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Capítulo LXXI

CÓMO SE HIZO ALARDE EN LA CIUDAD DE TEZCUCO EN LOS PATIOS MAYORES DE AQUELLA CIUDAD, Y LOS DE A CABALLO Y BALLESTEROS Y ESCOPETEROS Y SOLDADOS QUE SE HALLARON, Y LAS ORDENANZAS QUE SE PREGONARON, Y OTRAS COSAS MÁS QUE SE HICIERON ALLÍ

Después que se dió la órden así como atrás he dicho, y se enviaron mensajeros 'y cartas a nuestros amigos los de Tlaxcala y a los de Chalco, y se dió aviso a los demás pueblos, acordó Cortés con nuestros capitanes y soldados que para el segundo día de Pascua del Espíritu Santo, que fue del año de mil quinientos veintiún años, se hiciese alarde, el cual alarde se hizo en los patios mayores de Tezcuco, y halláronse ochenta y cuatro de a caballo y seiscientos cincuenta soldados de espada y rodela, y muchos de lanzas, y ciento noventa y cuatro ballesteros y escopeteros, y de éstos se sacaron para los trece bergantines los que ahora diré.

Para cada bergantín, doce ballesteros y escopeteros, éstos no habían de remar; y demás de esto también se sacaron otros doce remeros, para cada banda seis, que son los doce que he dicho, y más un capitán para cada bergantín, por manera que sale cada bergantín a veinticinco soldados con el capitán y trece bergantines que eran, a veinticinco soldados, son doscientos ochenta y ocho, y con los artilleros que les dieron demás de los veinticinco soldados fueron en todos los bergantines trescientos soldados, por la cuenta que he dicho; y también les repartió todos los tiros de fuslera y falconetes que teníamos, y la pólvora que le parecía que habían menester.

Esto hecho, mandó pregonar las ordenanzas que todos habíamos de guardar:

Lo primero, que ninguna persona fuese osada de blasfemar de Nuestro Señor Jesucristo, ni de Nuestra Señora su bendita madre, ni de los Santos Apóstoles, ni otros santos, so graves penas.

Lo segundo, que ningún soldado tratase mal a nuestros amigos, pues iban para ayudarnos, ni les tomasen cosa ninguna, aunque fuesen de las cosas que ellos habían adquirido en la guerra; y aunque fuese india ni indio, ni oro, ni plata, ni chalchihuis.

Lo otro, que ningún soldado fuese osado de salir de día ni de noche de nuestro real para ir a ningún pueblo de nuestros amigos, ni a otra parte atraer de comer, ni otra cualquier cosa, so graves penas.

Lo otro, que todos los soldados que llevasen muy buenas armas y bien colchadas y gorjal y papahigo y antiparras y rodela, que como sabíamos que era tanta la multitud de vara y piedra y flecha y lanza, para todo era menester llevar las armas que decía el pregón.

Lo otro, que ninguna persona jugase caballo ni armas por vía ninguna, con gran pena.

Lo otro, que ningún soldado, ni hombre de caballo, ni ballestero, ni escopetero, duerma sin estar con todas sus armas vestidas y con los alpargates calzados, excepto si no fuese con gran necesidad de heridas o de estar doliente, porque estuviésemos muy aparejados para cualquiera tiempo que los mexicanos viniesen a darnos guerra.

Y además de esto se pregonó las leyes que se mandan guardar en lo militar, que es que al que se duerme en vela o se va del puesto que le ponen, pena de muerte, y se pregonaron que ningún soldado vaya de un real a otro sin licencia de su capitán, so pena de muerte.

Lo otro, que el soldado que deja a su capitán en la guerra o batalla y huye, pena de muerte.

Esto pregonado, diré cómo Cortés buscó los marineros que habían de menester para remar los bergantines, y les señaló bergantines y les repartió los ballesteros y escopeteros, y pólvora y tiros y saetas, y todo lo demás que era menester, y les mandó poner en cada bergantín las banderas reales y otras banderas de nombre que se decía ser en cada bergantín, y otras cosas que convenían, nombró por capitanes para cada uno de ellos a los que ahora aquí diré: Garci Holguín, Pedro Barba, Juan de Limpias Carvajal, el Sordo; Juan Jaramillo, Jerónimo Ruiz de la Mota, Carvajal, su compañero, que ahora es muy viejo y vive en la calle de San Francisco; a un Portillo, que entonces vino de Castilla, buen soldado, que tenía una mujer hermosa; a un Zamora, que fue maestre de navíos, que vivía ahora en Oaxaca; a un Colmenero, que era marinero, buen soldado; a un Lema y a Ginés Nortes; a Briones, natural de Salamanca; el otro capitán no me acuerdo su nombre (Francisco Rodríguez Magariño) y a Miguel Díaz de Ampiés. Y desde que los hubo nombrado y mandado a todos los ballesteros y escopeteros y los demás soldados que habían de remar que les obedeciesen a sus capitanes que les ponía, y no saliesen de su mandado so graves penas, y les dió las instrucciones lo que cada capitán había de hacer, y en qué puesto había de ir de las calzadas, y con qué capitanes de los de tierra.

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