Indice de Entrevista al C. General de brigada Nicolás Fernández Carrillo por Píndaro Urióstegui Miranda Fui a esconder a mi general Villa a una cueva de la sierra alta de Chihuahua Yo estaba trabajando en San Isidro, cuando la emboscada de ParralBiblioteca Virtual Antorcha

ENTREVISTA
AL GENERAL DE BRIGADA
NICOLÁS FERNÁNDEZ CARRILLO

Píndaro Urióstegui Miranda


EL CREPÚSCULO DEL CENTAURO
VILLA Y DE LA HUERTA

PREGUNTA
¿Y a la muerte de don Venustiano Carranza, el general Villa no inició ningún arreglo con el gobierno federal?

RESPUESTA
¡Sí señor! Lo intentamos con el gobierno de Adolfo de la Huerta.

Apenas llegábamos a cuatrocientos sesenta hombres. En ese tiempo el general Amaro organizó una columna de cinco mil hombres en la estación de Conchos, o sea en Saucillo, para ir a combatir a Villa.

Villa se encontraba al sur de Ojinaga, en un punto que se llama Encinillas con trescientos y pico de hombres y varios generales. Ese rancho de Encinillas está dentro de una sierra muy escabrosa que tiene mucha agua y en aquel tiempo también mucho ganado, así es que no teníamos necesidad de nada.

Todas las mañanas salía yo a explorar con cien hombres, pero un día observé que venía un coche como a unos cinco kilómetros y me quedé esperándolo. Entonces le dije a Juan Caballero: mira, tan pronto se acerque, agarras al que viene en el coche y lo desarmas.

Así lo hizo. Era un ingeniero llamado Elías Torres, venía acompañado de un vaquero de las Lagunetas de Tagoala, de ahí de San Pablo del Meoqui. Lo esculqué pero no le encontré nada. Entonces le pregunté: ¿qué misión traes tú?

¡Vengo buscando al general Villa!

¿Por órdenes de quién?

¡Por órdenes del Presidente de la República, don Adolfo de la Huerta! -me contestó.

¿A ver los documentos que te amparan?

¡No los traigo, porque al pasar por la estación de Conchos me agarró el general J. Gonzalo Escobar y me quitó la documentación. Me dijo que lo hacía porque si me la hallaba el general Amaro me fusilaba, porque no quiere que Villa se rinda; quiere combatirlo!

Entonces le dije a Caballero que se lo llevara despacio, mientras yo me adelantaba a informarle al general Villa.

Saqué al general de donde lo teníamos, para que ese ingeniero Torres nada más lo viera a él solo con seis hombres; a la tropa nunca la vio.

El ingeniero Torres le dijo a Villa a qué iba y el general le contestó: Váyase y dígale a Adolfo de la Huerta que no creo que sea con él con el que voy a tratar, que el que está tratando es el que está tras de la puerta. Ya sabrán usted y Adolfo de la Huerta de quién se trata.

Entonces le dijo Elías Torres: ¿Y dónde lo encuentro después a usted mi general?

Pues me sigue por la huella.

Entonces me indicó: a ver, prepárale un lonche para que se vaya.

Elías Torres creyó que sería un buen lonche, pero nada más carne cruda y asada fue lo que le dimos y se fue.

PREGUNTA
¿Y al retirarse este emisario qué determinación tomó el general Villa, qué incidentes pasaron?

RESPUESTA
El general Villa nos juntó a todos los jefes con mando de tropa para que diéramos nuestra opinión si seguíamos al norte o no.

El general Villa, Albino Aranda y yo, ya estábamos de acuerdo en que iríamos a San Juan de Sabinas. En esa junta acordamos todos que fuéramos a donde fuéramos, no le preguntaríamos nunca a dónde íbamos.

Entonces me dice el general Villa: vámonos preparando.

Venían con nosotros el general Ricardo Michel, Lorenzo Avalos y otro general pariente de este último. Llegamos a un punto llamado Cerro Blanco en donde estaba un señor don Agustín, español; era una hacienda ganadera de unos señores Almendares, de Monterrey, era una ganadería muy grande; entonces me llama el general y me dice: da orden de que nadie agarre caballada hasta que todo esté bien organizado.

¡Muy bien mi general! -le contesté, y les hablé a todos los generales pidiéndoles que firmaran que estaban de acuerdo.

El general Albino Aranda había agarrado unos cien caballos con mi marca -cada quien tenía su marca-, yo los tenía en mi agostadero y cuando éste se vio escaso de caballos, echó mano de los míos; fui a verlo y le dije: hombre, me entrega mis caballos cuando se reponga usted, porque yo los necesito. Así como yo respeto sus caballos, usted respete los míos; claro que cuando haya apuro, pues nos ayudamos unos con otros.

Bueno, pues después de eso a este general se le ocurrió echar una corrida; había en ese lugar una caballada muy fina y grande.

Entonces le avisaron al general: ahí viene una polvareda muy grande.

¿No será enemigo? -preguntó el general Villa.

¡Nó, son individuos que vienen corriendo caballos!

A ver háblenle al general Nicolás Fernández.

Y a me llamaron y me dijo: oye, ¿no te mandé que no corrieran caballos?

A lo que contesté: ¡es el general Aranda; mire aquí está la firma de él, en que está de acuerdo en no correr, pero ya ve, ahí viene con la caballada!

Forma gente -me indicó-, desármalos a todos, quítales la caballada y a él me lo echas para acá.

Cuando llegaron sitié la caballada con mi gente, los desarmé y mandé a Aranda con el general Villa.

Lo regañó fuerte nada más. Bueno, pues esto bastó para que se pusiera de acuerdo con los demás para no avanzar al norte, pero Albino Aranda no aceptó.

Quedábamos tres: Albino Aranda, mi secretario, el general Sóstenes Garza, que era de Coahuila y yo para seguir adelante.

Entonces me dijo el general Villa: prepara a toda la gente para que lleven agua porque, según dice aquí don Agustín, no hay agua en veinte leguas a la redonda. Adelante hay una presa, pero se reventó y toda la agua que está aquí en esta laguna es de allá; así es que no hay agua hasta La Mora -dicha Mora es una propiedad de los señores Madero donde tenían mucha caballada.

Bueno, pues fui a decirles a los generales que prepararan su gente y fue cuando se rajaron los de Durango, que no querían avanzar al norte. Me hablaron Avalos y Michel para decirme que no estaban de acuerdo con ir al norte.

PREGUNTA
¿Ante esta actitud, qué hizo usted general?

RESPUESTA
Entonces los increpé diciéndoles: oigan ustedes, acuérdense que le firmamos al general Villa un documento en el que convenimos no preguntar a dónde íbamos, es bueno cumplir con lo que se firma.

¡Sí, -me contestaron-, pero mire que no nos conviene, aquí en Sierra Mojada hay mejor telégrafo!

-les dije- pero en Sierra Mojada no hay agua ni para diez caballos, mucho menos para tanto caballo como llevamos y tanta gente; es un ojito de agua muy pequeño y tampoco hay artículos de primera necesidad; lo que firmamos lo cumplimos.

Entonces dijo Avalos: miren, en el Capulín hay caballada muy fina.

¿Cuándo la vio?

Cuando me derrotaron ahí en Cerro Blanco, me contestó.

¡Pues no le hace, aquí cumplimos lo que firmamos!

De todos modos no vamos. Mire usted general Fernández, creemos que es usted el indicado para informarle al general Villa nuestra negativa.

Yo repuse: ¡vayan y díganselo ustedes a ver cómo los recibe! Dentro de una hora vayan para estar yo pendiente allí!

Me retiré y mandé poner una escolta de mi gente al general Villa y lo preparé.

Nada más llegaron y los puso parejos.

Me ordenó: fusílelos inmediatamente, pero luego se calmó y ya no los fusilamos.

Los desarmé y los mandé acuartelar donde estaba mi gente.

Entonces le dije al general Villa: mire mi general, échele una habladita a la gente, usted lo sabe hacer, a ver a quien nombran de jefes para no fusilarlos.

Así lo hizo. Entonces ahí los soldados ya nombraron a uno y le dijeron a Villa: obedecimos a éstos porque usted los nombró, porque ni Avalos ni Michel ni aquel otro sirven para nada; ya nombramos nuevos jefes.

Entonces Villa me dijo: Llévate a esos pelaos arrestados, a tí te toca la retaguardia.

¡Tanta retaguardia -repuse- pero está bien, la llevaré!

También te llevas mil novillos.

Entonces dije que cada jefe con mando de tropa ordenara a sus soldados que llevaran unas panzas de res llenas de agua; cuatro o cinco panzas y que las tripas gordas las limpiaran y las llenaran de agua. A cada tripa le caben unos cinco litros y puede llevar una tripa cada soldado e ir tomando agua poco a poquito.

¡Pues no quisieron hacerme caso y no lo hicieron!

Yo sí lo hice con mi gente y ésta comía y bebía agua.

Después de varias horas de camino llegamos a la presa reventada, en donde estaba una nopalera muy grande llena de tunas. Todos los que iban adelante se atacaron de tunas y fue peor la sed. Nosotros sólo pasamos y seguimos la marcha.

Entonces el general Villa mandó a Ernesto, a Carmona y a su asistente con otros tres hombres a La Mora para que vieran dónde estaba el agua, pero se perdieron y no dieron con el agua.

PREGUNTA
Y usted logró encontrar el agua; ¿cómo lo hizo?

RESPUESTA
Hay un cerro a la orilla del camino que se llama Cerro Solo. Entre las cinco y seis de la tarde llegué en la retaguardia y ahí estaban tirados, amarrados de la cabeza todos: yo hallé cincuenta hombres trabados de los dientes, negros, negros de sed; yo traía unos garrafones llenos de sotol y agua; pero no era posible que les diera a los otros y dejar a los míos sin agua. entonces lo que hice fue refregarles los dientes con la punta del pañuelo empapado de sotol y sal; les metía un palito entre los dientes y les empezaba a echar unas gotitas de agua, hasta que los arreglé a todos.

Había llegado hasta ahí una comisión de San Luis Potosí, de los hermanos Cedillo, pero se encontraban en las mismas condiciones.

Entonces a uno de los Cedillo le di dos vasos de agua con sotol y me dijo: deme más, hasta que llene.

¡No -le dije-, ya te di y con esto te salvaste, no podías hablar ni una palabra y estabas negro de sed!

A esto me responde: si no me da más agua le mato.

¡Pues mátame! -y le aventé su rifle, al que momentos antes le había sacado los cartuchos.

A Gómez Ríos que era secretario de Hipólito Villa, hermano del general, también lo salvé.

El ganado quedó todo tirado y muerto de sed. Nosotros seguimos adelante y un ratito después nos encontramos a todos; daba compasión verlos, todos morados. amarrados de la cabeza, ya no hablaba ninguno. Yo conocía unos vástagos que se llaman huepilla, parecida a la lechugilla, muy gruesa. La mastira usted y se le llena la boca de agua amargosa que lo pone a uno trompudo pero no importa, no se muere de sed.

Entonces cuando llegué les di unos amullitos de candelilla que también dan mucha agüita, se masticaban y ya.

Avalos traía unas piedras en la boca y le dije: cómo se pone usted a meterse piedras en la boca, que no ve que están secas, mejor corte una rama de mezquite verde y mastíquela, está amargosa y junta saliva.

Y después junté a mi gente, los ayudé a meterse a un bosquecito que había ahí, saqué una carabañuela de agua y sotol y les dí un vaso a cada uno.

Entonces me dijo el general: ¿por qué no nos habías dado?

¡Cómo les daba agua mi general, si usted viene a la vanguardia y yo a la retaguardia, apenas acabo de llegar!

Mira Nicolás, súbete al cerro a ver si tú localizas el agua, todo el día han andado buscando el agua y no la hallan.

¡Es que quieren ver el charco mi general, no hay necesidad de buscarla en esa forma, verá como ahorita la hallamos!

Por la tarde, todos los pájaros salen volando de sus nidos y cuando el agua está lejos se elevan muy alto y se hacen hilera, pero cuando el agua está cerca, los pájaros nada más dan dos o tres vueltas y bajan al agua.

Yo me subí al cerro con unos anteojos y vi una caballada blanca corriendo rumbo a una quebradita en donde se perdían; al poco rato salían los caballos retozando y revolcándose; cuando ya la localicé bien, me bajé y le informé al general: ya encontré el agua mi general.

¿Viste el charco?

¡No señor, pero vi bajar mucha caballada al agua y subir retozando!

¿Estás seguro?

¡Sí señor, estoy seguro!

Anda pues, vete -me dijo- llévate todas las barricas y carabañolas; y toda esa agua que traigas la echas en un pozo para auxiliar a los que están más fregados.

Entonces lo levanté y le dije: mire mi general, aquí derecho, entre esos dos cerritos estaré esperándolo, no vayan a perder la dirección.

Me fui y cuando llegamos adonde estaba el agua, había un presón señor, había tanta agua que a los cinco metros de la orilla ya tenía uno que nadar; ese episodio tampoco se lo he contado a nadie.

PREGUNTA
Señor general, pero tratando de continuar una pregunta anterior, siempre logró Villa entenderse con el gobierno de Don Adolfo de la Huerta?

RESPUESTA
Mire usted, le tengo que contar todo.

En San Buenaventura, Coah., se nos habían desertado dos hermanos, uno de ellos llamado Esteban Falcón y el otro no recuerdo cómo se llamaba.

Bueno, pues este individuo Esteban, se metió a un rancho llamado El Jardín, que era de Don Lázaro de la Garza y que se encuentra en el desierto, muy cerca de una hacienda ganadera que era propiedad de unos americanos.

Esteban Falcón se puso a robar ganado y lo metía a los Estados Unidos. Así se hizo rico logrando tener más de mil caballos finos, pero los guardaba en una sierra que se llama La Gavia, donde se encontraba su hermano que era quien los cuidaba.

Yo había agarrado al caporal de La Mora, la hacienda de los señores Madero y ese me informó sobre Esteban Falcón. Entonces le dije que me llevara a donde estaba Falcón y él me contestó: si lo llevo, Falcón es capaz de fusilarme.

¡Y si no me llevas te fusilo yo, así es que escoge!

Bueno, pues me llevó.

Yo, para darle garantías le dije que no sabría Esteban Falcón quién lo había denunciado.

Entonces, antes de llegar, este caporal me dijo: ese Estaban Falcón es muy bravo, muy peleador y muy pistolero.

¡No le hace, usted sólo me lleva cerquita de donde está y luego se queda, mientras yo agarro a Falcón!

Había un arroyo que dividía el rancho de Falcón y al otro lado vivía un sobrino suyo. Yo estaba medio ronco de tanto polvo y de tanto hablar, así es que llegamos y cuando ya estábamos como a unos veinte metros de la puerta de la casa de Falcón, hice a un lado al caporal y se lo dejé a unos soldados, mientras que yo me acerqué y toqué la puerta, pero no lo hice de frente, sino de lado.

¿Quién es?

¡Soy tu sobrino! -como estaba ronco no me reconoció la voz-.

¿Y qué traes?

¡Pues sólo vengo a avisarte que se le fueron los caballos a tu hermano, los anda agarrando pero le faltan muchos!

Está bien, espera, deja vestirme.

Se vino sin arma. Tenía dos pistolas en la cabecera de la cama y en cada esquina de la casa un rifle con su cartuchera y una puerta de claraboya para pelear en caso ofrecido.

Como se vino sin arma y aunque la hubiera tenido no me esperaba, nomás abrió la puerta lo agarré del buche y ahí lo traigo para afuera; luego luego dijo: ¡ustedes son villistas!

¡Sí lo somos! le contesté, al tiempo que le echaba un lazo en las manos y les dije a mis soldados: ¡ténganmelo ahí!

Mire amiguito soy el general Fernández, al rato llega el general Villa.

¡Me va a fusilar!

¿Por qué te va a fusilar? si lo único que quiere el general Villa es que nos des caballos para ir a tomar el pueblo más cercano, donde haya vías de comunicación para ponernos en contacto con el gobierno. Ya tenemos tres mil hombres al lado de la sierra.

¿Por qué no mejor van a los altos hornos? ahí pueden sacar cuatro o cinco millones de pesos.

¡No buscamos dinero, buscamos un telégrafo!

Entonces vayan a San Juan de Sabinas me dijo Falcón.

¿Y en cuanto tiempo llegamos a ese lugar?

Pues caminando se hace un día por entre la sierra.

¡Muy bien, pues en cuanto llegue el general Villa le informaré sobre lo que dice a ver qué ordena él!

Después de esta conversación le mandé avisar al general Villa y luego, luego se vino.

En cuanto vio a Falcón le llegó duro, pesado.

Entonces Falcón le dijo: mire general, no me regañe, ni me maltrate, fusíleme, soy tan hombre como cualquiera que se me presente, pero estoy desarmado.

Y a se calmó el general Villa y le preguntó: ¿me puedes dar mil caballos?

¡Más de mil caballos le doy a usted!

¿Qué poblado podemos agarrar más cerca?

San Juan de Sabinas mi general, pero hay que atravesar un río y viene muy crecido.

Luego dirgiéndose a mí me dijo: queda a tu cargo este hombre.

Ya me llevé a Falcón y lo dejé con mis tropas.

Al otro día fui y traje los mil caballos y con los que agarramos por ahí, acabalamos mil quinientos. Dejamos nuestros cansados caballos e inmediatamente salimos a marchas forzadas sobre San Juan de Sabinas.

Ya estando cerca, dijo el general Villa: bueno, ahora aquí haremos alto hasta que oscurezca para que los del pueblo no nos columbren.

Esteban Falcón me llamó y me dijo: al otro lado de la sierra está Múzquiz y allí hay tres mil soldados federales..

A lo que yo le contesté: vamos tú y yo a ver.

Lo llevé amarrado de las manos con ronzales duros y Falcón me preguntó; ¿por qué me aseguras tanto?

¡Por las dudas hombre, eres muy ladino y si te me vas, entonces a mí me mochan la cabeza!

Llegamos a lo alto de la sierra desde donde se dominaba Múzquiz; le eché el anteojo y vi a Múzquiz rodeado por tropas de Manuel Mayravente.

Al general Villa se le habían unido diez mil hombres carrancistas de toda la parte norte de Coahuila y que se encontraban en Piedras Negras en espera de órdenes.

Bueno, ya después de haber visto eso en Múzquiz nos bajamos y le dije: ahora si vámonos.

Lo amarré de las dos piernas por debajo de la mula. Falcón era muy desconfiado, pero yo también lo era. Como era muy conocedor del terreno quise mejor asegurarme, por eso lo amarré de esa forma.

Ya regresamos y emprendimos el camino a San Juan de Sabinas; al llegar al río nos dimos cuenta que como había dicho Falcón, se encontraba muy crecido, tanto, que había levantado las vías del ferrocarril y había dejado el puente en muy mal estado y a punto de caer.

Me fui a encontrar al general Villa y le dije: mi general, el río se encuentra muy crecido y el puente no aguantaría el peso de la tropa a caballo, así es que usted se va a quedar aquí con veinticinco hombres mientras yo encuentro cómo vadear el río. Si veo que lo puedo pasar, lo paso. En caso contrario esperaremos a que amanezca, porque en San Juan de Sabinas hay como ciento cincuenta hombres de destacamento.

¡Muy bien! -me contestó el general Villa.

Regresé a la orilla del río con toda la tropa y me metí y tras de mí, todos los hombres en chorro, nada más subían las armas para que no se mojaran. Pasamos y le pusimos sitio al mineral de Sabinas. Entonces le mandé pedir la plaza al jefe que estaba allí, por cierto era un capitán, pero me contestó que no se rendía, que defendería la plaza hasta el último cartucho. Yo agarré el telégrafo y me comuniqué con don Adolfo de la Huerta, le informé de que había un capitán al mando del destacamento y que no quería retirar$e de ahí, que estaba dispuesto a pelear, que ya se le había ordenado tres veces y que si no se rendía se atuviera a las consecuencias.En eso estaba yo comunicándome con De la Huerta, cuando el capitán me atacó.

¡Pues nada señor, que lo acabé!

El capitán murió en el combate y los pocos hombres que quedaron se tiraron de cabeza al río, unos se salvaron pero la mayor parte se ahogaron.

Entonces nuevamente me comuniqué con don Adolfo de la Huerta y me preguntó si yo era el general Villa y le contesté: no señor, soy el general Nicolás Fernández, segundo del general Villa, pero dentro de media hora él estará aquí para hablar con usted.

PREGUNTA
Pero Villa no estaba enterado de esta comunicación suya con De la Huerta ... ¿usted le avisó?

RESPUESTA
Mandé a traer al general Villa y habló con don Adolfo de la Huerta a quien le dijo: en estos momentos le mando al general Eugenio Martínez a conferenciar con usted para que tengamos un arreglo.

Al otro día llegó Eugenio Martínez con doscientos hombres y llevaba con él a un tal Pablo Rodríguez que se nos había volteado y nos encerramos en un cuarto a conferenciar pero no se llegó a ningún arreglo.

Don Adolfo de la Huerta nos mandaba decir que su gobierno estaba en bancarrota y que nos invítaba a que nos incorporáramos al ejército federal.

El general Villa me preguntó: ¿oye Nicolás, qué te parece lo que nos proponen, crees que esté bueno esto?

¡No señor -le contesté-, usted tiene un contrato con nosotros, firmado; hicimos un juramentó con usted, que mientras Carranza viviera habríamos de pelear y está firmado por todos nosotros y por usted también. Pero Carranza está muerto; ya estamos cansados de pelear y no tenemos garantías. Ahora que nos proporcionan esta oportunidad, que nos den tierra donde trabajar y que nos dejen las armas, los caballos y todo!

Ya el general Villa le comunicó esto a don Adolfo de la Huerta y no sólo lo aceptó, sino que nos dio todo lo que pedimos.

A mí me dieron una hacienda de Don Luis Terrazas, que se llama San Isidro y que tenía como unas ciento cincuenta o ciento ochenta mil hectáreas, mismas que fueron para mi gente; para la gente de Ojinaga les dieron tierras allí mismo y así nos fuimos separando.

Eugenio Martínez pidió inmediatamente trenes para trasladarnos; unos sí se embarcaron, pero el general Villa y yo nos venimos por tierra.

De San Pedro salió una comisión a encontrarnos, ya ahí en una estación, cerca de San Pedro, nos embarcamos a Tlahuelillo, que fue donde vinieron a pagarnos.

Ya aquí, nos dijo Eugenio Martínez que había recibido un mensaje de don Adolfo de la Huerta, en donde decía que no nos podía pagar todo el dinero junto por estar el gobierno en bancarrota, pero que nos firmaría unos bonos y dentro de seis meses nos pagaría en oro nacional.

Yo mandé juntar todas las partidas que había en Chihuahua y acabalamos como mil hombres y a todos nos pagaron un año de haberes y a los seis meses nos pagaron el otro medio año y nos dejaron todo.

PREGUNTA
¿Y cuánto tiempo estuvieron ustedes dedicados a las labores del campo?

RESPUESTA
Pues mire usted, eso fue en 1920. Al general Villa lo mataron en 1923 y ya se acabó todo.

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