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Capítulo XCIX

CÓMO CORTÉS ENVIÓ UN NAVÍO A LA NUEVA ESPAÑA Y POR CAPITÁN DE ÉL A UN CRIADO SUYO QUE SE DECÍA MARTIN DORANTES, Y CON CARTAS Y PODERES PARA QUE GOBERNASEN FRANCISCO DE LAS CASAS Y PEDRO DE ALVARADO, SI ALLÍ ESTUVIESEN, Y SI NO QUE GOBERNASE ALONSO ESTRADA Y ALBORNOZ, HASTA ÉL VOLVER

Pues como Gonzalo de Sandoval no pudo acabar que Cortés se embarcase, sino que todavía quería conquistar y poblar aquella tierra, que en aquella sazón era bien poblada y había fama de minas de oro, fue acordado que luego sin más dilación enviase con un navío a México a un criado suyo, que se decía Martín Dorantes, hombre diligente, que se podía fiar de él cualquier negocio de importancia, y fue por capitán del navío, y llevó poderes para Pedro de Alvarado y Francisco de las Casas, si hubiese vuelto a México, para que fuesen gobernadores de la Nueva España hasta que Cortés fuese, y si no estaban en México, que gobernase el tesorero Alonso de Estrada y el contador Albornoz, según y de la manera que les había de antes dado el poder, y revocó los poderes del factor y veedor, y escribió muy amorosamente así al tesorero como a Albornoz, puesto que supo de las cartas contrarias que hubo escrito a Su Majestad contra de Cortés, y también escribió a todos sus amigos los conquistadores, a los monasterios de San Francisco, y frailes, y mandó a Martín Dorantes que fuese a desembarcar a una bahía entre Pánuco y la Veracruz, y así se lo encomendó al piloto y marineros, y aun se lo pagó muy bien, y que no echasen tierra a otra persona salvo a Martín Dorantes, y que luego en echando en tierra alzasen anclas y diesen velas y se fuesen a Pánuco.

Pues ya dado uno de los mejores navíos de los tres que allí estaban y metido matalotaje, y después de haber oído misa, dan vela, y quiere Nuestro Señor darles tan buen tiempo, que en pocos días llegaron a la Nueva España; y vánse derechamente a la bahía cerca de Pánuco, la cual sabía muy bien Martín Dorantes. Y como saltó en tierra, dando muchas gracias a Dios por ello, luego se disfrazó Martín Dorantes porque no le conociesen, y quitó sus vestidos y tomó otros como de labrador, porque así le fue mandado por Cortés, y aun llevó hechos los vestidos de Trujillo. Y con todas sus cartas y poderes bien amparados y liados en el cuerpo de manera que no hiciesen bulto, iba a más andar por su camino a pie, que era suelto peón; y cuando llegaba a los pueblos de indios que había españoles metíase entre los indios por no tener pláticas ni le confesasen, y ya que no podía menos de tratar con españoles, no le podían conocer, porque ya había dos años y tres meses que salimos de México y le habían crecido las barbas; y cuando le preguntaban algunos cómo se llamaba o dónde iba o venía, que acaso no podía menos de responderles, decía que se decía Juan de Flechilla. Por manera que en cuatro días que salió del navío entró a México de noche, y se fue al monasterio de señor San Francisco, donde halló a muchos retraídos, y entre ellos a Jorge de Alvarado, y Andrés de Tapia, ya Juan Núñez de Mercado, y a Pedro Moreno Medrano, y otros muchos conquistadores y amigos de Cortés. Y después que vieron a Dorantes y supieron que Cortés era vivo y vieron sus cartas no podían estar de placer los unos y los otros, y saltaban y bailaban. Pues los frailes franciscanos, y entre ellos fray Toribio Motolinía y un fray Diego de Altamirano, daban todos saltos de placer y muchas gracias a Dios por ello.

Y luego, sin más dilación, cierran todas sus puertas del monasterio porque ninguno de los traidores, que había muchos, fuesen a dar mandado ni hubiesen pláticas sobre ello, y a medianoche lo hacen saber al tesorero y al contador y a otros amigos de Cortés, y así como lo supieron, sin hacer ruido vinieron a San Francisco y vieron los poderes que Cortés les enviaba, y acordaron sobre todas cosas de ir a prender al factor; y toda la noche se les fue en apercibir amigos y armas para otro día por la mañana prenderle, porque el veedor en aquel tiempo estaba sobre el peñol de Coatlán. Y después que amaneció fue el tesorero con todos los del bando de Cortés, y Martín Dorantes con ellos, porque le conociesen iba con ellos, y fueron a las casas del factor diciendo por las calles: ¡Viva el rey nuestro señor, y Hernando Cortés en su real nombre, que es vivo y viene ahora a esta ciudad, y soy su criado Dorantes! Y de que oían aquel ruido los vecinos y tan de mañana y oían tomar armas, creyendo que había alguna otra cosa para favorecer las cosas de Su Majestad, y desde que oyeron decir que Cortés era vivo y vieron a Dorantes, se holgaban. Y luego se juntaron con el tesorero para ayudarle muchos vecinos de México porque según pareció el contador no ponía en ello mucha calor, que andaba doblado, hasta que Alonso de Estrada se lo reprehendió, y aun sobre ello tuvieron palabras muy sentidas, y porque no le contentaron al contador.

Y yendo que iban a las casas del factor, ya estaba muy apercibido, porque luego lo supo, que le avisó de ello el mismo contador cómo le iban a prender. Y mandó asestar su artillería delante de sus casas, y era capitán de ella don Luis de Guzmán, primo del duque de Medina Sidonia, y tenía sus capitanes apercibidos con muchos soldados, decíanse los capitanes Archilaga, y Ginés Nortes, y Pedro González Sabiote, y así como llegó el tesorero y Jorge de Alvarado y Andrés de Tapia con todos los demás conquistadores y el contador, y aunque flojamente y de mala gana, con todas sus gentes apellidando: ¡Aquí del rey, y Hernando Cortés en su real nombre!, les comenzaron a entrar unos por las azoteas y otros por las puertas de los aposentos y por otras dos partes, todos los que eran de la parte del factor desmayaron, porque el capitán de la artillería, que fue don Luis de Guzmán, tiró por su parte, los artilleros por la suya, y desmamparan los tiros; pues el capitán Archilaga dió prisa en esconderse, y Ginés Nortes se descolgó y echó por unos corredores abajo, que no quedó con el factor sino Pedro González Sabiote y otros cuatro criados del factor. Y de que se vió desamparado, el mismo factor tomó un tizón para poner fuego a los tiros, más diéronle tanta prisa que no pudo más, y allí le prendieron y le pusieron guardas hasta que hicieron una red de maderos gruesos y le metieron dentro, y allí le daban de comer; y en esto paró la cosa de su gobernación. Y luego hicieron mensajeros a todas las villas de la Nueva España dando relación de todo lo acaecido. Y estando de esta manera, a unas personas les placía y a los que el factor había dado indios y cargos les pesaba.

Y fue la nueva al peñol de Coatlán y a Oaxaca, donde estaba el veedor, y como el veedor y sus amigos lo supieron fue tan grande la tristeza y pesar que tomó, que luego cayó malo y dejó el cargo de capitán a Andrés de Monjaraz, que estaba malo de bubas, ya otras veces por mí nombrado, y se vino en posta a la ciudad de Tezcuco y se metió en el monasterio de Señor San Francisco. Y como el tesorero y el contador, que eran gobernadores, lo supieron, le enviaron a prender al monasterio, porque de antes habían enviado alguaciles con mandamientos y soldados a prenderle doquiera que le hallasen, y aun a quitarle el cargo de capitán; y como supieron que estaba en Tezcuco, le sacaron del monasterio y le trajeron a México y le echaron en otra jaula con el factor, y luego en posta envían mensajeros a Guatemala a Pedro de Alvarado y le hacen saber de la prisión del factor y veedor, y cómo Cortés estaba en Trujillo, que no es muy lejos de su conquista, y que fuese luego en su busca y le hiciese venir a México; y le dieron cartas y relaciones de todo lo por mí arriba dicho y memorado, según y de la manera que pasó. Y además de esto, la primera cosa que el tesorero hizo (fue) mandar honrar a Juana de Mancilla, que había mandado azotar el factor por hechicera, mujer de Alonso Valiente, y fue de esta manera. Que mandó cabalgar a caballo a todos los caballeros de México, y el mismo tesorero la llevó a las ancas de su caballo por las calles de México; y decían que como matrona romana; hizo lo que hizo, y la volvió en su honra de la afrenta que el factor le había hecho, y con mucho regocijo le llamaron desde allí adelante la señora doña Juana de Mancilla; y dijeron que era digna de mucho loor, pues no la pudo hacer el factor que se casase, ni dijese menos que lo primero había dicho que su marido y Cortés y todos éramos vivos; y por aquella honra y don que le pusieron, dijo Gonzalo de Ocampo, el de los libelos infamatorios, que sacó don de las espaldas como narices de brazo. Dejarlo he aquí, y diré lo que más pasó.

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