Indice de Los fisiocratas de Carlos Gide y Carlos Rist CAPÍTULO TERCERO CAPÍTULO QUINTOBiblioteca Virtual Antorcha

LOS FISIÓCRATAS

Carlos Gide y Carlos Rist

CAPÍTULO CUARTO

La circulación de las riquezas



Han sido los fisiócratas los primeros en dar una teoría sintética de la distribución de las rentas. Pretendieron demostrar -lo cual, por otra parte, no deja de ser una ideal genial-, que las riquezas circulan por sí mismas de una clase a otra de la sociedad, que van y vienen siempre por los mismos canales, de los cuales han llegado a desbrozar los conductos, y que es ésta, según frase de Turgot, circulación, cuya continuidad constituye la vida del cuerpo político, de la misma manera que la circulación de la sangre constituye la vida del cuerpo animal.

Un sabio como el doctor Quesnay, que ya había escrito un libro acerca de la Economía animal (1) y que conocía el descubrimiento (entonces, aún de muy reciente fecha) de Harvey, era, precisamente, el hombre indicado para trasplantar a la sociología esta idea de la biología. Y así lo hizo, en efecto, en su Cuadro económico, que no es, en resumen, otra cosa que una representación del modo como se opera la circulación de las rentas, y cuya aparición despertó entre sus contemporáneos una admiración tan increíble que hoy nos hace sonreír (2). El profesor Héctor Denis declara, sin embargo, que está muy cerca de compartir la admiración de Mirabeau (3).

Aunque nosotros sepamos en la actualidad que esta circulación es mucho más complicada de lo que los fisiócratas se imaginaban, merece la pena, a pesar de todo, indicar aquí este esquema primitivo (4).

Quesnay distinguía tres grandes clases sociales:

La clase productora, compuesta únicamente por los agricultores {y, probablemente, también por los pescadores y los mineros).

La clase propietaria, integrada no solamente por los propietarios del suelo, sino también por todos los que ejercen la soberanía por un título cualquiera; aquí se patentiza claramente la supervivencia de esa idea feudal que liga la soberanía a la propiedad.

La clase estéril, que comprende la industria, el comercio, la servidumbre y las profesiones liberales.

¿Dónde está la fuente de la riqueza cuya corriente vamos a seguir? Naturalmente, en la primera de estas tres clases, puesto que ella es la única que produce. Supongamos (es la cifra de Quesnay, y que parece bastante conforme con la realidad de aquellos tiempos) que viene a producir por una suma de 5.000 millones de francos. De ellos se guarda, en primer lugar, 2.000 millones, que son los que necesita para su propio sostenimiento y para el de sus ganados, así como para semillas y abonos; estos ingresos no circulan, sino que permancen en la fuente que los produjo.

La clase agrícola vende el resto de sus productos, lo cual le produce 3.000 millones de francos. Pero como los productos agrícolas por sí solos no son suficientes para su mantenimiento, sino que, además, le hacen falta productos de manufactura, vestidos, instrumentos,etc., los pide a la clase industrial y los paga entregándole 1.000 millones.

Ya no le quedan, por tanto, más que 2.000 millones en dinero, y éstos los pasa a las manos de la clase propietaria y soberana en concepto de arrendamientos y de impuestos. Más adelante tendremos ocasión de ver de qué forma justifican los flsiócratas este aparente parasitismo.

Pasemos ahora a la clase propietaria. Los 2.000 millones que ésta recoge de la clase productora, en concepto de arrendamiento, los emplea íntegros en vivir, y, naturalmente, en vivir bien; para ello necesita, a su vez, subsistencias, que ella compra a la clase agrícola (a menos que alguna parte del arrendamiento, o todo él, lo haya recibido en especie), y en esta forma le devuelve 1.000 millones. Necesita también productos manufacturados, que compra a la clase estéril y por los cuales paga los otros 1.000 millones. Su cuenta, pues, está saldada.

En cuanto a la clase estéril, no produciendo nada por sí misma, no puede recibir, como la anterior, lo que le es necesario sino de segunda mano, es decir, de manos de la clase productora. Solamente que lo recibe por dos caminos distintos: 1.000 millones que le entrega la clase agrícola en pago de un valor igual de productos manufacturados, y otros 1.000 millones de la clase propietaria en pago, asimismo, de otro valor igual de productos manufacturados. Nótese que estos últimos 1.000 millones son de los que la clase propietaria había recibido, a su vez, de la clase agrícola; han dado, pues, la vuelta completa.

Esos 2.000 millones que la clase estéril recibe en concepto de salario los emplea, como es natural, en vivir y en adquirir las primeras materias para su industria. Y como es precisamente la clase productora la única que puede proporcionarle esas subsistencias y esas primeras materias, resulta que aquélla, la clase estéril, se los tiene que devolver a ésta, a la clase agrícola, en pago. De suerte que tales 2.000 millones vuelven de nuevo íntegramente a su punto de origen. Y con los 1.000 millones ya restituídos por la clase propietaria y los 2.000 de productos en especie no vendidos que guardó para sí, el total de 5.000 millones vuelve a quedar reconstituído en las manos de la clase productora, y el ciclo empieza de nuevo indefinidamente (5).

Este ligero resumen apenas da una idea imperfecta de los cruzamientos y de las repercusiones de los ingresos, de los cuales se divierten los fisiócratas en seguir las incidencias y los rebotes con una alegría verdaderamente infantil y se figuran que están viendo la realidad misma (6). El hecho de que se vuelvan a encontrar siempre la cuenta exacta. de todos sus miles de millones les exalta, y, como tantos otros economistas matemáticos de hoy en día, no se dan cuenta de que, al fin de su cálculo, no vienen a encontrar en resumen de cuentas sino aquello que en ellas pusieran ellos mismos. Y bien claro está que dicho cuadro no demuestra nada, por lo que hace al punto esencial de su sistema, a saber: que hubiera una clase productora y otra estéril (7).

Lo que hay de más interesante en el sistema de distribución de las riquezas imaginado por los fisiócratas no es, como pudiera creerse, la manera particular como se han representado dicha distribución, sino la idea de que la circulación de la riqueza estaba sometida a determinadas leyes y que de esas leyes de la circulación dependían los ingresos o las rentas de cada cual.

Se habrá advertido que en la clasificación tripartita de la sociedad que hacen los fisiócratas, y que acabamos de citar, la clase propietaria ocupa una situación muy singular. Es éste uno de los rasgos más curiosos de la doctrina fisiocrática.

Quien examine el cuadro, precedente, no con espíritu fisiocrático, sino con espíritu moderno, se extrañará y hasta quedará escandalizado de la existencia de esa clase que deduce y retiene los dos quintos de la renta nacional, sin suministrar nada en cambio. Acaso pudiera suponerse que, al poner tan claramente de relieve el parasitismo de la mencionada clase, Quesnay y sus sucesores hacían una obra, si no abiertamente socialista, por lo menos tendenciosamente. Y, sin embargo, nada más lejos que esto de su ánimo. E!los ni siquiera llegaron a sospechar hasta qué punto ponían a dichos propietarios en una situación comprometida, antes al contrario, están llenos de reverencia para con ellos, pues no para ellos, es para los industriales y para los obreros de la industria para quien reservan el calificativo de clase estéril. Con respecto a los propietarios, los consideran como el fundamento del orden natural y los invisten de un verdadero sacerdocio económico. Es precisamente el propietario, el encargado de repartir el pan a los hombres, el pan de la vida, y es de manos suyas de quienes todos comulgan. Se trata, pues, de una institución divina: esta es la palabra (8). Es preciso explicar semejante idolatría.

Parece que, aun desde su punto de vista, habrían debido colocar en primera línea a la clase expresamente llamada por ellos productora, es decir, a los cabezas de cultivo, que por aquel entonces eran casi todos colonos o aparceros. Pero no; porque éstos no han hecho la tierra, sino que la han recibido de los propietarios, los cuales deben, por lo tanto, colocarse antes de la clase productora, por ser, después de Dios, los primeros dispensadores de toda riqueza (9).

Resultaría superfluo insistir acerca de esta extraña aberración, que les hacía ver el verdadero creador de la tierra y de sus productos no en el que la cultivaba, sino en el ocioso. Pero se puede explicar de antemano, por la misma lógica de su doctrina. Es preciso, en efecto, observar, ante todo, que los fisiócratas no podían atribuir al trabajo la dignidad que nosotros le atribuímos hoy día, puesto que para ellos el trabajo no era, en absoluto, creador de riqueza, y nótese esto: tampoco el trabajo del obrero agrícola, considerado en sí mismo, lo era más que el del obrero de la industria; y si calificaban, al menos, de productivo al primero era porque la Natura]eza cooperaba con él, pero era ésta, y no el trabajador, quien creaba la riqueza (10).

Por otro lado, puede explicarse también por el medio en que vivían. No habiendo conocido, a partir del feudalismo, más que sociedades gobernadas y dirigidas, lo mismo en el orden económico que en el orden político, por propietarios ociosos; sufrieron exactamente la misma ilusión, en lo que se refiere a la necesidad de la propiedad territorial, que la que experimentó Aristóteles por lo que hacía a la necesidad de la esclavitud (11).

Sin embargo, si los fisiócratas no previeron las críticas que con tanta abundancia iban a caer sobre la propiedad territorial, no por eso dejaron de buscar el modo de explicarla y legitimarla (singularmente uno de ellos: el abate Baudeau). Y las razones que aducen en su abono son tanto más útiles de registrar cuanto que son las mismas que, durante un siglo, van a servir a todos los economistas defensores de la propiedad territorial. Dichas razones son numerosas.

La más sólida a sus ojos, o, por lo menos, la que hacen valer con más frecuencia, es la de que la tierra la han roturado y puesto en disposiciones de cultivo los propietarios, o los que de ellos habían recibido el derecho a hacerlo. Y es a ellos, por consecuencia, a los que debe la clase productora el tener en sus manos el instrumento de la producción. Son también ellos los que han facilitado y facilitan todos los días lo que los fisiócratas llaman, en su lenguaje, los anticipos sobre la tierra, es decir, los gastos de roturación, de deslinde y acotamiento, de construcción de edificaciones, etc. (12). El propietario territorial no se presenta, pues, de ninguna manera, a sus ojos como un parásito, ni siquiera como recibiendo una renta de segunda mano, como el industrial; él recibe su parte, optimo jure, en virtud de un derecho anterior y superior al del cultivador, puesto que si el cultivador hace el producto, ha sido él, el propietario, el que ha hecho la tierra. Pudieran compararse las tres clases sociales de los fisiócratas a tres personas que tienen que repartirse el agua de un pozo. La clase productora es la que, por medio de cubos, saca el agua del pozo para todos. La clase propietaria es la que recibe el agua, pero que no tiene que dar nada en cambio, puesto que ella ha construído el pozo. La clase estéril, que se mantiene a una respetuosa distancia, es la obligada a comprar el agua del pozo, pagándola con su trabajo.

Solamente que aquí hay una contradicción, de la que parece que no se han dado cuenta los fisiócratas. Si la renta percibida por el propietario no es más que la justa remuneración de sus anticipos, de sus dispendios, esta renta no tiene entonces nada de don de la naturaleza, y el producto neto se evapora y desaparece, puesto que, según la definición, dicho producto neto no era más que el sobrante del producto bruto, después de haber sido reembolsados los anticipos facilitados, o, lo que es lo mismo, el excedente sobre el costo de producción. Pero con esta explicación no queda ningún remanente. ¿Es, pues, que los propietarios reciben el precio de sus arrendamientos no como representantes de Dios, sino sencillamente a titulo del servicio prestado?

Porque, de no admitir esto, hay que suponer que la renta de la clase propietaria ha de quedar descompuesta en dos porciones: una, de la que no pueden disponer, y que no será para ellos, al igual de los ingresos de los arrendatarios, más que el reembolso de sus anticipos, y la otra que, por ser el sobrante, constituirá por sí sola el producto neto. Pero ¿cómo justificar entonces la apropiación de esta última parte?

Aguardemos un instante, porque todavía tienen reservado un nuevo argumento, que es el de la utilidad social. La labor de cultivo de los terrenos, dicen ellos, se detendría, y, en su consecuencia, la fuente única de toda riqueza quedaría exhausta si no se reconociera al que ha vencido las primeras dificullades el derecho a recoger los frutos (13).

¿Será necesario demostrar la contradicción existente entre este argumento y el precedente? En el primero afirmaban: la tierra debe ser susceptible de apropiación porque ha sido cultivada. En este otro dicen: la tierra debe ser apropiada a fin de que pueda ser cultivada. Allí se toma el trabajo como causa eficiente; aquí, como causa final de la producción.

Finalmente, los fisiócratas sostienen, como úllimo argumento, que la propiedad territorial se impone, sencillamente, como una consecuencia de lo que ellos llaman la propiedad personal es decir, el derecho que tiene todo hombre de atender a su conservación; porque el derecho de atender a la propia conservación lleva consigo el derecho a la propiedad mobiliaria, y éste, a su vez, el derecho a la propiedad territorial.

Las tres clases de propiedad se encuentran de esta forma tan íntimamente unidas, que se las debe mirar como no formando más que un sólo todo, del cual no puede ser segregada ninguna de ellas sin que de esa mutilación resulte la destrucción de las otras dos (14).

En consonancia con esto, los fisiócratas profesaban un respeto tan grande no solamente a la propiedad territorial, sino a toda clase de propiedad.

La seguridad de la propiedad es el fundamento esencial del orden económico de la sociedad, dice Quesnay (15); y Mercier de la Riviere añade: Se puede considerar el derecho de propiedad como un árbol, del cual todas las instituciones sociales fueran ramas que brotaran del mismo (16).

Esle culto a la propiedad se vuelve a encontrar hasta en los días de mayor exaltación de la Revolución francesa y del terror; entonces, cuando había desaparecido todo respeto a la vida humana, el respeto a la propiedad continuaba intangible.

Se ve, pues, que el arsenal donde han de venir a surtirse de armas los defensores de la propiedad territorial está ya casi lleno (17).

Pero si los fisiócratas han defendido con tal ahinco la propiedad territorial, no han dejado, por otra parte, de imponerle deberes rigurosos y múltiples, que son como la contrapartida de su eminente dignidad. Es verdad que no es la autoridad la que debe reglamentarios, sino la razón y las buenas costumbres (18).

Esos deberes son:

1° El de continuar su obra sin desmayos ni interrupciones, no la obra de cultivo, que no es a ellos a quienes toca, sino la de poner en valor las tierras nuevas y facilitar los anticipos sobre la tierra (19).

2° El de ser los dispensadores, en beneficio del interés general, de las riquezas producidas por la naturaleza, los ecónomos de la sociedad (20).

3° El de utilizar las comodidades de su vida para prestar a la sociedad todos aquellos servicios gratuitos de los que la misma no puede prescindir.

4° El de pagar, según veremos más abajo, la totalidad de los impuestos.

5° Y, sobre todo, el de proteger a los agricultores, a sus arrendatarios y colonos, y no exprimirlos exigiendoles más allá del producto neto. En todo caso no llegan más que hasta pedir que los propietarios les dejen una parte de dicho producto neto: pero los constriñen en severos términos a dejarles, por ló menos, la suma total de sus anticipos anuales y primitivos, y contársela ampliamente.

En realidad, esto no es demasiado; pero para su época ya era mucho. Decid sin reparo: ¡Malditos sean los propietarios! ¡Malditos, los soberanos! ¡Malditos sean todos los imperios! Pero decidlo cuando dichas gabelas sean exigidas a los cultivadores, es decir, a la misma tierra, cuya fecundidad depende de ellos ... Y terminad diciendo que la suerte de esos hombres, dignos de aprecio, que cultivan su propio solar o el de los demás, no puede ser indiferente para nadie ...; que todo cuanto los degrada, los envilece, los molesta o los despoja, aporta a la sociedad las plagas más crueles: que todo aquello que los ennoblecería, todo aquello que había de proporcionarles su bienestar, su satisfacción, su comodidad o su riqueza es una fuente fecunda de prosperidad para toda clase de ciudadanos (21). Estas palabras generosas, y que en aquella época distaban mucho de ser vulgares, indemnizan algún tanto del desmedido favor que ellos mismos hubieran dispensado a la clase de los propietarios, contentándose con exigirles determinados servicios sociales, desprovistos, por otra parte, de toda sanción.



Notas

(1) Ensayo físico sobre la economia animal, 1747.

(2) Desde el principio del mundo, escribe el Marqués de Mirabeau, ha habido trés descubrimientos que han dado a las sociedades pollticas su principal solidez. El primero es la invención de la escritura. El segundo es la invención de la moneda, y el tercero, qué no es más que el resultado de los otros dos, pero que es el que los complementa, desde el momento que lleva su objeto a la mayor perfección, es el Cuadro económico, ese gran descubrimiento que constituye la gloria de nuestro siglo y del cual la posteridad ha de recoger los frutos. Y el abate Baudeau dice, con no menor lirismo: Me he permitido separar esas figuras previo parecer y consentimiento del primer maestro, cuyo genio creador dió a luz la idea sublime de ese cuadro que pinta ante nuestra vista el resultado de la ciencia por excelencia y que perpetuará esta ciencia, en toda Europa para la eterna gloria de su inventor y para provecho y felicidad de la humanidad (páglna 867).

La primera edición de ese cuadro, de la cual solamente se Imprimieron unos pocos ejemplares, se ha perdido; pero unas pruebas de esa edición, corregidas por el mismo Quesnay, han sido encontradas en la Biblioteca Nacional de París por un economista alemán, el profesor Stephan Bauer, de la Universidad de Basilea; dichas pruebas han sido después publicadas, en facsimil por una Sociedad Inglesa, la British Economic Association, el año 1894.

(3) El descubrimiento de la circulación de la riqueza en las sociedades económicas ocupa en la historia de la ciencia el mismo lugar que el de la circulación de la sangre en la historia de la biologia.

(4) El cuadro de Quesnay está presentado bajo la forma de columnas yuxtapuestas y cubierto de líneas en zlg-zag, que van entrecruzándose de una columna a otra. Si Quesnay hubiese vivido en nuestros días, habría recurrido, seguramente, al sistema de representación gráfica, que hubiera sido mucho más claro, y es verdaderamente extraño que no haya habido nadie por cuya imaginación haya pasado la idea de rendirle este servicio póstumo. El profesor Héctor Denis lo ha traducido por cuadros de anatomia, que coloca frente a la red arterial y venosa del cuerpo humano.

El hecho de que Quesnay tuviera que acudir a cálculos aritméticos para explicar su cuadro le da derecho, en cierto sentido, a ser conslderado como el precursor de la escuela económlca sistemática. Y esto si que no se ha olvidado de hacer, como lo anterior. Véase al efecto, en el Journal of Quarterly Economics, de 1890, un articulo del antes citado Stephan Bauer, y en el Economic Journal, de junio de 1896, un articulo de Oncken, titulado Los fisiócratas, como fundadores de la Escuela matemática. Le Trosne, por otra parte, es mucho más categórico: Al ejercerse la ciencia económica sobre objetos mensurables, es susceptible de ser una ciencia exacta y, por consecuencia, de ser sometida al cálculo. Le era precisa una fórmula particular que fuese ajustada a su uso y que sirviera de punto de apoyo a las pruebas obtenidas por medio del razonamiento. Esta fórmula es el Cuadro Económico (Del orden social. Discurso VIII, pág. 218).

(5) Aunque Turgot no habla del Cuadro Económico, lo resume muy bien en la siguiente frase: Aquello que el cultivador hace producir a la tierra, fuera de sus bienes personales, es el único fondo de salarios (nótese esta expresión, que se ha de hacer célebre) que reciben todos los demás miembros de la sociedad en cambio de su trabajo. Y éstos, sirviéndose del precio de dicho cambio para comprar los géneros del cultivador, no le devuelven más que exactamente lo mismo que de él recibieron (Turgot, tOmo I, pág. 10). Para más detalles, véase la explicación del Cuadro Económico, del abate Baudeau.

(6) La marcha de ese comercio entre las diferentes clases, y sus condiciones esenciales, no tienen nada de hipotéticas. Quien quiera reflexionar sobre ello verá que están copiadas fielmente del natural. (Quesnay, página 60).

(7) Pero se imaginan, sin embargo, haberlo demostrado con todo género de evidencia. Se ve que la clase estéril no subsiste más que por el pago sucesivo, por la retribución debida a su trabajo, que es inseparable de todo gasto empleado en subsistencias. Se ve que no hay allí más que consumo y aniquilamiento de producción, y nada, en absoluto, de reproducción. (Quesnay, pág. 60).

(8) Es Imposible no reconocer el derecho de propiedad como una institución divina, por ser el medio por el cual estamos destinados, como causa segunda, a perpetuar la gran obra de la creaclón y a cooperar a los fines de sus autores (La Rlviere, pág. 618).

El orden de la sociedad supone, esencialmente, esta tercera clase de ciudadanos: primeros preparadores y conservadores de la cultura y propietarios dispensadores del producto neto (Quesnay, pág. 186).

(9) Debajo de los propietarios territoriales está inmediatamente la clase productora, cuyos trabajos suponen los adelantos territoriales y dependen, evidentemente, de dichos trabajos (Baudeau, pág. 691).

(10) Es digno de notarse, asimismo, que los fisiócratas no hablan jamás de obreros agrícolas; cualqulera hubiera dicho que es que no existían en aquel tiempo. Su solicitud por los agricultores no desciende más allá de la categoría de los colonos y aparceros.

(11) Tanto como clase propietaria puede llamársela clase de nobles, y, en este sentido; la nobleza, lejos de ser una quimera, como se ha dicho tantas veces, es una realidad muy útil a los imperios civilizados (Baudeau, página 670).

(12) En tercera línea (si bien los fisiócratas dicen, con mucha frecuencia, en primera línea) se adelantan los propietarios territoriales, que roturaron el suelo, construyeron los edificios, hicieron las plantaciones y acotaron el terreno a sus expensas o que se reembolsaron de esos anticipos adquiriendo por compra las heredades ya preparadas ... Este ingreso nos pertenece, se dijeron ellos, a titulo de prudencia y de justicia, por haber hecho los anticipos sobre la tierra, por haber sido los encargados de su entretenimiento y conservación (Baudeau: Filosofía económica, pág. 757).

El primer agente de que tiene necesidad la reproducción es el hombre, el más esencial a la sociedad. Este primer agente es el propietario territorial; de modo que el titulo de sus prerrogativas se encuentra en la necesidad física de la reproducción (La Riviere, págs. 466 y 467).

Mediante los gastos es como se adquiere la verdadera, la justa, la útil propiedad territorlal. Hasta el momento mismo en que se facilitan esos primeros anticipos, la propiedad no es nada más que el derecho exclusivo a hacer algún dla al suelo capaz de producir (Baudeau, pág. 851). Es decir, que en tanto no hayan sido las tierras puestas en valor la propiedad se reduce a la simple ocupación.

Los fisiócratas establecian tres categorlas de anticipos:

1° Los anticipos anuales, consistentes en los gastos de cultivo y que se reproducen anualmente, como semillas, abonos, gastos de laboreo, y, claro está, incluyéndose también en ellos los invertidos en el mantenimiento de los cultivadores. Dichos anticipos deben ser íntegramente reembolsados por la producción del año. Esto es lo que nosotros llamamos actualmente el capital circulante.

2° Los anticipos primitivos, como la compra de ganado o de herramientas, que sirven para una serie más o menos larga de actos de producción, y que, por lo mismo, no es necesario que sean reembolsados en un solo año, sino en varios, por fracciones. Aquí se ve aparecer, de un modo diáfano, la distinción, que se ha llegado a hacer clásica, entre los capitales fijos y los circulantes, y la amortización de los primeros, opuesta al reembolso actual de los segundos. Y no se escapó a su penetración que un aumento inteligente de los anticipos primitivos permitiría reducir los anticipos anuales.

Estas ideas eran entonces muy nuevas, y han quedado definitivamente Incorporadas a la ciencia, con la sola diferencia de que, en lugar de quedar restringidas a la producción agrícola, han sido ampliadas a toda clase de producción.

3° Los anticipos sobre la tierra, que son los que se proponen como fin el preparar la tierra para el cultivo. (Mucho más lógico hubiera sido, a nuestro modo de ver, que se hubiese aplicado a estos el calificativo de primitivos.)

En resumen: las dos primeras categorías de anticipos son las que atañen directamente al agricultor y le adjudican el derecho a una remuneración suficiente, por lo menos, para reembolsarse de ellos.

La tercera se rellere al propietario, y es la que le reconoce un titulo de propiedad sobre la superficie del terreno. Antes de que pueda establecer el colono un cultivo anual regular y perpetuo. ¿qué es lo que hace falta? Se necesitan edificaciones, un cuerpo de granja, caminos, plantaciones, reparaclones del suelo; hace falta arrancar las piedras, los troncos y las raíces que estorban, evacuar las aguas que no aprovechan o ponerlas en disposición de que sirvan y construir abrigos o refugios. Estos son, señor, los anticipos sobre la tierra, los verdaderos trabajos del propietario. los verdaderos fundamentos de su derecho de propiedad (Baudeau: Efemérides, mayo de 1776; contestación a Condillac).

(13) Sin la certidumbre de la propiedad, el territorio permanecería sin cultivo (Quesnay: Máxima IV). Todo se habría perdido si esla propiedad de los frutos no estuviese asegurada, como lo está la del suelo y como lo está también la que cada individuo tiene sobre su propia persona (Dupont de Nemours, tomo I, pág. 26).

(14) La Riviére, tomo I, pág. 242.

(15) Máxima IV.

(16) Páginas 615 y 617.

(17) Aqui hay que marcar una de las numerosas diferencias entre Turgot y los fisiócratas. Turgot parece mucho menos convencido de la utilidad social de la propiedad territorial y de la legitimidad de los derechos de los propietarlos. Atribuye su origen, senclllamente, a un hecho histórico, el de la ocupación, y por este lado queda sumamente refutada la argumentación de los fisiócratas. La tierra se iba poblando, cada vez se la trabajaba más. Las mejores tierras se encontraron a la larga ocupadas totalmente, y no quedaron para los últimamente llegados más que los terrenos estériles, desdeñados por los primeros. Pero, al fin y a la postre, todo terreno encontró su dueño, y los que no pudieron encontrar propiedad no tuvieron otro recurso que el de cambiar el trabajo de sus brazos por el sobrante de los ingresos del propietario (tomo I, pág. 12). Ya no estamos lejos de la teoría de Ricardo.

(18) Baudeau, pág. 3i8,

(19) Un propietario que facilita incesantemente los anticipos sobre la tierra de sus propias heredades hace la obra más útil de que pueda ser capaz sobre la tierra un individuo particular (Baudeau).

(20) Los ricos son los dispensadores de los gastos con los cuales asalarian a los obreros; sería una lamentable equivocación el hacerlos trabajar para ganar esos gastos (Quesnay, tomo I, pág. 193).

(21) Baudeau, págs. 835 y 839. Y Merciere de la Rivière dice, en términos no menos severos: Está terminantemente prohibido, bajo pena del aniquilamiento de toda la producción y, por tanto, de la destrucción de la sociedad entera, tanto al propietario territorial como a todo poder humano, distraer nada de la porción que tiene que ser deducida sobre los proctuctos para perpetuar los citados anticipos (pág, 467). Si ellos hubieran podido prever la historia de Irlanda, hubieran observado hasta qué punto iban a encontrar en ella la más completa comprobación de los puntos de vista que sostenían.

Únicamente recordamos, según ya lo hemos hecho observar más adelante, que, tratándose de los derechos de los cultivadores a una parte de los productos, los fisiócratas no dirigían sus miradas más que hacia los colonos y aparceros, nunca a los operarios de la tierra, a los cultivadores materiales del campo, contentándose con reclamar para éstos últimos lo estrictamente indispensable con que atender a su subsistencia. Y hasta se ha llegado a sospechar de ellos que abrigaron un fuerte temor a que dichos operarios viviesen demasiado cómodamente, con más satisfacciones de las puramente necesarias, por miedo a que entonces dejasen de trabajar (véase Weulersse, ob. cit., tomo II, pág. 799, y en otros varios pasajes); pero esta acusación contra los fisiócratas parece injusta. El mismo Weulersse cita palabras de Quesnay protestando contra esa máxima de los exactores, de que sea necesario que los campesinos sean pobres para que no sean perezosos.
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