Indice de Entrevista al C. General de brigada Nicolás Fernández Carrillo por Píndaro Urióstegui Miranda Propósitos de la Convención de Aguascalientes Villa y ZapataBiblioteca Virtual Antorcha

ENTREVISTA
AL GENERAL DE BRIGADA
NICOLÁS FERNÁNDEZ CARRILLO

Píndaro Urióstegui Miranda


MI GENERAL VILLA ME ENCOMIENDA UNA COMISIÓN

PREGUNTA
¿Ya después de haber sido nombrado por la Convención de Aguascalientes, presidente provisional, Eulalio Gutiérrez nombra al general Francisco Villa, Jefe del ejército revolucionario, es decir descansó su supervivencia en las fuerzas de Villa?

RESPUESTA
Si señor, después de eso ya nos regresamos a Chihuahua todos, pero entonces siguieron provocando el asunto.

Eulalio Gutiérrez le avisa al general Villa que no tiene dinero con qué sostener el gobierno de la Convención y que Don Venustiano no les ayuda con nada. Entonces Villa le contestó: no se desespere, voy a ver cómo le hago para ayudarlo.

Nos encontrábamos en Guadalupe. Zac. y le habían denunciado al general Villa que unos señores millonarios de Zacatecas se habían pelado para México y recordando eso me mandó llamar. Ahí también se encontraba Luis Aguirre Benavides, así es que estábamos sólo los tres.

Entonces el general Villa me dijo: mire, se me va usted a México a traerse unos individuos que son de Zacatecas, son hacendados, ganaderos y mineros, son muy ricos; también se trae a los dueños de las talabartería más grandes de México y a otros que venden colambres de Oaxaca.

Cuando escuché sus instrucciones le respondí: oiga mi general, no quisiera contradecirle, pero yo no me creo capaz de desarrollar esa comisión, aquí tiene usted hombres muy preparados, diplomados, porque esa comisión es muy delicada y para mí es muy dura.

A lo que Villa repuso: ¡Esos hombres muy preparados, diplomados y todo lo que usted quiera, no cumplen con lo que yo ordeno y usted sí cumple. así es que se me va a desempeñar esa comisión!

Deme usted quince días o un mes para pensar un plan, le dije.

¡No señor, le doy sólo diez dias para que lo piense usted y me venga a resolver!

Yo no hallaba qué hacer. Al fin desarrollé mi cabeza y me presente con él ue al verme me preguntó: ¿ya viene listo?

¡Sí, señor!, le respondí.

¿Qué se le ofrece? -me dijo.

¡Quiero que me dé dos millones de pesos!

¿Tanto dinero?

Sí señor, voy a comprar ganado en las haciendas de esos señores García para llevarlo a México; también quiero que me dé una carta sin que mencione el grado que tengo, solamente mi nombre y que diga que soy un introductor de ganado para que no carezca México de carne. Así les podré pedir a los administradores de las haciendas que me den una carta para su patrón y el día que agarre a uno, los tengo que agarrar a todos al mismo tiempo.

Entonces el general me dio una carta para el cónsul español que había en la ciudad de México y que se llamaba Don Angel del Paso; también me dio otra para Don Eulalio Gutiérrez y una última para José Isabel Robles, que era el Ministro de la Guerra.

Al llegar a México, inmediatamente vendí el ganado y me fui a visitar primero a Don Eulalio Gutiérrez, quien al verme me dijo que no le fuera a pedir dinero porque no lo tenía.

Yo le contesté: no señor, no lo necesito, yo traigo.

¿Y cómo se hizo de dinero? -me preguntó.

¿Recuerda usted que le puse un mensaje informándole que traía diez mil novillos y diez mil carneros para la población de aquí de México? Pues ya los vendí y con eso me sostengo.

Toda esta conversación fue escuchada por J. Isabel Robles quien fue el que me introdujo con el Presidente Eulalio Guliérrez, quien me preguntó: muy bien y ¿en dónde se aloja usted?

Todavía no lo sé, voy a ver en dónde me hospedo.

Yo salí junto con J. Isabel Robles que fue a encaminarme a la puerta y en el camino me dijo: ¿oiga usted compañero -nos tratábamos de compañeros- puedo saber cuál es la comisión que trae usted de mi general Villa?

Claro que sí compañero, pero ahorita no se la digo, sino hasta que esté cumplida, ¿qué le parece? Entonces usted será el primero en saberla, le contesté.

¡Está bien! -me dijo.

Yo llevaba treinta hombres todos vestidos de civil y los rifles los llevábamos escondidos en unos costales adentro de un carro.

Luego me fui a las casas de los señores que me había nombrado mi general Villa y procuré hacer dos mancuernas con mis hombres para que fueran conociendo las casas de cada quien para dar el golpe el mismo día.

Uno de esos señores era sobrino de los hermanos García, se llamaba Don Jesús, pero le decían Jesusito; apenas tenía ocho días de casado. así es que andaha en plena luna de miel.

Este señor era un hombre muy rico, pero su esposa lo era más que él.

A este señor lo dejé al último. Don Jesusito tenía cinco hombres armados hasta los dientes ahí en su casa, así es que cuando llegué ahí y soné el timbre salió el jefe de ellos con carrilleras puestas y rifle.

¿Don Jesusito García? -le pregunté.

¿Qué se le ofrece a usted señor?

¡Mire, vengo de su hacienda y traigo esta carta, pero tengo que entregársela a él personalmente!

Yo se la llevo, me dijo.

¡No señor, hágame favor de avisarle porque la tiene que recibir personalmente!

Entonces este hombre descolgó el teléfono que tenía en la puerta y le avisó a Don Jesusito. Luego ordenó que me pasaran; le entregué la carta, la abrió y la leyó.

Cuando terminó dijo: muy bien, estoy a sus órdenes (yo les pagué a los administradores de las dos haciendas doscientos ochenta mil pesos por el ganado que compré y en esa carta le rendían parte de que yo me había portado muy bien, que les habíamos dado garantías y mostrado un salvoconducto de que era introductor de ganado). Yo le puedo vender a usted todo el ganado que tengo para que lo traiga a México.

¡Y yo se lo compro! -repuse-. ¿Cuánto dinero quiere usted que le deposite?

Ni un centavo, con esa carta tengo yo, con el informe que me rinde mi administrador estamos bien.

Entonces le habló a su capataz y le dijo: mira, cuando venga el señor Fernández, se me retiran de aquí y se me van al fondo de la casa.

Así es que al otro día que me presenté, el capataz me abrió la puerta y se fue junto con los otros cuatro hombres al fondo de la casa.

Ya había yo puesto de acuerdo al capitán Mora para que llevara un coche a la puerta y le advertí: mire capitán, cuando yo le diga manos arriba a Don Jesús, usted cierra inmediatamente la puerta y saca su pistola cuarenta y cinco por si ellos nos quieren atacar tengamos con qué defendernos.

Don Jesús venía bajando la escalera y me di cuenta que traía una pistolita en el cinturón, su señora venía tras él en bata. Entonces me fui arrimando para cortarle una posible salida y poniéndole la pistola en el pecho le dije a Don Jesús: ¡manos arriba! -y lo desarmé.

La señora empezó a llorar y me preguntaba que por qué lo secuestrábamos.

Señorita -le dije- mejor vaya a ponerse ropa para que acompañe a su esposo y así sepa dónde está; esto no es un secuestro, es una orden de vida o muerte para mí, del general Francisco Villa.

Subió la señora a ponerse su traje, cuando oí ruido de movimiento en la parte trasera de la casa, seguramente de los hombres que custodiaban a Don Jesusito, por lo que le grité a Mora: ya nos van a atacar éstos, ya se dieron cuenta.

Corté el teléfono y rápidamente saqué a Don Jesusito y a su señora, los subí al coche y me los llevé.

Cuando llegué a la casa que me había prestado Don Angel del Paso, ya mis hombres estaban peleando con los agentes de Mateo Almanza que era el Inspector de la Policía.

Todos mis soldados se fortificaron en los pilares mientras que a la gente la teníamos abajo en unos subterráneos.

El único que faltaba era Don Jesusito. porque a todos los agarramos el mismo día. Viendo la pelea, ya no pude entrar a la casa y entonces me metí al consulado y le pedí permiso al cónsul español que me permitiera su teléfono.

Me comuniqué con J. Isabel Robles y le dije: en estos momentos me está atacando Mateo Almanza, ya hay muchos muertos y heridos de la policía y mi general Villa no tarda en llegar.

¿Pues cómo le avisó usted? -me preguntó- ¡pues bien, nosotros tenemos una clave! -yo le puse un telegrama a Villa, donde se encontrara, diciéndole: los pájaros están en la jaula y estoy corriendo peligro, y como ese telegrama lo había mandado un día antes, ya el general Villa venía entrando a México- ¡Y mi general Villa no dilata ni una hora, así es que usted sabe!

J. Isabel Robles se presentó inmediatamente y ordenó que levantaran los muertos y barrieran todo aquello. Entonces Almanza preguntó: ¿y qué hacemos con los balazos que están en las paredes? A lo que le contesté: ¡Villa no viene a ver los balazos qee están en las paredes, él viene a lo que viene! Y lo hice a un lado.

Al ratito llegó Villa.

Yo ya tenía a la familia de Don Jesusito, a la que mande traer con muchas atenciones.

Oiga mi general -me dijo la esposa de Don Jesusito- yo quisiera que el general Villa recibiera primero a mi esposo para que me lo entregue. Le voy a dar al general Villa dos millones por mi cuenta y otros dos millones por cuenta de mi marido y a usted le voy a regalar un millón.

¡Ni soy general, ni me regale ningún millón; esto lo arregla usted con el general Villa, voy a consultárselo!

Subí y le informé a Villa, ¡tráigalos! dijo.

Ya los subí a los dos y le señalé a la señora: mire, aquí tiene usted al general Francisco Villa.

¡Mi general, entrégueme usted a mi marido!

Pues ahí lo tiene, ¿qué, no está con usted?

¡No es eso mi general, quiero ofrecerle cuatro millones de pesos en oro, dos por mi marido y dos por mi parte, para que nos deje libres y nos dé garantías y también le voy a regalar aquí a su general un millón de pesos, él sabe si los recibe o no!

Entonces Villa me ordenó: póngale una escolta de veinticinco hombres para que nadie le toque su casa

Y así lo hice.

Cada uno dio dos millones de pesos oro nacional. Así sacamos treinta millones de pesos.

Después Villa mandó llamar a Aguirre Benavides y le indicó: vaya usted y haga un oficio al Presidente de la República y le entrega veinte millones de pesos. Le dice también que me deje diez millones para el sostenimiento de mis tropas.

Aguirre Benavides hizo la carta y entregó el dinero.

Yo fui con él en el coche a entregar los veinte millones de pesos a Don Eulalio Gutiérrez.

Con Eulalio Gutiérrez, J. Isabel Robles, Benavides y Mateo Almanza ya tenían pensado voltearse, desconociendo al gobierno de Carranza y a la División del Norte y llevándose los veinte millones de pesos se salieron de la ciudad de México con cerca de veinte mil hombres.

En México sólo quedó Manuel Maynavente con unas cuantas tropas.

Al enterarse Villa de la traición, mandó a un general Manuel Banda con tropas y les cortaron la retirada en San Felipe Torresmochas.

Don Eulalio era un hombre muy jugado y listo; iba en un coche de caballos junto con Mateo Almanza.

Entonces ordenó que se desviaran hacia Concepción del Oro; ahí pelearon y mataron al tal Almanza, pero Eulalio se fue.

J. Isabel Robles, Benavides y otros, se llevaron el dinero en un atajito de caballos y se fueron a San Luis Potosí; llegaron, y el Jefe de Operaciones les dio un salvoconducto. Salieron hacia Matamoros, en donde se encontraba un general Nafarrat y éste seguramente avisado por el Jefe de Operaciones de San Luis Potosí que ahí le iban esos señores, salió con tropas a esperarlos en el camino.

En esa época todavía no había labores, era pura montaña el camino a Matamoros.

J. Isabel Robles que era un hombre muy de campo vio venir a lo lejos un chorrito de polvo. Como hombre conocedor se dio cuenta que eran tropas pero no les dijo nada a sus compañeros, sólo pidió que pararan el coche para internarse un momento en el monte que estaba muy cerrado y se fue, mientras que a Aguirre Benavides y al otro los agarraron, les quitaron el dinero y los fusilaron.

Esa fue la historia.

Indice de Entrevista al C. General de brigada Nicolás Fernández Carrillo por Píndaro Urióstegui Miranda Propósitos de la Convención de Aguascalientes Villa y ZapataBiblioteca Virtual Antorcha