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Capítulo XCVII

CÓMO EL LICENCIADO ZUAZO ENVIÓ UNA CARTA DESDE LA HABANA AL CAPITÁN HERNANDO CORTÉS, Y LO QUE ESA CARTA CONTENÍA ES LO QUE AHORA DIRÉ

Pues como hubo tomado puerto el navío que dicho tengo, y un hidalgo que venía por capitán de él después que saltó en tierra fue a besar las manos a Cortés y le dió una carta del licenciado Zuazo, que hubo dejado en México por alcalde mayor, y de que Cortés la hubo leído tomó tanta tristeza que luego se metió en su aposento y comenzó a sollozar, y no salió de donde estaba hasta otro día por la mañana, que era sábado, y mandó que se dijesen misas de Nuestra Señora muy de mañana. Y después que hubieron dicho misa nos rogó que le escuchásemos y sabríamos nuevas de la Nueva España, cómo echaron fama que todos éramos muertos, y cómo nos habían tomado nuestras haciendas y las habían vendido en almoneda y quitado nuestros indios y repartidos en otros españoles sin tener méritos, y comenzó a leer la carta, y decía lo primero que leyó en ella: las nuevas que vinieron de Castilla de su padre, Martín Cortés, y Ordaz, cómo el contador Albornoz le había sido contrario en las cartas que escribió a Su Majestad y al obispo de Burgos, y lo que Su Majestad sobre ello había mandado proveer de enviar al almirante con doscientos hombres, según ya lo tengo dicho en el capítulo que de ello habla; y cómo el duque de Béjar quedó por fiador y puso su Estado y cabeza por Cortés y por nosotros que éramos muy leales servidores de Su Majestad, y cómo al capitán Narváez le dieron una conquista del río de Palmas, y que a un Nuño de Guzmán le dieron la gobernación de Pánuco, y que el obispo de Burgos era fallecido; y las cosas de la Nueva España dijo que como Cortés hubo dado en Guazacualco los poderes y provisiones al factor Gonzalo de Salazar y a Pero Almindez Chirinos para ser gobernadores de México si viesen que el tesorero Alonso de Estrada y el contador Albornoz no gobernaban bien, así como llegaron a México el factor y veedor con sus poderes fueron a hacerse muy amigos del mismo licenciado Zuazo, que era alcalde mayor, y de Rodrigo de Paz. que era alguacil mayor, y de Andrés de Tapia y Jorge de Alvarado y de todos los más conquistadores de México; y desde que se vió el factor con tantos amigos de su banda, dijo que el factor y veedor habían de gobernar y no el tesorero ni el contador, y sobre ella hubo muchos ruidos y muertes de hombres, los unos por favorecer al factor y veedor, y otros por ser amigos del tesorero y contador; de manera que quedaron con el cargo de gobernadores el factor y veedor y echaron presos a los contrarios tesorero y contador y a otros muchos que eran de su favor, y cada día había cuchilladas y revueltas; y que los indios que vacaban que los daban a sus amigos, y aunque no tenían méritos; y que al mismo licenciado Zuazo que no le dejaban hacer justicia; y qúe a Rodrigo de Paz que le habían echado preso porque les iba a la mano, y que el mismo licenciado Zuazo los volvió a concertar y hacer amigos así al factor y al tesorero y contador y a Rodrigo de Paz, y que estuvieron ocho días en concordia; y que en esta sazón se levantaron ciertas provincias que se decían los zapotecas y mixes y un pueblo y fortaleza donde había un gran peñol, que se dice Coatlán; y que enviaron a él muchos soldados de los que habían venido nuevamente de Castilla y de otros que no eran conquistadores, y envió por capitán de ellos al veedor Chirinos; y que gastaban muchos pesos de oro de las haciendas de Su Majestad y de lo que estaba en su real caja; y que llevaban tantos bastimentos al real donde estaban que todo era behetrias y juegos de naipes; y que los indios no se le daban por ellos cosa ninguna. y que de repente de noche se salían los indios del peñol y daban en el real del veedor y le mataron ciertos soldados y le hirieron otros muchos; y a esta causa envió el factor con el mismo cargo a un capitán que fue de los de Cortés, que se decía Andrés de Monjaraz, para que estuviese en compañía del veedor, porque este Monjaraz se había hecho muy amigo del factor, y en aquella sazón estaba tullido de bubas Monjaraz, que no era para hacer cosa que buena fuese, y los indios estaban muy victoriosos; y que México estaba cada día para alzarse; y que el factor procuró por todas vías enviar oro a Castilla a Su Majestad y al comendador mayor de León, don Francisco de los Cobos, porque en aquella sazón echó fama que Cortés y todos nosotros éramos muertos en poder de indios en un pueblo que se dice Xicalango.

Y en aquel tiempo había venido de Castilla un Diego de Ordaz, muchas veces por mí nombrado, que es el que Cortés hubo enviado por procurador de la Nueva España, y lo que procuró fue para él una encomienda de Señor Santiago, y trajo por cédula de Su Majestad, y indios y unas armas del volcán que está cabe Guajocingo; y que como llegó a México Diego Ordaz quería ir a buscar a Cortés, y esto fue porque vió las revueltas y cizañas; y que se hizo muy amigo del factor, y fue por la mar, para saber si era vivo o muerto Cortés, con un navío grande y un bergantín, y costa a costa hasta que llegó a un pueblo que se dice Xicalango, adonde habían muerto a Simón de Cuenca y al capitán Francisco de Medina y a los españoles que consigo estaban, y después que aquellas nuevas supo Ordaz, se volvió a la Nueva España y sin desembarcarse en tierra escribió al factor, con unos pasajeros, que tiene por cierto que Cortés es muerto; y después que echó esta nueva Ordaz, en el mismo navío que fue en busca de Cortés luego atravesó la isla de Cuba a comprar becerras y yeguas, y de que el factor vió la carta de Ordaz la anduvo mostrando en México a unos, y otro día se puso luto e hizo hacer un túmulo y monumento en la iglesia mayor de México en que hizo las honras por Cortés: y luego se hizo pregonar con trompetas y atabales por gobernador y capitán general de la Nueva España, y mandó que todas las mujeres que se habían muerto sus maridos en compañía de Cortés que hiciesen bien por sus ánimas y se casasen, y aun lo envió a decir a Guazacualco y a otras villas; y porque una mujer de un Alonso Valiente, que se decía Juana de Mansilla, no se quiso casar y dijo que su marido y Cortés y todos nosotros éramos vivos, y que no éramos los conquistadores viejos de tan poco ánimo como los que estaban en el peñol de Coatlán con el veedor Chirinos, y que los indios les daban guerra y no ellos a los indios, y que tenía esperanza en Dios que presto vería a su marido Alonso Valiente y a Cortés y a todos los demás conquistadores de vuelta para México, y que no se quería casar (y), porque dijo estas palabras la mandó azotar el factor por las calles públicas de México por hechicera.

Y como también hay en este mundo traidores y aduladores, y era uno de ellos uno que le tenía por hombre honrado, que por su honor aquí no le nombro, dijo al factor delante de otras muchas personas que estaba malo de espanto porque yendo una noche pasada cerca del Tatelulco, que es adonde solía estar el ídolo mayor que se decía Uichilobos, do está ahora la iglesia de Señor Santiago, que vió en el patio que se ardían en vivas llamas el ánima de Cortés y doña Marina, y la del capitán Sandoval, y que de espanto de ello estaba muy malo; también vino otro hombre que no nombro, que también le tenían en buena reputación, y dijo al factor que andaban en los patios de Tezcuco unas cosas malas, y que decían los indios que era el ánima de doña Marina y la de Cortés, y todas eran mentiras y traiciones, sino por congraciarse con el factor dijeron aquello, o el factor se lo mandó decir.

Y en aquel tiempo había llegado a México Francisco de las Casas y Gil González de Avila, que son los capitanes, por mi muchas veces memorados, que degollaron a Cristóbal de Olid; y de que el de las Casas vió aquellas revueltas, y que el factor se había hecho pregonar por gobernador, dijo públicamente que era mal hecho y que no se había de consentir tal cosa, porque Cortés era vivo, y que él así lo creía, y que ya que eso fuese, lo cual Dios no permitiese, que para gobernador que más persona y caballero y más méritos tenía Pedro de Alvarado que no el factor, y que enViasen a llamar a Pedro de Alvarado; y que secretamente su hermano Jorge de Alvarado, y aun el tesorero y otros vecinos mexicanos, le escribieron para que se viniese en todo caso a México, con todos los soldados que tenía, y que procurarían de darle la gobernación hasta saber si Cortés era vivo, y enviar a hacer saber a Su Majestad si fuese servido mandar otra cosa; y que ya que Pedro de Alvarado con aquellas cartas se venía para México, tuvo temor del factor, según las amenazas (que) le envió a decir al camino que le mataría, y como supo que habían ahorcado a Rodrigo de Paz y preso al licenciado Zuazo, se volvió a su conquista y en aquel tiempo que había recogido el factor cuanto oro pudo haber en México y enviar a España para hacer con ello mensajero a Su Majestad y enviar con ello a un su amigo que se decía Peña con sus cartas secretas, y Francisco de las Casas y el licenciado Zuazo y Rodrigo de Paz se lo contradijeron, y aun también el tesorero y contador, hasta saber nuevas ciertas si Cortés era vivo que no hiciese relación que era muerto, pues no lo tenían por cierto; y que si oro quería enviar a Su Majestad de sus reales quintos, que era muy bien, mas que fuese juntamente con parecer y acuerdo del tesorero y contador, y no sólo en su nombre; y porque lo tenia ya en los navíos y para hacerse a la vela con ello, fue el de las Casas con mandamientos del alcalde mayor Zuazo, y con favor de Rodrigo de Paz y de los demás oficiales de la Hacienda de Su Majestad y conquistadores, que detuviesen el navío hasta que otros escribiesen a nuestro rey y señor de la manera que estaba la Nueva España, porque, según pareció el factor no consentía que otras personas escribiesen, sino solamente sus cartas.

Y después que el factor vió que en el de las Casas ni el licenciado Zuazo no tenía buenos amigos y le iban a la mano, luego les mandó prender e hizo proceso contra Francisco de las Casas y contra Gil González de Avila sobre la muerte de Cristóbal de Olid y los sentenció a degollar, y de hecho quería la sentencia ejecutar por más que apelaban para ante Su Majestad, y con gran importunidad les otorgó la apelación y los envió a Castilla presos con los procesos que contra ellos hizo; y esto hecho, luego da tras el mismo Zuazo, y que en justo y en creyente le arrebataron y le llevaron en una acémila al puerto de la Veracruz y le embarcaron para la isla de Cuba, diciendo que porque fuese a dar residencia del tiempo que fue en ella juez, y que a Rodrigo de Paz que le echó preso y le demandó el oro y plata que era de Cortés, porque como su mayordomo sabía de ello, diciendo que lo tenia escondido, porque lo quería enviar a Su Majestad, pues era de los bienes que tenía Cortés usurpados a Su Majestad, y porque no lo dió, pues era claro que no lo tenía, sobre ello le dió tormentos, y con aceite y fuego le quemó los pies y aun parte de las piernas, y estaba tan flaco y malo de las prisiones para morir; y no contento con los tormentos, viendo el factor que si le dejaba a vida que se iría a quejar de él a Su Majestad, le mandó ahorcar por revoltoso y bandolero.

Y que a todos los más soldados y vecinos de México que eran de la banda de Cortés los mandaba prender, y se retrajeron en el monasterio del Señor San Francisco, Jorge de Alvarado y Andrés de Tapia y todos los más que eran por Cortés, puesto que otros muchos conquistadores se allegaron al factor porque les daba buenos indios, y andaban a viva quien vence; y que en la casa de munición de las armas todas las sacó el factor y las mandó poner en sus palacios, y que la artillería que estaba en la fortaleza y atarazanas, las mandó asestar delante de sus casas e hizo capitán de ella a un don Luis Guzmán, deudo del duque de Medina Sidonia; y que puso por capitán de su guarda a un Archiaga o Artiaga, que ya no se me acuerda el nombre, y que eran para guardar de su persona Ginés Nortes y un Pero González Sabiote y otros soldados; y más decía en la carta que le escribió Zuazo, que mirase Cortés que fuese luego a poner recaudo en México, porque demás de todos estos males y escándalos había otros mayores; que había escrito el factor a Su Majestad que le habían hallado en su recámara de Cortés un cuño falso con que marcaba el oro que los indios le traían (a) escondidas, y que no pagaba quinto de ello.

Y también dijo que porque viese cuál andaba la cosa en México, que porque un vecino de Guazacualco que vino (a) aquella ciudad a demandar unos indios que en aquel tiempo vacaron, por muerte de otro vecino de los que estaban poblados en aquella villa, y por muy secretamente que dijo el vecino de Guazacualco a una mujer donde posaba que por qué se había casado, que ciertamente era vivo su marido y todos los que fueron con Cortés, y dió causas y razones para ello, y como lo supo el factor, que luego le fueron con la parlería, envió por el que lo había dicho a cuatro alguaciles y le llevaron engarrafado a la cárcel, y que le quería mandar ahorcar por revolvedor, hasta que el pobre vecino, que se decía Gonzalo Hernández, tornó a decir que como vido llorar a la mujer por su marido, que por consolarla le había dicho que era vivo, más que ciertamente todos éramos muertos, y luego le dió los indios que demandaba y le mandó que no estuviese más en México, y que no dijese otra cosa, porque le mandaría ahorcar. Y más decía en cabo de su carta: Esto que aquí escribo a vuestra merced pasa así, y dejélos allá, y enviáronme preso a Cuba cubierto con grillos aquí donde estoy.

Y, pues, después que Cortés la hubo leído, tristes y enojados así de Cortés que nos trajo con tantos trabajos, como del factor, y echábamos dos mil maldiciones, así al uno como al otro; y se nos saltaban los corazones de coraje. Pues Cortés no pudo tener las lágrimas, que con la misma carta se fue luego a encerrar a su aposento, y no quiso que le viésemos hasta más de mediodía. Y todos nosotros a una le dijimos y rogamos que luego se embarcase en tres navíos que allí estaban y que nos fuésemos a la Nueva España. Y él nos respondió muy amorosa y mansamente y nos dijo: Oh, hijos, y compañeros míos, que veo por una parte aquel mal hombre del factor que está muy poderoso, y temo de que sepa de que estamos en el puerto nos haga otras desvergüenzas y atrevimientos más de los que ha hecho, o me mate, o me ahogue, o eche preso, a mí como a vuestras personas. Yo me embarcaré luego con la ayuda de Dios, y ha de ser solamente con cuatro o cinco de vuestras mercedes, y tengo de ir muy secretamente a desembarcar a puerto que no sepan en México de nosotros hasta que desconocidos entremos en la ciudad. Y además de esto, Sandoval está en Naco con pocos soldados y ha de ir por tierra de guerra, en especial por Guatemala, que no está de paz. Conviene que vos, señor Luis Marin, con todos los compañeros que aquí vinisteis en mi busca; os volváis y os juntéis con Sandoval y se vayan camino de México.

Dejemos esto, y quiero volver a decir que luego Cortés escribió al capitán Francisco Hernández, que estaba en Nicaragua, que fue el que enviaba a buscar puerto con Pedro de Garro, ya por mí memorado, y se le ofreció Cortés que haría por él todo lo que pudiese, y le envió dos acémilas cargadas de herraje, porque sabía que tenía falta de ello, y también le envió herramientas de minas y ropas ricas para su vestir, y cuatro tazas y jarros de plata de su vajilla, y otras joyas de oro, lo cual entregó todo a un hidalgo que se decía fulano de Cabrera, que fue uno de los cinco soldados que fueron con nosotros en busca de Cortés; y este Cabrera fue después capitán de Benalcázar, y fue muy esforzado capitán y extremado hombre por su persona, natural de Castilla la Vieja, el cual fue maestre de campo de Vasco Núñez de Vela, y murió en la misma batalla que murió el virrey.

Quiero dejar cuentos viejos y quiero decir que como yo vi que Cortés se había de ir a la Nueva España por la mar, le fuí a pedir por merced que en todo caso me llevase en su compañía, y que mirase que en todos sus trabajos y guerras me había hallado siempre a su lado y le había ayudado, y que ahora era tiempo que yo conociese de él si tenía respeto a los servicios que le he hecho y amistad y ruegos de ahora. Entonces me abrazó, y dijo: Pues si os llevo conmigo, ¿quién irá con Sandoval? Ruégoos, hijo, que vayáis con vuestro amigo Sandoval, que yo os empeño estas barbas que os haga muchas mercedes, que bien os lo debo antes de ahora. En fin, no aprovechó cosa ninguna, que no me dejó ir consigo. También quiero decir cómo estando que estábamos en aquella villa de Trujillo, un hidalgo que se decía Rodrigo Mañueco, maestresala de Cortés, hombre del Palacio, por dar contento y alegrar a Cortés, que estaba muy triste y tenía razón, apostó con otros caballeros que se subiría armado de todas armas a unas casas que nuevamente habían hecho los indios de aquella provincia para Cortés, según lo he declarado en el capítulo que de ello habla, las cuales casas estaban en un cerro algo alto, y subiendo armado reventó al subir de la cuesta y murió de ello; y asimismo como vieron ciertos hidalgos de los que halló Cortés en aquella villa que no les dejaba cargos como ellos quisieran, estaban revolviendo bandos, y Cortés los apaciguó con decir que los llevaría en su compañía a México, y que allá les daría cargos honrosos.

Y dejémoslo aquí, y diré lo que Cortés más hizo. Y es que mandó que un Diego de Godoy, que había puesto por capitán en el Puerto de Caballos, con ciertos vecinos que estaban malos y no se podían valer de pulgas y mosquitos, y no tenían con qué mantenerse, que todas estas materias de miseria tenían, que se pasasen a Naco, pues era buena tierra, y que nosotros nos fuésemos con el capitán Luis Marín camino de México, y si hubiese lugar, que fuésemos a ver la provincia de Nicaragua para demandarla a Su Majestad para tomarla en gobernación; y aun de aquello tenía codicia Cortés para tomarla por gobernación el tiempo andando si aportase a México. Y después que Cortés nos abrazó y nosotros a él, y le dejamos embarcado y se fue a la vela para México, nos partimos para Naco y muy alegres en saber que habíamos de caminar la vía de México, y con muy gran trabajo de falta de comida llegamos a Naco, y Sandoval se holgó con nosotros, y cuando llegamos, ya Pedro de Garro con todos sus soldados se había despedido de Sandoval y se fue muy gozoso a Nicaragua a dar cuenta a su capitán Francisco Hernández de lo que había concertado con Sandoval, y luego otro día que llegamos a Naco nos partimos y fuimos camino de México, y los soldados de la compañía de Garro que habían ido con nosotros a Trujillo sé que fueron camino de Nicaragua con el presente y cartas que Cortés enviaba a Francisco Hernández.

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