Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO IV - Capítulo XIII - Segunda parte- El Plan de Ayala y el Sistema SalaTOMO V - Capítulo II - Primera parte - La situación en el mes de septiembreBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO V

CAPÍTULO I

PANORAMA DURANTE EL MES DE AGOSTO DE 1914


Fecundo en acontecimientos fue el mes de agosto de 1914. Para conectar la narración hecha en el tomo anterior de esta obra con la que vamos a hacer en el presente volumen, conviene resumir lo sucedido.

Al mediar el mes se decidieron favorablemente las operaciones sobre Cuernavaca; los federales rompieron el sitio el día 17, con los desastrosos resultados que hemos descrito. La columna fue deshecha en el trayecto, y el jefe de ella, general Pedro Ojeda, se entregó en las inmediaciones de Tenango, Estado de México, desde donde fue llevado a Toluca el 17, quedando prisionero del general Francisco Murguía. Bueno es aclarar que las fuerzas constitucionalistas del general Murguía, que llegaron a Toluca el 8, no influyeron en las operaciones sobre Cuernavaca ni tomaron parte en el ataque a la columna federal desde su salida de la plaza sitiada, sino que recibieron al derrotado jefe y a la muy mermada tropa que lo seguía.

Simultáneamente al sitio de Cuernavaca, las fuerzas surianas iniciaron una ofensiva en el Valle de México, estableciendo una línea de combate desde Amecameca hasta la Villa Nicolás Romero, poblaciones ambas del Estado de México, y cortaron así al Distrito Federal en su porción meridional.

Hemos dado a conocer importantes documentos que se firmaron en poblaciones quitadas al enemigo; entre ellos, el acta de ratificación del Plan de Ayala, que está fechada en San Pablo Oxtotepec, y el decreto de indulto, que se expidió en Milpa Alta.

Mientras tanto, el Cuerpo de Ejército del Noroeste, al mando del general Álvaro Obregón, fue aproximándose a la ciudad de México e hizo que el gobierno del licenciado Francisco S. Carbajal pactara la entrega de dicha ciudad y la disolución del Ejército Federal Los documentos en que consta lo pactado, que se conocen con el nombre de Tratados de Teoloyucan, fueron reproduaidos en el tomo anterior y llevan fecha 13 de agosto, en que los federales rompieron el sitio de Cuernavaca.


Conflicto con el Sur

Si por una parte, la caída de la capital morelense ponía fin a la lucha en el Sur y, por otra, los Tratados de Teoloyucan liquidaban al gobierno usurpador y disolvían al Ejército Federal, que había sido su sostén, no quedaba, en apariencia, ningún problema bélico, sino que, triunfante la Revolución, le correspondía entrar de lleno a resolver los problemas económicos, sociales y políticos que había planteado. Pero cuando todo hacia esperar el advenimiento de la paz surgió el primer conflicto entre las fuerzas del Sur y las constitucionalistas, pues en la noche del 13 al 14 de agosto los federales fueron relevados por los segundos, quienes ocuparon las posiciones atacadas por los hombres del Sur, y así se vieron frente a un inesperado y nuevo enemigo.

El hecho tuvo que repercutir fuertemente en las filas surianas, pues ni siquiera se tomó en cuenta que su presencia en el Valle de México estaba demostrando los grandes esfuerzos realizados para contribuir, en no pequeña parte, al derrocamiento del gobierno usurpador.

El general Obregón ocupó la ciudad de México el día 15. El 20, hizo su entrada triunfal don Venustiano Carranza, quien asumió la Presidencia de la República y adoptó la denominación de Primer Jefe del Ejército Constirucionalista Encargado del Poder Ejecutivo. El mismo día hizo las declaraciones que ya conocemos, y que en público se interpretaron como norma de su gobierno y como pública repulsa al objeto del movimiento suriano, cuyos componentes, en reciprocidad, pensaron que no habían luchado para quitar a Victoriano Huerta y colocar a don Venustiano Carranza, sino para implantar la reforma agraria. Por ende, debía ocupar la Presidencia un hombre capaz de sentir, interpretar y realizar el objeto de la lucha.


Entrevistas con el señor Carranza

Seis entrevistas tuvieron algunos surianos con el Primer Jefe. La primera fue en Tlalnepantla, y correspondió al entonces coronel Alfredo Serratos, a quien dijo el señor Carranza que eligiera el general Zapata hora, día y lugar para que hablasen. Irían escoltados por igual número de hombres; al avistarse, harían alto las escoltas. y avanzarían solos. Como, el coronel Serratos objetó que la costumbre del general Zapata era la de no tratar solo los asuntos trascendentes y esa condición le haría no aceptar lo propuesto, el señor Carranza, secamente, dijo que le comunicara lo expuesto, y que de no aceptar, tenía sesenta mil rifles para someterlo.

La segunda entrevista también tuvo lugar en Tlalnepantla. Los generales Julián Gallegos y Rafael Cal y Mayor se ofrecieron, motu proprio, a ser los portadores de alguna indicación verbal o escrita para el general Zapata. El señor Carranza solamente recomendó saludar al jefe suriano, pues esperaba que iría a verlo en la ciudad de México.

La tercera entrevista se efectuó en e! Palacio Nacional, y correspondió al general Manuel N. Robles, a quien repitió e! señor Carranza la proposición hecha al coronel Serratos. Ninguna objeción hizo el general Robles; pero se retiró convencido de que no había voluntad para entenderse con el general Zapata.

La cuarta entrevista, también en el Palado Nacional, se realizó con una comisión enviada por el ingeniero Angel Barrios. La integraban el hoy doctor Guillermo Gaona Salazar, el hoy ingeniero químico Gustavo Gaona Salazar, el teniente coronel Antonio Oropeza y e! mayor Primitivo de Gante. A una petición concreta hecha por don Guillermo, contestó el señor Carranza que los zapatistas no podían entrar a la capital por ser bandidos y carecer de bandera. Antes, debían someterse incondicionalmente a su gobierno y reconocer el Plan de Guadalupe.

A la proposición de que firmara un ejemplar impreso del Plan dé Ayala, con lo que se atraería el respeto y cariño de los pueblos y luchadores del Sur, contestó el Primer Jefe aconsejando a los comisionados que abandonaran las filas zapatislas; que se quitaran de la cabeza las ideas de reivindicación de tierras, que se sumasen al Ejército Constitucionalista, y que, en cambio, recibirían el ascenso al grado inmediato.

La quinta entrevista volvió a corresponder a los generales Gallegos y Cal y Mayor, pues el señor Carranza los autorizó para que volvieran a entrevistarlo en el caso de que el general Zapata no fuese a verlo a México. En esta ocasión dijo e! Primer Jefe que transmitieran a Zapata la indicación de que o reconocía al Gobierno Constitucionalista y se sometía incondicionalmente a él, o sería batido implacablemente.

La sexta entrevista la llevaron a cabo el coronel Miguel C. Zamora y el entonces capitán primero Juan Torices Mercado, quienes fueron portadores de una carta del general Genovevo de la O. Recibidos en el hotel St. Francis, y mientras se daba respuesta a la carta, tuvieron una conversación en la que el señor Carranza expresó no estar dispuesto a reconocer lo que se pedía en el Plan de Ayala, puesto que el Ejército Constitucionalista había luchado por otro Plan, el de Guadalupe, en el que no se hacía más ofrecimiento que derrocar al gobierno usurpador. Además, consideraba ilegal la devolución de tierras.

Abundaban los comisionados en ideas opuestas, por lo que hicieron algunas objeciones; pero, contrariado, el señor Carranza dijo que hablaba como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista Encargado del Poder Ejecutivo, y que la paz sólo se haría con la sumisión incondicional de las fuerzas surianas a las constitucionalistas. Todavía aventuraron objeciones los comisionados, las cuales fueron contestadas con viveza:

- Eso de repartir tierras -dijo- es descabellado. Díganme qué haciendaS tienen ustedes, de su propiedad, que puedan repartir, porque uno reparte lo suyo, no lo ajeno.


Dos tendencias

Por el resúmen hecho creemos que el lector, sin necesidad de tener a la vista el tomo precedente, estará en condiciones de penetrar en la gravedad de la situación que prvalecía en el momento en que las armas revolucionarias alcanzaban el triunfo. Fue el inevitable resultado de la aproximación de dos tendencias: la agrarista, representada por el general Zapata, y la política, que representaba el señor Carranza.

No situamos arbitrariamente a uno y a otro; señalamos la posición en que ambos estaban colocados por sus propios actos. Algunos del señor Carranza fueron elocuentísimos: el relevo de los federales, sus declaraciones públicas y lo que dijo a los surianos que le visitaron. No puede pedirse mayor claridad en el pensamiento y en la actitud del Primer Jefe. Como lo dispuesto en el Plan de Guadalupe le parecía inmejorable, enfocó toda su atención en la máquina gubernativa, con olvido del fondo humano de los problemas sociales. Y por no entender el problema agrario, el movimiento suriano le pareció anárquico, sin sentido, sin orientación y sin un impulso generoso.

Para el general Zapata, con el triunfo de las armas debía principiar la etapa de las grandes realizaciones revolucionarias; mas para el señor Carranza, ese triunfo significaba el principio de su gobierno sin compromisos, puesto que ninguna promesa había hecho, descartada la del derrocamiento del huertismo.

Grave era esa divergencia, pues cuando expresó no haber hecho promesas -signo evidente de que no sentía los problemas que las ameritaban- proclamaba muy alto y muy claro que su administración no haría modificaciones en la estructura social. En cambio, para el general zapata, sería desleal a la Revolución todo gobierno que no estuviera dispuesto a modificar esa estructura.

Para el señor Carranza, su administración, libre de todo compromiso, tenía tan sólo una finalidad de carácter legal y político que le señalaba el Plan de Guadalupe: llevar al país al orden constitucional. Para el general Zapata, la situación del país no dimanaba de la inconstitucionalidad del gobierno, sino del régimen social imperante. En consecuencia, el gobierno revolucionario que se estableciera como resultado inmediato de la lucha armada debía comenzar la realización de las reformas.

Nunca como ahora hemos invocado tanto a la serenidad, y ahora como nunca sentimos gélida la mente, libre el corazón de mezquinos sentimientos, dispuesta la razón a penetrar hasta el fondo de los hechos en busca de la verdad. Lamentamos sincera y profundamente encontrar a don Venustiano Carranza en un punto diametralmente opuesto, no al general Emiliano Zapata, sino al problema de la tierra; pero esa fue la realidad; esa fue la posición que él adoptó; esa es la verdad histórica, la cual resta mucho a su figura, por otros conceptos destacada, en la Revolución Mexicana.

Mas no hacemos extensiva esa personal posición al Ejército Constitucionalista porque no olvidamos que en sus filas había quienes deseaban ardientemente una transformación social, aunque actuaran de manera aislada, siguiendo el impulso de sus convicciones, por falta del ambiente propicio. En el último capítulo del tomo anterior dijimos que el general Antonio I. Villarreal, como gobernador constitucionalista del Estado de Nuevo León, decretó, el 25 de junio de 1914, que las tierras que estuvieran ociosas para el siguiente mes quedarían a disposición del gobierno para rentarlas a quienes garantizasen su cultivo. En el mismo capítulo se menciona la conferencia del señor licenciado Luis Cabrera, que tuvo repercusiones favorables en España porque expuso vigorosamente su sentir agrarista.


Carta al general Villarreal

No sabemos si por algún otro conducto tuvo noticias el general Zapata del decreto que el general Villarreal expidió en Monterrey; pero sí estamos seguros de que se enteró de los hechos por el estudio que el licenciado Guati Rojo le envió. El decreto no aborda de modo franco el problema agrario; pero demuestra que al gobernador de Nuevo León le preocupaba el problema, y a ello debe atribuirse su dispoSición gubernativa, limitada a lo que permitían las condiciones del momento.

Además, no eran desconocidos para el general Zapata los antecedentes del general Villarreal, pues figuró entre quienes firmaron el Programa del Partido Liberal Mexicano en 1906. Tampoco le era desconocida su actitud francamente agrarista en las conferencias que culminaron con los Tratados de Torreón, en cuya cláusula octava se recomienda al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista emancipar económicamente a los campesinos haciendo una distribución equitativa de las tierras, o por otros medios que tiendan a la resolución del problema agrario.

Considerando, pues, el general Zapata a don Antonio I. Villarteal como un revolucionario agrarista, le dirigió la carta que vamos a reproducir. En ella puede verse el estado de ánimo del jefe suriano, quien se muestra firme en sus demandas revolucionarias, inquebrantable en su trayectoria, y ante la pretensión, varias veces expresada por el señor Carranza, de que el Ejército Libertador se sometiera incondicionalmente a su gobierno, conceptúa injusto, que la bandera del Sur pasara a manos de quien no supiese conducirla. Dice así el documento:

República Mexicana.
Ejército Libertador.
Cuartel General en Yautepec, agosto 21 de 1914.
Señor general don Antonio I. Villarreal.
Monterrey, Nuevo León.

Muy estimado señor general y correligionario:

Ahora que nuestro país ha entrado en un período de mucha trascendencia, con motivo de la nueva orientación que toman los asuntos políticos de la República, y teniendo en cuenta los antecedentes liberales de usted, así como también sus diversas declaraciones que ha hecho respecto al problema agrario que debe implantarse en nuestro país, no he vacilado para dirigirle esta carra, tanto para saludarlo de una manera muy especial como para invitarlo a que se adhiera al Plan de Ayala, pues urge que todos los jefes revolucionarios de la República se unifiquen con la Revolución del Plan de Ayala; la cual llena las aspiraciones del pueblo m!xicano, y que estemos alerta para que el nuevo Gobierno Provisional se establezca de acuerdo con el artículo doce del Plan de Ayala, porque éste formará la base fundamental de la grande obra popular que hace más de tres años estamos sosteniendo, pues de no ser así, esté usted seguro que la guerra seguirá, y por medio de las armas venceremos a los que llegaren a oponerse a la realización de los ideales cristalizados en el Plan de Ayala.

A usted siempre lo he considerado patriota y honrado, y sus discursos elocuentes que en varias ocasiones ha pronunciádo usted, ratifican mis aseveraciones, y por esto confío en la realización de nuestros ideales, porque sé que usted no es personalista, sino idealista; porque sé que usted sabrá defender la causa del pueblo que sufre, del pueblo que hace tiempo está envuelto en una terrible miseria, mientras que una turba de canallas, de gandules, está consumiendo lo que nunca producen, están comiendo sin trabajar y dejan que la millonada de hombres trabajadores se estén muriendo de hambre.

No es justo que los que hace tiempo enarbolamos la bandera del Plan de Ayala, que se concreta a tierras y libertades, la dejemos en las manos de unos cuantos ambiciosos que sólo buscan la riqueza a costa del sudor del pueblo trabajador; que después de haber derramado tanta sangre sea burlado el pueblo y quede en igual condición o peor; eso no debemos permitirlo por ningún motivo y sí velar por los intereses de la República, para lo cual se necesita que el Presidente Provisional quede electo en una convención de los jefes revolucionarios de la República, tal y como lo dispone el artículo doce del referido Plan de Ayala.

Espero tener en esa región a un compañero sincero que sabrá sacrificarse en bien de su pueblo.

Sin otro particular de momento, lo saludo y le deseo felicidades.

Soy de usted afmo., atto. amigo y seguro servidor.

El General Emiliano Zapata.


El movimiento suriano expone sus puntos de vista

Ahora bien: debido a la tirante situación que por momentos iba agudizándose, y comprendiendo los jefes surianos que no estaba lejano el día en que se rompieran las hostilidades, decidieron reunirse, y lo hicieron en varias poblaciones, entre las que señalaremos San Pablo Oxtotepec y Milpa Alta. Allí tomaron la determinación de exponer públicamente sus puntos de vista.

Como resultado de las juntas, y habiéndose informado ampliamente al general Zapata, éste aprobó la actitud de sus colaboradores, y aprovechando uno de sus viajes a las posiciones ocupadas en el Valle de México se dió forma a ún documento que vamos a reproducir. Dice así:


AL PUEBLO MEXICANO

El movimiento revolucionario ha llegado a su período culminante y, por lo mismo, es ya hora de que el país sepa la verdad; toda la verdad.

La actual Revolución no se ha hecho para satisfacer los intereses de una personalidad, de un grupo o de un partido. La actual Revolución reconoce orígenes más hondos y va en pos de fines más altos.

El campesino tenía hambre, padecía miseria, sufría explotación, y si se levantó en armas fue para obtener el pan que la avidez del rico le negaba; para adueñarse de la tierra que el hacendado, egoístamente, guardaba para sí; para reivindicar su dignidad, que el negrero atropellaba inicuamente todos los días. Se lanzó a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos que no dan de comer, sino para procurarse el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad, un hogar dichoso y un porvenir de independencia y engrandecimiento.

Se equivocan lastimosamente los que creen que el establecimiento de un gobierno militar, es decir, despótico, será lo que asegure la pacificación del país. Esta sólo podrá obtenerse sí se realiza la doble operación de reducir a la impotencia a los elementos del antiguo régimen y de crear intereses nuevos, vinculados estrechamente con la revolución, que le sean solidarios, que peligren si ella peligra y prosperen si aquélla se establece y consolida.

La primera labor, la de poner al grupo reaccionario en la imposibilidad de seguir siendo un peligro, se consigue por dos medios diversos: por el castigo ejemplar de los cabecillas, de los grandes culpables, de los directores intelectuales y de los elementos activos de la facción conservadora, y por el ataque dirigido contra los recursos pecuniarios de que aquéllos disponen para producir intrigas y provocar revoluciones; es decir: por la confiscación de las propiedades de aquellos políticos que se hayan puesto al frente de la resistencia organizada contra el movimiento popular que, iniciado en 1910, ha tenido su coronamiento en 1914, después de pasar por las horcas caudinas de Ciudad Juárez y por la crisis reaccionaria de la Ciudadela, trágicamente desenlazada por la dictadura huertista.

En apoyo de esta confiscación existe la circunstancia de que la mayor parte, por no decir la totalidad, de los predios que habrá que nacionalizar representan intereses improvisados a la sombra de la dictadura porfirista, con grave lesión de los derechos de una infinidad de indígenas, de pequeños propietarios, de víctimas de toda especie, sacrificadas brutalmente en aras de la ambición de los poderosos.

La segunda labor, o sea, la creación de poderosos intereses afines a la Revolución y solidarios con ella, se llevará a feliz término si se restituye a los particulares y a las comunidades indígenas los terrenos de que han sido despojados por los latifundistas, y si este gran acto de justicia se completa, en obsequio de los que nada poseen ni han poseído, con el reparto proporcional de las tierras decomisadas a los cómplices de la dictadura o expropiadas a los propietarios perezosos que no quieren cultivar sus heredades. Así se dará satisfacción al hambre de tierras y al rabioso apetito de libertad que se deja sentir de un confín a otro de la República, como respuesta formidable al salvajismo de los hacendados, quienes han mantenido en pleno siglo xx, y en el corazón de la libre América, un sistema de explotación que apenas soportarían los más infelices siervos de la Edad Media europea.

El Plan de Ayala, que traduce y encarna los ideales del pueblo campesino, da satisfacción a los dos términos del problema, pues a la vez que trata como se merecen a los jurados, enemigos del pueblo, reduciéndolos a la impotencia y a la innocuidad por medio de la confiscación, establece en sus artículos 6° y 7° los dos grandes principios de la devolución de las tierras robadas (acto de imperiosa justicia social) y del fraccionamiento de los predios expropiados (acto exigido, a la vez, por la justicia y la conveniencia).

Quitar al enemigo los medios de dañar, fue la sabia política de los reformadores del 57, cuando despojaron al clero de sus inmensos caudales, que sólo le servían para fraguar conspiraciones y mantener al país en perpetuo desorden con aquellos levantamientos militares que tan grande parecido tienen con el último cuartelazo, fruto, también, del acuerdo entre militares y reaccionarios.

Y en cuanto a la obra reconstructora de la Revolución, o sea, la de crear un núcleo de intereses que sirvan de soporte a la nueva obra, esa fue la tarea de la Revolución Francesa, no igualada hasta hoy en fecundos resultados, pues lo que ella repartió enfre millares de humildes campesinos las vastas heredades de lóS nobles y de los clérigos, hasta conseguir que la multitud de los favorecidos se adhiriese con tal vigor a la obra revolucionaria que ni Napoleón, con todo su genio, ni los Borbón, con su aristocrática intransigencia, lograron nunca desarraigarla del cuerpo y del alma de la nación francesa.

Es cierto que los ilusos creen que el país va a conformarse (como no se conformó en 1910) con una pantomima electoral de la que surjan hombres en apariencia nuevos y en apariencia blancos, que vayan a ocupar las curules, los escaños de la Corte y el alto solio de la Presidencia, pero los que así juzgan parecen ignorar que el país ha cosechado, en las crisis de los últimos cuatro años, enseñanzas inolvidables, que no les permiten ya perder el camino, y un profundo conocimiento de las causas de su malestar y de los medios de combatirlas.

El país no se dará por satisfecho -podemos estar seguros- con las tímidas reformas candorosamente esbozadas por el licenciado Isidro Fabela, Ministro de Relaciones del gobierno carrancista, que no tiene de revolucionario más que el nombre, puesto que ni comprende ni siente los ideales de la Revolución; no se conformará el país con sólo la abolición de las tiendas de raya Si la explotación y el fraude han de subsistir bajo atrás formas, no se satisfará con las libertades municipales, bien problemáticas, cuando falta la base de la independencia económica, y menos podra halagarlo un mezquino programa de reformas a las leyes sobre impuesto a las tierras, cuando lo que urge es la solución radical del problema relativo al cultivo de éstas.

El país quiere algo más que todas las vaguedades del señor Fabela, patrocinadas por el silencio del señor Carranza. quiere romper de una vez con la época feudal, que es ya un anacronismo, quiere destruir de un tajo las relaciones del señor a siervo y de capataz a esclavo, que son las únicas que imperan en materia de cultivos, desde Támaulipas hasta Chiapas y de Sonora a Yucatán.

El pueblo de los campos quiere vivir la vida de la civilización, trata de respirar el aire de la libertad económica, que hasta aquí ha desconocido y la que nunca podrá adquirir si deja en pie al tradicional señor de horca y cuchillo, disponiendo a su antojo de las personas de sus jornaleros, extorsionándolos con la norma de los salarios, aniquilándolos con tareas excesivas, embruteciéndolos con la miseria y el mal trato, empequeñeciendo y agotando su raza con la lenta agonía de la servidumbre, con el forzoso marchitamiento de los seres que tienen hambre, de los estómagos y los cerebros que están vacíos.

Gob!erno militar primero y parlamentario después; reformas en la admiñistración para que quede reorganizada; pureza ideal en el manejo de los fondos públicos; responsabilidades oficiales escrupulosamente exigidas; libertad de imprenta para los que no saben escribir; libertad de votar para los que no conocen a los candidatos; correcta administración de justicia para los que jamás ocuparon a un abogado. Todas estas bellezas democráticas, todas esas grandes palabras con que nuestros abuelos y nuestros padres se deleitaron, han perdido hoy su mágico atractivo y su significación para el pueblo. Este ha visto que con elecciones y sin elecciones, con sufragio efectivo y sin él, con dictadura porfiriana y con democracia maderista, con prensa amordazada y con libertinaje de la prensa, siempre y de todos modos él sigue rumiando sus amarguras, padeciendo sus miserias, devorando sus humillaciones inacabables, y por eso teme, con razón, que los libertadores de hoy vayan a ser iguales a los caudillos de ayer, que en Ciudad Juárez abdicaron de su hermoso radicalismo y en el Palacio Nacional echaron en olvido sus seductoras promesas.

Por eso, la Revolución Agraria, desconfiando de los caudillos que a sí mismos se disciernen el triunfo, ha aooptado como precaución y como garantía el precepto justísimo de que sean todos los jefes revolucionarios del país los que elijan al Primer Magistrado, al Presidente Interino que debe convocar a elecciones; porque bien sabe que del intermato depende el porvenir de la Revolución y, con ella, la suerte de la República.

¿Qué cosa más justa la de que todos los interesados, los jefes de los grupos combatientes, los representantes revolucionarios del pueblo levantado en armas, concurran a la designación del funcionario en cuyas manos ha de quedar el tabernáculo de las promesas revolucionarias, el ara santa de los anhelos populares? ¿Por qué la imposición de un hombre a quien nadie ha elegido? ¿Por qué el temor de los que a sí mismos se llaman constitucionalistas para sujetarse al voto de la mayoría, para rendir tributo al principio democrático de la libre discusión del candidato por parte de los interesados?

El procedimiento, a más de desleal, es peligroso, porque el pueblo mexicano ha sacudido su indiferencia, ha recobrado su brío y no será él quien permita que a sus espaldas se fragüe la erección de su propio gobierno.

Todavía es tiempo de reflexionar y de evitar el conflicto. Si el jefe de los constitucionalistas se considera con la popularidad necesaria para resistir la prueba de la sujeción a! voto de los revolucionarios, que se someta a ella sin vacilar. Y si los constitucionalistas quieren en verdad al pueblo y conocen sus exigencias, que rindan homenaje a la voluntad soberana aceptando con sinceridad y sin reticencias los tres grandes principios que consigna el Plan de Ayala: expropiación de tierras por causa de utilidad pública, confiscación de bienes a los enemigos del pueblo y restitución de sus terrenos a los individuos y comunidades despojados.

Sin ellos -pueden estar seguros- continuarán las masas agitándose, seguirá la guerra en Morelos, en Guerrero, en Pueblá, en Oaxaca, en México, en Tlaxcala, en Michoacán, en Hidalgo, en Guanajuato, en San Luis Potosí, en Tamaulipas, en Durango, en Zacatecas, en Chihuahua, en todas partes en donde haya tierras repartidas o por repartir, y el gran movimiento del Sur, apoyado por toda la población campesina de la República, proseguirá como hasta aquí venciendo oposiciones y combatiendo resistencias, hasta arrancar, al fin, con las manos de sus combatientes los jirones de justicia, los pedazos de tierra que los falsos libertadores se hallan empeñados en negarle.

La Revolución Agraria, calumniada por la prensa, desconocida por la Europa, comprendida con bastante exactitud por la diplomacia americana y vista con poco interes por las naciones hermanas de Sudamérica, levanta en alto la bandera de sus ideales para que la vean los engañados; para que la contemplen los egoistas y los perversos que no quieren oír los lamentos del pueblo que sufre, los ayes de las madres que perdieron a sus hijos, los gritos de rabia de los luchadores que no quieren ver, que no verán, destruídos sus anhelos de libertad y su gloriosos ensuéños de redención para los suyos.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Campamento Revolucionario en Milpa Alta, agosto de 1914.
El General en Jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata.
Generales:Eufemio Zapata.
Francisco V. Pacheco.
Genovevo de la O.
Amador Salazar.
Francisco Mendoza.
Pedro Saavedra.
Aurelio Bonilla.
Jesús H. Delgado.
Julián Blanco.
Julio A. Gómez.
Otilio E. Montaño.
Jesús Capistrán.
Francisco M. Castro.
S. Crispín Galeana.
Fortino Ayaquica.
Francisco A. García.
Mucio Bravo.
Lorenzo Vázquez.
Abraham García.
Encarnación Díaz.
Licenciado Antonio Díaz Soto y Gama.
Reynaldo Lecona.
Coroneles:Santiago Orozco.
Jenaro Amezcua.
José Hernández.
Agustín Cortés.
Trinidad A. Paniagua.
Everardo González.
Vicente Rojas.

Tal fue la exposición razonada de las huestes surianas en defensa de su causa.

Una vez más dejaron expuesta su doctrina revolucionaria surgida de las grandes necesidades nacionales.


CONFLICTOS EN EL NORTE

Pero no solamente la divergencia con las huestes surianas ennegrecía el horizonte; también había conflictos, y muy graves, en el norte del país. Dos puntos neurálgicos se presentaban: la División del Norte, en Chihuahua, y el gobierno constitucional, en Sonora.


El conflicto con la División del Norte

Los Tratados de Torreón, como vimos en el tomo anterior, no zanjaron las dificultades entre la División del Norte y la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista, sino que dejaron peligrosos rescoldos, pues el señor Carranza nó perdonó el desacato a su autoridad y el general Villa quedó resentido porque se le impidió continuar su marcha victoriosa hacia el sur, después de la toma de Zacatecas. Su resentimiento le hizo asumir una actitud que al Primer Jefe parecía sospechosa. En el tomo que precede tratamos ampliamente el asunto; pero es bueno ver corroborado lo que dijimos, por las opiniones y datos de un constitucionalista a quien no se puede atribuir inclinación hacia el general Villa.

En la obra intitulada Historia del Ejército y de la Revolución Constitucionalista (tomo primero, página 531) dice el general Juan Barragán que el Primer Jefe deseaba que el general Pánfilo Natera tomase Zacatecas para aumentar su prestigio y el de los generales Arrieta y Triana; pero la más poderosa razón que tenía era la de impedir que el general Villa, al apoderarse de la plaza, continuara su marcha hacia la capital de la República, pues, influído por el general Angeles, podía concertar una alianza con jefes del Ejército Federal que contaban con fuertes contingentes y sobrado material de guerra.

Con respecto a los Tratados de Torreón, dice la misma obra (página 539) que la solución dada no podía ser definitiva, y así lo estimó el señor Carranza; pero le dió la oportunidad de sortear el peligro momentáneo y que no fuera el general Villa quien tomase la ciudad de México.

Aludiendo a la brusca detención que sufrió la División, del Norte, se lee en la misma página: que sabiendo el Primer Jefe lo desconfiado que era el general Villa, dispuso que algunas fuerzas de Coahuila avanzaran sobre la vía del ferrocarril de Coahuila y Pacífico con el pretexto de tomar algunas plazas de la región lagunera; pero, en realidad, para impedir que el general Villa siguiera hacia el sur.

Sigue diciendo que el repetido general tropezaba con otro obstáculo para su avance: la falta de carbón para mover las locomotoras de los trenes de que disponía, pues el Primer Jefe ordenó que no se le proporcionara ese combustible de la zona carbonífera que dominaba.


El conflicto con Sonora

Como si las dificultades con la División del Norte no fueran bastantes, el distanciamiento entre el Primer Jefe y el gobernador constitucional de Sonora estaba tomando un giro que se aproximaba a la rebelión. Varios hechos hicieron suponer que el general Villa apoyaba al mandatario sonorense.

Recordemos que en los días en que se estaba definiendo la actitud que debía asumir el Estado, su gobernador constitucional solicitó del Congreso una licencia por seis meses. La separación del señor Maytorena, motivada en parte por su salud, según explicó, y en parte por la presión que sobre él se estaba ejerciendo, se interpretó por algunas personas como grave timidez para afrontar la situación inherente al desconocimiento del gobierno de Huerta.

Transcurrido el tiempo de la licencia volvió el señor Maytorena a su cargo, previa la celebración de una junta en Nogales, a fines de julio de 1913. La junta fue necesaria, pues para que volviese el funcionario a su puesto existía fuerte oposición por parte de quienes daban a su separación temporal los caracteres de una vergonzosa huída. Sin embargo, no siendo posible negar la constitucionalidad de su mandato ni la legalidad de la licencia concedida, tuvieron los opositores que resignarse; pero no dejaron de hostilizar a la administración del señor Maytorena.

La presencia del señor Carranza en Sonora impidió que se llevaran a cabo actos violentos para separar al gobernador; pero sus opositores aprovecharon todas las oportunidades para distanciarlos.

Estando el señor Carranza en Hermosillo, el 22 de febrero de 1914. tuvo lugar una velada en el teatro Noriega con motivo del primer aniversario del asesinato de los señores Madero y Pino Suárez. Asistieron el Primer Jefe y el gobernador, quienes ocuparon el mismo palco; pero ya era visible el distanciamiento que entre ambos había.

El 28 de mayo del mismo año hubo en la capital sonorense un escándalo de ciertas proporciones, pues durante una serenata algunos amigos y simpatizadores del gobernador irrumpieron en la Plaza de Armas y lanzaron mueras a don Venustiano Carranza y vivas al señor Maytorena. El comandante militar de la plaza, que lo era el ya coronel Plutarco Elías Calles, ordenó la aprehensión de varios amigos del gobernador, y al dar parte de lo ocurrido al Primer Jefe, le expresó que estaba dispuesto a declarar en estado de sitio la ciudad de Hermosillo, pues, en su concepto, iban tomando cuerpo los trabajos de algunos enemigos del señor Carranza.

Enterado éste de lo que había sucedido en Sonora, el día 1° de junio hizo imprudentes declaraciones al periodista Heribeno Barrón, pues dijo que el bandolero Villa no tardaría en rebelarse y que don José María Maytorena era otro por el estilo de Villa. Tan hirientes declaraciones llegaron a conocimiento de los aludidos.

El señor Maytorena había estado formando un grupo armado para protegerse contra cualquiera agresión de sus enemigos. Tomaron éstos la formación del grupo armado como un preparativo para rebelarse contra la Primera Jefatura. Las cosas llegaron a tal extremo que se dió el caso de que el 3 de junio, porque una banda de música tocara la marcha Viva Maytorena, el mayor Plank mandó suspender la ejecución y arrestó a los ejecutantes.

Sabiendo el general Obregón lo que sucedía en su Estado natal intervino amistosa, pero enérgicamente, desde donde se encontraba con motivo de su campaña. Como los actos más hostiles al gobernador se atribuían al coronel Elías Calles, le ordenó, el 6 de junio, que entregara la comandancia militar de Hermosillo al coronel Antonio A. Guerrero, pues deseaba conferirle otra comisión importante; pero no se hizo la entrega porque el señor Carranza dió órdenes distintas al coronel Elías Calles, como fueron las de suplicar al vicecónsul francés en Hermosillo que se acercara al gobernador para manifestarle que por disposición de la Primera Jefatura la comandancia militar le daría todo género de garantías a condición de retirar a los elementos armados que guarnecían el palacio de gobierno, así como que disolviera la fuerza que había formado y que solamente conservase su escolta personal. El señor Maytorena no se sintió garantizado con la protección ofrecida, pues precisamente el comandante militar era uno de los que más lo hostilizaban; por tanto, dijo al vicecónsul francés que nada podía resolver por el momento, puesto que esperaba recibir contestación de los señores Carranza y Villa, a quienes ya había escrito.

Tal vez la indicación de que el gobernador disolviera la fuerza y sólo conservase su escolta qeterminó que se dirigiera, el 8 de junio, al general Salvador Alvarado, quien estaba en Cruz de Piedra, y le pidiese el envío de doscientos hombres de las fuerzas de los jefes Urbalejo y Acosta para que se pusieran a las órdenes del gobierno.

Como la situación seguía tirante, el general Alvarado dirigió al señor Carranza, el 29 de junio, el telegrama que reproducimos.

Maytorena, Son., 29 de junio de 1914.
Primer Jefe don Venustiano Carranza.
Saltillo, Coah.

Situación en Sonora ha llegado a un período en que es preciso solucionarla en forma tal que no vuelvan a producirse los desagradables incidentes que han estado sucediendo. En junta de jefes que en estos momentos tiene lugar, integrada por los coroneles Francisco G. Reyna, Francisco Urbalejo, José María Acosta, Cenobio Rivera Domínguez; teniente coronel Antonio Caleb; mayores Roberto Cruz y Enrique Terrazas, todos jefes con mando de fuerza y por mi conducto, manifiestan a usted respetuosa y encarecidamente le suplican que las fuerzas del Estado queden bajo un solo mando; que el coronel Calles salga del Estado; que se permita al C. Gobernador Maytorena cumpla su período y se le respete en su carácter de Gobernador; manifiestan asimismo que no quieren que usted tome esto como una insubordinación y a la vez aseguran a usted que no pretenden ni han pretendido desconocer a usted; pero deseando evitar dificultades en el Estado se dirigen a usted porque éstas vendrían con seguridad de seguir esa división en el mando de las fuerzas del Estado y el coronel Calles con los procedimientos que ha seguido; que el pueblo de Sonora tiene horror a las revueltas y que el temor de que éstas se produzcan es lo único que los mueve a hablar a usted para llevar a su ánimo el convencimiento de que accediendo usted a su petición le garantizan que el Estado quedará tranquilo y los ciudadanos y el Ejército siempre unidos dentro del constitucionalismo; además, manifiestan que en dos ocasiones que se han ofrecido se ha solicitado la cooperación de las fuerzas del norte para hacer movimientos sobre Guaymas, y no habiendo logrado que vinieran, han producido en estas fuerzas un sentimiento de animadversión en contra de ellas, pues se ve claro que no quieren más que estar en los pueblos ocupándose de política. Por mi parte, manifiesto a usted que estoy enteramente de acuerdo con lo arriba indicado, que es la única forma en que este Estado pueda seguir marchando bien, pues de nada serviría que el Ejército pensara de otro modo cuando la opinión pública rechaza al coronel Calles y sus procedimientos, siendo como es este señor el único responsable para la tranquilidad del Estado. Creo conveniente considere usted detenidamente esta petición y libre sus respetables órdenes sobre el particular. Antes de concluir, los citados jefes, en unión mía, reiteran a usted las seguridades de su lealtad y subordinación.

Salúdolo respetuosamente.

El General Salvador Alvarado.

El señor Carranza, sin resolver sobre lo pedido, transcribió el telegrama al general Obregón, quien dió inmediatamente la respuesta que sigue:

Guadalajara, Jal., julio 9 de 1914.
Señor don Venustiano Carranza.
Saltillo, Coah.

Contesto su superior mensaje relativo solicitud para que coronel Elías Calles salga de Sonora, manifestando que desde hace algún tiempo he creído conveniente utilizar sus servicios en campaña y en ese sentido libré órdenes oportunas, las cuales fueron contrariadas por esa Primera Jefatura y en ese concepto espero se sirva usted resolver decididamente los asuntos de aquel Estado.

Respetuosamente.

El General en Jefe, Alavaro Obregón.

En el telegrama preinserto se ve que, el firmante seguía apoyando la salida del coronel Elías Calles; pero contrariadas sus órdenes por el Primer Jefe, dejaba a éste la responsabilidad. Rectamente considerada la situación, nada se perdía con el retiro del coronel Elías Calles y sí se haría un loable intento en favor de la tranquilidad de Sonora; pero tan sencilla solución no fue del agrado del señor Carranza, por lo que los opositores creyeron tener todo su apoyo y continuaron los ataques a la administración del señor Maytorena.

En la cláusula sexta del acta de las conferencias de Torreón, y para calmar los ánimos en Sonora, se sugiere al Primer Jefe que para solucionar el conflicto no se viole la soberanía del Estado ni se ataque la persona del gobernador constitucional, y que se excite el patriotismo del señor Maytorena para que se separe del puesto si estima que de esa manera puede ponerse fin a la situación. La cláusula mencionada se ocupa mesuradamente de un asunto distinto del que motivó las conferencias, porque el conflicto sonorense había trascendido.

El 9 de agosto, en Navojoa, el teniente coronel Gómez desconoció al señor Carranza y se puso abiertamente en favor del gobernador Maytorena. El hecho agravó la situación y dió motivo para que fuese aprehendido el general Salvador Alvarado, a quien poco antes el coronel Elías Calles había acusado, ante la Primera Jefatura, de incapacidad para hacerse obedecer por sus subalternos.

Dos días más tarde comunicó el coronel Elías Calles al señor Carranza que don José María Maytorena estaba en plena rebelión, por lo que esperaba de un momento a otro su avance hacia el norte del Estado, lo cual le había hecho disponer que el teniente coronel Arnulfo R. Gómez se fortificara en Nogales, con setecientos hombres. No se había rebelado; se defendía de sus enemigos y no ocultaba su disgusto por el apoyo que se les estaba dando.

Hasta ese punto había llegado el conflicto cuando el señor Carranza hizo su entrada a la ciudad de México y comisionó al general Obregón para intervenir.


El general Obregón, en el Norte

En la conferencia tenida por el señor Carranza con el general Obregón, se formó el plan: iría a Chihuahua para entrevistarse con el general Villa, de quien hemos dicho que asumía una actitud que a la Primera Jefatura parecía sospechosa, si bien no había movilizado fuerzas ni ejecutado acto alguno que pudiera calificarse de rebelión. De Chihuahua se trasladaría a Sonora, acompañado del general Villa, para dar al gobernador Maytorena la impresión de que el más fuerte apoyo con qué podía contar se hallaba sometido a la Primera Jefatura.

Para hacer que el general Villa acompañara al general Obregón, el señor Carranza telegrafió anunciándole el próximo arribo de su enviado, y le confirió la comisión de que ambos se trasladasen a Sonora para intervenir en el conflicto.

El 21 de agosto salió de México el general Obregón, en un tren especial, con su Estado Mayor y una pequeña escolta. Mientras estaba en camino, el gobernador Maytorena se dirigió a Nogales al frente de considerable fuerza, que algunas personas hacen ascender a dos mil hombres, y se apoderó de la población; pero su actitud no era de rebeldía contra el señor Carranza, repetimos, sino de defensa ante los actos de sus adversarios.

El 24 llegó el general Obregón a Chihuahua, en donde ya era esperado. Una brigada formó valla desde la estación hasta la casa que ocupaba el jefe de la División del Norte. Tampoco éste se había rebelado; pero a nadie ocultaba su profundo disgusto por la inactividad, a que el señor Carranza condenó a sus fuerzas después de la toma de Zacatecas. Herido el general Villa en lo más vivo de sus sentimientos, tenía a flor de labio las más duras expresiones para el señor Carranza. A este respecto refiere el general Obregón que después de los saludos de rigor, y así que cambiaron algunas impresiones, le dijo el general Villa:

- Mira, compañerito: si hubieras venido con tropa nos hubiéramos dado muchos balazos; pero como vienes solo no tienes por qué desconfiar. Pancho Villa no es un traidor.

Animado de buena fe, como estaba, el general Obregón lo convenció de que aceptara la comisión que el Primer Jefe le confería, por lo que ambos salieron hacia Sonora, por la vía de Ciudad Juárez. El 28 arribaron a El Paso, y así lo comunicaron al señor Carranza, agregando que fueron recibidos con los honores correspondientes por el general John J. Pershing, comandante de las tropas en dicha ciudad norteamericana. Gran entusiasmo despertó la presencia de los generales mexicanos que tan activa participación habían tomado en la campaña, por lo que fueron objeto de varias demostraciones cariñosas de mexicanos y norteamericanos. De El Paso salieron hacia Douglas, y de aquí a Nogales.


Entrevista de Obregón y Villa con Maytorena

El día 29, el general Villa pasó de la población norteamericana de Nogales, a la mexicana del mismo nombre, en donde se le recibió con muestras de afecto, y tras de concertar una entrevista con el general Obregón volvió a la primera de las poblaciones mencionadas. Ambos cruzaron la línea divisoria después del mediodía y se dirigieron a la casa del gobernador, con quien convinieron lo que se expresa en el acta que vamos a reproducir:

En la ciudad de Nogales, Sonora, a los veintinueve días del mes de agosto de mil novecientos catorce, presentes los Cc. generales Alvaro Obregón y Francisco Villa, comisionados por el señor don Venustiano Carranza, para solucionar pacíficamente las dificultades que han surgido entre el gobernador constitucional del Estado y el coronel Plutarco Ellas Calles, con motivo de los atentados cometidos a la soberanía del referido Estado de Sonora, han llegado a los siguientes acuerdos, con los que creen queda a salvo la soberanía del Estado y dignidad de cada uno de ellos:

I. Las fuerzas que se encuentran a las órdenes de los coroneles Urbalejo y Acosta, quienes firman al calce, en señal de conformidad, reconocen como jefe de} Cuerpo de Ejército del Noroeste al señor general Alvaro Obregón, al cual han pertenecido hasta la fecha.

II. El señor general Alvaro Obregón, en su carácter de jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste, y como comisionado especial del señor Carranza, nombra jefe accidental de las fuerzas que se hallan en el Estado de Sonora al gobernador constitucional José María Maytorena, en el concepto de que continuará al mando de ellas hasta que quede establecido un gobierno constitucional en la República.

III. Las fuerzas que se encuentran en Cananea, Naco, Agua Prieta y otros puntos del Estado, al mando del coronel Plutarco Elías Calles, serán incorporadas a las fuerzas que estarán al mando del gobernador constitucional, don José María Maytorena.

IV. Los empleados del Timbre, de Correos, de Aduanas, de Telégrafos y demás oficinas generales serán nombrados, con el carácter de interinos, por los señores general Alvaro Obregón y don José María Maytorena, gestionando ante la Secretaría de Hacienda la ratificación de dichos nombramientos.

Y en prueba de conformidad, firman la presente comprometiéndose a cumplir fielmente lo que en ella se estipula, y que consideran consolidará la paz de una manera sólida y definitiva en este Estado de Sonora.

General Alvaro Obregón.
General Francisco Villa.
José María Maytorena.

A ruego del coronel Francisco Urbalejo.
L. Aguirre Benavides.
Coronel José María Acosta.

>Es indudable que el general Obregón procedió con habilidad en el cumplimiento de la comisión que se le había conferido, pues logró la compañía del general Villa y luego su firma en el documento que acabamos de copiar, según el cual quedaba militarmente sujeto el gobernador del Estado a la autoridad del jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste y, por ende, a la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista. Pero ya sea porque a los sonorenses desafectos al señor Carranza y al general Obregón no les pareció conveniente lo pactado, o bien, como llegó a decirse, que los consejeros del gobernador dieron a lo hecho todo su alcance, lo cierto es que en la noche del mismo 29 circuló en Nogales una hoja impresa, que dice así:

ENÉRGICA PROTESTA

El pueblo es soberano. Ha sonado la hora de que el pueblo hable y manifieste sus sentimientos. El pueblo es el sostén de los gobiernos y hay que dar al pueblo lo que es del pueblo. El pueblo puede y debe obrar como gobierno; pero el pueblo tiene sus sentimientos y es libre para manifestarlos espontáneamente por medio de reuniones democráticas. Dentro del orden y la moral, tenemos derecho para congregarnos, expresando ante la faz del mundo lo que sentimos.

Al pueblo de Sonora se le ha ultrajado, se le ha escarnecido y uno de los principales causantes de ese ultraje y de aquel escarnecimiento es y ha sido Alvaro Obregón.

Se ha pretendido violar la soberanía del Estado, y uno de estos violadores es Alvaro Obregón.

Se ha desterrado del territorio nacional a honrados constitucionalistas, obligándolos a comer el pan amargo del destierro, y el inspirador y autor de estos atropellos es Alvaro Obregón. El mismo que hoy pasea cínicamente por las calles de este lugar haciendo alarde en lujosos trenes y automóviles y como desafiando a los ciudadanos, heridos en sus más caros sentimientos de honradez y patriotismo.

Por esto protestamos con todas las veras de nuestra alma, con toda la energía de que somos capaces, contra la libre entrada de Obregón y sus incondicionales aduladores, a Sonora.

Cuando un hombre quiere atropellar al pueblo en sus derechos y despojar de su investidura al legítimo gobernante, merece que se le arroje en la cara el escupitajo del desprecio. Ese hombre es Alvaro Obregón.

Ayer tributamos un acto de justicia recibiendo con regocijo al héroe de cien batallas, al ameritado general Francisco Villa, y hoy, obrando también justamente, manifestamos nuestros sentimientos de antipatía y desprecio a los causantes de las desgracias y atentados al orden constitucional en Sonora.

Obregón, Alvarado, Calles; Gómez, Guerrero y otros muchos de menor importancia, son los autores de grandes crímenés contra la soberanía del Estado y de crímenes del orden penal, que deben castigarse, pues la ley ha de ser efectiva para los malvados y los bandidos, porque así lo pide el pueblo y así lo pide el ejército que sostiene la soberanía del Estado de Sonora, y el pueblo y el Ejército están sobre todas las consideraciones personales y del orden político. Que no se pisotee la ley ni se burlen del pueblo y del Ejército los canallas altaneros.

Nosotros, ciudadanos sonorenses, en uso de nuestros derechos democráticos, levantamos la voz de protesta contra la entrada libre de Obregón y los suyos a Sonora, y la libertad del criminal Salvador Alvarado, pues de lo contrario se nos tacharía de cobardes, y el pueblo de Sonora no es cobarde; sabe cumplir con su deber.

El pueblo es soberano y, por mil títulos, digno de que se le oiga; para eso derrama su sangre en aras de sus ideales, imitando al mártir don Francisco I. Madero.

Alvaro Obregón y los suyos son hijos espurios de Sonora, son parricidas que, cual otro Nerón, quisieron abrir el vientre de su madre Patria, desgarrando su seno, y no son dignos de vivir entre nosotros.

¡Sonorenses!: ¿Permitiremos que nos sigan insultando y vivan entre nosotros los que han atentado contra la soberanía del Estado? Si tal cosa permitiéramos, las tumbas frías de nuestros antepasados se abrirían solas, dando paso a nuestros padres para maldecirnos.

Sonorenses:, ¡Viva el Estado Libre y Soberano de Sonora, libre de asesinos y traidores! ¡Viva su Gobernador Constitucional! ¡Viva el Ejército del Pueblo Soberano!

Nogales, Son., agosto 30 de 1914.
Varios sonorences.


El conflicto, en pie

La hoja, que, como dijimos, circuló en la noche del 29, determinó que el hilo se reventara por lo más delgado.

Mal efecto produjeron en el ánimo del general Obregón los virulentos ataques de que fue objeto, por lo que poniéndose de acuerdo con el general Villa, ambos tomaron la determinación de destituir al señor Maytorena del cargo de jefe accidental de las fuerzas sonorenses, con lo cual se anuló el acta firmada en Nogales. Dictaron algunas disposiciones, entre ellas, la de que las fuerzas que estaban al mando del gobernador continuaran bajo sus órdenes; que las que mandaba el coronel Elías Calles pasaran a depender del general Benjamín G. Hill; que ambas fuerzas permanecieran en los lugares por ellas ocupados, sin hostilizarse, y, finalmente, que quien contraviniese las disposiciones sería atacado por elementos de la División del Norte y del Cuerpo de Ejército del Noroeste.

El general Obregón fue más allá de lo que hemos dicho, pues como era innegable que el conflicto quedaba sin solución, sugirió al general Villa la redacción de un pliego que ambos firmarían y en el que francamente se plantea al señor Carranza la separación del gobernador de Sonora. Dice así el documento:


BASES PARA LOS CAMBIOS QUE DEBEN EFECTUARSE EN SONORA

I. El gobernador, señor José María Maytorena, dejará el gobierno de aquel Estado, substituyéndolo el C. general Juan G. Cabral, quien se hará cargo de él y de la Comandancia Militar del mismo Estado.

II. Las tropas que están bajo las órdenes del C. coronel Plutarco Elías Calles se movilizarán al Estado de Chihuahua, acampándose en el lugar que se estime más conveniente, hasta que el comandante militar del Estado de Sonora juzgue oportuna su reincorporación al Estado.

III. Todos los grupos de individuos que voluntariamente se hán prestado a ofrecer sus servicios para combatir al gobernador Maytorena, desde la fecha del conflicto a esta parte, podrán regresar, licenciados, a sus hogares, si así lo desearen.

IV. El general Cabral dará. todá clase de garantías, tanto. en su persona cuanto en sus intereses, al señor Maytorena.

V. El mismo general Cabral cuidará de restablecer, a la mayor brevedad posible, el orden en Sonora y convocará a elecciones municipales para que vaya restaurándose el orden constitucional en el Estado.

VI. Transcríbanse las presentes bases en el informe general que se rinda al C. Presidente Interino de la República, don Venustiano Carranza, del que deberán sacarse tres copias: una, para el mismo C. Presidente; otra, para el general Francisco Villa, y la tercera, para el C. general Alvaro Obregón.

Protestamos a usted nuestra subordinación y respeto.

Constitución y Reformas.
Chihuahua, Chih., 3 de septiembre de 1914.
Francisco Villa.
Álvaro Obregón.

Al C. Presidente Interino de la República, don Venustiano Carranza. México, D. F.

Ese era el estado del conflicto sonorense. El general Obregón creyó siempre que el gobernador no había sido ajeno a la redacción y circulación de la hoja que tanto lo lastimó. Por su parte, el señor Maytorena tenía un motivo más para afirmarse en su actitud, pues la designación de jefe accidental y la inmediata destitución las tomó como una inmerecida burla.

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