Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoTercera parte del Libro QuintoSegunda parte del Libro SextoBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEXTO

ERATO

Primera parte



1

Así acabó Aristágoras, el que había sublevado la Jonia. Histieo, el señor de Mileto, se hallaba en Sardes con licencia de Darío. Al llegar de Susa, le preguntó Artafrenes, gobernador de Sardes, por qué razón creía se habían sublevado los jonios. Histieo dijo que nada sabía y se maravillaba de lo sucedido como si nada conociese de la situación presente. Pero Artafrenes, viendo sus artes y sabedor de la verdad de la sublevación, le replicó: Histieo, la situación es ésta: tú cosiste esos zapatos y Aristágoras se los calzó.


2

Así dijo Artafrenes aludiendo a la sublevación. Histieo, alarmado al ver que Artafrenes comprendía todo, al caer la primera noche huyó al mar y dejó burlado al rey Darío; porque tras haberle prometido conquistar la isla de Cerdeña, la mayor de todas, se puso al frente de los jonios, en la guerra contra Darío. Pero cuando pasó a Quío, le pusieron preso acusándole de maquinar contra ellos alguna novedad por orden de Darío; después, informados de toda la historia y de cómo era enemigo del rey, le dejaron libre.


3

Entonces los jonios preguntaron a Histieo por qué había encargado tan solícitamente a Aristágoras que se sublevase contra el rey, causando tanta desventura a los jonios. Histieo le guardó bien descubrirles el verdadero motivo, y les dijo que el rey Darío había resuelto deportar a los fenicios y establecerles en Jonia, y a los jonios en Fenicia y que por ese motivo había enviado su encargo. Sin que el Rey hubiera resuelto en absoluto tal cosa, llenaba de terror a los jonios.


4

En seguida Histieo, valiéndose como mensajero de Hermipo, natural de Atarneo, envió cartas a los persas de Sardes, con quienes había conversado privadamente acerca de una sublevaci6n. Hermipo no entregó las cartas a aquellos a quienes iba enviado: se las llevó y puso en las manos de Artafrenes. Advertido éste de todo lo que pasaba, mandó a Hermipo que fuese y entregase las cartas de Histieo a los destinatarios, y que le trajese las respuestas de los persas a Histieo. Así se pusieron en evidencia, y Artafrenes mató entonces a muchos persas.


5

En Sardes, pues, hubo este alboroto. A Histieo, perdida su esperanza, llevaron los de Quío a Mileto, a ruego suyo. Los milesios, que se habían librado gustosos de Aristágoras mismo, no tenían la menor gana de recibir en su tierra a otro señor, ya que habían saboreado la libertad. Histieo intentó entrar de noche y a viva fuerza en Mileto, pero fue herido en un muslo por un milesio. Echado de su ciudad, volvió a Quío; de alli, no pudiendo inducirles a que le diesen naves, pasó a Mitilena, y persuadió a los lesbios a que le diesen naves. Estos tripularon ocho trirremes y navegaron con Histieo a Bizancio. Apostados alli tomaban las naves que venían del Ponto, salvo las que se declaraban prontas a seguir a Histieo.


6

Esto hacían Histioo y los de Mitilena. En cuanto a la misma Mileto, se estaba a la espera de un poderoso ejército por mar y tierra contra ella, pues los generales persas se habían reunido y formando un solo ejército marchaban contra Mileto, teniendo en menos las demás plazas. En la armada eran los fenicios los más solicitos; con ellos militaban los cipriotas, poco antes sometidos, como también los cilicios y los egipcios.


7

Éstos venían entonces contra Mileto y el resto de Jonia. Informados de ello los jonios, enviaron delegados al Panjonio. Llegados a ese lugar, deliberaron y acordaron no juntar ningún ejército de tierra contra los persas, sino que los milesios defendiesen por si mismos sus muros, tripular los jonios su escuadra sin dejar una sola nave, y, tripulada, reunirse lo más pronto posible, cerca de Lada para proteger a Mileto. Lada es una isla pequeña frente a la ciudad de Mileto.


8

Después de esto se presentaron con sus naves tripuladas los jonios, y con ellos los eolios que viven en Lesbo. Se formaron de este modo. Ocupaban el ala de Levante los mismos milesios con ochenta naves; seguíanles los de Priena con doce naves, y los de Miunte con tres; a éstos seguían los teyos con diecisiete naves, y a éstos los de Quío con cien naves. Junto a éstos estaban formados los eritreos y los foceos, los eritreos con ocho naves, y los foceos con tres; a los foceos seguían los lesbios con setenta naves; estaban alineados últimos, ocupando el ala de Poniente, los samios con sesenta naves. El número completo de todas estas naves llegaba a trescientos cincuenta y tres trirremes.


9

Esas eran las naves jonias; el número de las naves bárbaras era de seiscientas. Luego que aparecieron en las costas de Mileto, donde estaba ya todo el ejército de tierra, al oír los generales persas el número de las naves jonias, temieron no poder derrotarles y así, no dominando el mar, no podrían apoderarse de Mileto y correrían peligro de recibir castigo de Darío. Con este pensamiento, reunieron a los señores de la Jonia que, depuestos de sus dominios por el milesio Aristágoras, se habían refugiado entre los medos y venían entonces en la expedición contra Mileto; convocaron a todos los que estaban presentes, y les hablaron así: Jonios, ahora muéstrese cada uno benefactor de la casa real; cada cual procure apartar a sus súbditos del resto de los aliados. Anunciadles y prometedles que no padecerán disgusto alguno por su sublevación, que ni abrasaremos sus templos, ni sus casas particulares, ni se hallarán en nada peor que antes se hallaran. Pero, si no lo hacen y a todo trance se empeñan en entrar en batalla, les amenazaréis ya con lo que realmente les espera: que, derrotados en la batalla, serán vendidos por esclavos, que haréis eunucos a sus hijos, transportaremos sus doncellas a Bactra, y entregaremos a otros su territorio.


10

Así dijeron los persas; por la noche los tiranos de Jonia enviaron cada uno a sus súbditos sus emisarios. Los jonios, a quienes llegaron tales mensajes, se condujeron arrogantemente y no admitieron la traición; aunque cada ciudad creía que a ella sola enviaban el aviso los persas.


11

Esto fue lo que sucedió enseguida de llegados los persas a Mileto. Después, reunidos los jonios en Lada, tuvieron sus asambleas; muchos fueron los oradores, y principalmente el general foceo Dionisio, quien dijo así: Jonios, nuestra situación está en su momento decisivo: quedar libres o esclavos, y aún esclavos fugitivos. Ahora, pues, si queréis sobrellevar trabajos, al presente sufriréis fatigas, pero podréis derrotar a vuestros contrarios y ser libres; si procedéis con flojedad y desorden, no abrigo esperanza alguna de que el rey no os castigue por la sublevación. Obedecedme y confiad en mí. Y os prometo, si los dioses son justos, que, o el enemigo no entrará en batalla, o, si entra, sufrirá gran derrota.


12

Al oír esto, los jonios se pusieron a las órdenes de Dionisio. Este sacaba siempre las naves en fila, ejercitaba a los remeros a abrirse paso los unos en la línea de los otros y a armar la tripulación. Luego, el resto del día tenía anclada las naves, y hacia trabajar a los jonios todo el día. Hasta siete dias obedecieron y cumplieron las órdenes, pero al día siguiente, como gente no hecha a semejantes fatigas y afligidos por los trabajos y por el sol, empezaron a decirse: ¿Qué dios habremos ofendido que cumplimos esta condena? Somos unos insensatos y hemos perdido el juicio, si nos ponemos a las órdenes de un foceo fanfarrón, caudillo de tres naves. Desde que se ha apoderado de nosotros nos atormenta con insoportables tormentos; ya muchos de nosotros hemos caído enfermos y muchos sin duda habremos de padecer lo mismo. A cambio de estos males será mejor sufrir cualquier cosa, y soportar la futura esclavitud, cualquiera sea, más bien que ser presa de la actual. Ea, en adelante no le obedezcamos más. Así dijeron, y luego nadie quiso obedecerle sino que todos plantaron tienda en la isla, al modo de un ejército, y vivían a la sombra, sin querer subir a bordo ni hacer maniobras.


13

Cuando los generales samios vieron lo que los jonios hacían, aceptaron entonces el partido que Eaces, hijo de Silosonte, de orden de los persas les había propuesto antes, pidiéndoles que dejasen la alianza de los jonios. Veían, en efecto, los samios, el gran desorden de los jonios, y juntamente les parecía imposible vencer el poderío del rey, pues bien sabían que si la presente armada fuese vencida, se les presentaría otra cinco veces mayor. Apenas vieron que no querían los jonios cumplir su deber, echaron mano de ese pretexto, dándose por afortunados al poder conservar sus templos y bienes particulares. Eaces, cuya proposición aceptaron los samios, era hijo de Silosonte, hijo de Eaces, señor de Samo, y había sido privado de su mando por el milesio Aristágoras, del mismo modo que los otros señores de Jonia.


14

Entonces, cuando los fenicios se hicieron a la mar para el ataque, los jonios por su parte sacaron sus naves en fila. Cuando estuvieron cerca y vinieron a las manos, no puedo anotar exactamente cnáles de los jonios fueron los valerosos y cuáles los cobardes en ese combate, ya que se culpan los unos a los otros. Dícese que entonces los samios, según lo convenido con Eaces, izaron velas y partieron de la línea rumbo a Samo, salvo once naves. Los capitanes de éstas permanecieron en su puesto y combatieron desobedeciendo a sus generales; y por este hecho el común de los samios les otorgó grabar en una columna sus nombres y los de sus padres, porque se condujeron como bravos, y esa columna está en la plaza. Viendo los lesbios que sus vecinos huían, hicieron lo mismo que los samios, y la mayor parte de los jonios hicieron lo mismo.


15

De los que permanecieron en el combate, los que más padecieron fueron los de Quío, que realizaron brillantes proezas de valor, y no quisieron combatir mal de intento. Aportaban, como dije más arriba, cien naves, y en cada una cuarenta ciudadanos escogidos. Veían que los más de los aliados les traicionaban, pero tuvieron por indigno parecerse a los ruines de entre ellos y, abandonados con pocos aliados, rompieron el frente contrario y combatieron, hasta tomar muchas naves enemigas y perder el mayor número de las suyas.


16

Con las naves restantes los quíos huyeron hacia su patria. Al ser perseguidos, todos los quíos cuyas naves por sus averías no se podian valer, se refugiaron en Mícala; dejando varadas las naves allí mismo, anduvieron a pie por tierra firme. De camino, al penetrar por territorio de Éfeso, como llegaran de noche, cuando las mujeres del lugar celebraban las tesmoforias, los efesios, que nada habían oído todavía de lo sucedido con los de Quío, viendo que aquella tropa había penetrado en su territorio, la tuvieron sin falta por salteadores que venian a robarles las mujeres, salieron en masa a socorrerlas y mataron a los de Quío.


17

Bajo tales infortunios cayeron aquéllos. Dionisio el foceo, cuando advirtió que la situación de los jonios estaba perdida, se apoderó de tres naves enemigas, partió de alli, ya no para Focea, pues bien sabia que sería esclavizada con todo el resto de jonia. Desde donde se encontraba navegó en derechura a Fenicia; allí hundió unas naves de carga, se apoderó de muchas riquezas y se hizo a la vela para Sicilia; se dió a la pirateria, saliendo de allí, no contra ningún griego sino contra cartagineses y tirrenos.


18

Vencedores los persas de los jonios en la batalla naval, sitiaron por mar y tierra a Mileto, cavaron galerías bajo sus muros y aplicaron todo género de máquinas. La tomaron totalmente a los seis años de la sublevacion de Aristágoras, y la esclavizaron, y así coincidió el desastre con el oráculo acerca de Mileto.


19

Porque, consultando los argivos en Dellos acerca de la conservación de su propia ciudad, les fue dado un oráculo común, que aludía en parte a los argivos mismos, pero que intercalaba un vaticinio para los milesios. Mencionaré la parte tocante a los argivos, cuando me halle en ese pasaje de mi historia. Lo que pronosticó a los milesios, que no se hallaban presentes, dice así:

Y en ese dia, Mileto, tú que urdiste malas obras,
de muchos serás convite, de muchos presa brillante.
Tus esposas lavarán los pies de muchos intonsos,
y nuestro templo de Didima caerá en manos extranjeras
.

Todas estas calamidades cayeron entonces sobre los milesios, cuando los más de los hombres murieron a manos de los persas que llevaban pelo largo, sus mujeres e hijos fueron reducidos a la condición de esclavos, y el santuario de Apolo en Dídima, con su templo y con su oráculo, fue saqueado y quemado. Muchas veces, en otra parte de mi historia hice mención de las riquezas de ese santuario.


20

Los milesios prisioneros fueron llevados a Susa. El rey Darío, sin infligirles otro castigo, les estableció cerca del llamado mar Eritreo en la ciudad de Ampa, junto a la cual pasa el río Tigris, para desaguar en el mar. Del territorio de Mileto, los persas asimismo ocuparon los alrededores de la ciudad y el llano, y dieron las tierras altas a los carios de Pédaso.


21

Cuando los milesios sufrieron tal desventura de manos de los persas, no les correspondieron con la debida compasión los sibaritas (los cuales privados de su ciudad moraban en Lao y en Escidro); pues, cuando Síbaris fue tomada por los de Crotona, toda la juventud milesia se cortó el pelo e hizo gran duelo, porque dichas ciudades fueron, que nosotros sepamos, las que se guardaron mayor amistad. Muy diferentemente lo hicieron los atenienses. Porque los atenienses manifestaron su gran pesar por la toma de Mileto de muchos modos y señaladamente al representar Frínico un drama que había compuesto sobre la toma de Mileto, no sólo prorrumpió en llanto todo el teatro, sino que le multaron en mil dracmas por haber renovado la memoria de sus males propios, y prohibieron que nadie representase ese drama.


22

Así, Mileto quedó desierta de milesios. A los samios que tenían bienes, no les agradó en nada la conducta de sus generales con los medos; luego del combate naval celebraron consejo inmediatamente y resolvieron, antes de que llegara al país el tirano Eaces, salir para fundar una colonia, y no quedarse y ser esdavos de los medos y de Eaces. Por aquel entonces, los zandeos, pueblo de Sicilia, habían enviado mensajeros a la jonia, e invitaban a los jonios a Calacta, deseosos de fundar allí una ciudad jonia. La llamada Calacta pertenece a los sicilianos, en la parte de Sicilia que mira a Tirrenia. Ante la invitación de los zandeos, los samios fueron los únicos entre los jonios que, en compañía de los milesios que habían podido escapar, partieron para Sicilia, y en su viaje les sucedió lo que sigue.


23

Al trasladarse los samios a Sicilia llegaron a las tierras de los leocrios epicefirios, al tiempo que los zandeos y su rey, llamado Escites, sitiaba a cierta ciudad de los sicilianos con ánimo de apoderarse de ella. En conocimiento de esto, Anaxilao, señor de Regio, enemistado a la sazón con los zandeos, entró en contacto con los samios y les convenció de que era preciso dejar enhorabuena a Cal acta hacia donde llevaban rumbo, y apoderarse de landa, que se hallaba sin hombres. Se convencieron los samios y se apoderaron de landa. Cuando los zandeos oyeron que había sido tomada su ciudad, fueron a socorrerla y llamaron a Hipócrates, señor de Cela, pues era su aliado. Luego que vino Hipócrates con su ejército a socorrerles, encadenó a Escites, el soberano de landa, por haber perdido la ciudad, y le envió, con su hermano Pitógenes, a la ciudad de Inix. Entregó el resto de los zandeos a los samins, con quienes se había puesto de acuerdo empeñando y recibiendo juramentos; el salario convenido por parte de los samios fue tomar Hipócrates la mitad de todos los bienes muebles y de los esclavos de la ciudad y recibir todo lo que hallase en los campos. Él mismo tuvo atados como esclavos a la mayor parte de los zandeos y entregó a los samios los trescientos principales para que les degollasen. Pero en verdad no lo hicieron así los samios.


24

Escites, el soberano de los zandeos, huyó de lnix a Hímera, de donde llegó al Asia y se presentó ante el rey Dario; y Dario le tuvo por el varón más honrado de cuantos de Grecia le habían visitado; pues, con licencia del rey fue a Sicilia, volvió otra vez a su presencia, y colmado de riquezas, acabó su vida entre los persas en edad avanzada. Los samios que habían escapado de los medos, se ganaron sin trabajo Zanda, ciudad bellísima.


25

Después de la batalla naval por Mileto, los fenicios, por orden de los persas, restituyeron a Samos a Eaces, el hijo de Silosonte, por lo bien que había merecido de ellos y por sus grandes servicios. Los samios, en recompensa de haber retirado sus naves del combate, fueron los únicos entre los que se habían sublevado contra Darío, a quienes no se les quemaron ni sus templos ni su ciudad. Tomada ya Mileto, los persas se apoderaron al instante de Caria, cuyas ciudades parte se humillaron voluntariamente, parte las anexaron por fuerza.


26

Así sucedió todo eso. Histieo de Mileto se hallaba cerca de Bizancio apresando los barcos mercantes de los jonios que provenían del Ponto, cuando le llegó la nueva de lo sucedido en Mileto. Confió los asuntos del Helesponto a Bisaltes, natural de Abido e hijo de Apolófanes, y él se hizo a la vela con los lesbios hacia Quío; no queriendo recibirle la guarnición de Quío, tuvo un encuentro en un lugar llamado Cela. Mató a muchos, y venció con sus lesbios al resto de los de Quío, deshechos por la batalla naval, teniendo como base de operaciones a Policna.


27

Suelen darse ciertos presagios cuando han de caer grandes calamidades sobre una ciudad o un pueblo; y, en efecto, los de Quío habían tenido antes de esto grandes señales. De un coro de cien mancebos enviados a Delfos, sólo dos regresaron, y a los otros noventa y ocho se llevó una peste; y en la ciudad hacia el mismo tiempo, poco antes de la batalla naval, cayó el techo sobre los niñós de la escuela, en tal forma que de ciento veinte que eran, uno solo escapó. Éstas fueron las señales que el dios les mostró: después, la batalla naval abatió la ciudad, y después de la batalla, llegó Histieo con sus lesbios; como los de Quío estaban deshechos, les sojuzgó fácilmente.


28

Desde aquí Histieo se fue contra Taso llevando consigo muchos jonios y eolios. Estaban sitiando esta plaza cuando le llegó la noticia de que los fenicios navegaban desde Mileto al resto de Jonia. Al oír esto, dejó sin saquear a Taso y se apresuró a partir para Lesbo llevándose toda su tropa. Pero como su ejército padecía hambre, pasó de Lesbo al continente con ánimo de segar el trigo del territorio de Atarneo y del llano del Caico, que pertenece a los misios. Hallábase por azar en aquellos parajes el persa Hárpago, general de no escasa tropa, el cual, al desembarcar Histieo, tuvo un encuentro con él, le tomó prisionero y dió muerte a la mayor parte de su ejército.


29

Histieo fue hecho prisionero del modo siguiente. Cuando combatían los griegos contra los persas en Malena, lugar de la comarca atarnea, permanecieron en el campo largo tiempo, hasta que luego arremetió la caballería y cayó sobre los griegos. Esta fue la obra de la caballería. Los griegos se dieron a la fuga, e Histieo, con la esperanza de que el rey no le condenaría a muerte por aquella culpa, se entregó a este cobarde amor a la vida: en su huída fue alcanzado por un persa, y viendo que iba a pasarle de parte a parte, le habló en lengua persa y le descubrió que era Histieo de Mileto.


30

Si Histieo, así como fue cogido vivo, hubiera sido llevado a Darío, no hubiera sufrido mal alguno, a mi entender, y Darío le hubiera perdonado la ofensa. Pero, en cambio, por esta causa y para que no escapase y volviese a gozar del favor del rey, Artafrenes, el gobernador de Sardes y Hárpago, el que le había apresado, luego que llegó a Sardes, empalaron su cuerpo allí mismo y enviaron a Darío, en Susa, su cabeza embalsamada. Cuando Darío supo eso, reprendió a los que lo habían hecho por no haberle traído vivo a su presencia, y ordenó que lavasen y amortajasen decorosamente la cabeza de Histieo, como de un varón que había rendido grandes servicios, así a él como a los persas.


31

Así pasó con Histieo. La armada de los persas, que había invernado en las cercanías de Mileto, salió al mar al año siguiente, y tomó fácilmente las islas adyacentes al continente, Quío, Lesbo y Ténedo. Siempre que tomaban alguna de las islas, en cada una los bárbaros cazaban con red los moradores. Cazan con red de este modo: forman un cordón, cogidos uno de la mano del otro, desde la playa del Norte hasta la del Sur, y luego recorren toda la isla, cazando a los hombres. También tomaron de ese modo las ciudades jonias del continente, pero no tendían su red porque no era posible.


32

Entonces los generales persas no defraudaron las amenazas que habían hecho a los jonios, acampados frente a ellos. Porque, así que se apoderaron de las ciudades, escogían los niños más gallardos, los castraban y convertían de varones en eunucos, y remitían al rey las doncellas más hermosas. Esto hacían y quemaban las ciudades con los mismos templos. Así, por tercera vez, fueron esclavizados los jonios, la primera vez por los lidios, y dos veces seguidas por los persas.


33

La armada abandonó la Jonia, y tomó todas las plazas situadas a la izquierda al entrar en el Helesponto, pues las que están a mano derecha en el continente habían sido ya sometidas por los persas. Las regiones de Europa que corresponden al Helesponto son el Quersoneso, en el cual se hallan numerosas ciudades, y Perinto, los fuertes de Tracia, Selimbria y Bizancio. Los bizantinos y los calcedonios, situados enfrente, no aguardaron el ataque de los fenicios, antes dejaron su tierra, se retiraron al interior del Ponto Euxino y se establecieron en la ciudad de Mesambria. Los fenicios, después de incendiar las regiones abandonadas, se dirigieron a Proconeso y Artace y, habiendo entregado al fuego también éstas, hiciéronse a la vela otra vez hacia el Quersoneso, para destruir las ciudades restantes, que no habían arrasado en el primer desembarco. A Cícico no se acercaron siquiera los fenicios, porque los mismos cicicenos, ya antes de la expedición de los fenicios, se habían entregado al rey pactando con Ebares, hijo de Megabazo, gobernador de Dascileo.


34

En el Quersoneso los fenicios sometieron todas las ciudades, menos la de Cardia. Era hasta entonces señor de ellas Milcíades, hijo de Cimón, hijo de Esteságoras; había adquirido antes ese señorío Milcíades, hijo de Cípselo, de la manera que sigue. Los doloncos, pueblo tracio, habitaban en el Quersoneso. Estos doloncos, apremiados en la guerra por los apsintios, enviaron a Delfos sus reyes para que consultasen sobre la guerra. La Pitia les respondió que se llevaran a su país por fundador de una colonia al primero que, al salir del templo, les brindara hospitalidad. Iban los doloncos por la vía sacra que pasa por la Fócide y por la Beocia, y como nadie les invitaba, se dirigieron a Atenas.


35

En aquella sazón, Pisístrato tenía en Atenas todo el mando, pero también era hombre poderoso Milcíades, hijo de Cípselo, de una familia que mantenía cuadrigas. Se remontaba, originariamente a Éaco y a Egina, y, más recientemente, a Atenas, siendo Fileo, hijo de Ayante, el primer ateniense de dicha casa. Estaba Milciades sentado a su puerta cuando viendo pasar a los doloncos con traje que no era del país y con picas, les llamó y cuando se acercaron les ofreció posada y hospedaje. Ellos aceptaron y agasajados por él, le revelaron todo el oráculo, y después de revelárselo le rogaron que obedeciera al dios. El relato persuadió al punto a Milciades como a quien estaba mal con el dominio de Pisístrato y deseoso de salirse. En seguida envió a Delfos a consultar al oráculo si haría lo que le pedían los doloncos.


36

Como también se lo mandara la Pitia, Milciades, hijo de Cípselo, que antes de esto babía triunfado en Olimpia con su cuadriga, reclutó entonces a todos los atenienses que querían tomar parte en su expedición, se hizo a la vela junto con los doloncos y se apoderó de la región; los que le habían traído le alzaron señor. Lo primero que hizo fue levantar un muro en el istmo del Quersoneso, desde Cardia hasta Pactia, para que los apsintios no pudieran invadir su territorio y devastarlo. El istmo tiene treinta y seis estadios y, a partir de ese istmo hacia el interior, el Quersoneso todo tiene cuatrocientos veinte estadios de largo.


37

Fortificada la garganta del Quersoneso y rechazados así los apsintios, de los demás los primeros a quienes hizo guerra Milcíades, fueron los lampsacenos. Los lampsacenos le armaron una emboscada y le tomaron prisionero. Pero Creso tenía aprecio por Milciades y al saber aquello, envió un mensaje a los lampsacenos intimándoles que dejaran en libertad a Milciades; donde no, les amenazaba que les destrozaría como a un pino. No acertaban los lampsacenos en sus razones con el sentido de la amenaza de Creso de destrozarles como a un pino, hasta que a duras penas uno de los ancianos comprendió y dijo la verdad: que es el pino el único entre todos los árboles que desmochado no vuelve a retoñar, sino que muere del todo. Así, por temor a Creso, los lampsacenos dejaron en libertad a Milciades.


38

Éste se salvó entonces gracias a Creso. Más tarde murió sin hijos, dejando sus bienes y su mando a Esteságoras, hijo de Cimón, su hermano de madre. Los de Quersoneso hacen en su honor sacrificios como es costumbre hacerlos a un fundador, y han establecido un certamen, así ecuestre como gímnico, en los cuales no puede competir ningún lampsaceno. Pero en la guerra contra Lámpsaco, sucedió que también murió Esteságoras sin hijos, herido de un hachazo en la cabeza en el mismo Pritaneo, por uno que era en apariencia un desertor, y en realidad un enemigo y enemigo enconado.


39

Muerto también Esteságoras de tal modo, los Pisistrátidas despacharon entonces en una trirreme a Milciades, hijo de Cimón y hermano del difunto Esteságoras, para que se hiciese cargo de los asuntos del Quersoneso. Ya en Atenas le habían favorecido como si no hubieran tenido parte en la muerte de Cimón, su padre, que en otro relato indicaré cómo pasó. Llegado Milciades al Quersoneso, se quedó en su casa, como que quería honrar a su hermano Esteságoras. Enterados los del Quersoneso, se reunieron los señores de todas las ciudades, vinieron en diputación común a dar el pésame a Milciades, quien los puso presos. Así se apoderó del Quersoneso, manteniendo quinientos hombres de guardia y tomando por esposa a Hegesípila, hija de Oloro, rey de Tracia.


40

Este Milciades, hijo de Cimón, acababa de llegar al Quersoneso cuando, recién llegado, hubo de sufrir otras adversidades más graves que las que había sufrido, porque dos años antes de éstos, tuvo que huir de los escitas. Los escitas nómades, irritados por el rey Darío, se congregaron y avanzaron hasta el Quersoneso. Milciades no aguardó su ataque y huyó del Quersoneso hasta que los escitas se marcharon y a él le restituyeron de nuevo los doloncos. Eso había acontecido dos años antes que las adversidades que a la sazón, le sobrevinieron.


41

A la sazón, oyendo que los fenicios se hallaban en Ténedo, cargó cinco trirremes con bienes que tenía y se embarcó para Atenas. Partió de Cardia, e iba navegando por el golfo Melas; pero al costear el Quersoneso cayeron sobre sus naves los fenicios. Milciades mismo escapó a Imbro con cuatro de sus naves; pero los fenicios persiguieron y apresaron la quinta en la que iba por capitán Metíoco, hijo mayor de Milciades, habido, no en la hija del tracio Oloro, sino en otra mujer. Los fenicios le apresaron junto con la nave, y oyendo que era hijo de Milcíades, le condujeron al rey creídos que se lo agradecería mucho por cuanto Milciades había expresado entre los jonios la opinión de obedecer a los escitas, cuando éstos les pedían que destruyeran el puente de barcas y volvieran a su patria. Darío, cuando los fenicios le trajeron a Metíoco, hijo de Milciades, no le hizo ningún mal y sí muchos beneficios, pues le dió casa y bienes y mujer persa, y los hijos que en ella tuvo se cuentan por persas. Milciades llegó de Imbro a Atenas.


42

Ese año no hubo otro acto de hostilidades de parte de los persas contra los jonios, antes tomaron ese año medidas muy útiles para los jonios. Artafrenes, gobernador de Sardes, hizo venir embajadores de las ciudades, y obligó a los jonios a hacer entre ellos tratados a fin de ajustar sus diferencias en juicio y no devastar mutuamente sus territorios. Les obligó a hacer eso; y midió sus tierras por parasangas (como llaman los persas a los treinta estadios), y de acuerdo con esta medición, señaló a cada cual su tributo, que siempre se ha mantenido en la región desde ese tiempo hasta mis días tal como lo señaló Artafrenes; la suma fijada era casi la misma que tenían antes.


43

Ésas eran medidas de paz. Pero con la primavera, licenciados por orden del Rey los demás generales, bajó a la costa Mardonio, hijo de Cobrias, conduciendo un gran ejército de mar y tierra; era joven y recién casado con Artozostra, hija del rey Darío. Conduciendo Mardonio este ejército, cuando llegó a Cilicia, subió a bordo de una nave y navegó con toda la escuadra, y otros capitanes condujeron las tropas de tierra al Helesponto. Bordeando el Asia, llegó Mardonio a la Jonia, y aquí diré una gran maravilla para aquellos griegos que no admiten que Otanes fue de parecer ante los siete persas, que debía instituirse en Persia la democracia: depuso Mardonio a todos los señores de la Jonia y estableció en las ciudades la democracia. Luego, se dirigió a prisa al Helesponto. Después de juntarse una prodigiosa cantidad de naves y numeroso ejército de tierra, cruzaron en las naves el Helesponto, y marcharon por Europa, camino de Eretria y de Atenas.


44

Eran, en efecto, esas ciudades, el pretexto de la expedición; pero su intento era conquistar todas las ciudades griegas que pudiesen. Con la armada sometieron a los de Taso, los cuales ni levantaron un dedo contra los persas; con el ejército de tierra anexaron los macedonios a los esclavos que tenían; pues ya antes habían sometido a todos los pueblos que moran más acá de la Macedonia. Desde Taso cruzaron a la parte del continente que está enfrente, hasta aportar a Acanto, y partiendo de Acanto doblaron el monte Atas. Se levantó mientras navegaban un viento Norte fuerte e invencible que les maltrató en extremo y arrojó gran número de las naves contra el Atos. Dícese que fueron trescientas las naves destruídas, y perecieron más de veinte mil hombres; pues como el mar vecino al Atos abunda en fieras, unos murieron arrebatados por ellas; otros, estrellados contra las peñas; otros no sabían nadar y por eso murieron, y otros perecieron de frío.


45

Tal sucedió con la armada. Mardonio y el ejército de tierra habían acampado en Macedonia, cuando los brigos de Tracia les acometieron de noche; mataron un gran número e hirieron al mismo Mardonio. Pero ni así escaparon de ser esclavos de los persas, ya que Mardonio no partió de esos lugares antes de haberles sometido. Después de sojuzgarles, no obstante, volvió atrás con su ejército, tanto por la pérdida que sus tropas terrestres habían sufrido con los brigos, como por la del gran naufragio junto al Atos. Así, después de combatir sin gloria, la expedición se retiró al Asia.

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