Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo V - El Plan de AyalaTOMO II - Capítulo VII - Sublevación de Pascual Orozco en ChihuahuaBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña

TOMO II

CAPÍTULO VI

EL INCREMENTO DE LA LUCHA


Distribuídos los principales jefes zapatistas en las zonas de los Estados de Morelos, Puebla, México y Guerrero, donde contaban con más adeptos y con la ventaja del conocimiento del terreno, bien pronto la campaña tomó incremento y en los primeros días de 1912 los combates eran diarios, extendiéndose cada vez el radio de acción de los rebeldes, como lo veremos adelante.


Nuevas fuerzas a Morelos

Hacia Morelos salieron en este mes de enero los siguientes jefes maderistas convertidos ya en Comandantes de Rurales:

Gertrudis Sánchez, con 270 hombres;
Martín Triana, con 215;
Francisco Cosío Robelo, con 250 y,
Arturo Barrera Zambrano, comandando el quincuagésimo cuerpo.

Las fuerzas de línea al mando del general Casso López, aumentadas con las de Eguía Lis, de qúe hablamos en el capítulo anterior, y con las arriba expresadas, recibieron además el contingente de trescientos cincuenta ex maderistas, a las órdenes del coronel Francisco Naranjo.

Todas esas fuerzas entraron desde luego en acción con resultados negativos, pues confirmando la opinión del señor Madero cuando. de las fuerzas de Huerta se trató, en la mayoría de los hechos de armas obtenían la victoria las huestes surianas, que aprovechaban admirablemente la ventaja del conocimiento de su zona y las simpatÍas de las poblaciones.

Esa ventaja fue reconocida públicamente por el general Casso López, en unas declaraciones que hizo el día 1°, en las que dijo que con rarísimas excepciones, las autoridades de los poblados que tocaba tenían marcada inclinación por los rebeldes, a los que prestaban todo su apoyo. Por este motivo fueron aprehendidos los Presidentes Municipales de Tochimilco, Hueyapan y Santa Cruz Cuauhtomatitla, del Estado de Puebla, y se pensaba hacer lo mismo con otras autoridades del rumbo.


Intensificación y extensión de la campaña

Aun cuando tenemos a la vista la relación de los combates registrados, creemos que no interesan estos detalles al lector, por lo que nos limitaremos a señalar solamente aquellas acciones de importancia ya por la categoría de las poblaciones o porque con ellas se vea la extensión que iba tomando la lucha.

El día 2 fue tomado Huamuxtitlán, centro de importante región del Estado de Guerrero; el día 4, Amado Espinosa penetró al Estado de Michoacán, al frente de considerable número de sus hombres; el 8 fue visitada la fábrica de hilados de La Trinidad, cercana a Tlaxcala; un grupo de 80 individuos hizo sentir su presencia en La Cañada, esto es, en una región que comprende parte de los ex distritos de Cuicatlán y Teotitlán, del Estado de Oaxaca.

Tetecala y Miacatlán, del Estado de Morelos, fueron ocupados por los rebeldes; Jojutla estuvo en constante amago ya por Lorenzo Vázquez, ya por don Eufemio Zapata; Pilcaya, del Estado de México, fue tomada; Tepecoacuilco y Teloloapan, del Estado de Guerrero, fueron también tomados el día 15; San Martín Texmelucan, del Estado de Puebla, también fue tomado el 16, por fuerzas que el día interior habían estado en Santa Ana Cahutempan y Santa Inés Zacaltenco, de Tlaxcala.

La hacienda de La Pradera, situada cerca de Mariscala, en la Mixteca, Estado de Oaxaca, fue atacada y tomada por cuatrocientos hombres que se habían levantado en armas en esa región. El general Jesús H. Salgado, se posesionó de Balsas el día 15.

Con motivo de las actividades rebeldes en el Estado de Puebla, fue designado jefe político del distrito de Acatlán el coronel Luis García Nájera, quien recibió instrucciones de proceder contra los agraristas sin consideraciones; en una guerra sin cuartel.

Por su parte, el jefe político de Huetamo, Estado de Michoacán, procedió a la formación de un cuerpo de rurales que puso al mando de José Rentería Luviano.

El Gobierno del Estado de Oaxaca, alarmado con la aparición del movimiento en la Mixteca, pidió el inmediato envío de fuerzas para la protección de aquella zona.


Los pueblos derrotan a Casso López

El día 9, sabiendo Casso López que el general Zapata se encontraba con el grueso de sus tropas por el rumbo de Huautla, salió en tren hasta el puente de La Cuera, con una columna compuesta del batallón de zapadores al mando del mayor Alvírez, un cuerpo irregular de auxiliares, uno de rurales del Estado, al mando de Timoteo Andrade y una sección de ametralladoras. Esta columna llegó a Huautla el día 10 y al siguiente combatió en la serranía de Cerro Frío, Santiopa y Teodalco el Viejo, siendo obligado a reconcentrarse en Tepalcingo, el día 13 por la mañana.

El general Zapata había estado posesionado de las alturas de San Miguel Ixtlilco, por lo que el día 14 intentó Casso López atacarlo, para lo cual acampó, sin encontrar enemigo, en el Cerro del Pericón, donde pernoctó la columna; pero a las altas horas de la noche cundió la alarma entre las fuerzas gobiernistas, al verse rodeadas por un cerco de fuego que voraz avanzaba hacia la cima.

Los vecinos de la región, protegidos por las sombras, habían incendiado todos los pastales inmediatos al campamento federal, lo que motivó primero la sorpresa y luego la dispersión de los hombres y de la caballada, al grado de que hasta el día 17 pudo reunirse una mayoría de soldados en Pala. De allí regresó el general Casso López a Cuautla, donde arribó el 19; con muchos de sus hombres sin armas y en pésimas condiciones físicas y morales, pues en todos los poblados del trayecto no encontraron un sólo habitante: quienes no estaban sublevados habían huído al aproximarse los federales.


Petición de un salario mínimo

El hacendado español Juan Romano, propietario de la finca La Esperanza, en el distrito de Chietla, Pue., recibió en esos días una comunicación suscrita por varios de los jefes zapatistas que operaban por el rumbo. En ella se le exigió que el salario mínimo de sus peones fuera de un peso al día:, haciéndole la advertencia de que en caso de no acceder, se atuviera a las consecuencias.

Este hecho, así como las constantes visitas de sublevados que las haciendas recibían, determinaron que el día 12 se reunieran en Apizaco, Tlax., numerosos propietarios, con el objeto de acordar la forma de ayudar a combatir la rebelión suriana.


Suspensión de garantías

Pero si los hacendados trataron de unirse contra la rebelión, es evidente que el Gobierno, interesado mucho más que ellos en aniquilar al movimiento, tuvo que apelar, además de las armas, a otros procedimientos que estuvieron a su alcance, uno de los cuales fue la expedición de la ley de suspensión de garantías, aprobada el 19. La ley dice en su artículo 7°:

La suspensión a que se refiere el artículo 1° de la presente ley, qurará cuatro meses desde la fecha en que sea promulgada y quedará circunscrita a los Estados de Morelos, Guerrero y Tlaxcala, así como a los Distritos de Acatlán, Chiautla, Matamoros Izúcar, Adixco, Cholula, Huejotzingo y Tepeji, del Estado de Puebla y a los de Chalco, Tenancingo, Sultepec, Temaxcaltepec, Tenango y Lerma, del Estado de México.

Véase por está ley, el área que ocupaba el foco revolucionario en menos de dos meses: tres Estados y parte considerable de otros dos, excluídas las regiones de Michoacán y Oaxaca, porque la ley no las señaló, en que iba extendiéndose el movimiento a gran prisa. En consecuencia, siete Estados de la Unión sintieron la sacudida del movimiento agrarista, excluído el Distrito Federal, porque si bien es cierto que tuvo muchos partidarios, también es verdad que en esos momentos no pudieron tomar una participación activa.

El día 21 prohibió el Gobierno la importación de armas y parque por un lapso de tres meses. La disposición patentiza los esfuerzos para invalidar a los rebeldes; pero ni ella, ni la suspensión de garantías modificaron el estado de cosas, pues Huajuapan de León, del Estado de Oaxaca, fue atacada por los revolucionarios. Con motivo de este ataque, el corresponsal de un diario capitalino se expresa así:

Me he convencido de que el zapatismo se ha propagado extraordinariamente. Todas las pequeñas poblaciones son partidarias de Emiliano Zapata. Otras importantes, como Tepalcingo, le son adictas, encontrando allí ellos, cuando se presentan, víveres en abudancia, mientras las fuerzas del Gobierno no los obtienen pues se les niega todo, recibiéndoseles con actitud hostil.

Mientras tanto, la empresa del Ferrocarril Interoceánico se había dirigido al Gobierno pidiendo la protección para sus vías, pues según dijo el 25, eran considerables los perjuicios que estaban recibiendo en aquellos sectores en que dominaban los surianos.

Al finalizar el mes, Chilapa, del Estado de Guerrero, había caído y el general Jesús H. Salgado pidió la rendición del puerto de Acapulco, hecho que causó hónda impresión en los círculos gubernamentales y políticos de la capital.


SUBLEVACION DE FELIPE NERI

El Presidente Madero, a pesar de su actitud, no olvidaba el fondo y el origen del conflicto suriano, y en más de una vez había extremado su opinión -muy acertada por cierto- de que la campaña contra el zapatismo ofrecía grandes dificultades para las tropas de línea. Por esto envió los cuerpos de rurales mejor organizados para combatirlo.

Se inició entonces una era de terror y de tropelías, hasta de persecuciones injustificadas contra quienes habían militado en las filas del general Zapata durante la campaña maderista y que, por diversas circunstancias, se hallaban retirados a la vida privada.

El de Felipe Neri fue un caso típico.

Su figura es una de las más llenas de colorido en la Revolución Agraria.

Se antoja una reencarnación de los chinacos que cantó Fidel; de recia complexión, de alma noble; fiero y activo en el combate; ansioso de descargar su arma contra el enemigo, al que buscaba incansable.

Neri ejercía sobre sus muchachos una influencia decisiva por su valor temerario, por su serenidad pasmosa, por su admirable sangre fría. De él pudiera decirse como el andaluz del cuento, que tenía el corazón hecho de hielo rojo.

Había sido uno de los primeros en alistarse al lado del general Zapata, en las filas maderistas.

Durante el sitio de Cuautla, en mayo de 1911, atacaba al frente de su cuerpo de dinamiteros una posición enemiga, cuando uno de los proyectiles, una de las terroríficas bombas lanzada torpemente estalló a sus pies, causándole serias heridas y la pérdida del oído.

Triunfante el movimiento maderista, Neri se radicó en México para atender a su curación, y como era natural, permaneció ajeno a las dificultades surgidas entre el Gobierno que presidió De la Barra y el núcleo morelense. Así, retirado a la vida privada y alejado de aquel movimiento incipiente, regresó a Morelos cuando se hizo cargo del Ejecutivo de la Unión don Francisco I. Madero.

Era un hombre de trabajo; antes de la Revolución prestaba sus servicios en la hacienda de Chinameca, por lo que con el fin de ofrecerlos fue a ver al patrón; pero Neri, a los ojos del amo, tenía el enorme pecado de haberse convertido en bandido. Por esa mancha logró solamente que se le admitiera en calidad de peón.

Pobre, pues siempre lo había sido y, además, como no pudo trabajar durante el largo tratamiento del accidente que sufrió, tuvo que someterse a las circunstancias, por lo que ahora lo vemos arreando la yunta de sol a sol para sostenerse y sostener a los suyos.

Pero no fue esto todo: soportó las humillaciones, los insultos de que lo hacían blanco los capataces y empleados de la finca, quienes reían de aquel bizarro general de bandoleros, como burlescamente lo llamaban.

Un día, el bravo Felipe Neri no pudo callar más. Ni su hombría, ni su dignidad, ni su vergüenza, pudieron soportar los insultos de aquellos necios. Estalló entonces.

Había convencido a varios peones de la hacienda, de que su deber los llamaba a las filas revolucionarias, para ayudar con las armas en la mano al general Zapata, quien pugnaba por conquistar el derecho a la tierra que le negaban el Gobierno y los hacendados. Armó a sus hombres con escopetas y pistolas viejas y encabezándolos, lanzó el grito de rebelión frente a la Casa Grande, aprehendió a los empleados y capataces, quienes en aquel duro trance, trocaron sus burlas y mofas en porfiados ruegos y femeniles lamentaciones.

Los fusiló y fue a reunirse con sus antiguos compañeros (Este relato esta contenido en los Cartones Zapatistas del coronel Carlos Reyes Avilés. Precisión del General Gildardo Magaña).


SIGUEN APARECIENDO BROTES REBELDES


Abraham Martinez, enviado ante Zapata

Desde que con motivo de las detenciones efectuadas en Puebla se llevó a cabo, por orden del Presidente De la Barra, la injustificada aprehensión de Abraham Martínez, Jefe del Estado Máyor del Caudillo suriano, don Gustavo A. Madero nos ofreció poner toda su influencia a efecto de obtener la libertad del aprehendido, tan pronto como don Francisco I. Madero se hiciera cargo de la Presidencia. Fue por esto por lo que en los últimos días del mes de enero y después de reiteradas instancias nuestras, don Gustavo proporcionó una amplia carta que nosotros redactamos, pues en los momentos en que iba a escribirse, llegó el Vicepresidente licenciado Pino Suárez a las oficinas del Partido Constitucional Progresista, de donde ambos se retiraron, diciéndonos don Gustavo:

- Haga usted la carta para el Gobernador Meléndez. Despáchese con la cuchara grande.

Nos indicó el lugar en que podíamos encontrarlo para recoger su firma.

Una vez terminada la misiva, nos dirigimos al lugar en que se encontraba el hermano del Primer Magistrado, quien al principio puso algunas objeciones; pero le recordamos lo injustificado de la aprehensión y estampó entonces su firma, entregándonos la carta para que inmediatamente saliera a la Angelópolis.

Cerca de las nueve de la noche, el enviado puso en manos del Gobernador de Puebla, licenciado Nicolás Meléndez, en su casa habitación, la carta que llevaba. El gobernante poblano -abogado al fin-, después de enterarse detenidamente de su contenido, dijo:

- Nada más que es necesario cerrar antes el proceso.

- Es cuestión de usted, que entiende de esas cosas. A don Gustavo le urge que Martínez esté en México mañana, porque lo necesita para una importante comisión, le respondió el enviado.

- No tiene remedio: mañana se lo entrego -agregó Meléndez-; la carta es terminante; vamos a ver cómo arreglamos la parte judicial.

Al siguiente día Abraham Martínez quedó en absoluta libertad.

El 25 nos reunimos en casa de don Gustavo A. Madero, Martínez, Rodolfo Magaña y nosotros. El primero insistía en que se hiciera una nueva tentativa de suspensión de hostilidades en el Sur, ofreciendo poner toda su influencia cerca de don Francisco y sugiriendo que procurásemos todos los que allí estábamos, que el Jefe suriano impusiera nuevas condiciones aceptables. Se le hizo ver lo difícil que era ya en esos momentos obtener el asentimiento del Caudillo agrarista para entrar en pláticas pacifistas, dada la forma en que había sido tratado en los momentos en que mayor era su confianza, el encono de la lucha, la firmeza en sus resoluciones y, sobre todo, que en vista de los acontecimientos anteriores y recientes, había perdido la fe en el señor Madero.

- Tiene razón el general -repuso don Gustavo honradamente-; pero es nuestro deber intentar otra vez una reconciliación. Vayan a hablar con él; que fije sus condiciones, y yo seré el mediador con Pancho; pero no vayan los tres, porque me parece que se quedan allá. Que salgan Martínez y Rodolfo -agregó- y usted -nos dijo- se queda aquí en México hasta que regresen.

El 26 se encaminaron a los campamentos surianos, Abraham Martínez y Rodolfo Magaña.

Pero mientras don Gustavo hacía estas plausibles gestiones, el señor Madero declaró imprudentemente a la prensa:

Zapata es un loco y el gobierno no entrará en tratos con él. Ahora, si Martínez logra un convenio, como satisfaga la opinión que quiere el castigo de Zapata, veremos lo que sea conveniente hacer.

Reforzó los conceptos anteriores el Secretario de Gobernación, don Abraham González, declarando públicamente:

Sólo los maussers pueden tratar con Zapata.

Con estas declaraciones oficiales salía sobrando entablar arreglos de paz, como sinceramente lo deseaba don Gustavo. Por eso Abraham Martínez dirigió al señor Madero la siguiente carta, resultado de su viaje al Sur:

Me es grato manifestar a usted que el resultado de mi entrevista con el señor general don Emiliano Zapata, ha sido la de ponerme a sus órdenes para apoyar y respaldar la causa que él persigue y que es el cumplimiento del Plan de San Luis Potosí, con las reformas y adiciones del Plan de Ayala.

El señor general Zapata me acepta y me llama a su lado para colaborar y ayudarlo en la empresa que él persigue, y yo con todo gusto vengo a su lado para participar con él la gloria o el sacrificio.


Viril actitud de los vecinos de Santa María

Santa María, pueblo del Estado de Morelos, no muy distante de su capital, fue tomada a sangre y fuego por los zapatistas el 28 de enero. La desalojaron el 29, no sin que antes los federales volaran de un certero cañonazo la cúpula del templo parroquial.

El 30 fue teatro de sangrientos encuentros entre los revolucionarios mandados por el general Genovevo de la O y fuerzas federales, pues los primeros ocuparon el pueblo tres veces consecutivas y otras tantas fueron desalojados.

Días más tarde, el 10 de febrero, se batieron entre llamas los rebeldes, pues los rurales que atacaban el poblado, lo incendiaron.

Hemos querido señalar este hecho, porque además de que tiene significación para los sublevados de la comarca y de que pone de relieve la ferocidad que iba tomando la lucha, demuestra la magnitud que estaban alcanzando los distintos grupos del agrarismo.


Fuerzas orozquistas secundan el movimiento del Sur

Pascual Orozco hijo, quien permanecía como Comandante de rurales, en carta que dirigió al señor Madero, solicitó se le concediera dejar el servicio activo para dedicarse a sus asuntos particulares.

El malestar general que existía y el descontento párticular de algunas fuerzas maderistas, determinaron que se tomara como un pretexto el retiro de Orozco y que la guarnición de Ciudad Juárez se sublevase, reconociendo e! movimiento agrario acaudillado por el general Zapata y proclamando Presidente de la República al señor licenciado Emilio Vázquez Gómez.

Dado que el Plan de Ayala nombrara jefe al general Pascual Orozco hijo; que el movimiento del Sur estaba tomando serias proporciones y que la guarnición de Ciudad Juárez se había sublevado con los motivos expuestos, fue natural que se atribuyera cierta intención a la carta de aquel revolucionario.

El 1° de febrero, los sublevados de Ciudad Juárez lanzaron una proclama firmada por el general Luis Fernández y el coronel Salazar, declarando Presidente Provisional al licenciado Vázquez Gómez. Al mismo tiempo, se constituyó una Junta Revolucionaria integrada por los señores general David de la Fuente, Policarpo Rueda, Ricardo Gómez Robelo y Francisco I. Guzmán.

El Gobierno declaró entonces tener frente a sí tres problemas: Zapata en Morelos, Salgado en Guerrero y el movimiento vazquista en el Norte.

Como era natural, la ciudad fronteriza y la capital del Estado quedaron incomunicadas, pues los rebeldes levantaron la vía. Pascual Orozco se encontraba en Cusihuiriáchic; allí tuvo conocimiento de la sublevacióñ, por lo que regresó a Chihuahua violentamente, habiendo manifestado que con sólo quinientos hombres saldría a batir a los alzados.


La situación en Chihuahua

La insurrección de Ciudad Juárez encontró eco en diversos lugares del Norte, incluso en la ciudad de Chihuahua, donde a las seis horas del día 2 de febrero, los soldados que estaban a las órdenes del cabo de rurales, Refugio Mendoza, se sublevaron y abrieron el fuego sobre la penitenciaría del Estado, habiendo logrado liberar al general Antonio Rojas.

Orozco reunió a los mejores tiradores con que contaba y colocándolos en las azoteas de los principales edificios, así como en las torres de la catedral, se dispuso a batir a los alzados.

De Torreón y Durango salieron quinientos rurales para ponerse a las órdenes del citado guerrillero.

Pero lo grave de la situación hizo que saliera violentamente de la ciudad de México hacia Chihuahua el Secretario de Gobernación, don Abraham González, quien era Gobernador Constitucional de esa Entidad. Porque gozaba de generales simpatías y porque fue electo por la totalidad de su coterráneos, en una función democrática absolutamente libre, abrigó las esperanzas de que la calma renacería al hacerse nuevamente cargo del gobierno local.

Don Abraham González fue detenido en Ciudad Camargo (Santa Rosalía), donde los numerosos desafectos al Gobierno lo hicieron objeto de sangrientas burlas que tuvo necesidad de soportar mientras se le presentaba la oportunidad de salir, cosa que logró en un armón.

El jefe de los sublevados de Ciudad Juárez, coronel Estrada, recibió el día 3 del mismo febrero el telegrama siguiente, fechado en Chihuahua y suscrito por Pascual Orozco hijo:

Ha llegado la hora de que todos los verdaderos patriotas deban procurar el restablecimiento del orden. Hoy salgo en un tren especial llevando únicamente a mis oficiales con el objeto de arreglar los asuntos. Muestre usted este telegrama a sus hombres a fin de que estén al tanto de mi viaje con la esperanza le que mis antiguos camaradas escuchen los consejos de su jefe.

Consiguió Pascual Orozco que depusieran su actitud los sublevados de Juárez; pero el general Antonio Rojas tomó, con los hómbres que lo seguían, el mineral de Santa Eulalia, muy cercano a la capital chihuahuense.

Mientras tanto, el profesor Braulio Hernández, quien había desempeñado el puesto de Secretario de Gobierno durante el interinato de don Abraham González y que continuó desempeñándolo cuando este señor fue declarado Gobernador Constitucional, presentó su renuncia, declarando abiertamente que se lanzaba a la Revolución y no la abandonaría hasta que se cumpliera con los postulados del Plan de San Luis. Dijo que si tomaba las armas, era para derrocar al imperio de la injusticia, la mentira y la farsa.

En Casas Grandes se sublevó también la guarnición, declarándose en favor del licenciado Vázquez Gómez.

De Parras de la Fuente, Coahuila, tuvo que salir con precipitación una parte de la familia Madero hacia Saltillo, pues dicha población estaba amenazada por fuertes partidas de obreros que, secundando los principios del géneral Zapata, proclamaron a la vez como Presidente Provisional de la República al señor licenciado Vázquez Gómez.

Ojinaga y Coyame cayeron en poder de los revolucionarios norteños, cuyo movimiento iba extendiéndose. Emilio Salgado se sublevó el día 11 de febrero, con sus hombres, en Meoqui. Viesca y Parras, de la Fuente, Coahuila, cayeron; Concepción del Oro y Mazapil, del Estado de Zacatecas, fueron tomados el día 13.

Para calmar los ánimos tan caldeados en el Norte, fue ofrecido a Pascual Orozco hijo, el puesto de Gobernador de Chihuahua; pero lo rehusó prefiriendo que se le nombrase Jefe de las Armas.

Ese guerrillero fue proclamado en Casas Grandes, el día 19, general en jefe de los sublevados.

Hemos dado a conocer la repercusión que tuvo el Plan de Ayala en el Norte, y por ello se verá la oportunidad que tuvo el general Pascual Orozco hijo, para acaudillar un movimiento nacional, como hubiera sido la sublevación en Chihuahua, unificada en ideales con el movimiento social del Sur, que lo había reconocido como jefe.

La absoluta falta de visión de ese guerrillero, hizo que la rebelión norteña se desviara hacia el plano político.


La situación en el Sur

Veamos ahora lo que acontecía en el Sur. El general Zapata no se daba punto de reposo para combatir en la zona, cada vez más extensa, de su acción. El movimiento se había extendido al Estado de Hidalgo, pues el día 2 de febrero aparecieron rebeldes agraristas en Atotonilco y Real del Monte.

El día anterior, cuatrocientos zapatistas tomaron el pueblo de Tonatico, del Estado de México, mientras que otra partida no menos numerosa, tras de sostener un encuentro en el cerro de La Trinchera, marchó al ataque de Tepoztlán, del Estado de Morelos. Cuernavaca atravesaba por una crítica situación, pues el mismo día 2 los surianos le intimaron rendición. Alpuyeca y Mazatepec habían caído en su poder.

Los zapatistas permanecían tan cerca de la capital morelense, que dos días más tarde se les podía ver con gemelos ya efectuando maniobras, ya rayando sus caballos. Cadáveres de los revolucionarios que habían sucumbido en los combates de los días anteriores, se confundían con los de los federales y, cosa extraña en ese clima, una fuerte nevada cubrió los inanimados cuerpos con un piadoso y blanco sudario ...

En Tianguizolco y Apetlanca, Gro., los federales al mando de Blanquet y los rurales de Rómulo Figueroa, no pudieron desalojar a las fuerzas del general Salgado que se encontraban posesionadas de esas poblaciones.

El día 10 la estación de Esperanza, sobre la línea del Ferrocarril Mexicano, fue tomada por individuos que vitorearon al general Zapata.

Iguala, Gro., estaba amagada, con la amenaza de ser tomada a sangre y fuego; Tixtla, del mismo Estado, fue atacada el 11.

Los revolucionarios de La Cañada, al mando de Oceguera, amagaron simultáneamente Cuicatlán y Teotitlán del Camino, del Estado de Oaxaca.

El día 17 del reptido febrero, mientras algunas fuerzas del general Jesús H. Salgado se posesionaron de Xochihuehuetlán y pidieron la rendición de Huamuxtitlán, Gro., ese revolucionario se internó al Estado de Morelos para conferenciar y unirse al general Zapata, a quien reconocía como Caudillo del movimiento agrarista.

Fuera de la extensa zona revolucionaria suriana, pero en íntima relación con su movimiento, había sucedido lo siguiente:

El día 13, Encarnación Núñez, con sesenta hombres, se declaró en Durango partidario del movimiento del Sur. Boca de Avino fue atacada por un grupo de rebeldes agraristas, en cuyo poder se encontraban Cuencamé, Nazas y Rodeo, del propio Estado.

El día 14, en Ayozú, del Estado de Oaxaca, se levantaron en armas doscientos indígenas pidiendo el reparto de tierras.

El 16, se efectuó en Cuencamé, Dgo., una importante junta entre los jefes agraristas Calixto Contreras y Castellanos, habiéndose tratado sobre la repartición de las tierras pertenecientes a las haciendas de Alamo y Santa Catarina.

Un serio movimiento estalló en el Estado de Michoacán, encabezado por el general Marcos V. Méndez, quien en Peribán de Ramos expidió un Plan donde consignaba, entre otros postulados, que serían exigidas responsabilidades a los funcionarios públicos; que se prohibiría a los ministros de cualquier culto inmiscuirse en asuntos del Estado y que se exigiría el cumplimiento de las promesas agrarias de la Revolución.

Antes del levantamiento, cuando el general Méndez luchaba en pro de su candidatura como Gobernador del Estado, sostuvimos con él varias entrevistas, habiéndosenos recomendado comunicar al general Zapata que si triunfaba, implantaría su gobierno los postulados agrarios en Michoacán; pero que si no alcanzaba el triunfo porque se burlase el voto público, se sublevaría tomando como bandera el Plan de Ayala.

El peligro que este revolucionario constituía para el Gobierno, hizo que se le persiguiera tenazmente. Las fuerzas gobiernistas le dieron muerte el día 15; en el rancho de El Pino, del distrito de Apatzingán, Mich., junto con cuatro de sus adictos, haciendo prisionero al doctor Régules.

Es evidente que las acciones bélicas apuntadas no fueron las únicas que por aquellos días se registraron, pues hemos dicho que se combatía a diario y, además, como se ha visto, la zona rebelde iba extendiéndose con rapidez.

Nuestro propósito ha sido dar una idea general de la situación que prevalecía en el Sur, inmediatamente después de la proclamación del Plan de Ayala. Como no podríamos seguir señalando hechos de armas, porque además de que sería cansado para el lector, no cuadra con el objeto de esta obra, en adelante nos concretaremos a referir algunas acciones de más importancia ya por el giro que imprimieron al movimiento, ya porque estuvieron íntimamente ligadas con el desarrollo que fue alcanzando la rebelión suriana.


PRINCIPIA LA ERA DE TERROR EN MORELOS


Sensatas opiniones

Un viejo luchador liberal, el ingeniero don Camilo Arriaga, expuso en aquellos días su opinión de que la prensa alarmista era la culpable de aquella situación, ya que lo único que se podía considerar en serio era el problema zapatista; pero que lograría dominarse accediendo a lo que tuvieran de justo las peticiones del Caudillo suriano.

Un consciente oficial del Ejército Federal, quien había llegado a la capital de la República procedente de Morelos, declaró que las promesas a los campesinos, hechas por el general Zapata, eran de lo más halagadoras, pues atraídos por ellas estaban dispuestos a todo; que aun cuando el Gobierno había llevado a cabo una seria reconcentración de fuerzas rurales y de línea, podía asegurar que el número de hombres que combatían el zapatismo era tan insignificante, que jamás podrían extinguirlo.

El ingeniero don Alfredo Robles Domíguez, quien había hecho algunos cargos al señor Madero y a su Gobierno, obtuvo que el Presidente hablara el día 12 de febrero. Dijo en sus declaraciones:

Ya he expresado mi opinión sobre las declaraciones del ingeniero Robles Domínguez ... habiendo dejado únicamente sin tocar un punto en el que él hace hincapié y es el referente a que no he seguido sus consejos. Desde luego notará usted que uno de los consejos que él me daba, era que desbandara al Ejército Federal haciendo que los soldados disciplinados fuesen a las órdenes de jefes insurgentes que no conocen la disciplina ni las voces de mando, lo cual era simple y sencillamente deshacernos del Ejército Federal que ha prestado tan útiles servicios al gobierno y no podíamos reorganizarlo, como él indicaba, con' soldados revolucionarios, porque éstos no aceptan someterse a la disciplina. A consejos de esta naturaleza no puedo dar oídos.

Un pequeño comentario: los hechos posteriores, vinieron a demostrar que el señor ingeniero Robles Domínguez tenía sencillamente razón.


Francisco Naranjo, Gobernador de Morelos

Los latifundistas morelenses, que no desperdiciaban oportunidad para atraerse a las autoridades y obtener el exterminio de la Revolución, ofrecieron en Cuernavaca un opíparo banquete al coronel Francisco Naranjo, quien había sido designado como Gobernador del Estado el 20 del mes anterior.

La separación del general Ambrosio Figueroa se debió a su fracaso gubernativo, pues lejos de apaciguar la contienda, los ánimos se exasperaron por su falta de tino político, por su absoluto desconocimiento de las necesidades del pueblo morelense, por no haber tenido suficiente atingencia para rodearse de hombres idóneos y llevar, en cambio; a los principales puestos, a muchos de sus coterráneos que no se identificaron con el medio.

Es de hacerse constar que en cuanto al manejo de fondos, hubo en la corta administración del general Figueroa una honradez acrisolada.

Juvencio Robles, Jefe de las Armas

Por instrucciones del Presidente Madero y para desarrollar una campaña enérgica en el Estado de Morelos, la Secretaría de Guerra, a fines del mes de enero, nombró Jefe de las Armas al general Juvencio Robles, a quien se dieron amplias instrucciones para actuar en contra del general Zapata y de sus huestes.

El día 9 de febrero Juvencio Robles salió de la ciudad de Puebla, en la que había permanecido, y con ochocientos hombres del 11° batallón y del 11° regimiento, marchó a Cuautla para dar principio a su campaña de exterminio.

El día 14 principió en Morelos la era de terror, con el fusilamiento, en Yautepec, de catorce vecinos pacíficos a quienes se atribuyó estar en connivencia con los rebeldes.

Hablar en Morelos de Juvencio Robles es despertar en la mente de los surianos el recuerdo de sufrimientos sin cuento, de atrocidades inauditas, de horrendos crímenes cometidos impunemente por la fuerza brutal de una soldadesca salvaje, apoyada por el alma negra de un jefe sin conciencia.

Durante los seis meses que Robles tuvo el mando militar en el desventurado Estado suriano, arrasó pueblos, destruyó plantíos, paralizó el movimiento de trenes, y dictó cuantas medidas le parecieron extremas; pero no obtuvo éxito en las operaciones militares, ni exterminó la rebelión.

El procedimiento de que más usó fue el incendio. Los soldados, en muchas ocasiones, entraron al combate provistos de cerillos y de una botella de aguarrás o de petróleo.

Inmediatamente después de los asesinatos de Yautepec, siguió el incendio de Nexpa. Setenta casas fueron totalmente arrasadas, desapareciendo en esa forma el pequeño poblado. Todas las mujeres que allí se encontraban, con niños de corta edad, y algunos de pecho, fueron obligados a emprender la caminata hasta Jojutla, en donde se hizo la reconcentración de los diferentes pueblos inmediatos, cuyas casas, como en Nexpa, fueron pasto de las llamas.

Los cuadros que se desarrollaron no pueden describirse. Aquellos humildes habitantes; arrancados de sus hogares y sin elementos para subsistir, pasaron las más crueles penalidades en el lugar de su forzada residencia.

En el curso de este relato iremos señalando los principales hechos de Juvencio Robles, quien, seis meses después, fue retirado del mando, dejando sólo un imborrable recuerdo envuelto en el odio de todos los surianos.


Protesta por el asesinato de Carrasco Núñez

Sígnificativa fue la visita que hicieron algunos guerrerenses al Presidente de la República, para protestar por el fusilamiento del vigoroso intelectual Salustio Carrasco Núñez, efectuado por fuerzas de Figueroa el día 14 de febrero, en Iguala.

La ley del terror ... -dijeron al señor Madero, entre otras cosas- no contribuirá a las paz. Le expusieron, a la vez, que el levantamiento de aquel Estado se debía a los errores cometidos por el citado Figueroa.


Vázquez Gómez pide a Madero que renuncie

El día 21 dirigió el señor licenciado Vázquez Gómez al Presidente Madero, desde San Antonio, Texas, el telegrama que sigue:

Cuando usted tomó la Presidencia, solamente parte del Estado de Morelos se encontraba en revolución. Hoy, a consecuencia de los actos del gobierno, ese movimiento se ha extendido espontáneamente a la mayor parte del país y seguirá extendiéndose y ésta es la verdad.

En la conciencia de los ciudadanos mexicanos, de los extranjeros y de usted mismo, y por razones que usted no discutirá, estas consideraciones hacen imposible que vuelva la paz.

En caso de que usted siga resistiendo a los numerosos movimientos revolucionarios con la fuerza del Ejército, el resultado no será la paz, ya imposible de obtener; su resistencia obligará a todos los mexicanos a seguir matándose los unos a los otros sin más resultado para usted que el de asumir la gran responsabilidad de causar el derramamiento de sangre mexicana.

Para obviar tan graves peligros y males, que son las únicas causas que pueden engendrar semejante estado de cosas, creo de mi deber apelar a su patriotismo invitándolo, como lo hago, a nombre del país, a devolver a la Revolución el poder que le ha confiado y cuya devolución hoy pido a usted, según el Plan de Tacubaya en el nombre y para cumplir el Plan de San Luis Potosí. Entonces ya no habrá más matanzas de nuestros hermanos y el movimiento armado revolucionario cesará en seguida y la paz volverá a nuestro país, con la tranquilidad y la confianza para todas las conciencias, lo que urge obtener y asegurar.

Dado su patriotismo, haga que venga esta bendición al país. De usted solamente depende.


Contestación del señor Madero

Fechada el 24 de febrero, el señor Presidente dirigió al señor licenciado Vázquez Gómez, la siguiente respuesta:

Contesto su mensaje en el que me propone renuncie el puesto de Presidente Constitucional de la República. Si ocupo este puesto, es por la voluntad libremente emitida de la mayoría de los ciudadanos mexicanos. Usted en aquella ocasión fue uno de mis opositores, y sólo obtuvo una minoría tan insignificante que debería hacerle comprender que el pueblo mexicano no tenía ninguna predilección por usted, y que desaprobaba la funesta gestión que realizó a su paso por la Secretaría de Gobernación. Usted en ese puesto abusó de la confianza que como Jefe de la Revolución deposité en usted.

Ahora para satisfacer sus ambiciones personales preparando con esa conducta antipatriótica la actual agitación, que afortunadamente no reviste la gravedad que usted desea, ni merece el apoyo de la mayoría de los ciudadanos, no seré yo quien abandone el puesto que me ha confiado el pueblo, por temor a las dificultades que usted me ha creado. Precisamente mi deber es salvar a la República de todos los peligros que puedan amagarla. Ninguna revolución triunfa cuando no cuenta con la opinión nacional y cuando su jefe, en lugar de exponer su vida en las contiendas de la guerra, permanece oculto al abrigo de todo riesgo y bajo la protección de una bandera extranjera.


Un deseo que no encuentra eco

El general Francisco Leyva, ex Gobernador de Morelos y quien cónocía las reclamaciones de los pueblos por las tierras que les habían sido arrebatadas, principalmente en los casos de Santa María y Temixco, deseába mediar en la contienda, aunque buscando la desaparición del movimiento agrarista. El día 25 declaró que pondría todo cuanto estuviera de su parte y propuso que de acuerdo con el Gobernador Naranjo y los representantes de los hacendados, se hiciera una minuciosa revisión de los títulos de propiedad, para iniciar un juicio en contra de los usurpadores.

No obstante la buena voluntad con que fue expresado lo anterior y la que se puso para llevar a cabo la idea, todas las gestiones fracasaron.


EL ALBUR DE LA MUERTE

Felipe Neri y Amador Salazar fueron dos representativos de ese grupo de campesinos que en 1911 se rebelaron con las armas en la mano contra el cacicazgo morelense que enriqueció a los favoritos del Gobierno de Díaz.

Fueron dos fieros luchadores: cara adusta, frase entrecortada, ademán nervioso, serenidad ante el peligro; todas las características del guerrillero legendario que en nuestro país ha dado pródigo su contingente de sangre y de vida a nuestra emancipación política y social, reunían en sus personas los dos generales zapatistas.

La tarde del 14 de marzo de 1912 descansaban de las fatigas de la ruda lid, en su campamento frente a Yautepec; y después de consumir con apetito que envidiarían los golosos citadinos un rico mole poblano con su abundante ración de tortillas calientes, diéronse a jugar al conquián, sencillo y pintoresco, de diez para hacer once.

A poco la partida volvióse interesante; los billetes del Banco de Morelos y las relucientes monedas de plata cambiaban de poseedor alternativamente: no pocas veces de las manos de Salazar, una tercia de reyes hacíalas volver, por duplicado, a las de Neri, hasta que al fin éste, buscando sensaciones nuevas, propuso a Amador un albur con apuesta tentadora para sus vanidades de hombre y sus valimientos de general.

- ¡Vamor a jugar algo por la causa! -propuso muy serio Felipe Neri-. El que pierda, tendrá que ir a matar a uno de los enemigos de la Revolución, de esos que tanto hablan en Yautepec.

Aceptó Salazar, solemne, la singular proposición; no podía ser menos que su retador.

Y de las cartas, no muy limpias por un largo manejo, surgieron un caballo y una sota.

Al caballo apostó Amador; debería darle el triunfo, sacarlo avante de su arriesgada empresa, cómo su retinto cuatroalbo en los combates, o lo conduciría hacia la muerte, que en un corrido de música suriana cantaría Marcianito Silva, el famoso trovador de Cuautla.

Meditaron. Cerca del campamento, Yautepec ofrecía una confusión de enemigos del zapatismo que se antojaban tentáculos de la dictadura y del cacicazgo; el presidente municipal, los concejales, los ricos hacendados, los incondicionales de unos y otros, el jefe de voluntarios, etcétera; y el de este último cuerpo integrado por rurales, hombres precisamente surgidos del movimiento revolucionario, era Román Castro, morelense como ellos, quien había pertenecido en 1911 a la escolta de Zapata y por interés al sueldo que pagaba el Gobierno de Madero y por la ambición de mando, pues también desempeñaba el cargo de Presidente Municipal, habíase convertido en constante y peligroso perseguidor de los zapatistas.

Sobre Roman Castro recayó la terrible apuesta.

- ¡A ver quién va a matarlo! -se dijeron los dos guerrilleros y empezaron a correr la baraja: as de bastos, siete de espadas ... cuatro de copas ... ¡sota de oros!

Había perdido Salazar.

Aquel anochecer, Román Castro, jefe militar y civil, casi omnipotente, mataba el tiempo en la casa de una de sus amantes de Yautepec.

Beodo a medias, sentíase orgulloso de su situación, pues el Presidente Madero había puesto en sus manos el poder de las armas, hecho que le permitía mirar por encima del hombro a sus coterráneos. Mareado por su posición, que él creía muy alta, y por los vapores del alcohol, dió rienda a su imaginación en la que se mezclaron la venganza ruin con la justicia: Fulano de Tal me la pagará, Mengano ajustará cuentas conmigo ...

Y pensaba en que los levantados, inclusive y principalmente Zapata, habrían de caer en sus manos, cuando una voz sonora y áspera lo volvió al mundo real, teatro de sus hazañas de tránsfuga.

- ¡Aquí está Amador Salazar; a ver si de veras eres hombre!

Ni una voz más. En la obscuridad de aquella noche, sólo se oyeron las detonaciones precipitadas de las pistolas de los dos enemigos y, por las escuetas calles de Yautepec, la carrera vertiginosa del caballo que huía.

Sobre el empedrado del arroyo, Román Castro agonizaba.

¡Salazar había pagado su apuesta al albur de la muerte! (Esta información también se encuentra en los Cartones zapatistas del coronel Carlos Reyes Avilés. Precisión del General Gildardo Magaña).

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo V - El Plan de AyalaTOMO II - Capítulo VII - Sublevación de Pascual Orozco en ChihuahuaBiblioteca Virtual Antorcha