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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO QUINTO
Florecen y se multiplican los mártires
(Agosto a diciembre de 1927)
Capítulo cuarto

Organización militar de los grupos cristeros.



REVISTA MILITAR A LOS GRUPOS

En estas circunstancias el Gral. Ochoa, con el fin de dar cumplimiento a las instrucciones recibidas, de organizar las fuerzas libertadoras conforme a la ordenanza militar, organizó una gira y visitó todos los diversos núcleos de la zona del Volcán y Cerro Grande; y mientras él pasaba revista, daba instrucciones y concedía grados militares, celebrábales el Padre capellán por su parte, una significativa fiesta religiosa, en que se les instruía en sus deberes, se les excitaba a ser dignos soldados de Cristo, a que su conducta correspondiera a su sublime misión; se les alentaba y aconsejaba, y recibían todos los Santos Sacramentos de la Confesión y Comunión. Aquéllos eran verdaderos días de misión. Siempre concedió Dios un muy buen éxito en estas visitas: todos quedaban llenos de entusiasmo, con nuevos bríos y resueltos, no sólo a ser valientes como soldados, sino correctos y buenos, como que por Cristo luchaban.

LOS TRES REGIMIENTOS CRISTEROS

Quedaron entónces, como fruto de esta gira, formados tres regimientos, los cuales, aunque es verdad que no tenían el número de soldados requerido por la ordenanza, sí había probabilidad de que pronto estuviesen integrados debidamente: eran regimientos en formación. Sus jefes fueron: Filiberto Calvario en el Volcán (región de Caucentla, Mesa de la Yerbabuena, Monte Grande y Cedillo). A este libertador se concedió, por aquellos días, grado de mayor, a reserva de ascenderle cuando su regimiento quedase mejor organizado. Bajo su dependencia quedaron, como jefes de sus respectivos escuadrones, los capitanes primeros Andrés Navarro, Ramón Cruz y Plutarco Ramírez.

En esa misma región del Volcán, pero un poco más hacia la parte sur, en la región del Naranjal, Potrerillos y Chiapa, se formó otro regimiento que se puso a cargo de Andrés Salazar, y se dio a éste el grado de coronel. Como segundo suyo, con el grado de mayor, quedó el Sr. Fernando Orozco. También, por lo pronto, tuvo únicamente tres escuadrones, los cuales estuvieron respectivamente a cargo de los capitanes Félix Ramírez, Ignacio Barajas y Leocadio Llerenas.

En la parte más baja de esta región y en las cercanías de la ciudad de Colima, según se ha visto, estaba Marcos V. Torres, el celebérrimo Marquitos, a quien por el momento se dio grado de capitán; pero independiente del coronel Salazar y del mayor Calvario; pues el Gral. Ochoa había pensado nombrarlo coronel y con sus soldados, formar una escolta de la jefatura.

Como jefe del regimiento de Cerro Grande, se nombró a Candelario Cisneros, joven de la A. C. J. M., de mucho entusiasmo y conducta muy íntegra, a quien se dio el grado de mayor. En Cerro grande había dos grupos principales, el de Minatitlán y el de Cañón de Juluapan. Fue esta región en donde más se trabajó por hacer reinar las costumbres cristianas, según se ha dicho, porque poca o ninguna formación religiosa tenían aquellos hombres. Sin embargo, como valientes eran número uno en las fuerzas de Colima, principalmente cuando a su frente estuvo el coronel cristero Antonio C. Vargas.

El capitán de los cristeros del Cañón fue Martín Guzmán, indígena de mucho valor y recta intención. Este murió poco después, en un encuentro con los enemigos, y por ese motivo, durante algunas semanas, los cristeros que de él dependían desfallecieron un poco en su entusiasmo y desmerecieron en su organización.

En estos trabajos se pasaron los meses de septiembre y octubre. Faltaba aún por visitar la zona del Naranjo; mas esto se dejó para último lugar, tanto por la distancia, como por atender a otras ocupaciones urgentes que reclamaban la atención inmediata del Gral. Ochoa.

LA FIESTA RELIGIOSA EN EL CAMPAMENTO DE EL CEDILLO

Hubo fiestas religiosas -decíamos- en estas visitas, sobresaliendo las que se tuvieron en el Cedillo, campamento de los libertadores que comandaba el capitán Plutarco Ramírez, y en Potrerillos, lugar donde se dieron cita los del coronel Andrés Salazar.

La antevíspera del primer viernes de octubre llegó al Cedillo el Gral. Dionisio Eduardo Ochoa, acompañado de su escolta y con el Padre capellán, su hermano. Habíanse reunido de antemano todos los cristeros que operaban por aquel lugar. Se improvisó una ermita, y, al día siguiente, Jesús Sacramentado, después de la Santa Misa, quedó en el pequeño tabernáculo para recibir las adoraciones de sus soldados. El Rey vivo, el Jefe verdadero de aquellos Macabeos, no podía faltar en ocasión de aquella revista militar. El paraje estaba cubierto por un bosque espeso donde apenas entraba algún rayo aislado de sol; los mirlos y jilgueros formaban hermoso concierto en las frondas de los árboles. El altar, dentro de la ermita, estaba adornado con flores silvestres y, en derredor del Sagrario, lucían varias pequeñas lámparas en vasos de colores.

De rodillas, en grupos de quince o veinte, se estuvieron turnando los cruzados para desagraviar y bendecir al Rey Divino, quien no quedó un momento solo, ni de día ni de noche, y a todas horas y en todo momento, hasta el amanecer del viernes, no dejaron de resonar en la montaña los cánticos religiosos de aquellos fervientes adoradores. En la Misa de ese primer viernes, todos los cristeros allí presentes recibieron la Sagrada Comunión, que les llenó de dulcísima fortaleza.

LA FIESTA EN EL CAMPAMENTO DE POTRERILLOS

La fiesta en la ranchería de Potrerillos, fue hermosa por la cantidad de cristeros que recibieron a Jesucristo, ya que el núcleo del coronel Salazar era uno de los más numerosos. También estuvo el Divinísimo Sacramento todo el día y la noche en el pequeño tabernáculo, y en ningún instante le faltaron adoradores. La Santa Misa fue a campo descubierto: se fabricó un pequeño techo con ramas y hojas para resguardarse del sol, y allí, adornado con flores, estuvo el altar del Sacrificio. Los libertadores, cuyo número casi llegaba a doscientos cincuenta, estaban en riguroso orden y recibieron la Santa Comunión por grupos que uniformemente llegaban y se retiraban. El himno al Sagrado Corazón de Jesús resonó insistentemente aquella mañana, elevado al cielo de lo íntimo del alma y entonado así con todo. el fuego de aquellos corazones varoniles:

Corazón Santo,
Tú reinarás.
México tuyo
Siempre será.

FERNANDO OROZCO

El Regimiento del coronel Andrés Salazar principió a señalarse por sus acciones militares. Instalado el campamento, como se ha visto, en las cercanías de la hacienda de Chiapa, y nombrado como segundo del coronel Salazar, el Sr. Fernando' Orozco con el grado de mayor, principió éste, desde luego, a distinguirse por su rectitud y su valor. El mayor Orozco vino a suplir el vacío que dejó José Gómez con su deserción de las filas cristeras y lo suplió con creces. Don Fernando Orozco era originario del pueblo de Comala. Con mucho entusiasmo y al frente de las tropas, activó la vida guerrera de aquellos soldados de Cristo, obteniendo desde luego algunas victorias que levantaron el ánimo de sus cristeros. Entre éstas debe señalarse el ataque al pueblo de Suchitlán, Col., el 12 de septiembre, el cual significó un palpable resurgir; porque ya no eran los cristeros los que se mantenían solamente a la defensiva y a quienes se traía de aquí para allá, sino los que atacaban a enemigos bien parapetados y defendidos.

Después de combatir muy rudamente, durante varias horas, los callistas fueron desalojados de su posiciones, con una pérdida de 19 muertos, entre ellos su mismo jefe. De los cristeros, resultaron dos heridos, solamente.

Cuatro días más tarde salió la gendarmería de Colima a perseguir a las fuerzas de Salazar; mas afortinados los libertadores en unas cercas de piedra, resistieron victoriosamente el empuje de los enemigos, a quienes se hicieron más de quince bajas, entre muertos y heridos, no habiendo, por parte de las fuerzas cristeras, más que un muerto.

ACTIVIDAD DEL CORONEL VARGAS

También los libertadores de Cerro Grande, con mucho éxito, activaron sus esfuerzos. El coronel Antonio C. Vargas se dedicó con todo empeño a mejorar los grupos existentes de esta región a cuya cabeza se colocó personalmente durante algún tiempo y los cuales progresaron moral y materialmente. Vargas, además de valiente, era de conducta cristiana y su ejemplo sirvió sobremanera en aquella ocasión. Con el fin de dar a sus cruzados educación de laboriosidad militar y de evitarles los inconvenientes morales que el ocio y el reposo en el cuartel acarrean inevitablemente, los traía en no interrumpidas giras por la región.

MAS COMBATES

Los cristeros del Cerro del Cacao, de las Higuerillas y de El Naranjo también renovaron sus actividades. Al mando del coronel Miguel Anguiano Márquez cooperaron, entre otras acciones, al sitio que el Gral. Fermín Gutiérrez puso a Coalcomán, en donde se estuvo combatiendo por varios días. También, bajo el mando del mismo Gral. Gutiérrez, fueron en una gira los cristeros del coronel Anguiano Márquez hasta Tizapán el Alto, en donde pelearon rudamente contra los agraristas de allí.

En la zona del Volcán de Colima, por algún tiempo abandonada, resurgió también la vida militar. El Gral. Ochoa puso ahí nuevamente su centro de operaciones, no precisamente en el antiguo cuartel de Caucentla, sino en lugar más acondicionado, a saber en la Mesa de la Yerbabuena.

Tres núcleos principales se establecieron en esa zona: el del capitán Andrés Navarro, nombrado jefe inmediato de los libertadores de Tonila, con soldados que habían pertenecido anteriormente a Norberto Cárdenas y al extinto J. Natividad Aguilar.

El capitán Andrés Navarro era un joven valiente del vecino pueblo de Tonila, Jal., trabajador disciplinado y leal a carta cabal. Veía a sus superiores con mucho respeto y cariño. Era de cuerpo delgado, no alto, color claro, pelo castaño, ágil, astuto y de espíritu piadoso, abnegado y sufrido: érale tan indiferente dormir bajo un árbol, en medio de la lluvia, como en lugar seco, bajo algún paredón o alguna cueva; con sus soldados era consecuente y bueno, casi más de lo conveniente, y éstos lo querían en extremo. No tuvo campamento fijo, mas generalmente se encontraba a inmediaciones del pueblo de Tonila, Jal. Todos le llamaban, cuando de él se hablaba, con el apodo de el Pajarito.

El segundo grupo lo comandaba el capitán Ramón Cruz, valeroso y abnegado guerrillero cuyas acciones empezaron desde el principio de la lucha, muchas de las cuales son conocidas por nuestros lectores; puso su campamento en la Mesa de la Yerbabuena.

El tercero estaba bajo el mando del capitán Plutarco Ramírez, que estableció su cuartel en El Cedillo, a no mucha distancia del pueblo de San Jerónimo, Col.

TRES CONTRA MARQUITOS

En una noche de tantas entraba el Capitán cristero Marcos Torres sin compañía ninguna a la ciudad de Colima, con objeto de entrevistar a algunas personas que le ayudaban a proveerse de vestuario y elementos de guerra. En esta ocasión, entraba, no por Guadalajarita, sino por la calle de la garita llamada vulgarmente de El Salatón, porque ahí está un salate que los juaristas veneran, pues bajo su sombra -dicen- estuvo don Benito Juárez por dos o tres minutos, cuando llegaba huyendo a Colima.

Tres gendarmes callistas, cuando vieron al guerrillero cristero, lo detuvieron e intentaron registrarlo por considerarlo sospechoso. De aquí que, en un momento, se vio Marcos Torres con dos pistolas frente al pecho; mas él, con singular arrojo, sujetó las manos de los enemigos que intentaban matarlo, cogiendo fuertemente la del uno, con la derecha y la del otro con la izquierda. Las pistolas de los agresores se cruzaron y las balas de sus armas pasaron silbando a uno y otro lado.

Aquello se desarrolló en un instante; luego, abrazándose Marcos con uno de los atacantes, derribados ambos al suelo, comenzó a luchar con denodado esfuerzo, en tanto que el segundo de los callistas, soltado de la mano de nuestro héroe, le descargaba la pistola, a sólo medio metro de distancia, sin poder hacer blanco por temor de herir al compañero que con él luchaba. Entre tanto el tercer gendarme corría a pedir auxilio. Cuando después de haber estado luchando en el suelo, rendidos ambos de cansancio, el gendarme logró soltarse, éste, sin su arma, que había tirado en la lucha, en unión de su compañero emprendió la huída. También Marcos escapó luego, temeroso de que más elementos de la policía o del ejército, viniesen a querer capturarlo. Aquella noche salvó Dios milagrosamente a su heroico cristero.

Cubierto de tierra, despedazada la ropa y bañado en sangre por un golpe que recibió en la cabeza, llegó Marcos Torres esa noche al lugar en donde lo esperaban sus compañeros de hazañas, quienes, como de ordinario, habían acampado a corta distancia de la ciudad.
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