Índice de La primera guerra mundial y la revolución rusa de Ricardo Flores Magón. Recopilación de textos: Chantal López y Omar CortésArtículo anteriorSiguiente artículoBiblioteca Virtual Antorcha

EN MARCHA

Nada está quieto en este momento de suprema conmoción.

Un soplo de tragedia barre el mundo, y a su paso brotan las plantas del descontento y de la protesta, los frutos naturales de la injusticia y de la tiranía.

Los pueblos, brutalmente despertados, se ponen en pie. ¿Qué es la patria, se preguntan, para merecer el sacrificio de la tranquilidad y de la vida de nuestros hijos?

Y en tres años de guerra solamente, en tres años de castigo, los pueblos han aprendido más que en cien años de propaganda anarquista. Los pueblos van comprendiendo que esa patria que reclama el sacrificio del bienestar y de la sangre de los proletarios, es la riqueza, es, el capital, son en suma, todos los bienes que una casta social, una clase privilegiada retiene en su poder para su beneficio exclusivo.

Esta verdad va arraigándose en las mentes proletarias, y el culto de la patria pierde adeptos entre los que no cuentan con más patrimonio que la fuerza creadora de sus brazos, encauzándose al mismo tiempo la corriente de las ideas hacia el sano principio de la fraternidad de los pueblos, principio que hará imposible la guerra entre las diferentes naciones del mundo.

El obstáculo para la fraternización de los pueblos, la seria barrera que se levanta frente a esa humana aspiración y que impide su logro, es el principio de la propiedad privada, la abundante fuente de discordia que hace del hombre el enemigo del hombre y para cuya salvaguardia se hace indispensable la supervivencia del principio de autoridad. Es, pues, ese obstáculo el que lógicamente está llamado a desaparecer si se desea el establecimiento de una paz permanente entre todos los pueblos de la Tierra.

El día de la justicia se acerca cada vez más. Los pueblos están cansados de una guerra insensata, y de un momento a otro los grandes diarios de la burguesía anunciarán espantados que los desheredados abren la fosa en que deben quedar enterradas para siempre las instituciones económicas, políticas y sociales que necesitan de la guerra para perpetuarse.

Todo hace presumir que será la clase trabajadora de todo el mundo quien hará la paz, quien la impondrá a despecho de la resistencia obstinada de la clase capitalista. Las conferencias de paz que van a celebrarse en Estocolmo, capital de Suecia, son la manifestación patentísima de que las masas populares han perdido la fe en los gobiernos, y de que quieren arreglar por sí mismas las relaciones de los pueblos entre sí. Los gobiernos, naturalmente, ven con disgusto esas conferencias, porque comprenden que con ellas pierden su prestigio de árbitros de los destinos humanos y que si se las deja celebrar sin protesta, equivale a tanto como reconocer al proletariado autoridad para dirigir la política internacional de una manera favorable a sus intereses de clase productora.

Los gobiernos de los países beligerantes han rehusado proveer de pasaportes a los delegados de los partidos obreros designados para tomar parte en dichas conferencias. Tal decisión por parte de los gobiernos ha creado un hondo resentimiento entre el proletariado, y abre de par en par las puertas a la rebelión.

Las conferencias de Estocolmo, aunque de carácter político, tendrían como resultado un paso más hacia la fraternización de los pueblos, y el sentimiento patriótico, bastante deteriorado ya por la elocuencia de los hechos, acabaría por morir en los corazones proletarios, con grave peligro para la burguesía, pues no encontraría ya soldados que defendieran sus riquezas con el nombre de patria. El primer ministro inglés, Lloyd George, dice a este respecto:

Nada sería más fatal que esas conferencias, cuando el paso necesario para restablecer la disciplina debiera ser impedir la fraternización de los soldados de ambas partes beligerantes en el frente de batalla.

La burguesía ve con horror el fraternizamiento de las razas humanas. La burguesía quiere mantener vivo el odio de las razas, para explotar a su favor el sentimiento patriótico. Eso se ve bien claro en las palabras del ministro inglés.

Hjalmar Branting, líder del comité socialista escandinavo que está arreglando las conferencias, dice:

La denegación de pasaportes producirá una ruptura entre los gobiernos y los partidos socialistas que han decidido tener representantes en las conferencias de Estocolmo. La denegación puede traer consecuencias de gran magnitud que no pueden predecirse ahora.

Las consecuencias no pueden ser otras que la revolución, porque los pueblos, perdida la esperanza de obtener la paz por medios pacíficos, apelarán a la violencia. De morir en las trincheras en defensa de los intereses de la burguesía, a morir como rebeldes en defensa de sus propios intereses, los proletarios optarán por esto último.

España es teatro de escenas violentas. Los obreros se baten con los milicianos y la policía en distintas ciudades del reino. La ley marcial está en vigor; el comité de la huelga de Madrid ha sido internado en la cárcel; en Barcelona y en Sabadell los rebeldes han sido batidos con artillería; el reyezuelo se ha refugiado en Santander.

En Inglaterra, el partido obrero se enfrenta al gobierno y nombra delegados a las conferencias de Estocolmo, desafiando la oposición gubernamental. Canadá, ante la amenaza de la huelga general, no se atreve a poner en vigor la ley del servicio militar obligatorio.

El proletariado francés prepara el segundo acto de la Comuna; el aborto revolucionario de 1914 es una lección que el proletariado italiano ha aprovechado para producir esta vez un movimiento formidable.

El gobierno provisional ruso apela a medidas extremas para prolongar por algunos instantes la vida del sistema burgués; el general Korniloff emboca su artillería sobre veinticinco mil soldados que se niegan a luchar por los intereses de la burguesía, y los priva de la vida; Kerensky lanza la amenaza de que los revolucionarios serán tratados con el mismo rigor que sufrieron bajo el zarismo, y a pesar de las amenazas y de las ejecuciones, los soldados se resisten a batirse por intereses que no son los suyos; las insurrecciones se multiplican en las mismas filas del ejército; el gobernador de Petrogrado muere a manos de un justiciero; el puñal busca el corazón de Kerensky, y está para abrirse el segundo capítulo de la revolución rusa.

Ante el espectro de la revolución, el Papa se estremece, y envía una nota a los gobiernos de los países beligerantes proponiendo la paz, una paz que no satisface ni a la burguesía ni al proletariado, porque propone que las cosas queden en el mismo estado en que se encontraban antes de declararse la guerra, con lo que la burguesía no podría recobrar los miles de millones de pesos gastados en la contienda, y el proletariado quedaría sujeto a la misma esclavitud de antes, agravada por la imposición de nuevas contribuciones, y teniendo siempre encima la amenaza de una nueva guerra. Los gobiernos han rechazado la proposición del Papa.

Naturalmente, el Papa no ha sido movido por sentimientos de piedad, al hacer la proposición. Los hombres que quemaron vivo a Giordano Bruno; la casta maldita de la que brotaron como hongos venenosos los Alejandro VI, los Loyola, los Torquemada, los Pedro de Arbués, los Domingo de Guzmán y tantos otros malvados; los clérigos, los sacerdotes de todas las religiones, no sienten piedad. Lo que ellos quieren, lo que ambicionan es dominar nuevamente el mundo, y ven con terror que ese dominio se escurre de sus manos ante la luz de la ciencia, y desaparecerá definitivamente cuando la revolución sepulte en la misma fosa al capital, al gobierno y a la religión, los tres verdugos del ser humano.

El Papa ve con más claridad que los gobiernos que la guerra actual tendrá como resultado la insurrección de los pueblos contra las instituciones que hacen posibles las guerras, y tiembla. De ahí su proposición de paz. He aquí las palabras del arzobispo Bonzano, delegado apostólico del Papa en los Estados Unidos:

Por la providencia de Dios -dice Bonzano- el Papa aparece en el preciso momento para salvar a los gobiernos de un nuevo peligro que crece más amenazante a cada rugido de los artillados frentes de batalla.

Ni los reyes ni los presidentes de los países beligerantes deben engañarse a sí mismos. En cada encuentro de los millones de soldados empeñados en la contienda en los devastados campos de Flandes, el espectro del peligro se destaca con más precisión, robustecido por todas las pasiones que la guerra exalta. El radicalismo avanza a saltos. La seguridad de los gobiernos constitucionales pende de un cabello.

La nota del Papa -continúa Bonzano- pudiera tomarse como una petición a los gobiernos, para que den a sus pueblos una verdadera democracia antes de que sea demasiado tarde, y no se vean éstos obligados a tomar por la fuerza o la revolución lo que difícilmente puede resultar de esta guerra: una paz duradera y justa.

Los primeros chispazos de la revolución en los Estados Unidos se han producido durante el mes que acaba de pasar en los Estados de Oklahoma, Carolina del Norte y Georgia, en los que grupos más o menos numerosos de ciudadanos americanos se han armado y lanzado a los campos a resistir la ley del servicio militar obligatorio por medio de la fuerza. Los rebeldes de Oklahoma se han reconcentrado en los condados de Seminole, Hughes, Pontotoc, Okmulgee y Pottawatomie. El gobierno federal, temeroso de que la revolución tome incremento, no se ha atrevido contra los rebeldes, y los gobernadores de los Estados afectados por la revuelta se han conformado con arrestar personas inofensivas que por casualidad se encontraron en algún punto del trayecto recorrido por los revolucionarios.

Los rebeldes han dinamitado puentes, cortado las comunicaciones telegráficas y telefónicas, saqueado almacenes y obligando a seguirles a todos los varones que encuentran a su paso, pensando tal vez que los indiferentes pueden ser armados por el gobierno contra ellos, y se anticipan a hacer lo que el gobierno haría.

El lema de los revolucionarios es este: La guerra actual es hecha en beneficio de los ricos. Luchemos hasta morir aquí, mejor que morir en las trincheras europeas.

Pero no se crea que el levantamiento de Oklahoma tiene por causa única la ley del servicio militar obligatorio; la miseria es uno de sus principales resortes. Dos agentes secretos a sueldo del gobierno federal lograron ser aceptados como miembros de la organización revolucionaria conocida con el nombre de la Familia Jones, que es una de las que están sobre las armas, y ellos han revelado que uno de los motivos de la insurrección, es el descontento que reina entre los arrendatarios de tierras que se ven forzados a sacrificarse trabajando año tras año para pagar los alquileres a los dueños de ellas y quedar en la miseria.

En el levantamiento de Oklahoma figuran personas de distintas razas; indios, negros y blancos.

En Emory, Texas, fueron arrestadas dieciocho personas acusadas de conspirar para resistir, por medio de la fuerza, la ley del servicio militar, recogiéndoseles armas.

El descontento es general en toda la nación. No es solamente la clase trabajadora la que está disgustada y muestra señales inequívocas de rebeldía; también lo está una buena parte de la burguesía. Los arrestos menudean, ya por las huelgas cada vez más numerosas y de carácter violento; ya por eludir la ley del servicio militar u oponerse resueltamente a ella; ya por agitar en contra de la militarización del país; ya por conspirar para efectuar un levantamiento armado o por predicar doctrinas salvadoras para la especie humana en general, pero nocivas para los que sacan ventaja de un sistema fundado en la opresión, en la explotación, en el dolor.

La tiranía gubernamental se ha desenfrenado de tal manera, que hasta diputados y senadores muestran su descontento. El origen inmoral y criminal de la guerra actual, es denunciado ante el Senado por el senador Vardaman, del Estado de Misisipi. Dice el senador:

Yo pienso que la causa de esta guerra estriba en el hecho de haber puesto Alemania obstáculos al comercio entre los comerciantes de Nueva York y de Londres. Siempre he creído que esta guerra era un mero asunto de negocios, y sigo creyéndolo así. Si los submarinos alemanes no hubieran puesto obstáculos a la explotación, no habría habido declaración de guerra por parte de los Estados Unidos.

El senador La Follette, hace en su periódico un resumen de la situación de este modo:

Actualmente, los hombres del servicio secreto, los fiscales federales, los marshals, los comisionados federales y otros oficiales de la federación, están abusando descaradamente de su autoridad en todos sentidos. La gente está siendo arrestada ilegalmente, se le encierra en la cárcel; se le niega el derecho de nombrar defensor o de comunicarse con sus amigos y aún se niega a sus familias alguna información sobre el lugar de su detención; se sujeta a las personas a la humillación de registrar sus vestidos; se amenaza, se intimida, se pregunta y se repregunta y los derechos más sagrados que la Constitución garantiza a todos los ciudadanos son violados en nombre de la democracia.

Parece ser el propósito de todos aquellos que se han entregado a estos manejos, sembrar el terror, intimidar la opinión pública, ahogar toda crítica, suprimir la discusión de los sucesos de la guerra y sofocar toda oposición. Y para colmo de todo esto, el presidente Wilson, en su mensaje del catorce de junio, lanzó esta amenaza: Desgraciado del hombre o del grupo de hombres que trate de oponerse a nuestra marcha ...

El profesor Guy H. Broughton, profesor de la cátedra de química de la Universidad de California, dijo ante el comisionado de los Estados Unidos Krull:

Hay leyes tan viciosas, que el caos es la única manera de desembarazarse de ellas.

John L. Donnelly, presidente de la Arizona State Federation of Labor, al hablar ante la convención celebrada últimamente en Clifton, Arizona, por los delegados de dicha organización obrera, refiriéndose a los atropellos y atentados de que han sido víctimas los trabajadores en estos últimos meses, dijo:

Cuando se ve a las autoridades legalmente electas pisotear la ley y abusar de la autoridad de la manera de que se ha hecho en Bisvee, hay razón para temer los resultados.

Eso es precipitar la revolución ...

Basta de hablar tanto. Si los habitantes de esta nación no pueden obtener absoluta protección bajo la ley, entonces debemos hacer algo para protegernos.

El doctor David Starr Jordan, dignatario honorario de la Universidad de Standford, refiriéndose a la tiranía imperante, dijo lo que sigue en un mitin público:

La bandera roja de la anarquía es fabricada cuando el pueblo piensa, pero no puede obrar.

La vieja sociedad se resquebraja debilitada por sus propios crímenes. De nada le sirven parches y remiendos, refuerzos y puntales. Su desmoronamiento está próximo. Sólo los sordos podrán dejar de oír los crujidos de su vieja estructura; sólo los ciegos dejarán de ver sus bamboleos anunciadores del cercano desplome. Las fuerzas de la miseria están en pie y se ponen en marcha hacia una nueva forma de convivencia social más en armonía con la naturaleza.

Animo todos, que estamos en los dinteles de una nueva era.

Ricardo Flores Magón

(De Regeneración, Nº 259 del l° de septiembre de 1917)

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