Pedro Siller


El hijo del trabajo


Segunda edición cibernética, enero 2003


Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés





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Indice

Presentación

Introducción

I

II

III

IV

V

VI

VII

Notas




Presentación

En la historia hemerográfica mexicana del último tercio del siglo XIX, ocupa destacado papel el periódico El Hijo del Trabajo.

Surgido en el seno del amplio movimiento mutualista, representó, sin duda, a una importante corriente de las muchas que ahí se desenvolvían.

El escrito que a continuación reproducimos, presenta, aunque de manera bastante general, los elementos necesarios para comprender el medio en que este periódico se desarrollo, e igualmente la evolución y cambios que a lo largo de su existencia manifestó.

La publicación de este ensayo, aparecido primeramente en el número 3 de la revista Historia Obrera correspondiente al mes de diciembre del año de 1974, lo hacemos basándonos en el permiso de reproducción especificado en esta publicación con la condición única de citar la fuente.

Chantal López y Omar Cortés

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Introducción

El Hijo del Trabajo apareció por primera vez en abril de 1876.

Durante los nueve años de su existencia, representó, dentro de una corriente que luchaba por lograr mejores condiciones de vida para los trabajadores, quizá a la fracción más radical, es decir, a la fracción que más duramente fustigó a los gobiernos indiferentes a los sufrimientos de los trabajadores, y a la soberbia de la burguesía, renuente a reconocer que en su opulencia se encontraba la raíz de la miseria de otros.

La lectura de sus páginas recrea una lucha que comenzó en 1876, último año de la etapa que se ha llamado República Restaurada, hasta el regreso de Porfirio Díaz al poder, después del periodo de Manuel González.

Su primer editor propietario, José Muñuzuri, emigrado español, había editado anteriormente La Huelga, de abril a diciembre de 1875.

El Hijo del Trabajo aparecía los lunes hasta sus primeros diez números, y posteriormente los domingos; su precio era de tres centavos. Se publicaba con el subtítulo de Periódico destinado a la defensa de la clase obrera, y propagador de las doctrinas socialistas en México. Debajo del subtítulo colocaba las siguientes frases de Babeuf: El trabajo y la riqueza deben ser patrimonio general; hay opresión cuando el que trabaja está exento de todo, y el que nada en la abundancia disfruta sin trabajo de los placeres que ella proporciona; en una verdadera sociedad no deben haber pobres ni ricos; los ricos que no quieran renunciar a lo superfluo en favor de los indigentes, son los enemigos del pueblo.

Desde sus primeros números, El Hijo del Trabajo comienza una batalla feroz contra otros periódicos como El Socialista que sobre todo, se encontraban preocupados por la política; es decir, por la reelección de Lerdo de Tejada, y por tratar de obtener prebendas a cambio de su apoyo, el cual otorgaban a nombre de la clase obrera en general, y que habían descuidado la protección de los verdaderos intereses de las clases trabajadoras. Para ese entonces, Lerdo intentaba reelegirse, y contaba con el apoyo de una fracción del Gran Círculo de Obreros, la agrupación de trabajadores más fuerte de la época. Ante el problema de la reelección, los obreros y sus agrupaciones se encontraban fuertemente divididos entre reeleccionistas y antirreeleccionistas. El propio Círculo de Obreros se escinde y la fracción antirreeleccionista, encabezada por Francisco de P. González, forma el Gran Círculo de la Unión, que ataca al Gran Círculo, acusándolo de vender el nombre de sus hermanos de clase. Así como el Gran Círculo tenía en El Socialista a su órgano oficial, el Círculo de la Unión declara como suyo a El Hijo del Trabajo en julio de 1876.

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I

Francisco de P. González, que había sido con Juan de Mata Rivera, uno de los fundadores del Gran Círculo y de El Socialista, pasó por esa fecha, a formar parte de la redacción de El Hijo del Trabajo. Había nacido en Morelia, el 21 de abril de 1844; estudió en la Escuela Latinoamericana de Morelia y hacia 1857 ya trabajaba en la ciudad de México en varios talleres y fábricas textiles, dedicándose después a la tipografía. En 1857 ingresó a la Sociedad de Sastres. Dos años más tarde, con Blas F. Acosta, fundó El Artesano (1); en 1871 inició la publicación de El Socialista; al separarse de éste, en 1876, pasó a formar parte de la redacción de El Hijo del Trabajo, convirtiéndose en su editor propietario a principios de 1877, al retirarse Muñuzuri. Después de la desaparición de El Hijo del Trabajo en diciembre de 1884, continuó trabajando en la imprenta de la Secretaría de Fomento hasta fallecer el 9 de diciembre de 1895 (2).

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II

Desde sus páginas, El Hijo del Trabajo pugnaba constantemente por el socialismo, doctrina que según ellos habría de llevarlos a una sociedad sin clases, sin necesidad de proscribir la propiedad privada. Esto, porque concebían que las desigualdades sociales no se originaban en la propiedad, sino en la distribución en los ingresos, de tal manera que si éstos pudieran regularse para evitar extremos, las clases sociales desaparecerían.

Quienes se hacían llamar socialistas generalmente eran pequeños propietarios, artesanos; por tanto, no deseaban la desaparición de la propiedad, sino que cesara la inclemente explotación de que eran víctimas los proletarios, quienes no poseían más que su fuerza de trabajo, y se otorgaran facilidades a la pequeña industria para que lograra sobrevivir. Esta protección sólo podría ser lograda a través de leyes benéficas, y de ahí su constante preocupación por lograr un gobierno que se alejara de la política, es decir, de las intrigas palaciegas y se dedicara a la administración del Estado, o sea a resolver los problemas económicos que impedían el desarrollo del país.

La aceptación que encontró El Hijo del Trabajo, debió ser amplia, pues poco a poco, en julio de 1876, dobló su tamaño y aumentó su precio a 4 centavos. El subtítulo del periódico cambia también: Periódico Liberal Independiente, socialista y acérrimo defensor de la clase obrera y da a conocer la lista de sus colaboradores: José Muñuzuri, impresor; Francisco de P. González, impresor; Francisco Zambrano de la Portilla, profesor de idiomas; Benito Castro, pintor; Julio Torres, pintor; Justo Pastor Muñoz, carpintero; Juan I. Serralde, tenedor de libros; Simón Nieto, impresor; Trinidad Espinola, sastre; Aurelio Garay, impresor; Pedro Terrazas, escultor; Juan B. Villarreal, tonelero; Santiago Enríquez, impresor; Francisco de P. Montiel, pintor; Gregorio S. Ezquerro, litógrafo; Eduardo Ruíz, tejedor; J.M. Delgado, hojalatero; José Montiel, sastre; y J.M. González, sastre.

Así pues, quienes se hacían llamar en sus escritos miembros de las clases trabajadoras, o clase obrera, no eran propiamente tales, como entendemos hoy día el término.

Aún en las sociedades mutualistas la gran mayoría estaba formada por artesanos, litógrafos, empleados públicos, meseros, dependientes, etc., así como también uno que otro pequeño empresario. Por otro lado estaban los proletarios, verdaderos obreros fabriles, cuyas condiciones de vida se asemejaban a los peones acasillados en las haciendas; tenían éstos muy pocas oportunidades de agruparse en sociedades mutualistas, no sólo por los malos ojos con que veían los patrones a toda forma de organización de los obreros, llegando inclusive algunas veces a prohibir la lectura de periódicos obreros, sino porque también éstos no contaban con una mínima cantidad extra para cubrir sus cuotas mensuales.

En esencia, el socialismo, que preconizaban a través de las sociedades mutualistas, luchaba porque las diferencias entre salarios y ganancias no fueran tan extremas. Si ambos, trabajo y Capital, eran necesarios para la producción de tal manera que ésta no podía llevarse a cabo con la ausencia de uno de ellos, la diferencia en la remuneración de cada factor no podía explicarse sino por la mala fe de quienes contrataban a los trabajadores y a la ignorancia de éstos por vender su fuerza de trabajo a precios irrisorios, con el consecuente perjuicio para la familia de los obreros, para el gremio y para la sociedad en general, pues se creaba un proletarismo en su seno, que era necesario extirpar. Consideraban que de pagarse al trabajador un salario justo, no sólo se erradicaría la miseria, sino que el trabajador podría ahorrar lo suficiente para instalar un taller de su propiedad. De esta manera, se libraría de vender su fuerza de trabajo y se aumentaría constantemente la riqueza nacional, pues las fábricas o talleres proliferarían por toda la República. Insistieron constantemente en que el obrero poseía virtudes tales como el amor al trabajo y la austeridad que no poseían los grupos de altos ingresos; por tanto, eran los obreros, si lograban hacerse propietarios, quienes podrían llevar al país a su engrandecimiento. Plotino Rhodakanaty, en el discurso de inauguración de la sociedad mutualista La Social, una de las más combativas de la época, decía: Todas sus tendencias se dirigen a procurar al trabajador un salario equitativo para proporcionarle una fortuna para el porvenir, y por este principio se colige que su objeto no es despojar al que ya posee, sino por el contrario, crear una propiedad al que nada tiene. (3).

Continuamente negaron que fueran comunistas, ya que en México la miseria era, según decían, incomparablemente menor que en Europa, en donde llegaba a tal extremo que había obligado a los obreros a convertirse en incendiarios. En mayo de 1876 publica pequeñas biografías de los obreros más destacados que tomaron parte en la Comuna de París de 1871, para que se juzgue como merece a los defensores de los derechos de la clase obrera y no de un modo tan desagradable como se ha hecho, creyéndoseles bandidos e incendiarios. Argumentaban que si la situación de los obreros en México empeoraba, nada podría detenerlos para que actuaran como lo hicieron los comunistas de París y que, además sería un acto justificado por la miseria.

Por todo lo anterior, especialmente por el lenguaje furibundo con que acostumbraba criticar a los ricos egoístas y al gobierno, El Hijo del Trabajo recibió fuertes críticas de periódicos que lo acusaban de propalar ideas disolventes, de excitar a la desmoralización, el robo y el pillaje, así como de intentar desconocer el derecho ajeno. El periódico se defendía diciendo que no hacía más que difundir la santa doctrina del socialismo, cuyo fundador y maestro había muerto en el calvario (4), y que según las enseñanzas que había legado al país el ilustre Juárez, luchando porque se respetaran los derechos del obrero, pues para los obreros, decía, no existen más que obligaciones; llevados por leva tenían que defender a los gobiernos como carne de cañón y, cuando había paz, tenían que trabajar todo el día por un mísero salario pese a que sus derechos eran negados por una sociedad que se empeñaba en enriquecerse a costa de su miseria. Otras veces, se les acusaba de querer vivir sin trabajar y de enriquecerse por medio del robo, de intentar despojar por cualquier medio a los ricos, despechados porque ellos no lo eran. El Hijo del Trabajo, contestaba diciendo que amaban el trabajo, y que si en ocasiones llegaban a la desesperación era porque no encontraban trabajo, o porque éste era tan penoso que les destruía antes de tiempo, o porque era tan mal remunerado que equivalía a no trabajar y, otras veces, porque traía consigo el carácter de la esclavitud.

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III

El Hijo del Trabajo, consideró siempre que la huelga era el recurso extremo que tenían los trabajadores para defender sus salarios. La mayoría de las huelgas en esta época se producían cuando se intentaba reducir el pago de los jornales o aumentar las horas de trabajo.

La asociación tenía el papel primordial de agrupar a los obreros en sociedades mutualistas, las cuales mediante un fondo común, proporcionaban ayuda económica a los miembros que por enfermedad o accidente se veían obligados a dejar de trabajar y, por tanto, no percibían ingresos, y aportaban cierta cantidad de dinero a los deudos en caso de que fallecieran. Además, en estas sociedades, se difundía la doctrina socialista, y se intentaba erradicar vicios como el alcoholismo; en ocasiones, las sociedades mutualistas sostenían a los obreros que se encontraban en huelga. Se intentaba además que los obreros lograran cierta educación lo cual constituía una de las preocupaciones de sus miembros.

Si la clase obrera fuera instruida -argumentaban-, no estaría expuesta a tantos sufrimientos: Su educación sería el valladar que opusiera al despotismo de todos los que se creen con derechos de ultrajarla, escribía J.M. González (5). La idea de que el conocimiento de sus derechos impediría que se aprovecharan del obrero, tenía una gran aceptación; además, de esta manera, los productos elaborados por los obreros mexicanos tendrían mayor calidad, y al poco tiempo serían tan apreciados como los importados, pudiendo así competir con estos, protegiendo a la industria nacional que por esos días tenía serios problemas de expansión. Sobre esto, querían que la educación tomara una nueva orientación pues de poco servía a este país el que continuamente egresaran de las universidades jóvenes literatos o abogados, mientras la industria, la agricultura y el comercio, mostraran un considerable retraso en comparación con otros países. Por otra parte, la consecución de la paz pública, sólo podía ser posible si las masas trabajadoras fueran conscientes de sus derechos y no se dejaran arrastrar por quienes, con promesas seductoras, los invitaban a participar en las continuas sublevaciones que se sucedían en el país.

Las sociedades mutualistas, poseían un fondo sostenido a base de las cuotas de sus miembros. El Hijo del Trabajo consideraba que a través de este fondo se podría llegar a formar sociedades cooperativas que dieran empleo a más obreros, que de este modo estarían exentos de las vejaciones que sufrían por parte de los propietarios. Fernando Garrido escribió una serie de artículos en los cuales ejemplificaba a las sociedades cooperativas europeas, sobre todo agrícolas, que al parecer habían logrado gran éxito. La ausencia de bancos que otorgaran créditos y los grandes réditos que exigían los usureros, hacían que los pequeños artesanos no lograran prosperar por falta de Capital. Si alguna vez por falta de trabajo o por enfermedad se veían obligados a acudir ante el usurero, terminaban perdiendo los instrumentos de trabajo y la deuda continuaba por los altos intereses. Aunque no todas las sociedades mutualistas contaban con una situación boyante, había otras que al parecer disponían de un fondo de capital más o menos considerable el cual se encontraba prácticamente inactivo. Al modificar sus estatutos y convertirse en sociedades cooperativas, lo cual se facilitaba porque generalmente los socios pertenecían a un mismo ramo, el Capital de las sociedades aumentaría con las ganancias producidas en el taller o fábrica, y los miembros tendrían utilidades sobre el Capital invertido, o sea, que a los socios además de la protección que les otorgaba la sociedad mutualista, se les pagarían ciertos intereses por el Capital invertido; pocas fueron las sociedades que lograron hacerlo, las más, al parecer en Veracruz, y con poco éxito. Sin embargo, nunca se desanimaron.

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IV

Al asumir Díaz la presidencia de la República, El Hijo del Trabajo creyó ver en la Revolución de Tuxtepec la solución para muchos de los males que agobiaban a la clase obrera. El propio Muñuzuri afirmó que había tomado las armas a favor de Díaz, pues esto era preferible a vivir en el encierro que les preparaban los súbditos de Lerdo; inclusive llegó a proponer a Díaz como candidato a la presidencia de la República. A poco de esto, el 25 de septiembre de 1877, Muñuzuri, decepcionado quizá, renunció a sus labores periodísticas y Francisco de P. González lo sustituyó como editor propietario. El periódico suprimió las frases de Babeuf y cambió el subtítulo por el de Periódico Liberal Independiente. El 1º de septiembre de 1878 cambiaría el título por el de Periódico del Pueblo. Los desengaños con respecto a las esperanzas políticas, hicieron escribir a J.M. González: Cuando nos gobernaba el señor Lerdo estábamos mal, la revolución llena de promesas seductoras nos hizo creer que triunfando destruiría ese mal. Pues bien, la revolución ha triunfado y el mal existe, nuestras esperanzas se han desvanecido con el humo, una nueva decepción ha venido a acibarar más nuestra existencia social, y no vemos ¡qué tristeza! el término de nuestra desventura. (6).

Durante los cuatro años siguientes, el periódico entabló una lucha tenaz contra el régimen. Lo acusó constantemente de que había olvidado a los proletarios, quienes le habían llevado al poder; lo acusó asimismo de usurpación, a pesar de que había apoyado a su candidatura presidencial, y de burlar la Constitución de 1857: Torpe fue, pues, el engaño de ese simulacro para legitimar una usurpación que errante camina desquiciada del centro de la ley (7). Durante esos años, el periódico abandona gran parte de los temas sobre trabajadores que en un principio habían constituido su material principal. Los ataques a Díaz ocupan sus primeras planas. Esto se debió en gran medida a que no se presentaban las garantías necesarias para que los obreros se reunieran. Pedro Pórrez escribe: Y cosa triste es decirlo, pero es la verdad. La muerte de varias asociaciones, el estatus-quo de otras y el desaliento que reina en casi todas, no son sino el resultado de la suspensión de garantías, los escandalosos atentados contra los derechos del hombre (8).

El periódico denunció los constantes atropellos que sufrían los campesinos, sobre todo los despojos de tierras de que eran objeto, y protestó asimismo contra las condiciones de feudalismo en que vivían los peones de las haciendas. Sobre todo, criticaba que Díaz nada hiciera por los campesinos y obreros que lo habían llevado al poder, aun a costa de su sangre, y se hiciera partidario de los patrones y terratenientes.

El Hijo del Trabajo sostenía que la única solución era una revolución que lanzara del poder a los tuxtepecanos, como los llamaba. De otra manera, no había más remedio que permanecer en la esclavitud. Según J.M. González, la nueva revolución debería, Moralizar al gobierno, moralizar a los ricos; desestancar la riqueza y ponerla en movimiento; darle a la riqueza el valor legal y quitarle el fabuloso que tiene: hacer el mayor número de propietarios para que las ventas públicas aumenten y disminuyan las contribuciones, para que haya verdaderos mexicanos que defiendan su nacionalidad no llevados al combate por fuerza, sino voluntariamente, porque van a defender la tierra donde está su propiedad y su familia; no matar la industria con impuestos onerosos. Proteger las Artes, ya liberales, ya mecánicas; llevar la instrucción hasta las pastorías situadas en los montes, extinguir el ministerio de guerra y substituirlo por el ministerio de la paz, es decir, quitar el fusil a tanto millar de vagos que se comen el trabajo del pueblo, y darles el arado para que cultiven la tierra; convertirse en padre amoroso de sus gobernados y no en padrastro severo e iracundo que sólo piensa en el oro y la venganza. Matar el agio y el juego que nos están poniendo en caricatura ante los pueblos civilizados; regularizar la utilidad y la retribución del trabajo, para que cese el incalificable robo de los ricos y los patrones, e impulsar el trabajo para dar vida a la riqueza pública (9).

Lo anterior constituyó más o menos un programa por el cual los socialistas mexicanos habían luchado durante mucho tiempo. La moralidad, tanto del gobierno como de los ricos constituye un aspecto de suma importancia, pues para que los derechos de los débiles proletarios o artesanos fueran respetados, el apego a la ley sería una condición básica; de lo contrario, si era el Capital quien imponía las leyes como en efecto sucedía, el panorama se hacía cada vez más lúgubre, como lo fue en realidad a medida que se entronizaba el Porfiriato. El valor legal no era más que una ilusión. Las ganancias provenientes del Capital, o sea el valor fabuloso de su riqueza serían reducidas al imponerles el valor legal. Por ejemplo, una ley que especificara la tasa de interés, reduciendo los altos intereses existentes, le daría un valor legal al dinero. Al desestancar la riqueza y ponerla en movimiento (otra de las características señaladas por J. M. González), se produciría el mismo efecto, ya que al ofrecerse como Capital, reduciría su precio o sea la tasa de interés por el mecanismo de oferta y demanda. Al mismo tiempo subsiste la petición fundamental: reglamentar los salarios y las ganancias, y en medio de ambos, el Estado como un padre amoroso tratando de conciliar sus desavenencias.

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V

Otro problema los inquietaba: la intervención norteamericana. Se temía que a título de restaurar el orden (10), los norteamericanos invadieran México nuevamente. La huella de la guerra de 1847 todavía estaba fresca. La culpa era ahora de Díaz, ya que por satisfacer sus ambiciones personales había debilitado al país y puesto en peligro su soberanía. Díaz fue caracterizado como un político indeciso y vacilante (11), incapaz de contener a su camarilla ambiciosa, y servil ante los norteamericanos. Pero otro peligro más grande que una intervención armada fue criticada desde las páginas de El Hijo del Trabajo: la invasión de Capitales norteamericanos a nuestro país. Por esas fechas, continuamente venían a nuestro país grupos de empresarios norteamericanos atraídos por las ganancias obtenidas en nuestro país, en el comercio y la construcción de ferrocarriles y otras ramas que comenzaban a explotarse. El Hijo del Trabajo protestó muchas veces porque consideraba que sería la ruina del país. El mismo gobierno, bastante insensato para hacer esto, no podría vivir sino subvencionado por Estados Unidos (12).

A finales de 1879, cuando se debatió el problema de la candidatura a la presidencia, Lerdo fue acusado de conspirar desde el extranjero para conseguir una alianza con los norteamericanos y regresar al país como presidente. El Hijo del Trabajo, que había hecho lo posible para hacer caer a Lerdo, contestaba que él era el presidente legítimo de México y que su partido, estaba constituido por patriotas, distinguidos por un amor a México y a sus instituciones que llegaba al fanatismo; quienes argumentaban su traición no eran más que calumniadores (13).

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VI

Al parecer, el Gran Círculo de la Unión había tenido una efímera existencia, pues a poco se fusionó con el Gran Círculo de Obreros, del que habían constituido una facción separatista. Ante el problema de la elección presidencial, nuevamente se escinde, y las acusaciones al Gran Círculo por parte de los escisionistas son exactamente las mismas que les fueron hechas en la anterior separación. Esta vez, el grupo encabezado por Francisco de Paula González reconoce como centro a la Asociación de Zacatecas (14).

Cuando el general Manuel González fue designado candidato y recibió el apoyo de Díaz, dejó de parecerle a El Hijo del Trabajo como el único honrado y capaz del gabinete, a quien se le consideraban pocas esperanzas para ocupar la primera magistratura. Precisamente por ello, al ser designado, el periódico lo acusó de haber ensangrentado las lomas de Tacubaya, asesinando a los señores Covarrubias y Mateos en 1859 (15). Durante el primer año (1880), Manuel González El Procónsul de Occidente, fue acusado de crímenes y despojos; la solución propuesta por El Hijo del Trabajo, seguía siendo una revolución capaz de desterrar a los tuxtepecanos del país.

El régimen de Manuel González, pasó en sus primeros años por un auge económico que permitió la fundación del Banco Nacional Mexicano (16), en el que los obreros creyeron ver la fuente de crédito que tanto necesitaban, y que abría una época de prosperidad en el país. Aspiraciones, Proyectos, Mejoras, cuanto en un día se haya abandonado por ilusorio, todo en ello tiene que intentarse, pues una feliz combinación de circunstancias hace que puedan llevarse fácilmente al terreno de la realidad, y por una de esas épocas está atravesando hoy la República (17). Se irradiaba pues un gran optimismo por cuanto pudiera traer el citado auge económico, sin que el periódico dejara de señalar la penuria de los habitantes del campo. Inclusive llegó a manifestar que la terrible calamidad del pauperismo, que azotó al país durante muchos años, había dejado de cernirse sobre el pueblo (18).

El Hijo del Trabajo denunció constantemente el abuso que hacían los Estados, gravando con fuertes cantidades al comercio. Solicitaba que el Ejecutivo llevara ante las cámaras un proyecto mediante el cual sólo la Federación tenía el derecho de gravar las mercancías por importación, exportación o circulación; al igual, condenaba a los monopolios y a la creciente ola de inversionistas norteamericanos, que afluían a México. Los empleados norteamericanos de los ferrocarriles fueron criticados continuamente por el mal trato y las ofensas de que hacían objeto a los mexicanos.

La bonanza pareció durar muy poco. En 1883, el periódico protestaba por un aumento de precios en los productos de primera necesidad. La carencia de alimentos provocaba un gran problema entre los obreros, y las asociaciones obreras permanecían indiferentes; además, el gobierno atravesaba por una crisis económica que no le permitía pagar a los empleados públicos. La producción se encontró estancada, los obreros sin trabajo y los víveres escasos por malas cosechas. En junio de 1884, el Monte de Piedad estaba en bancarrota. Los billetes que había emitido circulaban con descuento del 30% o más, y los préstamos eran casi imposibles. Estalla una huelga en Puebla por la rebaja de los jornales que es apoyada por El Hijo del Trabajo y la situación en general no parecía mejorar: el gobierno es atacado por el periódico porque continuaba pagando las subvenciones a las compañías norteamericanas que construían los ferrocarriles. Por otra parte, se mantiene a la expectativa por el reconocimiento de la deuda inglesa.

En esta situación, Díaz aparece como el único candidato para suceder a González. El periódico se muestra, en general, escéptico en cuanto a lo que Díaz hiciera en el próximo periodo presidencial y lo felicita porque ha conseguido ser estimado por sus conciudadanos y porque ellos van a demostrarle, al elegirlo, cuán profundas son las raíces que ha echado su cariño en los corazones de sus compatriotas (19).

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VII

De El Hijo del Trabajo se conservaron números hasta diciembre de 1884; para septiembre del siguiente año, en una lista de los periódicos de la ciudad de México, publicada en El Socialista, no incluye su nombre, por tanto, se ignora la fecha exacta de su desaparición.

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Notas

(1) Gastón García Cantú, El socialismo en México. Siglo XIX, México, Era, 1969, p. 416.

(2) La Convención Radical Obrera, 15 Dic. 1895. p. 2.

(3) Plotino Rhodakanaty, Reinstalación de la Social, 9 May. 1876, p. 2, 4.

(4) Andrés el jornalero, Nuestros propósitos, 15 May. 1876, p. 2, 3.

(5) J. M. González, Necesidad de instrucción, 24 Sept. 1876, p. 1.

(6) Ante un cadáver o ante una fiera, 31 Mar. 1878, p. 1.

(7) Anónimo, Todo fue un engaño, 27 Abr. 1879, p. 1.

(8) Pedro M. Pórrez, De mal en peor, 4 Mar. 1877, p. 1.

(9) Pedro J.M. González, Nuestra opinión, 5 Ago. 1877, p. 1.

(10) Pedro M. Pórrez, Dos resultantes, 25 Mar. 1877, p. 1.

(11) Boletín, 13 Abr. 1879, p.1.

(12) La invasión de la miseria, 1º Dic. 1878, p.1, 2.

(13) Calumnias, 7 Dic. 1879, p. 1.

(14) Desconocimiento del Gran Círculo de Obreros, 6 Abr. 1879, p. 2.

(15) Boletín, 11 Ene. 1880. p. 1.

(16) El Banco Nacional Mexicano, 20 Feb. 1882, p. 1.

(17) Querer es poder, 12 Mar. 1882, p. 1.

(18) Pauperismo, 1º Oct.. 1882, p. 1.

(19) Ecos de la semana, 15 Jun. 1884, p. 1.

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