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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO QUINTO
Florecen y se multiplican los mártires
(Agosto a diciembre de 1927)
Capítulo primero

Relaciones reanudadas.



SE BAJA DE LAS SERRANIAS

Dos cosas distinguieron principalmente estos últimos meses del primer año de lucha armada: un notable progreso en la organización de las fuerzas católicas, nueva vida, nuevo entusiasmo, nuevos bríos y un cúmulo de gloriosos martirios; la muerte de las más hermosas figuras de nuestros héroes.

Es cierto que aún no terminaba el temporal de aguas, antes bien estaba en su apogeo; pero, a pesar de ello, la situación cambió por completo, como si nuestros Mártires hubiesen intercedido ante el Señor y alcanzado la cesación de la prueba; porque es indiscutible que el mes de agosto, sobre todo desde la muerte de Tomás de la Mora, de quien se hablará en páginas subsiguientes, marcó un nuevo orden de cosas, así como el combate de Caucentla, en 27 de abril, había marcado el anterior.

Reapareció el entusiasmo y el valor de los cristeros; los refugiados en las alturas de las serranías bajaron a los valles y, provistos de municiones, principiaron a combatir de nuevo con la valentía y el arrojo de los primeros meses.

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Otras jóvenes, en sustitución de María Guadalupe Guerrero y de las cuales era jefe María de los Angeles Gutiérrez, la que ya en tiempos anteriores había sido ayudante y compañera de Lupe Guerrero, deseaban tomar a cuestas, poniendo su centro de operaciones en Guadalajara Jal., la tarea de proveer a los libertadores de Colima de elementos de guerra.

Con este fin, el de ponerse en comunicaci6n con Angelita Gutiérrez, planear con ella la organizaci6n en Guadalajara, Jal., del grupo de muchachas colimenses que con ellas quisiesen tomar a su cargo esta imprescindible y urgente actividad bélica de proveer a los cristeros colimenses de elementos de guerra y demás abastecimientos, quiso Dionisio Eduardo Ochoa ir personalmente a Colima.

En unión de Marcos Torres, que era un excelente conocedor de caminos y veredas, llegó a Guadalajarita, a las orillas mismas de la ciudad, en donde durmió la noche del 13 de agosto. En la madrugada del 14, llegó hasta cerca del centro, en donde vivían por aquellos días sus familiares: calle Venustiano Carranza, No. 82.

Poco antes de Ochoa, había llegado a Colima el general callista Joaquín Amaro, Secretario de Guerra y Marina, con fuerte contingente de tropas para aniquilar, de una vez por todas, a los insurrectos cristeros y se había hospedado, en unión de su Estado Mayor, en el hotel Carabanchel que, aunque tenía su frente por la calle 5 de Mayo, sin embargo, por dentro, lindaba con la casa de Dionisio Eduardo Ochoa y del sacerdote su hermano. ¡El general Amaro jamás hubiera imaginado aquello!

Acompañaban al general cristero Ochoa, su hermano el Padre Capellán y su asistente, ya por esos días, desde su regreso de Michoacán, J. Refugio Soto, valiente y leal soldado libertador, originario del pueblo de San Jer6nimo, Col.

La entrevista con M. de los Angeles Gutiérrez fue allí, en Venustiano Carranza No. 82 y ellos dos -Dionisio Eduardo y Angelita- hablaron largo y tendido. El jefe Ochoa se llenó de inmenso consuelo con las noticias que Angelita le proporcionó en aquella conversación.

Tanto mayor fue la alegría que Ochoa tuvo con estas noticias, cuanto densa fue la noche negra por que se había atravesado. Desde que el día 10. de abril -tres meses y medio hacía- Anacleto González Flores -su jefe-, el jefe del Movimiento de Defensa en el occidente de la República, había caído en manos de los enemigos, Dionisio Eduardo Ochoa no había vuelto a .saber nada, con relación a esa Jefatura. El suponía ~así como en realidad era- que no habría faltado quien hubiese sido constituído jefe de la gloriosa empresa; pero, a ciencia cierta, él nada sabía. Y esta era una de sus más grandes penas: el estar del todo desconectado de sus jefes jerárquicos -si acaso alguno había quedado al frente, en sustitución del Maestro Cleto- y aun imaginar, sobre todo cuando se cargó contra ellos toda la fuerza del Gobierno perseguidor y casi sin cartuchos buscaban refugio en las serranías, que ya la tiranía hubiese logrado aniquilar a los demás grupos de insurgentes católicos de los demás Estados de la República y que ya no quedaban sino ellos solos. Y esta pesadilla se cargaba a veces, negra y terrible en su alma, y sin poder comunicarla a ninguno de los compañeros por no ir a ser causa -decía él en una confidencia a su hermano el sacerdote- de que vayan a desmoralizarse y a perder la fe. Y ahora Angelita traía noticias ciertas y detalladas de cómo, con pujanza, el Movimiento Libertador se había convertido en un incendio en los Altos de Jalisco; de la bravura de los cristeros de Jalisco y Zacatecas, sobre todo, y de que había sido enviado a Guadalajara un joven acejotaemero de la ciudad de México, para que fuera, en la Perla Tapatía, con el carácter de delegado de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, el Jefe del Movimiento Libertador del occidente de la República. y que, con él, estaban los antiguos compañeros de Anacleto González Flores. Además -habló Angelita- de cómo las mujeres jaliscienses se organizaban en un cuerpo casi militar, o militar propiamente dicho, con el fin de auxiliar a los combatientes; que tenían su jerarquía, así como en el Ejército, y que todo este movimiento femenino estaba subordinado a los altos jefes cristeros.

EL MENSAJE DE DIONISIO EDUARDO OCHOA

Y Dionisio Eduardo Ochoa, fiel hasta el extremo, más aúñ, que para él, su juramento de cristero en que había prometido lealtad a sus superiores jerárquicos, era algo sagrado, al saber que la Jefatura en Guadalajara, de la cual dependía Colima, estaba constituída por un delegado del Comité de Guerra de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, auxiliado por los elementos que habían estado en torno al licenciado Anacleto Gonzáles Flores, se llenó de alegría y quiso aprovechar aquel primer conducto de Angelita Gutiérrez, para enviar una carta de reconocimiento y adhesión.

Esta su carta estaba llena del fervor de un hombre de Dios. He aquí algunos de sus conceptos:

Aunque materialmente desligado y sin conexión ninguna con esa jefatura, desde la muerte del Lic. Anacleto González Flores, he estado unido a ustedes -los jefes del Movimiento Libertador en el occidente- en el Corazón de Cristo, nuestro Rey, por quien se sufre y se lucha.

Ya que providencialmente, mediante las señoritas de las Brigadas Femeninas, de nuevo logro ponerme en contacto con esa jefatura, quiero testimoniarles mi lealtad y subordinación. Será para mí honra grande y alegría el recibir sus orientaciones y órdenes.

Si algún día, sea en esta ciudad de Colima, sea en alguna población intermedia, entre esa Perla Tapatía y nosotros, gustase u ordenase esa jefatura una entrevista, entre alguna de las personas de ustedes y un servidor, yo me trasladaré, ayudándome Dios, al lugar a donde se me cite.

Y adjuntábales, además, el general Ochoa el cuadro de las fuerzas cristeras colimenses, narrando, en síntesis, los movimientos habidos, según la relación que oficialmente hacía cada mes la Jefatura de Colima y sur de Jalisco j sus pruebas, sus amarguras, pero también la grandeza de alma de los luchadores y sus grandes esperanzas. Enviaba de igual manera, una copia de la Proclama que él y los demás jefes cristeros de Colima habían firmado con fecha del día 5 de julio anterior.

En la madrugada del día siguiente, 16 de agosto, después de la Santa Misa, el jefe militar cristero general Ochoa con sus tres acompañantes, salió de la ciudad. En Guadalajarita, apenas pasadas las últimas casas de la ciudad de Colima, los esperaban Marcos Torres y sus muchachos.

Ya para esas horas las columnas callistas del general Joaquín Amaro les habían ganado la delantera y estaban en la hacienda de Chiapa. Nuestro pequeño grupo había quedado embotellado en los ranchos de Potrero Duro, un poco arriba de la Capacha. Al caer la tarde, en un acto de arrojo, se salió del cerco y nuestros cristeros lograron llegar a Salitrillos, adelante de Chiapa, de donde estaba la avanzada callista de Amaro.

CERCADOS

Dos días más tarde hubo necesidad de combatir en Salitrillos, un poco arriba de la hacienda de Chiapa, en donde el jefe cristero Ochoa deseaba hacer una concentración de todos los soldados libertadores de la región, para hablar con ellos, comunicarles las noticias que tenía e inyectarles fe y entusiasmo. El Padre Capellán aprovecharía aquella reunión para su propia labor específica de vida cristiana y que pudieran todos confesarse, oír la Santa Misa y recibir la Sagrada Comunión.

Se reunieron los grupos de Andrés Salazar, Andrés Navarro y Marcos Torres. Las fuerzas enemigas tuvieron conocimiento de aquel movimiento cristero y planearon el ataque simultáneo por el frente y los flancos.

La víspera, ya de noche, después de rezado el Rosario y mientras los soldados cristeros principiaban a confesarse, se tuvo informe del ataque enemigo que para el día siguiente se preparaba. Se pusieron en los diversos puntos atacables los respectivos retenes cristeros; se avisó que la Santa Misa sería muy en la madrugada, para tomarle tiempo al tiempo y estar dispuestos para rechazar al enemigo cuando éste atacase.

Andrés Salazar, con su gente, fue mandado a cuidar el lado de la hacienda de El Zapote; Andrés Navarro, con los suyos, la parte baja, por el flanco de la hacienda de Chiapa, y Dionisio Eduardo Ochoa, con cuatro o cinco soldados de su escolta y Marcos Torres, tomó las lomas del norte; pues se rumoraba que también atacarían por el camino que baja de San Antonio. Al Padre Capellán, con su asistente Aurelio Camberos, se le dejó ahí en el centro, en donde estaban unas chozas de la ranchería, para que, si había necesidad de atender algún herido de cualquiera de los tres frentes, pudiese hacerlo.

El combate principió -eran las 11 de la mañana del 18 de agosto- en el frente que resguardaban Salazar y los suyos. Momentos después se encendió el fuego por el lado de Andrés Navarro, que peleó con valentía sin dejar al enemigo que abriera por su frente ninguna brecha. No así en el flanco del lado de la hacienda de El Zapote, en donde los callistas perforaron las posiciones de Salazar. Un propio, corriendo, llegó de improviso a avisar, tanto a los rancheros de las chocitas que había, como a los soldados de Navarro, que el enemigo había logrado pasar; que se replegaran con rapidez para no ser cogidos a dos fuegos.

El Padre Capellán, acompañado de su asistente que no lo abandonó, tuvo que huír en larga y precipitada carrera a pie, a través de barbechos y matorrales, en medio de una lluvia de balas que los bañaba, sin que ninguna, a Dios gracias, los tocase. En lo humano, fue la fidelidad del muchacho asistente del Padre, lo que salvó a éste. No quiso abandonarlo, no obstante que el mismo Padre le instaba a que lo dejase y se salvase él solo para que no fueran a perecer los dos.

Todo el caserío de la ranchería fue saqueado y quemado. Entre las cosas que cayeron en manos enemigas estaba una pequeña valija de cuero con papeles de la Jefatura Cristera, entre los cuales estaban unas cartas de Tomás de la Mora; cartas que al fin dieron por resultado su aprehensión y su muerte; pues aunque él firmaba con seudónimo, los enemigos dieron con él.

Con un poco de destreza, los cristeros, al atardecer, bajo la fuerza de una tormenta torrencial, lograron replegarse y alojarse en la parte más alta de la ranchería, en la única choza que había quedado sin quemar. Se rezó por la noche el Rosario con sus alabanzas cantadas, entre decena y decena, así como siempre se hacía, no obstante que se tenía al enemigo a doscientos o trescientos metros de distancia, afortinado en un lienzo, por el lado sur. Ese día fue de fatiga y de completo ayuno. Después de dos o tres horas de descanso, a la una de la mañana, se rompió el sitio y se logró llegar a la hacienda de El Zapote. Esta se encontraba ardiendo, formando una gran hoguera.

LA ACCION DE EL CORTIJO

En esos mismos días de la ida del general cristero Dionisio Eduardo Ochoa a la ciudad de Colima, el coronel Antonio C. Vargas, su jefe de Estado Mayor, al frente de una columna militar, integrada casi en su totalidad por los libertadores del capitán cristero Jesús Peregrina, presente también, pernoctó en Lo de Villa, a unos cuatro kilómetros de distancia de Colima. Era la tarde del 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, fecha misma en que, como se ha visto en el capítulo anterior, se encontraba allí, en la ciudad, el general callista Amaro, con grande contingente de sus fuerzas, dispuesto -decía- a acabar con los cristeros.

Supieron los callistas que en las goteras de Colima -en Lo de Villa- estaban los cristeros y salieron en gruesas columnas a batirlos; mas los cristeros no esperaron el ataque en aquel lugar, sino que salieron a encontrarlos hasta medio camino, o sea casi a las orillas de la ciudad y, tras unas cercas de piedra, cerca del rancho El Cortijo, esperaron al enemigo.

Había llegado en tanto la noche y la obscuridad era casi completa, el cielo estaba encapotado, sin luna ni estrellas; sólo entre los árboles brillaban las luces de las casitas de los campesinos y, a lo lejos, cintilaban las lámparas eléctricas de Colima, como visión fantástica.

En estas circunstancias empezóse a oír el tropel de los callistas que se acercaba, coreado por el aullar de los perros. Los cruzados, cubiertos con sus gabanes oscuros, tanto para protegerse del frío de la noche, como para no ser vistos, esperaron en sus puestos el choque. Los perseguidores debieron 'presentir el inminente encuentro e iban con precaución y preparados; cuando un grito unánime de ¡Viva Cristo Rey! les sacó de la duda, si acaso la tuvieron.

Al momento empezaron a sonar los clarines callistas dictando órdenes, y se entabló la lucha. Los enemigos atacaban fuertemente; los cristeros rechazaban el ataque con toda valentía. Las balas silbaban por doquiera; los fogonazos rojizos de los disparos aparecían vívidos a centenares y sin interrupción, en medio de los gritos del combate, de los ayes de los moribundos y las maldiciones de los callistas.

Urdieron entonces los atacantes dividirse en dos alas, para coger entre pinzas a los libertadores, atacándolos también por sus espaldas; mas éstos salieron violentamente de sus posiciones, escapando del plan enemigo, y las fuerzas callistas, en medio de la obscuridad, sufriendo una equivocación tremenda, chocaron entre sí. De esta suerte, en largo y encarnizado combate, los soldados perseguidores se despedazaron ellos mismos en horrible confusión.

Murieron en tan trágica noche más de 80 soldados del callismo, entre ellos varios de los oficiales. Los cadáveres fueron llevados a Colima en camiones, unos sobre otros, como se llevan en carretas, trozos de leña o manojos de paja. De los libertadores hubo un muerto y un herido solamente.
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