Índice del libro Historia de las Bolsas de Trabajo de Fernand PelloutierFernand Pellouier y el sindicalismo revolucionario por Max NettlauCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo primero

Después de la Comuna

La situación del proletariado al día siguiente de la derrota de la Comuna era como sigue: la sección francesa de la Internacional disuelta, los revolucionarios fusilados, enviados a presidio u obligados a exiliarse; los diversos círculos dispersos, las reuniones prohibidas; el terror hacía refugiarse en el escondite de las casas a los pocos hombres escapados de la masacre.

Por el contrario, la burguesía se sentía eufórica. Sin duda que la industria y el comercio sentían aún las consecuencias de la guerra. Muchos talleres -cuyos mejores operarios, como ocurriera con el éxodo de los protestantes, se habían marchado a Londres, Bruselas o Ginebra, aportando aquí su espíriru de iniciativa y su habilidad técnica (1) -estaban aún cerrados y a pesar de la arrogancia que la fácil victoria de los soldados del orden parecía haber infundido en los hombres de negocios, no dejaba de existir cierta aprensión en las miradas que dirigían tanto hacia Alemania como hacia aquel pueblo que, una vez más, había mostrado las energías de que era capaz.

No obstante, la asociación de los sindicatos patronales, conocida por el nombre de Unión Nacional del comercio y de la industria, adquiría cada día una mayor extensión y, al no hallar enfrente ninguna potencia obrera antagonista, fijaba a su arbitrio el valor y la duración del trabajo.

Entonces, algunos hombres que tras haber fundado la Internacional se habían apartado de toda actividad por temor a la revolución, intentaron reemprender el trabajo durante cierto tiempo abandonado. Creyendo haberse librado de los revolucionarios, sin dejar de deplorar la horrible represión de 1871, pero satisfechos en lo íntimo de que la casta burguesa hubiera sentado la base del camino que podía conducir a la conciliación entre el capital y el trabajo, crearon los fundamentos de nuevas asociaciones en las cuales los obreros, absteniéndose de cualquier crítica al gobierno y a las leyes, se dedicaron a estudiar la situación del trabajo en realación con las leyes del intercambio económico. De esta primigenia tentativa nace el Círculo de la Unión Sindical Obrera, el cual debía, en opinión de Barberet, uno de sus fundadores, reunir sólidamente a todos los sindicatos obreros para hacer de contrapeso a La Unión nacional del comercio y de la industria.

No hay duda de que esta asociación era poco subversiva al tener como fin llevar a cabo por el estudio, la concordia y la justicia el convencimiento de la opinión pública sobre la moderación mantenida por los trabajadores en la reivindicación de sus derechos.

Sin embargo, por muy moderados que fueran, por muy sensatos que demostraran ser, los fundadores del Círculo resultaban siempre demasiado avanzados a juicio del Orden moral. De cualquier manera se proclamaban republicanos, de ese tipo de republicanos que se ocupaban de la economía social con la intención de no discutir, pero la política de De Broglie (2) podía llegar a ser peligrosa. Por esta razón el Círculo de la Unión Sindical Obrera fue disuelto, y si el poder no tomó la misma actitud contra las Cámaras Sindicales, ello se debió a que estas cámaras, poco numerosas, sin una existencia segura y sin relación de ningún tipo con el Círculo, parecían destinadas a la impotencia y a una desaparición próxima.

¿Cómo consiguieron sobrevivir? ¿Cómo pudo ocurrir que en 1875 se contaran ya 135 cámaras, de las cuales algunas, sobre todo las ubicadas en Roubaix, mostraban una actividad de cierta importancia? Parecía seguro que tras la hecatombe de 1871 cualquier tentativa de liberación del proletariado se habia hecho imposible y que el pueblo, aunque en verdad no hubiera perdido el gusto por la libertad, con frecuencia adormecido pero nunca muerto, cuando menos estaba condenado a sufrir por mucho tiempo el yugo del capital. Sin embargo, aún no habian pasado cuatro años de la derrota de la insurrección, dos desde la dispersión final de toda la intelectualidad, de todas las energias obreras, y he aqui que empiezan a revelarse nuevas fuerzas y nuevas energias, he aqui que la muchedumbre obrera, detenida un instante, reemprende su marcha hacia la emancipación. ¿No se debe este fenómeno a que la intuición popular entrevé en la asociación de la clase el único medio de transformación social? ¿No es acaso porque a pesar de sus posiciones conciliantes y su aparente indiferencia politica, en cierto modo bajo el peso de una perspectiva irracional, el obrero percibe en el comunismo ideas e intereses propios y al mismo tiempo el instrumento para destruir el despotismo y para edificar la armonía en el campo económico?

Como quiera que sea, hacia 1875 existian ciento treinta y cinco cámaras sindicales, reglamentadas por el articulo 291-294 del código penal, de acuerdo con la ley de 10 de abril de 1834 y de los decretos del 25 de marzo y de 2 de abril de 1852. Durante todo este periodo de reacción las cámaras sindicales, felices por no haber sido disueltas, se sometieron al precario régimen que las tenía bajo la amenaza constante de un acto de fuerza. Mas cuando en Francia se empezó a respirar y a poder hablar abiertamente de asociaciones profesionales, de representación obrera en el parlamento, de cooperación, sin resultar sospechosos de haber fusilado a los rehenes, las cámaras sindicales reivindicaron sus derechos, reclarnaron en primer lugar la supresión de las leyes y de los decretos a que estaban sometidas, al mismo tiempo que el reconocimiento legal de su existencia. Después discutieron y condenaron el proyecto de ley que Lockroy, entonces diputado por Bouches-du-Rhone, había elaborado en relación con ellas, y por fin celebraron en París el congreso nacional.

Apenas constituida por iniciativa de la Cámara sindical de las flores (3) una delegación obrera se dirigió a la exposición universal de Filadelfia. Luego, un congreso obrero se llevaba a cabo en Bolonia. El 19 de junio de 1896 el periódico La Tribune publicaba el siguiente artículo:

Ahora que la delegación obrera a Filadelfia ha partido de Francia, es necesario añadir un nuevo punto al orden del día de los trabajadores de París y de la provincia. ¿Qué pensarían nuestros arnigos de un congreso obrero en París en agosto o septiembre, algunas semanas después del regreso de los delegados, para discutir las bases de un programa socialista común?

Por el momento nos contentarnos con lanzar la idea, que nos ha sido sugerida por el congreso de Bolonia. A nosotros nos parece excelente y estamos persuadidos de que un congreso obrero podría tener para la emancipación económica de todo el proletariado francés una influencia considerable.

Esta proposición levantó en la clase obrera un entusiasmo comprensible si se piensa en el silencio observado en los cinco años precedentes. En la prensa radical aparecieron sobre este caso numerosos artículos. Adhesiones masivas llegaron de París y de la provincia, y después de algunas reuniones sostenidas por los delegados a la Exposición de Viena, por los miembros de la comisión obrera para la Exposición de Filadelfia, por los síndicos de las corporaciones, etc. , se encargó a un comité de iniciativa la organización del congreso y la confección del orden del día.

Este comité estaba compuesto por los ciudadanos André, di Chaben, A. Corsin, Delion, Deville, Eliézer, Gauttard, Guérin, Guillon, Yernet. El programa del congreso afrontaba otros problemas: el trabajo femenino, las cámaras sindicales, el aprendizaje y la enseñanza profesional, la representación directa del proletariado en el parlamento, las asociaciones corporativas, las cajas de pensiones, la asociación agrícola y la utilidad de las relaciones entre trabajadores agrícolas y trabajadores industriales.

El congreso se inicia el 2 de octubre de 1876 en la Salle des Ecoles, calle de Arras. De entre los delegados destacaban los ciudadanos Chausse, Chambert (por aquel tiempo implicado en actividades de socorros mutuos), Isidore Finance, V. Delahaye, Masquin, Simon Söens, Barberet, Narcisse Paillot, Aimé Lavy , Feltesse (que no pudo tomar la palabra debido a su nacionalidad). La mayoría del congreso estaba compuesta por cooperativistas y mutualistas. Sin embargo se notaban algunos colectivistas (estatistas y anarquistas), los cuales no vacilaron en exponer sus teorías, al tiempo que se formulaban vivas protestas contra la presencia del ciudadano Barberet.

Por lo demás, el informe presentado en la sesión de apertura del comité de iniciativa indica claramente cuál era el espíritu del congreso.

Lo que queremos -dice este informe- es que el trabajador no carezca en lo sucesivo de trabajo, que el precio del trabajo sea verdaderamente remunerador, que el trabajador tenga los medios para precaverse contra la desocupación, la enfermedad, la vejez ... Hemos querido igualmente, de acuerdo con el congreso, mostrar a nuestros gobernantes, a todas nuestras clases dirigentes que disputan y luchan entre sí por el poder y por mantenerse en él, que existe en el país una fracción enorme de la población que sufre, que tiene necesidad de reformas, de las cuales no se ocupa lo necesario.

Hemos querido que el congreso fuese exclusivamente obrero, y todos han comprendido de inmediato nuestras razones. No es necesario negarlo, todos los sistemas, todas las utopías que han sido propuestas a los trabajadores jamás surgieron de ellos. Provienen todas de la burguesía, bien intencionada sin duda, pero que trataban de buscar soluciones y remedios a nuestros males en base a elucubraciones, en lugar de partir de nuestras necesidades y de la realidad. De no haber decidido, como medida precautoria, que se necesitaba ser obrero para hablar y votar en el congreso, habríamos asistido a la repetición de lo ya ocurrido en otros tiempos, es decir, la intervención de los defensores de sistemas burgueses para imponer en la reunión un carácter que nosotros habíamos rechazado. Es necesario que una cosa quede clara: el propósito de los trabajadores no es querer mejorar su condición a expensas de los demás. Ellos desean que los economistas, que sólo se preocupan de los productos y nada del hombre, consideren en igual medida al producto y al hombre. Así, esperamos de la nueva ciencia económica todos los mejoramientos que consisten en la solución de la cuestión social.

Las inexactitudes de este documento demuestran bastante bien cuál fue el carácter -si no de los 360 delegados presentes en el congreso, o de la totalidad de la comisión de promotores- por lo menos sí del comité organizador. Los miembros de este comité no solamente se preocuparon de calmar las inquietudes que el congreso podía provocar en los gobernantes e industriales, sino que, para asegurarse la protección capitalista, no vacilaban en calumniar (confundiéndolos con los políticos del tipo de Louis Blanc) a proletarios de vanguardia como Varlin, César de Paepe, Emile Aubray, Albert Richard, Dupont, etc. que habían profesado y difundido la doctrina de la Internacional.

Sin embargo, a pesar de la aprobación dada a este informe por parte del congreso, los organizadores pudieron de inmediato comprobar que aunque muchos trabajadores quedaron al margen del movimiento de la Comuna, la propaganda de la Internacional, por responder a los intereses populares, había dejado profunda huella. Sobre el primer punto (relativo al trabajo de las mujeres) el congreso sostuvo el principio de: a igual trabajo igual salario, recomendó la creación de sindicatos femeninos y la reducción legal del trabajo a 8 horas sin disminución del salario. Sobre este problema, Isidore Finance se pronunció enérgicamente contra la cooperación. Después de subrayar el fracaso desde Buchez en adelante, de las diversas formas de asociación cooperativa, concluye:

En este caso, sobre la base del ahorro llevado acabo a expensas de un mísero salario, podría el propietario de la ciudad y del campo hacer pasar a sus manos la propiedad del suelo, de las materias primas, del equipo industrial y equilibrar la influencia del capital acumulado por espacio de siglos. Pero a su vez cabe preguntarse: ¿Cuántos siglos les llevará alcanzar su objetivo? Esto no se dice. Si esto es lo que se llama ser prácticos, ¿qué será entonces la utopía ...?

La cooperación sacrifica forzosamente la independencia individual y el tiempo libre necesario para adquirir una instrucción, a una esperanza de beneficio material, cuya naturaleza comercial hace por otra parte incierta. Tiende a privar al proletariado de sus generosas aspiraciones para infundirle las preocupaciones propias de la burguesía mercantil y egoísta. En consecuencia, la cooperación es el mayor obstaculo para esta regeneración intelectual y moral que, según confiesan los mismos cooperativistas, debería preceder al bienestar material de los trabajadores. Un delegado se pronunció contra cualquier forma de limosna o subsidio, porque el subsidio parece testimoniar que la desocupación es un hecho necesario o inevitable, cuando en realidad compete al proletariado hacerlo desaparecer. Igualmente otro delegado condena la sociedad de socorros mutuos por no aportar medio alguno para realizar la abolición del trabajo asalartado, y sancionar su existencia, afirmando por el contrario que lo que debe absorber nuestros pensamientos y dirigir nuestras acciones es practicar una salida hacia nuestra emancipación económica. Finalmente, el delegado Hardy, de los trabajadores del bronce de París, después de aceptar la petición de las cajas de pensiones, a condición de que se sostuvieran exclusivamente por medio del balance militar, exclamó sin suscitar la menor protesta, a pesar de la proximidad de la derrota de 1870:

Poco nos importa que Francia sea pequeña y Alemania grande. El congreso pide la institución de pensiones cuya administración sería sustraída a la independencia del Estado.

Seguía el problema de las cámaras sindicales. Como hemos dicho, el congreso debía examinar un proyecto de ley sobre asociación obrera presentado por Lockroy. Según los artículos 5 y 6 de ese proyecto, cualquier cámara sindical debía presentar en el momento de su fundación y luego todos los días 1 de enero, ante el alcalde, el prefecto de policía, o bien el procurador de la República, además de la dirección de la sede social, una declaración con los estatutos, el número de miembros, así como sus nombres y direcciones. Estas prescripciones, que levantaron vivas discusiones en la clase obrera, conturbaron asimismo al congreso.

Aquellas constituían, afirmó el delegado de los mecánicos de París una trampa semejante, en cuanto a circunstancias y agravantes, a las leyes de 22 de junio de 1855 a propósito de las documentaciones personales; es una ley policíaca de nuevo tipo y no haremos a los consejos sindicales la ofensa de creer que consentirán en convertirse en los auxiliares de la prefectura de policía y de los magistrados.

El proyecto de ley Lockroy, dice el ciudadano Daniel impone a las asociaciones de trabajadores condiciones que nunca se reclaman a las asociaciones capitalistas, a las asociaciones religiosas o civiles.

¿Qué representaba, pues, para los miembros del congreso la cámara sindical? ¿Cuáles debían ser sus funciones y cómo su composición?

Las cámaras sindicales, dice Charles Bonne, delegado de Roubaix, son más bien comités organizadores de otra sociedad. Deben ocuparse para empezar, de la cuestión de la mutua ilustración; luego deben por supuesto proceder a la organización de bibliotecas populares y de asociaciones entre consumidores, con el fin de impedir la explotación del trabajador por parte de los capitalistas. Las cámaras sindicales deben por otra parte esforzarse por crear cajas de compensación en provecho de las familias trabajadoras ... Deben, finalmente, ocuparse de la reorganización de los consejos de síndicos o inspectores, cuyo funcionamiento es muy precario ...

Y Bonne concluye: para crear esta organización tenemos varios sistemas: unos quieren que las cámaras sindicales operen con una corporación única, pero en provincias este sistema ofrece bastantes dificultades, dado que una sola corporación no siempre consigue formar una cámara sindical que ofrezca garantías válidas ... Por tanto creo que consiguiendo reunir los diferentes grupos de oficios que tienen intereses similares, es más fácil llegar a constituir cámaras sindicales. Cada grupo de oficio elige un número de representantes proporcional al número de ciudadanos que forman parte de la corporación ... Creo además que las cámaras sindicales, para avanzar en esta dirección deben publicar un informe administrativo de las operaciones de su sociedad y enviarlo a una oficina creada a este fin. Esta oficina se hará cargo de los diversos informes administrativos de todas las cámaras sindicales de Francia. Con este sistema se podrá estar al corriente de los progresos realizados ...

Según Charvet (de Lyon), las cámaras sindicales no deben ser mixtas; deben hacer respetar los intereses de los trabajadores, y hacer cesar los abusos existentes en las corporaciones. Pueden asimismo, después de estar legalizadas, establecer con asentimiento de los patronos, las normas que tienen fuerza de ley y que marcarán la línea de conducta de los consejeros inspectores ...

Para terminar, Dupire (de París) propone: Las cámaras sindicales obreras quedan invitadas a concentrar todos sus esfuerzos con el fin de disminuir la duración general y normal del trabajo en todas las profesiones y hacer aumentar a la vez el salario del obrero. Aquellas deben utilizar toda su influencia para obstaculizar la concurrencia de las mujeres y de los niños en las fábricas, establecimientos, oficinas y manufacturas, colocados frente a los hombres. Se servirán igualmente las cámaras de toda su influencia para hacer penetrar esta idea en su mentalidad y hacer aceptar estos principios a la opinión pública.

Estas opiniones traducen elocuentemente el sentimiento del congreso: las cámaras sindicales deben ser centros de estudio libremente constituidos. De aquí se infiere la acogida que se hizo al proyecto de ley de Lockroy. En efecto, el informe de las comisiones, adoptado sin debate, formuló las siguientes conclusiones:

1. Derogación de los artículos 291, 292, 293, 294 del código penal, lo mismo que las demás leyes cuyo objeto sea el de limitar la libertad de reunión y de asociación.

2. Retirada del proyecto de ley sobre cámaras sindicales presentado en la Asamblea.

3. Nombramiento de una comisión encargada de hacer conocer a la Asamblea las deliberaciones del congreso.

Esta fue la obra del primer congreso obrero celebrado en Francia después de la Revolución del 18 de marzo de 1871 (4). Sin duda que sus reivindicaciones fueron bastante tímidas, e incluso se puede constatar que sus miembros, lejos de hacer causa común con los heroicos trabajadores caídos bajo el plomo de los versalleses, no tenían otra preocupación que poner de relieve su distanciamiento de cualquier tentativa de subversión social. No obstante, este congreso se manifestó a favor de relanzar las asociaciones profesionales y de crear un nuevo contacto entre los trabajadores para obligarles a estudiar el problema social y es evidente que antes o después los explotados, tras haber propiciado de buena fe la conciliación entre el capital y el trabajo, habían comprendido que esta conciliación es imposible y que uno de los dos factores de la política económica oficial debía prevalecer.

Apenas concluido el congreso, los sindicatos parisinos nombraron una comisión de 62 miembros encargada de regular del modo más favorable para los intereses obreros la cuestión de las cámaras sindicales. Esta comisión puso de inmediato manos a la obra y, para empezar, intentó reconstruir el Círculo de la Unión Sindical Obrera. Pero el gobierno velaba, especialmente el ministro del Interior, para que el prefecto de policía se opusiera al proyecto de la comisión. Esta empezó entonces a elaborar un proyecto susceptible de reemplazar al de Lockroy. Pero esto no se llevó a cabo fácilmente, pues los colectivistas hacían observar con gran oportunidad que los sindicatos no debían ofrecer su colaboración al ministro y que, por otra parte, estando rerconstituidos los sindicatos a pesar de la ausencia de cualquier ley relativa al caso, no se veía ninguna necesidad de modificar el statu quo. También se estimó que el proyecto de ley de Lockroy era poco seguro y convenía por ello aplazar cualquier decisión y continuar desenvolviéndose como se había hecho hasta entonces. En poco tiempo, esos esfuerzos se vieron coronados por el éxito: el proyecto que finalmente aprueba la comisión de los 62 y luego enmiendan los sindicatos, se convierte en la carta de estos últimos.

Por otra parte, los colectivistas habían tenido una visión certera. El proyecto Lockroy fue rechazado. Los sindicatos se multiplicaron y dado que la propaganda que desarrollaban los obreros más avanzados era silenciosa y no llamaba demasiado la atención pública y dado, por otro lado, que los acontecimientos políticos acabaron por absorber toda la atención de las esferas oficiales, como entonces se decía, la idea socialista se difundía cada día más.

En esta situación transcurrieron dos años, y luego se celebró en Lyon, en 1878, un segundo congreso obrero. En este tiempo, algunos hombres que habían desempeñado un papel en la Internacional, pero muy secundario en la Comuna (5), habiendo conseguido por ello escapar a las represiones, intentaban organizar, al margen de las cámaras sindicales, un partido socialista. Entre estos hombres, llamados Guesde, Lafargue, Chabert, Paulard, Deynaud, algunos tenían vínculos familiares o de amistad con Marx, Engels y los supervivientes del congreso de La Haya de 1872. La propaganda desarrollada por ellos dio tales frutos en los meses precedentes que habían podido anunciar el propósito de celebrar en París, durante la Exposición, un congreso socialista internacional. Sin embargo, este proyecto era aún prematuro y los promotores del mismo fueron perseguidos y reprimidos por la policía.

En esta circunstancia, y a pesar de la aversión profesada por los socialistas revolucionarios hacia los trabajadores inscritos en los sindicatos, aquéllos pensaron aprovechar la celebración del congreso mutualista de Lyon para catequizar a los trabajadores que debían participar en el mismo.

En verdad, su exiguo número les impidió modificar el carácter del congreso, pero a pesar de todo hicieron declaraciones de especial interés, sobre las cuales es conveniente detenerse, sobre todo para mostrar las teorías que en aquel tiempo profesaban los colectivistas ... y luego para hacer comprender los acontecimientos que acabarían por cavar un foso insalvable entre los partidarios de la acción legislativa y de la conquista de los poderes públicos y los partidarios de la acción económica y corporativa.

Respecto al tema de la instrucción, Calvinhac, delegado de la Unión democrática de trabajadores de París, dijo: Hallaréis el remedio a todos los males sociales y a cualquier explotación en la colectividad, es decir, en la institución de la industria y de la propiedad colectiva. Acto seguido Calvinhac habló del Estado. En aquella época todos los colectivistas franceses eran no sólo defensores de la abolición del Estado, sino que además se mostraban hostiles a cualquier idea que presentara al Estado como favorable a los trabajadores. Los revolucionarios que algunos años después se dividirían en estatistas y anarquistas, coincidían ahora por completo sobre ese punto. Por esto, Calvinhac al hablar del Estado se expresa en los siguientes términos: ¡Vamos! Aprendamos a hacer con este elemento lo mismo que con la burguesía, cuya actitud de sostén incondicional del gobierno es notorio. Este es nuestro enemigo y sólo interviene en nuestros problemas para imponer reglamentaciones, y dad por sentado que las reglamentaciones las hará siempre en beneficio de los dirigentes. Nosotros reclamamos solamente la libertad completa y conseguiremos realizar nuestros sueños cuando estemos plenamente decididos a gestionar los problemas nosotros mismos.

El congreso debía examinar y por cierto aprobó, una resolución ya tomada en el congreso de París relativa a la representación directa del proletariado en los cuerpos electivos. Pero es conveniente que oigamos también al delegado Ballivet, de los mecánicos lyoneses, el cual la emprende con elocuencia contra la participación de los revolucionarios en las luchas electorales.

Para nosotros, dice, la cuestión debe plantearse en los términos siguientes: ¿Es una ventaja, o por el contrario un inconveniente el hecho de que el proletariado se haga representar en nuestras asambleas legislativas? A tal pregunta nosotros contestamos claramente: el proletariado sólo obtendría de esta representación ventajas ilusorias, éxitos aparentes, que implicarían inconvenientes muy graves. Entre los socialistas que se pronuncian por la representación del proletariado en el parlamento ... los más ilusos esperan llegar a conquistar legalmente la mayoría en nuestra asamblea política. Una vez que pongan las manos en el aparato gobernante, ellos cuentan con hacerlo funcionar en provecho de los trabajadores, aunque siempre y hasta hoy ha funcionado constantemente contra ellos.

Algunos mantienen esperanzas más modestas. Esperan hacer penetrar en las asambleas una minoría de diputados lo bastante fuerte como para arrancar a la mayoría burguesa un mejoramiento material en la situación del trabajador, o bien nuevos derechos políticos que les permitan proseguir la obra de emancipación con mayor probabilidad de éxito. Los más experimentados, los socialistas alemanes, por ejemplo, ya no creen en la conquista del poder político por la vía electoral. Al adoptar esta táctica (la c:mdidatura obrera) se propone solamente como objetivo un fin propagandístico y organizativo. Nosotros refutaremos uno después de otro, todos los argumentos de las diversas categorías de partidarios de la representación directa del proletariado en el Parlamento.

¿Cómo puede ser que aquí en Francia nos dejemos mecer por la absurda ilusión de que la burguesía contemple con los brazos cruzados, con el mayor respeto a la legalidad, su misma expropiación llevada a cabo por medios legales? ... El día en que los trabajadores sugieran tan sólo la posibilidad de tocar a sus privilegios, no habrá ley que la burguesía no viole, sufragio que no se manipule, prisiones que no se abran, proscripciones que no se organicen, ni ejecuciones que no se lleven a cabo.

La esperanza formulada por otros socialistas en el sentido de hacer penetrar en la asamblea legislativa una minoría de diputados lo suficientemente fuerte como para obtener algunas concesiones, es igualmente ilusoria. Esa minoría, por el hecho mismo de serlo, no podrá nada por sí misma. Se verá forzosamente constreñida a establecer alianzas con las fracciones burguesas del Parlamento ... No obstante, diréis vosotros, ciertas reformas políticas como la libertad de asociación y de reunión pueden acelerar nuestra emancipación y si los diputados que podíamos enviar al Parlamento consiguieran solamente esas dos reformas, se podría decir que valía la pena haberlos enviado. Ahora bien, ¿hay verdaderamente necesidad de enviar allí alguno de los nuestros para obtener esta libertad? ¿No tendrá acaso la burguesía republicana el mismo interés en concedérnosla cuando nosotros la exijamos? ... Aquel arma, que en sus manos es eficaz, en las nuestras se hace por completo inútil. ¡Libertad de prensa! Mas, ¿qué importa el derecho de hacer una cosa si carecemos de los medios para ello? ¡Libertad de reunión! ¿Para escuchar a los oradores las bellas frases que la burguesía nos autoriza? ¡Libertad de asociación! Asociar la miseria a la miseria total no es sino miseria. Tales libertades, ciudadanos, serán la consecuencia y no la causa de nuestra emancipación.

Algunos que dentro del campo socialista conocen bastante a la burguesía como para saber que por vía legal no se le podrá arrebatar ninguna reforma seria, arguyen empero que la participación de los obreros en las elecciones nos dota de un excelente medio de propaganda ... ¡Pues bien!, nosotros sostenemos que la representación directa no dota a los obreros de un buen medio de propaganda, y que si puede llevar a la formación de un partido numeroso, conduce también a la formación de un partido sin organización y sin fuerza real. Cuando se habla de propaganda es necesario aclarar dos cosas: en primer lugar, cuáles son los principios que se quieren propagar y luego si el medio elegido es lo suficientemente eficaz para el objetivo propuesto.

... ¿No sabemos acaso que la causa real de nuestra miseria reside en la acumulación en pocas manos de toda la riqueza social? ¿Y acaso no queremos poner fin a este estado de cosas sustituyendo la forma individual de apropiación por el modo colectivo de producción? ... ¿No sabemos también que quien mantiene esta injusticia económica es la organización política centralizada, en otras palabras, el Estado, y debemos por consiguiente proclamarnos antiautoritarios y antiestatales?

Los dos principios que por consiguiente es necesario difundir en la propaganda son los de la propiedad colectiva y la negativa completa del Estado. ¡Pues bien! Durante un período electoral no se abre la boca para nada de esto. Durante una campaña electoral es ante todo imprescindible hacer vencer al candidato propio ... Por tanto, ¿qué queda en los programas electorales? La grandilocuencia de la forma y el inocuo radicalismo de fondo ...

Ahora bien, se dirá, una vez elegido, el diputado obrero desarrollará su programa utilizando la resonancia de la tribuna francesa y lo difundirán miles de veces todos los periódicos, con lo que alcanzará gran audiencia. ¡Otro error! Cuando un diputado obrero haga su aparición en la tribuna será objeto de increpaciones, de interrupciones groseras y de todo tipo ... ¿Acaso reproducirán los periódicos sus intervenciones? Sí, todos los periódicos de la burguesía lo falsificarán y harán circular las caricaturas. Sólo los periódicos socialistas insertarán los discursos en su autenticidad, y entonces, este discurso de un diputado cuya elección ha costado miles de francos a los pobres bolsillos de los trabajadores no tendrá ni mayor ni menor importancia que un artículo normal susceptible de redactarse e imprimirse mucho más barato y sin tantos fracasos.

Admitimos que haciendo ver lo menos posible el radicalismo de nuestro programa ... llegaremos en Francia, como han llegado en Alemania, a constituir un partido numeroso; ... pero el día en que nos hagamos peligrosos a los ojos de la burguesía ... será precisamente el de la intervención violenta, brutal, ilegal, de la burguesía, y entonces ¿será este partido numeroso también un partido fuerte, capaz de resistir? ¡Creemos que no!, y esto hemos de decirlo francamente. Cuando un instrumento ha sido construido para un fin no es posible exigirle que cumpla otro cometido. Este partido constituido de cara a la acción electoral tendrá solamente engranajes electorales. Sus soldados serán electores y sus jefes abogados. Esto permitirá hacer emerger de su seno a los héroes, a los mártires que sabrán morir por el derecho. Pero este ejército completamente pacífico y legal no poseerá la organización que le es necesaria para resistir a la violencia de los ejércitos del Estado ...

El efecto producido por este discurso fue tal que la comisión organizadora del congreso amenazó con retirar la palabra a cuantos a partir de ese momento hablaran de colectivismo. Y a partir de entonces ya nada subversivo se dijo en el congreso, excepto cuando llegado el momento de las resoluciones el congreso rechazó una proposición de Dupire y Ballivet, que auspiciaba la apropiación colectiva del suelo y de los instrumentos de producción.

Para concluir con el congreso de Lyon añadiremos que además se abordó la cuestión de una legislación relativa a los sindicatos, pero sin nada que ver ya con la propuesta precedente.



Notas

(1) Las obras relativas a las exposiciones de Lyon (1872), Viena (1874) y de Filadelfia, coinciden en señalar el daño inferido a la industria francesa por la expatriación de Ios participantes en la Comuna (18 de marzo de 1871).

He hablado -dice M. L. Cambrion, carrocero- de las diversas categorias de trabajadores que han abandonado su patria para marchar al nuevo continente, donde han trasladado todas las industrias en las que Francia poseía el monopolio en el mundo entero, y algunas de las cuales no eran conocidas, o muy poco en América, al comienzo de la segunda mitad de nuestro siglo (siglo XIX). A éstas penenece la carrocería, que se implantó sólidamente a partir de esa época, gracias a la emigración voluntaria o forzada de quienes, como consecuencia del golpe de Estado de diciembre de 1851, pudieron escapar a las persecuciones del poder en esa latitud. Siguieron otras guerras (Crimea: 1854-56, la segunda guerra italiana de independencia, 1859; después conquistas coloniales en Argelia, Senegal, Siria, creación del imperio indochino; siguen la aventura mejicana en 1863 y sobre todo la revolución de 1871. Todas ellas produjeron los mismos resultados: las consecuencias han sido incalculables desde el punto de vista industrial y para nuestro comercio de exportación, que tiende a ir de mal en peor sobre todo después de que los acontecimientos últimos a que nos hemos referido, han obligado a numerosos operarios a abandonar París ... (Delegación obrera a la Exposición Universal de Filadelfia, p. 49).

... Las diferentes fluctuaciones políticas sufridas por nuestro país han inducido en épocas diversas a muchos compatriotas nuestros a trasladarse definitivamente a los Estados Unidos. Por ello, Nueva York y Newark han contado y cuentan todavia con cierto n6mero de operarios parisinos, que han contribuido a mejorar la industria americana ... (Ibid., Delegaciones de los sombrereros, pág 51).

... Por otra parte, las persecuciones politicas obligan a un cierto número de ciudadanos a buscar asilo en esta tierra hospitalaria. Limitándonos a Francia, ¿quién no recuerda la solicitud demostrada por los industriales extranjeros, entre los que se hallan los estadounidenses al acoger a aquellos de nuestros colegas de diversas profesiones despedidos después de pasar por los consejos de guerra, en ocasión de nuestra última lucha reivindicativa? ... (Ibid. Mecánicos, pág. 119).

... La industria (de los Estados Unidos) ha cobrado un desarrollo notable, sobre todo después de la revolución de 1871, cuando millares de obreros parisinos, temiendo ser objeto de persecuciones por parte de la contrarrevolución triunfante, se vieron obligados a llevar con ellos al extranjero el secreto de sus industrias. Todos los informes constatan que esta emigración demostró ser funesta para la industria francesa y que el exilio de los trabajadores expatriados fue lo suficientemente largo como para permitir que los capitalistas del Nuevo Mundo crearan, por asi decirlo, nuevas industrias y hacer llegar a los mercados de Europa productos capaces de soportar ventajosamente la concurrencia ... (Ibid. Examen general, pág. 131).

... Después de una serie de cálculos aproximativos de los costos de los productos, ellos (los estadounidenses), comprueban que la emigración de 1871 ha aportado 281.000.000 de dólares (1.425 miUones de francos) a su riqueza nacional ... (Delegación obrera libre a la Exposición de Filadelfia, pág. 185).

(2) Aquí se alude al episodio de la Comuna durante el cual fueron fusilados 64 rehenes con el arcipreste de París a la cabeza, en respuesta al terror desencadenado por Thiers y los versalleses contra los comuneros.

Sobre los acontecimientos de la Comuna, véase sobre todo la obra de Marx-Engels: La Comuna de París; Lissagaray: La Comuna de París y las dos obras colectivas de gran formato, La Comuna, de Bourgin, Lissagaray, Dolleans, Reclus y otros; también de Jean Bruhat y otros, La Comuna de París, con centenares de ilustraciones en facsimil de documentos originales y proclamas.

(3) Cámara Sindical Obrera de las flores: este organismo agrupaba a los trabajadores del sector de la floristería, jardinería, etc.

(4) Fecha de iniciación de la Comuna de París.

(5) Véase: Gustave Lefranc, Etude sur le mouvement communaliste a Paris en 1871, reimpreso en 1970. Este volumen es uno de los más interesantes sobre el tema. El más reciente es La révolution communalisle de Paris 1871 (Hechos y documentos), de Pierre Rimben. pág. 96. Spartacus, París 1971.


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