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LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

LIBRO PRIMERO
Se desata el huracán
Capítulo segundo

La hora dolorosa



LAS PRIMERAS RACHAS DE LA BORRASCA

Descrito ya a grandes rasgos el lugar de la escena, llegamos al momento en que el cielo se cubre de nubarrones y las primeras rachas de un viento huracanado, inmediatas precursoras de la borrasca, azotan aquel pueblo.

Era la segunda mitad del año de 1925; la campana de los tiempos tocaba en México a persecución y martirio. Calles -nuevo Nerón- estaba ya en el poder, ilegalmente, contra la voluntad de la Nación, pues mano oculta lo había elevado y lo sostenía: las sectas masónicas y judías del mundo estaban a su lado y el poder material más poderoso de la tierra: la Casa Blanca le brindaba su protección.

El perseguidor -Plutarco Elias Calles- había ya fracasado en su proyecto de separar a México de la unidad católica, no obstante que, parroquia por parroquia, se había hecho propaganda cismática, ofreciendo abundante recompensa y lucrativos sueldos a aquellos sacerdotes que, desconociendo la Autoridad del Romano Pontífice, se adhiriesen a la nueva iglesia que él quería fundar; mas contra todas las necias esperanzas de los enemigos, la empresa falló completamente. Era pues preciso que el perseguidor recurriese a otro medio: a la cruel, sanguinaria y abierta persecución contra la Iglesia, con el fin de destruirla. Ya el cielo mexicano estaba cubierto de nubes negras y todo anunciaba una fuerte, tremenda y larga tempestad.

Siguiendo las consignas de la masonería, no sólo nacional sino internacional, la Iglesia de Cristo en México habría de ser estrangulada y destruída. Para eso se le sujetaría, primero, como esclava al gobierno impío del Régimen de la Revolución y se le ultrajaría y pervertiría, y no faltaron malos mexicanos que secundaron estas consignas.

Los tiempos eran pésimos y, si de las filas de los creyentes, por una parte, a la hora de la borrasca, surgieron los paladines de la libertad, los héroes y los confesores de Cristo, por la otra hubo muchas deserciones: muchos por la conveniencia, por conservar el empleo, por la ventaja material, se aliaron con los perversos y aun apostataron de su fe.

Fue tan tremendo aquel huracán de odio contra Cristo y su Iglesia, que aun varones tenidos por hombres de fe ilustrada y fuerte, fueron derribados vilmente. Aun los Cedros del Líbano -como dice la Escritura-, esto es, aquellos que por su cultura y su anterior actuación cristiana, eran tenidos por inconmovibles, supieron, en aquellos días de negra tormenta, lo que es caer en el despeñadero, en la sima horrenda en donde no brilla la luz de Cristo y hierven las pasiones y el odio al cielo. Y así en Colima, aliados a la masonería e instrumentos de ella, se destacaron no sólo el gobernador que estaba al frente de la campaña impía, sino los miembros de la Legislatura Local, empleados y multitud de secuaces, que se convirtieron en enemigos de la Iglesia. A muchos, años más tarde, perdonó Dios y los condujo de nuevo a El.

La suerte estaba echada por parte de los malos: Aplastar a Cristo, así como Voltaire había dado la consigna al principiar estos movimientos de revoluciones anticristianas, allá, desde las filas de la masonería francesa.

Empezaron las violencias y atropellos, ya aquí, ya allá: los sacerdotes extranjeros fueron expulsados de la Nación, los colegios católicos clausurados y aun los niños de los asilos y orfanatorios católicos fueron arrojados a la calle. En muchos seminarios los alumnos eran golpeados y puestos en prisión; hospitales y demás casas de beneficencia, obispados y curatos, seminarios y cuanto edificio suponían los perseguidores que fuese propiedad eclesiástica, era inmediatamente confiscado: éstos eran sólo los preludios de la reglamentación que se meditaba para esclavizar a la Iglesia.

TRAS DE LAS FLORES DE UNA INFANCIA Y JUVENTUD CRISTIANAS

A Colima tocaba también, como es fácil suponer, recibir su parte en estos primeros latigazos del tirano. Era a la sazón gobernador del Estado, Francisco Solórzano Béjar, joven abogado, que si bien era originario de Colima, de abolengo y antecedentes cristianos, se había convertido en enemigo; pertenecía a las filas masónicas y, por obra de los directores de la persecución, había sido impuesto como gobernador en Colima con el fin de que secundara, lo mejor posible, la campaña infame contra la Iglesia Católica.

Francisco Solórzano Béjar fue el azote de su patria chica. Empezó a arrebatar edificios; arrojó a los seminaristas de su colegio; a las religiosas Adoratrices de su casa; se apoderó del Obispado, de la casa de los Caballeros de Colón, del Asilo de niños, del Orfanatorio del Sagrado Corazón y de cuanta propiedad sabía o suponía que fuese de alguna institución católica y, sin orden al menos escrita, de él o de cualquier otra autoridad, competente o no, en que se dispusiera la desocupación y entrega, mandaba al comandante de la policía, J. Guadalupe Rivas, o al Profesor Aniceto Castellanos, los cuales, protegidos por la gendarmería, ordenaban, no ya la desocupación de los edificios, sino la salida inmediata de sus dueños, pues no se concedían muchas veces ni cinco minutos de espera, ni se permitía sacar nada, aunque fuese de propiedad rigurosamente individual. Así, el Ilmo. Mons. Vicario General de la Diócesis, Francisco Anaya, tuvo que salir sin su sombrero, cuando fue incautado el Palacio Episcopal.

LOS MUCHACHOS DE LA A. C. J. M.

Durante estos tiempos aciagos de Solórzano Béjar como gobernador de Colima, cuando la impiedad masónica pretendía dar el asalto final sobre la Iglesia, para esclavizarla, estrangulatla y destruirla, olvidando -insensatos- que en vano se lucha contra Dios, había en Colima un grupo de valientes: los jóvenes de la A. C. J. M. (Asociación Católica de la Juventud Mexicana), quienes en su aguerrido semanario La Reconquista, defendían la verdad y la justicia en contra de todos los abusos y avances de la impiedad.

La A. C. J. M. había sido fundada en Colima en la primavera del año de 1917. Su fundador ilustre, de verdadera cepa de apóstol, fue Luis Beltrán y Mendoza, que aún persevera al pie del cañón, en las filas primeras de la Acción Católica Nacional, después de más de 8 lustros de muy ardua y apostólica brega.

El primer presidente regional de la A. C. J. M. en Colima había sido Héctor Pons Hurtado. Con él, formaron el Primer Comité Regional: J. Félix Ramírez y Jiménez, Emeterio C. Covarrubias, Francisco Rueda y Zamora, Andrés Schmidt, J. Concepción Fuentes, Agustín Rueda, Alberto Macedo, Eduardo Pons y Enrique de Jesús Ochoa, jóvenes todos de aquella época.

Su primer Asistente Ecco., que supo imprimirle viril y fervorosa vída, fue el entonces catedrático del Seminario Conciliar de Colima, Pbro. Don Manuel Silva Cárdenas.

EL PERIODICO LA RECONQUISTA

Cuando Francisco Solórzano Béjar, años más tarde fue gobernador de Colima, el presidente regional de la A. C. J. M., era Dionisio Eduardo Ochoa, joven de 25 años de edad que por aquellos días trabajaba en las oficinas de la Tesorería del Estado y que, a la vez, era el director del valiente semanario La Reconquista.

Los muchachos de La Reconquista~ más de una vez merecieron, por su actitud noble y gallarda, no sólo el respaldo de Colima, decidido y ardiente, sino aun la aprobación, bendición y elogio del Metropolitano, el Excmo. Sr. Arzobispo de Guadalajara, don Francisco Orozco y Jiménez, gloria del Episcopado Nacional, a quien justamente ha dado en llamarse Francisco el Grande.

El valiente semanario fue perseguido. Eran tiempos de arbitrariedades anticonstitucionales: los muchachos papeleros que lo vendían, con mucha frecuencia eran golpeados y aun llevados a la inspección de policía, después de robarles su periódico; pero en contra de todo viento y marea el periódico se seguía vendiendo clandestinamente. El pueblo lo esperaba, lo buscaba anhelante y el tiraje hubo de multiplicarse, a medida que se le perseguía.

AFRONTANDO LA LUCHA

Un día el gobernador Lic. Francisco Solórzano Béjar decidido a acabar con la voz viril de aquel periódico católico, llamó a Dionisio Eduardo Ochoa a su despachó. Ochoa se presentó inmediatamente.

- Mire usted, Nicho -así le llamaban-, vea que no obstante su credo y sentimientos religiosos que lo hacen enemigo del régimen, nosotros lo hemos respetado y le tenemos cariño; mas una cosa es su credo interno y sus propios sentimientos en los cuales nadie tiene que meterse y otra es la actitud externa y pública de sus creencias y no vamos a permitir más que Ud. siga perteneciendo a agrupaciones enemigas del Régimen Revolucionario, como es la A. C. J. M., de la cual es Ud. presidente, y sea director de un periódico que continuamente nos ataca, y a la vez esté trabajando con nosotros en una oficina de gobierno. Por lo cual, o deja Ud. La Reconquista y la A. C. J. M., que ninguna utilidad económica le producen, o pone su renuncia a su empleo de la Tesorería. Si en cambio, Ud., pensando mejor, se decide a abandonar la A. C. J. M., y el periódico, nosotros lo mejoraremos y lo ascenderemos en su empleo, teniendo menos trabajo y mejores utilidades.

- Yo no trabajo en la dirección de La Reconquista -contestó resuelto Ochoa- ni pertenezco a la A. C. J. M. por utilidad económica. Es cierto que soy pobre; pero el dinero no compra mis convicciones. Yo trabajo en La Reconquista y pertenezco a la A. C. J. M., porque soy católico consciente y creo un deber mío trabajar cuanto pueda, en favor de la justicia y la verdad. Por eso, ni renunciaré a la dirección de La Reconquista, ni a la presidencia de la A. C. J. M., ni tampoco a mi trabajo en la oficina de la Tesorería del Estado; pues yo creo no haber faltado a mis deberes. Si Uds. quieren correrme, está bien; pero tengan la bondad de exponer en el oficio en que se me cese los motivos de mi separación.

Y Dionisio Eduardo Ochoa fue separado de su empleo; mas en ello estuvo la mano de Dios, pues ni le faltó el trabajo, y sí tuvo más facilidades para el apostolado, para luchar por el Reinado de Cristo, que era el ideal de su corazón.

Y el periódico La Reconquista se seguía imprimiendo y se seguía vendiendo con profusión crecientes. Un día -era cerca del Carnaval del 1925- el Prof. J. Concepción Fuentes, que era del Cuerpo de Redacción del periódico católico tan odiado y perseguido, fue cesado en su empleo -era Director del Asilo de Niños- por creérsele autor de un artículo bien cortado en contra de tanta inmoralidad y perversidad del régimen imperante. En realidad, J. Concepción Fuentes no era el autor del artículo: el autor había sido el mismo Dionisio Eduardo Ochoa; pero, llamado a juicio el Profesor Fuentes no se disculpó; reconoció ser del cuerpo de redacción de La Reconquista y, con relación al artículo en cuestión, ni negó ni afirmó nada, aceptando que se le quitase su empleo. Dionisio Eduardo Ochoa, en cambio, urdió un medio y lo puso en práctica: se estaba preparando en aquellos días, por jóvenes colimenses, la representación del drama Marianela que dos días más tarde se llevaría a la escena en el Teatro Hidalgo, en favor de una obra de asistencia pública, en que las Autoridades Civiles tenían grande empeño. Dionisio Eduardo tenía el principal papel de los varones, y sin él sería casi imposible que la fiesta dramáticomusical se llevase a cabo, pues ya no era factible que se le pudiese substituír por la premura del tiempo. Al reflexionar esto se presentó con hombría a los hombres del régimen:

Uds. han quitado injustamente su empleo al Prof. J. Concepción Fuentes que es miembro de la A. C. J. M., como yo, y quiero pedirles que lo restituyan en su puesto.

Y como encontrase resistencia, amenazó diciendo:

Pues si no se le restituye inmediatamente, no habrá fiesta en el Teatro Hidalgo: conmigo no se cuenta.

Los interesados, después de procurar hacerlo cambiar de resolución, fingiendo no alarmarse, dijeron que buscarían un sustituto. Y Dionisio, remachando más el clavo, sabiendo que no estaba solo y que habría quien lo respaldase, dice:

Pero si yo no represento mi papel, tampoco la Srita. M. Mercedes Hernández representará el suyo, y ella de ninguna manera se puede sustituir. Ella hará causa común con nosotros, porque es de los círculos católicos de señoritas.

Y movidos todos los recursos, todas las influencias, Merceditas Hernández -La Marianela de la pieza dramática- se supo mantener firme y el Prof. J. Concepción Fuentes fue restituído a su empleo.

Y LA RECONQUISTA ADELANTE

Y la persecución contra el semanario viril La Reconquista se enconó más aún: un día -30 de noviembre de 1925- Dionisio Eduardo Ochoa fue llevado a la prisión por su decidida actuación cristiana. En la cárcel fue entregado a una turba soez y ebria pagada por los tiranos. Lo llenaron de injurias, lo estrujaron y golpearon cuanto fue pósible, hasta arrojarlo a un tambo de agua y de inmundicia. El placer de los tiranos no duró mucho, pues movidas influencias que no era posible desatender, Dionisio Eduardo tuvo que ser puesto en libertad; pero se tramó su muerte para el primer momento oportuno; pues la actitud franca de ese muchacho debería ser vencida haciéndolo desaparecer, ya que no había otro recurso. Sabido esto, de una manera clara y sin ninguna duda, Dionisio Eduardo Ochoa tuvo que salir de la ciudad al día siguiente.

No con esto quedó callada la voz de la prensa: permanecieron en la brecha, sucesores de él, Francisco y Luis Rueda y Zamora, compañeros de lucha de Dionisio Eduardo y de menor edad que él, los cuales asumieron la Dirección de La Reconquista y continuaron luchando arduamente, pues los tiempos fueron haciéndose cada día peores y las dificultades se fueron multiplicando día a día.

POLITICA NEGRA

Vino el mes de diciembre de ese mismo año 1925. Las ridículas exigencias del gobernador Lic. Francisco Solórzano Béjar aumentaban. Un día se le ocurrió reglamentar, como si fuese él el cura o el sacristán, el toque de las campanas: ordenó que no podían excederse los repiques o llamadas de más de cuarenta segundos y estableció la correspondiente sanción penal. ¿Sería posible acatar tan ridícula disposición? Claro se veía que aquello no era ordenado sino para dar motivo a continuas vejaciones contra los sacerdotes encargados de los templos. El Gobierno Eclesiástico optó entonces por abstenerse absolutamente del uso de las campanas: el día 8, fiesta de la Inmaculada, quedaron mudos y silenciosos los campanarios, y así llegó la fiesta de la Reina de la Patria, Santa María de Guadalupe; más tarde la fiesta del Nacimiento del Niño Dios, y la alegría de la Noche Buena se trocó en honda tristeza que oprimía las almas; las alegres notas de los cantos de Navidad se ahogaban en la garganta y casi no acertaban a salir de los labios.

Llegó el año de 1926. La persecución seguía aumentando en todo el país: la opresión y la tiranía, las ridículas y fanáticas invenciones de los gobernadores se multiplicaban día a día. Los católicos, a su vez, se enfervorizaban siempre más; los templos estaban más concurridos; todos oraban de rodillas con mucho fervor y la frecuencia de Sacramentos se había multiplicado.

ACTITUD VALIENTE

Los jóvenes de la A. C. J. M., en medio de mil dificultades, no dejaban de celebrar sus sesiones, ya aquí, ya allá, ya en la casa de su Asistente Eclesiástico -ya por aquellos días el Padre D. Enrique de Jesús Ochoa-, ya en la de un socio, ya en la de otro, para no llamar mucho la atención de los enemigos y porque, además, todos los edificios dedicados a instituciones católicas estaban ya en manos del perseguidor. El presidente Regional -sucesor de Dionisio Eduardo Ochoa- era J. Trinidad Castro. Una noche, la del martes de la primera semana de marzo, momentos después de terminada la sesión de estudio, fueron tomados presos colectivamente todos los acejotaemeros del Primer Grupo, inclusive su presidente J. Trinidad Castro. Por media calle y en medio de un piquete de policías, qué iban con su propio comandante J. Guadalupe Rivas, fueron conducidos a la prisión, acusados de rebeldía contra el gobierno.

Cuatro o cinco días estuvieron presos, al fin de los cuales, comprobada su inocencia, debido sobre todo a gestiones de José Llerenas Silva, que era amigo del gobernador Béjar, tuvieron que ser puestos en libertad. Mas la prisión no acobardó a los fuertes; pues de ahí salieron con más bríos y más sólidas resoluciones. Entre estos primeros encarcelados gloriosos por la Causa de Cristo, se cuentan, entre otros, José N. Pérez, Sebastián Cueva, Antonio C. Vargas, Gregorio Torres, Salvador Zamora, Luis Gómez y José Ray Navarro. De ahí en adelante, los muchachos de la A. C. J. M., continuaron siendo encarcelados frecuentemente, ya uno, ya otro, ya por éste, ya por aquel otro motivo, mas siempre por el nombre de Cristo, por la causa mil veces bendita de Jesucristo Rey.
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