Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO V - Capítulo V - Segunda parte - La Convención se declara soberanaTOMO V - Capítulo VI - Segunda parte - El Ejército Libertador envía comisionado a la ConvenciónBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO V

CAPÍTULO VI
Primera parte

EL EJÉRCITO LIBERTADOR ENVIA COMISIONADOS A LA CONVENCIÓN


Sin pérdida de tiempo salió de Aguascalientes la comisión nombrada para invitar al general Zapata y jefes subalternos a que participaran en los trabajos de la Convención. Se le unieron algunos surianos que por iniciativa propia habían ido para enterarse de las discusiones, del ambiente y de las determinaciones que se tomaran relacionadas con el Ejército Libertador.

El 17 de octubre llegaron todos a México, los recibió en la estación el general Lucio Blanco y los alojó en su residencia. En breve entrevista informaron los comisionados al señor Carranza del motivo de su viaje, y al día siguiente el general Angeles visitó en la Penitenciaría a los señores ingeniero Manuel Bonilla, Leopoldo y Enrique Llorente, Luis G. Malváez, Martín Luis Guzmán, Abel Serratos y Carlos Domínguez, pues no se atendía aún la excitativa de la Convención.

El 19 partieron de la capital, en automóviles, hacia Cuernavaca. La población de Contreras, ocupada por fuerzas del general Vicente Navarro, les hizo un cordial recibimiento, que dicho jefe prolongó cuanto pudo, con el doble objeto de dar muestras de atención y de que un correo saliera con toda rapidez llevando el parte de que los comisionados estaban en campo zapatista.

El coronel Alfredo Serratos, que había vuelto al campo de sus operaciones, dió la bienvenida. La marcha continuó hasta Huitzilac, del Estado de Morelos, en donde se suspendió por órdenes el general Francisco V. Pacheco mientras se enteraba de quiénes integraban la comisión y cuál era el objeto de ella. Informó telefónicamente al cuartel general y recibió órdenes de dejar franco el paso.

Al arribar a Cuernavaca, el general Angeles buscó al doctor Alfredo Cuaron, conocido suyo, pues había sido director del hospital militar durante la aCtuación del primero como jefe de las armas en Morelos. En su compañía se dirigieron los comisionados al cuartel general y fueron presentados al coronel Manuel Palafox, por cuyo conducto solicitaron del general Zapata una entrevista, que se tuvo al mediar la mañana del día 20.


Los generales Angeles y Zapata frente a frente

Como se recordará, el general Angeles fue el último jefe de las armas en el Estado de Morelos, en la administración del señor Madero. Su designación tuvo por objeto contener la ola de sangre, de incendios y desmanes que sus antecesores habían levantado. El general Angeles correspondió a la confianza en él depositada ciñéndose estrictamente a sus deberes militares, por una parte; por otra, dió muestras de comprensión que estimaron los rebeldes, pero que pusieron en tela de juicio los federales, subalternos suyos, a quienes tuvo que imponer, en no pocas ocasiones, todo el peso de su autoridad para que no inventaran combates, no buscaran rebeldes en la tranquilidad de los hogares ni los improvisaran en las personas de pacíficos vecinos.

Combatió a la rebelión suriana porque así se lo impuso su lealtad al régimen maderista y su condición de militar; pero sin saña, sin encono, sin equivocar su papel, que airosamente desempeñó hasta que por el movimiento de la Ciudadela fue por él en persona don Francisco I. Madero porque necesitaba de su lealtad y pericia para combatir a los cuartelaceros.

Ahora estaban frente a frente los generales Zapata y Angeles; pero ya no los separaba la barrera del deber al uno y la idealidad revolucionaria al otro. La causa del general Zapata había pasado por las más duras pruebas y estaba en pleno vigor; pero el general Angeles, quien nunca desconoció la justicia, de esa causa, se había sumado lealmente a la Revolución y había puesto al servicio de ella su espada, su preparación y su talento.

Cruzaron una mirada limpia de odio, de resentimiento y de desconfianza. Se estrecharon las manos con afecto, se dieron un abrazo con sinceridad. Un abrazo que no fue de compromiso político ni estuvo acompañado de helada sonrisa mientras los corazones ardían en ira. El general Angeles hizo las presentaciones:

- El señor general Calixto Contreras; el señor general Rafael Buelna ...

El general Zapata fue estrechando la mano de cada uno, y dirigiéndose al general Angeles, dijo:

- General: no sabe usted cuánto gusto me da verlo. Usted fue el único que me combatió honradamente y por sus actos justicieros llegó a captarse la voluntad del pueblo morelense y hasta la simpatía de mis hombres.

Dirigiéndose al general Calixto Contreras, le dijo:

- También me da gusto ver en Morelos a usted, general, pues por ser hijo del pueblo humilde y un luchador por la tierra, es usted el revolucionario del norte que más confianza inspira.

- General Buelna -dijo a continuación-: me satisface conocer a tan joven y valiente revolucionario.

- Me han informado -dijo dirigiénaose a Castillo Tapia- de sus simpatías por la causa que defendemos en el sur. ¡Ojalá que podamos decir que efectivamente es usted uno de los nuestros!

Todos los aludidos, naturalmente, contestaron agradeciendo al general Zapata el concepto que de cada uno tenía.


Opinión del general Zapata

Recibió la nota que ya conocemos y agradeció la invitación; pero dijo que no podía aceptarla incondicionalmente y por sí solo, sino que era necesario que se enterasen, cuando menos, algunos jefes, a qúienes se llamaría con la urgencia del caso.

No poca sorpresa causó en los comisionados lo dicho por el general Zapata; pero tuvieron que convenir en que dada la posición ideológica del Ejército Libertador, efectivamente se trataba de un asunto de vital importancia. Siguieron conversando. El general. Zapata deslizó algunas opiniones que después fueron ampliadas con el concurso de los jefes a quienes se llamó, y posteriormente se consignaron en uno de los documentos que reproduciremos. He aquí algunos términos de la conversación.

Lo interesante era saber si la asamblea aceptaría los principios del Plan de Ayala, pues en caso contrario sería ocioso el envío de los delegados o daría resultados semejantes al de las pláticas con los comisionados del señor Carranza.

La bien calculada actitud de este señor al aparentar que entregaba el poder a la Convención reunida en México produjo los efectos por él deseados, pues ahora se sentía robustecido por una asamblea en la que no pudo expresarse otro sentir que el carrancista. Por el traslado de la Convención a Aguascalientes había recibido nueva savia con la presencia de los delegados de la División del Norte; pero era innegable la mayoría carrancista e imposible prever cómo reaccionaría con las demandas del sur. Tal vez convenía enviar una comisión del Ejército Libertador para que planteara los problemas y, en vista de los resultados; proceder a la designación de los delegados de los generales, o continuar en la actitud que se guardaba, tanto más cuanto que el entusiasmo de algunos convencionales les había hecho olvidar hasta las distancias y señalar un plazo demasiado corto. También el entusiasmo de los convencionales los había llevado a declarar soberana a la Convención sin tomar en cuenta que no estaba representada la tendencia agrarista, que por sus fuertes vínculos con los intereses del pueblo campesino debía considerarse por encima de cualquiera tendencia política.

El Ejército Libertador nada podía esperar del señor Carranza, por su incomprensión de los problemas sociales. Si era verdad que una mayoría de los convencionales se había unificado en pro de que ese señor dejara el poder, también era conveniente que esa mayoría estuviera unificada en los objetivos revolucionarios, pues de otro modo sería inevitable la continuación de la lucha armada.

El 22 estaban en Cuernavaca, y en mayoría, los jefes a quienes se mandó llamar, y como nada se había dicho sobre el regreso de la representación suriana en el caso de que no fueran aceptadas sus proposiciones, el general Zapata dirigió una carta al general Angeles, quien dió la siguiente contestación:

Cuernavaca, 22 de oetubre de 1914.
Señor general Emiliano Zapata.
Ciudad.

Muy estimado señor general y amigo:

En debida contestación a su apreciable carta, en que me pide le diga de manera precisa con qué garantías podrá venir a esta ciudad la comisión del Ejército Libertador, en su regreso de Aguascalientes, me complazco en asegurarle que yo pediré en el seno de la Convención que se den a los miembros de dicha comisión los debidos salvoconductos, para que regresen con garantías expresas de la Convención Nacional de Aguascalientes.

Me es grato, señor general, reiterar a usted las seguridades de mi alta consideración.

El general Felipe Ángeles.


Junta de comisionados y jefes surianos

El mismo día 22 hubo una reunión de la que se dejó constancia; pero conviene aclarar que si al principio del documento no figuran todos los concurrentes fue porque no llegaban aún. Al final de dicho documento están las firmas de los que asistieron al acto. Veamos cómo se desarrolló:

El Cuartel General de la Revolución (Cuernavaca, Morelos), a las doce y media del día veintidós de octubre de mil novecientos catorce, presentes, por una parte los Cc. generales Felipe Angeles, Rafael Buelna, Calixto Conteras y teniente coronel Guillermo Castillo Tapia, y por la otra los Cc. generales Emiliano Zapata, Jefe Supremo de la Revolución; Juan M. Banderas y Samuel Fernández; coroneles Paulino Martínez, Genaro Amezcua, Alfredo Cuarón, Leopoldo Reynoso Díaz, licenciado Antonio Díaz Soto y Gama, Miguel. C. Zamora, Gildardo Magaña, Salvador Tafolla, Manuel N. Robles, Aurelio Briones, Rutilo Zamora, Manuel F. Vega y Manuel Palafox, Secretario del Cuartel General de la Revolución, quienes reuniéronse con el fin de discutir y acordar la forma más conveniente en que la revolución del sur debe enviar sus representantes a la Convención Revolucionaria de Aguascalientes; previas explicaciones y pláticas que se tuvieron sobre el asunto, se invitó al C. general Angeles para que hablara a la asamblea exponiendo los principales puntos que se habían tratado por los delegados de la Convención y el general Zapata.

El general Angeles dijo: que el mencionado general Zapata le había manifestado no ser conveniente el plazo tan breve que la ya referida Convención le había fijado para que enviara sus delegados, pues que, como no es un dictador y necesita tomar su parecer a todos los generales y jefes principales que militan a sus órdenes para llevar a cabo el acto de esa trascendencia, y sobre todo, considera sumamente corto el plazo aludido para que todos y cada uno de los jefes a quienes corresponde puedan nombrar, con la serenidad de criterio que el caso requiere, a sus representantes respectivos o prepararse debidamente para acudir en persona a la juntá revolucionaria que se menciona; siendo, por consiguiente, de verdadera urgencia que la Convención prorrogue la fecha en que debe reanudar sus labores principales y definitivas.

A continuación manifestó el mismo general Angeles: que el referido general Zapata optaba por el no reconocimiento de la soberanía de la Convención en tanto no estuviese representada en ella la facción que pudiéramos llamar exclusivamente agraria, simbolizada pór la revolución del sur; que, asimismo, cree indispensable, para constituirse verdaderamente soberana dicha Convención, la renuncia de don Venustiano Carranza al Poder Ejecutivo de la Nación, tanto por la razón ya expresada como por su completo desprestigio como gobernante y su incompetencia para regir los destinos de la República, lo cual hace punto menos que imposible su reconocimiento como Encargado del Poder Ejecutivo y como Jefe de la Revolución, por los diferentes grupos revolucionarios que han demostrado hasta hoy ser verdaderos defensores de principios y no de personalidades. Esto último, prosiguió Angeles, creo que se obtendrá sin grandes dificultades en la Convención, y por lo que se refiere al Plan de Ayala, tengo motivos para creer que será aceptado en sus principios por los convencionales de Aguascalientes.

Lo que llevo expresado -concluyó el referido general- es lo mismo que el general Zapata y yo hemos conversado respecto de los asuntos que tenemos encomendados por la Convención de Aguascalientes.

Acto continuo preguntó el general Zapata a los circunstantes si estaban conformes acerca de los preliminares expuestos anteriormente por el general Angeles, contestando varios de los presentes que lo están, tratándose de generalidades. Habló a continuación el general Samuel Fernández, manifestando que deseaba explicaciones acerca del objeto que la comisión nombrada por el general Zapata para asistir a la Convención de Aguascalientes llevaba, teniendo en cuenta que de lo expuesto por el general Angeles surgía la duda de si la Convención aceptaría o no en su seno a los representantes nombrados por la revolución del sur; contestándole que el objeto de dicha comisión debía ser el de manifestar las razones que la revolución del sur tiene para no haber asistido antes a la Convención de Aguascalientes y lograr que los convencionales se enterasen de que para nombrar la delegación correspondiente al sur es preciso que don Venustiano Carranza se separe del Poder Ejecutivo; que la Convención reconozca los principios del Plan de Ayala y que se traslade a la ciudad de México para, ya en presencia de la delegación enviada por el general Zapata y los jefes que a sus órdenes militan, que pueda continuar sus trabajos, resolviendo con plena soberanía los grandes problemas nacionales.

Tomó la palabra el doctor Alfredo Cuarón, y dijo: Creo que para causar mejor efecto a los convencionales es preciso tratar en su presencia los puntos propuestos de una manera prudente, procurando que se proponga y resuelva cada punto, y ya resuelto y aceptado, tratar el siguiente, a fin de no herir en manera alguna la soberanía con que ya se considera investida dicha Convención.

Volvió a tomar la palabra el general Angeles, manifestando: que lo relativo a la renuncia de Carranza puede considerarse como un hecho consumado desde el momento en que existen documentos con firmas de los convencionales comprometiéndose a exigir dicha renuncia, siendo abrumadora la mayoría de los convencionales dispuestos a llevar a cabo la separación del señor Carranza del Poder Ejecutivo, y que, por cuanto al reconocimiento del Plan de Ayala, ya deja expresadas sus ideas, creyendo que es a toda costa preciso hacer la paz en la República, pues que tiene noticias de que de no ser así, los republicanos de los Estados Unidos del Norte trabajarán por la Intervención, si llegan a triunfar. A fin de que estudiasen y resolviesen con detenimiento el asunto ya enunciado, el C. general Emiliano Zapata y los demás miembros de la asamblea acordaron que los Cc. coroneles Paulino Martínez, doctor Alfredo Cuarón y licenciado Antonio Díaz Soto y Gama, de igual grado, así como los generales Buelna y Angeles, se encargasen de la redacción de los documentos relacionados con el asunto.

Pasaron a deliberar las personas antes mencionadas, suspendiéndose, por todo el tiempo que duró la deliberación, los trabajos de la asamblea. Tan luego como la comisión nombrada para estudiar la forma en que los delegados del general Zapata deban exponer sus ideas y cumplir con las instrucciones que se les den, concluyó su trabajo, se reanudó la asamblea, haciendo uso de la palabra el doctor Alfredo Cuarón para leer los documentos que se habían redactado, consistentes en un pliego de instrucciones para todos y cada uno de los delegados, una credencial que deberá llevar cada delegado para su identificación y otra, única, para el conjunto de los delegados; este último documento y el pliego de instrucciones deberá llevarlos solamente el presidente de la delegación.

Fueron aprobados los documentos y la proposición a que se hace referencia anteriormente, por la asamblea.

Los documentos aludidos son adicionados a la presente acta y están marcados con los números uno, dos y tres; también redactó la comisión precitada la respuesta que debe enviarse a la Convención referente a la comunicación que de ella se recibió invitando al general Zapata para que envíe sus delegados, y este documento está marcado entre los adjuntos con el número cuatro. A continuación sé promovió por algunos miembros de la asamblea el nombramiento de presidente de la delegación, acordándose, luego de corta discusión, que eso se hiciese exclusivamente por los miembros de la tal delegación, quedando aplazado dicho nombramiento.

Con lo que terminó el acto, levantándose la presente por cuadruplicado y firmándola para constancia todos aquellos que tomaron parte en la asamblea.

Calixto Contreras.
Felipe Angeles.
Guillermo Castillo Tapia.
Rafael Buelna.
El General en Jefe del Ejército Libertador de la República, Emiliano Zapata.
S. Fernández.
Juan M. Banderas.
Paulino Martínez.
Jenaro Amezcua.
A. Cuarón.
Leopoldo Reynoso Díaz.
A. Díaz Soto y Gama.
M. C. Zamora.
G. Magaña.
M. N. Robles.
S. Tafolla.
Rutilo Zamora.
A. Briones.
R. Lecona.
Miguel Cortés Ordoñez.
R. Cal y Mayor.
Federico Cervantes.
Enrique Villa.
Amador Cortés.
Máximo Mejía.
Jesús P. Flores.
Lucio Contreras.
Rodolfo Magaña.
Alfredo Serratos.
José Aguilera.
Juan Ledesma.
Eduardo Angeles.
Santiago Orozco.
Eutimio Rodríguez.
Quirino Ortega.
M. Palafox.

Ocioso nos parece decir que los comisionados fueron objeto de cariñosas demostraciones durante su estancia en la capital morelense, tanto por parte del general Zapata cuanto por la de diversos miembros del Ejército Libertador que fueron llegando por distintos asuntos del servicio. Por instrucciones del general Zapata, se alojó a los comisionados en el hotel Moctezuma, que se vió muy concurrido por quienes deseaban saludar a los enviados, a los que conmovieron varias veces las sinceras e inesperadas muestras de afecto de sus visitantes.

De modo personal, el general Angeles sintió los efectos de su rectitud; el general Contreras y el coronel Castillo Tapia fueron felicitados por sus ideas agraristas; el general Buelna produjo admiración por su valor demostrado y su vigorosa juventud. El general Genovevo de la O quiso tener un recuerdo de su visita a Morelos, consistente en un retrato en que ambos aparecen.


Integrantes de la representación suriana

Como se había acordado en la junta, los representantres del Ejército Libertador se constituyeron en asamblea para nombrar a su presidente interno, nombramiento que recayó en Paulino Martínez, a quien hizo entrega el general Zapata de la respuesta que daba a la Convención, del pliego de instrucciones y de una carta para don Atenor Sala. Debemos decir que entre las instrucciones estaba la de proponer la designación de una junta de gobierno mientras era factible que todos los jefes revolucionarios del país se constituyeran en asamblea para nombrar al presidente interino de la República. En esa junta de gobierno debía figurar un representante del Ejército Libertador.

A cada representante se le entregó una constancia que lo acreditaba en forma debida. He aquí los nombres de los representantes:

Paulino Martínez.
Juan M. Banderas.
Samuel Fernández.
Antonio Díaz Soto y Gama.
Gildardo Magaña.
Enrique S. Villa.
Leopoldo Reynoso Díaz.
Rodolfo Magaña.
Reynaldo Lecona.
Eutimio Rodríguez.
Genaro Amezcua.
Manuel N. Robles.
Alfredo Serratos.
Miguel Zamora.
Rutilo Zamora.
Emilio Reyes.
Juan Ledesma.
José Aguilera.
Rafael Cal y Mayor.
Miguel Cortés Ordóñez.
Doctor Alfredo Cuarón.
Doctor Aurelio Briones.
Salvador Tafolla.

Toda la delegación recibió instrucciones de corresponder al general Francisco Villa los saludos enviados por conducto del general Angeles y de hacerle presentes, en nombre del Ejército Libertador y de su general en jefe, los votos que se hacían por que sus trabajos tuvieran éxito y siempre fuesen en bien de la patria.

Todavía se continuaba acuñando los <>pesos zapatistas; mas como era poco el metal disponible, los señores delegados tuvieron que conformarse con sendas cinco monedas de dos pesos, que recibieron por su valor estimativo, pues para que pudieran hacer frente a sus gastos fue escrita una carta para don Atenor Sala solicitando en ella un préstamo, en vista de sus reiteradas promesas de ayudar al movimiento suriano. Dice así la carta:

Correspondencia particular del general Emiliano Zapata.
Cuartel General en Cuernavaca, octubre 22 de 1914.
Señor don Atenor Sala.
México, D. F.

Muy estimado señor y amigo:

Considerando la buena voluntad que está demostrando a los revolucionarios del sur para ayudarles en la forma que le sea posible, y teniendo en estos momentos la alta necesidad de mandar a Aguascaliences a una gran comisión que represente en la Convención de dicha ciudad al Ejército Libertador, le recomiendo de una manera muy especial se sirva entregar al señor don Paulino Martínez la suma de cuatro mil pesos que son indispensables para cubrir los gastos de treinta miembros que componen la expresada comisión, en el concepto que en su mejor oportunidad se le reintegrará dicha cantidad.

Anticipo a usted las más cumplidas gracias por este servicio y soy su afmo. atto. amigo y seguro servidor.

El general Emiliano Zapata.


Salida de la delegación suriana

El 23 salieron los representantes del sur, acomodándose como les fue posible en los seis automóviles que los enviados de la Convención habían llevado. A su paso por la ciudad de México, don Paulino Martínez visitó a don Atenor Sala; pero este señor no facilitó cantidad alguna, por lo que la delegación continuó su viaje en difíciles condiciones económicas, atenuadas un tanto por las personales posibilidades de algunos colegas.

Evidentemente que asistió a don Atenor una razón para no sentirse obligado a obsequiar la solicitud: el general Zapata no había aceptado hacer suyo el Sistema Sala.

Sin detenerse la delegación suriana en la residencia de la Convención, siguió hasta Zacatecas pára entrevistarse con el general Villa, quien la recibió en la población de Guadalupe. La actitud del general Villa hacía comprender muy claramente su decidida inclinación hacia la causa del sur y su personal afecto al general Zapata. El señor doctor Aurelio Briones -uno de los delegados surianos- nos ha dicho que el jefe de la División del Norte, visiblemente emocionado por el saludo que le enviaba el luchador agrarista, dijo que mucho le complacía que los hombres del norte y del sur estuvieran al fin unidos; que estaba dispuesto a luchar para que no se entronizara en el país una nueva tiranía, y que al lado de los surianos pugnaría por las reformas sociales y por la pacificación de la República.

Después de lo que pudiéramos llamar las formalidades de la entrevista, a la que asistió el general Angeles, conversó extensamente el general Villa con los surianos, a quienes trató con la mayor cordialidad y franqueza, y se interesó por la campaña realizada, así como por la situación del Ejército Libertador.

Muy complacidos por las atenciones de que fueron objeto, reconocidos por la cordialidad del general Villa y alentados por la esperanza de que el ideal perseguido se estimaría al fin por todos los revolucionarios, emprendieron el viaje de regreso, con destino a la ciudad de Aguascalientes.


El general Angeles, informa a la Convención

Volvamos a la Convención, de cuyos trabajos nos ocupamos en el capítulo anterior, hasta el sábado 24 de octubre.

Empeñados los convencionales en apasionadas y largas discusiones -muy propias de quienes no tenían práctica parlamentaria alguna, sino que habían luchado con las armas en la mano- llegaron al lunes 26, en cuya sesión matutina se presentó el general Angeles para informar del viaje al Estado de Morelos.

Habló del ambiente acogedor que encontraron los comisionados; de las atenciones que se les tuvieron, entre ellas, la de haber sido huéspedes del general Zapata; dijo haber tenido cambios de impresiones con dicho general, quien le expresó que era la primera vez en que al Ejército libertador se le invitaba para tomar parte en discusiones tendentes a resolver los problemas del país. Siguió diciendo que había dificultades materiales para que en el plazo señalado por la Convención enviaran a sus delegados los generales surianos, pues era necesario convocados o, por lo menos, informarlos del asunto, debiéndose tener muy en cuenta la distancia a que se hallaban y lo difícil de las comunicaciones en algunas comarcas. Además, según el jefe suriano, era necesario que la Convención se enterase previamente de la exacta posición revolucionaria del Ejército libertador, por lo que se había creído conveniente enviar desde luego a una delegación para que expusiera los puntos de vista del movimiento suriano. Terminó diciendo que consideraba necesario que la Convención ampliara el plazo señalado, para que los jefes agraristas enviaran a sus delegados de conformidad con lo establecido por la asamblea.

Esta discutió el asunto y aprobó ampliar el plazo, sin fijar término.


La delegación suriana, en la Convención

La sesión del día 27 dió comienzo con la acostumbrada lista de asistencia, por la que se vió que algunos delegados estaban ausentes porque, según se supo después, habían ido a México a pedir instrucciones acerca de la actitud que debían adoptar con motivo de la presencia de la delegación suriana. Al leerse el acta de la sesión anterior se produjo una larga discusión, pues por algunas alusiones al Plan de Ayala, el general Obregón sostuvo que allí no había más plan que el de la soberana Convención.

Como se anunció que la delegación suriana estaba a las puertas del recinto, la presidencia nombró una comisión para que la hiciese pasar hasta el foro, en el que estaba el estrado de la directiva.

Antes de proseguir conviene que señalemos dos hechos: la noticia de que la representación del Ejército Libertador había llegado a Aguascalientes y que asistiría a los trabajos de la Convención hizo que se llenaran todas las localidades destinadas al público; el otro hecho es que estando ya en el salón de sesiones los representantes surianos, fue llevada la bandera de la Convención, a la que se le tributaron los honores acostumbrados por la asamblea. La insignia ostentaba las firmas de los señores delegados, como testimonio de su juramento solemne de acatar las disposiciones de la Convención.

El presidente, general Villarreal, dió la bienvenida a los surianos en términos bastante cordiales, y a continuación concedió la palabra a don Paulino Martínez, quien pronunció el discurso que íntegramente vamos a reproducir.


Discurso del señor Martínez

Ilustrado auditorio:

Honrado por la revolución del sur para hacer saber a la nación por qué no se ha unido al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, reconociendo su jefatura y su carácter como Poder Ejecutivo de la República Mexicana, voy a exponer ante esta honorable asamblea las razones que aquellos insurgentes de la montaña han tenido para asumir la actitud que hasta este momento están guardando con el arma al brazo y listos para defender los principios que forman su criterio revolucionario.

Demasiado sabéis los que venís luchando desde el 20 de noviembre de 1910, y lo sabe el país entero, que el pueblo mexicano se levantó en armas porque ya se cansaba de sufrir la odiosa dictadura del general Díaz, quien durante treinta y cinco años había arrebatado a la clase pobre, a los hijos del pueblo, a los ciudadanos mexicanos, todas sus libertades públicas, y con ellas, el pan con que deberían alimentar a sus familias; es decir: la falta de pan y de justicia fueron las causas principales que obligaron al pueblo a levantarse en armas. No todos los que iniciaron ese movimiento pudieron comprender, ni interpretar debidamente, las justas aspiraciones de aquellas multitudes que se rebelaron en nombre de un pueblo oprimido y hambriento. Algunos de sus caudillos creyeron, de buena fe probablemente, que con las palabras hermosas de Sufragio Efectivo y No Reelección, y cambiando de presidente, es decir, derrocando sencillamente al dictador Porfirio Díaz, quedaba todo arreglado; y ya veis, señores, lo que esta equivocación viene costando a la nación.

Cuando el caudillo de 1910, don Francisco I. Madero, celebró prematuramente su pacto de Ciudad Juárez con los enemigos de la Revolución, todos los elementos sanos de ella quedaron descontentos y altamente decepcionados del que los había llamado a la lucha. ¿Por qué ese descontento?, ¿por qué tal decepción? Porque aquello era una farsa, era una traición para ahogar en su propia sangre a los cerebros y a la gigante energía de esta guerra social que entonces comenzaba. El cuartelazo de la Ciudadela es la mejor prueba de lo que dejo dicho. Afortunadamente para la causa del pueblo, esos enemigos no consiguieron ni lo uno ni lo otro, porque ni los cerebros ni las grandes energías de la Revolución legítima, de ideales, se encontraban entre los muertos de aquella horrible hecatombe. Las energías de los titanes de esta homérica lucha, que, desgraciadamente, no termina todavía, están en el sur y en el norte de la República; sus genuinos representantes eran el general Emiliano Zapata con todas sus fuerzas que le acompañaban en el sur y con las suyas el general Francisco Villa, en el norte (Nutridos aplausos).

Mestizos los dos, delineados en sus rostros los caracteres de la raza altiva a que pertenecen; sintiendo en su corazón los dolores y las amarguras de esa raza humillada y proscrita del banquete de nuestra mentida civilización; sacudidos sus nervios en vibraciones de rebeldía por los atropellos brutales y sin número, por las injusticias inauditas llevadas a cabo en la persona del indio desvalido, del esclavo de las haciendas, del artesano explotado en las ciudades, de todos los desheredados víctimas de la rapiña del cacique, del militar y del fraile, no podían conformarse con un simulacro de reivindicación que no llenaba las aspiraciones legítimas del pueblo, porque no dejaba satisfecha ninguna de sus necesidades (Prolongados aplausos).

Y la lucha siguió con más ardor: allá en el sur, el general Emiliano Zapata, apodado El temible Atila por esa prensa vendida y corrompida que no ha sabido llenar la delicada misión a que está llamada en los países cultos; allá en el sur, esos llamados bandidos zapatistas por los fotógrafos asalariados del feudalismo agrario; aquellos sublimes insurgentes, como los llamará sin duda la posteridad, no quisieron reconocer el pacto de Ciudad Juárez y siguieron luchando por el Plan de San Luis, exigiendo su cumplimiento, hasta que cristalizaron sus ideales en el Plan de Ayala, bandera pura y sin mancha que han sostenido hasta hoy y que están resueltos a defender hasta conseguir el triunfo de todos sus ideales.

Y ¿qué es el Plan de Ayala?, preguntarán los que no lo conocen. El Plan de Ayala es la condensación de la infidencia de un hombre que faltó a sus promesas, y el pacto sagrado, la Nueva Alianza de la Revolución con el pueblo, para devolver a éste sus tierras y sus libertades, que le fueron arrebatadas hace cuatro siglos, cuando el conquistador hizo pedazos la soberanía azteca, más que con la punta de su espada, con las hondas divisiones que debilitaron la fuerza de aquella raza indómita.

Tierra y Libertad, Tierra y Justicia, es lo que sintetiza el Plan de Ayala para fundamentar la libertad económica del pueblo mexicano, base indiscutible de todas sus libertades públicas; no sillones presidenciales para los ambiciosos de mando y de riqueza; no sinecuras para los que empuñaron las armas con deseos de substituir al verdugo de hoy, improvisando nuevos caciques con la punta de sus espadas; no que la Revolución hubiera puesto las armas en sus manos para crearse un seguro político de vida; no renusando volver a las tierras para fertilizarlas, o a los talleres para transformar la materia en artículos por medio del trabajo de los hombres libres; no asalariados que llevan a la boca el pan empapado con el sudor de una frente altiva; no privilegios para determinado grupo social, sino igualdad política y bienestar colectivo para los habitantes de la República; un hogar para cada familia, una torta de pan para cada desheredado de hoy, una luz para cada cerebro en las escuelas-granjas que establezca la Revolución después del triunfo, y tierras para todos, porque la extensión del suelo mexicano puede albergar y sustentar cómodamenté noventa o cien millones de habitantes (Aplausos).

Tal es, señores, en concreto, el programa político-social de la revolución del sur, sintetizado en el Plan de Ayala, y que aquellos llamados bandidos zapatistas, están resueltos a sostener con la fuerza potente de su brazo y el espíritu inquebrantable de la raza indómita a que pertenecen.

Por lo expuesto quedaréis convencidos, y con vosotros el mundo entero, de que aquel grupo de abnegados luchadores, llamados con toda propiedad Ejército libertador, no es una chusma de obcecados que no tiene conciencia de la ley ni una orientación fija adonde encaminar sus pasos; precisamente porque tiene conciencia de lo que debe ser la ley basada en la justicia, única expresión de toda libertad bien entendida, y porque sabe que todo gobierno que no está legítimamente representado por la voluntad del pueblo se convierte en gendarme de la plutocracia, imponiendo su autoridad con miles de bayonetas; como dije, para convertirse en gendarme de la plutocracia y explotar a los de abajo en beneficio de los que están arriba; porque de eso tiene conocimiento pleno la revolución del sur; porque sabe de dónde emanan la soberanía del pueblo y el gobierno legítimamente constituído. Por eso no ha podido ni puede reconocer como Presidente de la República al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista.

Cree sinceramente el jefe supremo de la revolución del sur, y con él todos los generales y soldados que lo rodean, que han sufrido una lamentable equivocación los que han pensado que por el hecho de llegar en son de triunfo a la capital de la República, con un Plan de Guadalupe en la mano, podría ese plan imponer a la nación un gobierno provisional que no era el acuerdo armonioso y leal entre el pueblo y los demás grupos revolucionarios de toda la República.

Digo acuerdo leal entre el pueblo y los demás grupos revolucionarios, porque no son únicamente los que portan espadas que chorrean sangre y despiden rayos fugaces de gloria militar los escogidos a designar el personal del gobierno de un pueblo que quiere democratizarse; ese derecho lo tienen también los ciudadanos que han luchado en la prensa y en la tribuna, que están identificados con los ideales de la Revolución y han combatido al despotismo que barrena nuestras leyes; porque no es sólo disparando proyectiles en los campos de batalla como se barren las tiranías; también lanzando ideas de redención, frases de libertad y anatemas terribles contra los verdugos del pueblo se derrumban tiranías, se derrumban imperios. y recuérdese que el general Díaz cayó, más que con los proyectiles de los guerrilleros del norte, encabezados por Madero, por la rechifla de la multitud de los habitantes de la capital de la República que le pedían a gritos la renuncia, y por la lluvia de tinta que le arrojó la prensa independiente (Nutridos aplausos).

Y si los hechos históricos nos demuestran que la demolición de toda tiranía, que el derrumbamiento de todo mal gobierno es obra conjunta de la idea con la espada, es un absurdo, es una aberración, es un despotismo inaudito querer segregar a los elementos sanos que tienen el derecho de elegir al gobierno; porque la soberanía de un pueblo la constituyen todos los elementos sanos que tienen conciencia plena, que son conscientes de sus derechos, ya sean civiles o armados incidentalmente, pero que aman la libertad y la justicia y laboran por el bien de la patria. Estas son las ideas, los sentimientos que abrigan todos los insurgentes del sur, y no pueden traicionar su conciencia reconociendo un gobierno provisional cuya base es deleznable.

La actitud expectante de la nación sin aprobar lo hecho, el no reconocimiento de ese gobierno provisional por las naciones extranjeras y el desconocimiento de varios jefes del norte a esa jefatura, prueban evidentemente que los rebeldes del sur no están equivocados; y como todas sus acciones se inspiran en lo que creen más justo y conveniente para los intereses del pueblo mexicano, se han abstenido de nombrar delegados a esta Convención.

Lamentamos esa división que hoy existe entre los que nos levantamos unidos en 1910 para derrocar una dictadura que se creía invencible. Deploramos sinceramente que nuestros compañeros de hoy vayan a ser quizá mañana los enemigos a quienes se tenga que combatir; no queremos que continúe la lucha fratricida, que sólo engendra odios y ahonda divisiones entre la gran familia mexicana; pero si hoy es necesario para redimir a una raza de la ignorancia y de la miseria por cuatro siglos de opresión, por doloroso que sea, que continúe la lucha, que ruja el cañón repercutiendo con su horrísono trueno el espacio, para que la gangrena de las injusticias y de los privilegios que nos han dividido hasta hoy desaparezca y quede purificado nuestro cuerpo social; pero que conste ante la Historia que no es el Ejército Libertador el que provoca la lucha ni la desea; son los elementos insanos los que se mezclan en ella, es la labor maldita de los enemigos de la Revolución -clero, militarismo y plutocracia-, que ofuscan al legislador, despertando las bajas pasiones que se agitan en el fondo de la bestia humana, para que no distinga en que lado están la razón, la justicia y el triunfo inevitable de esta guerra social.

Meditemos, señores compañeros, antes de que pueda reanudarse el combate. Examinemos detenidamente, sin pasión alguna, las banderas que enarbola cada campamento. El Ejército Constitucionalista enarbola el Plan de Guadalupe; el Ejército Libertador, el Plan de Ayala; aquél tiene por principal objeto -me atengo a lo escrito- elevar a un hombre al Poder, si se quiere, atropellando la autoridad del pueblo y los derechos indiscutibles de otros grupos revolucionarios; el Plan de Ayala tiene por principal objeto elevar los principios al rango de leyes, para redimir a una raza de la ignorancia y de la miseria, a fin de que los mexicanos tengan su propio hogar, abundante pan con qué alimentarse y escuelas libres donde poder abatir su ignorancia; y si esto es así, como los hechos lo demuestran, los campos están deslindados ya: luchadores de buena fe, ¡escoged!

Los revolucionarios del sur no os envían cartel de desafío al explicar su conducta, sino una invitación cariñosa, leal y completamente sincera para que os unáis a su bandera; las palabras que brotan de mis labios no envuelven tampoco un reto, ni siquiera una provocación agresiva; son, como lo habéis comprendido, la expresión fiel, delineada a grandes rasgos, de los hechos históricos que han venido sucediendo desde 1910 a la fecha. Meditadlo con la serenidad que lo demanda y obrad según vuestra conciencia; si queréis que la Historia os señale mañana como personalistas, únicos responsables de la continuación de la guerra, seguid defendiendo el Plan de Guadalupe; si sois libertarios amantes del progreso y del bienestar del pueblo mexicano, si deseáis la redención de la raza oprimida por cuatro siglos de injusticias, adherios al Plan de Ayala, entonces, todos unidos, lucharemos contra el enemigo común de nuestras libertades: clero, militarismo y plutocracia.

La comisión que me honro en presidir quedará altamente satisfecha, se congratulará muchísimo de llevar vuestra adhesión a los hermanos del sur, quienes aplaudirán vuestra conducta, lo mismo que vuestra conciencia lo hará, para que, unidos todos en fraternal abrazo, el Ejército del Norte, el Ejército del Centro, el Ejército del Sur, no sea más que el glorioso Ejército de la Libertad futura del México moderno, para sostener y desarrollar mejor la grandeza y bienestar del pueblo mexicano (Ovación).

Un testigo presencial del suceso nos ha dicho que desde el principio del discurso del señor Martínez se notó gran interés en escucharlo. Así lo demostró la actitud de los convencionales y la del público. El silencio guardado por el auditorio se hacía más notable durante, las necesarias pausas, mientras que al final de algunos períodos eran ensordecedores los aplausos en las galerías. Algunos de los convencionales, con nerviosos movimientos, dieron a entender el mal efecto que les causaban ciertas alusiones del orador, pero las demostraciones no pasaron de silenciosas y personales.

En verdad, el discurso del señor Martínez fue inusitado. Hemos visto que desde el día en que se inauguraron las sesiones de la Convención pocos habían vertido palabras de orientación revolucionaria precisa, clara, definida. No queremos, con lo dicho, ofender a los convencionales, pues de buen grado reconocemos que había entre ellos hombres de ideales; pero el sector revolucionario en que habían actuado no era propicio para la formación de un cuerpo de doctrina y, además, el ambiente de la convención estaba inficionado por la política que empujába a los delegados hacia triviales, enojosas, cansadas y vacuas discusiones. Todos hablaban de realizar una obra, de formar un programa de gobierno; pero nadie había dicho sobre qué bases debía edificarse la obra ni cuál debía ser el contenido del programa. Correspondió a don Paulino Martínez, en nombre del movimiento suriano, decir algo que esperaba todo el país como resultado de sus cruentos esfuerzos.

En aquella asamblea, integrada en su casi totalidad por maderistas, no eran pocos los que equivocada, pero sinceramente, creían que la Revolución sólo había tenido por objeto vengar la muerte del caudillo de 1910 y restablecer el orden constitucional. Ahora, el movimiento del sur hablaba de causas más hondas y de un objeto más elevado y profundamente humano que podía condensarse en las demandas de tierra, educación, justicia y libertad.

El discurso produjo el choque de las ideas y determinó dos corrientes: la de los hombres que encontraron plena justificación en todo el movimiento revolucionario y la de quienes vieron fuertemente amenazado el predominio de su grupo. Para los últimos, el discurso era inobjetable, examinado desde el ángulo meramente revolucionario; pero de tremendo alcance visto desde el punto de los intereses políticos del carrancismo. Aceptar que los descamisados surianos tenían una doctrina revolucionaria que era el objeto supremo de su lucha era confesar el vacio doctrinario del carrancismo, que resultaba socialmente anodino a pesar de su pujanza económica y la consecuente organización militar.

Admitir que la doctrina era el contenido social de la Revolución era colocar a los hombres del sur en el más alto plano revolucionario y concederle completa razón a sus actitudes. Consecuentemente, era negar al señor Carranza toda la razón, porque ésta no podía coexistir en la Primera Jefatura y en el Ejército Libertador. Si no tenía razón la Primera Jefatura, era evidente. que el centro de gravedad de la Revolución debía moverse hacia el Ejército Libertador. Llegar a tal extremo era inadmisible para los más exaltados carrancistas, cuyos nada ocultos deseos eran que se despidiese en el acto a la delegación suriana; pero tuvieron que guardar una actitud prudente, como la de otros convencionales, inclusive los de la División del Norte.

Peró sigamos el desarrollo de la sesión en que fueron recibidos los integrantes de la representación suriana.

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