Índice del libro Historia de las Bolsas de Trabajo de Fernand PelloutierPresentación de Chantal López y Omar CortésFernand Pelloutier y el sindicalismo revolucionario por Max NettlauBiblioteca Virtual Antorcha

Biografía de Fernand Pelloutier

Por Victor Dave

Fernand-Léonce-Emile Pelloutier nació en París el 1° de octubre de 1867 y murió en la misma ciudad el 13 de marzo de 1901. Tenía por consiguiente treinta y tres años cuando desaparece.

Contrariamente a muchos que se separan del pueblo para dirigirse hacia la burguesía, Pelloutier abandonó a la burguesía para vivir la vida del pueblo. Era descendiente de Simón Pelloutier, quien se había visto obligado a abandonar Francia en tiempos de la revocación del edicto de Nantes (1). Nacido en Lipsia el 29 de octubre de 1694, llega a ser sucesivamente preceptor de los hijos del duque de Würtemberg, príncipe de Montbéliard, pastor de la iglesia francesa de Berlín, consejero eclesiástico y asesor del consistorio superior, director del Collège français, miembro y bibliotecario de la Academia de las Ciencias y las Bellas Artes de Prusia. Dejó numerosos escritos, entre los cuales se cita sobre todo una insigne Histoire des Celtes, en ocho volúmenes, publicada en 1733.

Léonce Pelloutier, el abuelo paterno, ejerció sobre él, a través de su obra, una influencia considerable, tal vez decisiva, en las ideas del nieto. Léonce era abogado en Nantes y se ocupaba muy activamente de política y de periodismo. Aunque oriundo de familia legitimista y ultraclerical, abrazó muy pronto las ideas liberales, colaboró durante largos años en el Phare de la Loire, se afilió a la secta de los Carbonarios y otras organizaciones secretas, formó parte de la Société des Droits des Hommes con Godefroy Cavaignac, Félix Avril, Astruc, y ejerce en 1835, el puesto de redactor jefe en la Alliance Libérale de Blanqui, periódico que nunca llegó por otra parte a ver la luz. El ofrecimiento le fue hecho por Philippon, que dirigía Le Réformateur, y por François-Vincent Raspail, ambos amigos de Léonce Pelloutier. En 1870, siempre en la brecha, fundó en Niort el Progres de Deux-Sèvres et de la Vendée, donde, hecho curioso, se pueden leer artículos firmados por ]ules Guesde. El viejo demócrata liberal murió en 1879 y fue enterrado con rito civil, con gran escándalo de la muy clerical población de Nantes.

Uno de los hermanos de Léonce, Ulrich Pelloutier, fue por el contrario un realista ardiente y militante. Partidario acérrimo de Carlos X, éste le nombra barón de Boisrichard. Toma parte activa en la insurrección de 1832 y es recluido como agente de la duquesa de Berry en el castillo de Launau, cercano a Cháteaubriand, en compañía de un correligionario llamado Clemenceau, pariente, si no me equivoco, del célebre político de la actualidad. A propósito de esta detención existen curiosas cartas del prefecto del Loire-inferior y del comisario central de Nantes de aquella época, como asimismo de Montalivet, par de Francia y ministro del Interior.

Bajo la influencia de su abuelo, Fernand Pelloutier rompe con las tradiciones familiares y se adentra por la vía que aquél le había trazado, a pesar de la educación clerical que sus progenitores le hicieron recibir. Llevó a cabo en París sus estudios elementales con los Frères de la doctrine Chrétienne. Luego, dado que sus padres habían abandonado París en 1879, a la muerte del abuelo, para ir a establecerse, primero en Nantes y acto seguido a Saint-Nazaire, Fernand es enviado en 1880 como su hermano Mauricio al pequeño seminario de Guerande. Permanecieron allí tres años. Fernando, cuya constitución fue siempre débil, delicada, contrajo allí el germen de la enfermedad que debía posteriormente conducirle a la tumba. La comida era mediocre e insuficiente, los cuidados deficientes, la higiene deplorable. Ante las mínimas faltas los maestros infligían severos castigos que degeneraban en auténticos malos tratos. El joven Pelloutier intentó evadirse dos veces de aquel triste lugar, sin conseguirlo. Un día, en el cofre de su vecino de banco descubrieron un violento panfleto contra los hombres de la iglesia, en el cual él había colaborado ampliamente. Este manifiesto le salvó de las garras de los frailes: el principal culpable fue expulsado y se aconsejó a los padres de Pelloutier que retiraran del seminario a su hijo, alumno insubordinado, ya embebido de ideas subversivas. De este modo pudo llevar a cabo sus estudios clásicos en el colegio de Saint-Nazaire desde 1883 a 1886.

En 1885, con sólo 18 años y mientras todavía cursaba sus estudios, empezó Pelloutier a colaborar en La Démocratie de l´Ouest, que acababa de fundar un operario tipógrafo, Eugenio Courronné. Escribía también en varias hojas literarias que le ofrecieron voluntariamente sus columnas, aunque los años que siguieron fueron más bien de espera y de preparación. Maduraba sus ideas, leía mucho, enormemente, de día y de noche, no sólo para aumentar sus conocimientos que llegaron a ser en verdad notables, sino sobre todo para buscar un lenitivo al mal penoso y manifiesto que ya le aquejaba y que el doctor Poisson de Nanterre diagnosticará en 1880 como lupus de carácter tuberculoso en la cara. Verosímilmente, añadirá algunos meses después, el enfermo no viviría más de dos años, y si bien la triste previsión no se realizó al pie de la letra, hacía presentir sin embargo que la enfermedad tendría un desenlace fatal y prematuro.

A panir de entonces, y previendo que su carrera no sería larga, Pelloutier prodigó sus esfuerzos en todas direcciones y su actividad llegó a no conocer límites. En las elecciones legislativas de 1889 fundó el Ouest Républicain, hoja de breve duración en la que sostiene, sin éxito, la candidatura radical de Aristide Briand. En 1891 asume la dirección de La Démocratie del Ouest, periódico en el que no había dejado de colaborar desde su primera aparición en 1881. Para sostenerlo recurre a escritores conocidos, penenecientes a diversos partidos políticos: Caumeau, entonces consejero municipal socialista de París, y muerto hace ya tiempo; Brunellière, consejero municipal socialista de Nantes; Vaillant, Landrin, Guesde y otros más. Toda la redacción del periódico corría a cargo de Pelloutier, redactor-jefe de una publicación que no contaba un solo redactor. De modo que debía atenderlo todo: la crónica local y la crónica regional, la política interna y los acontecimientos exteriores, el movimiento marítimo y comercial y, en fin, todo, hasta los diversos hechos menos relevantes, comprendidos los raros anuncios y algo de publicidad.

Su pluma incisiva y mordiente halló por tanto ocasión de hostigar a la autoridad, de la que a partir de entonces se convirtió en la bestia negra. Su ardor en las confrontaciones redobló al fundar en Saint-Nazaire, con algunos amigos, L 'Emancipation, sección del Partido Obrero Francés. La burguesía, advirtiendo que su reinado estaba próximo a terminar, demostraba su crueldad hacia todo lo que no le penenecía y sobre todo sin corazón ni sensibilidad hacia aquellos de sus hijos que, comprendiendo que su imperio era imposible en lo sucesivo, habían abrazado la causa de la revolución social. Aquellos que, nacidos en su seno, la abandonaron por su carácter nefando, están destinados a recibir sus golpes. Las persecuciones de las familias y las de los pretendidos amigos los asfixian; la miseria los amenaza, el hambre los asedia, la enfermedad, siniestra mensajera de la casta abandonada, le cerca por todas partes y la muene, prematuramente, asesta su golpe de gracia inmisericorde. Sobre todo en las ciudades de provincias es grande el número de aquellos a quienes la burguesía castiga de este modo a causa de la sinceridad y la independencia de su carácter. El perenne deshonor de aquélla será llamado en su ayuda a la muerte para reconquistar un poder que se les escapaba de la mano. Desde el día mismo en que se adhiere al Partido Obrero Francés, y sobre todo después del 3 de septiembre de 1892, cuando como delegado de las Bolsas del Trabajo de Saint-Nazaire y de Nantes al congreso de Tours, organizado por la Fédération des Travalleurs socialistes de l'Ouest (Partido broussista) (2), les hace votar la huelga general, esta huelga general que el partido rechaza y que rechazará también en 1901 (3), Pelloutier se verá expuesto a todas las intrigas, a todas las persecuciones, a todas las miserias (4). Por ello, en los primeros meses de 1896 abandonó Saint-Nazaire para ir a establecerse a París. No tardó en separarse del partido marxista, imbuido por las ideas libertarias que casi ignoraba cuando se hallaba sepultado en su provincia y que abrazó por la influencia de los escritores y de los compañeros anarquistas, a los cuales tuvo ocasión de frecuentar a partir de su llegada a la capital en el propio centro del movimiento. Sin embargo, por espacio de un año entero, Pelloutier buscó su propio camino, colaborando en L 'Avenir social de Dijon y en el Art social de Gabriel de Lasalle: Delegado de la federación de las Bolsas del Trabajo, donde había entrado al comienzo de 1894, al congreso nacional obrero que se celebra en Nantes en el mes de septiembre de aquel año, Pelloutier sostiene una vez más la tesis de la huelga general. El ardor que aportó en la defensa de sus ideas atrajo la atención sobre él. La prensa no le dio cuartel, sino que le atacó tanto más violentamente cuanto que sostenía con firmeza su desprecio por las fórmulas políticas y preconizaba la lucha en el terreno económico. La cólera de la prensa no consiguió desviarlo de la vida que había elegido. Replicó a sus ataques con un folleto (5): Qu 'est-ce que la greve générale? (¿Qué es la huelga general), del cual transcribimos la conclusión:

Si la huelga general es imposible, entonces es una estupidez combatirla, porque la conspiración del silencio la destruiría, mientras que los ataques políticos la fortifican. Oponer un dique a un torrente significa acrecentar su poder devastador; ampliar su lecho significa hacerlo inofensivo y reducirlo a las proporciones de un riachuelo. Esto es aplicable a la huelga general. Si es verdaderamente posible, entonces es criminal quien la combate, porque es la ruina del sistema autoritario.

En 1895 Fernando Pelloutier, miembro de los Caballeros Franceses del Trabajo, colaborador de la Revue socialiste de París, de la Société Nouvelle de Bruselas, de Temps Nouveaux con Grave y Delesalle, de L'Enclos con Lumet, es nombrado secretario de la Federación de las Cámaras del Trabajo. A partir de su nombramiento para este cargo importante, entró en una fase particularmente activa de su vida. Parece que consciente de que tiene pocos años de vida, quiere concentrar en breve espacio de tiempo el máximo de trabajo que un hombre es capaz de asumir. Desarrolla todos los trabajos del Comité federal, prepara el congreso, organiza los principales sectores de la federación, asume las funciones de secretario del Comité de acción de la Cristalería obrera, escribe un Méthode pour la création et le fonctionnement des Bourses du Travail. En resumen se prodiga sin descanso, de mil maneras.

Así es como lo estima en un conmovido artículo, aparecido al día siguiente de su muerte en Les Temps Nouveaux (6), su amigo Paul Delesalle: Oponer a la acción política una acción económica fuerte, potente, tal era el sueño que había concebido y que tomando cuerpo había cobrado realidad. El sabía y le gustaba repetirlo, que la burguesía capitalista concede a los trabajadores solamente lo que éstos son capaces de exigir, y veía en las organizaciones y en la fuerza de los sindicatos obreros un medio para obligar a la sociedad a capitular.

En una Carta a los Anarquistas, nos define en pocas líneas perfectamente su pensamiento, y también el nuestro: partidarios de suprimir la propiedad individual, nosotros somos además lo que ellos (los políticos) no son, rebeldes en cualquier circunstancia, hombres verdaderamente sin Dios, sin dueño y sin patria, enemigos irreductibles de cualquier despotismo, laboral y colectivo, es decir, de las leyes y de las dictaduras (comprendida la del proletariado) y amantes apasionados de la cultura por sí misma.

Libertario en el mejor sentido de la palabra, él declaraba en aquella misma carta a los anarquistas que no admitían la eficacia de la acción sindical, que respetaran a aquellos que creen en la misión revolucionaria del proletariado de proseguir de manera más metódica, activa y obstinada que nunca la obra de educación moral, administrativa y técnica necesaria para hacer factible una sociedad de hombres libres.

La Federación de las Bolsas de Trabajo, que ya ha rendido y está llamada a rendir servicios muy importantes a la clase obrera, constituye su obra maestra como organizador, obra para la cual vivió y para la cual, un poco por exceso del trabajo que se impuso, murió. Mientras algunos individuos utilizaban la Cristalería obrera de Albi como trampolín y la hacían servir para sus mezquinas ambiciones personales, Pelloutier, en sus modestas funciones de secretario, gracias a sus condiciones como administrador, consigue crear una fábrica obrera. Y en aquel estercolero que fue el comité de acción de la Cristalería obrera, en el que tantos explotadores del socialismo se comprometieron irremisiblemente, él supo quedar limpio y el fango con el que quisieron enlodarlo los adversarios deshonestos nunca consiguió otra cosa que enlodar todavía más a estos últimos. El fue uno de los pocos que salieron de la prueba con las manos limpias y la cabeza alta (7).

En el mes de julio de 1895, Pelloutier fue como delegado al Congreso de Nimes, donde hizo, sobre la Federación de las Bolsas del Trabajo, dos importantes informes que fueron bastante discutidos, sobre todo aquél en el que defendia el punto de vista de que era necesario, para facilitar el triunfo de la revolución, que la fuerza obrera se agrupase en un haz compacto y disciplinado. A pesar de esta concentración de fuerza tal vez un poco autoritaria, Pelloutier sostuvo con la misma resolución de siempre las teorías libertarias. Esta misma idea la hallamos en el manifiesto que lanzó el 1° de mayo de 1896, en nombre de las 41 Bolsas del Trabajo confederadas, y en el cual sostiene:

Voluntariamente limitadas hasta hoy al papel de organizadoras del proletariado, las Bolsas del Trabajo de Francia entrarán de ahora en adelante en la lucha económica, y en esta conmemoración del 1° de mayo, señalada hace algunos años por el socialismo internacional para formular la voluntad de la clase obrera, expondremos lo que pensamos y el fin que perseguimos.

Convencidos en lo que se refiere a los males sociales de que las instituciones tienen mayor responsabilidad en ellos que los hombres, porque las primeras, conservando y acumulando los errores de las generaciones hacen a los hombres prisioneros vivientes de los errores de sus predecesores, las Bolsas del Trabajo declaran la guerra a todo aquello que constituye, sostiene y fortifica al organismo social. Conociendo los sufrimientos y las lamentaciones del proletariado, sabemos que el trabajador no aspira a ocupar el puesto de la burguesía, a crear un estado obrero', sino a igualar las condiciones de vida y a procurar a todos las satisfacciones que sus necesidades exigen. De acuerdo con la finalidad de todos los socialistas, el objetivo de las Bolsas del Trabajo es el de sustituir la propiedad individual y su triste cortejo de miserias e infamias, por la vida libre sobre la tierra.

Por ello y conscientes de que la energía del hombre es proporcional a la suma de su bienestar, las Bolsas del Trabajo se asocian a todas las reivindicaciones susceptibles, al mejorar siquiera gradualmente la condición inmediata del proletariado, de liberarlo de las preocupaciones envilecedoras del pan cotidiano y de aumentar, en consecuencia, su parte solidaria en la común obra emancipadora.

Reclamamos la reducción de la jornada de trabajo, el establecimiento de un salario mínimo, el respeto del derecho de resistencia a la explotación patronal, la concesión gratuita de elementos indispensables para la existencia: pan, alojamiento, instrucción, abastecimientos. Nos esforzaremos por sustraer a los miembros de las Bolsas, de la angustia del paro y de las inquietudes de la vejez, arrancando al Capital el diezmo inicuo que obtiene del Trabajo.

Ahora bien, tengamos en cuenta que nada de esto puede resolver el problema social; que nunca el proletariado saldrá triunfante de la lucha si opone solamente al formidable poder del dinero la pasividad adquirida en siglos de sufrimientos y privaciones. Por ello recomendamos a los trabajadores que han permanecido hasta hoy aislados, que se adhieran a las Bolsas del Trabajo y que aporten el apoyo de su número y de su fuerza. El día, no lejano, en que el proletariado consiga crear una gigantesca asociación consciente de sus intereses y del medio para asegurarse el triunfo, ese día ya no habrá capital, ni miseria, ni clases, ni odio. ¡La Revolución social se habrá cumplido!

En 1896 l'Art Social publica un interesante trabajo de Pelloutier sobre l'Organisation corporative et I'anarchie. Establece aquí Pelloutier la concordancia existente entre la unión corporativa que se va elaborando y la sociedad comunista y libertaria en su período inicial.

Nosotros queremos -dice- que todas las funciones sociales se reduzcan a la satisfacción de nuestras necesidades, asimismo la organización corporativa afirma la necesidad de liberarse de la creencia en la necesidad del gobierno; nosotros queremos el libre acuerdo entre los hombres; la unión corporativa (esto lo vemos más claro cada día que pasa) no puede existir sino a condición de expulsar de su seno cualquier autoridad y cualquier constricción; nosotros queremos que la emancipación del pueblo sea obra del pueblo mismo y la organización corporativa lo quiere también: se advierte más cada vez la necesidad, se experimenta más cada vez el deseo de gestionar por nosotros mismos nuestros intereses; el gusto por la independencia y el impulso de revuelta fructifica; se sueña con talleres libres donde la autoridad dejará su lugar al sentimiento personal del deber. Este se expresa en el rol de los trabajadores en una sociedad armoniosa, cuyas bases serán sorprendentemente libres y creadas por los propios trabajadores. En suma, los trabajadores, después de creerse durante largo tiempo condenados al papel de meros instrumentos, quieren convertirse en factores inteligentes, con el fin de ser al mismo tiempo inventores y creadores de su propia obra. Que amplíen luego sin cesar el campo de aplicaciones abierto ante sí. Que, conscientes de tener en sus manos toda la vida social, se habitúen a no aceptar otra obligación que la de su deber, a detestar y a rechazar cualquier autoridad que les sea extraña. El cometido final de los trabajadores es el de lograr la anarquía.

En l'Art et la Révolte, aparecido el mismo año, Pelloutier nos describe a la burguesía, que desaparece poco a poco como una realidad turbia que arrastra con ella en caótica mezcolanza prejuicios, creencias y principios morales.

Existen en los países tropicales frutos malsanos que maduran rápidamente y se gastan del mismo modo; vegetaciones inigualables cuya vida no es otra cosa que un afanarse hacia la muerte y que brillan con intensidad tanto más viva cuanto más efímera. Esta vegetación, estos frutos, son nuestra burguesía. Apenas nacida, ya es rica y poderosa. En un tiempo en que razas y castas se protegen todavía generalmente contra los altibajos de la fortuna y la inestabilidad de los poderes, ella ya estaba en plena posesión de su fuerza. Ha gozado por espacio de cincuenta afios y héla ahora moribunda. ¡Es una lección tremenda! En vano buscaremos fuera de ella misma la razón de su agonía. Hace cien años los pueblos tenían todavía hacia los jóvenes, las religiones, las familias, la patria, el mismo respeto que hace treinta siglos. Ellos habían derribado dinastías, cortado cabezas coronadas, destruido altares y violado territorios, pero seguían humillando la cabeza ante la autoridad. Muerto el amo, gritaban: ¡Viva el amo!. Desaparecido un dios doblaban la rodilla ante otros dioses, y la patria constituía para ellos el motivo capaz de satisfacer los apetitos sanguinarios y los dones apasionadamente deseados. Después de cien afios todo esto ha desaparecido. Se aceptan todavía los gobiernos, pero la autoridad es aborrecida y se escupe a los amos en la cara. Las religiones viven, pero Dios ha muerto y el ateo ha sustituido al escéptico. La familia subsiste; la autoridad ha sido proscrita y el hombre dice: Amor a quien me ama, indiferencia hacia quien, aunque sea de mi sangre, exige mi afecto sin merecerlo. Las naciones permanecen y tal vez se afirma el odio entre las razas; el patriotismo ha muerto y, el dedo pequefio que sirve para desprender la ceniza del cigarro, aparece en fin más precioso que la conquista de un imperio.

En 1897 Femand Pelloutier fundó l'Ouvrier des Deux-Mondes, revista mensual de economía social, que recoge numerosos estudios de auténtico valor debidos a su pluma. Y sin embargo, las miserables condiciones en las cuales se vio frecuentemente obligado a hacer esta revista, no eran las más a propósito para predisponerle en favor de ese trabajo del espíritu. Cuando las facturas de los impresores llegaron a ser fantásticas para el bolsillo de un proletario, Pelloutier tomó una decisión heroica: componer él mismo por entero su revista, por lo que llegó a consagrar a ese trabajo demoledor hasta diez horas diarias, depués de las cuales, como diversión, se veía en la obligación de dedicar otras tantas horas a la dilatadísima correspondencia de la Federación. Mientras tanto, todavía encontraba tiempo para colaborar en varias revistas francesas y extranjeras. Es en esta época que escribe, con su hermano Mauricio, su Vie Ouvriere (8), que sería publicado en 1900, pocos meses antes de su muerte.

Era imposible que su constitución, minada por la tuberculosis, resistiese mucho tiempo a esos múltiples trabajos. Ya a su regreso del congreso de Rennes tuvo una primera hemoptisis que lo dejó completamente extenuado. Sin embargo, se restableció y como se hallaba en situación financiera difícil se vio obligado a solicitar algunos trabajos de caligrafía. Yo recuerdo que -mientras hubiera debido hacer reposo- se dedicaba en el mes de noviembre, en la calle de Deux-Ponts y envuelto en una manta, a copiar un curso de economía política, para traducir acto seguido del inglés una obra de mecánica. Por consejo de los médicos aceptó sin embargo el trasladarse al campo; en abril de 1899 ocupaba en Bruyeres-de-Sèvres un pabellón compuesto de dos estancias, en una de las cuales instaló su seleccionada biblioteca, a la que había dedicado tanta atención y que había conseguido reunir con muchos sacrificios. Allí, en un ambiente encantador, a dos pasos del bosque de Meudon, su salud pareció mejorar algo. Cuando menos así lo parecía, porque nadie le oyó quejarse nunca. Pelloutier no hubiera permitido que nadie sorprendiese en él la menor debilidad y, de hecho, ni los sufrimientos más atroces le hicieron proferir jamás un lamento. Sólo en los últimos días de su vida, postrado por la enfermedad, deprimido por efectos de la morfina, llegó en alguna ocasión a derramar lágrimas, lágrimas de pesar por cuanto dejaba incompleto, sobre todo aquella Federación que había sido su criatura y que amó hasta el punto de sacrificarle su propia vida.

En agosto del mismo año, una segunda hemoptisis, mucho más grave que la precedente puso en peligro su vida. Se pensó que no podría recobrarse. Los cuidados amorosos de su familia y, sobre todo, su resistencia verdaderamente asombrosa, superaron a la enfermedad una vez más. Poco tiempo después, y por medio de un buen amigo suyo, obtuvo un modesto empleo como inspector en la Oficina del Trabajo (Ministerio del Comercio), que le salvó de la miseria, pero que después debía serle injusta y amargamente reprochado. Se sabe que, en efecto, en el 8° congreso de las Bolsas del Trabajo, celebrado en Lyon en 1900, un guesdista planteó la cuestión de la presencia de Pelloutier en el ministerio. La cuestión puso en dificultades al encarnizado interpelante. El congreso no había olvidado que en su sesión del 25 de marzo de 1900, el Comité federal tuvo que ocuparse del problema de las reglamentaciones de las huelgas y del arbitraje obligatorio y que Pelloutier, como delegado de Nevers y secretario del Comité, había combatido violentamente el proyecto y fue en gran parte debido a sus esfuerzos que la cuestión se rechazó por amplia mayoría. No había tampoco olvidado que el proyecto ministerial sobre colocación y descanso de los obreros había sufrido la misma suene, siempre gracias a la perseverante energía de Pelloutier. Y mientras éste asumía en la Oficina del Trabajo las funciones de inspector, contribuía a la derrota de los híbridos proyectos del ministro seudo-socialista Millerand.

El invierno de 1899 pasó relativamente bien para el enfermo, aunque le sobrevino una tos incesante, resultante o bien de la laringitis derivada de la tuberculosis, o del exceso del trabajo, el abuso de hablar en público, y acaso también el abuso del tabaco, pero debido sobre todo a la evolución del lupus, el cual por infiltración se había instalado en la laringe. Sin embargo él continuaba sus trabajos. A lo largo de todo 1900 estuvo absorbido por la creación del viaticum o socorro de viaje, por la creación de la Oficina Nacional Obrera de Estadística y de Colocación, por los preparativos del congreso de aquel año y la publicación de su bello libro: La Vie Ouvrière en France. Apenas se puede imaginar lo que debió sufrir en este período: crisis prolongadas de asfixia, exasperantes accesos de tos, sudoración copiosa y continua le debilitaron cada vez más. Apoyado en su bastón, se paraba para respirar a cada paso. Se le hubiera tomado por un viejo. La vida parecía sin embargo haberse refugiado en su cabeza, que había asumido con relación al cuerpo una dimensión exagerada, y todavía consiguió, a fuerza de voluntad, asistir a este congreso donde en el curso de cuatro jornadas, participó activamente en la discusión de todas las cuestiones del orden del día, y donde todavía hubo de defenderse contra los ataques de enemigos siempre derrotados, pero siempre renovados.

Este fue su último esfuerzo, al día siguiente del congreso se metió en el lecho para no volver a levantarse. Por espacio de seis meses soportó un auténtico martirio, esputando sangre casi sin interrupción. La respiración le faltaba casi por completo y obtenía algunos instantes de tranquilidad y alivio sólo recurriendo a repetidas inyecciones de morfina. Sin embargo, hasta el último momento no dejó de interesarse por la Federación, orientando a su hermano, que se ocupaba de la correspondencia y le sustituía en todo lo concerniente a la secretaría. Algunas semanas antes de morir, se hizo trasladar a su estudio, donde junto a su querida biblioteca se había instalado un lecho y donde experimentó su última alegría, auténtica alegría infantil, al hallarse de nuevo en medio de sus libros. El 13 de marzo, a las 11 de la mañana, expiraba después de una agonía comenzada a media noche y durante la cual ya no recobró la conciencia.

Llegados a este punto sólo nos queda reafirmar la perfecta comunidad de ideas y la indestructible solidaridad que unió a nuestro valeroso compañero al Partido de la Revolución Social, al Movimiento Libertario Internacional. Nos hacíamos cargo de las grandes leyes del progreso y no teníamos derecho a dudar. De acuerdo con Augusto Comte nosotros creemos que la humanidad demuestra más apego a sus muertos que a sus vivos y que, cada vez que el trabajo, la miseria o la enfermedad devastan nuestras filas, volvemos a nuestro deber más fuertes y más capaces, porque nos acompañan los espíritus de nuestros muertos.

En el corazón de la vieja sociedad que tantos elementos engangrenados contribuyen cada día más a disolver, una sola clase permanecía a los ojos de Pelloutier pura y digna de interés: la clase popular; según él, la sociedad en que vivimos, que exhibe sus nauseabundas lacras con orgulloso cinismo a la luz del día, será salvada y regenerada sólo mediante la energía y el valor de las clases trabajadoras. Por ello nuestro amigo dedicó a los desheredados todo su espíritu, todo su corazón. Tuvo sólo fe y esperanza en las luchas de las clases populares, y el pueblo, que lo estimó profundamente, nunca olvidará su nombre.

Al adoptar rigurosamente todas las deducciones derivadas de la experiencia y de la observación, Pelloutier no permitía que su imaginación se abandonara a los sueños desordenados de lo suprasensible. Su espíritu era demasiado positivo para sentirse atraído por los milagros de la metafísica. Por eso murió como había vivido, sin amo y sin Dios, como verdadero libertario.



Notas

(1) El Edicto de Nantes, promulgado en 1598 por Enrique IV, pone fin a las guerras religiosas y concede una libertad limitada de culto a hugonotes y calvinistas (libertad de conciencia, libre ejecución del culto, aunque se limitan a los centros no episcopales, igualdad política). Fue revocado por Luis XIV con el Edicto de Fontainebleau (1685); esto empujó a la emigración a cerca de medio millón de hugonotes; la economía mercantilista no resultó danada y comenzaron a circular en Francia las primeras críticas al absolutismo (Fenelon). Los prófugos se refugiaron la mayor parte en Holanda, punto avanzado del iluminismo. (P. Bayle) y en Brandeburgo. (Nota del traductor de la versión italiana).

(2) La Fédération des Travalleurs socialistes de l'Ouest, era llamada también partido broussista por ser su dirigenro el doctor y periodista Paul Brousse. A este respecto Pelloutier escribirá: en cuanto a los amigos de Brousse, aquellos quo al principio aceptaron la huelga goneral en el congreso colebrado bajo sus auspicios en Tours on 1892, dieron poco a poco marcha atrás y se esforzaron por destruir el arma que habla popularizado, rechazando finalmente adherirse a la comisión organizadora del 1° de mayo de 1895, porque aquélla había hecho propaganda en favor de la huelga general, el articulo fundamental de su propaganda (F. Pelloutier, La situation actuelle du socialisme en Les Temps Nouveaux, n° 6, 21 julio 1895. (Nota del traductor de la versión italiana).

(3) A partir del 27 de mayo do 1869, el periódico L'Internacionale, órgano oficial de las secciones belgas do la Asociaci6n Internacional de los Trabajadores (AIT), preconizaba en estos términos la idea de la huelga goneral: debido a que las huelgas se extienden, se propagan progresivamente, cabe esperar que estén próximas a desembocar en una huelga general, y ésta, con las ideas de emancipación que reinan hoy no pueden sino desembocar en un gran cataclismo quo hará cambiar toda la sociedad.

(4) Hubo a este respecto una ardorosa controversia, on la Démocratie, entre Jules Guesde y Fernand Pelloutier, controversia sobre la que intenta volver Guesde al día siguiente de la muerte de su adversario, lo que obliga a Eugèn Guérand a hacer notar en la Voix du Peuple a jesuita rojo, que Polloutier ya no estaba en su sitio para responderle.

(5) Escrito en colaboración con Henri Girad.

(6) Les Temps Nouveaux, número del 23 de marzo de 1901: Fernand Pelloutier, de Paul Delesalle.

(7) No es inútil recordar que cuanto hace Pelloutier lo hace en tanto que secretario del Comité de acción de la Cristaleria obrera, y asume enérgicamente la defensa de cuatro trabajadores, despedidos por haberse manifestado contra el reglamento demasiado draconiano de la fábrica.

(8) Fernand y Maurice Pelloutier, La Vie Ouvrière en France, 344 pags. Schleicher, París. 1900. (Nota del traductor de la edición italiana).


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