Capitulo ochenta y uno de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Diaz del Castillo. Captura y diseño, Chantal Lopez y Omar Cortes para la Biblioteca Virtual Antorcha
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Capítulo LXXXI

CÓMO VINO FRANCISCO DE GARAY DE JAMAICA CON GRANDE ARMADA PARA PÁNUCO, Y LO QUE LE ACONTECIA. Y MUCHAS COSAS QUE PASARON QUE LUEGO DIRE

Como he dicho en otro capítulo que habla de Francisco de Garay, como era gobernador en la isla de Jamaica y rico, y tuvo nueva que habíamos descubierto muy ricas tierras cuando lo de Francisco Hernández de Córdoba, y Juan de Grijalva, y habíamos llevado a la isla de Cuba veinte mil pesos de oro, y los hubo Diego Velázquez, gobernador que era de aquella isla, y que venía en aquel instante Hernando Cortés con otra armada, tomó le gran codicia y levantó más la voluntad de venir él en persona y traer la mayor armada que pudiese; y buscó once navíos y dos bergantines, que fueron trece velas; y allegó ciento treinta y seis caballos y ochocientos cuarenta soldados, todos los más ballesteros y escopeteros, y basteciolos muy bien de todo lo que hubieron menester, y era pan cazabe y tocinos y tasajos de vacas, que ya había harto ganado vacuno, que como era rico y lo tenía todo de su cosecha, no le dolía el gasto: y para ser hecha aquella armada en la isla de Jamaica fue demasiada la gente y caballos que allegó, y en el año de mil quinientos veintitrés años salió de Jamaica con toda su armada por San Juan de junio y vino a la isla de Cuba a un puerto que se dice Xagua, y allí alcanzó a saber que Cortés tenía pacificada toda la provincia de Pánuco y poblada una villa, y que había gastado en la pacificación más de sesenta mil pesos de oro, y que había enviado a Su Majestad a suplicar le hiciese merced de la gobernación de ella juntamente con la Nueva España; y como le decían de las cosas heroicas que Cortés y sus compañeros habíamos hecho, y como tuvo nueva que con doscientos sesenta y seis soldados habíamos desbaratado a Pánfilo de Narváez, habiendo traído sobre mil y trescientos soldados con doscientos de a caballo y otros tantos escopeteros y ballesteros y diez y ocho tiros, temió la fortuna de Cortés. Y en aquella sazón que estaba Garay en aquel puerto de Xagua le vinieron a ver muchos vecinos de la isla de Cuba, y viniéronse en su compañía de Garay ocho o diez personas principales de aquella villa, y le vino a ver el licenciado Zuazo, que había venido (a) aquella isla a tomar residencia a Diego Velázquez por mandado de la Real Audiencia de Santo Domingo; y platicando Garay con el licenciado sobre la ventura de Cortés, y que temía que había de tener diferencias con él sobre la provincia de Pánuco, le rogó que se fuese con él, en aquel viaje, para ser intercesor entre él y Cortés; y el licenciado Zuazo respondió que no podía ir por entonces sin dar residencia, mas que presto sería allá; y luego Garay mandó dar velas y va su derrota para Pánuco, y en el camino tuvo un mal tiempo, y los pilotos que llevaba subieron más arriba hacia el río de Palmas, y surgió en el propio río día de Señor Santiago; y luego envió a ver la tierra; y a los capitanes y soldados que envió no les pareció buena, o no hubieron gana de quedar allí, sino que se viniese al propio Pánuco a la poblazón y villa que Cortés había poblado, por estar más cerca de México; y desde que aquella nueva le trajeron acordó Garay de tomar juramentos a todos sus soldados que no le desampararían sus banderas y que le obedecerían como a tal capitán general; nombró alcaldes y regidores y todo lo perteneciente a una villa; dijo que se había de nombrar la villa Garayana; mandó desembarcar todos los caballos y soldados y los navíos desembarazados enviólos costa a costa con un capitán que se decía Grijalva, y él Y todo su ejército se vino por tierra costa a costa cerca de la mar, y anduvo dos días por malos despoblados que eran ciénegas; pasó un río que venía de unas sierras que vieron desde el camino, que estaban de allí obra de cinco leguas, y pasaron aquel gran río en balsas y en unas canoas que hallaron quebradas; luego, en pasando el río, estaba un pueblo despoblado de aquel día, y hallaron muy bien de comer maíz y aun gallinas, y había muchas guayabas muy buenas. Allí en este pueblo Garay prendió ciertos indios que entendían la lengua mexicana y halagóles y dióles camisas, enviólos por mensajeros a otros pueblos que le decían que estaban cerca para que le recibiesen de paz, y rodeó una ciénega y fue a unos pueblos que eran los mismos, y recibiéronle de paz, diéronle muy bien de comer y muchas gallinas de la tierra y otras aves como a manera de ansarones que tomaban en las lagunas; y como muchos de los soldados que llevaba Garay iban cansados y parece ser no les daban de lo que los indios les traían de comer, se amotinaron algunos y se fueron a robar a los indios de aquellos pueblos por donde venían.

Y en aquella sazón, viendo Garay que se le amotinaban sus soldados y no los podía haber, envió a un su capitán, que se decía Ocampo, a la villa de Santisteban a saber qué voluntad tenía el teniente que estaba por Cortés, que se decía Pedro de Vallejo, y aun le escribió haciéndole saber cómo traía provisiones y recaudos de Su Majestad para gobernar y ser adelantado de aquellas provincias, y cómo había aportado con sus navíos al río de Palmas, y del mal camino y trabajos que había pasado. Y Vallejo hizo mucha honra a Ocampo y a los que con él iban y les dió buena respuesta, y les dijo que Cortés holgara de tener tan buen vecino por gobernador, mas que le había costado muy caro la conquista de aquella tierra y Su Majestad le había hecho merced de la gobernación, y que venga cuando quisiere con sus ejércitos, y que se le hará todo servicio, y que le pide por merced que mande a sus soldados que no hagan injusticias ni robos a los indios, porque se le han venido a quejar dos pueblos, y tras esto, muy en posta escribió Vallejo a Cortés, y aun le envió la carta de Garéiy, e hizo que escribiese otra el mismo Gonzalo de Ocampo, y le envió a decir que qué mandaba que se hiciese, o que de presto enviase muchos soldados o viniese Cortés en persona.

Y de que Cortés vió la carta, envió a llamar a Pedro de Alvarado y a Gonzalo de Sandoval y a un Diego de Ocampo, hermano del otro Gonzalo de Ocampo que venía con Garay, y envió con ellos los recaudos que tenía cómo Su Majestad le había mandado que todo lo que conquistase tuviese en sí hasta que se averiguase la justicia entre él y Diego Velázquez, y que se los notificasen a Garay.

Dejemos de hablar de esto, y digamos que luego como Gonzalo de Ocampo volvió con la respuesta de Vallejo, a Francisco de Garay le pareció buena respuesta y se vino con todo su ejército a sujetar y estar más cerca de la villa de Santisteban del Puerto; y ya Pedro de Vallejo tenía concertado con los vecinos de la villa, y con aviso que tuvo de cinco soldados que se habían ido a la villa, que eran del mismo Garay, de los amotinados, cómo estaban muy descuidados, y que no se velaban. y cómo quedaban en un pueblo bueno y grande que se dice Nachapalán; y los de Vallejo (que) sabían bien la tierra, dan en la gente de Garay y le prenden sobre cuarenta soldados y se los llevaron a su villa de Santisteban del Puerto, y ellos lo tuvieron por bueno su prisión; y la causa que dijo Vallejo por qué los prendió era porque sin presentar las provisiones y recaudas que traían andaban robando la tierra. Y viendo esto Garay hubo gran pesar y tornó a enviar a decir al mismo Vallejo que le diese sus soldados, amenazándole con la justicia de nuestro rey y señor; y Vallejo respondió que después que vea las reales provisiones que las obedecerá y pondrá sobre su cabeza, y que fuera mejor que cuando vino Ocampo las trajera y presentara para cumplirlas, y que le pide por merced que mande a sus soldados que no roben ni saqueen los pueblos de Su Majestad.

Y en este instante llegaron los capitanes que Cortés enviaba con los recaudos (y vino) por capitán Diego de Ocampo, y como Diego de Ocampo era en aquella sazón alcalde mayor por Cortés en México, comenzó de hacer requerimientos a Garay que no entrase en la tierra, porque Su Majestad mandó que la tuviese Cortés, y en demandas y en respuestas se pasaron ciertos días, y entretanto cada día se le iban a Garay muchos soldados que anochecían y no amanecían en el real; y vió Garay que los capitanes de Cortés traían mucha gente de a caballo y escopeteros y de cada día le venían más, y supo que de sus navíos que había mandado venir costa a costa, se le habían perdido dos de ellos con tormenta de nortes que es travesía, y los demás navíos, que estaban en la boca del puerto, y que el teniente Vallejo les envió a requerir que luego entrasen dentro en el río no les viniese algún desmán y tormenta como la pasada; si no, que los tendría por corsarios que andaban a robar y desde que Garay vió el mal recaudo que tenía y sus soldados huídos y amotinados, y los navíos dados al través y los demás estaban tomados por Cortés, si muy triste estaba antes que se los tomasen, más lo estuvo después que se vió desbaratado, y luego demandó, con grandes protestaciones que hizo a los capitanes de Cortés, que le diesen sus naos y todos sus soldados, que se quería volver a poblar el río de Palmas, y presentó sus provisiones y recaudos que para ello traía, y que por no tener debates ni cuestiones con Cortés se quería volver. Y aquellos caballeros respondieron que fuese mucho en buena hora, y que ellos mandarían a todos los soldados que estaban en aquella provincia y por los pueblos amotinados que luego se vengan a su capitán y vayan en los navíos, y le mandarán proveer de todo lo que hubiere menester, así de bastimento como de armas y tiros y pólvora, y que escribirían a Cortés le proveyese muy cumplidamente de todo lo que hubiese menester; y Garay con esta respuesta y ofrecimientos estaba contento. Y luego se dieron pregones en aquella villa y en todos los pueblos y enviaron alguaciles a prender los soldados amotinados para traerlos a Garay, y por más penas que les ponía era pregonar en balde, que no aprovechaba cosa ninguna, y algunos que traían presos decían que habían llegado a la provincia de Pánuco y que no eran obligados a más seguirle ni cumplir el juramento que les hubo tomado, y ponían otras perentorias; que decían que no era capitán Garay para saber mandar, ni hombre de guerra, y de que vió Garay que no aprovechaban pregones ni la buena diligencia que le parecía que ponían los capitanes de Cortés en traer sus soldados, estaba desesperado. Pues viéndose desamparado de todo, aconsejáronle los caballeros que venían por parte de Cortés que le escribiese luego al mismo Cortés, y que ellos serían intercesores con él para que volviese al río de Palmas, y que tenían a Cortés por de tan buena condición que le ayudaría en todo lo que pudiese, y que Pedro de Alvarado y Sandoval serían fiadores de ello y se lo harían cumplir.

Y luego Garay escribió a Cortés dándole muy entera relación de su viaje y desdichas y trabajos, y que si su merced mandaba, que le iría a ver y a comunicar cosas cumplideras al servicio de Dios y de Su Majestad, encomendándole su honra y estado, y que lo efectuase de manera que no fuese disminuída su honra. Y también escribieron Pedro de Alvarado y Diego de Ocampo y Gonzalo de Sandoval suplicando a Cortes por las cosas de Francisco de Garay, en todo fuese ayudado, pues en los tiempos pasados habían sido grandes amigos. Y Cortés, viendo aquellas cartas, hubo mancilla de Garay, y le respondió con mucha mansedumbre, y que le pesaba de todos sus trabajos, y que se venga a México, que le promete que en todo lo que le pudiere ayudar lo hará de muy buena voluntad, y que la obra se remite; y mandó que por doquiera que viniese le hiciesen mucha honra y le diesen todo lo que hubiere menester, y aun le envió al camino refresco, y cuando llegó a Tezcuco le tenía hecho un banquete, y llegado que fue a México, el mismo Cortés y muchos caballeros le salieron a recibir, y Garay iba espantado de ver tantas ciudades, y más desde que vió la gran ciudad de México. Y luego Cortés le llevó a sus palacios, que entonces nuevamente los hacía, y después que se hubieron comunicado Garay con Cortés, le contó sus desdichas y trabajos, y encomendándole que por su mano fuese remediado; el mismo Cortés se lo ofreció muy de voluntad, y aun Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval le fueron buenos medianeros. Y de ahí a tres o cuatro días que hubo llegado se trató que se casase una hija de Cortés, que se decía doña Catalina Cortés o Pizarro, que era niña, con un hijo de Garay, el mayorazgo, que traía consigo en la armada y dejó por su capitán, y le mandó Cortés en dote con doña Catalina gran cantidad de pesos de oro, y que Garay fuese a poblar el río de Palmas, y que Cortés le diese todo lo que hubiese menester para la poblazón y pacificación de aquella provincia, y aun le prometió que le daría capitanes y soldados de los suyos para que con ellos se descuidase en las guerras que hubiese, y con estos prometimientos y con la buena voluntad que Garay halló en Cortés estaba muy alegre. Yo tengo por cierto que así como lo había capitulado y ordenado Cortés lo cumpliría.

Dejemos todo lo del casamiento y de las promesas, y diré cómo en aquella sazón fue Garay a posar en la casa de un Alonso de Villa nueva, porque Cortés estaba haciendo sus casas y palacios, y eran tamaños y tan grandes y de tantos patios como suelen decir el laberinto de Creta, y porque Alonso de Villanueva, según pareció, había estado en Jamaica cuando Cortés le envió a comprar caballos, que esto no lo afirmo si era entonces o después, era muv grande amigo de Garay, y por el conocimiento pasado suplicó a Cortés el mismo Garay para pasarse a las casas de Villanueva; y se le hacía toda la honra que podía, y todos los vecinos de México le acompañaban. Quiero decir cómo en aquella sazón estaba en México Pánfilo de Narváez, que es el que hubimos desbaratado, como dicho tengo otras veces; vino a ver y hablar a Francisco de Garay, y abrazáronse el uno al otro y se pusieron a platicar cada uno de sus trabajos y desdichas, y como Narváez era hombre que hablaba muy entonado, de plática en plática, medio riendo, le dijo Narváez: Señor adelantado don Francisco de Garay: hánme dicho ciertos soldados de los que se le han venido huyendo y amotinados que solía decir vuestra merced a los caballeros que traía en su armada: Mirad que hagamos como varones y peleemos muy bien con estos soldados de Cortés. no nos tomen descuidados como tomaron a Narváez; pues, señor don Francisco de Garay, a mí peleando me quebraron este ojo y me robaron y quemaron cuanto tenía, y hasta que me mataron el alférez y muchos soldados y prendieron mis capitanes nunca me habían vencido tan descuidado como a vuestra merced le han dicho; hágole saber que otro más venturoso hombre en el mundo no (ha) habido que Cortés, y tiene tales capitanes y soldados que se podían nombrar tan en ventura cada uno, en lo que tuvo entre manos, como Octaviano, y en el vencer; como Julio César, y en el trabajar y ser en las batallas, más que Aníbal. Y Garay respondía que no había necesidad que se lo dijesen, que por las obras se veía"lo que decía; que, ¿qué hombre hubo en el mundo que con tan pocos soldados se atreviese a dar con los navíos al través y meterse en tan recios pueblos y grandes ciudades a darles guerra? Y respondía Narváez recitando otros grandes hechos y loas de Cortés, y estuvieron el uno y el otro platicando en las conquistas de esta Nueva España como a manera de coloquio.

Y dejemos estas alabanzas que entre ellos se tuvo, y diré cómo Garay suplicó a Cortés por Narváez para que le diese licencia para volver a la isla de Cuba a su mujer, que se decía María de Valenzuela, que estaba rica de las minas y de los buenos indios que tenía Narváez, y demás de suplicárselo Garay a Cortés con muchos ruegos, la misma mujer de Narváez se lo había enviado a suplicar a Cortés por cartas que le dejase ir a su marido, porque, según parece, se conocían de cuando Cortés estaba en Cuba, y eran compadres, y Cortés le dió licencia y le ayudó con dos mil pesos de oro. Y después que Narváez tuvo la licencia se humilló mucho a Cortés con prometimientos que primero le hizo que en todo le sería servidor; y luego se fue a Cuba.

Dejemos de más platicar de esto, y digamos en qué paró Garay y su armada, y es que yendo una noche de Navidad del año de mil quinientos veintitrés juntamente con Cortés a maitines, después de vueltos de la iglesia almorzaron con mucho regodío y desde ahí a una hora, con el aire que le dió a Garay, y él que estaba de antes mal dispuesto, le dió dolor de costado con grandes calenturas; mandáronle los médicos sangrar y purgáronle, y de que veían que arreciaba el mal le dijeron que se confesase e hiciese testamento, lo cual luego hizo; dejó por albacea a Cortés, y después de haber recibido los Santos Sacramentos, de allí a cuatro días que le dió el mal dió el alma a Nuestro Señor Jesucristo que la crió, y esto tiene la calidad de la tierra de México, que en tres o cuatro días mueren de aquel mal dolor de costado, que esto ya lo he dicho otra vez, y lo tenemos bien experimentado de cuando estábamos en Tezcuco y en Coyoacán, que se murieron muchos de nuestros soldados. Pues ya muerto Garay, ¡perdónele Dios, amén!, le hicieron muchas honras al enterramiento, y Cortés y otros caballeros se pusieron luto, y como algunos maliciosos estaban mal con Cortés, no faltó quien dijo que le había mandado dar rejalgar en el almuerzo, y fue gran maldad de los que tal le levantaron, porque ciertamente de su muerte natural murió, porque así lo juró el doctor Ojeda y el licenciado Pedro López, médicos, que lo curaron; y murió Garay fuera de su tierra en casa ajena y lejos de su mujer e hijos. Dejemos de contar esto y volvamos a decir de la provincia de Pánuco.

Que como Garay se vino a México, sus capitanes y soldados, como no tenían cabecera ni quien les mandase, cada uno de los soldados que aquí nombraré, que Garay traía en su compañía, se querían hacer capitanes, los cuales se decían: Juan de Grijalva, Gonzalo de Figueroa, Alonso de Mendoza, Lorenzo de Ulloa, Juan de Medina, el Tuerto; Juan de Avila, Antonio de la Cerda, y un Taborda; este Taborda fue el más bullicioso de todos los del real de Garay, y sobre todos ellos quedó por capitán un hijo de Garay, que quería casar Cortés con su hija, y no le acataban ni tenían cuenta de él todos los que he nombrado, ni ninguno de los de su compañía, antes se juntaban de quince en quince o de veinte en veinte y se andaban robando los pueblos y tomando las mujeres por fuerza, y mantas y gallinas, como si estuvieran en tierra de moros, robando lo que hallaban. Y desde que aquello vieron los indios de aquella provincia se concertaron todos a una de matarlos, y en pocos días sacrificaron y comieron más de quinientos españoles, y todos eran de los de Garay; y en un pueblo hubo que sacrificaran sobre cien españoles juntos, y por todos los más pueblos no hacían sino a los que andaban desmandados matarlos y comer y sacrificar, y como no había resistencia ni obedecían a los vecinos de la Villa de Santisteban que dejó Cortés poblada, ya que salían a darles guerra era tanta la multitud de guerreros, que no se podían valer con ellos, y a tanto vino la cosa y atrevimiento que tuvieron, que fueron muchos indios sobre la villa y la combatieron de noche y de día, de arte que estuvo en gran riesgo de perderse, y si no fuera por siete u ocho conquistadores viejos de los de Cortés, y por el capitán Vallejo, que ponían velas y andaban rondando y esforzando a los demás, ciertamente les entraran en su villa, y aquellos conquistadores dijeron a los demás soldados de Garay que siempre procurasen estar juntamente con ellos en el campo, y que allí en el campo estaban muy mejor, y que no se volviesen a la villa, y así se hizo y pelearon con ellos tres veces; y puesto que mataron al capitán Vallejo e hirieron otros muchos, todavía los desbarataron y mataron muchos indios de ellos; y estaban tan furiosos todos los indios naturales de aquella provincia, que quemaron y abrasaron una noche cuarenta españoles y mataron quince caballos, y muchos de ellos eran de los de Cortés y todos los demás fueron de Garay.

Y como Cortés alcanzó a saber estos destrozos que hicieron en esta provincia, tomó tanto enojo, que quiso volver en persona contra ellos, y como estaba muy malo de un brazo que se le había quebrado, no pudo venir, y de presto mandó a Gonzalo de Sandoval que viniese con cien soldados y cincuenta de a caballo y dos tiros y quince arcabuceros y escopeteros, y le dió ocho mil tlaxcaltecas y mexicanos, y le mandó que no viniese sin que les dejase muy bien hostigados, de manera que no se tornasen (a) alzar. Pues como Sandoval era muy ardid y cuando le mandaban cosa de importancia no dormía de noche, no se tardó mucho en el camino, que con gran concierto da orden cómo habían de entrar y salir los de a caballo en los contrarios, porque tuvo aviso que le estaban esperando en dos malos pasos todas las capitanías de los guerreros de aquellas provincias, y acordó de enviar la mitad de todo su ejército a un mal paso, y él se estuvo con la otra mitad de su compañia a la otra parte, y mandó a los ballesteros y escopeteros no hiciesen sino armar unos y soltar otros, y dar en ellos hasta ver si los podían hacer poner en huída; y los contrarios tiraban mucha vara y flecha y piedra, e hirieron a ocho soldados y a muchos de nuestros amigos.

Y esto pasado, luego otro día sale Sandoval con los que trajo en su compañía de México y con los siete que había enviado, y tiene tales modos, que prendió hasta veinte caciques, que todos habían sido en la muerte de más de seiscientos españoles que mataron de los de Garay y de los que quedaron poblados en la villa de los de Cortés, y a todos los más pueblos envió a llamar de paz, y muchos de ellos vinieron y con otros disimulaba, aunque no venían. Y esto hecho escribió muy en posta a Cortés dándole cuenta de todo lo acaecido y que qué manda que hiciese de los presos; y que porque Pedro Vallejo, que dejó Cortés por su teniente, era muerto de un flechazo, a quién mandaba que quedase en su lugar, y también le escribió que lo habían hecho muy como varones los soldados ya por mí nombrados. Y como Cortés vió la carta, se holgó mucho en que aquella provincia estuviese ya de paz, y en la sazón que le dieron la carta a Cortés estaban acompañándole muchos caballeros conquistadores y otros que habían venido de Castilla, y dijo Cortés delante de ellos: ¡Oh, Gonzalo de Sandoval, qué en gran cargo os soy y cómo me quitáis de muchos trabajos!; y allí todos le loaron mucho diciendo que era un muy extremado capitán y que se podía nombrar entre los muy afamados. Dejemos de estas loas. Y luego Cortés le escribió que para que más justificadamente castigase por justicia a los que fueron en la muerte de tanto español y robos de hacienda y muertes de caballos, que enviaba al alcalde mayor Diego de Ocampo para que se hiciese información contra ellos, y lo que se sentenciase por justicia se ejecutase, y le mandó que en todo lo que pudiese les aplaciase a todos los naturales de aquella provincia, y que no consintiese que los de Garay ni otras personas ningunas los robasen ni les hiciesen malos tratamientos. Y como Sandoval vió la carta y que venía Diego de Ocampo, se holgó de ello, y de allí a dos días que llegó el alcalde mayor Ocampo y después que le dió Sandoval relación de lo que había hecho y pasado, hicieron proceso contra los capitanes y caciques que fueron en la muerte de los españoles, y por sus confesiones, por sentencia que contra ellos pronunciaron, quemaron y ahorcaron a ciertos de ellos, y a otros perdonaron, y los cacicazgos dieron a sus hijos y hermanos a quien de derecho le venían.

Y esto hecho, Diego de Ocampo parece ser traía instrucciones y mandamientos de Cortés para que inquiriese quién fUeron los que entraban a robar la tierra y andaban en bandos y rencillas y convocando a otros soldados que se alzasen, y mandó que los hiciesen embarcar en un navío y los enviasen a la isla de Cuba, y aun envió dos mil pesos para Juan de Grijalva si se quería volver a Cuba, y si se quisiese quedar, que le ayudase y diese todo recaudo para venir a México. Y en fin de más razones, todos de buena voluntad se quisieron volver a la isla de Cuba, donde tenían indios, y les mandó dar mucho bastimento de maíz y gallinas y de todas las cosas que había en la tierra, y se volvieron a sus casas e isla de Cuba. Y luego esto hecho nombraron por capitán a un fulano de Vallecido, y dieron la vuelta Sandoval y Diego de Ocampo para México y fueron bien recibidos de Cortés y de toda la ciudad, y de allí en adelante no se tornó más a levantar aquella provincia. Y dejemos de hablar más en ello, y digamos cómo el licenciado Zuazo, vino a México y se le hizo mucha honra, y Cortés le mandó salir a recibir y le llevó a sus palacios y se regocijó con él, y le hizo su alcalde mayor; y en esto paró el viaje del licenciado Alonso de Zuazo. Y dejemos de hablar de ello, y digo que esta relación que doy es por una carta que nos escribió Cortés a la villa de Guazacualco, al cabildo de ella, donde declaraba lo por mí aquí dicho. Dejemos esto, y diré cómo Cortés envió a Pedro de Alvarado a pacificar a las provincias de Guatemala.

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