Omar Cortés


La cosecha

Brevísima semblanza del General Álvaro Obregón


Segunda edición cibernética, enero del 2003

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés





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Indice

Presentación

La Cosecha

II

III

Manifiesto del General Álvaro Obregón












Presentación

Las campañas políticas iniciadas en 1919, por tres candidatos que aspiraban a suceder al entonces Presidente de la República, C. Venustiano Carranza, terminaron, bruscamente interrumpidas en el mes de abril de 1920 debido a la condenable injerencia que en aquél proceso realizó el señor Carranza con el fin de imponer a su candidato, violentando, con tal actitud, no sólo a las campañas políticas sino también al pueblo de México, quien, mayoritariamente se había hecho eco del llamado a las armas proclamado en Agua Prieta.

Tres fueron los candidatos que pretendían contender en aquél proceso destinado a inaugurar la época constitucional para dejar atrás la lucha de facciones.

Por desgracia, la expectativa creada en torno a lo que se pensaba sería el fin de las guerras fratricidas, no prosperó, retardando con ello el advenimiento de la época de consolidación constitucional.

Las campañas de los señores C. Alvaro Obregón, General Pablo González e ingeniero Ignacio Bonillas, sucumbieron ante la intriga y la terquedad del entonces Primer Mandatario, quien buscaba, como ya lo hemos señalado, imponer al último de esos tres candidatos.

Lo que a continuación publicamos es un imaginario relato, debido a la pluma de Omar Cortés, que toma como personaje central al primero de los candidatos señalados, en una conversación con el General Benjamín Hill.

Complementa al presente escrito la publicación, al final del mismo, del Manifiesto expedido por el C. Alvaro Obregón el día 30 de abril de 1920 en la ciudad de Chilpancingo, Gro.

Chantal López y Omar Cortés

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La Cosecha

I

Frente a la mesa de su escritorio, quien fuese nombrado Jefe del Ejército Constitucionalista del Noroeste, cavila con un semblante de júbilo en el rostro. Por un momento ha olvidado sus malestares físicos; esas constantes depresiones nerviosas que minaron su salud. En ese instante se siente bien, muy bien, y ello a tal grado que pareciera haber por completo superado el terrible trauma crónico que le dejó el cuetón aquél que le estalló rete cerquita, desgraciándole su brazo.

Ahora es capaz de recordar, calmado, sin el menor rastro de nerviosismo, aquél momento, aquél segundo en que el obús estalló ... el estruendo, el poderoso y formidable estruendo que penetró por sus oídos regándosele por todo el cuerpo, para después enfrentar la inconsciencia y despertarse manco.

El cuetón le había volado su brazo derecho y con él, su mano ... su querida mano a quien tantos favores debía, su puñetera, su amada mano derecha, tan útil, tan necesaria sobre todo en tiempos de guerra ...

Aquella experiencia le había causado un shock, un shock que parecía insuperable, pero en ese momento todo estaba bien, e incluso, en sus pensamientos, bromeaba recordando lo difícil que para él había sido ejercitar a la izquierda para que le proporcionase los placeres y goces que le concedía la derecha ...

Se reacomodó en su confortable sillón, carraspeando para limpiarse la garganta, y tomó con su mano, con la única que tenía, las hojas que momentos antes terminara de escribir, leyendo, como queriendo subrayar en voz alta cada una de las palabras ...

Tengo, pues, que dejar a mi criterio la tarea de resolver cuál es el camino que el deber me señala, ya que no es posible permanecer indiferente ante la situación que se avecina; y, asesorado por él, buscaré el origen de esta agitación, cuáles son los peligros que augura, y por fin, como antes dije, el lugar que me corresponda, para ir a él sin vacilaciones, con la misma sumisión con que fui a los desiertos de Chihuahua cuando el deber me señaló allí mi sitio, a raíz de la infidencia de Pascual Orozco, como marché contra Victoriano Huerta, a raíz de los memorables acontecimientos de la Decena Trágica, como marché a Celaya cuando Francisco Villa, olvidando los compromisos contraídos con la Revolución, se declaró infidente y desconoció al Jefe Supremo de ella, y por fin, como marché a mi casa para volver a la vida del trabajo, cuando, restablecido el orden constitucional de una legislación avanzada, quedaban constituidos los principios fundamentales inscritos en la bandera de la Revolución.

¡Esto sí que está bien!, murmuró satisfecho, al tiempo que melancólicamente se sumía en sus recuerdos, en sus glorias, en sus triunfos ... en el cúmulo de experiencias que constituían su vida.

Y pasó a desmenuzarlas, a recordarlas una a una, a repasarlas despacito, lentamente, poco a poco, igual que un chiquillo que degusta un caramelo y lo come saboreando cada gota azucarada, gozando cada momento del sabroso dulce. Se transportó al pasado, a pretéritos tiempos ...

... 1911, su elección como presidente municipal del pueblito de Huatabampo, en su amada Sonora ...

... 1912, su lucha contra los locos acelerados contrarrevolucionarios de los orozquistas; su nombramiento como Teniente Coronel ... y la campaña en Chihuahua, bajo las órdenes del General Agustín Sangines ... el comienzo de los carambazos, allá, en la Hacienda de Ojitos contra las tropas de Inés Salazar ... ¡eso sí que estuvo feo! ... el ininterrumpido tiroteo, el tableteo de las ametralladoras, los cañonazos ... y los muertos ... y los heridos por todos lados, y luego ... luego la victoria ... Salazar retirándose. Siguió después otro agarrón contra las mismas fuerzas, y ese fue en el Rancho de San Joaquín, pero acá, en Sonora, y otra vez los fregadazos, los muertos, los heridos, y ... de nuevo ... la victoria. Una vez más el José Inés Salazar salía corriendo como auténtica alma que se lleva el diablo. Se fue pa Chi ... huahua, abandonando Sonora.

¿Cómo olvidar ese triunfo? ¿Cómo no recordar el ascenso a Coronel que por su hazaña consiguió? ¡Los colorados de Orozco fueron expulsados por él de Sonora!

... 1913, ¡ay, aquél fatídico año! En febrero, el cuartelazo, la traición y el asesinato, el sanguinario asesinato. Los Madero, Francisco y Gustavo ... Pino Suárez ... y el corredero ... ¿dónde habían quedado los habladorcillos que se rasgaban las vestiduras por el señor Madero cuando éste vivía? ... ¿dónde había quedado el honor de aquellos diputadillos quesque muy renovadores, pero que a la hora de la hora, se cuartearon, se rajaron aceptando la renuncia del señor Madero y, tácitamente, el encumbramiento del borrachín de Huerta, dónde quedaron el honor, la entereza, la dignidad? Cuánta razón había tenido don Abraham González en su insistente alerta al señor Madero para que se cuidase del tal Victoriano.

Pero ... pues también el señor Madero ... tan inteligente, tan preparado y, sin embargo ... dale y dale con su manía dizque de comunicarse con los muertos. Decían, los que con él anduvieron semanas antes de que los traidores lo aprehendieran, que su maña esa de pedir el consejo de los difuntos, había alcanzado extremos peligrosos.

Sorpresas que guarda el destino, murmuró en voz alta para, inmediatamente, volverse a sumir en sus recuerdos ...

... 1913, y el señor Gobernador José María Maytorena, indeciso, reculeándose, pidiendo licencia temporal, cuando lo que realmente quería era ganar tiempo, nadar sin mojarse ... murmuró, y el interinato del señor Pesqueira, quien sí no se anduvo por las ramas. No más llegó don Nacho y tal cual debía, desconoció de inmediato al borrachales de Huerta ...

... 1913, su nombramiento por el señor Pesqueira, como Jefe de la Sección de Guerra, y su campaña militar para barrer de Sonora a las ratas del ejército huertista.

Nogales, Agua Prieta, Naco y su regreso a Hermosillo para enterarse que ese mismo día, 18 de abril, delegados de Chihuahua, Coahuila y Sonora, firmaban en Monclova, Coah., un convenio en donde se reconocía al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista.

Después vendría la batalla de Santa Rosa, misma de la que salió, de nuevo, victorioso, lo que ocasionó su ascenso a Brigadier concedido por el mismo Primer Jefe. Más adelante se iniciaría su gloria mediante su triunfo en la batalla de Santa María, por lo que volvió a ser ascendido, esta vez, al cargo de General de Brigada ...

... y después, el regreso del tal Maytorena, quesque pa´volver a gobernar el Estado, cuando en realidad el desgraciado ya se había dado cuenta pa´donde soplaba el viento y tan sólo buscaba encaramarse al carro de los futuros vencedores ...

... ¡Desvergonzado oportunista!, pronunció casi a gritos, notoriamente exaltado.

¿Qué pasa, mi General? ¿Está usted bien?, alcanzó a escuchar la voz de su asistente a su espalda.

No ... no ... -balbuceó- ... no pasa nada. Todo está bien. ¡Hágame el favor de dejarme a solas, y no me interrumpa!, terminó ordenando.

¡Como usted mande, mi General!, alcanzó a oír, y antes de volver a sus recuerdos, una puerta se cerró a sus espaldas.

... 1913, su nombramiento como Jefe del Ejército Constitucionalista del Noroeste, y sus Generales, sus subalternos, sus planes, sus órdenes, sus triunfos y fracasos, las derrotas y las victorias de las fuerzas a su mando ...

... 1914, ¡el año del triunfo!, murmuró mientras complacido sonreía. A la liberación de Sonora, pronto se habían unido Sinaloa, Nayarit y Jalisco, este último gracias a sus celebres victorias en las batallas de La Venta-Orendun-El Castillo. Tres días de intensos y cruentos combates contra el huertista Ejército de Occidente comandado por el General José María Mier ... mierda fue lo que los hice, pronunció entre dientes. Miles de prisioneros y qué decir de aquel enorme arsenal que les quité. Tenían más armas y cartuchos que hojas tienen mil árboles ... luego vendría la toma de Colima y el avance sobre Manzanillo interrumpido por la terminante orden del Primer Jefe para dirigirme a México y firmar las condiciones de rendición de la plaza. ¡El borrachín de Huerta ya había renunciado!

... 1914, ¡aquél maravilloso año!, suspiró ... el año de su entrada con el pié derecho y por la puerta grande a los sagrados campos de la política nacional ... el año de su encumbramiento a insospechadas alturas ...

... 1914, su firma, en cuanto representante del Ejército Constitucionalista, de los Tratados de Teoloyucan, y después, su entrada triunfal a la ciudad de México. ¿Cómo, cómo era posible el olvidar aquél espectáculo? Lo sucedido en ese día, en ese 15 de agosto, lo acompañaría, sin duda, hasta sus últimos momentos.

Mi General, escuchó, al tiempo que llamaban a su puerta. Mi General, repitió la voz.

Pasa, contestó tajante.

Disculpe usted, mi General, pero el señor General Benjamín Hill solicita hablar con usted en privado, expresó tímidamente su asistente.

¡Ah, Benjamín!, exclamó mientras sus ojos adquirían un particular brillo.

¿Y ... qué esperas para dejarle pasar?, interrogó a su asistente.

Bueno ... mi General ... como ... -nervioso balbuceaba- ... usted me ordenó que le dejara sólo ... que no le molestara y ... pues ... pensé que quizá ... la visita del General Hill ... bueno ... usted sabe ... sería inoportuna ... por lo que ... pues ... preferí consultarlo ... con ... con ... con usted ...

¡Nada más eso me faltaba!, vociferó, ¡un asistente tartamudo! ... ¡Vaya, vaya, vaya! Para su información debe saber que las puertas de mi casa siempre están abiertas para el General Hill, así, si me hace usted el favor, invítelo a pasar ¡ya!

En seguida, mi General, y ... disculpe usted, apresuró a decir su asistente saliendo rápidamente del estudio.

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II

¡Benjamín, cómo estás! ¿Cómo te trata la vida? ¿Cómo van tus cosas allá en México?

¡Epale, épale, épale! Alvaro, por favor de una en una, no en montón. ¿Qué quieres que te responda?, contestó Hill esbozando una sonrisa y dirigiéndose hacia él para abrazarle.

Un fuerte abrazo, seguido del consabido palmoteo, sellaba aquél encuentro entre dos viejos amigos.

Alvaro, pronunció Hill, te ves bastante bien, muy mejorado. Ni duda cabe que los aires de Sonora te sientan bien. Pero, de todos modos, ¡pásame la receta! ¿no?

A qué Benjamín, respondió, tu bien sabes que no hay receta, que todo son nada más ilusiones ...

¡Y vaya que son buenas las ilusiones!, le interrumpió. Por fin, Alvaro, por fin te decidiste a dar el tan necesario paso. ¡Qué bueno! ¡Que bueno que así haya sido! Tu sabes perfectamente que no estás sólo en lo que ha de venir. Tienes a la inmensa mayoría del pueblo tras de ti, y tus enemigos no son más que un puñado de pusilánimes encabezados por el vejete ese de ...

¿Y qué? ¿No te vas a sentar?, intervino, amablemente Alvaro. ¿Acaso te la vas a pasar hable y hable ahí parado? Siéntate Benjamín, siéntate y ponte cómodo, cortésmente le invitó.

Gracias, Alvaro, respondió tímidamente mientras tomaba asiento.

A qué mi General Hill, siempre igual. ¡Claro y directo, sin andarse con rodeos!

Pues sí, Alvaro, el único escollo que va a estorbar tu campaña, está representado por el viejo barbas de chivo. Ese desgraciado no va a soltar las riendas y te va a hacer imposible la vida. ¡Ya verás que no me equivoco!, terminó frunciendo el ceño.

Quizá, quizá, quizá, respondió Alvaro, para en seguida añadir: Pero a las cosas hay que enfrentarlas hasta que se presentan. No podemos, ni debemos enfocar nuestros cañones contra el señor Presidente, eso sería un error, una burrada, de la cual muy pronto nos arrepentiríamos.

¡Yo no he dicho eso!, respondió Hill exaltado.

Lo sé, lo sé, mi querido Benjamín, contestó en tono paternal, sin embargo debes de comprender que ahora que iniciaré mi campaña, nuestros enemigos nos van a colocar muchas orejas, y no precisamente de pan, a nuestro alrededor, y si comentarios como los que tú, honradamente hiciste, llegan a ser escuchados, ni te cuento el montón de trampas que nos van a poner. Por esta razón, querido Benjamín, debemos de ser mucho más reservados, y lo suficientemente prudentes para que jamás, mientras estemos en campaña, tratemos este tipo de puntos. ¿Me entiendes? ¿Estás de acuerdo?

Hill le miraba embobado y tan sólo se concretó mecánicamente a responder: De acuerdo.

¿De acuerdo?, insistió Alvaro nuevamente.

Sí, sí, sí, de acuerdo, de acuerdo, respondió nervioso, para añadir: Pero como aún no inicias tu campaña, por lo tanto bien podemos abordar, por última vez este asunto, ¿de acuerdo, Alvaro?, dijo mientras se dibujaba una mueca medio burlona en su rostro.

¡Ja, ja, ja!, se carcajeó Alvaro, está bien, tú ganas Benjamín, de nuevo tú ganas. Ahora, ¿qué es lo que me quieres decir?

Mira, Alvaro, dijo poniendo muy serio el semblante, es necesario, o por lo menos yo así lo considero, que tengamos planes alternos para ejecutarlos, como tú bien lo dijiste, para enfrentar las cosas cuando se presenten. De otra manera, si no los elaboramos desde ahora, quizá resulte inútil toda tu campaña, todo tu esfuerzo ...

¡Aja!, sentenció Alvaro arqueando las cejas.

... El primer plan alterno que te propongo va en relación a lo que te aseguro intentará hacer el vejete: bloquearte, dividir a tus partidarios, crear confusión en tus giras, usar, en pocas palabras, una y mil estratagemas para sabotear tu campaña. No sería, y tú lo sabes, la primera vez que lo hiciera. Recuerda, Alvaro, los ataques que ordenó se te hicieran allá, en Querétaro, cuando se discutía la Constitución. El condenado viejo para nada tomó en cuenta que fue nuestro partido, el Liberal Constitucionalista, el que le puso la mesa para que por fin fuese un Presidente legal. ¿Y qué hizo? ¿Cuándo externó públicamente una pequeña muestra de agradecimiento? ¡Nunca! Ni cuando lo postulamos, ni aquél 1º de mayo de hace dos años, cuando tomó posesión. El infeliz, y perdóname que hable así de quien tú, muy respetuoso, te refieres como señor Presidente, por lo único que se preocupó fue por la mayoría que nuestro partido logró en el Congreso, y ¿sabes por qué? Porque no quiere, porque no tolera que existan cabos sueltos, que existan riendas que él no pueda controlar. Suspendió momentáneamente su alegato para, tomando aire, continuar:

Recuerda, Alvaro, por favor recuerda. ¿Qué pasó cuando en 1914 creaste la Confederación Revolucionaria? Entonces no cargabas los laureles de victoria que cargas ahora, entonces no eras más, y discúlpame por decírtelo, pero es la verdad, que el achichincle del famoso Primer Jefe. Eras tú el encargado de realizar el trabajo difícil. Obedecías como perro faldero cualquier orden que te daba; tu lealtad hacia él alcanzaba límites increíbles. ¿No me digas que no te dabas cuenta de todas las marranadas que el barbón llevaba a cabo? ¿No me niegues que en muchísimas ocasiones te utilizaba como escaparate para esconder sus porquerías? En 1914 te hizo la vida imposible por tu atrevimiento al formar la Confederación, y eso que ese organismo no contaba con ninguna estructura, que tan sólo buscaba servir para fortalecer los lazos internos del ejército que él, supuestamente, encabezaba. ¿A poco no tuvo que ver mucho tu Confederación para que el viejo proclamara la leyecita aquella sobre agricultura en Veracruz?

Bueno ... quizá ... pero ..., balbuceo Alvaro.

¡Nada de que quizá! ¡Ni tampoco hay pero que valga! ¡Así fue y punto! El viejo no podía tolerar el trabajo que estabas haciendo, de la misma manera que jamás ha tolerado ni tolerará la existencia de algún individuo, grupo, organización, partido o trabajo de cualquier especie que no esté bajo su control absoluto. Ten en cuenta, Alvaro, que el viejo se formó en las estructuras del sistema porfirista, y por lo que se ve, aprendió tanto, que con creces ha superado a su maestro.

Cálmate, cálmate, Benjamín. Te estás alterando y así no se llega a ninguna parte, le señaló Alvaro con prudencia.

Bien, bien, me calmo. Pero, por favor, Alvaro, hazme caso. El viejo nos va a querer moler, y ... ¿qué? ... ¿nos vamos a dejar? Dime, ¿qué reconocimiento obtuviste de él cuando te nombró Secretario de Guerra? No puedes hacerte tonto, Alvaro, sabes bien que ese nombramiento fue forzado por las circunstancias y, principalmente, por los yanquis. ¿Qué hizo el viejo cuando el bandolero de Villa entró a Columbus? ¡Echar habladas contra el Pancho y ... ya! Los yankees bien sabían que el barbón en su vida había dirigido personalmente campaña militar alguna; que él, en ese campo, es una nulidad, un cero a la izquierda. ¿Qué otro General tenía los suficientes ... méritos como para controlar al bandolero y su pandilla? ¡Ninguno más que tú, Alvaro! Y el barbas de chivo te puso al frente de la Secretaría de Guerra para tranquilizar a los güeros, y apagar la hoguera intervencionista que amenazaba extenderse por todo el norte de la República. ¿Qué hubiera hecho el vejete si tú no acudes a su llamado? ¿A quién hubiera llamado en su auxilio? ¿Cómo hubiera resuelto ese problema internacional? ¡El viejo se hubiera hundido si tu no le tiendes la mano y le proporcionas apoyo! Ahora, dime, ¿cuándo te lo agradeció? ¿Cuándo hizo un público reconocimiento a tu labor patriótica? ¡Nunca, Alvaro, nunca! El condenado tan sólo le dio rienda suelta a la demagogia. ¿Cuánta palabrería vertió para ensanchar su falso patriotismo? El viejo bribón no tiene más patria que su miserable carácter dictatorial. El no ama a México y le importa un bledo el futuro de la población; tan sólo se ama a sí mismo y sólo se preocupa por su futuro. ¡Mucho menos le interesa consolidar las metas sociales por las que el pueblo dio su sangre, y por las que tú y yo nos partimos el alma en el campo de batalla! Ese ...

¡Párale, párale, párale! ¡Ya estuvo bueno, Benjamín!, interrumpió, cortante, Alvaro. ¿Adonde quieres llegar? Porque pa´consejo está muy largo, y pa´discurso, demasiado reiterativo. Ahora, vamos a suponer, sin conceder, claro está, que tienes razón en todo, absolutamente en todo lo que has dicho, bueno, ¿y ... ?

¡A eso voy, a eso voy!, respondió nervioso.

Vaya, pues ya era hora, añadió Alvaro.

Una de las tácticas preferidas del barbón, comenzó Benjamín diciendo, es enfrentar a sus subalternos para entretenerlos y así poder él seguir siendo el mandamás. Otra táctica, que generalmente usa, es dividir a quienes considera peligrosos, bien por medio del chisme o de la intriga, o, incluso, fabricando inexistentes peligros. También le encanta, al condenado vejete, aparentar favoritismo por alguien en lo particular, con el exclusivo fin de poder utilizar al ingenuo en sus malvados planes. ¿Tú conoces perfectamente todas esas tácticas, Alvaro? Cuando te nombró Jefe del Ejército del Noroeste, te dejó la responsabilidad de controlar al loco de Villa, ¿o no es cierto que dentro del esquema militar quedaba como tu subalterno? Después, cuando nombró al contrarrevolucionario de Felipe Ángeles como Secretario de Guerra, lo hizo para que él se encargara de controlarte a tí, a mí, a Gonzalitos, en pocas palabras, a todos, mientras que el miserable vejete poniendo cara de santo parecía decir: a mi que me esculquen. ¿Y cuando tomamos la ciudad de México allá en agosto del 14, qué hizo el desgraciado? Actuó como si la virgen le hablara, convocó a la Convención Militar e hizo su teatro, ¿no te acuerdas que presentó su renuncia dejando el mando de la situación a la Convención? ¿Por qué lo hizo, Alvaro, a ver, por qué? Pues simplemente para cargarnos la responsabilidad a todos, para meternos a la jaula de los leones mientras él se escabullía feliz y contento, libre de toda culpa así como de cualquier cosa que pudiera pasar. Y luego, lo de Aguascalientes y todo el teatro guiñol que montó. Tú eras uno de sus títeres preferidos, y no te enojes, porque así era. Pero te enfrentó a su otro títere, al ambicioso del Villarreal, ¡y vaya si los enfrentó a los dos! No te acuerdas cómo andaba de alborotado el Toño, pues sí, ¿cómo no? Si ya se sentía Presidente de la República el muy ingenuote. Pero quien movía todos los hilos no era otro que el viejo barbón. ¡A cientos de kilómetros de distancia, tenía la capacidad de movernos como a muñecos!

Alvaro, sin perder detalle de cada una de las palabras de Hill, le miraba fijamente sin reflejar en su semblante el torbellino de pasiones y enfados que el recuerdo de aquellos hechos le había provocado.

¿Qué es lo que con toda probabilidad va a hacer el viejo?, continuó Hill. El ya ha iniciado su ataque, Alvaro. El discursito ese que pronunció en enero, tenía destinatario. Te lo dedicó a ti, ¿no estás orgulloso de eso? Por otra parte, le anda alborotando la mollera al Gonzalitos ...

¡General Pablo González! No debes ser majadero, Hill, le interrumpió Alvaro.

Bueno, está bien, al General Pablo González le está haciendo creer que él es el ungido, que a él es a quien va a brindar todo su apoyo. Fíjate que desde el año pasado lo está trabajando. El General González, creyéndose el bueno, buscó entrar en pláticas con los zapatistas y hasta se entrevistó con Montaño, mira que lo sé, porque esa fue la razón de que Emiliano Zapata lo hubiera mandado fusilar, pues porque lo consideró un traidor, ¿ya sabes las ideas que tenía el Emiliano?, busque y busque traidores y traiciones. Pobre Otilio, porque lo que sea, él jamás se comprometió con González. Pero, volviendo al tema, ya verás que nada más inicies tu campaña y no va a pasar mucho tiempo para que el Gonzalit ... ¡el General González!, rectificó, se lance a la arena política. ¡Me dejo de llamar Benjamín si no pasa así!

Tosió fuertemente y palmoteando sus manos en el aire continuó.

Ahora bien, como ese estratagema no le va a funcionar, porque tú no te vas a asustar por González, ¿verdad?

Alvaro, que continuaba en su misma actitud, hizo un lento movimiento de cabeza para indicar su negativa.

Bien, como eso no le va a funcionar, continuó Hill con una mueca de satisfacción en su rostro, su segundo paso será el tratar de atraerse a uno de nosotros, tus más cercanos colaboradores. Por supuesto que a mi no va a ser, el viejo me odia más que un marido a su suegra. Quedan, entonces, Plutarco o Adolfo. A uno de ellos lo va a invitar para que colabore con él, inclusive quien quite y hasta a lo mejor lo hace Secretario en su gabinete, y eso lo hará para dividir a tus seguidores, Alvaro, y para demostrar que él controla la situación. Bueno será que tomes muy en cuenta esto y platiques con Adolfo y Plutarco para afinar detalles.

Un movimiento afirmativo con la cabeza fue la única respuesta que Hill obtuvo.

Ahora, Alvaro, si eso tampoco le funciona al viejo, va a ponerse como fiera acorralada, y te va a asestar dos o tres carambazos. Quizá llegue al extremo de lo que hizo Porfirio Díaz, su maestro y guía espiritual, con Panchito Madero, ¿te acuerdas?, inventarte algún cargo para someterte a proceso y librarse de ti. Hazme caso, Alvaro, ¡este vejete freiría a su madre con tal de no abandonar el poder! Un último punto y acabo. Mira, lo más peligroso es que el barbón sabe a la perfección que mientras acá, en Sonora, mantengamos nuestra fuerza, su amado sillón presidencial continuará jaqueado; así que, como último recurso, se nos puede venir encima; puede, y tú sabes que es capaz de hacerlo, ordenar una campaña militar en contra de Sonora, pretextos no han de faltarle. Si llega a ese extremo, si llega a jugarse esa carta, será porque ese es su último recurso. Cuando nos declare la guerra, Alvaro, el viejo cavará su tumba. Nosotros no vamos a menospreciar a sus fuerzas, pero bien sabemos que en el terreno militar, su poderío está muy por debajo del que tenía el robavacas del Centauro del Norte con todo y sus dorados, y si al bandolero le pusimos hasta por debajo de la lengua, al vejete lo vamos a rasurar, le vamos a cortar las barbas. ¿Te imaginas como se verá rasurado?

Al unísono, los dos viejos amigos, soltaron espontánea y ruidosa carcajada.

Hill se incorporó de su asiento, y dirigiéndose a Alvaro, aconsejó:

Espero que pienses bien lo que te he dicho y me hagas saber tus decisiones, ahora debo de retirarme para marchar de inmediato a la ciudad de México ...

Lenta, pesadamente, Alvaro se incorporó. Su semblante continuaba sin expresar la más mínima emoción. Tomó a Hill del brazo y le susurró al oído:

Gracias, amigo, por poner sobre la mesa todas las cartas, incluyendo las tuyas. En dos días te comunicaré mis decisiones, cuenta con ello ...

Hill le abrazó despidiéndose.

Nos vemos luego, Alvaro.

No dejes de saludar a todos los amigos de México, en especial transmite mis parabienes a Pérez Taylor, le pidió Alvaro.

Con gusto, Alvaro, a él y a todos los del Cooperativista, contestó con cierta mueca de enfado.

¡Adelante con El Monitor, su labor es imprescindible!, pronunció Alvaro mientras Hill se retiraba.

Sí, si el viejo no nos lo cierra antes ..., alcanzó a contestar cuando salía del estudio.

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III

Se quedó ahí, parado, en su confortable soledad, mientras en su mente furiosamente se agitaban recuerdos, fechas, momentos, sucesos ...

Su amigo, su más querido y preciado amigo; el hombre de todas sus confianzas, se había sincerado por completo, sin tapujos. El sustituto de su perdida mano derecha, a quien realmente correspondía el triunfo de la batalla de La Trinidad, a quien ordenó poner al frente de sus tropas si él moría, su querido amigo, el General Benjamín Hill, le había proporcionado sabios consejos, premoniciones de un futuro con toda certeza seguro.

Hill tenía razón, el Primer Jefe no iba a abandonar el poder por las buenas, ni de broma se sometería a los resultados de un proceso democrático, muy por el contrario, de seguro se aferraría con todas sus fuerzas al sillón presidencial.

Ciertamente, como bien lo acababa de señalar Hill, el Primer Jefe era un hijo de la chin ... , pero él, Alvaro, muy, pero muy lejos estaba de ser algo parecido a un santo. Sí, definitivamente, él tampoco era una perita en dulce.

Si bien era cierto lo que Hill le dijo, frente a frente, de que él había sido el corre-ve-y-dile del Primer Jefe, también era cierto que buen partido le había sacado a cada una de las comisiones que se le encargaron. En los últimos años había amarrado más navajas que un gallero en ferias. Si había mostrado tanta lealtad al Primer jefe, era porque no le quedaba de otra, porque no tenía ni la fuerza, ni el control, ni la experiencia, ni el conocimiento, ni los contactos como para enfrentársele.

Había visto, y muy de cerca, la suerte que corrieron quienes, sin dejarse madurar, tuvieron la osadía de enfrentar al Primer Jefe. El caso más notorio, más patético, había sido el de Villa, quien poniendo por delante su innata intuición militar, llegó a suponer que con ello le bastaba y hasta le sobraba para mandarlo al diablo. ¿Y qué equivocado había estado? El que lo conoció, que con él conversó, que llegó a firmar conjuntamente telegramas dirigidos al Primer Jefe, y él, que le partió toditita la madre, bien sabía que Villa no tenía ni los tamaños, ni los contactos, ni nada más que el enorme don de la naturaleza representado en su sorprendente y admirable intuición militar. Fuera de ello, Villa no era más que un papanatas, un irascible neurótico capaz de las peores canalladas y de innombrables felonías.

Para subir al cielo se necesita una escalera grande y otra cosita, recordó el estribillo de la canción, y Villa tenía, sin duda, la cosita, pero le faltaba la escalera grande.

El otro ejemplo, más triste que patético, lo había encarnado el recien asesinado General Emiliano Zapata, quien a diferencia de Villa, no poseía ningún atributo militar de importancia, pero tampoco era un neurótico de mierda como el Doroteo. Lo que sea de cada quien, murmuró, Zapata era mucho más digno, aunque ello no le eximía de ser un bruto aferrado a la absurda idea de que la dignidad, por sí sola, era capaz de vencer a la astucia y la marrullería políticas. Ingenuo, ingenuo ...

Aquél tan afamado Ejército Libertador del Sur y Centro de la República Mexicana, cuyo sólo nombre ponía los pelos de punta a los catrincitos y a la gente decente de la ciudad de México, ni era ejército, ni tampoco tenía la capacidad de libertar absolutamente a nadie y no abarcaba ni la totalidad de los Estados del sur, ni muchísimo menos, a los del centro de la República.

El bien conocía la famosa capacidad de aquél dizque ejército, él los había visto correr como conejos asustados cuando tomó Puebla. Quinientos de sus hombres pusieron en desordenada estampida a cinco mil efectivos zapatistas quienes, supuestamente, defendían aquella plaza.

Los zapatistas no podían conformar ejércitos poderosos; él sabía que aquello que esas gentes llamaban ejército, no pasaba de ser una rara especie de confederación de pequeños grupos y poblados, sin mando central, sin columna vertebral, sin dirección de altos mandos, ni nada de lo que es propio de un verdadero ejército. Aquellas gentes, a lo mucho que podían a aspirar, era al amontonamiento de efectivos, recurso militar válido, sin duda, cuando se enfrenta a una guarnición desorganizada o a un grupo de aterrorizados ciudadanos, pero por completo baladí a la hora de enfrentar la potencia militar de un verdadero ejército.

Los núcleos zapatistas eran, en efecto, peligrosísimos en el terreno de la guerrilla, y muchísimo más si se desarrollaban en sus medios naturales; pero por completo frágiles, débiles e incapaces cuando se trataba de fortalecer posiciones, de defender plazas, de luchar por puntos estratégicos.

El perfectamente sabía que si los zapatistas habían tomado en varias ocasiones la ciudad de México, ello se debió a que las fuerzas constitucionalistas se retiraban porque la ciudad no tenía importancia para sus fines militares, pero cuando lo requirieron, volvieron a tomarla las veces que consideraron necesarias, y no hubo ningún Ejército Libertador del Sur y Centro de la República Mexicana, capaz de impedírselos, de defender la plaza.

El era consciente de que los zapatistas necesitaban unirse a alguien capaz de conseguir lo que ellos, por sí mismos, no podían. En el pasado, su carta fuerte la había sido el ejército villista, pero, ahora, en ese presente, él sería su carta fuerte. Su amigo Hill ya había entablado los contactos y arrancado los imprescindibles compromisos a Genovevo, Gildardo y Soto y Gama, la triada máxima en la jerarquía zapatista después de la muerte de Emiliano.

Sí, definitivamente él no era ninguna perita en dulce, y si antes había estado plenamente consciente de su incapacidad para bregar y disputar el poder en las alturas, ahora, las cosas habían cambiado, y los garbanzos ya estaban lo suficientemente maduros como para aventurarse en pos de la cosecha.

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Manifiesto del C. Alvaro Obregón

Al aceptar que figurara mi nombre como candidato a la Presidencia de la República, en mi Manifiesto lanzado a la Nación desde la Villa de Nogales, Sonora, el 1º de junio de 1919, lo hice con la certeza de que la lucha política se desarrollaría con absoluto apego a la ley, y que el actual Primer Mandatario de la Nación, que acaudilló la sangrienta revolución de 1913, continuación de la que iniciara en 1910 el Apóstol de la Democracia, don Francisco I. Madero, que tuvo por principio básico la libertad de sufragio, velaría porque en la lucha política las autoridades todas del país observaran la más estricta neutralidad para que el pueblo todo de la República pudiera de la manera más libre y espontánea, elegir a sus mandatarios.

Los hechos nos han venido a colocar frente a la más dolorosa de las realidades, hechos que se han traducido en atentados de todo género, inspirados por el Primer Mandatario de la Nación y ejecutados sin escrúpulo por muchos subalternos, que a la voz de la consigna, se han disputado el honor de vestir la librea del lacayo.

El actual Primer Mandatario de la Nación, olvidando su alta investidura de suprema autoridad, se convirtió en jefe de una bandera política y puso al servicio de ésta todos los recursos que la Nación le confió para su custodia, y violando cada principio moral, abiertas las cajas del Tesoro Público y utilizando sus caudales como arma de soborno para pagar prensa venal, ha tratado de hacer del Ejército Nacional un verdugo al servicio de su criterio político, y la posterga, la intriga y la calumnia han gravitado alrededor de los miembros de dicho Ejército que conscientes de su honor de soldados y de su dignidad de ciudadanos, se han negado a desempeñar funciones que mancillan su honor y su espada. El mismo Primer Mandatario se ha despojado, en su apasionamiento político, del respeto que toda autoridad debe guardar a nuestras leyes, dictando una serie de atentados en contra de los adictos a la candidatura independiente y contra el mismo candidato, cuyos actos lo han exhibido como un ambicioso vulgar y apartado por completo del camino que marcan el deber y la ley, trata de imponer al país un sucesor que concilie su pasado y sirva de instrumento a sus insondables ambiciones de él y a la del círculo de amigos que han hecho de la Cosa Pública una fuente moderna de especulación.

Que el mismo Primer Mandatario, jefe nato del partido bonillista, al darse cuenta de que una mayoría aplastante de los ciudadanos de la República rechazaban con dignidad y con civismo la brutal imposición, provocó un conflicto armado, para en él, encomendar a la violencia un éxito que no pudo alcanzar dentro de la ley, y a este conflicto, que fue provocado para el Estado de Sonora, han respondido las autoridades y los hijos de aquel Estado con una dignidad que ha merecido el aplauso de todos los buenos hijos de la Patria.

El mismo Primer Mandatario, al sentirse azuzado por la humillación y el desprecio que le produjeron la actitud de Sonora, creyó detener los acontecimientos y hacer variar el criterio político de aquella entidad con un nuevo plan que se tradujo en la más buena de las calumnias contra el Candidato Independiente, iniciando un proceso en el que aparece, el primero, como acusador; estableciendo, además, sobre el mismo Candidato la más estricta vigilancia por él encomendada a los mismos ejecutores del asalto de Tampico. En tales condiciones se hace imposible continuar la campaña política e indispensable empuñar de nuevo las armas, para reconquistar con las armas en la mano, lo que con las armas en la mano se trata de arrebatar.

Suspendida la lucha política por los hechos antes relatados, y siguiendo la vieja costumbre de servir a mi Patria cuando las instituciones están en peligro, me improviso nuevamente en soldado, y al frente del Gran Partido Liberal, que con distintas denominaciones, sostuvo mi candidatura en la lucha política, me pongo a las órdenes del ciudadano Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de Sonora, para apoyar su decisión y cooperar con él, hasta que sean depuestos los Altos Poderes: el Ejecutivo, por los hechos enumerados antes; los otros dos, porque han sancionado con su complicidad, la serie de atentados dichos. No es por el camino de la violencia por el que pretendo llegar al Poder, y declaro solemnemente que actuaré subordinado en lo absoluto al ciudadano Gobernador Constitucional de Sonora, que ha recogido con dignidad y con civismo, el legado de nuestros derechos conquistados por el pueblo, en una lucha sangrienta que lleva ya diez años, y que estuvieron a punto de desaparecer bajo la acción criminal de un hombre que lo traicionó.

Chilpancingo de Bravo, Abril 30 de 1920.

Alvaro Obregón.

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