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EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO III

CAPÍTULO IV

Primera parte

LA INQUEBRANTABLE FIRMEZA DEL GENERAL ZAPATA ANTE LAS PROPOSICIONES DEL HUERTISMO


El usurpador trató de atraer al General Zapata

La firme, patriótica y digna actitud del general Emiliano Zapata frente a la traición de Victoriano Huerta, no necesita elogios.

Consumada la defección y tan pronto como el desleal escaló la Presidencia de la República, una de sus primeras providencias -como veremos luego- fue la de enviar emisarios al jefe rebelde para atraerlo. El usurpador y sus consejeros comprendieron muy bien lo que para su administración podía significar que se rindiera el general Zapata: desde luego, sería arriada la bandera de principios sociales que ondeaba no sólo en la región suriana, sino en varios Estados del centro de la República; resuelto el problema de la rebelión suriana, el jefe agrarista podía guarnecer con sus fuerzas la extensa zona en que operaban y, por tanto, los fuertes contingentes del Ejército Federal que se hallaban ocupados en la campaña del Sur, quedarían disponibles y en condiciones de ser movilizados como las circunstancias lo exigiesen.

Por ello, el usurpador puso decidido empeño en conseguir la rendición del revolucionario, extremó sus ofrecimientos y, sacrificando su orgullo, aparentó olvidar que había sido factor importante en el principio de la rebelión, así como que, recientemente, las huestes zapatistas habían atacado a las fuerzas federales en Tlalpan, D. F., el 20 de febrero, en Chilapa, Gro., y en Atlixco, Pue., el 23 y habían sostenido en los días siguientes, rudos combates en otras plazas de su zona de acción.

En contraste con esa actitud que asumió la generalidad de las fuerzas surianas, hubo equivocados jefes que se presentaron al primer llamado que les hizo el usurpador y le rindieron sus armas. Otros hicieron lo mismo sin ser llamados; espontáneamente dejaron su posición de rebeldes y ofrecieron sus servicios que nadie había solicitado. Esa conducta, que no afectó sensiblemente al movimiento suriano, se explica por la falta de penetración de quienes creyeron que con la caída del régimen maderista, ya no tenía razón de ser la lucha que se había emprendido.

Jesús Morales, muy conocido por su defecto físico que le valió el apodo que llevaba -el Tuerto Morales-, fue uno de los jefes de mayor significación que se sometió al huertismo, pues era firmante del Plan de Ayala y se había distinguido por la tenacidad con que luchó en defensa de los postulados agraristas. Siguieron su ejemplo los señores Simón Beltrán, Antonio Ruiz, Gustavo Fuentes, Joaquín Miranda, sus hijos Alfonso y Joaquín, así como algunos otros de menor importancia.

Comprendiendo el general Zapata el peligro que para la Revolución representaban las rendiciones aisladas de quienes no habían penetrado hasta el fondo de la situación, hizo del conocimiento de todos los revolucionarios su firme e inflexible determinación de no deponer las armas hasta asegurar el definitivo triunfo de los principios. Invitó al maderismo a la lucha, pues con justa razón lo consideró ofendido, y dictó disposiciones tendientes a que los jefes que le estaban subordinados no se dejaran sorprender por los comisionados huertistas, quienes, entre los argumentos que exponían, estaba el de que, con la caída del señor Madero, el triunfo de la Revolución era indefectible.

Mas no se limitó a la recomendación. Hizo que las fuerzas surianas entraran en inusitada actividad y que se posesionaran de importantes plazas en el Estado de Morelos, como fueron Tepoztlán, Xochitepec, Yautepec, Tetecala, Jonacatepec, Tlayacapan, Tlalnepantla, Tocolapan, Miacatlán, Mazatepec, Puente de Ixtla, Amacuzac, Coatlán del Río, Zacualpan Amilpas, Tepalcingo, Tlaltizapán y otras, con cuya ocupación contrarrestó, en mucho, la insana labor que los huertistas estaban desarrollando. En todas esas poblaciones se dieron amplias garantías por las fuerzas revolucionarias, como tuvo que confesarlo la misma prensa metropolitana que ya estaba al servicio del usurpador.


Cambio de actitud de la prensa

Esa misma prensa aseguró enfáticamente que el general Zapata y sus principales subalternos, estaban en vías de reconocer y someterse al gobierno de Huerta; pero la diligente actividad de las fuerzas surianas, fue la mejor negación.

El hecho de atacar guarniciones en el Distrito Federal y en los Estados de Morelos, México, Puebla y Guerrero, persiguió tres finalidades: mostrar, sin sombra de duda, la posición del Caudillo frente al usurpador; alentar al elemento revolucionario para que continuara firme en sus demandas y dar oportunidad a los maderistas, inconformes con el crimen de Huerta, para que se uniesen a la Revolución.

Muy notable fue el cambio de la prensa mientras supuso que el general Zapata iba a deponer su actitud. Los epítetos denigrantes, aplicados de ordinario al guerrillero y a los suyos, se convirtieron en frases halagadoras; se concedió razón a la lucha que se había sostenido contra el señor Madero y se designó a los luchadores con los grados que ostentaban en las filas rebeldes; mas cuando el gobierno ilegal y la prensa vendida se dieron cuenta de que era imposible contar con el general Zapata, sin antes acceder a lo que enérgica y patrióticamente exigía; esos epítetos se volvieron a ver en las hojas impresas, aplicados con mayor prodigalidad.


La actitud suriana favoreció los levantamientos

El hecho de que Pascual Orozco, hijo, y sus lugartenientes José Inés Salazar, Antonio Rojas, Benjamín Argumedo, Emilio P. Campa y otros más, se sometieran en el Norte, influyó para que muchos rebeldes de distintas regiones lo hicieran a su vez. Algunos de los sometidos afirmaron que sus antiguos camaradas, cansados de la lucha, estaban dispuestos a deponer su actitud. Jesús Morales llegó a asegurar que dando al general Zapata amplias garantías, su rendición sería inmediata.

Huerta, por su parte, creyó empresa fácil la pacificación del país por medio de las armas. Haré la paz, cueste lo que cueste -afirmá-, y uno de los medios empleados para llegar a su objetivo fue el apoderamiento de los gobiernos de los Estados, que encomendó a personas de su absoluta confianza, militares en su totalidad, a quienes mantuvo con el mando de fuerzas y halagó con ascensos.

Claró está que deseaba gobernar en paz; pero los hombres de su talla moral y de sus antecedentes, no pueden pensar en otra paz que en la mecánica; Huerta deseaba la paz que impusieran sus bayonetas, la que implantaran, por la represión, los elementos de su máquina administrativa, docil a sus mandatos y fiel servidora de su voluntad. No deseaba ni pudo pensar en la paz orgánica, resultante del equilibrio de las fuerzas colectivas; producto de la resolución atinada de los problemas sociales; no deseaba ni pudo desear la paz que se basa en la equidad, la que procede del respeto al derecho; la que nace del bienestar general y de la satisfacción de las justas demandas populares.

Por eso no contó con el pueblo mexicano en el que, por otra parte, se estaban operando tremendas reacciones, y tuvo que tropezar en sus primeras tentativas con la firmeza del guerrillero de Anenecuilco, quien despreciando los ofrecimientos del usurpador, respondió con la acción de las falanges campesinas que lo seguían, alentadas por los principios de su bandera societaria, el Plan de Ayala.

Es justo decir y honrado reconocer, que la acción oportuna de esas falanges dió la brillante oportunidad de que surgieran las columnas legalistas que combatieron vigorosamente al huertismo. Si el asesino hubiese logrado someter al general Zapata, muy otro habría sido el panorama político y muy ventajosa la situación del usurpador.

En efecto, sin la rebelión en el Sur, el problema se hubiera simplificado considerablemente para Huerta. En lo militar, habría consistido en la rápida sofocación de cualquier levantamiento, para lo cual -repetimos lo dicho antes- fuertes contingentes del Ejército Federal hubieran estado en condiciones de ser movilizados con prontitud.

Ni por un momento pensamos que el derrocamiento de Huerta hubiera sido imposible y que su espurio gobierno se hubiese consolidado, pues no perdemos de vista las fuerzas sociales que estaban en juego; pero sí se comprende que se habría dificultado bastante el levantamiento de los núcleos revolucionarios que combatieron a la usurpación desde el principio y con un empuje creciente y arrollador.

No ignoramos que en historia a nadie le es lícito forjar fantasías sobre el curso de los acontecimientos, partiendo de la suposición de que un hecho no se hubiera realizado; mas precisamente porque los hechos tuvieron la realidad con que se desarrollaron, es como los estamos comentando en relación con el pensamiento del usurpador, que era clarísimo. Imaginó liquidar el movimiento suriano para disponer de todos los elementos militares que estaba absorbiendo; no se realizó lo ideado, porque para ello sólo había un camino: acceder amplia, franca, decididamente a las demandas del Sur, entre las cuales estaba, como lo veremos después; la de entregar el Poder que había usurpado.

Ahora bien: la persistencia del zapatismo con justos títulos de movimiento social, la actitud de su Jefe ni un sólo momento vacilante, y la fuerza moral del conjunto, constituyeron un serio problema para el usurpador. Decimos fuerza moral, porque aun cuando las demandas estuvieron apoyadas en las armas, sabido es que el Sur careció siempre de dinero y de elementos de guerra, lo cual hizo que ese movimiento por sí sólo fuese incapaz de derrocar al tirano; pero discrajo su atención y para contener su empuje, que de otro modo hubiera sido arrollador, lo obligó a emplear fuertes contingentes del Ejército, hecho éste que favoreció indirectamente la aparición de los brotes rebeldes de aquellos días.


Un comunicado a Félix Diaz

La prensa capitalina, como lo hemos asentado antes, dijo en todos los tonos que el general Zapata se hallaba en tratos para deponer su actitud y sumar sus contingentes al gobierno de Huerta. Sobre el particular se idearon noticias y hasta llegó a decirse en ellas que el jefe suriano estaba a punto de arribar a la capital, en compañía de sus principales subordinados.

Fue natural que los plumíferos de la reacción así lo creyeran, pues conocían muy bien el empeño que estaba poniendo el usurpador y estaban enterados de la salida, hacia el Sur, de diversas comisiones que intentaban ponerse al habla con el general Zapata. Además, esos plumíferos, que siempre estuvieron pendientes de la voluntad de su amo, no podían imaginar siquiera que el rebelde suriano desoyese el llamado de quien se hallaba en el Poder; menos aún que despreciara las proposiciones que se le hacían por diversos conductos.

Pronto veremos quiénes fueron los comisionados, el cuidado que se puso para escogerlos y las proposiciones que presentaron. Mientras tanto, conviene decir que al general Zapata pareció dañosa la labor de la prensa; para desmentirla, para fijar claramente su posición de revolucionario frente al gobierno usurpador y para situar en un callejón sin salida a quien había iniciado el cuartelazo del que se aprovechó Huerta, ideó dirigirse a Félix Díaz por medio de un comunicado del que envió copias a diversos periódicos que, naturalmente, no lo publicaron, a excepción de El Diario del Hogar que dirigía el valiente periodista don Paulino Martínez.

El texto del documento es el siguiente:

Al C. general Félix Díaz
México, D. F.

El gobierno del general Huerta que acaba de constituirse con el apoyo de la defección del Ejército, no puede en manera alguna representar la legalidad de la Revolución general del país; ni satisfacer sus principios sellados con la sangre del pueblo que, por un lapso prolongado de tiempo, no ha omitido sacrificio para ir a la reconquista de tierras y libertades, e implantar un régimen de gobiemo democrático que esté fuera del duro cartabón de las dictaduras.

Acaba de hundirse una dictadura y sobre las cenizas de ella se levanta otra que, creada por los fieles defensores de una legalidad inconcebible, fueron los primeros en asestarle el furibundo golpe que la relegó a la historia; mas no para laborar por la patria ni para establecer la confraternidad general de la República que encarna en el corazón del pueblo, sino para cosechar los frutos de su instantáneo cuartelazo en pro de un grupo privilegiado de sedientos de oro y de poder, que sin vacilación han hollado los sacrosantos principios revolucionarios inscritos en nuestra bandera.

Nosotros no podemos conformarnos con ver burladas las promesas por las cuales el pueblo ha tenido un calvario de sangre; nosotros no podemos conformarnos con el triste resurgimiento de un gobierno cobijado en el negror de los pliegues de una traición; y por tal circunstancia, la Junta Revolucionaria que dirige los movimientos del Sur y Centro de la República, protesta contra la imposición del gobierno ilegal del general Huerta, por no estar de acuerdo con las bases establecidas en el Plan de Ayala, y porque el movimiento que usted encabezó con el Ejército, al constituir el nuevo gobierno de que se trata, dejó sin voz ni voto a la Revolución de todo el país, rompiendo por completo los lazos de orden, de concordia y de principios que hubieran debido servir de norma al movimiento armado iniciado por usted.

Por las razones expuestas, el gobierno provisional del general Huerta, repetimos, no personifica ni puede representar a la positiva Revolución del pueblo mexicano, sino a la defección del Ejército y al cuartelazo que hábilmente preparó y llevó a su término; y por lo mismo, la corriente revolucionaria sigue su curso hasta derrocarlo y conseguir el establecimiento de un nuevo gobierno que esté de acuerdo con la bandera de los movimientos revolucionarios de todo el país.

Si usted desea evitar un nuevo conflicto entre la Revolución y el Gobierno del general Huerta, creado por el cuartelazo del Ejército, debe sujetar sus procedimientos al artículo doce del Plan de Ayala, que dice: Una vez triunfante la Revolución que hemos llevado a la vía de la realidad, una junta de los principales jefes revolucionarios de los diferentes Estados nombrará o designará un Presidente Interino de la República, que convocará a elecciones para la formación del Congreso de la Unión y éste, a la vez, convocará a elecciones para la organización de los demás poderes federales.

Pues de no ser así y de llegar a este acuerdo, la Revolución se verá en la imperiosa necesidad de establecer un gobierno legal, frente al gobierno ilegal del general Huerta; y entonces usted y los demás que le secunden, serán responsables de la sangre que se derrame, ante la Nación y el mundo civilizado.

Al dirigir a usted la presente nota, no nos guía otro fin que el de laborar por el bien de la patria y no por el bienestar de un grupo o de una personalidad, pues nuestras convicciones no tienen credo personalista, y nos causa profunda decepción observar que nuestros revolucionarios en México, después de la Reforma y el Imperio, no han tenido otro objeto que conquistar la Presidencia de la República para determinada personalidad, no han tenido otro fin que servirse de la sangre del pueblo para llegar al poder y no se ha conseguido otra cosa que hacer descender a un déspota para cambiarlo por otro, hacer descender a un tirano para cambiarlo por otro, hacer descender a un tirano para cambiar de tirano, amo, dueño y señor.

Si usted se aleja de aquel viejo molde de las dictaduras y se inspira en el más puro patriotismo, haciendo a un lado a los traidores de las instituciones, escuchando la voz de la Revolución, que es la voz del pueblo, entonces habrá conquistado la estimación y aplauso de sus compatriotas.

Reflexione usted: ahora más que nunca debe contribuir a la reforma política y agraria que hemos proclamado desde 1910, y que no descansaremos hasta obtenerla aun cuando para ello se necesiten mayores sacrificios. Estamos dispuestos a luchar sin tregua ni descanso hasta conseguir la verdadera redención del pueblo mexicano. Si usted tiene en cuenta las aspiraciones e ideales de la Revolución, debe unirse a ella para cimentar con fuerzas vivas y conscientes el verdadero gobierno que merezca el nombre de legalmente constituído; pues de otra manera no hará otra cosa que prolongar una era de sacrificios y de sangre para México.

Esperamos de su patriotismo que así lo hará y le protestamos nuestra atención y respeto.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.

Campamento revolucionario en Morelos, marzo 4 de 1913.

El General en Jefe del Ejército del Sur y Centro, Emiliano Zapata.
General Otilio E. Montaño.
General Felipe Neri.
General Lorenzo Vázquez.
General Francisco Mendoza.
General Genovevo de la 0.
General Eufemio Zapata.
General Francisco V. Pacheco.
General Amador Salazar.
General Julio A. Gómez.
Coronel Francisco Alarcón.
Coronel Francisco García.
Secretario, M. Palafox.

(Según el propio general Zapata nos refirió más tarde, no fue tan ingenuo para pensar que Félix Díaz iba a sumarse al auténtico movimiento revolucionario por un llamado que se le hiciera, sino que aprovechó la ocasión para que el pueblo mexicano se enterase de la actirud que había asumido frente al gobierno de la usurpación. Anotación del General Gildardo Magaña).

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