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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 3 - EL MUNDO

LAS IDEAS UNIVERSALES




¡Qué de doctrinas; qué de enseñanzas; qué de advertencias se hallan al través del primer decenio de nuestro siglo!

Las naciones parecen envueltas en el manto estelar del optimismo. Los hombres creen haber alcanzado las supremacías de todos los fenómenos. Por esto, tal vez, se habla con desenvoltura —y como si se tratara de un divertimiento— de la guerra. ¿Qué es la guerra para la mentalidad europea de 1910, sino uno de los tantos y tantos juegos de la pirotécnia humana y política?

El periodista Norman Angel, en buenas letras, contestando a esa misma y grave cuestión, advirtiendo sentenciosamente los horrores que sufriría la Humanidad con una conflagración, señala, en cambio, los bienes de la paz; de una paz hermosa y esplendente.

Sin embargo, la gente de Europa que sólo habla de optimismo, de juventud, de lucha, de honras y honores no se detiene para escuchar las nobles, aunque ingenuas palabras de Angel. Tampoco atiende las de la Iglesia y sociedades científicas contra las violencias. El hombre y las sociedades cuanto más trabajan y adelantan, más se acercan al siglo guerrero, y la paz es un ideal que todo el mundo quisiera, pero que nadie practica. Por esto, Europa, en lo más profundo de su ser no calcula los males que en vidas e intereses, en almas y doctrinas pueda causar una guerra, de la que huye durante una hora, pero a la cual se acerca otras veintitrés. Los europeos, en el fondo, quieren experimentar la sensación de los inventos bélicos: los dreadnougth, los submarinos, las ametralladoras, los aviones, los Bertha. La emoción, pues, de una grande guerra, invade los espíritus de las naciones que proclaman los adelantos de la civilización.

Pero el europeo no sólo desea probar en aquel mundo de fantasía y ambición, los efectos de sus instrumentos bélicos. El hombre que a los comienzos del siglo se llama civilizado, en los desvarios a los cuales conduce la imaginación febricitante, cree tanto en sus poderes que le parece fácil vencer todos los dolores físicos que aquejan a los seres humanos. Para esto, ¿no con los rayos Roentgen, el médico podrá penetrar a todos los secretos del cuerpo humano? Después, los progresos en las investigaciones iniciadas por Pasteur y Koch; más adelante los trabajos de los Curie, de Masón y el nuevo campo que ofrece la cirugía, hacen creer a aquellos europeos llenos con la vanidad, que el hombre, al fin, ha triunfado sobre la naturaleza.

La palabra ciencia es la voz suprema de una supuesta salvación universal. Marconi ha comenzado una era en las comunicaciones. Albert Einstein pretende una revolución de conceptos físico-matemáticos. Ernesto Haeckel afirma que la doctrina de la Evolución significa evolución de la filosofía, de la religión, de las artes de la política; y reflejo de esa época es también Henri Bergson llevando el espiritualismo, en medio de presiones luminosas y atrevidas, al sentido de la popularidad.

Acompasados en el movimiento de las ideas marchaban Guillermo Wundt, con sus estudios sobre psicología experimental, y Segismundo Freud, quien conmovía a Europa y al Congreso Internacional de Psicoanálisis, con su obra casi científica.

Y, ¿no entre todo aquello, que parecía el procinto de los Estados Populares, brillaba la luz de un individualismo magnífico idealizado en Federico Nietzsche, y de un socialismo aristocratizado por León Tolstoi? Y, en seguida, ¿no en Italia nacía un nacionalismo liberal y democrático, connatural a la soberanía adoctrinada en el viejo jocobinismo?

Los hombres de esos días que recorremos, consideraban que si el individuo era libre —y el individuo quería ser libre— libre también debería ser la nación; y si el individuo tenía derecho a sus creencias, la patria se desarrollaría a su semejanza. Quizás, dentro de esos pensamientos políticos de tal época, que a veces —aunque más tarde— se experimentarán en México, aunque no con tanta claridad y profundidad, por ser nuestro pueblo tan rural; quizás, se dice, dentro de esos pensamientos se siente la idea de la nacionalidad humanitaria de Mazzini.

Junto a esa universalidad de las ideas, documentalmente se asoma la internacionalización de los precios. El industrialismo clasifica en esos días que remiramos, como primeras materias, al algodón, al henequén, a las maderas preciosas, de hierro y hulla crecen vertiginosas en Europa y Estados Unidos; y se otorga la categoría de elementos superiores para la riqueza de las naciones al acero y al cemento.
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