Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo XIV (Primera parte) - La caida del gobierno maderistaPROEMIO AL TOMO IIIBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña

TOMO II

CAPÍTULO XIV

Segunda parte

LA CAÍDA DEL GOBIERNO MADERISTA


La narración del doctor Marquez Sterling

Prolijos hemos sido al ocuparnos de los sucesos que culminaron con la caída del señor Madero. Parece que somos inconsecuentes con los juicios que de él hemos formádo y hasta podrá llegarse a creer que olvidamos que el Plan de Ayala lo desconoció como Presidente de la República.

Es que los acontecimientos que estamos relatando tienen una importancia muy alta para el ideal revolucionario, pues el desenlace brutal de la decena trágica enmarcó violentamente ese ideal y dispuso las voluntades para defenderlo con codo vigor. No era la caída del Presidente, como hecho escueto, lo que buscaban los revolucionarios surianos, sino la implantación de una reforma social; por eso la exaltación de Huerta no los satisfizo, y los procedimientos los llenaron de horror.

El señor Madero, con sus equivocaciones y debilidades muy lamentables, tenía sin embargo un origen revolucionario y cuando por ese origen se apeló a la traición para derrocarlo y al asesinato para eliminarlo, todos los revolucionarios sintieron que se había asestado una puñalada a la Revolución. He aquí por qué hemos dedicado a este asunto una especial atención.

Vivo es el relato del doctor Manuel Márquez Steding, sobre los acontecimientos de que fue actor y testigo en esos días de furia reaccionaria. Vamos a reproducir gran parte de ese relato que con el título de Mi gestión diplomática en México ha hecho quien fue Ministro de Cuba en el país:


El país en las garras del lobo

El llamado Pacto de la Ciudadela no fue librado, como se ha dicho, en el edificio del Ministerio de Gobernación, en la avenida Bucareli, sino en la Embajada Americana.

Representaba yo en México, el 9 de febrero de 1913, a mi patria, enaltecido por las funciones de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República de Cuba. La revolución encabezada por los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz estalló al mes cabal de haber presentado a don Francisco I. Madero, en cordialísima ceremonia, las cartas credenciales de estilo; y conviene advertir que antes de aquella fecha jamás había tenido relación alguna, oficial ni particular, con el Apóstol de la Democracia mexicana, pocos días después de conocerle y muchos, muchísimos después de admirarle, sacrificado a las cóleras de la vieja y extinguida Dictadura dispuesta a retoñar en frenética tiranía. Todo cuanto paso a referir es rigurosamente cierto, copia fiel de impresiones y recuerdos imborrables. Sólo callo, retoco, tacho y guardo en la mente, aquello que, a juicio del diplomático, por prudencia o por no encender pasiones o por no comprometer a los actores, deba ignorar, al menos por ahora, el historiador de estos fragmentos.

Las revoluciones que no persiguen otra cosa que quitar y poner gobiernos, embrutecen a los pueblos y los conducen a la ruina moral y material. La revolución encabezada por el general Félix Díaz, nadie sabe que respondiera a mejor programa ni a mejores fines. En buena lógica, desde el punto de vista de los principios, no corresponde llamarle revolución. Y como no era una revolución, jamás estuvo ni pudo estar cerca de la victoria. Encerrado en la Ciudadela y bombardeando la ciudad, Félix Díaz estaba condenado a perder. Cuestión de tiempo o de habilidad militar. Por el hambre o por la fuerza, sería al fin cazado ,en su propia ratonera. Cuando su hazaña tocaba al desenlace, apareció el lobo, que se hizó, con astucia, dueño y señor del bosque: Félix Díaz pudo escapar de la ratonera. Pero el país quedó entre las garras del lobo.


Huerta traiciona al Gobierno

Nunca olvidaré mis impresiones de aquellos tristes días, de aquellas horas dramáticas. Toda la esperanza del Gobierno se cifraba en los arrestos del general Blanquet, en la táctica del coronel Rubio Navarrete, en los cañones del Brigadier Angeles. Y la mañana del crimen el Ministro de Relaciones Exteriores, ignorante del horrible delito fraguado, me aseguró que la embestida a la ciudadela sería definitiva para la tarde. Y por la tarde, precisamente, me avisaron que la embestida de Blanquet no había sido contra Félix Díaz sino contra Madero. ¡Estupor me causó la noticia! ¡Cómo! ¿Blanquet? ¡Oh, no es posible! ¡Si Blanquet es el brazo de hierro del Gobierno, la mano inexorable que dará el último golpe a la montonera, como dicen en la Argentina! Minutos después el Embajador de los Estados Unidos citaba a reunión al Cuerpo Diplomático.

Y el Embajador, con su carácter de respetable y dignísimo decano, solicita que le pongan atención. Es de los que hablan lo que deben callar y callan lo que deben hablar. Es el hombre más indiscreto concebible. Más indiscreto de tarde que de mañana. Y más todavía de noche que de tarde. El general Huerta le ha comunicado en una breve nota lo que sigue:

1° Que tiene preso por patriotismo, al Presidente de la República y a sus Ministros;
2° Que le ruega lo participe así al Cuerpo Diplomático;
3° Que también le ruega que lo haga saber a Mr. Taft, y,
4° Que si ello no es abuso, informe de la aventura a los rebeldes.

Un Ministro: - ¿A qué rebeldes? El es un rebelde ...

Otro Ministro: - ¿Quiénes son ahora los rebeldes?

El Embajador: - Esta es la salvación de México. En lo adelante habrá paz, progreso y riqueza. La dimisión de Madero la sabía yo desde hace tres días. Debió ocurrir hoy de madrugada.

No cabía de gozo y se le escapaban las confidencias. Presentó la lista de los afortunados que integrarían el Gobierno del general Huerta. Y no se equivocó en un solo nombre. Sin embargo, Huerta no era todavía Presidente Provisional.

Un Ministro: - ¿Ya usted avisó a Félix Díaz?

El Embajador: - ¡Mucho antes de que Huerta me lo pidiese!

Concluyó la sesión y me retiré después de haber militado entre los diplomádcos del silencio. A las diez de la noche, la suerte me llevó de nuevo a la Embajada. El portero, ebrio, me condujo a un corredor interior, donde otros Ministros conversaban.

- ¿Viene usted en busca de noticias? -me preguntó uno.

- ¿Y usted?

- Pues ... vengo también a eso.

Del fondo del corredor surgió Rodolfo Reyes. El traje demostraba su procedencia. En vez de cuello una mascada envolvía su garganta. Y se acercó a estrechar nuestra mano amiga.

- Quise ir en busca de asilo a la Legación de usted, me dijo, y no pude. Luego, el día del armisticio me fue más fácil reunirme con Félix Díaz en la Ciudadela.

Señalando una puerta cerrada, allá al principio del corredor, añadió: Allí estamos, y dirigiénose hacia ella desapareció como los actores entre las bambalinas de los teatros. Transcurridos algunos instantes el Embajador vino a saludarnos.

- Queridos Ministros -exc!amó-, ya todo está arreglado. Ahora pasarán ustedes allá dentro ...

Un Ministro: - ¿Y qué suerte correrá el pobre Madero?

El Embajador: - Oh, al señor Madero le llevarán a un manicomio, que es donde siempre debieron tenerle.

Creí que se trataba de una broma. Después, el Embajador abogó por ese fallo sin nombre y sin precedente.


El pacto de la Embajada

Al fin nos invitaron a pasar al salón donde había entrado, poco antes, Rodolfo Reyes. Y se abrió la puerta que era como una trampa encantada. Al volver la vista, mis ojos encontraron a Félix Díaz. Estaba de pie en el ángulo izquierdo de la pequeña sala donde celebraba sus reuniones y consejos el tremendo Embajador.

- ¿Ese es el general Díaz? - me preguntó un colega.

- No lo conozco -respondí-, pero, desde luego, es él, porque tiene rasgos fisonómicos de su tío don Porfirio.

Su aspecto era el de un hombre atribulado por las preocupaciones y por el cansancio de la brega. Vestía de paisano. Le rodeaban algunas personas a quienes tampoco los Ministros conocíamos. Entramos. Y el Embajador nos presentó amablemente:

- Los Ministros de Chile, Brasil y Cuba -dijo mientras avanzábamos-. El general Díaz, el general Victoriano Huerta ... - añadió.

El general Díaz nos dió la mano con frialdad. Su mirada triste, aunque hiciera por levantarla, se le caía sobre la alfombra. Revelaba ansiedad íntima, desconfianza, incertidumbre, presentimiento. A su derecha Huerta, en traje de campaña, asumía la actitUd del fuerte y su chaquetón militar ocupaba ancho espacio. Oprimió la mano de cada Ministro y a través de sus antiparras azules, pudimos ver las llamaradas de sus ojos.

Formamos en torno de la mesa de centro, donde Rodolfo Reyes comenzó a leer el acta de lo allí convenido. Al llegar al artículo en que se mencionan los nombres del nuevo Gabinete dijo Reservado, y lo pasó por alto.

- Reservado ... y lo sabíamos nosotros antes que él - me dijo al oído un Ministro.

Concluída la lectura, desfilaron los héroes. Huerta rompió la marcha y se despidió, uno por uno, de los presentes. Al llegar a Félix Díaz se detuvo. Ambos se miraron fijamente. Se hubieran devorado; y se abrazaron. Y todos, menos los Ministros, aplaudieron. El Embajador exclamó: - Muy bien, muy bien ...


Temores de que sean fusilados

La noche del 18 de febrero fue noche muy triste para quienes, amando prolundamente a la Patria mexicana, comprendieron que era presa del furor de la ambición. Y a las diez de la mañana del 19 salí de la casa para observar el aspecto de la ciudad, el ánimo del pueblo y el cariz que presentaba la dolorosa situación. Al cabo de algunas vueltas del Zócalo a la Alameda, donde parecía acongojado el rostro de la estatua de Benito Juárez, detuve el coche en un establecimiento de tabacos, y saltando del estribo a la ancha puerta, me dirigí al mostrador de cristales. A un lado hablaban en tono grave unas cuantas personas, y al otro un señor de mi amistad, escuchaba con gesto solemne. De pronto el que llevaba la voz cantante me dice:

- Señor Minisfro: ¿ya sabe usted lo que pasa?

Reconocí en seguida al súbdito alemán que, a guisa de mensajero de Félix Díaz, llevó al Cuerpo. Diplomático ciertas proposiciones que no fueron oídas. Continuó:

- Ayer fusilaron a Ojo Parado y hoy fusilarán también al Presidente ...

Aquellas palabras pronunciadas con cierto cinismo me produjeron una sensación helada que recorrió toda mi piel ... Al salir, el amigo silencioso me detuvo con esta queja:

- ¡Oh! señor Ministro, fusilarán a don Pancho, son capaces de todo.

- No haga usted caso -le contesté-; lo que ese hombre dice es inverosímil ...

- Aquí, desgraciadamente, lo inverosímil sería lo contrario, Ministro. Me consta que a don Gustavo lo asesinaron ayer, sometiéndolo antes a horrible tormento ... y si ustedes los diplomáticos no lo impiden, correrá la misma suerte el Presidente ...

Fuí a responderle, pero se ahogaron las palabras en mi garganta ...

- No hay tiempo que perder, Ministro, tome usted la iniciativa.

Y después de meditarlo un instante respondí:

- Esa iniciativa corresponde al Embajador, que es hoy la más poderosa influencia.

- Tómela usted, Ministro, sólo usted ... -afirmó mi amigo, y con un apretón de manos, más afectuoso que nunca, nos despedimos.

¡Costaba trabajo convencerse de que no era aquello la ficción de una pesadilla!

Y subiendo al carruaje ordené al cochero que me llevara a mi Legación. Frente al monumento de Juárez, de regreso, más contristado que de ida, tropecé con el Ministro Z, que me detuvo ...

- Sí ... lo que sabe todo el mundo. Que han matado a Gustavo Madero y que ... probablemente matarán también a su hermano ...

- ¡Eso sería espantoso! -respondí-. ¿No cree usted que podríamos proteger la vida del Presidente?

- Los intereses del partido harán necesaria su muerte ... Pero los intereses de la humanidad son más elevados, y exigen que su vida sea respetada ...

- Si el Embajador quisiera ...

- ¡Querrá!

- ¡O no querrá!


El Ministro inicia sus gestiones

Al llegar a mi residencia, profunda agitación me impulsaba. Aquellas palabras: No hay tiempo que perder, vibraban en mi mente; y juzgué abominable cobardía cruzarme de brazos ante la presa desgarrada. Hice entonces lo más cuerdo, lo más sensato: comunicar al Embajador mis informes, invitarlo a que fuera suya la iniciativa, si mía, débil e ineficaz; brindarle el crucero Cuba surto en el puerto de Veracruz, para el caso, a mi entender probable, de que se acordara, con los jefes del golpe de Estado, expatriar al señor Madero. Y escribí en un segundo esta nota privada que, momentos después, recibía Mr. Wilson:

Legación de Cuba.
México, febrero 19 de 1913.

Señor Embajador:

Circulan rumores alarmantes respecto al peligro que corre la vida del señor Franciséo I. Madero, Presidente de la República Mexicana, derrocado por la revolución y prisionero del señor general Huerta.

Inspirado por un sentimiento de humanidad, me permito sugerir a Vuestra Excelencia la idea de que el Cuerpo Diplomático, de que Vuestra Excelencia es dignísimo Decano, tomara la honrosa iniciativa de solicitar de los jefes de la revolución medidas rápidas y eficaces, tendientes a evitar el sacrificio inútil de la existencia del señor Madero.

Me permito rogar a Vuestra Excelencia que disponga del crucero Cuba, anclado en el puerto de Veracruz, por si la mejor medida fuese sacar del país al señor Madero; y asimismo, que cuente con mis humildes servicios para todo lo relativo a dar asilo en dicho crucero al infortunado Presidente preso.

Seguro de que participará Vuestra Excelencia del mismo anhelo que yo, propio de hombres nacidos en el suelo de América, reitero a Vuestra Excelencia mi más alta consideración.

Manuel Márquez Sterling.

A su Excelencia el señor Henry Lane Wilson, Embajador de los Estados Unidos de América, Decano del Honorable Cuerpo Diplomático, etcétera.


Claro que no aludí al señor Pino Suárez, porque lo hacía a salvo de todo riesgo.

En seguida me dirigí a la Legación Japonesa donde se hallaba refugiada la familia del Presidente cautivo. Al verme, el señor Madero, padre, salió a mi encuentro:

- ¡Qué le parece, Ministro! ... ¡Yo nunca tuve confianza en Huerta!

Advertí que ignoraba el asesinato de don Gustavo y expresé el sentimiento que me causaban sus tribulaciones. Y como al cabo de breves minutos se retiraran las demás visitas, el señor Madero me rogó, porque así lo querían él y su esposa, que presentara, a nombre de ellos, una petición al Cuerpo Diplomático ...

- El señor Hurigutchi acompañará a usted. Les quedaremos eternamente agradecidos.

Y el señor Madero me entregó un documento concebido así:

Al Honorable Cuerpo Diplomático residente en esta capital.

Señores Ministros:

Los que suscribimos, padres de los señores Francisco I. Madero, Presidente de la República Mexicana y Gustavo A. Madero, Diputado al Congreso de la Unión, venimos a suplicar a Vuestras Excelencias que interpongan sus buenos oficios ante los jefes del movimiento que los tiene presos, a fin de que les garanticen la vida; y asimismo, hacemos extensiva esta súplica en favor del Vicepresidente de la República, señor J. M. Pino Suárez, y demás compañeros.

Anticipando a Vuestras Excelencias nuestras más sinceras demostraciones de profundísimo reconocimiento y el de los demás allegados y parientes de los prisioneros, quedamos con la mayor consideración de Vuestras Excelencias, atentos y seguros servidores.

Francisco Madero.
Mercedes G. de Madero.
México, 19 de febrero de 1913.


Negativa del Embajador

En la Embajada estaban, con Mr. Wilson, el Ministró inglés, el de España y el Encargado de Negocios de Austria-Hungría, un joven de gran entendimiento. Al exponer al Embajador el asunto que llevábamos, no pudo reprimir una mueca de cólera. Tomó el pliego que le entregué y después de leerlo, contestó que se oponía a que el Cuerpo Diplomático acordara nada.

- ¡Eso es imposible! -me dijo en el mismo lugar donde la víspera se abrazaron Huerta y Félix Díaz. Y reflexionándolo mejor, o intentando recoger la mueca, añadió: - ¿Por qué ustedes no le piden directamente al general Huerta un trato benigno para los prisioneros? - Y volviéndose al de España: - Usted y el señor Ministro de Cuba podrían ir a Palacio y entrevistarse con el mismo Huerta, hablando en nombre de cada uno de los Ministros, pero no en nombre del Cuerpo Diplomático.

El señor Cólogan, excelente persona, y dispuesto siempre a secundar a su colega yanqui, accedió, y nos pusimos en camino.

Bajo la bandera cubana y en mi automóvil que volaba manejado por manos cubanas, fue cosa de un abrir y cerrar de ojos el vernos frente a Palacio, entre la turba de curiosos y los pelotones de soldados. Un oficial nos condujo al entresuelo y nos hizo pasar a la sala donde veríamos al general Blanquet, héroe de la jornada, que recibía, por coincidencia, al Ministro de Chile, señor Hevia Riquelme. Blanquet nos acogió. amablemente y el señor Cólogan hizo uso de la palabra, explicando el objeto de nuestra misión. El chileno sonreía y Blanquet, hombre de aspecto rudo, pero no desagradable, afectaba tranquilidad de espíritu y ... de conciencia.

¿Correr peligro la vida del señor Madero? ¡Qué absurdo! El Presidente en un principio se negó a renunciar, y esto complicaba el caso; pero cedió, al fin, a la razón.

El Ministro de Chile confirmó las palabras de Blanquet y quedamos enterados de que se habían seria y definitivamente estipulado estas bases:

Primera: Respetar el orden constitucional de los Estados debiengo permanecer en sus puestos los Gobernadores existentes.
Segunda: No se molestaría a los amigos del señor Madero por motivos políticos.
Tercera: El mismo señor Madero, junto con su hermano Gustavo, el licenciado Pino Suárez y el general Angeles, todos con sus respectivas familias serían conducidos esa misma noche, y en condiciones de completa seguridad, en un tren especial a Veracruz, para embarcarse en seguida al extranjero.
Cuarta: Los acompañarían, en su viaje al puerto, varios señores Ministros Extranjeros, quienes recibirían el pliego conteniendo la renuncia del Presidente y del Vicepresidente, a cambio de una carta en que el general Huerta aceptaba estas condiciones y ofrecía cumplidas.

- Los señores Madero y Pino Suárez firmaron ya la dimisión que fue entregada al Ministro de Relaciones Exteriores -dijo el señor Hevia-. Y aguardan por la carta del general Huerta. - Y mirando a Blanquet preguntó: - ¿Está hecha la carta? Blanquet con su habitual tranquilidad, pidió informes a un ayudante que nada sabía.

- Estarán escribiéridola en máquina - dijo Blanquet; y giró entonces la conversación sobre el buque mercante o de guerra en que los prisioneros embarcarían.

- El crucero Cuba es el más indicado -convinimos todos-. Y si ustedes no piensan otra cosa -añadió Blanquet-, sería bueno que conferenciasen con el general Huerta ...


Márquez Sterling y Madero

Introducidos cortésmente por uno de los oficiales del Estado Mayor, nos encontramos en el salón de acuerdos, en donde mismo fue depuesto el Gobierno del señor Madero. El oficial se perdió detrás de una cortina y se acercaron a saludarnos algunos personajes entre los cuales era uno Rodolfo Reyes.

_ ¿Firmó Madero la renuncia? -nos preguntaron. El chileno respondió afirmativamente y los personajes dieron rienda suelta a su alegría, mientras Rodolfo Reyes enseñaba los estragos de las balas en los adornos del salón. El oficial reapareció comunicándonos que el general Huerta dormía. Y resolvimos ir a la Intendencia de Palacio a ver a los vencidos. El mismo oficial nos condujo hasta la puerta. Pino Suárez escribía en el bufete, rodeado de soldados. En un cuarto contiguo varias personas, en estrado, acompañaban a Madero, que, al vernos, desde el fondo se adelantó hasta al centinela.

- Señores Ministros, pasen ustedes - exclamó bañado de júbilo el semblante. Y nos estrechó las manos con efusión. El de España ocupó su derecha y yo la derecha del señor Cólogan.

- Estoy muy agradecido a las gestiones de ustedes -señalándome añadió: - Y acepto. el ofrecimiento del crucero Cuba para embarcar. Es un país, la Gran Antilla, por el que tengo profunda simpatía. Entre un buque yanqui y uno cubano, me decido por el cubano.

De allí surgió el compromiso -para mí muy honroso- de llevar al señor Madero en automóvil a la estación del Ferrocarril, y de allí acompañarle a Veracruz.

Pregunté la hora de salida.

- A las diez -respondió el Presidente-; pero si le es posible venga usted a Palacio a las ocho. Podría ocurrir algún inconveniente y estando usted aquí sería fácil subsanarlo.

¿Qué duda cabía de que Madero y Pino Suárez no correrían la suerte que Gustavo?

Cumpliendo mi promesa, a las ocho entraba en el despacho de Blanquet.

- Usted puede entrar solo cuando guste -me dijo el general-. Además hay orden de permitir la entrada libre a cuantos deseen despedirse del señor Madero.

Sin embargo, juzgué prudente que me acompañara un oficial evitando así cualquiera pérfida interpretación. Blanquet me proporcionó un oficial amable y simpático. Era cubano. Su apellido: Piñeyro. Su grado: capitán. Pronto lo ascenderían a comandante.

- Es usted hombre de palabra -exclamó Madero al recibirme- y Ministro que honra a su nación.

El ambiente era franco. Nada hacía presentir la catástrofe. Echado en su sillón, el general Angeles, que no quiso incorporarse al golpe de Huerta, y le tenían por su lealtad encerrado, sonreía con tristeza. Es hombre de porte distinguido; alto, delgado, sereno: ojos grandes, expresivos; fisonomía inteligente y finas maneras. Acababa de cambiarse la ropa de campaña por el traje de paisano. Era el único de todos los presentes que no formaba castillos de naipes, en la esperanza ilusoria del viaje a Cuba. Una hora después nos declaraba en lenguaje militar la sospecha de un horrible desenlace.

- A don Pancho lo truenan ...


La Intendencia de Palacio

Componían la Intendencia tres habitáciones grandes y una chica. La primera, depósito de trastajos, servía de comedor a los cautivos. La segunda, por la cual se comunicaba todo el departamento con el patio, y era sin duda el despacho del Intendente, fusilado la víspera, la invadían uniformes, fusiles y sables. En el centro de la sala, una mesa de mármol; y sobre ella varios retratos del Presidente. Formaban el estrado, a la derecha del centinela, seis butacas de piel obscura y un sofá. Varias sillas del mismo estilo regadas a lo largo de las paredes. En el fondo una ventana herméticamente cerrada, y delante de la ventana, el bureau del Intendente.

Madero me hizo sentar en el sofá y a mi izquierda ocupó un sillón. Reflejaba en el semblante sus pensamientos, que buscaban de continuo medios diversos de expresión. Según piensa, habla o calla, camina o se detiene, escucha o interrumpe; agita los brazos; mira con fijeza o mira en vago; sonríe siempre; invariablemente sonríe. De pronto me enseña su reloj de oro.

- Fíjese, Ministro -exclama-: falta una piedra en la leopoldina ... Después no sospechen que me la robaron ...

¿Qué súbito pensamiento le asaltaba? A grandes pasos recorrió la distancia del espejo, del cuarto contiguo, al centinela inmóvil. Acercándose de nuevo me dijo:

- Un Presidente electo por cinco años, derrocado a los quince meses, sólo debe quejarse de sí mismo. La causa es ... ésta, y así la historia, si es justa, lo dirá: no supo sostenerse ...

Ocupa una butaca y cruza las piernas.

- Ministro -añade-; si vuelvo a gobernar a mi país, me rodearé de hombres resueltos que no sean medias tintas ... He cometido grandes errores. Pero ... ya es tarde ...

Y reanudó sus paseos del espejo al centinela. Y paseando hablaba a su tío, don Ernesto, Ministro de Hacienda, que con el de Justicia, un respetable caballero, el señor Vázquez Tagle, eran las únicas visitas que no se habían marchado todavía.

Repentinamente una duda lo alarma.

- Y la carta de Huerta, ¿dónde está?

Sacudidos por un mismo impulso nos pusimos todos de pie. Don Ernesto resolvió salir a informarse.

- Convendría que la redactases a tU gusto - dijo el señor Madero; y en un pequeño block de papel escribió el Presidente varios renglones que acto seguido nos leyó. Era un salvoconducto en que se incluía a su hermano Gustavo, muerto lo mismo que el intendente.

- ¿Sabe alguno de ustedes dónde está Gustavo? -preguntó entonces sin la menor sospecha del crimen-. ¡De seguro lo tienen en la penitenciaría! Si no lo encuentro en la estación para continuar conmigo, no me embarco ...

Procuré disuadirlo de semejante proyecto.

- Eso ... Presidente, comprometería la situación. Es a usted, señor Madero, a quien hay que salvar, en las actuales circunstancias. El pobre don Gustavo ... ya veremos.

Volvió el Presidente a su mansa plática.

- El crucero Cuba ¿es grande?, ¿es rápido? He pedido que la escolta del tren la mande el general Angeles para llevármelo a la Habana.

- El señor Lascuráin, Ministro de Relaciones Exteriores, va en este momento al Congreso a presentar tu renuncia ...

Madero saltó de la butaca.

- ¿Y por qué no ha esperado Lascuráin a la salida del tren? Tráelo aquí, en seguida, Ernesto; que venga en el acto; sin demora, corre, tú; vaya usted, señor Vázquez, tráiganlo en seguida.

Y a largos pasos, nerviosamente, cerrados los puños, rectos los brazos hacia atrás, recorría la distancia del espejo al centinela, más allá del centinela ... Don Ernesto vuelve con peores noticias.

La renuncia ya fue presentada ...

- ¡Pues ve y dile a don Pedro que no dimita él la Presidencia Interina hasta que no arranque el tren! ...

- Iré -contesta don Ernesto-; pero cálmate, Pancho, que todo tendrá arreglo.

Y yo también infundiéndole confianza en su destino.

- Llamen por teléfono al Ministro de Chile -exclamaba ansiosamente-: que venga a buscarnos; y traigan el salvoconducto de Huerta ...

Lentamente fue recobrando su habitual sonrisa e inundándose de conformidad su espíritu.

- Huerta me ha tendido un segundo lazo; y firmada y presentada mi renuncia, no cumplirá su palabra ...

El señor Vázquez Tagle salió con don Ernesto para no regresar. ¡Todo estaba ya decidido! Momentos antes, Huerta, proclamado Presidente Provisional, entró en Palacio con los honores de su alta investidura. Fue el último informe que nos trajo don Ernesto, disimulando su profunda angustia. Intentó que don Ernesto hablase al propio Huerta, en persona; pero Huerta, fatigado por el trabajo, se había recogido en las habitaciones presidenciales. Flaqueaba el optimismo de Madero; Pino Suárez temía un atentado si los dejábamos aquella noche solos; y Angeles opinaba que no saldrían vivos del arriesgado trance. Madero recorre la distancia del espejo al centinela y don Ernesto recomienda serenidad. Es posible -advierte- haya ordenado la salida del tren para las cinco de la mañana, como lo hizo con don Porfirio Díaz, cuando lo escoltó en su fuga a Veracruz ... Y aunque no me pareció fundada la consecuencia, la di por lógica y evidente. Si el señor Ministro se quedara con ustedes hasta esa hora -continuó don Ernesto- apartaríamos el peligro y podría realizarse el viaje sin obstáculos. Madero en un principio se opuso ... ¡Cómo, él proporcionarme molestia semejante, allí donde no tenía siquiera una cama que brindarme! ... Pero a la vez todos convenían en que si me marchaba era probable una desgracia ... Irme, tomar e! sombrero tranquilamente, y despedirme, hasta la vista, abandonándolos a la bayoneta del centinela, hubiera sido impropio de mi situación de Ministro, de mi nombre de cubano, de nuestra raza caballeresca. Amparar con la bandera de mi patria al Presidente a quien un mes antes había presentado, solemnemente, mis credenciales, era cumplir con el honor de nuestro escudo, interpretar, en toda su intensidad; la misión de concordia que en aquellas circunstancias desempeñaba.

Momentos después, don Ernesto salía de Palacio ocultándose para escapar de sus perseguidores, en la casa de un amigo. Y en seguida un oficial llegaba a la Intendencia, solicitando al señor Ministro de Cuba, en nombre del nuevo Presidente ...

- No es posible ya, esta noche, la salida del tren; y el señor Presidente de la República lo comunica al Excelentísimo señor Ministro por si desea descansar ...

- ¿Cree usted que podrá efectuarse e! viaje por la mañana?

El mensajero nada sabía; y haciendo una corta reverencia, me pidió permiso para retirarse.

- No saldrá e! tren a ninguna hora -dijo Madero en tono de suprema resignación. Tomando un retrato suyo, de la mesa del centro, me dijo:

- Guárde!o usted en memoria de esta noche desolada ... Y escribió:

A mi hospitalario y fino amigo Manuel Márquez Sterling, en prueba de mi estimación y agradecimiento.

Francisco I. Madero.
Palacio Nacional, febrero 19 de 1913
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La cama del diplomático

Era la una de la mañana.

Diecinueve días antes, precisamente a esas horas, había yo salido de ese mismo Palacio, alegre y contento, después de un banquete servido con la vajilla de oro del Emperador Maximiliano, y el Intendente, hombre de elevada estatura y cierta distinción, don Adolfo Bassó, hacía los honores en la escalera a las damas y personajes que desfilaban por el patio, subiendo a sus coches y automóviles. Huerta, en algún bar en las inmediaciones bebía, seguramente, su tequila, tres semanas antes de dormir en Palacio su primer sueño de Presidente, sin el derecho y sin la tranquilidad de conciencia de Madero que, en esos momentos inolvidables, de tres sillas hacía cama para el Ministro de Cuba, rogándole que se acostara. De una maleta marcada con las iniciales de Gustavo, sacó varias frazadas y mantas que suplieron sábanas y almohadas; revelando Madero, en el semblante, la gracia de quien afronta, dichoso, las peripecias de una cacería en la montaña profunda. El general Angeles, agazapado en su capote militar, se retiró al que fue despacho del Intendente; y Pino Suárez, riendo, tuvo ánimo para esta frase: Ministro: jamás pensó usted hallar en la diplomacia lecho tan duro ...

- El tiempo lo ablandará en la memoria -interrumpió Madero-. ¡Y por Dios, Ministro, no informe usted a su Gobierno de que, en México, necesitan los diplomáticos andar con la cama en la bolsa! ...

Me quité la chaqueta, el cuello, la corbata, los tirantes ...

- ¡Vaya que es desarreglado este cubano! -exclamó Madero, recogiendo del sofá aquellas prendas y doblándolas prolijamente. Era un rasgo de su carácter el orden, la simetría, la regularidad. Y comenzó a desnudarse como en su alcoba del castillo de Chapultepec. De repente soltó una carcajada: Pero Ministro querido, ¿va usted a dormir con zapatos? Y me descalcé disimulando el proyecto adecuado a las circunstancias, de estar despierto. Frente a nuestra cama, a dos metros de distancia, improvisó Madero la suya, y se tendió en ella como Apolo, según Moratín, en mullido catre de pluma. Envuelto en la frazada blanca de Gustavo, apenas le quedaban visibles los ojos, simulando una figura morisca. Pero, al contacto de la ropa de Gustavo, como si el muerto le apretara entre sus brazos, se incorporó en el mullido catre de pluma, apartando, nerviosamente, aquella funda: Ministro -exclamó ahogado por la súbita emoción-, yo quiero saber dónde está Gustavo ... Y en ese instante, desde fuera, apagaron los guardias la luz, desbordándose en el recinto las tinieblas. La ventana del fondo, cerrada herméticamente, daba a una calle solitaria, y, por los cristales del montante, entraron los pálidos reflejos de una lejana farola que iluminaba la bayoneta del centinela. Poco a poco fuéronse aclarando, a nuestra vista, los objetos como si renacieran de la borrasca; y observé que Madero dormía un sueño dulce, reposando en el alma de Gustavo.


El despertar de los prisioneros

Pino Suárez duerme sentado en el sofá, abrigándose con una colcha gris. Ambas manos, descarnadas, sujetan sus bordes sobre el pecho, y las piernas caídas sobre la alfombra, ensayan la rigidez de la muerte. La cabeza reclinada sobre el hombro flaco, en desorden los cabellos, afilada la nariz, transparente la mejilla, rendidos los párpados, da frío contemplarlo. Por la boca entreabierta se escapa suave, fino, el resuello; y, a veces, contrae los labios como secando con un beso las lágrimas de sus tiernos hijos, que habían comenzado a ser huérfanos. Despertó a la incipiente claridad de la madrugada y, enderezándose, díjome muy quedo para no importunar el sueño de su amigo:

- ¿No ha dormido usted? ¿Es una noche helada, verdad? ¿Ha oído usted el ruido constante, sordo y amenazador de los aceros? Temen que inspiremos simpatía en cada centinela y los cambian por minuto.

Frotóse los ojos con el pañuelo arrancándoles la visión del pesar que lo amagaba y respiró con todo el pecho como si no hubiera respirado mientras dormía. Al general Angeles -murmuró- no se atreverán. a tocarle. El Ejército lo quiere porque vale mucho y, además, porque fue maestro de sus oficiales. Huerta peca por astucia, y no disgustará, fusilándolo, al único apoyo de su Gobierno. En cuanto a nosotros, ¿verdad que parecemos en capilla? Sin embargo, lo que peligra es nuestra libertad, no nuestra. existencia. Nuestra renuncia impuesta provoca la revolución; asesinarnos equivale a decretar la anarquía. Yo creo como el señor Madero, que el pueblo derrocará a los traidores, rescatando a sus legítimos mandatarios. Lo que el pueblo no consentirá es que nos fusilen. Carece de educación para lo primero. Le sobra coraje y pujanza para lo segundo ...

Pino Suárez, en lo íntimo, muy adentro, desconfiaba de la virtualidad de su lógica y argüía, con palabras optimistas, el pesimismo interno y secreto de su pensamiento. Yo -añade- ¿qué les he hecho para que intenten matarme? La política sólo me ha proporcionado angustias, dolores, decepciones. Y créame usted, que sólo he querido hacer el bien. La política al uso, es odio, intriga, lucro. Podemos decir, por tanto, el señor Madero y yo, que no hemos hecho política, para los que así la practican. Respetar la vida y el sentir de los ciudadanos, cumplir leyes y exaltar la democracia en bancarrota, ¿es justo que conciten enemiga tan ciega, y que, por eso, lleven al cadalso a dos hombres honrados que no odiaron, que no intrigaron, que no engañaron, que no lucraron? ¿Es acaso que el mejor medio de gobernar los pueblos de nuestra raza lo da el ánimo perverso de quienes los explotan y oprimen?

Sumergido en esta dolorosa meditación, cerró los ojos y apoyó la frente en ambas manos. El centinela entregaba la guardia a otro centinela. Y el nuevo, ocupó su puesto como un objeto inanimado que se coloca sobre una mesa. Lo miraba con curiosidad. Era un indio pequeño, de ojos pequeños, de brazos pequeños, de piernas pequeñas. Todo él era pequeño y representaba, no obstante, la brutalidad de la fuerza. El uniforme no le cuadraba: un uniforme descolorido, cortado para un cuerpo de mayor volumen que el suyo. Los calzones muy anchos y arrugados, producían el efecto de que se le estaban cayendo. En cambio, la bayoneta, erguida, se mantenía recta como el patriotismo de los presos a quienes cerraba el paso. Y el propio Madero, despierto, se incorpora sobre los brazos de Gustavo para saber qué hora es.

- Las cinco y media.

- ¿Ve usted, Ministro? Lo del tren de las cinco era una ilusión.

Y continuó su sueño dulce y tranquilo, en el espíritu de su hermano.

Más tarde, cuando en torno de la mesa rústica sirve un muchacho desarrapado el desayuno, se sobrepone a la lógica de sus meditaciones el temor intenso: - No, Ministro, no pruebe usted la leche, que podría estar envenenada. Tomando rápidamente un sorbo, resolví el punto. Madero recorre con la vista los tras tajos y cachivaches amontonados en el extraño comedor; y volviéndose al sirviente le dice:

- Con este peso, cómprame los periódicos del día. Quiero saber qué ocurre.

Angeles, Pino Suárez y yo, cambiamos una mirada de inteligencia. En los periódicos leería, con espantosos detalles, la muerte de Gustavo. Pero, a una sola reflexión, en el fondo hábil pretexto, cedió el desventurado Presidente: Sería peligroso para el criado y, de averiguarlo sus carceleros, acaso pagara la imprudencia con la vida. - Entonces, permítanme ustedes dormir la media hora de sueño que aun debo a mi costumbre ...

Y se envolvió en el sudario de Gustavo.


El optimismo de Madero

A las diez de la mañana todavía nos hallábamos en la Intendencia del Palacio Nacional de México. El dormitorio acababa de recobrar su preeminencia de sala de recibo. Pino Suárez, encorvado sobre el bufete, escribía una carta para su esposa, que ofrecí entregarle; y Madero, sumergido en el remanso de su dulce optimismo, formulaba planes de romántica defensa. Desde luego, no concebía que tuviese Huerta deseos de matarle; ni aceptaba la sospecha de que Félix Díaz consintiese en el bárbaro sacrificio de su vida, siéndole deudor de la suya. Pino Suárez, que concluye su tarea, declara que el peligro consiste en permanecer dentro de la Intendencia y prefiere que le trasladen ...

- ¿A dónde?

- A la penitenciaría. Estamos aquí a merced de la soldadesca ...

Y el poeta canta sus desventuras: Me persiguen los mismos odios que al Presidente, sin la compensación de sus honores, ni su gloria. Mi suerte ha de ser más triste que la de usted, señor Madero ... Ambos callan dirigiendo los ojos, casualmente, al centinela. Y Madero: rompiendo el silencio, exclama: Somos hoy simples ciudadanos y debemos buscar protección en las leyes. ¿No lo cree usted así, Ministro?

Pino Suárez: - La única protección sería la del Cuerpo Diplomático.

Y analizaron el problema. Pino Suárez opinaba que convendría prometer a Huerta, por medio de los Ministros extranjeros, un manifiesto, suscrito en Veracruz a bordo del crucero Cuba, obligándose a no tomar parte en la política; mas a juicio de Madero, Huerta recordaría que jamás cumplieron compromisos de este género los caídos que firmaron tales manifiestos. Y añadió con altivez:

- ¡Pues vaya! ¡Que crea en nuestra palabra y en la suya! Fácilmente llegaron a un acuerdo.

Madero: - Pino Suárez escribirá a su esposa para que presente al juez recurso de amparo a su favor; y yo suplico a usted, Ministro, que les diga a mis padres que presenten uno por Gustavo y a mi señora que presente otro por mí.

En ese instante apareció, ante nuestra vista, envuelta en tupido manto negro, la esposa de Pino Suárez. Al acercarse, descubrió el rostro y se arrojó -deshecha en lágrimas, a los brazos de su ilustre marido. Un caballero que la había guiado nos explicó aquel milagro: En estos momentos cambian la guardia y casi de sorpresa hemos penetrado hasta aquí ... En efecto, minutos después el nuevo jefe saludaba con respeto a Madero, y le rogué que pidiese por teléfono, para retirarme, el coche de la Legación de Cuba.

Usted gestionará con el Cuerpo Diplomático ... si lo considera prudente. Pero no queremos causarle otras molestias ... y lo relevo del recado a mi familia, que trasmitirá la señora de Pino Suárez.

Nos despedimos como quienes en corto plazo han de volver a verse; y el general Angeles, a la salida, nos apretó la mano fraternalmente.


Júbilo de la aristocracia

El patio era todo sol y alegría. Centenares de soldados en anchuroso deleite con sus mujeres, comían, hartándose, las clásicas tortillas de maíz, sentados en parejas, unas en los pretiles de las ventanas, las más en el suelo, y rodeando en simpático desorden fusiles y mochilas. Entre los arcos del patio contiguo, varias chisteras andaban de prisa. Y el coche pesadamente asoma a la vida de la calle por - la inmensa puerta de Palacio. Rodea el Zócalo que guarda su gesto de locura; y marchó por la avenida de San Francisco. Estaba de fiesta el gran mundo mexicano. Lucían damas y magnates en magníficos trenes, el júbilo de una victoria funesta. De extremo a extremo saludos inefables como caricias. Y mientras Madero iba al suplicio envuelto en el sudario de Gustavo, los elegantes, los ricos, los dueños del latifundio, regresaban del ostracismo en el alma de Porfirio.

De la Legación pasé a la casa del ex Canciller, donde encontré a la familia del señor Madero, quien me refirió los tormentos y zozobras de la noche anterior. Dispuesto el convoy para emprender el viaje a Veracruz, familiares y amigos ocuparon los vagones. Transcurren inútilmente las horas: el señor Lascuráin y nuestro colega de Chile, van a Palacio sin conseguir entrada; y a las dos de la mañana, cuando los prisioneros dormían, resignados al infortunio, sus deudos abandonaron la estación, refugiándose, conscientes y resignados de la inmensidad de su desgracia, bajo la noble bandera japonesa ... Uno tras otro llegan varios colegas; y se proyectan gestiones desesperadas; hablar a Huerta, conmover a Wilson ... Luego desfilaron poco a poco Ministros, damas, parientes y amigos, cada cual a mover algún resorte de piedad.


Reconocimiento de Huerta

Las nueve de la noche. Al frente de la Embajada Americana se detienen varios automóviles. Y unos caballeros de aspecto grave suben la escalinata y hablan y saludan. Son todos Ministros extranjeros y acuden a la invitación de Mr. Wilson, el Decano, que les recibe cortésmente. Yo, de una mirada reconozco el lugar donde Huerta y Félix Díaz, queriendo devorarse, en homenaje a la dura conveniencia se abrazaron, y precisamente a la derecha de la mesa, que conmemora el famoso Pacto de la Ciudadela, en realidad Pacto de la Embajada, ocupó hermosísima butaca el insondeable diplomático, enemigo férreo del blando Madero. Una docena de potencias de todos tamaños, en las personas de sus enviados, forman en círculo perfecto sobre la alfombra verde y roja, el tendido del próximo torneo. El Embajador abre la sesión y dice en castellano:

- Señores Ministros ...

Podía escucharse el vuelo de una mosca. El objeto principal de aquella junta lo proporciona la nota del Subsecretario de Relaciones Exteriores en que participa, al Decano, la ascensión del general Victoriano Huerta a la Presidencia de la República, por ministerio de la ley, y su propósito de recibir al día siguiente, a las once en el Palacio Nacional, donde estaban presos todavía Madero y Pino Suárez, al Honorable Cuerpo Diplomático.

El Embajador: - Dos cuestiones plantea el despacho del señor Subsecretario: ¿El Cuerpo Diplomático asiste a la recepción?, ¿reconoce al general Huerta, Presidente de la República?

Para el señor Cólogan no pueden los Ministros extranjeros negarse a reconocer al Gobierno Provisional, producto de la Constitución mexicana, igual que lo fue el señor de la Barra, al renunciar Porfirio Díaz. Mr. Wilson asiente, el inglés abre los ojos, el alemán parece que dice algo de importancia. Me dispongo a prestar atención. Pestañea; nervioso y sonriente, frunce los labios imitando con ellos un adorno de trapo; y, mudo, gana la delantera, por discreto, a las demás potencias.

Mr. Wilson, satisfecho, y dando por resuelto con el segundo el primer extremo de la consulta, recupera la palabra:

- El acto será solemne y de rigor: debo leer en él un discurso que ahora conviene confeccionar.

El Embajador se detiene y con la mirada interroga a diestra y siniestra.

Algunas cabezas afirman. Otras, a semejanza de la del centinela de la Intendencia, se mantienen como talladas en mármol. Propuso entonces el afanado Embajador, una comisión redactora que supiese el habla de Cervantes, y a renglón seguido pronunció tres palabras:

- España, Inglaterra, Alemania.

Retirándose a deliberar los tres personajes, en cuatro rasgos interpretaron la expresa voluntad y el manifiesto anhelo de Mr. Wilson.

- ¡Muy bien! - exclama Mr. Wilson a cada sílaba que lee ufano el Ministro de España.

El Embajador (Amable, señalándome con la hoja de papel escrita por España, Inglaterra y Alemania): - El señor Ministro de Cuba acompañó anoche a los prisioneros; y yo le ruego. que nos ilustre con sus informes.

El Cubano: - Señores Ministros ...

Pero el señor Ministro de Chile había presenciado el acto en que firmaron los prisioneros la renuncia de sus cargos, y le cedimos el turno en provecho de mejor información.


El Cuerpo Diplomático se informa sobre la situación

El señor Hevia Riquelme es un diplomático de brillante ejecutoria; y andaba con paso firme y seguro en terreno conocido: Reproduce con minucioso encanto el escenario; y cita nombres, retrata personajes, describe situaciones. El auditorio escucha con respeto. Mr. Wilson mueve pausadamente la cabeza; y de nuevo nos brinda la palabra apenas concluye el chileno su relato.

Las miradas vuelven sobre el Ministro de Cuba, que explica cuanto quien haya leído estas notas; y algunos colegas le interrumpen con que en seguida responde.

El Embajador: - El Presidente Huerta no consintió la salida del tren que había de conducirlos a Veracruz, por razones de orden político.

El Chileno: - Todos los Ministros convenimos en recomendar personalmente al señor Huerta el trato más benigno para ambos presos.

Y uno por uno fue preguntando a cada colega si había gestionado en favor de los caídos.

Mr: Wilson: - El señor Ministro de Alemania me acompañó a entrevistar, con ese fin, al Presidente.

El de España dió pormenores de su conferencia con el general Huerta; y otro tanto el del Brasil. Uno sólo no quiso unir sus votos a los nuestros. Lo declaró con tono solemne, con frase intencionada, corra, maciza.

Al despedirme Mr. Wilson, regocijado, sostuvo conmigo a media voz un diálogo sugestivo y trascendental:

El Embajador: - ¿Piensa usted ahora ir allá.

El Cubano (sonriendo y procurando leer en el alma de Mr Wilson)- ¿A dónde?

El Embajador: - Allá ... al Palacio, con el señor Madero ...

El de Cuba: - No, señor Embajador. Nadie me lo ha pedido ... Yo fuí anoche, porque así lo concertaron los señores Huerta y Madero. Me quedé porque a última hora una de las partes, Huerta, faltó al compromiso y hubiera sido repugnante que yo abandonara en ese momento a la otra parte, al señor Madero, que me consideraba su única garantía, y como tal garantía fuí llamado, en acuerdo con el propio Huerta.

El Embajador: - Se condujo usted noblemente, Ministro; y al general Huerta no le ha disgustado su proceder; porque usted es ahora buen testigo de que nada sufre el señor Madero. De ayer a hoy las circunstancias han variado mucho y por modo excraordinario. El jefe del Ejército sublevado contra el señor Madero, a quien pudo fusilar, se ha convertido en Presidente de la República y tiene ante los Estados Unidos, y ante el mundo, la responsabilidad de la vida del señor Madero.

El Cubano: - Usted cree, Embajador ...

El Embajador: - Sería una desgracia para Huerta el matar al señor Madero. Anoche, estando usted a su lado, no se hubiera atrevido Huerta a tocarle; pero hoy la vida del señor Madero corre menos peligro que la de usted y la mía. Su único peligro (añadió riendo) es un terremoto que lo sepulte bajo los escombros del Palacio Nacional ... El señor Madero no necesita ya de que usted lo ampare. Todo se ha hecho para salvarle y está salvado ... (Mr. Wilson se detuvo como reflexionando y continuó): al general Huerta le han dicho que el señor Madero daba anoche muestras de completa demencia y que esto decidió a usted a no dejarle ...

Para el Embajador la solución del problema consistía en encerrar a Madero en un manicomio, y me produjo honda alarma la idea de que esa cruel medida se adoptase, dando yo la falsa prueba.

El Cubano: - Han engañado al general Huerta. Jamás he visto al señor Madero tan sereno y tan lúcido ...

El Embajador: - ¡Oh! -interrumpe- ¿es cierto eso?

El Cubano: - Sí, Embajador; Madero guardó anoche tranquila compostura; y más en calma que ahora estamos nosotros. En todo el tiempo que estuve junto a él, no habló mal de nadie, ni siquiera de sus peores enemigos, de Huerta, de Félix Díaz, de Mondragón ...


Recepción en Palacio

Desperté de un sueño luctuoso entre casacas bordadas de oro, radiantes de luz, y espadines y tricornios y plumas y penachos; y en orden de rigurosa precedencia, a la señal del flamante Jefe del Protocolo, fue la marcha al Salon de Embajadores. Entramos uno a uno en silencio y formamos dorada elipse. Por el fondo apareció Huerta, ceñida la vieja levita, que no hubo tiempo de hacerla nueva, acompañado, en triunfo, de sus Ministros. El traje le caía tan mal, como los pantalones al centinela de Madero. Pausadamente se adelantó inclinando a derecha e izquierda la cabeza. Erguido, acomodó los espejuelos para mirar, persona por persona, a los representantes extranjeros; y repitió la inclinación de cabeza a dIestra y siniestra. Fue aquella su primera ceremonia; y no lo turbaron el recuerdo de sus víctimas, encerradas en la Intendencia del mismo Palacio, bajo sus pies de sultán, ni el solemne aparato diplomático. Mr. Wilson leyó entonces la pieza literaria del señor Cólogan, vertida al idioma de Edgar A. Poe. Nosocros la conservamos en la lengua del clásico don Francisco de Quevedo:

Señor Presidente:

El Subsecretario de Relaciones Exteriores me informó, por medio de una nota de fecha 20 del actual, que Vuestra Excelencia había asumido el alto puesto de Presidente Interino de la República, de acuerdo con las leyes que rigen en México. Al mismo tiempo me manifestó que Vuestra Excelencia recibiría con gusto a los representantes de los Gobiernos Extranjeros acreditados en México; esta misma nota, que el Subsecretario de Relaciones tUvo la deferencia de enviarme, fue comunicada también a mis colegas.

Por lo tanto, nos hemos reunido aquí para presentar a Vuestra Excelencia nuestras sinceras felicitaciones, no dudando que, en el desempeño. de vuestras altas funciones en las actUales circunstancias por que atraviesa México, que tanto interés despierta en sus países amigos, Vuestra Excelencia dedicará todos sus esfuerzos, su patriotismo y conocimiento al servicio de la Nación y a procurar el completo restablecimiento de la tranquilidad, ofreciendo a mexicanos y extranjeros la oportunidad de vivir en paz y contribuir al progreso, a la felicidad y al bienestar de la Nación Mexicana.


En ayunas se hubiera quedado el Presidente de cuanto dijo su camarada, a no ser la costumbre de remitir previamente al Ministro de Relaciones Exteriores, copia de tales discursos. A cada coma y a cada punto asentía Huerta con gesto convencido; y, al llegarle el turno de contestar, pronunció cuatro párrafos de acartonada prosa, pegados a la memoria.

Señor Embajador:

Agradezco profundamente las bondadosas palabras que acabáis de dirigirme en vuestro nombre y en el del Honorable Cuerpo Diplomático aquí reunido, en esta solemne ocasión en que por primera vez tengo la honra de recibiros como Presidente Interino Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.

Los acontecimientos que acaban de pasar han sido el epílogo (?) de la lucha fratricida que ha ensangrentado a la Patria, y podéis estar seguros de que pondré todo lo que esté de mi parte -hasta el sacrificio de mi vida si fuere necesario- por conseguir la paz que todos anhelamos.

Me complazco en aprovechar esta oportunidad para declarar que el Gobierno de la República seguirá inspirándose en los más puros principios de equidad y de justicia y en el estricto cumplimiento de sus deberes internacionales, y os prometo, señores representantes de las Naciones amigas, que mis esfuerzos y los de mis ilustres colaboradores se encaminarán a garantizar plenamente vidas e intereses de los habitantes del país, nacionales y extranjeros.

Recibid, señor Embajador, para vos y para todos los respetables miembros del Honorable Cuerpo Diplomático, acreditado en Méxicó, mi más atento y cordial saludo.


Salimos en procesión, de igual suerte que habíamos entrado; Huerta dedicó lúcidas flores de su ingenio selvático al hijo del Sol Naciente, iniciando allí su política japonesa, no obstante la protección del generoso Hurigutchi a la familia Madero; y transcurridos breves instantes rodeábamos, en el cercano departamento, una mesa cubierta de pasteles, dulces y licores. Mr. Wilson, alegre como unas pascuas, mojaba con finísimo jerez el regocijo; y en pleno delirio de entusiasmo, concluyó por levantar la copa rebosada, y brindar por Huerta, por su Gobierno que devolverá la paz al pueblo mexicano ...

- Y para mañana, queridos colegas, aniversario del nacimiento de Jorge Washington, añadió, os invito con vuestras damas, en nombre también de la mía, a que vayáis a la Embajada a las cinco de la tarde ...


Gestiones desesperadas

La madre, la esposa y las hermanas del Presidente caído gestionaban de puerta en puerta la salvación, ocultos, en lugar seguro, porque de otro modo habrían sido encarcelados por pronta providencia, don Francisco Madero, padre, y don Ernesto Madero. En continua diligencia las nobles señoras iban y venían de la casa de España, de la de Cuba, de la del Brasil, de la de Chile, de la del Japón, esta última, hasta entonces, asilo piadoso de la conturbada familia. Cada hora, fracasado un plan intentaban otro; aquí, acudían buscando consejo, allá una mano protectora; y en todos lados el desaliento o el pesimismo o el miedo, las rechaza ... Los amigos huían disfrazados, ya en los trenes o a la montaña; o hurtaban el cuerpo a la borrasca en algún sótano apartado, en la mísera buhardilla o en rincones o agujeros de suburbio; y no había jueces, ni abogados, ni otras leyes que el sable tinto en sangre, el espía delator y el tenebroso esbirro. Las señoras de la católica aristocracia que imploraron de Madero la vida de Félix Díaz ¿por qué no exigen a Félix Díaz la vida de Madero? Y la ilustre familia que encuentra cerradas las puertas y sordos los corazones, va de una Legación a otra, y sólo mantienen altiva su esperanza unos pocos Ministros extranjeros que se estrellan en la cálida inquina de Mr. Wilson. Cuando la madre llorosa, enlutada ya por el suplicio de Gustavo, deposita en manos del raro Embajador un despacho dirigido a Mr. Taft, en el que demanda los buenos oficios del poderoso Presidente, Mr. Wilson acepta de mala gana el honroso encargo y nunca se recibe de Washington la respuesta y si, por iniciativa de quien esto escribe, a fuer de críticos los instantes, acude la fiel esposa a la inspiración humanitaria del dramático personaje, gritá desde el fondo de su alma la soberbia y no le enseña otra senda que el abismo.

El Embajador: - Vuestro marido no sabía gobernar; jamás pidió ni quiso escuchar mis conséjos.

No cree que sea Madero degollado; pero no le sorprende que expíe Pino Suárez en el cadalso la tacha inmortal de sus virtudes ...

La señora Madero: - ¡Oh, eso, imposible! Mi esposo preferiría morir con él ...

El Embajador: - Y sin embargo Pino Suárez no le ha hecho sino daños ... Es un hombre que no vale nada; que con él nada habría de perderse ...

La señora de Madero: - Pino Suárez, señor, es un bello corazón, un patriota ejemplar, un padre tierno, un esposo amante ...

El brusco diálogo se prolonga, y no tiene Mr. Wilson una palabra de alivio ... ¿ Pedir él la libertad del señor Madero, interesarse por Pino Suárez? Huerta hará lo que mejor convenga ...

La expatriación por Veracruz ofrecía peligros; ¿por qué no se logra por Tampico? El Embajador, inexorabie.

La señora de Mádero: - Otros Ministros se esfuerzan por evitar una catástrofe. El de Chile, el del Brasil, el de Cuba.

El Embajador (sonriendo con crueldad): - No ... tienen ... influencia ...

Entretanto llegaba yo a la Embajada; y en el sitio donde Félix y Victoriano queriendo devorarse accedieron a un abrazo, encontré a la señora del doctor Nicolás Cámara Vales, hermano político de Pino Suárez y Gobernador de Yucatán.

- Aguardo al señor Embajador -me dijo- que está en conferencia con la señora de Madero.

Y al asomar al vestíbulo la esposa del mártir, seguida de la señorita Mercedes, cuñada suya, salía del salón del frente.

Mr. Wilson saluda, y la señora de Madero, sollozando, me informa de la entrevista. Llevé a las dos damas a su automóvil y no hallé consuelo mejor que dirigirlas a mi Legación. Volví a la Embajada y un secretario me proporcionó teléfono.

El Ministro de Cuba (a su esposa): - La señora Madero y su cuñada la señorita Mercedes, van hacia allá en este momento. Dales valor y enjuga sus lágrimas ...

Mr. Wilson ahoga el agrio gesto en la sonrisa diplomática; y nos atiende.

- Si desea usted que hablemos extensamente, recibiré primero a la señora del Gobernador de Yucatán ...

Y temiendo que en cada hueco, detrás de las ventanas y de los espejos aguardasen individuos de misteriosa catadura, dispuestos a demorarme, juzgué urgente la materia y breve mi discurso.

- Un despacho en cifra me informa de la actitud que ayer asumieron las autoridades militares del puerto de Veracruz. En acuerdo Ejército y Armada no reconocerían al general Huerta, Presidente, mientras el Senado no les comunicara que lo es conforme a las leyes; y destacaron fuerzas a Orizaba en espera del tren que llevase al señor Madero ...

El Embajador: - Lo sé todo y a ello se debió que Huerta impidiese la salida ...

El Ministro de Cuba: - Por lo menos, el hecho sirve de pretexto ... Huerta resultó Presidente a las nueve y media de la noche del 19. A las diez, ¿se sabía en Veracruz, habían deliberado las autoridades y telegrafiado al general?

El Embajador: - Desde luego que no; pero, el Presidente, a esa hora, tenía noticias en qué fundar desconfianza ... Se han arreglado las cosas y ya no constituye Veracruz preocupación.

El Ministro: - Entonces, ¿por qué no dispone Huerta el tren?

El Embajador: - De todos modos sería peligroso ...

El Ministro: - Hay peligro en Veracruz. ¿Y en Tampico?

El Embajador: - En Tampico no hay peligro; pero tampoco hay buque para embarcarles ...

El Ministro: - Yo daría órdenes al comandante del crucero Cuba y antes de llegar los expatriados habría buque ...

El Embajador (en voz baja): - ¡Oh, no, yo no hablaré de eso al Presidente, es imposible, Ministro, imposible, imposible! ...

La esposa del Gobernador de Yucatán ha relatado el motivo de su presencia, aquella tarde, en la Embajada. Pretendía Mr. Wilson que influyera la señora en el ánimo de su marido recomendándole, en persuasivo telegrama, el acatamiento a la nueva situación, ya que de otro modo, según el discreto padrino, se arruinaba el contumaz Gobernador. ¿Sabía entonces Mr. Wilson la proximidad del suplicio de Pino Suárez? Sabiéndolo ¿cabía la peregrina indicación a su cuñado? Penetramos en la tiniebla profunda. Huerta, que traicionó a Madero el 18 y le engañó el 19, ¿engañaría también a Mr. Wilson el 22?


Aniversario de Washington

Abre sus puertas la Embajada, y luz y flores decoran su interior. La señora de Mr. Wilson, hace los honores; elegantes, como reinas, las damas; erguidos, como príncipes, los caballeros; contando y riendo a través de los salones, las peripecias de la víspera.

Una voz (a mi oído): - El Embajador está nervioso, inquieto ...

El Ministro de Cuba: - ¿Por qué?

La misma voz: - Aguarda a la divinidad salvaje que tarda demasiado.

Mr. Wilson atraviesa en ese instante nuestro grupo; reparte sonrisas y mira a su reloj:

- Llegarán pronto, dice consolado.

El Ministro de Chile (llevándome aparte): - Corre la especie de que han sido trasladados los prisioneros a la penitenciaría ...

El de Cuba: - Nada sé y no lo creo ...

Una voz: - No falta, sin embargo, quien afirma que al señor Madero lo han herido.

Otra voz: - Es falso. Vivo o muerto. Herido, no.

El de Chile: - Insisto en gestionar la expatriación de los prisioneros ...

El de Cuba: - Yo, lo mismo.

Una voz: - ¿Y si dejaran, por ello, de ser gratos al Gobierno actual?

El Chileno: - Absurdo. Somos Ministros de naciones amigas, hermanas; y no actuamos contra nadie, sino en pro de todos. Es un servicio a México.

El Cubano: - Tengo este cablegrama de mi Gobierno que apoya nuestros esfuerzos. Lea usted, Ministro.

El señor Hevia leyó:

Ministro de Cuba.
México.

Presidente y Gobierno felicitan a usted por sus nobles y humanitarias gestiones para ayudar Gobierno de México a resolver actual situación asegurando la vida del ex Presidente Madero y del ex Vicepresidente, y fía en la nobleza de las autoridades y pueblo mexicanos el éxito de tan plausibles esfuerzos para honra de la humanidad y como la mejor manera de apagar las cóleras en beneficio de la paz y consolidación de las instituciones. Estamos persuadidos de que el pueblo todo de Cuba, así como todos los demás, verían regocijados el respeto a la vida de Madero y sus compañeros como prueba de la magnanimidad de la Nación Mexicana.

Sanguily.


El Cubano: - Mañana me dirigiré en nota, al Ministro de Relaciones Exteriores, transcribiendo este hermoso despacho.

Al señor Hevia Riquelme le parece salvadora la idea.

La concurrencia se replega como un ejército en derrota; y entran al salón, Presidente y Embajador, seguidos de los miembros del Consejo, los ayudantes del general y media docena de chambelanes. En el acto reconocemos la vieja levita de la víspera ... Huerta se detiene; inclina a derecha e izquierda la cabeza, pelada a punta de tijera; acomoda los espejuelos; observa aquí, allá, a diestra y siniestra, y repite el saludo reglamentario. La corte forma en torno de la heroica legión recién llegada; y la señora Wilson estrecha la mano del caudillo. Huerta dobla la cintura en respetuosa reverencia. Y la señora Wilson, acostumbrada a las grandes ceremonias, presenta con gesto afable a las damas. Huerta, moviéndose lentamente, vuelve los ojos de un lado a otro; pronuncia frases de tímida urbanidad. La señora Wilson tómale del brazo y rompe la marcha al buffet. Le siguen las parejas que ella misma ha designado.

Las ocho y cuarto ... Los salones rápidamente se vacían. A la derecha, en el pequeño gabinete donde Huerta y Félix Díaz se abrazaron, dos personajes conversan en reserva. En el sofá el Embajador, hincados los codos en la rodillas, clava palabras con la frente marcando los conceptos ... A su derecha Huerta, desplomado en cómoda butaca, escucha embebecido, inmóvil.

Una voz: - ¿Quién pudiera adivinar lo que se dicen?

Otra voz: - Ministro, no olvide usted a Madero y Pino Suárez.


El asesinato de Madero

El Ministro de Cuba, después de brindar en la Embajada, el 22 de febrero de 1913, por la gloria de Jorge Washington, se encerró en su despacho a trabajar ...

¿Qué pasa? ... Un sirviente llama desde fuera de la alcoba. ¿Ocurre algo? ... El sirviente avisa que la señora de Madero quiere hablar por teléfono desde la casa del Japón. ¿Es tarde? Las siete de una fría mañana. Corre la esposa del Ministro al receptor y escucha el desolado. ruego: Señora, por Dios; al Ministro que averigüe si anoche hirieron a mi marido. ¡Es preciso que yo lo sepa, señora! Y no podía la del Ministro consolarla, desmintiendo aquella versión, piadoso anticipo de una dolorosa realidad, porque, en ese mismo instante, su doncella le mostraba todo el ancho del periódico El Imparcial, en grandes letras. rojas, la noticia del martirio. El teléfono enmudece ... Allá, en la Legación del país del Sol Naciente, ha saltado por la ventana, a los pies de la viuda, otro diario que le cuenta lo irreparable de su infortunio. Y no ha lugar a duda. La prensa toda, con idénticos detalles, bien cosida al oficial embute, y cierto lujo alevoso en la información gráfica, preparada en plena calma, descubría, sin quererlo, el proceso de las tinieblas, cometido el crimen.

Transcurre escasamente una hora. Y el ordenanza -partidario él de Félix Díaz, también emocionado- anuncia que aguardan en el salón la señora Madero y su cuñada la señorita Mercedes.

No puede explicar lo que le pasa; y tal su angustia y tan extraordinario el espanto de su alma, que habla y luego calla y se estremece. Nos mira y tiembla, con temblor de todo su cuerpo, y tan intenso que sacude los cristales del mobiliario y los adornos de las paredes. Es el pesar que la levanta en un suspiró y la deja caer en un lamento; y solloza entonces una queja, una orden, una súplica:

- Quiero ver a mi marido, que me entreguen su cadáver, quiero llevarlo a su tierra de San Pedro, donde nadie lo traicionaba, y darle sepultura con mis propias manos, vivir sola junto a su tumba ...

- Hemos ido a la penitenciaría -exclama la señorita Mercedes entre gemidos- y la guardia nos prohibió la entrada. En seguida acudimos a Blanquet y penetramos a su despacho. ¡0h, qué diferencia! ¡Hace dos semanas nos habrían recibido de rodillas! No se atrevió a negarnos el permiso escrito; pero de vuelta a la penitenciaría, la soldadesca arrebata el papel y nos rechaza. ¡Asesinos! ¡Traidores! fue el grito que se escapó de mi garganta. Sí, asesinos, traidores, miserables ...

- Necesito ver el cadáver de mi marido -interrumpe la viuda caminando de un extremo a otro de la sala- contemplar su rostro; persuadirme así, de que es él a quien sus protegidos han asesinado ... Yo quiero su cadáver, es mío, me pertenece, nadie puede osar disputármelo ...

Y en tono de súplica, anegada de nuevo en llanto, añade:

- Ministro, pídalo usted ahora mismo, sin pérdida de tiempo.

- En estas circunstancias en medio del incendio, la única influencia positiva la tiene el Embajador.

- No, no ... del Embajador no quiero nada, no me nombre usted al Embajador ... El es culpable lo mismo que los otros.

Al cabo, cede. Ella quiere ver a su marido; ¡quiere verlo de todos modos! ...

- Bueno, Ministro, sí, el Embajador ... pero usted, no yo ...

Y esta es la carta que en el acto remitimos a Mr. Wilson:

Legación de la República de Cuba.
México, febrero 23 de 1913.

Mi querido señor Embajador:

La desdichada viuda del señor Madero se encuentra en la Legación de Cuba en los actuales tristísimos instantes; y me refiere que estuvo a solicitar del general Blanquet una orden para entrar a la penitenciaría a ver el cadáver de su infortunado esposo; el general le dió la orden escrita, pero en la penitenciaría no la respetaron, le arrebataron de la mano el papel y tuvo que retirarse. La señora Madero quiere, de cualquier modo, que le entreguen el cadáver de su marido para ella darle cristiana sepultura; y yo ruego a Vuestra Excelencia, señor Embajador, en nombre de la piedad que la desventUra y el dolor inmenso inspiran, y por la nobleza y generosidad del carácter de V. E., que interponga su influencia para que la señora Madero sea complacida. Sólo V. E. podría conseguirlo.

Lo saluda con su distinguida consideración, afectuosamente, S. S. y amigo

M. Márquez Sterling.
A su Excelencia el señor Henry Lane Wilson, Embajador de los Estados Unidos de América.


Carta del Embajador

Mr. Wilson respondió en seguida a nuestra carta:

Embajada de los Estados Unidos de América.
México, febrero 23 de 1913.

Mi querido colega:

Acabo de recibir su nota relativa a que las personas encargadas de custodiar el cuerpo del extinto Presidente rehusaron que su viuda pasara a verlo. Casualmente el señor De la Barra estaba en la Embajada, cuando llegó su citada nota, y atendiendo mi súplica salió a ver personalmente al Presidente de la República, para procurar no tan sólo orden necesaria sino para interponer su influencia con este fin. Ruego a su Excelencia me haga el favor de expresar a la señora de Madero mi profunda simpatía y la de mi señora esposa, por ella y su familia, y decirle que en estos momentos difíciles deseo ayudarla en todo cuanto me sea posible, y que puede dirigirse a mí para todo cuanto guste.

Soy, mi querido señor Ministro, sinceramente suyo.

Henry Lane Wilson.
A su Excelencia el señor Manuel Márquez Sterling, Ministro de Cuba.


¿Sorprendió al equivocado Embajador la muerte de Madero y Pino Suárez? ¿Sinceramente había confiado en la pérfida palabra del general Huerta? Audacia la de Huerta: beber champagne a las ocho en la Embajada, en natalicio de Jorge Washington, y a las once hartarse de la sangre de Madero y Pino Suárez ... Sin embargo, la figura de un completo Embajador exige, en los entreactos, alguna pincelada generosa: Mr. Wilson reflexiona, y brinda a la viuda de Madero la estrecha válvula del sentimiento. Pero sus oficios no producen benéfico resultado; ni se conservan datos de la mediación del Ministro De la Barra, atento a no provocar, en contra suya, la cólera del Dictador.

A las dos de la tarde, no obstante, podría visitar la viuda el cadáver de su marido, a condición de ir sola; y aunque se opuso a ello el hermano de la desgraciada señora y no se efectuó la visita, el alcance de un periódico, pasados quince minutos de las dos, daba cuenta al país del suicidio de la viuda sobre el esposo muerto.


Versión del general Angeles

Aquella tarde instalaron las guardias en la prisión, tres catres de campaña con sus colchones, prenda engañosa de una larga permanencia en el lugar. Sabía ya Madero el martirio de Gustavo, y en silencio ahogaba su dolor. A las diez de la noche se acostaron los prisioneros: a la izquierda del centinela, Angeles; Pino Suárez, al frente; a la derecha, Madero.

- Don Pancho -refiere Angeles- se envolvió en la frazada ocultando la cabeza. Apagáronse las luces. Yo creo que lloraba por Gustavo.

Transcurrieron veinte minutos y de improviso iluminóse la habitación. Un oficial, llamado Chicarro, penetró seguido del mayor Francisco Cárdenas.

- Señores, levántense -dijo Chicarro.

Angeles, alarmado, preguntó:

- Y esto ¿qué es? ¿A dónde piensan llevarnos?

Chicarro entregaría los presos a Francisco Cárdenas; y ambos esquivaron el contestar. Pero Angeles insistió con tono imperativo de general a subalterno:

- Vamos, digan ustedes ¿qué es esto?

- Los llevaremos fuera ... -balbuceó Chicarra- a la penitenciaría ... a ellos, a usted no, general ...

- Entonces ¿van a dormir allá?

Cárdenas movió la cabeza afirmativamente.

- ¿Cómo no se ha ordenado antes que trasladen la ropa y las camas?

Los oficiales procuraron evadir las respuestas. Al fin, Francisco Cárdenas gruñó:

- Mandaremos a buscarlas después ...

Pino Suárez se vestía con ligereza; Madero, incorporándose violentamente, preguntó:

- ¿Por qué no me avisaron antes?

La frazada había revuelto los cabellos y la negra barba de don Pancho -añade Angeles- y su fisonomía me pareció alterada. Observé las huellas de sus lágrimas en el rostro. Pero en el acto recobró su habitual aspecto, resignado a la suerte que le tocara, insuperables el valor y la entereza de su alma. Pino Suárez pasó al cuarto de la guardia, donde los soldados le registraron la ropa a ver si portaba armas. Quiso regresar y el centinela se lo impidió: Atrás ... Don Pancho, sentado en su catre, cambió conmigo sus últimas palabras ...

Angeles (a los oficiales): - ¿Voy yo también?

Francisco Cárdenas: - No, general; usted se queda aquí. Es la orden que tenemos.

El Presidente abrazó a su fiel amigo.

Y cuando los dos apóstoles salían al patio del Palacio, Pino Suárez advirtió que no se había despedido de Angeles. Y deSde lejos, agitando la mano sobre la indiferente soldadesca, gritó:

- Adiós, mi general ...

Dos automóviles los llevaron por caminos extraviados.

En la penitenciaría -dice Angeles- algunos presos, de quienes a poco fuí compañero, escucharon doce o catorce balazos, disparados unos tras otros, poco a poco ...

¿Quién presenció el espantoso crimen? ¿Quién puede referir instante por instante la inicua felonía? Esta carta que más tarde un desconocido entregó al portero de la Legación de Cuba, acaso contribuya a descubrir el secreto:


Señor Ministro:

Todo un pueblo rechaza indignado la mancha que se le quiere arrojar de asesino, pues nunca como ahora ha dado pruebas de cordura y civilización; mas para que las naciones extranjeras conozcan cómo fue el asesinato del señor Presidente Madero y para que la historia no quede ignorante, voy a consignar los siguientes datos del asesino que ha sido el mismo Gobierno, pues bien, el señor Madero fue sacado de Palacio y llevado a la Escuela de Tiro y de allí fue arrastrado en compañía del señor Pino Suárez y en seguida pasado a bayoneta y después se les hicieron disparos para simular el atentado de asalto pasando todo esto tras de la penitenciaría donde el público puede convencerse de los acontecimientos que se desarrollaron pues la renuncia fue falsa, pues digno era de un Presidente entregar el Poder a quien no se lo había entregado supuesto que el pueblo lo nombró el Primer Magistrado de la Nación y en nombre de todos los hijos de México le suplicamos ponga toda su influencia para bien de todos los hijos del suelo mexicano.


¿Presenció la matanza el autor de estas mal escritas líneas? ¿Es la palabra de un testigo que vió el crimen desde la sombra, un obrero, un gendarme, un vendedor ambulante, o quizás uno de los soldados de Francisco Cárdenas que descarga su conciencia?

En el pueblo mexicano existe la errada creencia de que Madero no renunció y en esta sospecha se afirma el autor del anónimo al ver arrastrados a Madero y Pino Suárez de la Escuela de Tiro a la penitenciaría, que es al cabo, la más lógica de todas las versiones. Pino Suárez, al decir dé los que lograron observar su cadáver, estaba horriblemente desfigurado. La mortaja sólo dejaba descubierta la esclarecida frente de Madero. Y aquellos disparos, uno a uno, que contaron los presos de la penitenciaría, ¿no son los que simularon el asalto a que alude el singular anónimo?

Así termina el doctor Manuel Márquez Sterling su interesante relato y señala con su índice justiciero, desde la esfera de la diplomacia en que actuó, la intriga y cobardía que sepultaron a la Administración maderista.

Años más tarde nos relataba el general Angeles, que cuando en compañía del Presidente se encontraba prisionero de Victoriano Huerta, en el antiguo Palacio de los Virreyes, el mandatario derrocado, recordo todo con sincero cariño al Caudillo del Sur, confesó comprender toda la razón que había tenido para desconfiar de los jefes federales que acababan de defeccionar y cuya infidencia, con clara visión, le había anunciado desde agosto de 1911.

Tardía comprensión y extemporáneo arrepentimiento del equivocado funcionario, asesinado sin piedad por los mismos a quienes, con desprecio de los suyos, creyó el mejor sostén de su Gobierno.

Don Manuel Bonilla Jr., en su libro que hemos citado, hace esta interesante narración:

Cuando al general García Peña le fue ofrecida la cartera de Guerra en el Gabinete de don Francisco I. Madero, se vió acechado constantemente por Victoriano Huerta, quien le instaba para que aceptara el alto cargo, hasta que una noche le confesó el objeto de su empeño:

- Tú sabes -le decía Huerta- cuánta amargura me ha causado que hayan ascendido a divisionarios a Vega fa Villaseñor, y como tú eres mi única esperanza de que se me haga justicia, me causarías tú también esa pena si no aceptaras.

- Vamos, ya apareció la verdad de la causa de tu empeño -le dijo García Peña-; pues mira, Victoriano, voy a hacerte general de división, pero si al llegar a la más alta jerarquía del Ejército, la chifladura que desde niño tienes de llegar a la Presidencia te hace faltar a tus deberes, te fastidio, Victoriano, te fusilo.

Pero el general García Peña no pudo cumplir su amenaza, pues por encima del deber, sobre el honor, sobre los cadáveres de millares de maderistas enviados con toda mala fe para que se les cazara desde las barricadas de la Ciudadela, sobre los cuerpos inanimados de los señores Madero y Pino Suárez, erigió Victoriano Huerta su Dictadura Negra.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo XIV (Primera parte) - La caida del gobierno maderistaPROEMIO AL TOMO IIIBiblioteca Virtual Antorcha