Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo XI - Manifestaciones agraristas en las filas del constitucionalismoTOMO III - Capítulo XIII - La toma de ChilpancingoBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO III

CAPÍTULO XII

LA SITUACIÓN A PRINCIPIOS DE 1914


El fatídico año de 1913 llegó a su fin. Fecundo fue en acontecimientos y la historia lo señalará como el de los grandes esfuerzos del pueblo mexicano para impedir que sus destinos se torcieran. Huerta había hecho cuanto le fue posible para dominar la siruación, y es fuerza reconocer que no le faltó iniciativa, acometividad e ingenio organizador; pero todo lo fue nulificando el pueblo, a quien tampoco faltaron arrojo, denuedo, ideales y justicia.


Actividades en el Norte

Al comenzar el año de 1914 la siruación era comprometida para el gobierno de la usurpación, pues al quedar todo el Estado de Chihuahua en poder de las fuerzas constirucionalistas, avanzaron éstas resueltamente hacia el interior del país posesionándose las que mandaba el general Pánfilo Natera, de la ciudad de Fresnillo, Zac., en cuyas inmediaciones se tuvieron combates muy adversos para los federales, que inútilmente pretendieron recuperar la plaza.

Las fuerzas revolucionarias de Durango, a su vez, entraron en inusitada actividad y las de Sonora, que dominaban ya todo el Estado, con excepción de Guaymas, se desbordaron sobre Sinaloa, vigorizando así a los elementos del general Iturbe, y al seguir el derrotero que las circunstancias imponían en su marcha hacia el interior; libraron combates en lugares muy lejanos de su punto de partida, entre los cuales puede citarse el llevado a cabo en Los Nanches, cerca de Tepic, cuya duración fue de dos días, terminando con la victoria de las huestes revolucionarias sobre las fuerzas huertistas mandadas por Pablo Pineda.

Las que dejamos señaladas, no fueron las únicas acciones de importancia; pero en la imposibilidad de referimos a otras muchas, creemos que bastan para dar una idea de la pujanza de las fuerzas norteñas y de su ventajosa siruación.

Huerta hizo un esfuerzo supremo, nombró a! genera! Mass como jefe de la División Federal del Norte, le dió elementos de la gendarmería montada, del cuerpo de exploradores y de otras corporaciones de que pudo echar mano, y disponiendo que en su trayecto se le unieran otros contingentes federales hasta completar cuatro mil hombres, lo destacó hacia Torreón, para que de allí marchara, sobre el Estado de Chihuahua.


Actividades en el Centro y Sur.

El entusiasmo no había decaído en el Centro y Sur de la República, donde se sostenían combates diarios en la vasta zona en que se manifestaba el movimiento agrarista.

Sería muy extensa la narración de las funciones de armas y por ello vamos a señalar solamente las que tuvieron determinada importancia, pues creemós que bastan para dar idea de la situación de las fuerzas agraristas.

El primero de enero se tuvo conocimiento de la seria derrota sufrida en las faldas de La Malinche por el teniente coronel Remes, cuyas fuerzas quedaron totalmente dispersas, habiendo caído los elementos de combate, en poder de los revolucionarios de la región.

El día 2, el jefe Carrera Torres pidió la plaza de San Luis Porosí a los federales que la guarnecían, por lo que se solicitaron violentamente auxilios que de México se enviaron el día 4, consistentes en mil quinientos hombres con dos piezas de artillería, al mando del general huertista Luis Valdés. El mismo día 2, las fuerzas surianas atacaron Atlixco, Pue., siendo su principal objeto distraer a la guarnición de Puebla e inmovilizar la de Izúcar de Matamoros, para facilitar el paso de contingentes revolucionarios por la zona limítrofe de los Estados de Púebla y Morelos, pues se necesitaba que llegaran oportunamente y sin gasto de parque, a los lugares de su destino.

El día 5, las fuerzas del general Julián Blanco, de quien luego hablaremos, atacaron y tomaron Tepécoacuilco y Mayanalán, del Estado de Guerrero, disponiéndose a avanzar sobre Iguala. Para recuperar las dos primeras plazas mencionadas salieron los generales Poloney y Cartón, quienes; no pudiendo desalojar a los revolucionarios, se situaron convenientemente a fin de contener el avance y hacer que conservaran las mismas posiciones.

El mismo día un núcleo suriano marchó sobre Xico, de donde salió la guarnición a su encuentro, trabando combate cerca de la citada población, a la que tuvieron que regresar los huertistas con pérdidas considerables.

El día 6 se libraron combates en Las Tetillas y en Tejalpa, del Estado de Morelos, al impedir los revolucionarios el paso del 11° regimiento que salió de Cuernavaca, al mismo tiempo que lo hicieron de Yautepec otras fuerzas para proteger a las primeras, cuyo objeto era recoger en la región considerable número de caballos que los hacendados pusieron a disposición del gobierno, como una de sus contribuciones para las necesidades de la campaña. Rechazadas tanto las fuerzas que de Cuernavaca, cuanto las que de Yautepec habían salido, tuvieron ambas que volver a los lugares de su procedencia.

El día 10 se atacó Tlaquiltenango para atraer a la guarnición de Jojutla hacia esa población primero y de allí, fingiendo una retirada en desorden, llevarla hasta El Jilguero, donde fácilmente fue derrotada, mientras otros elementos atacaron Jojutla por Panchimalco y el panteón, con el objeto de debilitar a las fuerzas federales, pues ya se proyectaba un ataque en forma. El mismo día, las fuerzas de Felipe Neri atacaron sistemáticamente Amecameca, Ozumba, la hacienda de Guadalupe y Atlautla. Con excepción de Ozumba, las demás plazas quedaron en poder de los atacantes.

Chiautla, del Estado de Puebla, había caído en poder de los revolucionarios, y para recuperarla, fueron enviados de Puebla el 4° regimiento y las fuerzas de Galindo y Márquez, sin que llegaran a conseguir su objeto, a pesar de la tenacidad de los atacantes y de los elementos que se les enviaban, mismos que fueron cayendo en poder de los revolucionarios que se hallaban fuera de la plaza.

El día 21 se combatió en Tepoztlán, de donde los federales pretendían desalojar a los generales Eufemio Zapata y Amador Salazar. Olea mismo dirigió el ataque, cuyos resultados fueron negativos. Al mismo tiempo se peleó en Tejalpa, donde se hallaban fuerzas del general De la O; el fuego se abrió a las diez de la mañana y se sostuvo hasta las primeras horas de la noche, en que las fuerzas de Olea, que regresaban del fracasado intento de Tepoztlán, pudieron prestar ayuda a los atacantes de Tejalpa, población que comenzaron a incendiar por órdenes de Olea, buen discípulo de Juvencio Robles.

Para terminar el mes de enero, los surianos atacaron simultáneamente Tlaquiltenango, Jojutla, Puente de Ixtla, Cuauchichinola, San Gabriel, Amacuzac, Cajones y Santa Fe. Fue necesario que se pusieran en movimiento, además de las guarniciones cercanas, las fuerzas que directamente mandaba Olea y las de Esteban Arzamendi -quien perdió la vida-, Flavio Maldonado, Julio A. Cerda, Leandro Peza, Mendoza y Delgado, no obstante lo cual, todas las plazas mencionadas cayeron en poder de los revolucionarios, con excepción de Jojutla.


Deficiencia de la leva

Las fuerzas huertistas resultaban insuficientes para contener a los revolucionarios. Con ese motivo, en los primeros días del mes Olea hizo un viaje a la capital de la República para informar a Huerta y su Secretario de Guerra. Poco podía hacerse, porque la situación de Morelos era la de toda la República; pero el 4 regresó a Morelos con nuevos contingentes que no bastaron. Fue entonces el gobernador Jiménez Castro quien hizo un viaje, habiendo conseguido que se le proporcionaran cuatrocientos rurales que llegaron a Morelos el 16, y seiscientos más que salieron de México el 18, mandados por el comandante Cerda, a quien hemos visto entrar en acción durante el ataque simultáneo a que aludimos en líneas anteriores.

La leva estaba resultando deficiente como base del reclutamiento. En el Norte se necesitaban con urgencia creciente miles de hombres; en el Centro eran necesarios fuertes contingentes y acabamos de ver que en el Sur existía igual problema. Entonces el usurpador, como muy atinadamente lo había señalado el senador Belisario Domínguez, pensó en todos los mexicanos para sostenerse en el Poder y revivió la ley de 1869 sobre el reclutamiento del Ejército, para obligar a que empuñaran las armas todos los que estuvieran en condiciones de hacerlo, sin más excepción que la decrepitud y la imposibilidad física, como si se tratara de una guerra internacional. Hizo que el gobernador del Distrito Federal, por lo que se refiere a esta Entidad, promulgara un decreto y que también exhumara otra ley caída en desuso. He aquí el decreto:

Ramón Corona, Gobernador del Distrito Federal, a sus habitantes, sabed:

Que para poder proporcionar el número de reemplazos que corresponde al Distrito Federal, en acatamiento de 10 que dispone la ley de 28 de mayo de 1869, puesta nuevamente en vigor por decreto de 17 de diciembre de 1913, he tenido a bien acordar:

Se declara en vigor el reglamento expedido por este Gobierno del Distrito, con fecha 20 de mayo de 1902.

Por tanto, mando se imprima, publique y circule para su debido cumplimiento.

México, 10 de enero de 1914.
Ramón Corona.
Mendiola, Secretario.

El procedimiento no impidió los otros de que podía echar mano la ya bamboleante administración huertista. Se encargó a Rincón Gallardo la formación de diez nuevos cuerpos rurales y se nombró desde luego la oficialidad, enviándosele a diversos lugares con órdenes terminantes a las autoridades para que ayudasen en la obra. Otro de los procedimientos fue el de armar a los presos, indultándolos a condición de que sentaran plaza en los cuerpos que se estaban formando, o de que cubrieran las bajas en los ya formados. El primer batallón que se formó con indultados fue El Santiago, que integraron reclusos de la prisión militar de la ciudad de México, habiendo sido jefe de ese cuerpo el coronel Miguel Valle y Frías, iniciador de la idea y director del establecimiento penal.


Nuevos elementos se unen al Ejército Libertador

En cambio de las forzadas altas que se obtenían por parte del gobierno usurpador, nuevos y voluntarios elementos llegaban a engrosar las filas surianas. A fines de 1913 el jefe Julián Blanco, quien operaba en la costa de Guerrero, entabló negociaciones con el general Zapata para unirse a las huestes del Sur y operar bajó la bandera del Plan de Ayala.

Tomados los informes del caso por el Cuartel General, y en vista de la sinceridad de la solicitud; se dispuso que una comisión encabezada por el general Otilio E. Montaño saliera hacia el Estado de Guerrero para ponerse al habla con el futuro agrarista y formalizar su adhesión. El general Montaño cumplió con exactitud y habilidad su cometido, por lo que se firmaron los documentos respectivos en Dos Caminos, como se verá por el acta que a continuación reproducimos:

En el Campamento Revolucionario de Dos Caminos, donde reside el general Julíáñ Blanco a los dieciocho días del mes de enero del año de mil novecientos catorce; el Representante del Cuartel General del Jefe de la Revolución del Sur y Centro, Otilio E. Montaño, se presentó con el objeto de verificar la entrevista que previene la nota ofiCial de fecha 26 de diciembre del año próximo pasado emanada del expresado Jefe de la Revolución referida antes, y de acuerdo con las instrucciones que se le ministraron escritas, el acto tuvo verificativo y el resultado es como a continuación se expresa:

Primero. El general don Julian Blanco, expresa que ha reconocido y firmado su adhesión al Plan de Ayala, como consta en las actas respectivas que fueron enviadas a la Superioridad, con fecha 23 de noviembre del año próximo pasado; pues espontáneamente, teniendo la profunda convicción de adherirse a la causa revolucionaria que defiende el pueblo mexicano, levantó y firmó las actas de referencía, haciendo constar, por último, que el credo agrario-político contenido en el Plan de Ayala, es su bandera.

Segundo. El ciudadano general Blanco está de acuerdo en trabajar en unión del general Montaño, con los elementos revolucionarios de que dispone y los que aporte el Cuartel General del general Emiliano Zapata, sujetándose en todo a las órdenes que reciba del expresado Cuartel General o del Jefe de las Armas en el Estado.

Tercero. El general Otilio E. Montaño, de acuerdo con las insinuaciones de la superioridad, convino en la formación de tres poderosas columnas que serán integradas por las fuerzas revolucionarias que designe el Cuartel General, a efecto de verificar el ataque a diferentes plazas del Estado de Guerrero, cuyas columnas trabajarán en combinación, para obtener los mejores resultados posibles en la campaña que se ha emprendido, haciéndose constar que el expresado general representará, a este respecto, al Cuartel General.

Cuarto. A medida que sea tomada cada plaza del Estado de Guerrero, se determinará la organización de los Poderes y Autoridades Públicos, de acuerdo con los principales jefes revolucionarios y lo prescrito en lo relativo, en el Plan de Ayala.

Quinto. Antes y después de la toma de cada plaza, se publicarán bandos que tengan por objeto el aseguramiento de vidas y propiedades y el castigó enérgico a los que cometan desórdenes.

El general jefe de la zona, Julián Blanco.
El general Otilio E. Montaño.
El general Bonifacio Blanco.
El general Isidoro C. Mora.
El coronel Elpidio L. Tapia.
El coronel Trinidad Deloya.
El coronel F. Blanco.
Una firma ilegible.


Actitud del gobierno americano

Vamos a dejar el campo de la lucha, para ver cómo se presentaba la situación internacional para Huerta.

En uno de los capítulos anteriores hemos visto que el gobierno americano llamó a su Embajador, Mr. Henry Lane Wilson, quien expuso públicamente en su país la opinión de que los Estados Unidos debían reconocer a Huerta, en cuyo favor estuvo haciendo gestiones, y finalmente se cruzó con él un cablegrama revelador del entendimiento que entre ambos había.

El Presidente de los Estados Unidos, Mr. Woodrow Wilson, permaneció impasible ante esas gestiones y tomó la determinación de retirar definitivamente a Mr. Lane Wilson de la Embajada, lo que fue visto con satisfacción, pues la presencia de este diplomático en nuestro país, era una ofensa por su indebida y criminal participación en los asuntos interiores.

Mientras Huerta alentó la esperanza de que su gobierno fuera reconocido por el de la Unión americana, observó para con éste una actitud de comedimiento; pero tan luego como se desvaneció su esperanza, hizo que los periódicos serviles aprovecharan todas las oportunidades para dirigir ataques a los que contestó el Presidente Wilson con hechos que exasperaron al usurpador. Decretó el embargo de armas y municiones; con lo que Huerta no pudo ya seguir adquiriendo en el vecino país las que necesitaba para la campaña. La medida afectó a los revolucionarios, pues también les impidió proveerse francamente de los elementos que con mayor urgencia necesitaban; pero la situación cambió rápidamente, y el 3 de febrero de 1914, tras un Consejo de Ministros celebrado en la Casa Blanca, se levantó el embargo y este hecho'puso a Huerta fuera de quicio, pues lo colocó en condiciones de inferioridad con respecto a la Revolución.

Penoso como es el hecho de que un país tomara cierta participación en nuestros asuntos internos, debemos admitir las cosas como fatalmente sucedieron. Los Estados Unidos, uno de los pueblos más ricos y poderosos de la tierra, han ejercido decisiva influencia en muchas naciones del Continente y aun de Europa; México la ha sentido con mayor intensidad y no siempre en consonancia con sus intereses y aspiraciones. En el caso concreto a que nos estamos refiriendo, el gobierno de Huerta, por su origen, chocaba violentamente con el puritanismo del Presidente Wilson, y de allí que viera con simpatías los esfuerzos que se estaban haciendo para derrocar al usurpador. En esas condiciones, se presentan muy lógicos en la política del gobierno americano, primero el embargo y luego su levantamiento, pues por los muchos y directos medios de información que tenía, debió llegar a la conclusión de que la lucha estaba totalmente perdida para el usurpador, y siendo así, lo natural era acortar el sacrificio y poner a la Revolución en condiciones de acabar con la situación.

Al tenerse noticias en México sobre el levantamiento del embargo, la prensa vendida puso el grito en el cielo y extremó sus ataques al Presidente Wilson, de quien lo menos que dijo fue que era un hombre falto de conciencia y de vergüenza, que merecía el desprecio y la execración de las naciones cultas, que era el instigador del desorden, el protector de salteadores, el cómplice de las hordas de Zapata, de De la O y de Villa. Por lo que respecta a los dos primeros, a quienes se aludió individualizando a las huestes del Sur, no puede decirse que los favoreciera la determinación del gobierno americano, porque su modo de aprovisionamiento fue -y esto lo sabía muy bien la prensa- muy distinto al de la compra de armas y municiones en el extranjero.

Si con el levantamiento del embargo Mr. Woodrow Wilson se inclinó a la Revolución, hay que tener en cuenta que su actitud fue una de las consecuencias de los esfuerzos hechos por el pueblo mexicano; esfuerzos que acababan de verse muy claros en la frontera; que se estaban viendo en el avance de los grupos revolucionarios hacia el interior de la República y que se habían visto en la actitud firme y resuelta del movimiento suriano, pues como lo dejamos narrado en capítulos anteriores, fue el primero en abrir sus fuegos en contra del usurpador y se negó rotundamente a deponer las armas. Todos estos hechos los había seguido con atención el gobierno americano, y como estaban encaminados hacia un mismo fin inmediato, tuvo que apreciarlos en su conjunto.


Aprehensiones en México

Coincidiendo con el levantamiento del embargo, el día 4 fue hecho prisionero, en la ciudad de México, el señor Gabriel Guzmán Mendoza. La prensa dijo que se le había encontrado una comunjcación dirigida por el general Zapata al Presidente de los Estados Unidos, en la que se le daba el tratamiento de Grande y Buen Amigo de la Revolución. Oportunamente daremos a conocer y comentaremos otros documentos que sí se enviaron al Presidente Wilson; mas por lo que se refiere al que acabamos de mencionar, hemos pensado siempre que fue una de tantas invenciones de la policía, para que el público viera que mientras el gobierno americano se negaba a reconocer a Huerta, estaba en correspondencia con los bandoleros, como llamaba a les revolucionarios en general y a los surianos en particular.

Consecuencia de la detención del señor Guzmán Mendoza, fue un cateo a la casa del señor su padre, don Emilio Guzmán, en el número 102 de la calle que entonces llevaba el nombre de La Amargura. Allí se aprehendió a este señor, a sus hijos Emilio y Gustavo, así como a una señorita de quien se dijo que era correo zapatista. En el cateo se encontró un pequeño taller tipográfico que servía, especialmente, para la impresión de dos periodiquitos: El Reivindicador y El Constitucionalista que redactaban simpatizadores de los movimientos surianos y del Norte.

La policía dijo que había recogido originales de unas proclamas del general Angeles, de reglamentos expedidos por el señor Zubaran Capmany, en su condición de Secretario de Gobernación del señor Carranza y copias de cartas que el general Zapata enviaba a los señores Maytorena, Carranza, Villa, Vázquez Gómez y otros, tratando sobre la necesidad de unificar el movimiento rebelde, sin menoscabo de los principios del Plan de Ayala, para que en un esfuerzo conjunto se derrocara al usurpador. Se dijo también que fueron encontrados otros documentos que colectivamente habían firmado algunos generales surianos y que estaban refrendados por don Manuel Palafox, a quien se ridiculizó por usar la antefirma de Secretario General; pero los comentarios más acres fueron para los generales Otilio E. Montaño y Felipe Angeles; de este último se asentó que era el alma condenada de la revuelta.


Se aumenta el efectivo del Ejército

El 5 de febrero, fecha gloriosa en los anales de nuestra historia, se mancilló con la publicación de un decreto disponiendo que el Ejército Federal fuera aumentado en doscientos mil hombres. He aquí el texto del documento:

Victoriano Huerta, Presidente Interino Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, sabed:

Que en uso de las facultades concedidas al Ejecutivo por el H. Congreso en decreto número 438 de 3 de julio del año próximo pasado y tomando en consideración las necesidades de la campaña, y a efecto de restablecer la tranquilidad y la paz pública, he tenido a bien decretar lo siguiente:

Artículo primero. El Ejército permanente de la República se aumentará en su efectivo hasta 200,000 hombres, conservando las diferentes armas y servicios en la misma proporción correspondiente.

Artículo segundo. El presente decreto comenzará a surtir sus efectos desde la fecha de su promulgación, quedando por lo tanto, reformado el 438, de julio, y 456 de octubre del año próximo pasado.

Por tanto, mando se imprima, publique, circule y se le dé el debido cumplimiemo.

Dado en el Palacio del Poder Ejecutivo Eederal en México, a 5 de febrero de 1914.
Victoriano Huerta.

Al general de división Aureliano Blanquet, Secretario de Estado y del Despacho de Guerra y Marina.
Presente.


Leva sin precedente

Por la apurada situación en que se encontraba Huerta, el decreto sirvió para que desde luego se llevara a cabo una leva sin precedente, de la que no escapó la ciudad de México. De los teatros, de las plazas, de las calles, de los centros de reunión y hasta de las mismas fábricas fueron sacados los hombres que la policía encontró a determinada hora. Por su número, la sociedad metropolitana se conmovió hondamente, y como el hecho obedeció a órdenes directas del nefando Blanquet, se le interrogó sobre las razones que hubiera tenido. No pudiendo eludir la contestación, ni la responsabilidad de aquella medida extrema, dijo que nada debían temer las personas que se ganaban la vida honradamente, pues que la policía sólo había recibido órdenes de aprehender a los viciosos, a los desocupados, a los que no contaban con medios honestos de vivir, para consignarlos al Ejército.

¡Ejemplar modo de integrar esa institución!


Algunos combates en febrero

A pesar de la leva y de otros esfuerzos hechos por el gobierno de la usurpación, he aquí el estado que guardaban las fuerzas en el Distrito Federal, de donde todos reclamaban el envío de contingentes: 3,000 federales dispuestos a salir donde las necesidades más apremiantes los llamaran; 2,000 más que guarnecían las diversas poblaciones; 2,000 rurales en organización que ni estaban suficientemente instruídos, ni se hallaban dotados; 4,000 gendarmes con los que también contaba el Ministerio de la Guerra para los casos de urgencia.

Mientras tanto, Concepción del Oro, del Estado de Zacatecas, había sido tomada por el general Eulalio Gutiérrez y en Sombrerete se llevó a cabo una acción de la que dependió que el Estado de Durango quedara en poder de los revolucionarios.

Las fuerzas surianas dieron muestras de actividad en diferentes poblaciones del Distrito Federal y como los ataques simultáneos habían dado excelentes resultados, el día 3 los hubo en Tlayacapan, Tlaltizapán, Xochimencas y Xochitepec, del Estado de Morelos. El día 12, los jefes Amador Salazar, Antonio Barona y Marino Sánchez atacaron Santa Catarina, San Andrés, Santiago Ixcatepec y Santo Domingo Amaclán, posesionándose de las poblaciones. El 20 fue descarrilado un convoy militar en el kilómetro 131 a la altura de Jiutepec; los federales que iban en el convoy fueron hábilmente llevados en dos fracciones hasta Tejalpa y Jiutepec, donde se les derrotó. Para tomar desquite, se ordenó que dichas poblaciones fueran incendiadas, lo que acababa de hacerse en San Miguel Tepango, San Andrés y San Bartolo del Estado de Puebla; donde poco antes habían sufrido serias derrotas las fuerzas federales.

El día 27, una columna al mando de Luis G. Cartón y de Trucy Aubert marchó sobre Tepoztlán, en un intento de recuperar la plaza; pero no lo consiguieron, pues la estrella de los federales se estaba eclipsando.


PRELUDIOS DE GRANDES ACONTECIMIENTOS

Es nuestro propósito referir en esta obra los esfuerzos realizados en diversas Entidades de la Republica durante la lucha contra el huertismo, pues son dignos de mención los núcleos que integraron el movimiento y los jefes que los capitanearon. Para nosotros no hubo esfuerzo despreciable, siempre que haya tenido características revolucionarias, pues si bien es cierto que no en todas las regiones alcanzaron los brotes rebeldes una gran proporción, cierto es también que debe apreciárseles en relación con el medio en que operaron. Además, entendemos que a la Revolución hay que verla y estudiarla en su conjunto, con su pujanza colectiva, en la pluralidad de sus manifestaciones que determinaron la marcha hacia la consecución de los objetivos vitales. Por otra parte, en el mismo desarrollo de los acontecimientos se encuentra la aparición de hechos tan trascendentales como insospechados al principiar la contienda, toda vez que esos hechos se fueron desarrollando los unos a consecuencia de los otros y operando síntesis complejas que dieron la trayectoria del suceso histórico.

Ahora bien: mientras narramos lo acontecido en diversos Estados, con la mayor brevedad que su importancia nos permita, conviene a la índole de este capítulo que demos una idea general del estado de la lucha en los momentos a que nos estamos refiriendo.


Aspectos de la lucha en el Norte

Las actividades de las fuerzas revolucionarias en el Norte eran cada día más sensibles. La prensa huertista confesó el 3 de marzo, que hasta San Luis Potosí la República era el país de Octavio; pero que más allá todo se presentaba en forma desoladora. No fue exacta la apreciación, porque se combatía en otras Entidades; pero estas palabras dan una idea de la situación en el Norte.

Por aquellos días, el objetivo de las fuerzas villistas era la ciudad de Torreón, y para impedir su captura, el usurpador había reconcentrado sus mejores elementos bajo el mando del general José Refugio Velasco, a quien se dieron muchos pertrechos. Oficialmente se dijo que la plaza estaba protegida por un círculo de hierro y era la verdad; pero la División del Norte contaba con suficiente fuerza para romper el círculo. Se tenía el propósito que de Torreón salieran varias columnas para recuperar Chihuahua y Durango; mas la recuperación de esos Estados era imposible, porque la ya citada División del Norte era arrolladora, como pudo experimentarlo el general Ricardo Peña, quien al frente de tres mil federales quiso contener la marcha de los villistas que de Escalón habían salido al Sur bajo el mando de Toribio Ortega, a quien se unieron en Conejos, Calixto Contreras y Tomás Urbina, procedentes de Durango, y todos juntos infligieron definitiva derrota a sus contrarios el día 11, con la circunstancia de que los muertos fueron recogidos por los revolucionarios, los heridos quedaron en poder de los federales y a unos y otros hay que agregar los desertores, pues gran parte de la forzada tropa aprovechó la confusión que sobrevino, para escapar de las filas huertistas.

Preocupaba sobremanera a Huerta la plaza de Torreón, pues no se le escapaba que una derrota allí, además de constituir un firme paso en la marcha de las fuerzas revolucionarias hacia el interior del país, tendría serias repercusiones. Así pues, a medida que se iban teniendo datos sobre el avance de los villistas que tomarían parte en la ya próxima función de armas, el usurpador hacía los mayores esfuerzos para enviar nuevos elementos, aun cuando tuviera que debilitar considerablemente las guarniciones de muchos lugares.

Además de las movilizaciones que había estado haciendo, ordenó la del general Javier de Maure por la vía de Saltillo, a donde llegó el día 23 para continuar su marcha hacia Torreón, aumentados sus elementos con los que el general Joaquín Mass le pudo proporcionar; pero no llegó a la última de las plazas mencionadas sino el 31 de marzo, porque se vió obligado a detenerse en San Pedro de las Colonias el día 28, a pesar de la fuerza de su columna de seis mil hombres. El mismo día de su arribo llegaron a Torreón cuatro mil federales que fue posible reunir en la región y en los Estados limítrofes.

De la ciudad de México, y con toda precipitación, salió el coronel Francisco Cárdenas con setecientos hombres que fue posible sustraer a la guarnición de la capital. Para aumentar sus fuerzas, recibió órdenes de hacer escala en San Luis Potosí, donde el general Romero le proporcionó otras fuerzas. Mientras llegaban De Maure y Cárdenas a Torreón, en México se ordenó la formación rápida de una columna que estaría bajo las órdenes del general Carlos García Hidalgo, llevando como inmediatos subalternos a los generales Marcelo Caraveo, Víctor Manuel Corral Y José Ortiz Monasterio. La columna quedó formada el 29, con elementos del 6° regimiento de infantería, 43° batallón irregular, 4°, 5° y 6° regimientos de caballería, el primer escuadrón de gendarmes del Ejército y el cuerpo irregular de Caraveo; todos los cuales hacían un efectivo de mil quinientos hombres, a los que se sumarían, en San Luis Potosí, dos mil hombres más de las tres armas. La columna, que salió el 30 a las dos de la tarde, fue despedida en la estación de Buenavista por Victoriano Huerta.

Un día antes, a las cuatro de la tarde, salió también para Torreón el general Paliza, al frente del batallón de juchitecos, con una sección de cañones de ochenta milímetros. Para formar los cuerpos que estaban necesitando y para cubrir las numerosas bajas en los ya formados, se recurrió a todos los procedimientos, incluso el de la leva. El día 12 fueron detenidos doscientos ochenta y siete vecinos, sólo en el pueblo de San Nicolás Totolapan, cercano a Contreras. Se les llevó al cuartel de Peredo y de allí a donde las circunstancias los reclamaban.


La situación en el Noroeste

Con respecto al movimiento de Sonora, ya hemos dicho que se había desbordado sobre Sinaloa; mas para dar una idea de su pujanza, diremos que el día 3 se atacó el puerto de Mazatlán, que no fue tomado; pero que dió a los revolucionarios la oportunidad de castigar duramente a los federales.

El 20 se inició una embestida sobre Guaymas, donde se hallaban reconcentrados todos los federales de la región. Tras un encuentro en Cruz de Piedra, en que la victoria estuvo de parte de los revolucionarios, se atacó el puerto, con la desventaja de que los reflectores de los barcos que se hallaban en la había proyectaron sus luces sobre el campo rebelde. A propósito de barcos, es importante decir que el domingo 8 de marzo, y encontrándose el cañonero Tampico en Bacochibampo, a pocos kilómetros de Mazatlán, se sublevó su tripulación uniéndose al movimiento revolucionario. Ya en actitud rebelde, se dirigió a Topolobampo, siendo después perseguido por los barcos Morelos y Guerrero que recibieron órdenes de hundir al cañonero rebelde.


Otros combates

Mientras tanto, otros grupos rebeldes atacaron la población de Santiago Ixmntla, del entonces Territorio de Tepic, donde llegó a combatirse cuerpo a cuerpo, y tras la victoria los revolucionarios se dirigieron a Tuxpan, de la que se apoderaron.

Los días 10 y 11, los jefes Murguía, Zuazua y Máycorre tuvieron un combate en Monclova, de donde marcharon victoriosos a San Buenaventura, que en su poder quedó. Además, entre las plazas que se atacaron debemos señalar Villa Santiago, N.L., tomada por el jefe Pablo Garza, Arteaga, defendida por Januario Alvarez; Doña Cecilia, cerca de Tampico, defendida por García Lugo; Acaponeta, del entonces Territorio de Tepic; Tampico, que el 27 fue atacado por tres puntos distintos; Cadereyta, que cayó en poder de los constitucionalistas el día 27, estando las fuerzas atacantes al mando del jefe Elizondo.

A pesar de cuanto hemos visto, la prensa reaccionaria se mostraba optimista y convertía en triunfos las derrotas que estaban sufriendo los federales.


Las comunicaciones ferroviarias

Muchas personas, con increíble ingenuidad, nos han preguntado por qué la Revolución destruyó las vías férreas, como si el movimiento se hubiera hecho contra la empresa de los ferrocarriles. Creyendo que la lucha pudó llevarse a cabo sin medios viólentos que afectaran a la población no combatiente; tachan de salvajes los tiroteos a los trenes, las voladuras de puentes y convoyes y la incomunicación que fue su consecuencia.

Es natural que no se expliquen muchos actos de la Revolución quienes no estuvieron en ella, y, aunque parezca pueril, vamos a decir unas cuantas palabras al respecto. Valiéndose de los ferrocarriles, pudo el gobierno transportar tropas y parque, con bastante rapidez, y tal cosa hizo siempre más reñidos los combates, más difícil la ocupación de las plazas y más crecido el sacrificio de vidas. Contra el transporte de tropas y de parque, no había sino el medio violento; pero defensivo, de impedir o por lo menos retardar, que unas y otro llegaran a su destino.

Es cierto que la población civil sufrió grandemente con ello; pero fue inevitable. Solamente que entre los combatientes se hubiera llegado a pactar que las vías férreas, servirían para el transporte de mercancías y pasajeros, con exclusión absoluta de gente armada, habría sido posible respetarlas, y aun así el pacto habría tenido graves inconvenientes, pues precisa no olvidar lo que es la guerra.

Recordamos, sin embargo, que el general Zapata, durante la lucha contra el gobierno del señor Madero, y con el fin de ocasionar el menor número posible de perjuicios a la población civil, dictó disposiciones para que se respetaran los trenes de pasajeros, siempre que no llevaran escolta que él consideraba innecesaria, pues para garantizar las vidas e intereses de los viajeros bastaba la promesa del movimiento revolucionario, promesa que se dió a conocer ampliamente en la región.

Claro está: que tratándose del Estado de Morelos y aun de la parte de Guerrero comunicada por ferrocarril, las condiciones eran especiales, y hay que tener muy en cuenta que la población suriana, en su inmensa mayoría, simpatizó con la lucha y la apoyó; los enemigos eran bien conocidos y por tanto, no es de éxtrañar la disposición del general Zapata: Pensamos que si en esa región se hubiera hecho sistemático el tránsito de trenes sin escolta, muy pronto los efectos habrían sido los de un pacto tácito. Admitimos la posibilidad de actos inconvenientes;pero tal cosa hubiera sido excepcional, y pensamos así, porque existe el hecho, muy elocuente, de que los trenes de pasajeros sin escolta llegaron siempre sin contratiempo a su destino. Lo contrario ocurrió a los trenes escoltados, pues la fuerza que en ellos viajaba no se limitó a impedir, llegado el caso, la comisión de atentados contra las vidas y propiedades de los pasajeros, sino que se creyó en la obligación de abrir el fuego contra los revolucionarios que encontraba en su ruta y procedió como si hubiera sido columna volante, aun cuando por la distancia en que se hallaran los rebeldes, su inmovilidad u otros signos bastante apreciables, demostraron que no tenían intenciones de atacar al convoy. Esa actitud de las fuerzas gobiernistas provocó las consiguientes represalias.

Hecha esta explicación, veamos lo que estaba sucediendo en las vías férreas durante la última decena de marzo.

El 22, un grupo de surianos descarriló el tren número 21 que iba rumbo a Amecameca, entre las estaciones de los Reyes y Ayotla. Por el lugar tan próximo a la capital, en que el acto se produjo, alarmó considerablemente a los habitantes de México.

El 21 quedó suspendido el tránsito entre Saltillo y Monterrey, pues de la estación de Santa María se posesionó un grupo de constituciortalistas que cortó la comunicación. El mismo día se suspendió el movimiento de trenes entre Monterrey y Monclova, pues la vía fue levantada a la altura de Reata, estación de la que se apoderaron los norteños.

El 24 fue destruída la vía a la altura de Achichipico. la cuadrilla de reparación estuvo protegida por fuerte escolta federal a las órdenes del coronel Federico lópez, quien fue atacado desde las nueve de la mañana hasta las dos y media de la tarde, dejando la vía sin reparar. Hasta el día 31 se estuvo luchando entre federales y revolucionarios, al tratar los primeros de llevar a cabo los trabajos y los segundos de impedirlos. Mandaron las fuerzaS revolucionarias, los jefes Jáuregui y Cázares.

El 26, el tren de Iguala no pudo pasar de la estación de El Mango, pues la vía fue levantada, y cerca del lugar se situó un grupo revolucionario para impedir cualquier trabajo de reparación. El mismo día y cerca de Cuernavaca, a la altura de Atlacomulco, fue también levantada la vía y vigilada por los rebeldes que se hallaban en terrenos de esa hacienda.

El día 31, entre las estaciones de Venado y Moctezuma, de la línea que une San luis Potosí con Saltillo, quedó destruída la vía para impedir, o por lo menos dificultar, como se consiguió, las comunicaciones con el Norte.


Aspecto de la lucha en el Sur

Al principiar el mes de marzo los surianos atacaron Zacatlán, del Estado de Puebla, así como otras poblaciones de esa región a la que se enviaron violentos refuerzos de la capital del Estado. Primeramente se calló el hecho; después se negó; mas como los rumores eran insistentes, los periodistas preguntaron el día 3 ai Secretario de Guerra, quien se limitó a decir que muy en breve serían escarmentados los rebeldes, lo que no sucedió, pues en un punto denominado Libres fue derrotado completamente un batallón de juchitecos, al mismo tiempo que los serranos atacaron Teziutlán.

Él mismo día los federales sufrieron simultáneas derrotas en Tejalpa y Tepoztlán, la codiciada plaza del Estado de Morelos, al pretender, nuevamente, arrebatarla a los revolucionarios. Al mismo tiempo, Chilpancingo, capital del Estado de Guerrero, fue objeto de un ataque de exploración, pues se había pensado en un ataque formal que se llevó a cabo más tarde, como veremos adelante. Las maniobras atrajeron a la columna expedicionaria que estaba a las órdenes de Santiago Mendoza, con la que se tuvieron encuentros de poca importancia en las inmediaciones de esa plaza.

El día 8, los surianos sostuvieron encuentros en Cruz Verde, La Libertad e Igualapa, contra fuerzas mandadas por Francisco Cuens, cuya residencia era Acapulco. En igual fecha, el jefe Amador Salazar se aproximó a Jojutla, en cuyas inmediaciones sostuvo combate, pues los federales creyeron que se trataba de atacar la plaza, por el número de hombres que se hallaban en las cercanías, al mando del jefe mencionado.

Es de advertirse que por aquellos días el Cuartel General había dado órdenes de llevar a cabo solamente tiroteos sobre las poblaciones con objeto de inmovilizar al enemigo, pues se estaba preparando un plan para diversas funciones de armas que se consideraban definitivas. El plan, como veremos más tarde, se fue desarrollando con exactitud.

El día 10, los federales cayeron en una emboscada que se les puso en la barranca de Tecuanipa; pero lo más importante de ese día fue la toma de Tlapa, del Estado de Guerrero, cuya guarnición, al mando de Benjamín Hernández, fue completamente aniquilada y fusilado su jefe. Con la toma de Tlapa, toda la región quedó en poder de los revolucionarios.

Gabriel Rojas, quien se hallaba de guarnición en Izúcar de Matamoros, comunicó alarmado que el general Zapata se hallaba en Jolalpan reuniendo a las fuerzas de la región con las que se decía que iba a marchar sobre Chilpancingo para apoderarse de la plaza e instalar allí al gobierno provisional.

El 13, fue tremenda la agitación que hubo en Morelos, debido a que las fuerzas del 7° regimiento se declararon en rebeldía. Esas fuerzas guarnecían la población de Jojutia y de ellas era jefe el general Florencio Alatriste; como tanto este general cuanto el mayor Luis Rodríguez, el capitán Guevara y el teniente Tomás Rodríguez no estuvieron de acuerdo con la actitud de la oficialidad y de la tropa, la misma los aprehendió y los fusiló.

Era necesario para el gobierno de la usurpación castigar con toda prontitud y rigor el paso dado por una de las corporaciones, no sólo por lo que. materialmente significaba en aquellos momentos, sino por la trascendencia de aquel acto; por ello se ordenó la movilización de fuertes columnas sobre la plaza, siendo los jefes de ellas los señores José Soberanes, Adolfo Montes de Oca y Flavio Maldonado, quienes llegaron cuando aún se encontraban los nuevos rebeldes, los que no pudiendo sostenerse dentro de la población, tuvieron que abandonarla.

Otro acontecimiento, aunque de índole diversa, conmovió el mismo día a la ciudad de Puebla. Originario de esa ciudad y miembro de una de las familias más conocidas, era un joven de apellido Zeleny, quien tuvo la idea de formar un cuerpo de voluntarios a cuyo frente se puso. El día a que nos referimos, tuvo un encuentro con los revolucionarios en el pueblo de Xochitepec, del distrito de Matamoros, y allí fue muerto, tras de lo cual sus hombres se dispersaron.

El día 16, sostuvo combate en San Miguel Ixtlilco el general Francisco Mendoza contra fuerzas que de Jonacatepec salieron a batirlo y que volvieron muy mermadas a su punto de partida. Ya por aquel entonces dos factores contribuían al éxito de los revolucionarios: su número y la práctica que habían adquirido durante la lucha, así como el estado de ánimo de los federales. Sólo en los jefes y en la oficialidad se notaba entusiasmo, ya fuera por el sentimiento del deber o por los ascensos que se prodigaban, a lo que hay que unir los sueldos, sobresueldos y gratificaciones que percibían.

Durante el mes a que nos estamos refiriendo, hubo inusitada actividad en Michoacán. Por ahora sólo vamos a señalar una acción sobresaliente: la derrota infligida al teniente coronel Caro Silva, en el punto denominado La Mesa Pedregosa, del distrito de Uruapan.

Pero un hecho verdaderamente significativo fue que en el lejano Estado de Chiapas hubiera aparecido también un núcleo rebelde, como el que encabezó Castillo Brito, quien a raíz de su levantamiento se apoderó de Tenosique, donde fue combatido por las fuerzas federales. Falto de elementos, se vió en la imperiosa necesidad de cruzar la línea divisoria con Guatemala, de donde muy pronto regresó al territorio nacional con nuevos bríos y pertrechos que le proporcionaron algunos simpatizadores de la Revolución, residentes en aquel país. Pudo entonces establecer dos campamentos: uno en Santa Elena y otro en El Desempeño, que fueron la base de sus futuras operaciones.

Los destacamentos de Cruz de Piedra y La Trinchera, fueron atacados por los surianos el día 28. Al siguiente día los federales hicieron un empuje simultáneo sobre Zacapoaxtla, Tlatlauqui y Zacatlán, sin conseguir el objeto que era la recuperación de esas plazas.


Cambio de Gobernador en Morelos

El día 10 de marzo, la comisión permanente del Congreso ratificó el nombramiento de gobernador de Morelos hecho por Huerta a favor del general Agustín Bretón, quien llegó a la ciudad de Cuernavaca el 16 y recibió desde luego el gobierno civil y el mando militar, pues también se le designó Jefe de la División del Sur.


Pueblos incendiados

No olvidaba Olea las enseñanzas de Juvencio Robles, por lo que como Jefe de la División de Guerrero, residiendo en Buenavista de Cuéllar, siguió incendiando pueblos. En la última decena de marzo destacó al general Mendoza para que arrasara Coatlán del Río, del Estado de Morelos, y Tlamacazapa del de Guerrero. El coronel Azpiroz también recibió órdenes de incendiar varios poblados, entre ellos Tlaxmalac. La Villa de Ayala, aunque no por órdenes de Olea, sino por otro discípulo de Robles, también sintió los efectos del fuego, por mano del teniente coronel Ignacio Noriega, quien habiendo sufrido una derrota en las inmediaciones de esa población, quiso saciar en ella su venganza. A diecisiete casas llegaba el número de las incendiadas, cuando Noriega sintió una vigorosa acometida de los revolucionarios, por lo que huyó precipitadamente hacia Cuautla, siendo seguido hasta las goteras de esa ciudad, cuya guarnición se puso en movimiento.


Desesperadas providencias de Huerta

Vamos a ver cómo respondió Victoriano Huerta a la situación cada vez más angustiosa en que estaba colocado.

El día 4 recibió, en el salón verde del Palacio Nacional, a los representantes de la prensa extranjera. Había mandado preparar un mapa de la República, dividido en sectores, para explicar a su modo la situación militar. Los corresponsales no tragaron la píldora que el usurpador les había dorado, pues se hallaban bien enterados de cuanto acontecía. Al señalar los Estados de Sonora, Chihuahua y Tamaulipas, dijo textualmente: No son rebeldes, señores, porque el rebelde es un hombre de principios, un hombre de ideales, un hombre que quiere mejorar las condiciones de vida de una sociedad.

Para atraerse la voluntad del grupo de porfiristas, tomó el acuerdo de ascender al ex Presidente al grado de general de cuerpo de Ejército, notificándole su ascenso el día 4 por medio de un cablegrama al que el general Díaz contestó así:

París, 6 de marzo de 1914.
Señor Presidente general Victoriano Huerta.
México.

Agradezco cordialmente, tanto el ascenso que ha tenido la bondad de conferirme, como la elevada felicitación con que se sirve honrarme, a nombre del benemérito Ejército Mexicano y en el suyo.

Porfirio Díaz.

Para calmar la excitación que en público se produjo por la actitud vigorosa del movimiento revolucionario, Huerta anunció el día 9 que desde esa fecha el Ejército Federal tomaba la ofensiva.

A la ocupación total del Estado de Chihuahua, por fuerzas del general Villa, Huerta contestó dividiendo políticamente el Estado en tres territorios y designó como gobernadores y jefes de las armas al general José Inés Salazar, para el distrito Norte; a Pascual Orozco, para el distrito del Centro y al general Carlos García Hidalgo, para el distrito Sur.

Aprovechó la alarma de los hacendados de Sinaloa para reunirlos en México y coordinar esfuerzos con los de Durango, poseídos de pánico, pues en esta última Entidad las fincas se estaban cultivando por los campesinos apoyados por los jefes agraristas. los hacendados tuvieron una junta el día 10 con el Secretario de Gobernación, para precisar la forma de ayudar a Huerta.

El 16 fue expedido un decreto aumentando en doscientos cincuenta mil hombres el efectivo del Ejército, debiendo organizarse 90 regimientos de infantería en pie de guerra; 45 regimientos de caballería con seiscientas plazas cada uno; 22 regimientos de caballería de exploración; 5 regimientos de artillería de campaña; 10 de artillería de montaña; 5 de ametralladoras y 16 escuadrones de transporte.

En relación con el aumento del Ejército, Huerta reunió el día 17, en el Palacio Nacional, a un grupo de hacendados y capÍtalistas a quienes citó por conducto de su secretario particular, licenciado Jesús M. Rábago. Tras una larga conferencia, el usurpador dijo: En México hay más de cincuenta mil haciendas de primero y segundo orden, ¿qué sucedería si en cada una de ellas existieran grupos de diez hombres armados? Que tendríamos más de quinientos mil hombres sobre las armas, listos para cerrar el paso y exterminar a los bandidos.

Pidió ayuda a los hacendados, tanto para lo que se deja dicho, cuanto para alambrar las vías férreas, y dijo así: También para semejante obra se necesita la eficaz ayuda de los hacendados que son los que principalmente resultan beneficiados con el mantenimiento de las comunicaciones. Por ello espero que me secunden moral y pecuniariamente. Hay que abrir la bolsa, señores, hay que ser liberales, ya que la magna empresa la estamos llevando a cabo felizmente. Pero la bolsa no se abrió a pesar de que, como lo dijo Huerta, los hacendados eran los que recibían los beneficios.

El día 20, dispuso que los Secretarios de Estado, con todo el personal de sus dependencias, formaran cuerpos auxiliares del Ejército, debiendo usar el uniforme y las insignias correspondientes a los grados que les resultaran al comparar sus sueldos con los de los jefes y oficiales de la milicia. A los 5ecretarios se les dió desde luego el grado de generales de brigada, a los Subsecrétarios el de coroneles y en ese orden a los demás empleados. Quienes se hallaban fuera de la capital, debían recibir instrucción militar, mientras se les organizaba convenientemente.


El empréstito interior

Quedaba a Huerta el más escabroso problema: el sostenimiento del Ejército, para lo que sólo había la solución de un empréstito interior. A fin de negociarlo, el Secretario de Hacienda, don Adolfo de la Lama, tuvo la primera junta formal, el día 21, y a ella asistieron don José Simón, gerente del Banco Nacional de México; Guillermo F. Mitchell, director del Banco de Londres y México; Andrés Guieu, gerente del Banco Central Mexicano; Enrique C. Creel, José Castellot, licenciado Luis Elguero, licenciado Emilio Rabasa y Guillermo Obregón hijo. En la junta se estudió el proyecto que había aprobado e! Consejo de Ministros sobre la forma de obtener un empréstito interior de cincuenta millones de pesos.

El 23 volvieron a tener una junta las personas que dejamos anotadas, y el 26 se decidió que el empréstito tuviera como garantía los bonos del contratado por el señor Madero con el Banco de París y los Países Bajos. El 27 se decidió en definitiva la forma: e! gobierno de Huerta entregaría los bonos del empréstito exterior por veinte millones de libras esterlinas y recibiría, en cambio, cincuenta millones de pesos mexicanos como empréstito interio. Cerrada así la operación, hubo regocijo en las esferas huertistas; el licenciado José María Lozano hizo explosión llamando a Huerta el mago, el taumaturgo de la situación.

Obtenido el empréstito, Huerta decretó, el 31 de marzo, que los cincuenta millones de pesos se dedicaran íntegramente a los gastos de la guerra: compra de vestuario, equipo y material; aumento de sueldos, sobresueldos y gratificaciones a los integrantes del Ejército.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO III - Capítulo XI - Manifestaciones agraristas en las filas del constitucionalismoTOMO III - Capítulo XIII - La toma de ChilpancingoBiblioteca Virtual Antorcha