Indice de Los fisiocratas de Carlos Gide y Carlos Rist CAPÍTULO SÉPTIMOBiblioteca Virtual Antorcha

LOS FISIÓCRATAS

Carlos Gide y Carlos Rist

CAPÍTULO OCTAVO

Resumen de las doctrinas fisiocráticas
Las críticas y los disidentes



Si ahora nos disponemos a hacer un resumen de las aportaciones hechas por los fisiócratas a la ciencia económica, tendremos ocasión de apreciar que no son de escasa importancia. Hélas aquí.

Desde el punto de vista teórico:

1° La idea de que todos los fenómenos sociales están sujetos a un orden y, por consiguiente, enlazados los unos a los otros por relaciones que hay que descubrir.
2° La idea de que el interés personal, confinado en sus propias fuerzas, es suficiente para encontrar lo que le es más ventajoso para sí -al mismo tiempo lo que es más ventajoso para todos-, a pesar, sin embargo, de que esta doctrina liberal haya tenido numerosos precursores antes de los fisiócratas.
3° La idea de que es la libre concurrencia la que establece el buen precio, es decir, el precio más ventajoso para ambas partes, y que suprime, por consiguiente, el beneficio usurario.
4° Un análisis inexacto, pero sumamente documentado y minucioso, de la producción y de las diversas categorías de capitales, y la primera clasificación de los ingresos y de las leyes de su distribución.
5° Todos los argumentos, ya convertidos en clásicos, en favor de la propiedad territorial.

Desde el punto de vista práctico:

1° La libertad del trabajo.
2° La libertad del comercio interior y todos los argumentos que habrán de servir durante un siglo para reclamar la libertad del comercio exterior.
3° La limitación de las funciones del Estado.
4° La primera demostración de la superioridad de los impuestos directos sobre los impuestos indirectos.

No sería justo el reprocharles, como tantas veces se ha hecho, que no se han ocupado de hacer más que metafísica social. Por otra parte, un poco de exagerada sistematización es altamente útil en los principios de una ciencia; puede servirle aun para sus mismos errores. Lo único que hay que decir es que si su manera de concebir el Orden Natural ha servido de fundamento -o, cuando menos, de armazón- a toda la Economía Política, respira por todos sus poros un optimismo que ha de fascinar, y en parte esterilizar, a la escuela liberal, principalmente en Francia (1).

La gran laguna en la teoría de los fisiócratas ha sido la falta de inteligencia total del valor, debida, a su concepción, groseramente materialista y terrena, de la producción. Rara vez hablan de ella, y lo poco que de la misma dicen es de una manera mediocre y confusa. Todos sus errores acerca de la improductividad del cambio y de la industria proceden únicamente de esto. Dicha apreciación equivocada del valor es tanto más inexplicable cuanto que la citada cuestión del valor había sido discutida con notable detenimiento por muchos de sus contemporáneos. Por citar solamente a los más importantes, mencionaremos aquí a Ricardo Cantillon, que desde algunos puntos de vista era considerado por los fisiócratas como uno de los suyos, en su Ensayo sobre el comercio, publicado en 1755 (2); al abate Galiani en su libro Acerca de la moneda (Della moneta), del año 1750; al abate Morellet, en un prospecto de un nuevo Diccionario del comercio, en 1769, y finalmente, y sobre todo, a. Condillac cuyo libro Del comercio y del Gobierno es cierto que no vió la luz hasta después que su sistema estaba publicado y determinado el lugar que había de ocupar en 1776.

El mismo Turgot, que, por otra parte, no era fisiócrata más que a medias, había emitido ideas más científicas acerca del valor (3). Su definición es la siguiente: valor es la expresión del grado de estimación que cada hombre atribuye a los diferentes objetos cuya posesión desea. Esta definición expresa claramente el carácter subjetivo del valor, y contiene dos términos: el grado de estimación y cuya posesión desea, que la precisan todavía mejor (4). Es cierto que en otro lugar el mismo Turgot dice que, a pesar de su relatividad, el valor implica siempre una cualidad real, intrínseca al objeto; pero con estas palabras, que le han sido reprochadas tantas veces, quiere dar a entender sencillamente, según nuestra opinión, que nuestro deseo supone necesariamente una cierta propiedad de las cosas, lo cual es indiscutible, mas con la condición de admitir que dicha propiedad puede muy bien ser imaginaria, caso en el cual no parece Turgot haber reparado.

Es sumamente posible que Turgot haya inspirado a Condillac; pero es muy posible también que él, a su vez, haya sido inspirado por Galiani, cuyo libro, publicado veinte años antes que el suyo, y al que, por otra parte, cita varias veces en diferentes lugares, contiene ya un análisis psicológico muy perspicaz del valor, dándole como fundamentos la utilidad y la escasez.

Estas apreciaciones acerca del valor no son las únicas que diferencian a Turgot de la escuela de los fisiócratas; todavía hay otras muchas, de tal manera que hubiera sido mucho más justo y mucho más exacto el consagrar a Turgot un capítulo aparte (5). En general, las doctrinas de Turgot son más modernas y, más próximas a las de Adam Smith. A falta de sitio para más, habremos de contentarnos con recordar las principales doctrinas en las cuales Turgot se aparta de los fisiócratas.

Helas aquí:

1° La oposición fundamental entre la productividad de la agricultura y la esterilidad de la industria está, en Turgot, si no abandonada completamente, por lo menos muy reducida en importancia.
2° La propiedad territorial pierde su categoría de institución de derecho divino. Renuncia hasta a los pretendidos anticipos sobre la tierra, no descansando más que sobre un hecho -la ocupación- y sobre la utilidad pública (6).
3° La propiedad mobiliaria, por el contrario, es decir, el producto del trabajo, asciende a ocupar un lugar eminente; el papel que desempeña el capital está analizado más cuidadosamente, y definitivamente demostrada la legitimidad del interés.

Pero donde hay que buscar el complemento de las lagunas y la rectificación de los errores de los fisiócratas es principalmente en el libro de Condillac.

El libro que el abate Condillac publicó en 1776 -cuando tenía más de sesenta años y era ya célebre como filósofo-, titulado El Comercio y el Gobierno, considerados en las relaciones del uno con el otro, es un libro verdaderamente admirable, que contiene, en germen, las teorías más modernas, y que acaso debe, en la mayor parte, el injusto olvido a que ha venido a parar, a un título tan mal puesto como el que lleva y que no indica en absoluto su verdadero asunto.

Dicho libro es, en realidad, un completo tratado de Economía Política, desde el principio hasta el fin, y ni siquiera mezcla con ella la ciencia social, como en los libros de los fisiócratas, donde las nociones económicas se encontraban revueltas con la política, el derecho y la moral. Desde los comienzos del de Condillac, el autór coloca al valor como el fundamento de la economía política, y de primera intención ya sobrepasa con mucho a los fisiócratas (7). El valor lo funda sobre la utilidad; pero inmediatamente desposee a esta palabra de su significación vulgar para restituirle su significación científica, que en lo sucesivo ya no ha de perder nunca más; la utilidad no es, de ninguna manera, la expresión de una propiedad física intrínseca, de las cosas e inherente a las mismas, sino la de una cierta y determinada correspondencia entre una cosa cualquiera y la necesidad que de ella, siente el hombre: El valor no está tanto en la cosa como en la estimación en que nosotros la tenemos, y dicha estimación depende directamente de nuestra necesidad: crece y disminuye a primera en la misma proporción que se aumenta o se reduce la segunda. Ya tenemos, pues, fundada aquí la teoría psicológica del valor (8).

Pero no es esto todo, con ser ya mucho. Condillac advierte inmediatamente que la utilidad no es el único elemento constitutivo del valor, sino que la cantidad, es decir, la abundancia o la escasez, ejerce también una acción decisiva. Mas él percibe admirablemente el nexó que sirve de lazo de unión entre estos dos elementos, y demuestra de qué forma no vienen a constituir más que uno solo, no influyendo la cantidad sobre el valor más que porque influye sobre la utilidad, o, lo que es lo mismo, en cuanto hace sentir, con más o menos fuerza, el aguijón de la necesidad. Por lo tanto, desde el momento que el valor de las cosas está fundado en la necesidad, es muy natural que cuanto más imperiosamente se deje sentir dicha necesidad dará a las cosas un valor más grande, y viceversa¡ una necesidad que se experimenta menos imperiosamente se lo dará mucho menor. El valor de las cosas crece, pues, con la escasez y disminuye con la abundancia, pudiendo llegar con esta última hasta el extremo de anularse por completo. Un bien superabundante, por ejemplo, carecerá en absoluto de valor cuantas veces no se pueda hacer de él ningún uso, porque entonces será inútil completamente (9). Es imposible, ni aun en nuestros días, decirlo mejor. En estas palabras late el germen de toda la teoría, jevoniana y austríaca del valor; pero a difundirse no llegará hasta mucho tiempo después.

Esta manera de concebir el valor había de conducirle a una concepción del cambio muy superior también a la de los fisiócratas. No siendo el valor más que la satisfacción de una necesidad, el cambio, satisfaciendo dos necesidades a la vez, crea dos valores. La característica del cambio; en efecto es que cada una de las dos partes cede aquello que le sobra para obtener aquello que le falta, lo que el cedente tiene de sobra carece de utilidad para él y, por consiguiente, de valor, en tanto que lo que le falta tiene para él una gran utilidad y, por lo mismo, un gran valor. Cada uno llega, pues, al mercado con una cosa inútil y se vuelve de él con una cosa útil (10). Y he aquí cómo la afirmación de los fisiócratas -que el cambio no hace ganar nada a nadie, o que, por lo menos, la ganancia de una de las partes no hace más que compensar la pérdida de la otra- resulta radicalmente falsa. Los fisiócratas, y de ellos muy especialmente Le Trosne, intentaron dar respuesta a esta objeción; pero no pudieron llegar a asimilarse ese carácter subjetivo del valor por la razón que más arriba hemos dado (págs. 50 y 51).

Esta misma teoría había de servir para rectificar otro error de los fisiócratas y hacer dar a la ciencia otro gran paso, explicando la producción. Si el valor no es más que la utilidad, y la utilidad en sí misma no es más que una determinada correlación entre las cosas y nuestras necesidades, ¿qué es producir, sino crear esta correlación entre dichas cosas y nuestras necesidades? Pero ¿es, acaso, la Naturaleza, la tierra, la que establece la citada compenetración, la citada concordancia? Muy raras veces.

Ella (la Naturaleza) es, principalmente, fecunda en cosas que nos son inútiles, y de las cuales no podemos hacer ningún uso (observación profunda y que habría debido enfriar singularmente el entusiasmo de los fisiócratas por el alma parens). Es por el trabajo humano por el que las cosas reciben las transformaciones que las hacen útiles ... Producir es dar nuevas formas a la materia (11). Pero entonces, ¿qué diferencia hay entre la producción agrícola y la producción industrial? Ninguna. Tanto aquélla como ésta no hacen más que transformar lo que ya existe (12).

Por otra parte, Condillac pone muy bien patente que si los artesanos y los propietarios parecen dependientes de los agricultores, y lo son, efectivamente, éstos, por su parte, no lo son menos de los artesanos.

Desaparezca ya de una vez esa disyuntiva que pregunta si hay que preferir la agricultura a las manufacturas, o las manufacturas a la agricultura. No hay que preferir nada: es preciso ocuparse de todo (13).

Finalmente, por lo que al salario se refiere, su definición, a pesar de ser muy breve, es de un enorme alcance. Ese salario representa la parte del producto a que tienen derecho (los obreros) como copropietarios (14). En esta definición, la palabra representa quiere decir que el obrero, no pudiendo o no queriendo ejercitar su derecho, recibido directamente de la Naturaleza, sobre el producto de su trabajo, lo cede a cambio de dinero. Y este precio así recibido es el que constituye su salario, que está regulado, como todos los precios de venta, por la concurrencia de los vendedores y por la de los compradores. Condillac, pues, no sienta, como ley natural, que dicho salario haya de quedar reducido siempre a lo estrictamente necesario: eso dependerá de la oferta y de la demanda. Antes por el contrario, el salariado está presentado aquí como una asociación, en estado latente, entre el capital y el trabajo (15).

Aun desde el punto de vista de las aplicaciones prácticas -y singularmente de la libertad del trabajo y de la supresión de los gremios y corporaciones-, Condillac ha sido más categórico que los fisiócratas: sus privilegios son unos derechos inicuos, que no aparecen en el orden más que porque ya los hemos encontrado establecidos (16). Y por lo que hace a la libertad del préstamo y del tipo del interés, la reclama tan categóricamente como Turgot, alegando, al igual que este último, esta elegante razón del paralelismo entre el interés y el cambio: el cambio es la compensación de la distancia; distancia en el momento o distancia en el lugar, todo viene a ser lo mismo (17). 0, dicho de otro modo: el interés representa los gastos de transporte en el tiempo, como el cambio son los gastos de transporte en el espacio. He aquí formulada ya completamente la teoría moderna del interés, la de Bohm-Bawerk, que estudiaremos más adelante.



Notas

(1) Escuchemos a Mercier de la Riviére: Admirad de qué modo cada hombre se encuentra siendo el instrumento de la felicidad de los demás hombres; y la dicha de uno solo parece irse transmitiendo igual que se transmite el movimiento. Tomad al pie de la letra esta manera de hablar ... No sé yo si en este estado nos damos cuenta de los infelices; pero si así fuera, serían en bien escaso número, y el de los dichosos es tan grande que no debemos inquietarnos ya más sobre los auxilios de que aquéllos pueden tener necesidad. Todos nuestros intereses, todas nuestras voluntades, vienen a confluir en el interés y en la voluntad del soberano, y a formar, de esta guisa, para nuestra felicidad común, una armonía que puede muy bien considerarse como la obra de una divinidad bienhechora que quiere ver cubierta la tierra de hombres felices (Tomo II, pág. 638).

Hay que observar, sin embargo, que este cuadro encantador se aplica, no a la sOciedad existente, sino a la sociedad futura, donde ha de reinar el orden natural. Este optimismo es de la misma naturaleza que el de los anarquistas.

(2) Este Ricardo Cantillon, de quien nadie había hablado durante más de un siglo, ha vuelto a ponerse muy de moda desde hace algunos años, al igUal que todos los precursores a los que se descubre nuevamente. se le atribuye una influencia, probablemente exagerada, sobre los fisiócratas. De todas maneras es cierto que el primer libro de Mlrabeau, El amigo de los hombres, que se publicó un año después que el libro de Cantillon, es decir, en 1756, está directamente inspirado en él. De dicho libro no dlremos nada en este lugar para no desviarnos de la norma a seguir que nos hemos señalado. Pero no faltan, en ninguna de las revistas, artículos que puedan ampliamente dar informes de él. Los primeros de ellos son los que nos suministra Stanley Jevons en la Contemporary Review, del año 1881.

(3) Valores y monedas, probablemente del año 1769, y todavía hasta en sus Reflexiones. Las ideas esenciales de Quesnay acerca del valor, se encuentran en un articulo que durante mucho tiempo ha permanecido inédito, que lleva por titulo Hombres, y publicado muy recientemente por la Revista de historia de las doctrinas económicas y sociales, año primero, número 1°.

(4) Distingue Turgot, extendiéndose ampliamente en esta diferenciación, el valor estimativo (que nosotros llamariamos valor individual), y el Valor apreciativo (al que daríamos el nombre de valor social). El primero esta determinado por aquella porción de nuestro tiempo, o de nuestro trabajo, que nos sentimos dispuestos a sacrificar con tal de adquirirlo, de suerte que aquí aparece ya la noción del valor-trabajo. En cuanto al valor apreciativo, no difiere del anterior más que en que es un valor estimativo medio.

(5) A pesar de que Turgot se declaraba constantemente discípulo de Quesnay, se ha mantenido siempre apartado de la Escuela Fisiocrática, a la cual, un poco desdeñosamente calificaba de secta.

(6) Véase más adelante, al tratar de Ricardo, la teoría sobre la renta de la tierra.

(7) No me he detenido gran cosa sobre esta noción, sino en cuanto que ella ha de servir de base a toda esta obra (Capitulo primero).

(8) El Comercio y el Gobierno, pág. 15.

(9) Ibidem, parte 1a, cap. 1°.

(10) Es absolutamente falso que en los cambios se dé siempre valor igual por valor igual. Por el contrario, cada una de las partes contratantes da siempre un valor menor por un valor mayor. La ventaja es recíproca y aquí tenemos, indudablemente, la razón que ha hecho decir que se entregan recíprocamente valor igual por valor igual. Pero se ha sido poco consecuente, porque, precisamente, de que la ventaja es recíproca se habría debido sacar la conclusión de que cada uno da menos por más (Obra citada, págs. 55 y 56). Compárense estas palabras con las de Le Trosne (pág. 39, nota), y obsérvese la superioridad del análisis psicológico.

(11) Obra citada, parte 1a, cap. IX.

(12) Cuando la tierra se cubre de productos, no habrá por eso más materia que la que ya existia de antemano; hay solamente formas nuevas, y en esas formas nuevas consiste precisamente toda la riqueza de la Naturaleza (Obra citada, parte 1a., cap. IX).

(13) Obra citada, parte 1a., cap. XXIX.

(14) Obra citada, cap. XII.

(15) Obra citada, página 60. En estudios muy recientes sobre el contrato de salario, Chatelain ha recogido -sin haber conocido, al parecer, a Condlllac- precisamente la misma tesis.

(16) Obra citada, XV, cap. VIII.

(17) Véase Turgot: Memoria sobre el préstamo en metálico, página i22: En la negociación del préstamo a interés se da menos dinero en un momento determinado para recibir más en otro, porque la diferencia en los tiempos, como la diferencia en los lugares, establece una diferencia real en el valor del dinero. Y más adelante (página 127) - continúa: Compárese la diferencia de utilidad que se encuentra en la época del préstamo entre una suma poseida actualmente y una suma igual que se ha de recibir en una época lejana. ¿No es bien notoria esta diferencia, y la frase vulgar más vale una toma que dos te daré, no representa, acaso, la expresión ingenua y popular de esta notoriedad?
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