Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo VII - Sublevación de Pascual Orozco en ChihuahuaTOMO II - Capítulo IX - Cómo nació en Francisco Villa la simpatía por el General ZapataBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña

TOMO II

CAPÍTULO VIII

LAS FILAS REVOLUCIONARIAS AUMENTAN POR LOS ATROPELLOS DE JUVENCIO ROBLES


Eufemio Zapata pide la plaza de Puebla

Mientras que en el Norte sucedía lo que dejamos asentado en el capítulo anterior, las fuerzas surianas iban extendiendo su radio de acción. Su táctica era la misma: aparición intempestiva, retiradas violentas, amagos y ataques inesperados, toma de plazas que luego abandonaban para ocuparlas o no, días más tarde. Este modo de combatir convenía a su organización y a los elementos de guerra con que contaban. Con esta táctica lograron tener siempre en jaque a los federales.

El día 21 de marzo hubo alarma en la ciudad de Cuernavaca por un prolongado y nutrido tiroteo entre rebeldes que ocupaban el cerro del Tepeite y el destacamento federal de Cruz de Piedra, cercano al arrasado pueblo de Santa María. La alarma creció cuando en la capital morelense vieron que el hospital militar era insuficiente para contener a los heridos, a quienes hubo necesidad de enviar a México.

Ya por esos días, la costa del Estado de Guerrero se encontraba en plena rebelión.

Huautla había sido arrasado por los federáles el día 22 y con esa población otras varias hasta Jolalpan, Pue., por la que pasó una columna con Juvencio Robles al frente. En correspondencia, Eufemio Zapata, quien se encontraba en las inmediaciones de Puebla, mandó levantar la vía entre las estaciones de Rosendo Márquez y Tecamachalco; al día siguiente otro núcleo levantó la vía en el cañón de Tomellín, con lo que el tránsito ferroviario entre Oaxaca y Puebla quedó completamente interrumpido. Además, Tepeaca fue tomado por las mismas fuerzas de Eufemio Zapata, cuyas intenciones parecían ser las de ocupar Tehuacán.

No fue tomado; pero el repetido general reconcentró sus fuerzas el día 26 en Rosendo Márquez y pidió la plaza de Puebla, hecho que obligó a Juvencio Robles a salir de Morelos en auxilio de la ciudad amagada; mas como el ramal ferroviario de Atlixco estaba inutilizado, de ello se aprovecharon los revolucionarios para atacar a Robles, en Tepeojuma.

Eufemio Zapata ocupó durante la noche del 30 la población de Cholula, que abandonó en las primeras horas del día siguiente; pero el hecho hizo que cundiera la alarma y que los federales forzaran sus marchas para llegar cuanto antes a Puebla, que se creyó en inminente peligro de caer. Para calmar la inquietUd que las actividades del mencionado guerrillero habían despertado, los gobiernistas lanzaron la especie de que había muerto y que su presencia en las cercanías de Puebla y su petición de la plaza, era sólo un ardid que usaban los surianos para atemorizar a los incautos. El ardid era de ellos, pues la reconcentración de fuerzas federales continuó durante algunos días.

Creyendo el general Eufemio Zapata que había logrado su objetivo de fatigar a las fuerzas gobiernistas, se retiró de las inmediaciones de Puebla, lo que permitió que las tropas al mando del coronel Adolfo Jiménez Castro salieran de esta ciudad rumbo a Cuernavaca para reforzar a las que allí existían, pues era de suponer que la retirada de los rebeldes significaba su reconcentración en Morelos.


Falsos informes de Juvencio Robles

El 2 de abril llegó a la ciudad de México Juvencio Robles, para informar sobre la campaña de Morelos. Hizo declaraciones en el sentido de que la lucha había terminado, y que la mayoría de los rebeldes surianos se hallaban en Puebla. Esas declaraciones fueron mentirosas, pues como adelante veremos, Jojutla fue atacada por el general Emiliano Zapata.

Mas no sólo fue la citada plaza morelense la que sintió el empuje bravío de las fuerzas rebeldes: desde Izúcar de Matamoros hasta Tianguismanalco, estaban combatiendo los jefes Francisco Mendoza, Ireneo Vázquez, Abraham Martíñez y otros, capitaneados por Eufemio Zapata.

Francisco V. Pacheco, Antonio Barona y Genovevo de la O, derrotaron a los federales en la línea de Santa María a Tres Marías. Jesús H. Salgado se apoderó de Teloloapan, Gro. y por toda la región suriana las fuerzas del Gobierno estaban sufriendo descalabro tras derrota, que era el más elocuente mentís a las afirmaciones de Juvencio Robles.

Pero si antes de que se decretara la suspensión de garantías los vecinos pacíficos, por simples sospechas, eran sacrificados sin consideración alguna, al aprobar:se aquélla dió como fatídico resultado que, en la mayoría de los árboles que estaban a los lados de los caminos morelenses, pendían cuerpos de numerosos individuos a quienes sin pruebas ni justificación se les declaró rebeldes, sacrificándolos para escarmiento de los habitantes de la región. No se comprendió que con esos procedimientos inhumanos, sólo se contribuiría a exasperar los ánimos de la mayoría de los vecinos pacíficos, y a que, al sentir la aproximación de los federales, buscaran refugio en los montes, mientras se presentaba la oportunidad de engrosar las filas del zapatismo, pues era preferible defender cara la vida a que se les arrebatara sin haber cometido algún delito.

El día 3 el licenciado Eduardo Fuentes se dirigió en extenso memorial a la Cámara de Diputados, haciendo una detallada exposición sobre los motivos de la rebelión en el Sur. Indicó la conveniencia de que fueran los ricos, los poderosos latifundistas, quienes se organizaran en batallones para defender sus extensas propiedades que, por haberlas usurpado a los pueblos, éstos las reclamaban por medio de las armas, ya que no se les había oído en los ministerios, ni hecho caso a sus numerosas gestiones pacíficas.


Trenes sin escolta

El día 5 el tránsito entre la capital de la República y la del Estado de Morelos se restableció, con la circunstancia de que los trenes corrían sin escolta.

Es de importancia hacer constar que el general Zapata dió una disposición que fue publicada de diversos modos, referente a que los trenes en que no viajaran tropas federales, tendrían expedito el tránsito, pero que todos los que fuesen custodiados, sufrirían el ataque. Los vecinos pacíficos estaban advertidos de los peligros que corrían al emprender sus viajes en trenes escoltados; y no sólo ellos, sino también las autoridades estaban al tanto de esa disposición que garantizaba la vida de los viajeros, en trenes sin escolta.

A que el convoy llevara soldados se debió, días antes, el asalto en el kilómetro 87 de la vía de Cuernavaca, con funestos resultados para la escolta federal.


Ataque a Jojutla

El viernes 5 de abril, citados por el general en jefe, concurrieron a Ajuchitlán, Mor., los generales Francisco Mendoza, Jesús Capistrán y Lorenzo Vázquez y los jefes Francisco Alarcón, Ricardo Soto, José Hernández, Eutimio Rodríguez, Efrén Mancilla, Francisco Pineda, Leopoldo Reynoso Díaz, Benigno Abúndez, Abraham Martínez, Pablo Brito, Demetrio Gutiérrez, Celerino Manzanares y algunos otros.

El general Zapata les dió a conocer sus dispositivos para un ataque a Jojutla, que había estado asediada, e hizo saber a cada jefe su respectiva comisión. Francisco Mendoza tuvo a su cargo la defensa del paso del enemigo que, al sentir atacada la plaza, avanzaría con refuerzos por Chacampalco; Jesús Capistrán tuvo igual comisión por el lado de San Nicolás Obispo; Lorenzo Vázquez, como jefe de la zona a que correspondía la plaza, atacaría la guarnición, que se hallaba dentro de Jojutla.

Todos cumplieron con las órdenes recibidas, y a las cinco de la mañana del sábado 6, Jojutla fue despertada por la fusilería de los atacantes y defensores. Estos bien pronto, después de sufrir pérdidas de consideración, se vieron reducidos a dos de los edificios más altos, en los que se parapetaron y sostUvieron bravamente. El restO de la población quedó en poder de los zapatistas.

Varios destacamentos cercanos, al darse cuenta del ataque a la plaza, acudieron en su auxilio, sufriendo considerables bajas; pero al paso de uno de esos destacamentos por Tlaquitenango, fueron asesinados más de cincuenta vecinos pacíficos.

Felipe Neri y Amador Salazar también se reconcentraron en Jojutla el domingo por la mañana, en auxilio de los surianos, quienes permanecieron dentro de la plaza, hasta que nuevos contingentes de fuerzas gobiernistas llegaron, poco después de las once.

Ya ocupada nuevamente por las tropas federales, éstas procedieron, como en Tlaquitenango, a pasar por las armas a un considerable número de indefensos habitantes.

Hasta e! 11, el propio general Zapata, con numerosos grupos, continuó amagando la mencionada plaza en cuyas inmediaciones habían permanecido.

Ese día en Sultepec y Santiago Tianguistengo, Méx., hubo encuentros entre zapatistas y fuerzas del Estado y del 32° batallón; e! general Robles dijo que Tepeojuma y Huaquechula serían quitadas en breve plazo; pero los surianos respondieron a esas bravatas, sosteniendo encuentros sangrientos con los federales en Teruel y Los Frailes. El 14 se combatió encarnizadamente en Huitzilac y como resultado llegaron a la capital de la República numerosos heridos a quienes se transportó en un convoy especial, por ser insuficiente e! hospital de Cuernavaca. El 16 continuaba el combate en forma reñidísima.

El 21 fue tomado Huitzilac por los zapatistas, donde los soldados de la Federación tuvieron muchos heridos, entre ellos buen número de oficiales; el 22, el combate se reanudó desesperadamente para recuperar la plaza. En Cuernavaca fue oído el incesante cañoneo de las fuerzas del Gobierno. Los surianos se multiplicaban a cada instante y el efeCtivo de ellos allí reconcentrado pasaba de mil hombres al mando de los jefes Francisco V. Pacheco, Antonio Barona y Amador Salazar.

En la noche del 22 fue aprehendido. en la ciudad de México el ingeniero don Alfredo Robles Domínguez, acusado de rebelión. Se le internó en el cuartel de la Gendarmería Montada y todavía a la una de la mañana continuaba la policía cateando su casa.

Un grupo de hombres que se encontraba de guarnición en Tehuantepec, Oax., salió de sus cuarteles vitoreando al caudillo de la Revolución del Sur y abandonó la población en actitUd rebelde. En Coyuca de Catalán, Gro., al siguiente día, o sea el 23, se insurreccionaron las fuerzas que la guarnecían, con lo cual el Distrito de Mina prácticamente quedó en poder de la Revolución.


Se aumenta el efectivo del Ejército

Debemos de consignar que para esa fecha, desde los límites del Distrito Federal hasta las cercanías de Cuernavaca, existían diseminados numerosos núcleos de rebeldes, algunos de los cuales se habían estacionado a lo largo de la vía, de la que se encontraban adueñados; debido a esto, el 30 declararon los principales jefes de las Líneas Nacionales que entre la ciudad de México y la capital morelense, correrían exclusivamente trenes militares.

Una importante declaración hizo el Gobierno sobre que el efectivo del Ejército sería aumentado a 60,000 hombres, lo que prueba que el estado general de la República no era nada satisfactorio y que el incremento que tomaban los distintos movimientos en la mayoría de los Estados, no podrían ser sofocados con los efectivos de que se disponía entonces.

La campaña del Sur seguía tomando mayores proporciones; a fines de este mes que nos ocupa, las tropas federales existentes en Morelos fueron declaradas insuficientes para proseguir la lucha.

Estas fuerzas estaban integradas por los siguientes contendientes: 300 infantes del batallón de zapadores, 250 infantes del 32° batallón de línea, 300 infantes del 34° batallón de línea, 150 hombres del 1er. regimiento de caballería, 300 hombres del 1° y 2° regimientos de Morelos, 200 hombres del 9° regimiento de caballería, 300 hombres del 11° regimiento de caballería, 250 hombres del 28° cuerpo rural, 200 hombres del cuerpo rural al mando de Alfonso Zaragoza, 300 hombres del Cuerpo Auxiliar de Nuevo León. Más los rurales que comandaban Martín Triana, Timoteo Andrade y Barrera Zambrano; algunas baterías de artillería de montaña, contingentes que eran auxiliados en el desarrollo de las operaciones por las tropas de los coroneles Luis G. Gartón y Galindo y Oballe, que operaban por los límites de Puebla, Guerrero, Morelos y otros por el Estado de México y por el Distrito Federal.

Se enviaron entonces nuevas fuerzas a Morelos, siempre bajo el mando de Juvencio Robles, quien seguía su táctica de exterminio y terror.

Así como continuó la obra destructora, así continuó también la ofensiva zapatista. Muy pocos pueblos morelenses escaparon a la acción de la tea incendiaria federal, y Morelos quedó convertido en ruinas que constitUyeron muda y terrible acusación contra el Gobierno que envió a este Estado, al fatídico Juvencio Robles.


EL GENERAL ZAPATA EN EL SENTIMIENTO POPULAR


Los tarahumaras deploran la falsa muerte de Zapata

El siguiente hecho es una demostración de la popularidad que había alcanzado el general Zapata entre las clases humildes y especialmente en la campesina. En los últimos días del mes de junio, la Legislatura del Estado de Chihuahua acordó destituir a Serapio Barrera, Presidente Municipal de Sasihuichie, en virtud de una acusación, muy curiosa por cierto, que fue presentada en su contra por los indios tarahumaras de su jurisdicción, a quienes el aludido funcionario hizo víctimas de un timo, diciéndoles que de México había recibido noticias informándole que durante un combate había muerto el citado general. Procedió a abrir una subscripción con el objeto, según dijo, de enviar a la viuda una parte de la colecta y destinar el resto a que se le dijeran algunas misas.

Aquellos sencillos indígenas creyeron de buena fe cuanto les dijo el astuto alcalde y contribuyeron pecuniariamente con toda su voluntad para los fines indicados, lamentando la desaparición del defensor de los principios agraristas; pero enterados más tarde de la mentira inventada para explotar sus sentimientos, elevaron su quéja al Congreso, que procedió como se dijo arriba.

Tan lejanos como se encuentran los Estados de Chihuahua y de Morelos, teatro este último de las actividades del general Zapata, es natural que llame la atención sobre cómo su actitud había podido producir el sentimiento de simpatía que explotó el alcalde. Sobre cualquiera explicación que se intente dar a este asunto, no cabe duda que los principios defendidos por el general Zapata estaban en la conciencia popular.


Insinceros ofrecimientos de tierras

Juvencio Robles anunció el día 2 de julio, un cambio en la política que venía desarrollando en Morelos. No dijo en qué iba a consistir ese cambio, ni tampoco exptesó que se veía obligado a hacer esas declaraciones por la mala atmósfera que le rodeaba y por el fracaso de su acción terrorista.

El Gobierno del señor Madero externó el día 24 que usaría mano de hierro para combatir el zapatismo y uniendo el dicho a la acción, salió de la capital de la República un convoy militar con destino a Cuernavaca, con 250 hombres del 3er. batallón y dos ametralladoras, al mando del coronel Alberto Bátiz. Otro tren salió para Cuautla con 200 hombres del 2° y 3er. batallones y dos secciones de artillería con cañones Saint-Chaumond-Mondragón, a las órdenes del teniente coronel Eduardo Ocaranza.

Al día siguiente habló en público Juvencio Robles, manifestando que la campaña de Morelos era semejante a la del Yaqui y, en consecuencia, dió a entender que deberían seguirse idénticos procedimientos a los usados por el porfirismo. Con estas nuevas declaraciones alejó toda esperanza de que modificaría su política, como lo había anunciado el día 2.

Mal preparados estaban los ánimos, cuando el día 27 Juvencio Robles pretendió dar un nuevo giro a la lucha. Exhortó a los surianos a que depusieran su actitUd bélica, ofreciéndoles en cambio las tierras de labranza que bondadosamente les brindaban los hacendados morelenses. La promesa, como se comprendió desde luego, encerraba un ardid para dar alguna tregua a la campaña. De ningún modo hubiera creído el general Zapata en esos insinceros ofrecimientos, por lo que contestó reconcentrando fuertes contingentes en las inmediaciones de Yautepec y de Cuernavaca, preparando un ataque sobre ambas plazas.


Prisión de Francisco Villa

Francisco Villa, quien poco antes fue nombrado por el Presidente Madero general honarario y que combatía en el Norte contra los orozquistas, bajo las órdenes de Victoriano Huerta, quien había sucedido en el mando al suicida general José González Salas, llegó custodiado a la capital de la República el día 4 y fue internado en la penitenciaría del Distrito Federal.

Como se sabe, Francisco Villa, con su carácter indomable, no atendió ciertas órdenes de Huerta, quien mandó aprehenderlo y dió instrucciones para que se le fusilara, lo cual no se llevó a cabo, gracias a la intervención muy oportuna que se hizo en su favor.

Para alejarlo de todo peligro, se logró que fuese enviado a la métrópoli, a fin de que se le procesara allí por los cargos que se le hacían.


Ninguna molestia para los trenes sin escolta

Algo que viene a demostrar que los surianos se abstenían de atacar los trenes que viajaban sin escolta, es el hecho de que al pasar el día 10 un convoy de pasajeros por la Cascada, los viajeros se dieron cuenta de que cerca de trescientos rebeldes estaban en posesión de ese poblado, por lo que supusieron un ataque; pero sucedió todo lo contrario: no hubo un solo disparo, ni rieles quitados en la vía para originar un descarrilamiento, sino que el convoy prosiguió su marcha sin contratiempo.

En cambio, el día 15 un tren escoltado, procedente de Ixtla, cayó en poder de los revolucionarios.

Pero además de los hechos expresados, el general Zapata, a fines del mes, reiteró la disposición dada acerca de que los trenes sin escolta no serían molestados por los suyos; por tanto, recordó a quienes tuvieran que usar este medio de transporte, no lo hicieran cuando fuesen soldados, por los peligros inherentes en caso de un ataque.

No se limitÓ el Caudillo a renovar su disposición, sino a que se le diera publicidad, dentro de la zona rebelde, que se enviara a los principales periódicos de la capital y que la conocieran los señores cónsules a fin de que previniesen a sus nacionales.


LA CONFERENCIA ZAPATA-SARRAZIN

Era el período aterrador de las persecuciones contra el pueblo de Morelos, al que criminalmente se había llevado a una lucha cruenta.

Los incontables asesinatos de vecinos pacíficos -entre quienes perecían mujeres y aun niños-, ordenados por Juvencio Robles y ejecutados por sus esbirros, habían llegado al máximo, pues millares de indefensos habían sido bárbara, salvaje, despiadadamente sacrificados por las fuerzas que envió el Gobierno al Estado de Morelos.

Mientras el Presidente Madero -a quien deben haberle ocultado la verdad de los hechos- felicitaba al cruel asesino que deshonraba el uniforme y la prensa mercenaria entonaba sus adulaciones a los criminales convirtiéndolos en héroes desde sus columnas, aquellos luchadores, a quienes no quiso oír en justicia el Caudillo de la Revolución exaltado a Presidente de la República, eran calificados de bandidos por haber manifestado su inconformidad de que el triunfo de la Revolución, que tantas vidas y tantos sacrificios había costado, se redujese al simple cambio de unos cuantos hombres en el Poder.

Y cambiando sangre campesina por fusiles, fueron paulatinamente armándose las huestes surianas para después castigar duramente a sus mismos enemigos.

Era el período más enconado de aquella lucha bravía, en que la sublime aspiración del pueblo que intentaba convertir en hombres libres a los esclavos del latifundismo, lo había hecho enfrentarse resueltamente con los interesados en que el estado social no cambiara, como exigía Zapata. Y se creyó equivocadamente que el más sencillo medio de resolver aquella situación, era el de segar miles de vidas de campesinos, para que no hubiese quien reclamara justicia.

Habíase llegado a una situación extrema en que era necesario matar para poder vivir.

Hubo cuadros horripilantes que nos abstenemos de exhibir, aunque se trate de los verdugos del pueblo, mayormente cuando el jefe de las operaciones que sucedió en el mando a Robles, contará en su oportunidad detalles y acontecimientos que seguramente causarán sorpresa.

En una de tantas ocasiones en que los pueblos en masa huían al aproximarse las fuerzas del Gobierno, entre las innumerables víctimas que cayeron, se encontraba una pobre mujer indígena que llevaba, como es costumbre, cargando en la espalda a su pequeñuelo. Una bala hirió a ambos: rozó un brazo al niño y a la madre le atravesó el pecho. Aquella infeliz mujer no pudo huir, y como continuaba la persecución de indefensos pacíficos, arrastrándose, logró ocultarse entre unos matorrales, fuera del camino. La herida era mortal y es de imaginarse el cuadro de dolor y de desesperación al perecer la madre sin más testigo que su inocente hijo, el que horas más tarde, cuando se retiraron los soldados de la Federación, fue encontrado en el brazo del cadáver con la boquita tinta en sangre ...


Creyve Sarrazin en los campos rebeldes

Tal era el cuadro que el heroico Estado de Morelos ofrecía a mediados de julio, cuando se presentó en el campamento del general Zapata un señor de nacionalidad francesa y que aseguró llamarse Francisco Creyve Sarrazin, diciéndose enviado especial del Presidente Madero y con la pretensión de concertar un armisticio de tres meses, lapso que según él, era suficiente al Gobierno para la demostración de sus magníficos propósitos de realizar las promesas revolucionarias que contenía en algunos de sus postulados el Plan de San Luis.

La embajada del señor Sarrazin no dejaba de ser extraña por multitud de detalles que eran del dominio público y que, por lo mismo, no debieron escapar a la sutileza que debe suponerse en el protagonista de semejante aventura.

En efecto, bastaba reflexionar sobre la saña con que procedían las fuerzas gobiernistas, para que ni el general Zapata, ni sus subalternos, tuvieran confianza en proposiciones de paz hechas en nombre del Gobierno que los combatía.

El principal argumento de Sarrazin para proponer un armisticio, quedaba destruído con la declaración que públicamente hizo el señor Madero, afirmando que, en el Plan de San Luis, no se había ofrecido repartir o fraccionar los grandes latifundios, como en su oportunidad veremos.

Además, el señor Sarrazin, el extraño embajador, no llevaba para identificarse como tal, más que un simple escrito en el que un funcionario allegado al señor Madero, le expresaba que el Presidente se oponía a que marchara a los campos rebeldes a conferenciar, con el objeto que verbalmente habíale manifestado.

Pero espía o sincero mediador, Sarrazin resultaba inofensivo, y el general Zapata admitió conferenciar con él y escuchar sus proposiciones. A continuación reproducimos el acta levantada con tal motivo:


Acta redactada con motivo de la conferencia

En el campamento revolucionario, a las cinco de la tarde del día 19 de julio de mil novecientos doce, el señor Francisco Creyve Sarrazin, originario de Lyon (Francia), avecindado en la ciudad de México, periodista, colaborador actUalmente de la publicación intitulada Le Courrier du Mexique, ante mí, el general Emiliano Zapata, se presentó manifestando:

Que viene en calidad de enviado comisionado por el señor Presidente Francisco I. Madero para hacer proposiciones de paz, fundándolas en la solicitud de un armisticio de tres meses, para que en ese tiempo el Gobierno estUdie y vea si es posible la solución de las promesas del Plan de San Luis; que, para todo lo conducente al armisticio que se menciona, vendría para concertarlo de una manera eficaz, el ex Jefe Político de Cuautla, Morelos, don José Antonio Vivanco, que actUalmente reside en la ciudad de Orizaba; que como punto principal del asunto se trataría la suspensión de hostilidaaes entre las tropas de la revolución y las del Gobierno; que si en este lapso que se indica, el Gobierno encuentra escollos y dificultades para cumplir las promesas del referido Plan, entonces, se volverán a reanudar las hostilidades por ambas partes contendientes.

Así como también hizo presentes multitud de razones que tiene el Gobierno de Madero para sofocar a todo trance la revolución en el Estado de Morelos y adujo o propuso, de parte de quien lo envió, halagadoras ofertas y seductoras promesas para inducir a la actitUd revolucionaria demostrada a una transacción que, de aceptarse, rompería con la moral y los principios de la revolución, ungida con la sangre de la Patria.

En vista de las proposiciones manifestadas, el general Emiliano Zapata expresó, de una manera clara y terminante: que la revolución de Morelos no es una revolución local, como lo cree el señor Madero; que está unida a los movimientos revolucionarios que dirige Pascual Orozco; que desde que hizo conocer a la Nación el Plan Político, ha contraído compromisos y ligas de coalición con todos los Estados, no sólo del Sur, sino del Centro y del Norte de la República; que en la actualidad ya la revolución del Sur ha traspasado las fronteras de Morelos, y ha invadido a las diferentes Entidades Federativas con el objeto de hacerse fuerte, lo cual ha logrado, puesto que sus tendencias están resumidas en los principios solemnísimos de gran trascendencia para la Nación: reforma política y reforma agraria, que es lo que puede dar el bienestar y la paz que se desea: la revolución sintetiza, encarna o representa las aspiraciones de varios millones de hombres; sintetiza el adelanto, el progreso, la reforma, en una palabra: el avance y la regeneración de un país oprimido por un feudalismo que agobia hace más de cuatro siglos a la inmensa mayoría de los mexicanos.

El Gobierno de la actualidad no representa más que un grupo de feudales, de reaccionarios, de retrógrados, que consideran una utopía las reformas que se tratan de implantar, tan sólo por conservar por toda una eternidad el estacionamiento de sus privilegios y canonjías.

Las reformas establecidas por Benito Juárez se creyeron, como las nuestras, utópicas; se decía que aún no era tiempo de establecerlas y la historia se ocupó más tarde de comprobar las falsas aseveraciones de quienes, de haberse dado oído a su doctrina perfectamente conservadora, no se hubieran realizado y asimismo, ahora creen que sea incapaz de realizarse lo que nos proponemos.

Actualmente me ocupo de recorrer los diferentes Estados del Sur para combinar, de acuerdo con el Norte, el movimiento envolvente que tiende a circunvalar en la misma capital de la República al Presidente Francisco I. Madero, autor de las desgracias y de la sangre derramada por nuestros compatriotas.

Con motivo de las lluvias no está operando más que una parte pequeñísima de mis tropas en el Estado de Morelos, pues el resto de ellas he ordenado en salida, con el objeto de organizar debidamente los nuevos planes de campaña que deben producir el aniquilamiento de la dictadura maderista.

Nuestra revolución trata de depurar, mejor dicho, de segregar elementos corrompidos de un gobierno que no tiene más apetitos que satisfacer ambiciones bastardas, no persigue más fines que conceder privilegios y conceder canonjías a sus adictos e incondicionales servidores.

En consecuencia, la revolución que dirigimos, yo y el general Pascual Orozco, con la colaboración de insignes mexicanos como Emilio Vázquez Gómez y otros patriotas no menos desinteresados y prominentes, no entrará en convenios de paz; sino hasta el derrocamiento de Madero; que renuncie el Presidente Madero y el Vicepresidente Pino Suárez y entonces, y sólo entonces, la revolución siempre que se le llame a transacción podrá estipular tratados de paz, de acuerdo con los principios que sostiene.

Como epílogo del acto de esta entrevista, el general Emiliano Zapata hace constar: que él y sus soldados no luchan por ambiciones bastardas, no luchan por acaparar puestos públicos, no luchan por traficar con la sangre de la Patria, no derraman sangre por acaparar dinero ni posición social; pues él considera que una sola gota de sangre derramada en aras de la Patria, vale mil veces más que todos los tesoros de la Tierra; que están dispuestos a no traicionar a su Patria, a los principios de la Revolución y a la bandera que han jurado sostener y que de la misma manera lo están todos sus compañeros de armas en toda la República.

Dijo además: nosotros no somos capaces de idolatrar el becerro de oro, ni ceñirnos la túnica de los iscariotes, manifestando que el triunfo ya se acerca y que comienza el crujimiento del trono dictatorial, que no dilatará en desmoronarse; del hundimiento y del polvo de la dictadura maderista, brotarán en medio del caos, los rayos de luz que escribirán en nuestro cielo: Reforma, Libertad, Justicia y Ley, para todos los hombres de México; lema escrito en los estandartes de la Revolución.

Con lo que terminó el acto, levantándose la presente para constancia, dándose un ejemplar de este documento al expresado enviado del señor Madero, señor Francisco Creyve Zarrazin.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.

Campamento Revolucionario en Morelos, julio 20 de 1912.

El General en Jefe de las Fuerzas del Sur, Emiliano Zapata.-Rúbrica.
El enviado del señor Madero, Francisco Creyve Sarrazin.-Rúbrica


La Cima y Ticumán

Con un tanto del documento inserto, el señor Sarrazin regresó la México y con una gran dosis de indiscreción y un gran anhelo de exhibicionismo, alardeo de su influencia (que no tenía en absoluto) sobre el general Zapata, y declaró enfáticamente que éste y otros jefes como Salgado, con quien dijo había hablado en el campamento zapatista, se someterían al Gobierno.

Dijo también que él obraba de acuerdo con el Gobierno de Madero; que lo ayudaba en su empresa el ingeniero don Tomás Ruiz de Velasco, en representación de los hacendados de Morelos, e invitó a todos los corresponsales de guerra de los diarios para que lo acompañaran a los campamentos de Zapata, en donde celebraría la conferencia definitiva en la que -según él- había de ultimarse la rendición del Caudillo morelense.

El Gobierno se apresuró a desmentir que Sarrazin tuviera autorización oficial para esas conferencias y lo mismo hicieron los hacendados en lo que a ellos se refería. Sin embargo el 8 de agosto, Sarrazin, en unión de varios corresponsales de periódicos y otras personas más, dejó la capital y marchó a los campamentos del Sur.

Llegaron hasta El Jilguero; pero regresaron porque el general Zapata se negó a acudir a su cita, en vista de que las fuerzas federales salían al mismo tiempo con visibles intenciones de rodear aquel campamento.

Iban camino de la metrópoli Sarrazin y sus compañeros, entre los que se encontraba don Humberto L. Straus, joven corresponsal de guerra de El Imparcial, quien, al encontrar en Cuautla a su compañero y amigo Ignacio Herrerías y manifestarle éste su decisión de llegar hasta donde hallara al general Zapata, optó por regresar, continuando ambos hacia Jojutla.

Acompañados del fotógrafo señor Rivera viajaban el 11 de agosto, a bordo del carro ocupado por la escolta, charlando con los oficiales, cuando, adelante de Ticumán, a las tres horas quince minutos de la tarde, en el kilómetro 158, el tren fue atacado por las fuerzas zapatistas y perecieron junto con la escolta que repelió el ataque, compuesta de 35 soldados al mando del teniente Reynoso.

El pasaje resultó casi en su totalidad ileso.

Pero el escándalo producido por la muerte de los tres periodistas fue inmenso y, como en otras ocasiones, se pidió en todos los tonos el exterminio de las hordas vandálicas del Atila del Sur.

Mas, en realidad, ¿a quién se puede culpar de la muerte, muy sensible por cierto, de los tres periodistas?

Las tropas federales a diario y con todo lujo de crueldad, de una refinada crueldad muy alejada de toda noción de humanitarismo, colgaban a inocentes habitantes de los puebios surianos, quemaban sus chozas, sus milpas, todo lo que podía servir de sostén a sus familias y los perseguían con tal saña que los obligaban a engrosar las tropas del general Zapata, animados por un muy explicable deseo de venganza.

Fue atacado el tren dirigiendo el fuego al carro de la escolta que, muy natural y muy lógico, contestó también con las balas de sus fusiles ¿Quién iba, en esos momentos de tremendá excitación, cuando al ruido de los fusiles se mezclaban las maldiciones, los gritos desafiantes de los combatientes, quién iba, repetimos, en esos instantes a saber que tres individuos que estaban entre los soldados eran tres periodistas que si atacaban a la Revolución era desde las columnas de los diarios metropolitanos?

¿Qué eran trabajadores intelectuales, que viajaban en cumplimiento de sus deberes?

¡Cuántas veces los mismos periódicos, a los que servían, atacaron cruelmente a la Revolución como hemos visto, y desfiguraron los hechos y atenuaron los crímenes que cometían los soldados federales, contra centenares de campesinos!

¡Y jamás los tildaron de salvajes!

Muy sensible, muy lamentable, doloroso y triste fue el trágico fin de Straus y de Herrerías; pero no se puede, imparcial y serenamente, condenar a la Revolución o a sus hombres por ese desgraciado incidente de la guerra.

El suceso tuvo mayor resonancia porque días antes, el 20 de julio, a las diez y media, el tren que salió de México para Cuernavaca fue atacado por fuerzas de Pacheco y de De la O, entre las estaciones de Fierro del Toro y La Cima, pereciendo la escolta compuesta de 25 hombres del 20° batallón que eran al mando del capitán Rosendo Núñez, quien se batió denodadamente y fueron víctimas también algunos pasajeros, pues varios soldados que en aquellos momentos iban en el carro de segunda, contestaron el fuego desde allí.

Esta es la verdad seca y desnuda de los lamentables acontecimientos con los que se ha pretendido arrojar manchas de oprobio sobre el movimiento revolucionario del Sur. ¡Qué pobres en detalles horripilantes de verdadero salvajismo aparecen, ante los atropellos consumados por jefes militares a quienes queremos suponer mayor cultura que a nuestros revolucionarios y que encontraremos pintados por la mano maestra y por el juicio imparcial del que fue después jefe de las operaciones militares en el Estado de Morelos, el general Felipe Angeles.

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