Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO IV - Capítulo VIII - La ocupación de Veracruz por los norteamericanosTOMO IV - Capítulo X - La toma de CuernavacaBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO IV

CAPÍTULO IX

LA CAIDA DE VICTORIANO HUERTA


Los mediadores en las conferencias de Niagara Falls tomaron muy en cuenta la exposición del gobierno de los Estados Unidos de no tener intenciones de apoderarse de una sola pulgada cuadrada del territorio mexicano y que entregaría la plaza de Veracruz al gobierno capaz que se estableciera.

También tuvieron que examinar las condiciones internas del país, pues si por sistema la prensa mexicana sólo publicaba informaciones a satisfacción del usurpador y había ocultado la verdad de la situación, para el extranjero no era un secreto la fuerza arrolladora de la Revolución. En el exterior se sabía muy bien que Huerta no contaba con el apoyo del pueblo y que su última tentativa para atraer a los revolucionarios había fracasado rotundamente, como lo demostraba la continuación de la lucha.


Posición del movimiento suriano

Por su parte, el movimiento suriano vió clarísima la situación y de ella derivó su actitud. La Revolución no era culpable de la ocupación del puerto de Veracruz. Era imposible unirse a Huerta, porque el hecho, en lo social, pospondría la solución del hondo problema de la tierra; en lo político, sería fortalecer al usurpador, a quien tanto y con tan justos motivos se había combatido; si al iniciar su régimen no se habían aceptado sus proposiciones menos debían aceptarse ahora, cuando se desmoronaba como consecuencia de los esfuerzos de todos los revolucionarios. En el aspecto internacional, un entendimiento con Huerta equivaldría a reducir al movimiento suriano a un denominador común con el huertismo, y con ello se daría un sesgo peligroso a al situación.

Era muy lamentable la acción del gobierno americano; pero resultaba limitada. Si había expresado sus intenciones, el problema tenia la solución de hacer salir a las fuerzas extranjeras por los medios que su propio gobierno había señalado desde un principio. Esa solución eliminaba la necesidad de una acción armada; emprenderla, podía ser motivo o pretexto para la guerra internacional, que no deseaban, según lo declarado oficialmente, ni el gobierno ni el pueblo de los Estados Unidos.

El movimiento suriano no tenía agentes cerca del gobierno americano, y por ello no pudo hacer representación alguna; pero le quedaba el recurso de avivar la lucha, de apresurar los acontecimientos internos, para que el derrumbamiento del usurpador resolviera la situación.


La situación de Huerta

La preocupación de Huerta había sido, y era, la de prolongar, cuanto más pudiese, los días de su administración. Fecundo en recursos, si fallaba uno apelaba a otro; pero la realidad había llegado a serle de tal modo difícil que las tentativas se convertían rápidamente en fracasos, que se reflejaban sensiblemente en las condiciones económicas de su gobierno y podían determinar, en su momento crítico, la actitud del Ejército Federal, en cuya lealtad se había apoyado.

Con la presencia de las fuerzas americanas y sin ella, Huerta no podía seguir sosteniéndose en el poder. Se habían frustrado sus planes para desarticular a la Revolución, que ahora tenía, con la situación internacional, un motivo más para combatirlo sin descanso.

El usurpador se vió imposibilitado para devolver al presidente Wilson el golpe asestado; no pudo presentar el espectáculo de que los mexicanos, convirtiéndolo en caudillo nacional, ofrecieran un solo frente. El huertismo había calificado de anÚpatriótica la continuación de la lucha; pero la continuación era un fenómeno que invitaba a examinar las causas. Cuando se conocieran, quedaría justificada la actitud de la Revolución; los tímidos se definirían, los simpatizadores se mostrarían francamente y los partidarios se pregonarían. Las deserciones comenzarían simultáneamente en el huertismo, tanto más numerosas cuanto más fuera del dominio público que las fuerzas americanas prolongarían su estancia en el país por todo el tiempo que Huerta estuviese en el poder.

Pronto. iba a saberse que no habría guerra con los Estados Unidos y, consiguientemente, que la agitación realizada había tenido fines bien distintos a la defensa de la integridad y decoro nacionales. Se conocería cuál estaba siendo el destino de los voluntarios que generosamente se habían ofrecido a combatir por su patria, pero que se les estaba enviando a combatir a la Revolución.

En el sur se supo que los delegados del usurpador presentaron en las conferencias de Nlagara Falls la proposición de constituir en México un gobierno integrado por elementos del huertismo y de la Revolución. Fue una proposición capciosa, inspirada en el deseo de que se repitiera el fenómeno de los tratados de Ciudad Juárez, para que un émulo de don Francisco León de la Barra asumiese la Presidencia. Un gobierno de coalición sólo hubiera servido para que el agonizante huertismo tomara posiciones dentro del nuevo orden de cosas y obstruccionara la acción revolucionaria. Sea por lo absurdo de la proposición o, mejor, porque la junta de Niagara Falls no estaba capacitada para abordar un asunto del orden interno de México, tuvo que desecharse lo propuesto.


La renuncia de Huerta

Mientras tanto, la Revolución prosiguió su marcha, y siendo ya imposible contenerla, Victoriano Huerta se vió en el caso de presentar su renuncia ante el Congreso de la Unión, tan espurio como el usurpador. Pero todavía tomó una de sus actitudes características, pues sabiendo que el texto de su dimisión se daría a conocer a todo el mundo, aprovechó la oportunidad para volcar su encono contra el Presidente de los Estados Unidos, al que señaló como protector del movimiento revolucionario. Mas para que se viera que su caída no quedaba impune, con su fanfarronería acostumbrada aseguró que había logrado acabar con el Partido Demócrata de los Estados Unidos, que había llevado a Mr. Woodrow Wilson a la Presidencia de aquei país.

Merece una explicación el incidente de Tampico, al que Huerta alude en su renuncia. El 10 de abril, soldados de la marina de los Estados Unidos pertenecientes al acorazado Dolphin desembarcaron armados en el puerto. El comandante huertista de la plaza mandó que los arrestaran, a petición del almirante Mayo, quien mandaba la escuadra norteamericana que estaba frente a Tampico. El Presidente Wilson pidió satisfacción por la ofensa: la bandera norteamericana se izaría en un edificio de Tampico y se le haría un saludo de veintiún cañonazos. Huerta estuvo conforme en que se hiciera el saludo; pero pidió que en reciprocidad se procédiera en igual forma con la bandera mexicana. El Presidente Wilson ,no accedió, porque el acto podía tomarse como un reconocimiento a la autoridad del usurpador, a quien dió cuarenta y ocho horas para tributar los honores a la insignia americana. Los honores no se hicieron (Esta explicación de los sucesos que originaron el conflicto internacional que condujo a la toma de Veracruz por parte de las fuerzas norteaméricanas sí coincide con la verdad histórica. Véase también, aquí, en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha, Flores Magón, Ricardo, 1914: La intervención americana en México, selección de textos, Chantal López y Omar Cortés. Sugerencia de Chantal López y Omar Cortés).

Hecha esa explicación, veamos el texto de la petulante renuncia:

Ciudadanos Diputados y Senadores:

Las necesidades públicas indicadas por la Cámara de Diputados, por el Senado y la Suprema Corte, me hicieron venir a la Primera Magistratura de la República.

Después, cuando tuve el honor, en este mismo recinto, de dirigirme a ustedes, en virtud de un precepto constitucional, prometí hacer la paz a todo trance.

Han pasado diecisiete meses, y en este corto período de tiempo he formado un ejército para llevar a cabo mi solemne promesa.

Todos ustedes saben las inmensas dificultades con que ha tropezado el gobierno con motivo de la escasez de recursos, así como por la protección manifiesta y decidida que un gran poder de este continente ha dado a los rebeldes.

A mayor abundamiento, estando destruída la revolución, puesto que estaban divididos, y aun siguen estándolo, los principales directores de ella, buscó el poder a que me refiero un pretexto para terciar directamente en la contienda y esto dió por resultado el atentado de Veracruz por la armada americana.

Se consiguió, como ustedes saben, arreglar decorosamente por nuestros comisionados en Niagara Falls el fútil incidente de Tampico, y la revolución queda en pie sostenida por quien todos sabemos.

Hay más: después de la labor altamente patriótica de nuestros representantes en Niagara Falls, hay quien diga que yo, a todo trance, busco mi personal interés y no el de la República, y como ese dicho necesito destruirlo con hechos, hago formal renuncia de la Presidencia de la República.

Debe saber la representación nacional que la República, por conducto de su gobierno, ha laborado con toda buena fe a la vez que con toda energía, puesto que ha conseguido acabar con un partido que se llama demócrata en los Estados Unidos, y ha enseñado a defender un derecho.

Para ser más explícito, diré a ustedes que la gestión del gobierno de la República, durante su corta vida, ha dado golpes de muerte a ese poder injusto.

Vendrán más tarde obreros más robustos y con herramientas más perfectas, que acabarán, a no dudarlo, con ese poder que tantos perjuicios y tantos atentados ha cometido en este continente.

Para concluir, digo: que dejo la Presidencia de la República llevándome la mayor de las riquezas humanas, pues declaro que he depositado en un Banco, que se llama la Conciencia Universal, la honra de un puritano, al que yo, como caballero, exhorto a que me quite esa mi propiedad.

Que Dios bendiga a ustedes, y a mí también.

México, julio 15 de 1914.
Victoriano Huerta.


Discusión de la renuncia

El documento transcrito fue presentado en la tarde del día de su fecha e inmediatamente se turnó a las comisiones primera de gobernación y tercera de puntos constitucionales, integrada por los señores Jesús M. Rábago, Eduardo Viñas, Ruperto Zaleta, Alfonso Teja Zabre, D. R. Aguilar y José López Moctezuma, quienes dictaminaron que era de aceptarse la renuncia presentada.

Puesto a discusión el dictamen, hubo diputados que opinaron en contra. Don Francisco Pascual García, perteneciente al Partido Católico, fue uno de ellos. Al razonar su voto en un largo discurso, se expresó en términos tan favorables para Huerta como agresivos para la Revolución. En uno de los períodos, dijo:

¿Acaso las turbas revolucionarias son otra cosa que las avanzadas de nuestros eternos enemigos, de los hombres de Norteamérica? Oídlo bien: os hablo, señores, en la víspera de su triunfo; se ha perdido entre nosotros el patriotismo; se ha perdido el gran elemento de la vida humana, el amor a Dios; se ha perdido el gran elemento de la vida política: el amor a la patria, y de los tres grandes sentimientos qué formar deben el fondo de nuestro ser moral, el amor a Dios, el amor a la mujer y el amor a la patria, sólo ha quedado el amor a la mujer, y ése, envilecido, porque las generaciones de hoy no hacen otra cosa que correr tras los brutales placeres de la materia ...


El licenciado Francisco S. Carbajal, en la Presidencia

El dictamen de las comisiones a que hemos aludido terminaba proponiendo, como era de rigor:

Llámese al ciudadano licenciado Francisco S. Carbajal, actual Secretario del Despacho de Relaciones Exteriores, para que preste la protesta de ley como Presidente Interino de la República. Comuníquese a quien corresponda.

Al ponerse a votación, los diputados y senadores, en mayoría, aprobaron el dictamen, y al áceptarse con ello la renuncia de Huerta, se llamó al licenciado Francisco S. Carbajal para otorgar la protesta. Se presentó en el recinto parlamentario a las siete horas y diez minutos de aquella misma tarde.

A la medianoche, Huerta, su inseparable Blanquet y los familiares de ambos salieron de la capital hacia Puerto México, en donde los esperaba el vapor Dresden.

Y así quedó eliminado Huerta de la escena política.


EL SUCESOR DE HUERTA

Feliz onomatopeya de la violenta rotura de un mueble es la voz inglesa crack, pues no sólo da nombre a la acción, sino una idea de la condición material a que el objeto queda reducido.

El ya esperado crack del gobierno usurpador se supo muy pronto en los campamentos revolucionarios surianos, en donde produjo una sensación de alivio, que bien se necesitaba por la dureza de la lucha y por las condiciones en que estaban los pueblos.

Quedaba, sin embargo, como residuo estorboso del mueble roto, el sucesor de apariencia legal, el licenciado Francisco S. Carbajal, a quien el Congreso huertista había llamado para que asumiera la Presidencia de la República.

Aunque lo fuera de un gobierno espurio, podía ese sucesor intentar un acercamiento a la Revolución apoyándose en la circunstancia de que no estaba manchado con los crímenes de Huerta ni era el causante de la situación internacional. Muy claras se vieron sus intenciones al ordenar que se pusiera en libertad a la profesora Dolores Jiménez y Muro, a María Gutiérrez, Inés Malváez, Felisa Zavala, Concepción, María de la Luz y Emeteria Suárez Ruedo, así como a los señores doctor Rafael Cepeda y licenciado Joaquín Ramos Roa, a quienes no habían alcanzado los beneficios del decreto de amnistia expedido por Huerta poco antes.

Ideológicamente no era distinto de su antecesor, y, por lo mismo, cualquier acercamiento que intentase no tendría por objeto allanar el camino de las huestes revolucionarias hacia su triunfo político y militar; mucho menos buscaría favorecer la implantación de los principios de contenido social. La finalidad tendería, en todo caso, a suavizar la situación de los huertistas, pues para sus intereses era más aceptable una transacción por la que algo salvaran que sufrir el triunfo completo del movimiento revolucionario. Mas la dolorosa experiencia que había dejado el interinato de don Francisco León de la Barra y el recuerdo de sus procedimientos para burlar los intereses e ideales de la Revolución hacía indeseable todo entendimiento con un gobierno, por transitorio que fuese, si no emanaba del movimiento y con la finalidad concreta de implantar reformas sociales por las que se estaba luchando.

El sucesor podía aducir capacidad legal, puesto que asumía el Poder Ejecutivo de la Unión sin violencia y conforme a lo dispuesto por la Ley Suprema de la República. Sí; se habían llenado las formas externas de la ley; pero el gobierno que iniciaba su vida era el sedimento del régimen espurio combatido por la Revolución, la cual no había tomado en cuenta la existencia del Congreso, por lo vicioso de su origen.

Podía el sucesor provocar reacciones desfavorables a la Revolución, puesto que el constitucionalismo había expresado, repetidas veces, que la contienda armada sólo tenía como finalidad restablecer el orden constitucional y vengar la muerte del señor Madero. Por lo tanto, eliminado Huerta de la escena política, la lucha debía cesar automáticamente. Pero el movimiento suriano tenía claras y bien definidas finalidades que habían pasado ya por el crisol de una cruenta lucha; no pugnaba por la mera substitución de personas en el ejercicio del Poder Público, sino por la realización de principios de fondo económico en los que hacía consistir el triunfo de la Revolución y el futuro de la patria.

Era necesario exponer al pueblo la exacta posición del movimiento suriano en aquellos instantes; recordarle cuáles habían sido y seguían siendo los objetivos, y ratificar la resolución inquebrantable de no variar un ápice la línea de conducta seguida, cualesquiera que fueren los sacrificios necesarios, hasta lograr las reformas hechas demanda en el Plan de Ayala.

Y así se hizo. De las fuerzas que se hallaban sitiando la ciudad de Cuernavaca -única que en Morelos se hallaba en poder del enemigo- se habían desprendido, por órdenes del general Zapata, algunos elementos que se unieron a los que operaban en el Ajusco, para emprender conjuntamente una batida a las tropas federales que estaban en el Valle de México, hostilizadas por grupos de revolucionarios nativos de la comarca. Hallándose en San Pablo Oxtotepec varios jefes revolucionarios con motivo de los ataques que estaban llevando a cabo, celebraron varias juntas, en las que examinaron cuidadosamente la situación, y como resultado se expidió, cuatro días después de la exaltación del señor licenciado Carbajal, el siguiente interesantísimo documento:


ACfA DE RATIFICACIÓN DEL PLAN DE AYALA

Los suscritos, jefes y oficiales del Ejército Libertador que lucha por el cumplimiento del Plan de Ayala, adicionado al de San Luis.

Considerando: que en estos momentos en que el triunfo de la causa del pueblo es ya un hecho próximo e inevitable precisa ratificar los principios que forman el alma de la Revolución y proclamarlos una vez más ante la Nación; para que todos los mexicanos conozcan los propósitos de nuestros hermanos levantados en armas.

Considerando: que si bien esos propósitos están claramente consignados en el Plan de Ayala, estandarte y guía de la Revolución, hace falta aplicar aquellos principios a la nueva situación creada por el derrocamiento del maderismo y la implantación de la dictadura huertista, toda vez que el Plan de Ayala, por razones de la época en que fue expedido, no pudo referirse sino al régimen creado por el general Díaz y a su inmediata continuación, el gobierno maderista, que sólo fue la parodia de la burda falsificación de aquél.

Considerando: que si los revolucionarios no estuvimos ni pudimos estar conformes con los procedimientos dictatoriales del maderismo y con las torpes tendencias de éste, que sin escrúpulo abrazó el partido de los poderosos y engañó cruelmente a la gran multitud de los campesinos, a cuyo esfuero debió el triunfo, tampoco hemos podido tolerar, y con mayor razón hemos rechazado, la imposición de un régimen exclusivamente militar basado un la traición y el asesinato, cuya única razón ha sido el furioso deseo de reacción que anima a las clases conservadoras, las cuales, no satisfechas con las tímidas concesiones y vergonzosas componendas del maderismo, derrocaron a éste con el propósito bien claro de substituirlo por un orden de cosas, ya sin compromiso alguno con el pueblo y sin el pudor que a todo gobierno revolucionario impone su propio origen, ahogase para siempre las aspiraciones de los trabajadores y les hiciese perder toda esperanza de recobrar las tierras y las libertades a que tienen indiscutible derecho.

Considerando: que ante la dolorosa experiencia del maderismo, que defraudó las mejores esperanzas, es oportuno, es urgente, hacer constar a la faz de la República que la Revolución de 1910, sostenida con grandes sacrificios en las montañas del sur y en las vastas llanuras del norte, lucha por nobles y levantados principios, busca, primero que nada, el mejoramiento económico de la gran mayoría de los mexicanos, y está muy lejos de combatir con el objeto de saciar vulgares ambiciones políticas o determinados apetitos de venganza.

Considerando: que la Revolución debe proclamar altamente que sus propósitos son en favor, no de un pequeño grupo de políticos ansiosos de poder, sino en beneficio de la gran masa de los oprimidos y que, por tanto, se opone y se opondrá siempre a la infame pretensión de reducirlo todo a un simple cambio en el personal de los gobernantes, del que ninguna ventaja sólida, ninguna mejoría positiva, ningún aumento de bienestar ha resultado ni resultará nunca a la inmensa multitud de los que sufren.

Considerando: que la única bandera honrada de la Revolución ha sido y sigue siendo la del Plan de Ayala, complemento y aclaración indispensable del Plan de San Luis Potosí, pues sólo aquel Plan consigna principios, condensa con claridad los anhelos populares y traduce en fórmulas precisas las necesidades económicas y materiales del pueblo mexicano, para lo cual huye de toda vaguedad engañosa, de toda reticencia culpable y de esa clase de escarceos propios de los políticos profesionales, hábiles siempre para seducir a las muchedumbres con grandes palabras, vacías de todo sentido y de tal modo elásticas, que jamás comprometen a nada y siempre permiten ser eludidas.

Considerando: que el Plan de Ayala no sólo es la expresión genuina de los más vivos deseos del pueblo mexicano, sino que ha sido aceptado, expresa o tácitamente, por la casi totalidad de los revolucionarios de la República, como lo comprueban las cartas y documentos que obran en el archivo del Cuartel General de la Revolución.

Considerando: que seria criminal apartarse a última hora de los principios para ir, una vez más, en pos de las personalidades y de las mezquinas ambiciones de mando.

Considerando: que la reciente renuncia de Victoriano Huerta no puede modificar en manera alguna la actitud de los revolucionarios, toda vez que el presidente usurpador, en vez de entregar a la Revolución los Poderes Públicos, sólo ha pretendido asegurar la continuación del régimen por él establecido al imponer en la presidencia, por un acto de su voluntad autócrata, al licenciado Francisco Carbajal, persona de reconocida filiación científica y que registra en su obscura vida política el hecho, por nadie olvidado, de haber sido uno de los principales instigadores de los funestos Tratados de Ciudad Juárez, lo que lo acredita como enemigo de la causa revolucionaria.

Considerando: que la Revolución no puede reconocer otro Presidente Provisional que el que se nombre por los jefes revolucionarios de las diversas regiones del país en la forma establecida por el artículo 12 del Plan de Ayala, sin que pueda transigir en forma alguna. con un presidente impuesto por el usurpador Victoriano Huerta ni con las espurias cámaras legislativas nombradas por éste.

Considerando: que por razón de la debilidad del gobierno y la completa desmoralización de sus partidarios, así como por el incontenible empuje de la Revolución, el triunfo de ésta es únicamente cuestión de días, y precisamente por esto es hoy más necesario que nunca reafirmar las promesas y exigir las reivindicaciones, los suscritos cumplen con un deber de lealtad hacia la República al hacer las siguientes declaraciones, que se obligan a sostener con el esfuerzo de su brazo y, si es preciso, aun a costa de su sangre y de su vida:

Primera. La Revolución ratifica todos y cada uno de los principios consignados en el Plan de Ayala y declara solemnemente que no cesará en sus esfuerzos sino hasta conseguir que aquéllos, en la parte relativa a la cuestión agraria, queden elevados al rango de preceptos constitucionales.

Segunda. De conformidad con el artículo 3° del Plan de Ayala, y en vista de que el ex general Pascual Orozco, que allí se reconocía como jefe de la Revolución, ha traicionado villanamente a ésta, se declara que asume en su lugar la Jefatura de la Revolución el C. Gral. Emiliano Zapata, a quien el referido artículo 3° designa para ese alto cargo, en defecto del citado ex general Orozco.

Tercera. La Revolución hace constar que no considerará concluída su obra sino hasta que, derrocada la administración actual y eliminados de todo participio en el poder los servidores del huertismo y las demás personalidades del antiguo régimen, se éstablezca un gobierno compuesto de hombres adictos al Plan de Ayala que lleven desde luego a la práctica las reformas agrarias, así como los demás principios y promesas incIuídos en el referido Plan de Ayala, adicionado al de San Luis.

Los suscritos invitan cordialmente a todos aquellos compañeros revolucionarios que por encontrarse a gran distancia no se hayan aún expresamente adherido al Plan de Ayala, a que desde luego firmen su adhesión a él, para que la protesta de su eficaz cumplimiento sirva de garantía al pueblo luchador y a la nación entera, que vigila y juzga nuestros actos.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Campamento revolucionario en San Pablo Oxtotepec, 19 de junio de 1914.
Generales:
Eufemio Zapata.
Francisco V. Pacheco.
Genovevo de la O.
Amador Salazar.
Ignacio Majía.
Francisco Mendoza.
Pedro Saavedra.
Aurelio Bonilla.
Jesús H. Salgado.
Julián Blanco.
Julio A. Gómez.
Otilio E. Montaño.
Jesús Capistrán.
Francisco M. Castro.
S. .Crispín Galeana.
Fortino Ayaquica.
Francisco A. García.
Ingeniero Angel Barrios.
Enrique Villa.
Heliodoro Castillo.
Antonio Barona.
Juan M. Banderas.
Bonifacio García.
Encarnación píaz.
Licenciado Antonio Díaz Soto y Gama.
Reynaldo Lecona

Coroneles:
Santiago Orozco.
Jenaro Amezcua.
José Hernández.
Agustín Cortés.
Trinidad A. Paniagua.
Everardo González.
Vicente Rojas.


Fuerzas surianas sobre la capital de la República

Hemos dicho que de las fuerzas que se hallaban sitiando la ciudad de Cuernavaca se desprendieron algunas para avivar la batida a las tropas federales en el Valle de México. Las operaciones, que habían entrado en una fase de gran actividad, se hicieron más intensas en toda la línea de fuego que desde Amecameca se extendía en un arco que, cortando el Distrito Federal, terminaba en la Villa Nicolás Romero, del Estado de México. De esa Villa era originario el jefe Leopoldo Acevedo, quien combatía en el citado lugar.

Sería prolijo describir las acciones llevadas a cabo en esa extensa línea de combate; mas, para dar una ligera idea de lo que estaba sucediendo, diremos que la prensa metropolitana informó el 18 de junio:

Cinco columnas operan cerca de Topilejo, pues los zapatistas volvieron a San Pablo Oxtotepec, de donde fueron desalojados el día de ayer

Esto es -agregamos nosotros- el 17 de junio.

En realidad, las operaciones de los federales en ese día consistieron en apoyar el paso por la vía férrea del convoy militar del general Pedro Ojeda, quien iba a tomar el mando de las sitiadas fuerzas de Cuernavaca; pero San Pablo Oxtotepec ya no era objeto de operación alguna, pues los surianos habían consolidado esa posición, como lo demuestra el hecho de que allí se hubieran celebrado las juntas de jefes que culminaron con la firma del acta de ratificación del Plan de Ayala, que dejamos copiada.

Tan segura se consideraba la plaza de Oxtotepec que en ella se estableció el hospital de sangre, a cargo del general Prudencio Casals R., quien para tal objeto entregó al doctor Aurelio Briones el puesto de socorros que había instalado en la hacienda de San Vicente para atender a los heridos que resultaban entre los sitiadores de Cuernavaca.

Conviene narrar, muy a grandes rasgos, algo de lo sucedido entre la fecha a que se refiere la información periodística y la misma del mes siguiente; pero antes diremos cuál era la distribución de los jefes revolucionarios nativos a la llegada de las fuerzas destacadas de Morelos.

Vicente Rojas, de quien ya dijimos que era originario de Achichipico, que operaba desde Ocuiruco, Tetela y Ozumba hasta Amecameca, no teniendo ya enemigo se había unido a Trinidad Tenorio, de Amecameca, y a Everardo González, de Juchietepec. El ewpuje que todos hicieron hacia el occidente les había dado la plaza de Chalco y ahora actuaban en el sector de Milpa Alta con los jefes, originarios de esa población, Andrés Campos, Gorgonio Basurto, Luciano Jiménez, Reyes Muñoz y Francisco Alvarado. De los mencionados, solamente viven los dos últimos.

Herminio Chavarría cubría el sector de Tláhuac hasta Tlatenco, Santa Marta y los Reyes, población esta última que está sobre la carretera de Puebla. Chavarría murió en un combate habido en el río de Churubusco. Macedonio Roldán y Julián Suárez, nativos de Tecómitl, operaban en sus inmediaciones. Ambos murieron. Juan Díaz, Pedro Acatitla y Dimas Vázquez actuaban en San Juan Ixtayoapan. Con excepción de Acatitla, los demás viven.

Maximiliano Vigueras, muerto ya, operaba teniendo como centro Tetelco. En las inmediaciones de Tulyehualco actuaba Cecilio Camacho, también ya muerto. Frente a San Gregorio Atlapulco, plaza bien guarnecida por los federales, estaban Guillermo Sabás Godoy y José Martínez; el primero, nativo de San Gregorio, y el segundo, de Xocomulco; ambos viven. En San Pedro Actopan estaban Máximo Perfecto y Francisco Cruz, ya desaparecidos. En Oxtotepec operaban Pedro Salazar, Juan Aguirre y Brígido Gómez. Al consolidarse la posición se incorporaron a otras fuerzas. Los mencionados ya murieron.

En Santa Cecilia y San Mateo Xalpa operaban Tomás Colín, Macedonio Almazán y Sotero Flores. En Topilejo estaban Damián Martínez y Salvador Rosales, quienes después se agregaron a otras fuerzas. En Xicalco operaba Ventura Rentería, quien murió en la lucha.

En Ajusco estaban los hermanos Valentín y Manuel Reyes, así como Agustín Camacho y Marcial Romero. De los hermanos Reyes hemos dicho que se desbordaron hacia el Valle de México. En la Magdalena Contreras estaba Avelino González, además de los hermanos Primitivo, Julián y José Gallegos. Ya hemos dicho que las incursiones de estos tres últimos habían llegado a los Estados de México, Michoacán e Hidalgo.

En la región de Cuajimalpa estaba Lino Campos, quien murió en la lucha. En San Andrés Totoltepec operaban Ponciano Alvarez y los hermanos Julio y Leopoldo Alquisiras.

El 18 de julio se llevó a cabo un ataque a la plaza de Milpa Alta, que resistió ese día y el siguiente. Al obscurecer, los atacantes reforzaron todas sus posiciones que ya rodeaban la plaza, dentro de la cual se sostuvieron los federales hasta los albores del día 20, en que salieron apoyados por una fuerza que de la ciudad de México se destacó en su auxilio.

En el ataque se empleó parte de las fuerzas de los jefes que vamos a mencionar; algunos combatieron personalmente, y por los nombres de todos se verá que operaron fuerzas nativas de la región y de los Estados de México y Morelos. He aquí los nombres de los jefes: Amador Salazar, Ignacio Maya, Everardo González, Bardomiano González, Cenobio Meza, Andrés Campos, Lázaro García Montoya, Herminio Chavarría, Jesús Cázares, Pedro Salazar, Reyes Muñoz, Juan Aguirre, Francisco Alvarado, Cecilio Camacho, Brígido Gómez, Marino Sánchez, Timoteo Sánchez, Julián Suárez y Guillermo Sabás Godoy.

En Milpa Alta estuvo el generál Zapata el día 22, y fue objeto de una recepción excepcional. Al retirarse, dejó al general e ingeniero Angel Barrios la especial comisión de comunicarse con algunos jefes federales para hacerles comprender la inutilidad de su resistencia. El ingeniero Barrios aprovechó la amistad que lo ligaba con quienes habían sido sus condiscípulos en el Colegio Militar para cumplir su misión, de la que dió cuenta al general Zapata, quien dispuso lanzar el decreto que vamos a reproducir.


Texto del decreto

REPÚBLICA MEXICANA
EJÉRCITO LIBERTADOR
Decreto

El general Emiliano Zapata, jefe supremo del Ejército Libertador, a los habitantes de la República hace saber:

Considerando: que si bien el triunfo de la Revolución está totalmente asegurado, falta vencer el último obstáculo, o sea, la resistencia que el enemigo opone, para que las fuerzas revolucionarias tomen posesión de la capital de la República, y con ello se dé cima a la obra militar, para en seguida acometer las altas labores de reforma social, que son la aspiración del movimiento armado.

Considerando: que el principal factor de resistencia en la ciudad de México no es la fuerza intrínseca del gobierno (que es nula), sino el instinto de conservación de los miembros del Ejércitó Federal y especialmente de sus jefes y oficiales, que se ven amenazados de muerte por la Revolución; que de emplearse en conducir las cosas hasta el último extremo se tendría que llegar forzosamente al bombardeo de la capital, lo que ocasionaría las más serias complicaciones internacionales, fuera de los incalculables perjuicios que resentirían las personas y los intereses allí acumulados; que ante lo crítico de la situación es fuerza adoptar una medida de serena política que sin llegar a transacciones que comprometan la suerte futura de la Revolución permitan evitar la realización de aquellas fatales emergencias.

Considerando: que aunque es cierto que en la conciencia pública está que son culpables todos los militares que han servido 'a la dictadura, también lo es que dicha responsabilidad reviste caracteres y grados bien diversos: desde aquel en que la falta se reduce a haber militado en las filas del gobierno ilegal hasta aquel otro en que los delitos cometidos constituyen verdaderos crímenes del orden común, o abominables atentados contra la civilización y la humanidad.

Considerando: que es de sana política poner fin a la lucha entre hermanos, con una formal invitación que se haga a los militares menos culpables para que, desde luego, depongan las armas, y de ese modo, por un acto de cordura y una demostración de patriotismo, reparen la falta cometida y se hagan acreedores a la inviolabilidad de sus vidas.

Por estas consideraciones he tenido a bien decretar lo siguiente:

1. Se concede amnistía a los jefes y oficiales federales siempre y cuando no resulten responsables de delitos del orden común al ser juzgados por un tribunal especial que al efecto se constituya.

2. Se concede amnistía general a la clase de tropa.

3. Para el efecto de los artículos anteriores se presentarán ante el jefe revolucionario más inmediato, a quien le entregarán las armas correspondientes.

4. Los jefes, oficiales y soldados insurgentes deberán dar amplias garantías a los que se rindan, dando cuenta a la superioridad con los nombres de las personas que pretendan indultarse, a fin de que se les expida su pasaporte y puedan volver a sus hogares.

5. El presente decreto surtirá sus efectos desde luego y caducará el día dos de septiembre próximo, en el concepto de que después de esa fecha todo aquel que siga con las armas en la mano, combatiendo a la Revolución, será considerado como traidor a la Patria, y como tal, juzgado que sea, será sentenciado a la pena capital y sus bienes pasarán a poder de la Nación.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Campamento en Milpa Alta, D. F., agosto 10 de 1914.
El general en jefe, Emiliano Zapata.


Se pide al licenciado Carbajal entregue la plaza de México

Mientras que el general e ingeniero Angel Barrios se comunicaba con algunos jefes federales y, como es de suponerse, de ellos estaba recibiendo variadas contestaciones, pensó pedir la plaza de México nada menos que al licenciado Francisco S. Carbajal.

Para esta petición debe de haber contribuído no poco el hecho que vamos a relatar. Una de los personas de quienes se había valido el ingeniero Barrios para comunicarse con los federales fue el señor Guillermo Gaona Salazar, a quien se hizo prisionero y, llevado a la presencia del general Ocaranza, éste le interrogó acerca del por qué se había acercado a jefes y oficiales que estaban a sus órdenes. A pesar de que se le citaron casos concretos, el interrogado negó; pero habiéndole preguntado el general Ocaranza si sabía que él y el general Barrios habían sido condiscípulos, y como le dijo que hablara sin temores, pues ningún perjuicio le sobrevendría, expuso, al fin, cuál había sido el objeto de su acercamiento a jefes y oficiales federales.

El general Ocaranza le entregó una tarjeta haciéndole la recomendación de ponerla en manos del general Barrios. Poco después, ambos tuvieron una entrevista absolutamente solos.

Ahora bien: con la vivacidad de su carácter y como jefe de un sector, el ingeniero Barrios nombró una comisión, que integraron el entonces estudiante y hoy doctor Guillermo Gaona Salazar, quien acababa de recibir el nombramiento de general brigadier; el hermano de este señor, don Gustavo Gaona Salazar, hoy ingeniero químico, quien igualmente acababa de recibir el nombramiento de coronel; el estudiante Antonio Oropeza, quien ostentaba el grado de teniente coronel, y el mayor Primitivo de Gante.

Instruída la comisión, salió de Milpa Alta hacia Chalco, de donde siguió por la carretera hacia la ciudad de México llevando un pliego en el que se hacia saber que los comisionados tenían por objeto entrevistarse con el señor licenciado Carbajal para tratar asuntos relacionados con las operaciones militares que se estaban llevando a cabo.

Nos ha dicho el doctor Gaona Salazar que en sus deseos de servir siempre a la causa dei sur, aceptó gustoso la designación sin reparar en lo atrevido que resultaba entrevistarse con quien se decía presidente de México para pedirle la entrega de la capital. Nos ha dicho también que recibió las instrucciones con el más firme propósito de cumplirlas, y que aun cuando pensó que lo debido era, acaso, anunciarse como parlamentarios y pasar así las líneas enemigas, tuvo en cuenta al mismo tiempo que siendo el general Barrios un militar profesional, éste había dado sus órdenes por alguna razón específica y de ninguna manera por ignorancia de las prácticas acostumbradas.

En efecto, el general Barrios había pensado dirigirse al jefe del gobierno sin enterar de ello a los militares enemigos, para que no pudieran poner en juego sus opiniones y personales intereses. Habiendo llegado los comisionados a la capital, se encaminaron al Palacio Nacional; pero entonces -dice el doctor Gaona Salazar- le asaltaron algunas dudas y vacilaciones. Por fortuna encontró en la plaza de la Constitución al señor licenciado Felipe T. Contreras, conocido suyo desde hacía algún tiempo, pues había militado en las filas del Partido Antirreeleccionista y fue el único que aceptó, entre los abogados residentes en Puebla, la defensa de Aquiles Serdán, cuando por sus actividades antirreeleccionistas se le había reducido a prisión en 1909. Además, el licenciado Contreras había sufrido persecuciones durante el gobierno de Huerta y tuvo necesidad de esconderse en una casa de la calle de Revillagigedo, hasta que el usurpador abandonó la capital.

Con estos antecedentes de amistad y correligionarismo, Gaona Salazar habló con franqueza al licenciado Contreras y le pidió ayuda para un asunto delicado, difícil y de trascendencia. Creyendo el abogado que se trataba de un asunto de su profesión, se dispuso a oír a su amigo, quien, en unión de sus acompañantes, lo enteró brevemente de la comisión que traía.

Desde luego, el profesional manifestó buena voluntad para ayudar a los comisionados, a quienes sugirió la conveniencia de hablar con alguna amplitud, para lo cual, decidieron comer juntos. Tan dispuesto estaba, que desde luego dijo a los comisionados que, en su concepto, mucho valdría la circunstancia de haber sido condiscípulo del licenciado Carbajal en Campeche.

Comieron en el restaurante del Hotel del Bazar, que estaba en la calle de Isabel la Católica, y como resultado de las informaciones que se le proporcionaron ofreció el licenciado Contreras que esa misma tarde se entrevistaría con el licenciado Carbajal, y dió cita a la comisión para el día siguiente, a las diez de la mañana, en el mismo lugar en que se habían encontrado.

A la hora convenida los condujo a la Presidencia de la República, en donde a todos se les recibió sin dificultad. Más aún, se les condujo a la dependencia en que estaban afeitando al licenciado Carbajal, Uno a uno fue presentando el licenciado Contreras a los comisionados, sobre quienes hizo algunas indicaciones acerca de sús antecedentes.

Alentado don Guillermo Gaona Salazar por la manera en que la comisión fue recibida, por la presentación hecha y ajustándose al plan que se había trazado la víspera, hizo la exposición del objeto que lo llevaba, A su vez, el licenciado Contreras dijo que la Revolución era ya incontenible, puesto que estaba en la conciencia de todos los mexicanos, y que como el licenciado Carbajal no tenía deseos de permanecer en el Poder, quizá era conveniente entregar la plaza al general Zapata, toda vez que este jefe representaba verdaderamente a la Revolución. El licenciado Carbajal oyó la exposición sin dar muestra alguna de contrariedad, y dijo, al fin:

- Digan ustedes al jefe revolucionario que los envía que estoy dispuesto a entregar a Zapata la ciudad de México, dejando a su disposición el armamento y las fuerzas para que él las licencie o utilice a las que desee; pero quiero oír de sus propios labios la promesa de que se respetarán las vidas y propiedades de los habitantes, así nacionales como extranjeros. Estoy seguro de que conmigo se entenderán ustedes, y no así con Carranza, por su intransigencia y porque está engolosinado con sus triunfos, La entrega necesita formalidades; mas para oír a Zapata la promesa que deseo, le propongo, por conducto de la comisión, que nos veamos en un lugar que ambos determinemos, al que iré acompañado de dos personas, debiendo él aCompañarse de otras dos.

Gaona Salazar, quien vió coronada por un éxito inesperado su comisión, interrogó:

- ¿Qué personas acompañarán a usted, señor licenciado?

- El señor licenciado Contreras -repuso Carbajal- y usted, como jefe de la comisión.

Más que satisfechos salieron los comisionados, a quienes siguió acompañando el licenciado Contreras no sólo en la capital, sino hasta Milpa Alta, en donde dieron cuenta al general Barrios del resultado de la comisión y presentaron al único, pero inmejorable, testigo de la entrevista. En los periódicos de aquellos días puede verse la noticia, muy discretamente dada e ilustrada con el retrato del señor licenciado Felipe T. Contreras.

Desgraciadamente no fue posible localizar al general Zapata por los enviados del ingeniero Barrios. Los días transcurrieron sin que el jefe suriano se enterase de la proposición, y los acontecimientos se desarrollaron con vertiginosa rapidez.

Años más tarde -comenta el doctor Gaona Salazar- recordábamos el ingeniero Barrios y yo la pérdida de aquella oportunidad, que pudo dar a los acontecimientos un giro distinto del que tuvieron.


Condiciones de los contendientes

Mientras tanto, los combates continuaban y el quebranto de los federales iba en aumento, pues tenían que sostenerse en las trincheras sin ser relevados, casi, mientras que los revolucionarios actuaban renovándose periódicamente.

A este respecto, nos ha dicho el general Prudencio Casals R. que algunos juanes habían llegado al agotamiento y se entregaban prisióneros cuando la ocasión era propicia; a otros se les capturaba fácilmente en los combates; mas como entre los capturados o que se entregaban había heridos, a éstos se les llevaba al hospital de San Pablo Oxtotepec, y al ser examinados se les apreciaron golpes de más o menos consideración, que los soldados dijeron haberlos recibido de la oficialidad, que de ese modo estaba obligando a combatir a la tropa.

Ya para entonces la plaza de Xochimilco estaba amagada, y hacia el flanco izquierdo se extendían fuerzas que, habiéndose posesionado de San Andrés, San Pedro y Santa Ursula, tenían como objetivo la población de Tlalpan. Otros contingentes que tenían como centro La Magdalena Contreras ocupaban San Jerónimo y Tizapán, amagando así a la población de San Angel. Finalmente, otras fuerzas habían tomado Cuajimalpa y acampaban en las lomas de Santa Fe.

Prolongando la línea por el flanco izquierdo hasta la Villa Nicolás Romero y por el flanco derecho hasta Amecameca, pasando por Zapotitlán, sobre la vía del Ferrocarril Interoceánico, se tiene la situación que en el Valle de México guardaban las fuerzas surianas el 12 de agosto, víspera de la toma de Cuernavaca y de la firma de los Tratados de Teoloyucan, dos hechos de los que vamos a ocuparnos en los capítulos siguientes.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO IV - Capítulo VIII - La ocupación de Veracruz por los norteamericanosTOMO IV - Capítulo X - La toma de CuernavacaBiblioteca Virtual Antorcha