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Capítulo XC

DE LO QUE CORTÉS ORDENÓ DESPUÉS QUE SE VOLVIÓ EL FACTOR Y VEEDOR A MÉXICO, Y DEL TRABAJO QUE LLEVAMOS EN EL LARGO CAMINO, Y DE LAS GRANDES PUENTES QUE HICIMOS, Y HAMBRE QUE PASAMOS EN DOS AÑOS Y TRES MESES QUE TARDAMOS EN EL VIAJE

Después de despedidos el factor y veedor a México, lo primero que mandó Cortés fue escribir a la Villa Rica a un su mayordomo, que se decía Simón de Cuenca, que cargasen dos navíos que fuesen de poco porte de bizcocho de maíz, que en aquella sazón no se cogía pan de trigo en México, y seis pipas de vino y aceite, y vinagre, y tocinos, y herraje, y otras cosas de bastimento. Y mandó que se fuese costa a costa del norte y que él le escribiría y le haría saber dónde había de aportar, y que el mismo Simón de Cuenca viniese por capitán. Y luego mandó que todos los vecinos de Guazacualco fuésemos con él, que no quedaron sino los dolientes. Ya he dicho otras veces que estaba poblada aquella villa de los conquistadores más antiguos de México, y todos los más hijosdalgo que se habían hallado en las conquistas pasadas de México, y en el tiempo que habíamos de reposar de los grandes trabajos y procurar de haber algunos bienes y granjerías, nos manda ir jornada de más de quinientas leguas, y todas las más tierras por donde íbamos de guerra, y dejamos perdido cuanto teníamos, y estuvimos en el viaje más de dos años y tres meses.

Pues volviendo a nuestra plática, ya estábamos todos percibidos con nuestras armas y caballos, porque no le osábamos decir de no, y ya que alguno se lo decía, por fuerza le hacía ir; y éramos por todos, así los de Guazacualco como los de México, sobre doscientos y cincuenta soldados, y los ciento y treinta de a caballo, y los demás escopeteros y ballesteros, sin otros muchos soldados nuevamente venidos de Castilla, y luego me mandó a mí que fuese por capitán de treinta españoles con tres mil indios mexicanos a unos pueblos que estaban de guerra, que se decían Zimatán, y que en aquéllos mantuviese los tres mil indios mexicanos, y si los naturales de aquella provincia estuviesen de paz o se viniesen a someter al servicio de Su Majestad, que no les hiciese enojo ni fuerza ninguna, salvo mandar dar de comer (a) aquellas gentes.

Y así hice aquel viaje como lo mandó, quedando de paz aquellos pueblos, mas de allí a pocos meses, como vieron que quedaban pocos españoles en Guazacualco e íbamos los conquistadores con Cortés, se tornaron (a) alzar. Y luego salí con mis soldados españoles e indios mexicanos al pueblo donde Cortés me mandó que saliese, que se decía Iquinuapa, Volvamos a Cortés y a su viaje, que salió de Guazacualco y fue a Tonala, que hay ocho leguas; y luego pasó un río en canoas, y fue a otro pueblo que se dice El Ayagualulco, y pasó otro río en canoas, y desde El Ayagualulco, siete leguas de allí, pasó un estero que entra en la mar, y le hicieron una puente que había de largo cerca de medio cuarto de legua, cosa espantosa como lo hicieron en el estero, porque siempre Cortés enviaba adelante dos capitanes de los vecinos de Guazacualco, y uno de ellos se decía Francisco de Medina, hombre diligente que sabía muy bien mandar a los naturales de esta tierra. Pasada aquella gran puente, fue por unos poblezuelos hasta llegar a otro gran río que se dice Mazapa, que es el que viene de Chiapa, que los marineros llaman Río de Dos Bocas. Allí tenía muchas canoas atadas de dos en dos. Y pasado aquel gran río, fue por otros pueblos adonde yo salía con mi compañía de soldados, que se dice Iquinuapa, como dicho tengo. Y desde allí pasó otro río en puentes que hicimos de maderos; y luego un estero, y llegó a otro gran pueblo que se dice Copilco, y desde allí comienza la provincia que llaman la Chontalpa, y estaba toda muy poblada y llena de huertas de cacao, y muy de paz. Y desde Copilco pasamos por Nacajujuyca y llegamos a Zaguatán, y en el camino pasamos otro río por canoas. Aquí se le perdió a Cortés cierto herraje.

Antes que más pase adelante quiero decir que con la gran hambre que traíamos, así españoles como mexicanos, pareció ser que ciertos caciques de México apañaron dos o tres indios de los pueblos que dejábamos atrás y traíanlos escondidos con sus cargas a manera y traje como ellos, y con la hambre, en el camino los mataron y los asaron en hornos que para ello hicieron debajo de tierra, y con piedras, como en su tiempo lo solían hacer en México, y se los comieron; y asimismo habían apañado los dos guías que traíamos, que se fueron huyendo, y se los comieron. Y alcanzáronlo a saber y dijéronselo a Cortés, el cual mandó llamar los caciques mexicanos y riñó malamente con ellos; que si otra tal hacían, que los castigaría, y predicó un fraile francisco de los que traíamos, ya por mí otra vez memorado, cosas muy santas y buenas, y después que hubo acabado el sermón, mandó Cortés por justicia quemar a un indio mexicano por la muerte de los indios que comieron, puesto que supo que todos eran culpantes en ello, porque pareciese que hacía justicia y que él no sabía de otros culpantes sino el que quemó.

Dejemos de contar muy por extenso otros muchos trabajos que pasábamos y cómo las chirimías y sacabuches y dulzainas que Cortés traía, que otra vez he hecho memoria de ello, como en Castilla eran acostumbrados a regalos y no sabían de trabajos, y con la hambre habían adolecido, y no le daban música, excepto uno, y renegábamos todos los soldados de oído, y decíamos que parecían zorros y adives que aullaban, que valiera más tener maíz que comer que música.

Dejemos esta plática, y diré que siempre por los pueblos y caminos por donde pasábamos dejábamos puestas cruces donde había buenos árboles para labrarse, en especial ceibas, y quedaban señaladas las cruces, y son más fijas hechas en aquellos árboles que no de maderos, porque crece la corteza, y quedan más perfectas; y quedaban cartas en partes que las pudiesen leer, y decía en ellas: Por aquí pasó Cortés en tal tiempo; y esto se hacía porque, si viniesen otras personas en nuestra busca, supiesen cómo íbamos adelante. Volvamos a nuestro camino para ir a Ziguatepecad; que fueron con nosotros sobre veinte indios de aquel pueblo de Temastepeque, y nos ayudaron a pasar los ríos en balsas y en canoas, y aun fueron por mensajeros a decir a los caciques del pueblo donde íbamos que no hubiesen miedo, que no les haríamos ningún enojo; y así aguardaron en sus casas muchos de ellos. Y lo que allí pasó diré adelante.

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