Presentación de Omar CortésCapítulo quinto. Apartado 9 - Conferencias de pazCapítulo quinto. Apartado 11 - Los Tratados de Ciudad Juárez Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 5 - EL TRIUNFO

LA TOMA DE CIUDAD JUÁREZ




Madero ha establecido la residencia del gobierno de la Revolución que preside de acuerdo con lo estipulado por el Plan de San Luis, en una casa de dos cuartos inmediata al monumento que marca la línea de separación entre México y los Estados Unidos, a la que llamaban Casa Gris o Casa de Adobe. Allí le acompañan su esposa Sara Pérez, el doctor Ignacio Fernández de Lara y su secretario Elias de los Ríos. Allí también se reúnen, los hombres más importantes de la Revolución, quienes llegan de toda la República a recibir órdenes del presidente provisional o a informar a éste de lo que ocurre en el país.

Entre esos hombres principales, están Abraham González y José María Pino Suárez, Venustiano Carrranza y Francisco Vázquez Gómez, José Guadalupe González y Alberto Fuentes, Manuel Bonilla y José María Maytorena, Manuel Urquidi y Federico González Garza, Eduardo Hay y Alfonso Madero, José de la Luz Blanco y Roque González Garza, Juan Sánchez Azcona y Raúl Madero, Antonio I. Villarreal y Francisco Villa, Pascual Orozco y Agustín Estrada.

Allí también, en aquella Casa Gris, que era el más fiel reflejo de la Revolución rural mexicana, entraban y salían los periodistas norteamericanos que no dominaban su asombro viendo cómo aquel improvisado caudillo se había apoderado del alma de México, para hacer frente a uno de los más poderosos gobiernos del Continente. Allí, por último, Madero examinaba los problemas de la guerra y la política, los cuales, y gracias a su deslumbrante talento y sus experiencias de revolucionario, podía tratar y digerir con mucha facilidad y decisión, aunque sin analizar las causas que producían los problemas estudiados, puesto que aún no eran tantas las virtudes de tal hombre.

De todos los problemas, el que más ensombrecía a Madero era el concerniente a los arreglos de paz; porque, pasando por la cima de las tolerancias que la razón dictaba a Madero, el doctor Vázquez Gómez y su hermano Emilio, Esquivel Obregón y Braniff, querían ser negociadores victoriosos, debido a lo cual el campo revolucionario se había convertido en un avispero de envidias e intrigas. Y como ese campo de enredos y embrollos distaba mucho del terreno práctico y recto dentro del cual se desenvolvía la acción vigorosa de Madero, cada uno de aquellos pretendientes al laurel del triunfo negociado, meteorizando la paz y la guerra, se creía dueño de mágicas facultades de entendimiento y previsión.

Y todo eso, que quedó escrito en letras de molde por Vázquez Gómez con el falso carácter de idea principal de la la Revolución, fue precisamente lo que Madero había temido desde los comienzos de su historia política, y por lo cual, con mucho ahínco, buscó entre partidarios y los hombres de la media ilustración mexicana a quienes tuviesen capacidad para crear una nueva clase gobernadora de México.

Si en aquel momento de suficiencia y secreteos entre los adalides revolucionarios, el general Díaz deja a un lado la amargura que le producía la llamada ingratitud del pueblo, y se olvida de su responsabilidad pacifista, y se envuelve en el manto del egoísmo personal y como consecuencia de todo eso da iniciativa moral al ejército, todo aquel aparato de negociaciones y politiquerías cae por tierra, y quién sabe a qué de luchas y tragedias habría asistido Madero, para hacer triunfar la causa de las libertades públicas y políticas.

De aquel teatro que pudo ser siniestro, fue responsable en grado superlativo el doctor Francisco Vázquez Gómez. Sus actitudes de provocación y engreimiento pertenecen al más detestable de los capítulos revolucionarios. El, el propio Vázquez Gómez, cuando años más adelante vino a la razón, confesó sus errores a propósito de lo sucedido durante la contienda doméstica en la Casa Gris.

A esa actitud de los hombres, principales de la Revolución, que en otro aspecto, formaban un cuadro político pocas veces visto en México por su hombradía y ensueños, se seguían la indisciplina y la deserción de los soldados del ejercito Libertador frente a Ciudad Juárez.

Considérese, pues, la obra de Madero agrupando y dirigiendo a aquellos toscos hombres, originados en las más débiles e inciertas contexturas morales, que llegaban lerdos y desgaritados a un campo que, como el de la guerra, siempre es propio a los abusos y desmanes. Consideremos a Madero viendo cómo las filas de su ejército aumentaban al acercarse a Ciudad Juárez; cuánto se mermaban conforme los soldados perdían la esperanza del ataque a la plaza y por lo mismo la de ganar botín y gloria.

Y no era esa la única causa de la deserción, sino también la falta de haberes. La pobreza invadía los campamentos de Orozco y Villa establecidos en la margen derecha del río Bravo. Así y todo. Madero expidió un decreto conforme al cual, los desertores serían castigados con una pena de cinco años de prisión.

Tan difícil se hizo la situación de los revolucionarios, que Madero reunió a sus colaboradores (7 de mayo), para comunicarles su decisión de suspender los tratos de paz y por lo mismo de continuar las operaciones de guerra, pero no sobre Ciudad Juárez, sino en otra región. Comunícasela asimismo a los jefes de armas, ordenándoles que levanten sus campamentos y se movilicen hacia el sur, de manera de atacar sorpresivamente otra plaza importante, que podía suponerse era Chihuahua.

Aunque algunos colaboradores del caudillo se opusieron a la retirada, éste confirmó su resolución, al tiempo que instruyó a Venustiano Carranza, para dirigir la revolución en Coahuila; y nombró a Manuel Bonilla comisionado de gobierno en Sinaloa y a José María Maytorena en Sonora.

El jefe de la Revolución se pone en marcha, pero apenas se aleja de la Casa Gris, cuando se entera de los pliegos que le hacen llegar urgentemente Vázquez Gómez y Federico González Garza, haciéndole saber que el general Díaz está dispuesto a dar fin a su gobierno de treinta años. Con esto. Madero regresa al punto de partida.

A la mañana del lunes 8, el contento y el optimismo crecían en tomo al campamento del caudillo. Este esperaba a Villa y Orozco, quienes mucho demoraban no obstante habérseles hecho un llamado urgente, cuando como a las once de la mañana empezaron a llegar a la Casa Gris, noticias alarmantes. Al efecto, los jefes revolucionarios, sin tener órdenes, habían empezado el ataque a Ciudad Juárez.

Madero salió a conferenciar con Orozco; y al encontrarle en el camino a Juárez, le manifestó el temor de que la caída de balas en El Paso fuese un pretexto para la intervención noramericana. Orozco le aseguró que la plaza sería rendida en pocas horas; que el combate había comenzado casualmente y que las fuerzas de Villa y Garibaldi estaban situadas entre El Paso y Ciudad Juárez, a fin de causar el menor daño posible a la ciudad texana.

Esto no obstante, y vuelto Orozco al lugar del combate, ¡qué de titubeos y dislates! Mientras que de un lado el doctor Vázquez Gómez y Carranza atizan la idea de lucha; de otro lado, Madero sigue temeroso de que los acontecimientos sirvan de pretexto a una invasión extranjera; y por lo mismo, habla por teléfono con el general Navarro, tratando de persuadirle para que entregue la plaza. Navarro se niega.

En eso llega al campamento revolucionario el licenciado Francisco S. Carvajal. Este se queja de que los maderistas han violado el armisticio, y pide a Madero que ordene cese el fuego.

Carvajal se presentó a Madero días antes del ataque a Ciudad Juárez, con una credencial firmada por José Yves Limantour, en la cual éste hacía saber que Carvajal estaba designado por el presidente de la República, de conformidad con las instrucciones que previamente le habían dado, para discutir y convenir con Madero, jefe de la revolución, o con los representantes que éste nombrara, las bases con arreglo a las cuales debería cesar el estado revolucionario y con lo mismo hacer volver el orden al país.

Mas pareció que ya no había tiempo para detener a los insurgentes. Sin embargo, como varios periodistas noramericanos llegaron al campamento revolucionario asegurando que la invasión de las fuerzas de Estados Unidos era inminente, Madero, cuyos sentimientos patrióticos se exaltaban fácilmente, volvió a dar instrucciones para que se suspendiese el fuego y amenazó con ordenar el fusilamiento de quienes le desobedecieran. Pero horas después, el presidente provisional cambió de parecer y ordenó a José de la Luz Blanco que llevase sus soldados al combate. Blanco cumplió la orden; y con este refuerzo a la gente de Orozco y Villa, al mediodía del 10 de mayo, los revolucionarios entraron a las calles de Juárez con incontenibles ímpetus, y el general Navarro se rindió a discreción.

Ahora, el gobierno de la Revolución tiene ciudad y capital. El presidente provisional nombra a los miembros de su gabinete.

Dentro de éste no hay hombres con práctica política. Francisco Vázquez Gómez, designado ministro de Relaciones, es médico, sin más trato en negocios extranjeros que su gestión de agente confidencial en Washington, durante la cual no tuvo oportunidad de relacionarse con las fuentes diplomáticas. Ajeno a la historia y a los asuntos internacionales, Vázquez Gómez sólo era un hombre de buena voluntad, celebrado —inclusive por sí mismo— debido a su ingenuidad.

En cambio, personaje de mucho mando, aunque sin brillo ni popularidad era Venustiano Carranza, encargado por Madero de la cartera de Guerra. Carranza había sido senador durante una época porfirista; mas tal cargo no lo disfrutaba como canongía ni por ser admirador del régimen de don Porfirio. Díaz le dio el asiento senatorial, para tenerle alejado de los negocios públicos de Coahuila; pues Carranza disfrutaba de un gran prestigio político entre los coahuilenses, no sólo por su rectitud e independencia, sino por sus cualidades de organizador perseverante. No correspondía, pues, Carranza, al grupo senatorial de la abyección, antes a aquel que estaba castigado, de acuerdo con las disciplinas que empleaba don Porfirio.

Tres hombres figuraban dentro del gabinete maderista en quienes se reflejaba la amistad que les unía al presidente provisional. Eran, José María Pino Suárez, elegido para la cartera de Justicia e Instrucción Pública, quien no obstante ser ajeno al desarrollo pedagógico e intelectual de México, poseía, en cambio, virtudes literarias de una sensibilidad capaz de acercarle pronto y eficazmente a los negocios de la enseñanza y educación nacionales.

El otro del trío, era Federico González Garza, individuo austero, observador, estudioso y operario político incansable. Además, Madero podía fiar en el juicio medido y cierto de González Garza a quien entregaba el despacho de la Gobernación. El tercero era Juan Sánchez Azcona, persona discretísima, excondiscípulo de Madero y a quien éste encargó los negocios privados de la presidencia. Y cerraba aquel primer gabinete de la Revolución, la figura de Gustavo A. Madero, leal y amantísimo hermano del caudillo, hombre de estuante corazón, entregando a una causa en la que antes de los sucesos de Ciudad Juárez pocos eran quienes en ella creían; pero que ahora todos pretendían dirigir; porque ¡qué de políticos oportunistas en el día del triunfo! También ¡qué de intrigantes y de intrigas!

Para los propios revolucionarios, el triunfo de Ciudad Juárez parecía una fantasía; pues todo aquello que de presto se encendía y de presto se apagaba, daba la idea de estar más allá de la realidad, y por lo mismo, cualesquiera de aquellos hombres que llevaban la victoria tan a la mano, se sentía con el derecho de tomar el mando de la Revolución y de la República.

De esto último, se originó una sublevación momentánea de Pascual Orozco, quien llevado por la soberbia y la ignorancia y sobre todo, por las primeras insidias de una Contrarrevolución que se preparaba mentalmente entre quienes se sentían defraudados por no haber llegado a tiempo de recibir los bienes de la gloria o del botín, creyó que era capaz de poner condiciones a Madero.

La aventura levantisca de Orozco en Ciudad Juárez fue, sin embargo, tan extemporánea en medio de la popularidad conquistada por Madero, que esa actitud de rebeldía quedó concluida a la mera intervención racional y enérgica del caudillo. El acontecimiento, sm embargo, fue advertencia de que el mundo caído no quedaba conforme con su derrota y que por lo mismo buscaría su restauración, utilizando, de ser necesario, a los hombres y caudillos que le habían derrocado.
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