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Capítulo XCII

CÓMO CORTÉS ENTRÓ EN LA VILLA ADONDE ESTABAN POBLADOS LOS DE GIL DE AVILA, Y DE LA GRAN ALEGRÍA QUE LOS VECINOS HUBIERON, Y LO QUE CORTÉS ORDENÓ

Después que hubo pasado Cortés el gran río del Golfo Dulce, fue a la villa adonde estaban poblados los españoles de Gil González de Avila, que sería de allí dos leguas, que estaban junto a la mar, y no adonde solían estar primero poblados, que llamaron San Gil de Buena Vista. Y cuando vieron entre sus casas a un hombre a caballo y otros seis a pie, se espantaron en gran manera. Y después que supieron que era Cortés, que tan mentado era en todas las partes de las Indias y de Castilla, no sabían qué hacerse de placer, y después de venir todos los caciques a besarle las manos y darle el para bienvenido. Cortés les habló muy amorosamente y mandó al teniente, que se decía Nieto, fuese donde daban carena al navío y trajesen dos bateles que tenían, y que si había canoas, que asimismo las trajesen atadas de dos en dos. Y mandó que se buscase todo el pan cazabe que allí tenían y lo llevasen al capitán Sandoval, que otro pan de maíz no había, para que comiese y repartiese entre todos nosotros los de su ejército. Y el teniente lo buscó luego, y no se halló cincuenta libras de ello, porque no comían sino zapotes asados y legumbres y algún marisco que pescaban; y aun aquel cazabe que dieron guardaban para el matalotaje y para irse a Cuba cuando estuviese calafateado el navío. Y con dos bateles y ocho marineros que luego vinieron escribió Cortés luego a Sandoval que él mismo en persona y el capitán Luis Marín fuesen los postreros que pasasen aquel gran río, y que mirasen que no embarcasen más de los que él mandase, y los bateles pasasen sin mucha carga, por causa de la gran corriente del río, que venía muy crecido y recio; y con cada batel, dos caballos; y en las canoas no pasase caballo ninguno, que se perderían y trastornarían, según la gran furia de la corriente.

Y sobre el pasar adelante, uno que se decía Sayavedra, hermano de otro Avalos, parientes de Cortés, querían pasar primero, puesto que Sandoval decía que en la primera barcada pasaban, porque pasaban en aquella sazón los religiosos franciscos, y que era justo tener primero cumplimiento con ellos. Y como el Sayavedra era pariente de Cortés, y esta envidia de mandar vino desde Lucifer, no quisiera que Sandoval le pusiera impedimento, sino que callara, y respondióle no tan bien mirado como convenía. Y Sandoval, que no se las sufría, tuvieron palabras, de manera que Sayavedra echó mano a un puñal, y puesto que Sandoval, como estaba dentro en el río, a más de la rodilla el agua, deteniendo que en los bateles no se cargase demasiado, así como estaba arremetió a Sayavedra y le tenía tomada la mano donde tenía el puñal y le derrocó en el agua. Y si de presto no nos metiéramos entre ellos y los desapartimos, ciertamente Sayavedra librara mal, porque todos los más soldados (nos) mostramos de la parte de Sandoval. Dejemos esta cuestión, y diré cómo cuatro días estuvimos en pasar aquel río; y de comer, ni por pensamiento, si no eran unas pacayas que nacen de unas palmillas chicas, y otras como nueces, que asábamos y las partíamos, y los meollos de ellos comíamos.

Y en aquel río se ahogó un soldado con su caballo, el cual soldado se decía Tarifa, que pasaba en una canoa, y no pareció más él ni el caballo. También se ahogaron dos caballos, y el uno era de un soldado que se decía Solís Casquete, que hacía bramuras por él y maldecía a Cortés y a su viaje. Quiero decir de la gran hambre que allí en el pasar el río hubo, y aun del murmurar de Cortés y de su venida, y aun de todos nosotros que le seguíamos. Pues cuando hubimos llegado al pueblo, no había bocado de cazabe que comer, ni aun los vecinos lo tenían, ni sabían caminos, si no era de dos pueblos que allí cerca solían estar, que se habían ya despoblado. Y luego Cortés mandó al capitán Luis Marín que con los vecinos de Guazacualco fuésemos a buscar maíz, lo cual adelante diré.

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