Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo IV -Segunda parte- Comisiones enviadas al General ZapataTOMO III - Capítulo V - La lucha contra el huertismoBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO III

CAPÍTULO IV

Tercera parte

EL GENERAL ZAPATA EXPONE SUS PUNTOS DE VISTA


Los comisionados de paz no se dieron por vencidos con la negativa recibida, ni se sintieron satisfechos con las razones que les había dado el general Zapata; mas como faltaba que conferenciara el ingeniero Blas Sobrino, a quien acompañaba el periodista Ignacio Ocampo y Amézcua, acordaron sostener una nueva conferencia, en esta vez colectiva.

Accedió el jefe suriano y he aquí lo que de una y otra parte se expuso:


Acta de la nueva conferencia

En el campamento revolucionario del general Emiliano Zapata, en el Estado de Morelos, a los cuatro días del mes de abril de mil novecientos trece, los comisionados de paz del Gobierno del general Huerta, coronel Pascual Orozco, ingeniero Blas Sobrino, licenciado Jacobo Ramos Martínez, señor Luis Cajigal, fueron presentes con el objeto de celebrar una segunda conferencia con el Jefe de la Revolución general Zapata y general Otilio E. Montaño, representantes del núcleo revolucionario del Sur y Centro de la República y el resultado fue como en seguida se expresa:

El comisionado de paz y coronel Pascual Orozco, a nombre de la Revolución del Norte y del Gobierno a quien representa, en síntesis manifestó: que la paz debe hacerse dentro qe los principios que ha defendido la Revolución; que por esta causa están pendientes de la resolución del Centro revolucionario encabezado por el general Emiliano Zapata y no han firmado los preliminares de arreglo con el Gobierno, y que tan es así, que a varios revolucionarios del Norte les fueron propuestos nombramientos de generales brigadieres, los cuales cargos no fueron aceptados y en caso de que el Gobierno insista sobre este respecto, cada revolucionario: al llegar a su Estado, hará formal renuñcia; que Félix Díáz ofreció que se pondría del lado de la Revolución del Norte y comprende que tanto éste como el Gobierno de Huerta no omitirán sacrificio alguno para que se haga la paz, pues que él y su hijo no harán la paz que traiga consigo más derramamiento de sangre y desgracias a la Patria por no quererse someter Félix Díaz y Huerta a los principios de la Revolución; que por lo pronto propone que se acepte el Gobierno de Huerta para evitar conflictos y por vía de transacción.

Y habiéndose comenzado a deliberar sobre la inconveniencia e ilegalidad del Gobierno Provisional del general Huerta, el general Otilio E. Montaño interrogó a los comisionados de paz antes dichos, si en su concepto como mexicanos creen que el Gobierno Provisional del Presidente Huerta ha sido emanado de la Revolución, o de la coacción y violencia del cuartelazo llevado a cabo por Félix Díaz; todos después de un breve razonamiento resolvieron: ser emanado el Gobierno del general Huerta del Cuartelazo y particularmente el señor licenciado Jacobo Ramos Martínez contestó: que en estricto rigor de derecho no puede decirse que el actual Gobierno sea legítimo ni mucho menos, no obstante que para darle tal apariencia, se llenaron los detalles de hacer que los señores Madero y Pino Suárez en sus papeles públicos que fueron conocidos, presentaran sus renuncias de los puestos que respectivamente desempeñaban, pues los acontecimientos que a la luz pública se verificaron en esos días en la capital de la República, demuestran hasta la evidencia que no siendo legítimo como se dijo arriba, el Gobierno del señor Huerta aparece sólo emanado del golpe de Estado, vulgo Cuartelazo, preconcebido, con notable detrimento de la dignidad del Ejército, por todos los que llenaron el núcleo principal del referido Ejército.

Habiéndose traído al seno de la discusión la condúcta del Presidente Huerta, con motivo de los sucesos sangrientos y los asesinatos sin formación de causa habidos en la capital de la República a consecuencia del cuartelazo, el general Otilio E. Montaño interrogó al comisionado de paz licenciado Jacobo Ramos Martínez, si en su conciencia de mexicano existía la convicción de que fuese verídica la versión que sobre la muerte de los señores Madero y Pino Suárez ha hecho propalar en la prensa capitalina el Presidente Huerta, contestó: que no, pues todas las falsas argumentaciones de la prensa capitalina quedan destruídas ante la verdad de los hechos, que consisten en ver solamente el lugar donde acaeció el fusilamiento, que es el muro que queda diametralmente opuesto a la entrada del vastísimo edificio que ocupa la Penitenciaría, esto es, hablando más claramente, en la parte de atrás de la Penitenciaría, lo que demuestra más claramente que no teniendo la Penitenciaría más que una puerta de entrada, sólo de una manera preconcebida pudieron ser llevados los señores Madero y Pino Suárez a la parte donde están las cruces en el muro posterior de que se ha hecho mérito, donde fueron fusilados.

El general Otilio E. Montaño interroga en vista de lo que acaba de exponer el licenciado Jacobo Ramos Martínez, cuyos razonamientos dejan sin efecto alguno las mentiras de la prensa y por consiguiente en carácter de plena falsedad el asalto en la calle de Lecumberri, pues en la conciencia de todo el mundo está que fue un té preparado por el que fue nombrado jefe de la columna operadora en aquellos momentos, al grado de que el Cuerpo Diplomático extranjero residente en la capital levantó una protesta de indignación por los hechos referidos, si creen justo y patriótico que se reconozca al Gobierno ilegítimo de Huerta, emanado de la deslealtad del Ejército que con mengua del decoro nacional mata y asesina a la luz de la Historia y de la civilización y con descaro inaudito usurpa el triunfo y el poder a la Revolución para salpicarnos de ignominia ante la Nación y el mundo que nos contempla.

El señor licenciado Ramos Martínez contestó por su parte que evidentemente no, pues para aceptar tal contraste ante el derecho, ante la Ley y sobre todo ante la moral pública social, se necesita estar menguado de sentidos y carecer por completo de sentimientos patrios como buen mexicano, pero ante el tribunal de la conciencia sensata mexicana, lo mismo ante el tribunal de la conciencia extranjera, no puede existir un embolismo sociológico-político como el de que se trata.

Y a continuación los demás comisionados de paz expusieron que si se trata de reconocer al Gobierno del general Huerta, no es porque sea legítimo, sino por vía de transacción y por patriotismo interponen sus oficios para evitar más conflictos sangrientos y se haga la paz.

Interrogados los comisionados de paz ingeniero Blas Sobrino y señor Luis Cajigal, sobre las condiciones de paz que proponen por parte del Gobierno a quien representan, contestaron: que el Presidente Huerta verbalmente les hizo conocer: que él no ponía condiciones, que lo que quería era la paz, que el general Zapata expresara sus deseos. A lo cual les fue contestado que los deseos de la Revolución están contenidos en los principios que defiende la Revolución General del país, que esos son sus deseos, particularmente del general Zapata y los de la colectividad revolucionaria a quien representa.

Interrogados los mismos comisionados de paz ingeniero Blas Sobrino y señor Luis Cajigal, si el general Huerta ignoraba los principios de la Revolución simbolizados en el Plan de Ayala, respondieron: que suponen que no conoce ese plan político, pues de otra manera no solicitaría condiciones.

El Jefe de la Revolución general Emiliano Zapata y Otilio E. Montaño, a nombre de la colectividad revolucionaria a quien representan, formulan las siguientes conclusiones:

1a. Que los que han sido enemigos de la Revolución no pueden ni deben representar los intereses de ella, ni garantizar las promesas e ideales ungidos con la sangre del pueblo.

2a. Que los que coronaron los postes telegráficos, las copas de los árboles con racimos de cadáveres de revolucionarios, los que aplicaron la ley de suspensión de garantías con lujo de terrorismo medioeval en los campos de Chihuahua, Morelos y otras partes, no pueden darnos tierra y libertades, por haber bañado en sangre su espada contra la Revolución y ser partidarios del sistema conservador.

3a. Que los séñores Orozco, representantes de la Revolución del Norte, tengan presente la bandera que han jurado; que la región fronteriza del Norte y sobre todo los abnegados pueblos de Chihuahua, de Morelos y de la República entera, no podrán ver con indiferencia que su suerte y sus destinos queden en manos de sus asesinos y opresores.

4a. Que la Revolución del Sur no puede soportar el estigma de la traición a sus ideales; que continuará la lucha contra los incendiarios de pueblos, contra los que no han respetado vidas ni propiedades, contra los verdugos de hombres, mujeres, ancianos y niños, contra los violadores del derecho ajeno, contra los enemigos del progreso y bienestar de la República; y,

5a. Que están dispuestos a hacer la paz no sólo en Morelos, sino en toda la República, pero normada dentro de los principios que han defendido, no bajo la férula del poder de Pretorio; pues queremos que el triunfo de la Revolución sea una realidad y no una sangrienta burla a nuestros ideales.

Por su parte los comisionados de paz que suscriben, teniendo en consideración los fundamentos legales que de una manera clara y concisa exponen los representantes de la Revolución del Sur y Centro, así como los cruentos sacrificios y estoica abnegación demostrada desde 1910 (mil novecientos diez) hasta hoy, en pro de la reforma política y agraria de nuestro país, e inspirados en la fuente más pura de patriotismo y desinterés encarnados en la Justicia, hacen conocer al Gobierno del Presidente Huerta, que para consolidar la paz y como corolario de la alta misión que les encomendó, lo siguiente:

1° Que se proceda a constituir el Gobierno Provisional de la República legítimamente emanado de la Revolución en concordancia con los principios de ella, que son la palanca que le fortalece para permanecer en pie contra el actual Gobierno.

2° Que el Gobierno Provisional de la República pueda constituirse de la manera más razonable sin violación de ningún credo político por medio de una convención formada por delegado o delegados suficientemente acreditados por el Centro revolucionario de cada Estado y la Revolución debidamente representada en esta asamblea o cuerpo poorá deliberar amplia y libremente a fin de constituir el Gobierno que mejor convenga a los intereses de la Revolución y de la República.

3° Que no estando representada la soberanía del pueblo mexicano en las Cámaras de la Unión, ni estando formado el Poder Judical federal por elementos emanados del sufragio efectivo, lo mismo que los poderes de varios Estados, que no representan otra cosa que la consigna de las dictaduras, es necesario para en lo sucesivo evitar toda contienda fratricida que se proceda a constituir legalmente aquellos poderes que a juicio de la Revolución y de los pueblos de la República merezcan el nombre de ilegales.

4° Que los hombres que actualmente se encuentran al frente de poderes ilegales que no admita la Revolución, deben con todo patriotismo abdicar de la pretensión de conservar esos puestos públicos que son rechazados por la sociedad y el derecho; pues que comprendan que si quieren la paz y la salvación de la patria, hoy es tiempo de dar un ejemplo de alto desinterés para evitar más conflictos sangrientos, y,

5° Que la reforma agraria se resuelva conforme a los principios de la Revolución.

Los comisionados de paz, al hacer las proposiciones que anteceden, no los guía otro móvil que el de que se haga la paz basada en la justicia y bienestar de la República.

Con lo que terminó el acto levantándose la presente que leída y aprobada, fue firmada por los comisionados de paz y representantes de la Revolución, ordenándose se saquen las copias respectivas para la prensa y comisionados de paz.

Pascual Orozco.
A. Hermosillo.
E. Mazari.
Prancisco Alamillo.
J. Garda Treviño.
J. Ramos Martínez.
Luis Cajigal.
Blas Sobrino.
El general Emilíano Zapata.
El general Otilio E. Montaño.

En nada había variado la actitud del Caudillo del Sur, como no fuera para acentuar su posición frente a Huerta y ratificar su determinación de proseguir la lucha.

Han transcurrido muchos años desde que sucedieron los acontecimientos que estamos relatando, y ahora que volvemos a tener en la mano el expediente en que se encuentra el acta que acabamos de reproducir -expediente que es todo un monumento histórico-, no podemos menos que tributar el modestísimo homenaje de nuestra admiración al revolucionario todo firmeza, visión, patriotismo y desinterés que entonces, como en todos los momentos de su vida pública, supo estar a la altura de su enorme y trascendental papel.

Comprendiendo que la lucha sobrevendría inmediatamente como consecuencia de su actitud, pero queriendo que ésta fuese conocida antes de que lo impidiera el fragor del combate, decidió escribir dos importantes cartas: una para el general Pascual Orozco, hijo, y la otra para Victoriano Huerta. He aquí el texto de la primera.


Contestación a Pascual Orozco

Campamento Revolucionario en Morelos, abril 7 de 1913.
Señor general Don Pascual Orozco, Jr.
México, D. F.

Señor de mi respeto y estimación:

He tenido el honor de leer la grata de usted fechada el 18 de marzo último, la cual me fue entregada por su estimable padre el 29 del mes antes citado, y refiriéndome a los conceptos en ella emitidos, con la franqueza y sinceridad que caracterizan todos mis actos, me veo en la imperiosa necesidad de manifestarle: que ha causado decepción en los círculos revolucionarios de más significación en el país la extraña actitud de usted al colocar en manos de nuestros enemigos la obra revolucionaria que se le confirió.

Yo siempre admiré en usted al obrero de nuestras libertades, al redentor de los pueblos de Chihuahua y de la región fronteriza y cuando lo he visto tornarse en Centurión del Poder de Pretorio de Huerta, marchitando sus lauros conquistados a la sombra de nuestros pendones libertarios, no he podido menos que sorprenderme delante de la Revolución caída de sus manos, como César al golpe del puñal de Bruto.

Quizás usted, cansado de una lucha sin tregua y de un esfuerzo constante y viril en pro de nuestra redención política y social, abdicó de un credo que el Orbe revolucionario de toda la República recibió, en medio de nubes, relámpagos y truenos de glorias y libertades; pero usted en vez de laborar por la paz ha laborado por la guerra, provocando el suicidio de la Revolución, en sus hombres y en sus principios.

No debía usted haber desesperado ni desfallecido, pues hay que tener presente que mientras Cartago ofrecía en sus luchas púnicas una cruz al héroe vencido, Anáhuac como Roma, nunca han brindado un suplicio al que se sacrifica por ella, sino por el contrario, ofrece una oblación nutrida en el alma de sus afectos, para los que no desmayan en defensa de la patria.

Convénzase usted de la triste significación que contiene la entrega de la bandera que juró en medio de la hosanna de los libres; ¡cuántas víctimas cayeron bajo la sombra de esa bandera! cuántos raudales de sangre les sirvió de toldo y de mortaja, ahí frente a frente de las tumbas cubiertas de violetas y de lágrimas; delante del blanqueo de las osamentas de nuestros hermanos sacrificados, en presencia de los ayes de los moribundos arrojando borbotones de sangre por sus heridas, y frente a la tumba abierta y fría de los muertos en los campos de batalla, contemple que ha violado los principios que son el credo de una colectividad y que su responsabilidad es inmensa ante la Historia, la Revolución y el pueblo engañado.

Yo pertenezco, señor, a una raza tradicional que jamás ha degenerado ni ha podido traicionar las convicciones de una colectividad, y las de su propia conciencia; prefiero la muerte de Espartaco acribillado a heridas en medio de su libertad, antes que la vida de Pausanias encerrado vivo en una tumba por su madre en representación de la Patria. Quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres.

Me dice usted que el Gobierno de Huerta ha sido emanado de la Revolución, como si la defección o deslealtad del Ejército que originó ese poder, mereciera ese nombre que usted inmerecidamente le aplica. Al ver la actitud de usted y de otros iconoclastas de nuestros ideales, nos preguntamos: ¿ha triunfado la Revolución o los enemigos de ella? y nuestra contestación es obvia: la Revolución no ha triunfado; usted la ha conducido a la catástrofe más espantosa.

En sus manos está todavía el querer y el poder salvarla; pero. si desgraciadamente no fuese así, la sombra de Cuauhtémoc, Hidalgo y Juárez y el heroísmo de todos los siglos, se removerán en sus tumbas para preguntar ¿qué ha hecho de la sangre de sus hermanos?

Si el pacto Madero-Díaz en Ciudad Juárez fue vergonzoso, y nos trajo una derrota de sangre y desventuras, el convenio Orozco-Huerta que se me ha propuesto, nos precipitaría a un suicidio nacional. Si Madero traicionó a la Revolución, usted y los que se han sometido al Cuartelazo acaban de hacer lo mismo. Si la República y Madero fueron al asesinato vil por haberse entregado a los enemigos de la Revolución, la Revolución entregada por usted a los mismos enemigos, seguirá por segunda vez ese camino si no tuviéramos suficientes energías para seguir enarbolando el estandarte de sus salvadores principios. El convenio Orozco-Huerta podrá ser gloriosísimo y tiene buena oportunidad para realizarlo, siempre que haga triunfar los principios donde radica la reforma y la evolución política que proclamamos.

Cuando llegaron noticias a este campamento, relativas a que usted había entrado en ajustes de paz con el Gobierno del general Huerta, me llamó la atención que no consultó usted para realizar este acto trascendental a los núcleos revolucionarios de todo el país, como Jefe Supremo de la Revolución.

Ahora se dirige usted a esos elementos, cuando la Revolución por parte de usted todo lo ha perdido, hasta el honor. Al pueblo ya no le ofrece usted libertades sino cadenas. Desde luego que dió usted el paso a que me refiero, pude deducir que con toda ligereza se había desligado del pacto juramentado por usted en seis de marzo de mil novecientos doce; que procuraba trabajar por una paz particular, ficticia, fuera de los principios que con tanto ahinco y abnegación han defendido con sus vidas y su sangre nuestros compañeros, en vez de laborar por la paz nacional, que sólo puede consolidarse dentro de las promesas que han servido de bandera a los que con nosotros han ido al sacrificio.

No pretendo encastillarme en la barrera infranqueable de un plan político, pero cuando los representantes, como usted, de una colectividad revolucionaria o de cualquiera otra clase, se salen de los límites de la ley que les da poder y fuerza sin la sanción de las unidades principales de aquella colectividad, claro es que provocan el desconcierto por una y otra parte, pierden su valor y suscitan la ruptura de los compromisos contraídos. Usted ha tratado la paz con el Gobiemo de Huerta de una manera aislada y sin programa, como si se tratase de una transacción mercantil particular y de una forma de tal significación, como si hubiese encabezado un movimiento revolucionario local. Perdone usted que le hable sin embozos, sin ambages políticos a que no estoy acostumbrado, porque mi norma es la franqueza y la lealtad del hombre nacido en las montañas, no del prócer nacido en los palacios, y mi alma, movida por la honda sensación que me ha causado el observar que deserta de nuestras filas para ponerse bajo la férula de la restauración del porfirismo, no puede contenerse; tenga en cuenta que usted y yo tenemos que comparecer ante el tribunal inflexible de la Historia, para obtener su fallo inapelable.

Sin embargo, si como me dice su estimable padre, no ha firmado ningún arreglo, si usted vuelve sobre sus pasos y se inspira en el bien de la Patria después de una profunda meditación en las desgracias que acarreará al pueblo mexicano el haber conferido usted el depósito de los intereses de la Revolución a los que han sido sus más jurados enemigos y hace un impulso para hacer triunfar los principios que hemos defendido, entonces el nombre y la gloria de usted será inmortal y la redención del pueblo será un hecho.

Pero si en vez de ponerse al lado de los principios, se pone al lado de los hombres, mareado por el incensario de la tiranía, entonces haga de cuenta que ha empuñado la vara de Moisés, no para desecar las aguas del Mar Rojo de la Revolución, sino para agitarlas y engendrar la tempestad que debe ahogamos en un mar de sangre y de ignominia. Usted, como Josué, quiso parar el sol de la Revolución a la mitad de su carrera, no para darnos la tierra prometida, sino para que nos despedacemos los unos a los otros; ha laborado con Madero, por el exterminio revolucionario.

Por último, si Huerta, que representa la defección del Ejército, y usted que representa la defección de la Revolución, procuran hacer la paz nacional, les propongo lo siguiente: Que se establezca el Gobierno Provisional por medio de una Convención formada por delegados del elemento revolucionario de cada Estado, y la Revolución así representada, discutirá lo mejor que convenga a sus principios e intereses que han proclamado; este procedimiento es el culto al respeto del derecho ajeno, es decir: el respeto al derecho de todos.

En la carta que contesto me habla de comisionados que le han hecho manifestaciones a nombre mío y de mi hermano Eufemio, y desde luego le participo que a nadie hemos autorizado sobre este respecto; los que tal cosa le han dicho tomando mi nombre, son verdaderos intrigantes.

Agradezco los conceptos con que me favorece y reiterándole mis protestas de estimación y respeto, me repito una vez más su afmo. S. S. y amigo.

Emiliano Zapata.


Contestación a Huerta

Campamento Revolucionario, abril 11 de 1913.
Señor general Don Victoriano Huerta.
México, D. F.

Muy señor mío:

El coronel Pascual Orozco Sr. se ha presentado en este campamento, haciéndome conocer, por medio de una carta suscrita por usted en 22 de marzo último, la comisión de paz que se le ha conferido para entrar en arreglos con este Centro Revolucionario; me ha dado detalles y propuesto verbalmente las condiciones para que acceda a la sumisión y reconocimiento del Gobierno de usted, a fin de que lleguemos a un acuerdo y se consolide la paz en la República.

Para resolver este delicado asunto de trascendencia para el pueblo mexicano, he consultado la opinión de la Junta Revolucionaria que dirige los movimientos armados del Sur y Centro, así como la opinión particular de los jefes revolucionarios de varios Estados, que reconocen nuestros ideales, simbolizados en el Plan de Ayala; y de común acuerdo hemos resuelto que solamente haremos la paz dentro de los principios que nos sirven de bandera desde 1910.

En la conciencia de todos está que el Gobierno Provisional de la República, que usted representa, no es emanado de la Revolución, sino pura y simplemente emanado del cuartelazo felixista, que como usted comprenderá, no consultó para nada a los elementos revolucionarios de mayor significación en el país, ni le sirvieron de norma los principios que constituyen el lábaro revolucionario de la República.

En consecuencia, si el movimiento rebelde del Ejército pretendió secundar a la Revolución en sus principios e ideales, ¿por qué no procuró ceñir todos sus actos a los principios proclamados? Y si procedió de un modo particular, aislado, sin respeto a los derechos ajenos y violando todo lo noble y sagrado de la causa del pueblo, es evidente que el depósito del poder que se le hizo no es legal y debe ser substituído por el que signifique la representación honrada de la colectividad revolucionaria.

En medio de los derechos violados, de las libertades ultrajadas, de los principios vulnerados y de la justicia escarnecida, no puede existir la paz, porque de cada boca brota un anatema, de cada conciencia un remordimiento, de cada alma un huracán de indignación. La paz sólo puede restablecerse teniendo por base la justicia, por palanca y sostén la libertad y el derecho, y por cúpula de ese edificio, la reforma y el bienestar social.

El pueblo mexicano en 1910, cuando de una tiranía sin precedente y de un viejo régimen conservador simbolizado en el Sila mexicano, Porfirio Díaz; solicitó y exigió reivindicaciones de libertades, derechos y una reforma luminosa que desencadenara la corriente de su progreso, se hizo oír en la prensa, en la tribuna, en el Parlamento, en todas partes; pero la tiranía, sorda a las vibraciones de la palabra y ciega ante los relámpagos del pensamiento, permaneció aletargada en el poder, como Luis XVI al clamoreo estentóreo de La Bastilla, hasta que el pueblo se hizo escuchar por medio de las balas 30-30 y el rimbombar de cañones y ametralladoras, en los campos de la lucha fratricida.

Luis XVI, al toque de la Marsellesa fue al patíbulo, y Porfirio Díaz, a los mágicos acordes del Himno Nacional Mexicano, fue al Ipiranga, perdonado por el pueblo.

Los tiranos, por medio de los golpes y estremecimientos de la palabra, no escuchan, sino por medio de los golpes de las manos. Entonces, como ahora, la Revolución había tocado a su fin el triunfo con un poco de más entereza hubiera sido radical, pero la ambición de mando, que siempre domina a los hombres de espíritu mezquino, detuvo los ímpetus de aquella avalancha que hubiera barrido totalmente con los elementos leproso-políticos del malestar nacional; pero los convenios de Ciudad Juárez, fraguados más bien por la debilidad que por la fuerza de las circunstancias, demolieron el triunfo de la Revolución que en vez de ser vencedora, resultó vencida.

Los principios naufragaron, y el funesto triunfo de los hombres se redujo a substituir un déspota por otro que a su cetro de tiranía aunó el despotismo más escandaloso que registran las etapas de los tiempos.

Con detrimento de los principios, se dijo en aquella vez que el pacto de Ciudad Juárez, mortaja de 14,000 víctimas, era la salvación de la República, que economizaba sangre y sacrificios de vidas, y ya ve usted qué equivocación más estulta. Nos condujo al más formidable matadero de hombres y a la más escandalosa inundación de sangre.

Madero y la Revolución se entregaron a sus enemigos; Madero desertó de su centro político, abdicó del evangelio de su apostolado, tomó el puñal de Nerón para hundirlo a la Revolución, como aquél a la legendaria Agripina, y, ¿usted conoce el desenlace fatal de esta tragedia? Nosotros, entonces como ahora, no permitimos el utraje y la burla que se hizo a la fe jurada, volvimos nuestras armas contra los perjuros: Madero y sus cómplices.

Y después de un rudo batallar, de una era prolongada de sacrificios, frente a una decena de días trágicos, del cuartelazo sangriento en que usted y Félix Díaz jugaron el principal papel, contemplamos a la dictadura maderista demolida y a Madero transformado en un cadáver físico y político. Frescos aún los acontecimientos, cuando todavía humeaba la sangre en los patíbulos y en la arena de los combates, cuando todavía estaban insepultas las víctimas envueltas en un sudario de sangre y la capital de la República ostentaba el crespón de duelo, al final de la jornada, todos esperábamos el triunfo radical de la Revolución; pero desgraciadamente no fue así; se asesinó a Madero en las sombras de la noche, y a las cascadas de oro de la luz del día se pretende asesinar a la Revolución.

Quienes triunfaron fueron los enemigos de ella y el cuartelazo formado por éstos, tomando el nombre de la Revolución y ostentando como trofeo de su victoria los cadáveres mutilados de Madero y Pino Suárez, exclaman: que ha triunfado la Revolución, como si la positiva Revolución de nuestro país no tuviera más bandera que matar y asesinar.

Si el Ejército, en el golpe de Estado que efectuó, se hubiera unido a la Revolución por principios y sanas convicciones, y no para dar los destinos de la Nación a quien quisiera de sus jefes; si hubiera respetado al elemento revolucionario dentro de los principios que son el objeto de sus ideales, entonces sí podría decirse con orgullo y timbres de gloria que la Revolución había triunfado; pero en nuestra conciencia y en la de la Nación está que la Revolución por segunda vez ha sido derrotada y burlada por sus antagonistas de 1910. Este nuevo desastre nos viene a restaurar por segunda vez el sistema conservador porfiriano-científico, consistente en Mátalos en caliente a la sombra de la noche, sin formación de causa; en hacer de la justicia un escarnio; del pueblo un rebaño de viles esclavos, y de los derechos y libertades, la más estupenda de las bancarrotas.

Los destinos de una nación no pueden quedar en manos de aquellos que para estancar su progreso y sofocar los fuegos de la Revolución, apelan a un terrorismo propio de los tiempos inquisitoriales, poniendo en juego quemazón de pueblos, coronamienro de racimos de cadáveres humanos en los árboles de los bosques, lo mismo que en los postes ielegráficos, violación de mujeres en masa por la soldadesca federal, y en fin, otros crímenes que la pluma se resiste a describir; díganlo si no los pueblos de Morelos, Oaxaca y Chihuahua. y la paz no puede hacerse con los ejecutores de los mandatos de la tiranía conocida con el nombre de legalidad que a última hora la traiciona, para entronizarse en ese puesto. Hay que pensarlo y meditarlo, poniéndose la mano en el corazón de patriota; que la paz no puede obtenerse cuando la ignominia mancilla nuestra frente y la tiranía, con razonamientos sofísticos y promesas de espejismo, trata de atarnos de pies y manos al carro soberbio de su triunfo para exhibir el cadáver de Madero, el cadáver de la Revolución, como segundo trofeo de su victoria.

Si realmente se encuentra animado de los mejores deseos para hacer la paz de la República; si las tendencias no son otras que respetar los principios de la Revolución y hacerlos triunfar, si como me dice, está dispuesto a obtener resultados prácticos para hacer la paz, me permito el honor de proponerle una manera más eficaz para obtener la solución de ese problema, y es la siguiente: que se respeten los principios de la Revolución, y para no vulnerar los derechos de nadie, que se establezca el Gobierno Provisional de la República, por medio de una Convención donde esté representado por delegados el elemento revolucionario de cada Estado y de toda la República, donde los movimientos armados, cualesquiera que ellos sean, estén debidamente representados como dije antes, y constituyan el Gobierno Provisional legítimamente emanado de la Revolución, de un modo deliberado y razonable. y la misma Convención será quien sujete al crisol de la discusión los principios e intereses de la misma Revolución, a fin de que queden suficientemente garantizados.

Dentro de esta esfera de acción, en mi pobre concepto, creo que la consecución de la paz nacional es indubitable; no habrá causa ni pretexto para sacrificar más sangre, porque pueblo, Ejército y partidos, quedarán fusionados en la concordia universal que será la salvación de la patria. Pero si lejos de llevar a la práctica los principios de la Revolución, se continúa perseverando en el sistema de gobierno implantado con menosprecio de nuestras aspiraciones, entonces no nos queda más recurso que el que hemos adoptado: llevar a la Revolución al triunfo definitivo.

Con las protestas de mi alta consideración, soy S. S. S.

Emiliano Zapata

(La carta que dejamos copiada, así como los documentos que le anteceden, fueron publicados en el periódico La Voz de Juárez, en su edición correspondiente al lunes 28 de abril de 1913. El ejemplar nos fue proporcionado por la señora Aurora M. de Hernández, hija del sacrificado periodista, fundador del periódico que por aquellos días se hallaba bajo la dirección de la señorita profesora Dolores Jiménez y Muro. Tanto la entonces señorita Aurora Martínez, cuanto la profesora Jiménez y Muro, fueron confinadas en la penitenciaría del Distrito Federal, y estuvieron a punto de ser enviadas a las Islas Marías o a Quintana Roo, como lo fueron los familiares del general Cándido Navarro, de Gonzalo Vázquez Ortiz y de los hermanos Oznaya. Los hermanos Oznaya, el licenciado Pablo Castañón Campoverde, defensor de los surianos que tuvieron la desgracia de ser aprehendidos, así como otros revolucionarias y simpatizadores del movimiento, fueron fusilados, escapando de serlo don Albino Ortíz, por háberse salido del cuadro de la muerte, con audacia sorprendente, aprovechando la oscuridad de la noche y sin que lo tocara alguna de las balas que los soldados le dispararon. Aclaración del General Gildardo Magaña).

Intencionalmente no haremos comentario alguno acerca de los documentos transcritos. Hablan demasiado alto y claro.


Interesante carta del doctor Vázquez Gómez

No sólo envió Huerta sus comisionados al Sur, sino que paralelamente echó mano de otros recursos, que estimó eficaces, para lograr la sumisión del rebelde morelense.

Sabiendo que el señor doctor Francisco Vázquez Gómez era un amigo sincero del general Zapata, y que éste correspondía con respetuoso afecto al profesional, se le asedió para que en alguna forma influyera en el sentido de que fuesen bien recibidas las comisiones de paz, se tratara con ellas y se llegase a un acuerdo favorable.

Bien escogido estuvo el doctor Vázquez Gómez y mejor explotada su situación política de aquellos días, situación que era delicadísima, como lo demostró el hecho de haber salido huyendo del país. Basta recordar el papel que desempeñó dentro del Partido Antirreeleccionista, su actuación cerca del señor Madero y haber sido él quien con más insistencia pidió la renuncia de don Porfirío, para comprender que Félix Díaz no lo perdonaba. Además, aun cuando fue muy conocido su rompimiento con don Francisco I. Madero, esa circunstancia había dejado en pie su vigorosa personalidad revolucionaria, que por razón natural estorbaba al gobierno de la usurpación. La presión que desde un principio se hizo en el doctor Vázquez Gómez, según él mismo lo refirió más tarde, llegó a tener los caracteres de una amenaza, y por ella accedió a escribir una carta al general Zapata, poniendo como única condición que fuera llevada por una persona de su amistad y que al mismo tiempo fuese conocida del rebelde suriano, pues cualquiera otra corría el inminente peligro de ser tomada por espía.

Escrita la carta y puesta en manos del doctor Guillermo Gaona Salazar, éste, a su vez, la llevó al general Manuel Mondragón, Ministro de Guerra y Marina, para que se enterase de su contenido y expensara los gastos del viaje.

Con los elementos pecuniarios que se le proporcionaron y con un salvoconducto que expidió el general Mondragón, salió el doctor Gaona Salazar a cumplir su cometido, habiendo puesto en propia mano del general Zapata el documento, que dice así:

México, 15 de marzo de 1913.
Señor general Emiliano Zapata.
Estado de Morelos.

Muy señor mío:

Acabo de recibir una carta de mi hermano, licencjado Emilio Vázquez Gómez, en la cual me recomienda que se haga todo lo conveniente en bien de la paz y de los intereses de la revolución.

Con este motivo he creído necesario dirigir a usted la presente, para que en vista de ella y teniendo en cuenta las condiciones en que se encuentra el país después de dos largos años de guerra civil, piense usted sobre la conveniencia y necesidad de poner su patriotismo y abnegación al servicio de la patria, cuyos intereses reclaman la cesación de la guerra.

Tengo noticias fidedignas de que el actual gobierno está en la mejor disposición de seguir una política de concordia con el fin de poner término a la división que existe entre mexicanos y que ha sido causa de tantos males; sé también que tiene el firme propósito de armonizar los intereses políticos de los elementos en lucha, con el patriótico fin de realizar la suprema aspiración de todos; es decir, la paz, fundada en los principios de la más estricta justicia.

Y si esto es así, como todo lo hace creer, juzgo que no tendrá usted inconveniente en entablar negociaciones con el gobierno; pues no raras veces, la falta de explicaciones francas y claras es el origen de alejamientos perjudiciales, que es conveniente evitar en pro del país y, en el caso, en favor de los intereses sanos y honrados de la Revolución.

Porque, según estoy informado, el actual gobierno ha tomado en seria consideración el problema agrario, que es una de las bases fundamentales del Plan de Ayala, tal vez la más importante y trascendental. Muy pronto se harán públicos los acuerdos o resoluciones que se tomen sobre este. particular; y aun por este motivo y para proceder con mejor acierto, porque será útil al gobierno conocer las necesidades y aspiraciones de los revolucionarios del Sur, convendría establecer negociaciones para llegar a un acuerdo que sería la base de una paz sólida y efectiva que, como he dicho antes, satisfaría las aspiraciones de todos los mexicanos.

En esa virtud, suplico a usted se sirva tomar en consideración las ideas bosquejadas en esta carta, pues me atrevo a creer que ellas podrían conducir al medio más adecuado para solucionar el actual conflicto.

Sin otro particular, quedo de usted afmo. y muy atto. S. S.

Francisco Vázquez Gómez.

El señor doctor Vázquez Gómez explicó más tarde que no era cierto que hubiese recibido carta alguna de su hermano don Emilio, como tampoco era verdad la buena disposición que atribuyó al gobierno usurpador. Todo fue motivado por las circunstancias en que se encontraba y la presión que sobre él se estaba ejerciendo.


Contestación del general Zapata

El 6 de abril, volvió el doctor Gaona Salazar con la contestación que el general Zapata dió a la carta precedente, habiendo entregado el original al general Manuel Mondragón y al doctor Vázquez Gómez una copia.

He aquí su contenido:

Campamento Revolucionario en Morelos, marzo 31 de 1913.
Señor doctor Francisco Vázquez Gómez.
México, D. F.

Muy estimado señor:

De manos de su enviado recibí su muy apreciable fecha 15 del corriente, la que he leído detenidamente y con profunda meditación, y en respuesta manifiesto a usted: que yo y las fuerzas insurgentes que forman el Ejército del Sur y Centro de la República, siempre hemos deseado y deseamos la paz para nuestro infortunado país, pero queremos, no una paz mecánica, no una paz de siervos, de esclavos; sino que aspiramos para el pueblo mexicano, una paz de acuerdo con los ideales inscritos en el Plan de Ayala; una paz de acuerdo con la civilización del siglo XX.

La Revolución que nació en un rincón del Estado de Morelos, proclamando el Plan de Ayala, ha invadido a once Entidades federativas; ha propagado sus ideales contenidos en estas palabras: Tierra y Libertad; ha luchado desesperadamente para implantar su programa de ideas, y seguirá luchando más todavía, aun a costa de mayores sacrificios si necesario fuere, para llevar a la vía de la realidad los principios que sostiene.

Si el Gobierno Interino del general Huerta está inspirado en el puro patriotisino y si, como usted me lo indica, ardientemente desea el restablecimiento de la paz, sírvase usted hacerle presente que las aspiraciones de los revolucionarios de los Estados del Sur y Centro, que son las mismas que profesa el pueblo mexicano, están bien definidas en el Plan de Ayala y de conformidad con esos principios proceda a restablecer la paz nacional, que por mi parte puedo asegurar que en un breve lapso de tiempo estaría pacificado el Sur y Centro de la República y los cuarenta mil hombres que están bajo mi mando dejarán su actitud hostil.

Crea usted que si el Gobierno del general Huerta respeta los principios que proclama el Plan de Ayala, y desde luego comienza a formar un Gobierno Interino, de conformidad con el artículo XII del referido Plan de Ayala, la paz será un hecho en la República.

La nota que se sirvió entregarme el enviado de usted y la que contiene las condiciones que se tomarían para la pacificación del Sur y Centro de la República las he estudiado detenidamente y no hago comentarios de ellas porque están en completo desacuerdo con nuestro programa de ideas, pues ya dije a usted que las condiciones para la pacificación del país están insertas en el Plan de Ayala, y nada tengo que violar de ellas.

Recomiendo a usted que se sirva expresar al señor su hermano el licenciado Emilio Vázquez Gómez, que yo y mis soldados anhelamos la paz, pero deseamos que esta paz sea de acuerdo con los principios que sostenemos y que, de no ser en esa forma, seguiremos luchando hasta vencer, o sucumbiremos con nuestras demandas; que si él ha determinado entrar en acuerdo con el actual Gobierno, que allá en su conciencia hallará el resultado de su obra, pero que yo seguiré luchando y no me separaré en lo absoluto de los preceptos del Plan de Ayala.

Sin otro particular, soy de usted afmo., atto. S. S.

El general Emiliano Zapata.

El señor doctor don Francisco Vázquez Gómez tuvo que abandonar la ciudad de México el mismo día en que recibió la carta que dejamos copiada, pues su situación se había hecho insostenible. No obstante el sigilo con que procedió, se supo su salida hacia Veracruz, por lo que se giró orden telegráfica de aprehensión que no fue ejecutada porque en lugar de contener el nombre del repetido profesional, llevaba el de su hermano, el señor licenciado Emilio Vázquez Gómez, quien ni siquiera se hallaba en el territorio nacional.

Embarcó en el Morro Castle que iba a zarpar con rumbo a La Habana. Con nueva orden de aprehensión, ya dictada con su nombre, fueron los esbirros de Huerta hasta el barco; pero la tripulación prestó eficaz ayuda al doctor y no fue encontrado a bordo.

En La Habana dejó el Morro Castle y tras una breve estancia siguió a Nueva York, a donde llegó el 22 de abril.

Poco más tarde tomó contacto con don Venustiano Carranza y a este respecto conviene reproducir lo que el señor general Alfredo Breceda dice en su obra intitulada México Revolucionario:

El doctor Vázquez Gómez vino al fin -dice el general Breceda-; conferenció con el Primer Jefe, y desde luego demostró el descabellado empeño de influenciar ante el señor Carranza para que se uniera a todos los grupos que Vázquez Gómez llamaba revolucionarios. Intentaba que los Ejércitos ya unificados, que estaban bajo el mando supremo del Primer Jefe, se unieran en abominable maridaje con las chusmas de Zapata y las turbas que en Palomas había levantado D. Emilio Vázquez Gómez. Ante estas proposiciones absurdas, el señor Carranza no pudo menos que expresar a su antiguo amigo, el doctor Francisco Vázquez Gómez, su más rotunda negativa.

Llevando su fracaso a cuestas, alejóse el doctor Vázquez Gómez, en tanto que el Primer Jefe hacía constar, por medio de la prensa, que se había desligado para siempre de los Vázquez Gómez y que jamás aceptaría contubernios con ningún elemento que no fuese estrictamente honrado y limpio.

He aquí cómo se prejuzgaba al general Emiliano Zapata, cuya conducta no podía ser ni más honrada ni más limpia.


SE PROCESA A LOS COMISIONADOS DE HUERTA

Creemos conveniente narrar algunos detalles sobre cómo fue llevada al general Zapata la carta del doctor Vázquez Gómez, pues aun cuando el envío fue una tentativa de Huerta, debe conocerse la forma en que procedieron los elementos revolucionarios, en contraste con los comisionados de paz, a quienes movían intereses ajenos a la Revolución. Por otra parte, veremos al Caudillo expresarse en confianza, ya que hemos visto su actitud a través de las formalidades de los documentos reproducidos.

En nuestro poder existe una extensa relación hecha por el viejo luchador antirreeleccionista, doctor Guillermo Gaona Salazar; mas en la imposibilidad material de reproducirla, a pesar de su interés, sólo vamos a tomar de ella lo más sobresaliente.

Desde luego diremos que se hizo acompañar de dos personas conocidas del general Zapata: el mayor Gabriel P. Soto, quien había figurado en el estado mayor del Caudillo durante la lucha maderista, y don Serafín M. Robles, morelense, quien prestó servicios en las filas revolucionarias y llegó a ser miembro del Cuartel General.

La entrevista con el general Manuel Mondragón se llevó a cabo interviniendo el general e ingeniero David de la Fuente, quien desempeñaba el cargo de Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, pues hubo la circunstancia de que a este señor había ofrecido el doctor Vázquez Gómez que escribiría su carta para el general Zapata. Pretendía el ingeniero De la Fuente llevar al doctor Gaona Salazar ante Huerta para que se enterase del documento, pues dijo que todo se estaba haciendo con su conocimiento y anuencia; pero el doctor se opuso, manifestando que no deseaba que su comisión se complicara, toda vez que había aceptado ser portador de una misiva personal, y la intervención de Huerta daba otro cariz a su comisión.

Conforme con ello, el ingeniero De la Fuente condujo desde luego al doctor Gaona Salazar al despacho del general Mondragón, pues como Secretario de Guerra debía expedir las órdenes a las fuerzas federales a fin de que franquearan el paso de la comisión a los campos rebeldes.

Mondragón, tras de hacer algunas preguntas al comisionado, le refirió que había escrito una carta al general Eufemio Zapata y le rogó que a su nombre ratificara su contenido, pues se hallaba dispuesto a cumplirlo en todas sus partes. De esta carta hablaremos más tarde.


Salida de los comisionados

Salieron el doctor y sus acompañantes para Chietla, donde tuvieron algunas dificultades, pues se hallaba la plaza guarnecida por fuerzas de Jesús Morales, quien poco antes se había rendido al gobierno de la usurpación.

Siguieron a Axochiapan, en donde se hallaba el general Eufemio Zapata, con quien conferenció brevemente el doctor Gaona Salazar. A éste y sus acompañantes, hizo don Eufemio esta significativa advertencia:

- No se les vaya a ocurrir hablar de paz al hermano, porque los quebra.

Continuaron su viaje siguiendo el itinerario que les había fijado el general Eufemio Zapata; pero en el camino encontraron a un grupo de revolucionarios que los consideró embajadores de paz y los aprehendió. Se les regresó a Axochiapan y condujo a la presencia de don Eufemio, quien los puso en inmediata libertad dándoles, además, todas las facilidades para que reanudaran su viaje hasta Chinameca. En el trayecto encontraron a un nuevo grupo rebelde que los dejó pasar gracias a las órdenes terminantes que llevaban; pero les advirtió que acababa de ser fusilado el general Simón Beltrán, por traidor a la causa del Sur.

Ya en Chinameca, el secretario del Cuartel General, que lo era el entonces coronel Manuel Palafox, indicó al doctor Gaona Salazar que el general Zapata lo había comisionado para oírlo. Se le hizo presente que don Francisco Vázquez Gómez había dado expresas instrucciones a su comisionado para tratar personalmente con el general en jefe y se le rogó lo hiciera de su conocimiento, para que si disponía que se tratara el asunto con el coronel Palafox, se hiciese desde luego.


Actitud del general Zapata

Hubo un detalle curioso: el doctor Gaona Salazar y sus acompañantes, tuvieron como alojamiento la misma pieza en que había estado el general Beltrán antes de que se le fusilara.

Por la noche se presentó el Caudillo en el alojamiento de los recién llegados. Al verlo, Gaona Salazar le dijo:

- Le envía a usted un abrazo el doctor Vázquez Gómez y me encargó decirle que no se rinda.

- ¿Rendirme yo? -repuso contrariado el general Zapata-; el que me hable de rendición, se muere,

Se le informó de la situación por la que atravesaba el doctor Vázquez Gómez y de su opinión que era en el sentido de que sólo en el caso de que el general Zapata pensara organizarse y obtener armas, dinero y parque, debía entrar en algunos arreglos con el gobierno de la usurpación, y, para ese caso extremo, le sugería unos puntos que figuraban en un memorandum que Gaona Salazar extrajo de un cigarro supremos negros en el que estaba convenientemente enrollado y cubierto con tabaco en ambos extremos.

Leyó el general Zapata con atención la carta y el memorandum. Luego dijo:

- Nada de esto está de acuerdo con los principios que defendemos. Ya me imaginaba que Huerta intentaría perjudicar al doctor. Díle, chino, que tu envío lo tomo como un pretexto para comunicarse conmigo; que salga inmediatamente de México; que ayude a la Revolución, pues está en condiciones de hacerlo, y que si no lo hace y deja solo al licenciado -aludía a don Emilio Vázquez Gómez-, no le extrañe que cuando llegue a México empiece por colgarlo. Aquí esperarán la contestación de esta carta y que te envíe otra que deseo entregues personalmente a Huerta. Cuando hayas cumplido esta comisión, regrésense los tres a prestar sus servicios a la causa.

Departió amigablemente y se despidió de todos, dando así por terminada aquella comisión.

Tres días más tarde recibió Gaona Salazar la contestación a la carta del doctor Vázquez Gómez y la anunciada para Huerta, que era un duplicado de la que ya conocemos y cuyo original fue remitido por otro conducto (Los llevo a México el señor Juan Torices Mercado. Aclaración del General Gildardo Magaña).

El memorandum del doctor Vázquez Gómez dice sencillamente lo que sigue:

Huerta tendrá que retirar de los Estados de Morelos y Guerrero todas las fuerzas federales; estos Estados serán guarnecidos por fuerzas revolucionarias cuyo jefe será el general Emiliano Zapata; sus contingentes serán municionados, armados y pagados por el gobierno; los gobernantes de ambos Estados serán nombrados por el general Zapata.


Temerario ofrecimiento del general Mondragón

Brevemente diremos lo que contenía la carta del general Manuel Mondragón al general Eufemio Zapata, según la narración del doctor Gaona Salazar, que hemos dicho existe en nuestro poder.

Se le invitaba a pasar a la capital de la República, con la escolta que quisiera y con el ofrecimiento de todas las garantías, pues dados los informes que el firmante dijo tener de los hermanos Zapata, abrigaba la seguridad de que llegarían a un acuerdo satisfactorio.

En prenda de que estaba procediendo lealmente, ofreció enviar dos de sus hijos en rehenes, en la inteligencia de que si no se llegaba a un acuerdo, regresaría don Eufemio al campo rebelde, sin ser molestado, para reintegrar sus hijos al general Mondragón.

Dada la magnitud del ofrecimiento, no es posible dudar de la sinceridad del general Mondragón; pero los acontecimientos que muy luego se desarrollaron, demuestran que Huerta no estaba inspirado en los mismos sentimientos, y pensamos que si don Eufemio hubiera aceptado pasar a la capital, posiblemente se le hubiese hecho víctima y se habría visto en muy duro trance el Secretario de Guerra y Marina de la usurpación.

Por otra parte, empeñados como estaban los más destacados elementos del huertismo en que terminara la rebelión del Sur, el mismo general Mondragón se dirigió al señor Obispo de Cuernavaca en los siguientes términos:

Correspondencia Particular del Secretario de Guerra y Marina.
México, 15 de marzo de 1913.
Ilmo. y Rev. señor Dr. D. Manuel Fulcheri.
Obispo de Cuernavaca.
Cuernavaca.

Ilmo. señor:

El señor Don Benjamín Posada ha tenido a bien mostrarme la carta que se sirvió usted dirigirle con fecha 9 del mes actual, recomendándole al señor P. Macario Román, y conforme a lo que hablé con él, tengo el honor de participarle que he autorizado al mismo señor Cura para tratar con D. Genovevo de la 0, y demás cabecillas que conoce, para obtener su rendición al Gobierno de la República.

Me permito esperar igualmente que usted, señor, tendrá a bien facilitar su muy valiosa ayuda para la pronta pacificación del país, por lo que me es grato presentarle de antemano mis agradecimientos.

Quedo de usted, señor atento servidor.

M. Mondragón.


Lo que se sabía en el Sur sobre las comisiones de paz

Antes de que el coronel Pascual Orozco, padre, saliera de México para desempeñar su comisión, se habían recibido en el Cuartel General del Ejército Libertador algunas informaciones de jefes revolucionarios y de simples simpatizadores del movimiento. La insistencia de esas informaciones, que coincidían en el fondo, hizo que el general en jefe llamara tanto a sus subordinados cuanto a los vecinos que las habían dado, para que declararan formalmente, y he aquí una de las actas redactadas con ese motivo:

En el Campamento Revolucionario del Estado de Morelos, a los veinticuatro días del mes de marzo de mil novecientos trece, se presentó ante el C. Secretario el C. Pablo Peña, originario de la Colonia de San Rafael de Zaragoza y vecino del pueblo de Jolalpan, Pue., de cuarenta y tres años de edad, casado y de oficio labrador, quien a continuación declaró:

Que el día quince del propio mes, recibió noticias de una persona que radica en la ciudad de México, que el gobierno ilegal del general Huerta, de acuerdo con otros personajes de su gobierno, fraguaban un complot para dar término a la Revolución Suriana, entrando en arreglos de rendición con los cabecillas rebeldes por mediación de agentes especiales que al efecto se enviarían, los que por sugestión o por otros medios harían que aquéllos se sometieran al gobierno ilegal, sin haber para ello la intervención de los hermanos Zapata, a quienes se les asesinaría; que se mandarían anarquistas o personas que desempeñaran el feo papel de asesinos, los cuales, con el carácter de reporteros de periódicos, comisionados de paz, voluntarios que se incorporarán a las filas insurgentes, pordioseros que solicitan alguna limosna, etc., etc., se presentarían en el Cuartel General y espiarían la mejor ocasión para consumar el crimen que tenían encomendado; que el mismo informante le decía que muy en breve saldrían los enviados del mal gobierno ilegal.

Que la persona que le envió los informes que acaba de relatar no miente; que ya en varias ocasiones le ha proporcionado algunos otros informes relacionados con los manejos del mal gobierno, con el fin de que los comunique a los jefes de la Revolución para que no se dejen sorprender y que no da su nombre porque así lo tiene encomendado, en vista de temer ser perjudicado por el mal gobierno, por medio de sus esbirros, pues que es persona sincera partidaria de la causa que se defiende; pero que sin embargo, más tarde se identificará; que él también es partidario de la causa que se sostiene, siendo éste el motivo poderoso que lo empuja a proporcionar. los informes a que antes se refiere (Efectivamente fue Pablo peña un sincero partidario de la causa suriana a la que ayudó eficazmente, por cuantos medios estuvieron a su alcance, siendo por ello muy estimado del general Zapata y ampliamente conocido de los luchadores surianos. Al mediar el año de 1942, murió en la mayor pobreza, en una cama del Hospital General de la ciudad de México. Anotación del General Gildardo Magaña).

Con lo que terminó el acto levantándose la presente, la que fue leída al declarante y quien ia firmó de entera conformidad.

Pablo Peña.

Idénticas informaciones fueron proporcionadas por los señores Benjamín Maturano, Marcelino Mora y otros vecinos que radicaban en diversas poblaciones de la vasta zona dominada por el movimiento revolucionario. Alguno de ellos, al ratificar su información ante la Junta Revolucionaria, manifestó saber que el coronel Pascual Orozco; padre, y sus acompañantes, tratarían de crear la mayor confianza en el general Zapata para que, durante las conferencias, fuera sorprendido por las tropas federales que se destacarían con el objeto de capturarlo.

Dado que coincidían las informaciones y que fueron proporcionadas por personas de insospechable buena fe, no es ilógico pensar que algo de verdad existía en el fondo de todas ellas, siendo lo más probable que Huerta, empeñado como estaba en liquidar de cualquier modo la rebelión suriana, y colocándose en el caso de que el general Zapata no accediera a sus proposiciones, hubiese determinado dar un golpe de mano para establecer la confusión en las filas revolucionarias y batirlas con ventaja en el momento.


Movimiento de tropas

Vamos a suponer que tanto los jefes rebeldes cuanto los vecinos pacíficos Peña, Maturano, Mora y los demás, hayan recibido las informaciones, que después dieron al Cuartel General, de fuentes parciales; que las personas avecindadas en la ciudad de México, en donde en todo tiempo y con cualquier motivo se echan a volar especies escandalosas, hayan acogido con ligereza un rumor que aumentó su fantasía o al que dieron cuerpo sus simpatías hacia la rebelión; vamos a suponer también que esas personas -indudablemente desafectas al régimen huertista- hayan querido intencionalmente hacer aparecer a las misiones de paz con los propósitos criminales que dijeron las llevaban a los campos revolucionarios; vamos a suponer que el coronel Pascual Orozco haya estado convencido de la bondad de su misión pacifista y que sólo por irreflexión se hubiese dirigido a varios jefes revolucionarios, antes de conferenciar con el general Zapata, queriendo sondear su ánimo o adelantarse a lo que consideró segura terminación del movimiento rebelde, sin llegar a fijarse en que estaba procediendo indebidamente; supongamos también que el guerrillero suriano, al recibir de sus simpatizadores y subordinados las informaciones, que eran inequívocas muestras de lealtad, creyese más en ellas que en la sinceridad del coronel Pascual Orozco y en la de sus acompañantes.

Pues bien: hubo un hecho por demás significativo. El 27 de marzo, coincidiendo con la llegada de los comisionados al lugar en que se realizaron las conferencias, los jefes revolucionarios que se hallaban en las inmediaciones de Jojutla, Tlaquiltenango, Yautepec, Tlaltizapán y Cuautla, enviaron correos propios al general Zapata, dándole cuenta de que fuerzas federales, en buen número, se habían movilizado en dichas plazas con dirección al lugar en que tenían por seguro que se hallaba el General en Jefe con los comisionados y que, además, las guarniciones de la primera y última de las póblaciones citadas, habían recibido el refuerzo de cuatrocientos hombres.

Recordemos que una de las condiciones puestas por el jefe suriano para conferenciar, había sido la de que se retirasen las tropas federales del Estado y de sus límites con el de México; recordemos que el coronel Pascual Orozco había ofrecido desalojar la fuerza federal, en su carta del 24 de marzo, como lo aconsejaba la más elemental prudencia. ¿Por qué en vez de retirar a las tropas se asediaba el campamento? ¿Con qué objeto se reforzaron las guarniciones de Jojutla y de Cuautla?


Se procesa a Pascual Orozco, padre

Para deslindar responsabilidades, el general Zapata, quien nunca obró sin justificación, determinó que se abriera proceso a los comisionados de paz, designando para que llevara la voz de la acusación al coronel Manuel Palafox, y para que fungiese como juez instructor, al general Otilio E. Montaño.

Fueron consignados como presuntos culpables, el coronel Pascual Orozco, padre, Emilio Mazari, Amador Hermosillo, Francisco Alamillo, Leopoldo Treviño Carranza y Juan García, acompañantes del primero; Luis Cajigal, Blas Sobrino e Ignacio Ocampo y Amézcua, así como el licenciado Jacobo Ramos Martínez.


Actitud de los procesados

Con toda clase de consideraciones se trató a los comisionados de paz ahora sujetos a proceso y, naturalmente, procuraron aparecer lo menos culpablés que posible fuera.

Ramos Martínez escribió varios artículos en contra del gobierno de Huerta; redactó cartas para algún amigo que radicaba en los Estados Unidos y que, según el mismo licenciado, tenía buena aceptación en las redacciones de los principales diarios estadounidenses. Ocampo y Amézcua preparó sensacionales reportazgos para El Imparcial y don Pascual Orozco, el 8 de abril, dirigió a su hijo el siguiente mensaje:

Campamentó Revolucionario en Morelos.
Señor general Don Pascual Orozco.
Hotel Lascuráin.
México, D. F.

Hónrome en comunicarte que el día 27 llegué Campamento Revolucionario del general Zapata.

Intrigantes enemigos de la paz denunciaron complot entre Comisión de Paz y Gobierno, para atentar contra la vida del general Zapata.

Se hizo conocer en la acusación que Gobierno de acuerdo conmigo, preparaba una celada, o mejor dicho una traición al jefe suriano a quien me refiero. Con motivo de este incidente, los asuntos se han definido de la siguiente manera:

Primero: Con toda corrección y honorabilidad, se ha escuchado a la Comisión de Paz en su Misión Política; hemos hecho las proposiciones para hacer la paz, en la forma que la pretendimos arreglar en el Norte; y la resolución la encontrarás en los documentos que te envío por correo.

Por parte del incidente criminal de que se nos ha acusado, se han practicado y se están practicando todas las averiguaciones necesarias, y las diligencias que a todo trance harán la luz y la justicia.

Te hago conocer que se nos trata bien, con todas las consideraciones; no de reos, sinó de amigos y compañeros.

Pronto nos veremos en ésa; tan pronto como termine este asunto. Te encargo des a conocer en la prensa capitalina, el contenido de este telegrama.

El Comisionado de Paz.

Pascual Orozco padre.


Declaraciones del general Zapata

Indignación causó en el general Zapata el capcioso telegrama de don Pascual Orozco. Era verdad que había escuchado las proposiciones que le hicieron los comisionados de paz; pero también era cierto que, razonando, las había rechazado. Esto último se omitió en el mensaje y, por tanto, el solo anuncio de que se enviaban por correo documentos que contenían la resolución, sin decir cuál era, daba lugar a que se pensara que llevaban las condiciones por él fijadas, lo que se interpretaría en el sentido de que se estaba en francos arreglos para su rendición, el reconocimiento del gobierno usurpador y la terminación de la lucha.

Como consideró que al telegrama de Pascual Orozco, padre, se le daría amplia publicidad en los diarios capitalinos, el general Zapata formuló declaraciones que envió a los principales diarios metropolitanos e hizo circular, por medio de boletines, dentro de la zona revolucionaria. He aquí su contenido:

La Revolución no está en arreglos de paz con nadie absolutamente, esto establecería un mal precedente y haría abrigar la duda en los revolucionarios timoratos, y de esto se aprovecharían los enviados del Gobierno para sugestionar a los jefes revolucionarios; en el extranjero se daría crédito a las falsas noticias del Gobierno, de que la paz es un hecho, y por último, a mí me pondría en ridículo al suponerme en tratos con un Gobierno ilegal y usurpador.

Emiliano Zapata.

Más claro y terminante no podía expresarse el sentir del guerrillero, y como don Otilio E. Montaño le había enviado otros documentos escritos por los comisionados, le dirigió terminante comunicación en la que veremos que no deja sombra de duda sobre su actitud y su apego a la verdad. Vamos a reproducir la comunicación citada:

Al C. general Otilio E. Montaño.
Su campamento.

Me refiero a la atenta carta de usted de fecha 4 del corriente y en respuesta le manifiesto: que las dos notas que se sirve mandarme para ser remitidas a la prensa de la capital, he acordado que sean suspendidas por no estar sus contenidos ajustados al modo de pensar y obrar de los revolucionarios de los Estados del Sur y Centro de la República.

La revolución no está en arreglos de paz con nadie absolutamente, y el señor Pascual Orozco, Sr., y sus acompañantes están encarcelados y procesados por sospechas que les resultan de que su verdadera misión al entrevistarme, no era precisamente llegar a un acuerdo de paz sino darle tiempo al Gobierno a que me sorprendiera con buen número de fuerzas; para que en la confusión que se originara, alguno de los agregados del señor Pascual Orozco, Sr., me asegurara personalmente; pues hay varias cartas que denuncian estos hechos, y no deseo que aparezcan sus nombres, pero como son partidarios de la causa y expresamente fueron a México a adquirir informes sobre el particular, y sobre todo, por los movimientos de tropas del Gobierno el día que llegaron los mencionados señores, lo mismo que por la actitud de ellos de venir armados y con seis soldados armados igualmente, se robustecen las sospechas.

Sobre todo, a usted lo comisioné para terminar de hacer las averiguaciones respectivas y no para tratar de asuntos de paz, según aparece en los telegramas, pues de ningupa manera apruebo el contenido de los referidos mensajes, porque se establecería un mal precedente y especialmente habría la duda sobre la verdadera actitud que asumiría la Revolución en los asuntos de la paz, originando esto vacilaciones en algunos revolucionarios timoratos, con lo cual se aprovecharían los intrigantes enviados del Gobierno para sugestionar a los jefes revolucionarios; en el extranjero darían crédito a las falsas noticias del Gobierno de que la paz es un hecho, basándose naturalmente en los reportazgos de un corresponsal de guerra que se halla precisamente en el Cuartel General en el Estado de Morelos, como aparece en las referidas notas; porque más tarde se sabrá la verdad de estos acontecimientos por boca de Orozco, Sr., y algunos de sus acompañantes cuando se hallen en libertad, y entonces yo quedaría en ridículo ante la opinión pública al saber que no hubo tales conferencias, sino que los supuestos comisionados de paz habían sido encarcelados y enjuiciados. Yo quiero que las cosas se aclaren y que haya justicia en todos los actos, que sean tan claros como la luz del día.

El señor licenciado Ramos Martínez no es comisionado de paz por disposición del Gobierno, como dicen los telegramas, sino que es un elemento perjudicial a la Revolución, que se ocupaba de sugestionar a los jefes revolucionarios según consta en los documentos que se le recogieron, y quien no tiene credencial que lo acredite como comisionado de paz.

Ya repito a usted, yo deseo que se aclare la verdad de los hechos que menciono antes y que éstos se arreglen de conformidad con lo que sea de justicia, porque los conceptos de los mencionados telegramas no van de acuerdo con mi modo de pensar y obrar, pues sólo es de mi aprobación lo relativo al asunto de la causa que se instruyó a Simón Beltrán y a su compañero Morales.

Remito a usted con la presente comunicación una acta y una cuenta del hotel, de donde se deducen cargos para el reo Francisco Alamillo, y dos cartas de las que se desprenden cargos para el reo Blas Sobrino, lo cual se les agregará al proceso que se les sigue a los encausados mencionados, y pronto enviaré a usted el acta que se refiere al fusilamiento de Beltrán a fin de que el señor Ocampo, corresponsal viajero, la mande a la prensa de la capital.

Por lo expuesto le recomiendo siga ocupándose de la causa de los reos, lo mismo que dar las primeras noticias a la prensa respecto del proceso que se les instruye; pero todas las noticias ajustadas a la verdad, hasta el último detalle.

Lo que comunico a usted para su inteligencia y fines consiguientes.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.

Campamento Revolucionario en Morelos, abril 5 de 1913.
El general, Emiliano Zapata.

Nota: Devuelvo a usted los originales de los telegramas a que me he referido antes.


Declaraciones de don Pascual Orozco

Al enterarse el usurpador de las cartas que a él y a Orozco, hijo, envió el general Zapata; sin miramientos a la delicada situación en que se encontraban sus propios comisionados; sin esperar siquiera, por elemental y necesaria prudencia a que -como lo suponía don Pascual Orozco- salieran bien librados de los cargos que sobre ellos pesaban; sin intentar algún medio decoroso, de los muchos que pudieron ponerse en práctica para salvar a sus amigos y representantes; sin la más leve consideración para quienes se habían prestado a gestionar la unión de las fuerzas surianas a su gobierno, ordenó una despiadada y enérgica batida a las huestes del Sur.

Esa batida trajo como consecuencia inmediata la interrupción de todas las comunicaciones, y por tal causa no llegó a su destino una carta que don Pascual Orozco escribió para los diarios metropolitanos, que en copia obra en el expediente de su proceso y que dice así:

Me ha causado bastante satisfacción y sorpresa, observar que la Revolución del Sur está perfectamente organizada; que en el incidente a que hago mención se está trabajando arduamente con el fin de esclarecer, bajo las reglas de estricta justicia, lo del asunto procesal de que se trata; tengo confianza en la Revolución del Sur y espero que dentro de breves días quedará cumplimentada la satisfacción para la Revolución y la propia satisfacción de nuestras conciencias honorables.

Pascual Orozco padre.

El proceso siguió su desarrollo con todas las dificultades inherentes a la campaña que desde luego se recrudeció. Lograron escapar de la zona revolucionaria, algunos de los acusados; otros, en quienes menor culpabilidad se encontró, fueron puestos en libertad. Entre los que arribaron a la ciudad de México, al principiar la segunda decena del mes de abril, estaba el reportero de El Imparcial don Ignacio Ocampo y Amézcua, quien llevó consigo las actas, que ya conocemos, redactadas en el campo revolucionario.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo IV -Segunda parte- Comisiones enviadas al General ZapataTOMO III - Capítulo V - La lucha contra el huertismoBiblioteca Virtual Antorcha