayuden a los revolucionarios mexicanos.

Y los auxilios, aunque en pequeñas dádivas, de las que Flores Magón da públicas y escrupulosas cuentas, aunque con tales dádivas cobran influjo los socialistas extranjeros que militan en las filas liberales; y como esta actitud de los internacionalistas —quienes día a día aumentan en número dentro de las filas del improvisado ejército revolucionario en Baja California- no puede ser comprendida en un país que, como México, apenas comienza a escuchar la palabra socialismo, se juzga que aquellos extraños, no obstante que hacen públicas sus ideas a cada paso, son filibusteros, y por lo mismo, y en medio de todos los choques morales y materiales que el pueblo sufre durante una guerra civil, se hace muy socorrida la especie de que tales socialistas, asociados al magonismo, tratan de organizar en la península, una República independiente, con el propósito de anexarla adelante a Estados Unidos.

Esto último, no obstante ser una superchería propia de la ignorancia y de los más mezquinos políticos, sirve para que los liberales, después de ocupar Mexicali, Tecate y Tijuana, pierdan la batalla contra el porfirismo.

Y mientras todo eso ha ocurrido en diferentes zonas de la República, Madero, quien ha movilizado su cuartel general de San Buenaventura a Namiquipa, resuelve avanzar más al sur; hacia el corazón del estado de Chihuahua. Hánsele unido, como queda dicho, las fuerzas de Pascual Orozco y manda propios con instrucciones de localizar a José de la Luz Blanco, jefe maderista a quien tiene en grande aprecio, para que procure incorporarse con sus hombres a la columna revolucionaria principal.

Al mismo tiempo, prueba los dos cañoncitos que ahora tiene; uno de 2 pulgadas, el otro de 3. En seguida, decreta, como presidente provisional, el haber diario de un peso para los soldados revolucionarios. Decreta también que las familias de quienes mueran en campaña sean pensionadas. Después, junto con Abraham González, Pascual Orozco y José Garibaldi traza un nuevo plan de campaña. Por último, nombra coronel a Orozco, mayores a Francisco Villa y Agustín Estrada, y reorganiza su estado mayor, dando el lugar predilecto a Roque González Garza.

Conforme al plan trazado por Madero, el ejército que ahora es llamado Libertador, se apoderará de los ferrocarriles del Noroeste de México, desde Estación San Andrés hasta Estación Madera, y del Kansas México y Oriente, entre La Junta y Estación Creel.

Para estos movimientos, Madero, en seguida de reconciliar a Orozco y Villa, quienes estaban enemistados, ordena que el primero avance prontamente hacia San Andrés, corte la vía y se apodere de todo el material ferrocarrilero posible; que el segundo y Agustín Estrada, se sitúen en la hacienda de Bustillos, lugar elegido para establecer el cuartel general, y que el teniente coronel Garibaldi se movilice hacia Temosáchic y Madera; y todo es cumplido al pie de la letra.

Mas lo que interesa a Madero es apoderarse de una plaza importante a fin de lograr beligerancia nacional; y considera que ha llegado el momento de caer inesperadamente sobre Ciudad Juárez. Su ejército asciende a dos mil quinientos hombres y ha recibido de sus agentes en El Paso doce mil cartuchos para rifles Mausser. Orozco y Villa le proponen simular un movimiento sobre Chihuahua, a manera de distraer la atención de los federales, mientras la gente, embarcada en Estación Corral, pueda ser llevada por la vía férrea hasta las puertas de la ciudad fronteriza.

Mientras da una forma y otra forma a sus planes, Madero expide el decreto número 2, concediendo "indulto tan amplio como necesario al mayor Francisco Villa, por la vida de aventuras que éste hubiese llevado antes de unirse a las filas revolucionarias.

Desiste Madero del plan de amagar la plaza de Chihuahua, en el que mucho optimismo tenía Pascual Orozco, y ordena que el avance hacia el norte sea sobre la vía del Noroeste hasta Madera, y de aquí, por tierra, hacia Casas Grandes, para continuar por ferrocarril a Bauche y ponerse así en los aledaños de Ciudad Juárez.

Aprobado el plan. Madero abandona la hacienda de Bustillos el 7 de abril (1911). Va al frente de mil quinientos jinetes. Adelante marchan el coronel Orozco y el mayor Villa, llevando cada uno quinientos hombres montados; y cortando al norte de lugares peligrosos como Mal Paso y Pedernales, el presidente provisional, llega a Estación Rosario, en donde le espera un tren a bordo del cual embarca a su gente y sigue a Temosáchic.

Aquí, el 9 de abril, reciben a Madero con señalado entusiasmo. Los habitantes de la población le piden armas; y aunque no es posible corresponder a la demanda, son muchos los hombres que jubilosamente se unen al ejército Libertador.

Ahora, como el caudillo tiene informes de que la guarnición de Casas Grandes está mermada, debido a que la secretaría de Guerra mandó que los federales se concentraran en Ciudad Juárez, hace que Garibaldi se adelante al norte, mientras que él, Madero, avanza por tierra a lo largo de las estribaciones de la Sierra Madre; y todo lo hace con tanto orden y precisión, que el 12 de abril entra a Casas Grandes. Los vecinos de la población, concurren en humillante silencio a la entrada del caudillo que semanas antes había sido derrotado a las puertas de la misma.

El siguiente paso de Madero es Bauche. Raúl Madero y José Garibaldi marchan a atacar la plaza. La toman a sangre y fuego. Madero está en Bauche la noche del 19 de abril. De Bauche a Ciudad Juárez sólo hay veinte kilómetros; y como Madero sabe que sus fuerzas se hallan en condiciones de combatir, por conducto del licenciado Federico González Garza, quien aguardaba órdenes en El Paso, envía un pliego al general Juan N. Navarro, comandante militar de la plaza, dándole venticuatro horas para que se rinda. El caudillo atisba la victoria. Esta, no le será fácil. Sin embargo, Madero fía en la virtud y la popularidad de su movimiento.
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