Índice de Historia verdadera de la conquista de la Nueva españa de Bernal Diaz del CastilloCapítulo anteriorSiguiente capituloBiblioteca Virtual Antorcha

LXV

CÓMO FUE GONZALO DE SANDOVAL A TLAXCALA POR LA MADERA DE LOS BERGANTINES, Y LO QUE MÁS EN EL CAMINO HIZO EN UN PUEBLO QUE LE PUSIMOS POR NOMBRE EL PUEBLO MORISCO, Y LO QUE MÁS PASÓ

Como siempre estábamos con gran deseo de tener a los bergantines acabados y vernos ya en el cerco de México, y no perder ningún tiempo en balde, mandó nuestro capitán Cortés que luego fuese Gonzalo de Sandoval por la madera y que llevase consigo doscientos soldados y veinte escopeteros y ballesteros y quince de a caballo, y buena copia de tlaxcaltecas, y veinte principales de Tezcuco; y (que) llevase en su compañía a los mancebos de Chalco y a los viejos, y los pusiesen en salvo en sus pueblos, y antes que partiesen hizo amistades entre los tlaxcaltecas y los de Chalco, porque como los de Chalco solían ser del bando y confederados de los mexicanos, y cuando iban a la guerra los mexicanos sobre Tlaxcala llevaban en su compañía la provincia de Chalco para que les ayudasen, por estar en aquella comarca, desde entonces se tenían mala voluntad y se trataban como enemigos. Mas, como he dicho, Cortés los hizo amigos allí en Tezcuco; de manera que siempre entre ellos hubo gran amistad, y se favorecieron de allí adelante los unos a los otros.

Y también mandó Cortés a Gonzalo de Sandoval que después que estuviesen puestos en su tierra los de Chalco que fuese a un pueblo que allí cerca estaba en el camino, que en nuestra lengua le pusimos por nombre el Pueblo Morisco, que era sujeto a Tezcuco; porque en aquel pueblo habían muerto cuarenta y tantos soldados de los de Narváez, y aun de los nuestros, y muchos tlaxcaltecas y robado tres cargas de oro cuando nos echaron de México; y los soldados que mataron eran (los) que venían de la Veracruz a México cuando íbamos en el socorro de Pedro de Alvarado. Y Cortés le encargó a Sandoval que no dejase aquel pueblo sin buen castigo, puesto que más merecían los de Tezcuco, porque ellos fueron los agresores y capitanes de aquel daño, como en aquel tiempo eran muy hermanos en armas con la gran ciudad de México, y porque en aquella sazón no se podía hacer otra cosa, se dejó de castigar en Tezcuco.

Y volvamos a nuestra plática. Y es que Gonzalo de Sandoval hizo lo que el capitán le mandó, así en ir a la provincia de Chalco, que poco se rodeaba, y dejar allí a los mancebos señores de ella; y fue al Pueblo Morisco, y antes que llegasen los nuestros ya sabían por sus espías cómo iban sobre ellos, y desmamparan el pueblo y se van huyendo a los montes. Y Sandoval los siguió y mató tres o cuatro, porque hubo mancilla de ellos, mas hubiéronse mujeres y mozas, y prendió cuatro principales, y Sandoval los halagó a los cuatro que prendió y les dijo que cómo habían muerto tantos españoles. Y dijeron que los de Tezcuco y de México los mataron en una celada que les pusieron en una cuesta por donde no podían pasar sino uno a uno, porque era muy angosto el camino, y que allí cargaron sobre ellos gran copia de mexicanos y de Tezcuco, y que entonces los prendieron y mataron; y que los de Tezcuco los llevaron a su ciudad y los repartieron con los mexicanos, y esto, que les fue mandado, y que no pudieron hacer otra cosa; y que aquello que hicieron fue en venganza del señor de Tezcuco, que se decía Cacamatzin, que Cortés tuvo preso y se había muerto en las puentes.

Hallóse allí en aquel pueblo mucha sangre de los españoles que mataron, por las paredes, con que habían rociado con ella a sus ídolos, y también se halló dos caras que habían desollado y adobado los cueros, como pellejos de guantes, y las tenían con sus barbas puestas y ofrecidas en uno de sus altares. Y asimismo se halló cuatro cueros de caballos, curtidos, muy bien aderezados, que tenían sus pelos y con sus herraduras, y colgados a sus ídolos en su mayor. Y hallóse muchos vestidos de los españoles que habían muerto, colgados y ofrecidos a los mismos ídolos. Y también se halló en un mármol de una casa, adonde los tuvieron presos, escrito con carbones: Aquí estuvo preso el sin ventura Juan Yuste, con otros muchos que traía en mi compañía. Este Juan Yuste era un hidalgo de los de caballo, que allí mataron, y de las personas de calidad que Narváez había traído. De todo lo cual Sandoval y todos sus soldados hubieron mancilla y les pesó; mas, ¿qué remedio había ya que hacer sino usar de piedad con los de aquel pueblo, pues se fueron huyendo, y no aguardaron. y llevaron sus mujeres e hijos; y algunas mujeres que se prendían lloraban por sus maridos y padres? Y viendo esto Sandoval, con cuatro principales que prendió, y con todas las mujeres, a todos les soltó y envió a llamar a los del pueblo, los cuales vinieron y le demandaron perdón y dieron la obediencia a Su Majestad, y prometieron de siempre ser contra mexicanos y servirnos con el amor y voluntad que les fuese posible y muy bien. Y preguntados por el oro que robaron a los tlaxcaltecas cuando por allí pasaron, dijeron que a tres habían tomado las cargas de ello, y que los mexicanos y los señores de Tezcuco se lo llevaron, porque dijeron que aquel oro había sido de Montezuma, y que lo habían tomado de sus templos, y se lo dió a Malinche cuando le tenía preso.

Dejemos de hablar de esto, y digamos cómo fue Sandoval camino de Tlaxcala junto a la cabecera del pueblo mayor, donde residían los caciques, y topó con toda la madera y tablazón de los bergantines que traían a cuestas sobre ocho mil hombres y venían otros tantos en resguardo de ellos con sus armas y penachos, y otros dos mil para remudar las cargas que traían el bastimento. Y venían por capitanes de todos los tlaxcaltecas Chichimecatecle, que ya he dicho otras veces, en los capítulos pasados que de ello hablan, que era indio principal y muy esforzado, y también venían otros dos principales, Teuletipile y Tiutical, y otros caciques y principales. Y a todos los traía a cargo Martín López, que era el maestro que cortó la madera, y dió el gálibo y cuenta para las tablazones. Y venían otros españoles que no me acuerdo sus nombres. Y cuando Sandoval los vió venir de aquella manera hubo mucho placer por ver que le habían quitado aquel cuidado, porque creyó que estuviera en Tlaxcala algunos días detenido, esperando a salir con toda la madera y tablazón. Y así como venían, con el mismo concierto fueron dos días caminando hasta que entraron en tierra de mexicanos. Y les daban muchos silbos y gritos desde las estancias y barrancas, y en partes que no les podían hacer mal, ninguno los nuestros con caballos ni escopetas.

Entonces dijo Martín López que lo traía todo a cargo, que sería bien que fuesen con otro recaudo que hasta entonces venían, porque los tlaxcaltecas le habían dicho que temían que en aquellos caminos no saliesen de repente los grandes poderes de México y les desbaratasen, como iban cargados y embarazados con la madera y bastimentos. Y luego mandó Sandoval repartir los de a caballo y ballesteros y escopeteros, que fuesen unos en la delantera, los demás en los lados, y mandó a Chichimecatecle, que iba por capitán delante de todos los tlaxcaltecas, que se quedase detrás para ir en la retaguarda juntamente con Gonzalo de Sandoval, de lo que se afrentó aquel cacique, creyendo que no le tenían por esforzado, y tantas cosas le dijeron sobre aquel caso que lo hubo por bueno, viendo que Sandoval quedaba juntamente con él; y le dieron a entender que siempre los mexicanos daban en el fardaje que quedaba atrás. Y después que lo hubo bien entendido, abrazó a Sandoval y dijo que le hacian honra en aquello.

Dejemos de hablar en esto, y digamos que en otros dos días de camino llegaron a Tezcuco, y antes que entrasen en aquella ciudad se pusieron muy buenas mantas y penachos, y con atambores y cornetas y puestos en ordenanza caminaron y no quebraron el hilo en más de medio día que iban entrando, y dando voces y silbos, y diciendo: ¡Viva, viva el emperador nuestro señor!, y ¡Castilla, Castilla, y ¡Tlaxcala, Tlaxcala! Y llegaron a Tezcuco. Y Cortés y ciertos capitanes les salieron a recibir con grandes ofrecimientos que Cortés hizo a Chichimecatecle y a todos los capitanes que traía. Y las piezas de maderos y tablazones y todo lo demás perteneciente a los bergantines se puso cerca de las zanjas y esteros, donde se habían de labrar; y desde allí adelante tanta prisa se daba en hacer trece bergantines Martín López, que fue el maestro de hacerlos, con otros españoles que le ayudaban, que se decian Andrés Núñez, y un viejo que se decia Ramírez, que estaba cojo de una herida, y un Diego Hernández, aserrador, y ciertos indios carpinteros y dos herreros con sus fraguas, y un Hernando de Aguilar, que les ayudaba a machar, todos se dieron gran prisa hasta que los bergantines estuvieron armados y no faltaba sino calafatearlos y ponerles los mástiles y jarcias y velas.

Pues ya esto hecho, quiero decir el gran recaudo que teníamos en nuestro real de espías y escuchas, y guarda para los bergantines, porque estaba junto a la laguna, y los mexicanos procuraron tres veces de ponerles fuego, y aun prendimos quince indios de los que venían a poner el fuego, de quien Cortés supo muy largamente todo lo que en México hacía y concertaba Guatemuz, y era que por vía ninguna no habían de hacer paces, sino morir todos peleando o quitarnos a nosotros las vidas. Quiero tomar a decir los llamamientos y mensajeros que en todos los pueblos sujetos a México hacian, y cómo les perdonaba los tributos; y el trabajar que de día y de noche trabajaban de hacer cavas y ahondar los pasos de las puentes, y hacer albarradas muy fuertes, y poner a punto sus varas y tiraderas, y hacer unas lanzas muy largas para matar los caballos, engastadas en ellas de las espadas que nos tomaron la noche del desbarate, y poner a punto sus varas y tiraderas y piedras rollizas, con hondas y espadas de a dos manos, y otras mayores que espadas como macanas, y todo género de guerra. Y dejemos esta materia, y volvamos a decir de nuestra zanja y acequia por donde se habían de salir los bergantines a la gran laguna, y estaba ya muy ancha y hondable, que podían nadar por ella navíos de razonable porte; porque, siempre andaban en la obra ocho mil indios trabajadores. Dejemos esto, y digamos cómo nuestro Cortés fue a una entrada de Saltocán.

Y salió con su ejército, y yendo por su camino, no muy lejos de Saltocán encontró con unos grandes escuadrones de mexicanos que le estaban aguardando en parte que creyeron aprovecharse de nuestros españoles y matar los caballos; mas Cortés mandó a los de caballo, y él juntamente con ellos, después de haber disparado las escopetas y ballesteros, rompieron por ellos y mataron pocos mexicanos, porque luego se acogieron a los montes y a partes que los de a caballo no les pudieron seguir; mas nuestros amigos los tlaxcaltecas prendieron y mataron obra de treinta. Y aquella noche fue Cortés a dormir a unas caserías, y muy sobre aviso estuvo con sus corredores del campo y velas y rondas y espías, porque estaba entre grandes poblazones, y supo que Guatemuz, señor de México, había enviado muchos escuadrones de gente de guerra a Saltocán para ayudarles, los cuales fueron en canoas por unos hondos esteros.

Y otro día de mañana, junto al pueblo, comenzaron los mexicanos, juntamente (con) los de Saltocán, a pelear con los nuestros, y tirábanles mucha vara y flechas y piedras con hondas, desde las acequias adonde estaban e hirieron a diez de nuestros soldados y muchos de los amigos tlaxcaltecas. Y ningún mal les podían hacer los de a caballo, porque no podían correr ni pasar los esteros, que estaban todos llenos de agua, y el camino y calzada que solían tener, por donde entraban por tierra en el pueblo, de pocos días le habían deshecho y le abrieron a mano y le ahondaron, de manera que estaba hecho acequia y lleno de agua, y por esta causa los nuestros no podían en ninguna manera entrarles en el pueblo ni hacerles daño ninguno. Y puesto que los escopeteros y ballesteros tiraban a los que andaban en las canoas, traían las tan bien armadas de talabardones de madera; demás de los talahardones, guardábanse bien.

Y nuestros soldados, viendo que no aprovechaba en cosa ninguna y no podían atinar el camino y calzada que de antes tenían, porque todo lo hallaban lleno de agua, renegaban del pueblo y aun de la venida sin provecho, y aun medio corridos de cómo los mexicanos y los del pueblo les daban grita y les llamaban de mujeres y que Malinche era otra mujer, y que no era esforzado sino para engañarlos con palabras y mentiras. Y en este instante dos indios de los que allí venían con los nuestros, que eran de Tepetezcuco, que estaban muy mal con los de Saltocán, dijeron a un nuestro soldado que había tres días que vieron cómo abrían la calzada y la cavaron y la hicieron zanja, y echaron de otra acequia el agua por ella, y que no muy lejos adelante está por abrir y va camino al pueblo. Y desde que nuestros soldados lo hubieron bien entendido, y por donde los indios les señalaron, se ponen en gran concierto los ballesteros y escopeteros, unos armando y otros soltando, y esto poco a poco y no todos a la par, y el agua a vuelapié, y a otras partes a más de la cinta pasan todos nuestros soldados y muchos amigos siguiéndolos, y Cortés con los de a caballo aguardando en tierra firme haciéndoles espaldas, porque temió no viniesen otra vez los escuadrones de México y diesen en la rezaga. Y cuando pasaban las acequias los nuestros, como dicho tengo, los contrarios daban en ellos como a terrero, e hirieron muchos; mas como iban deseosos de llegar a la calzada que estaba por abrir todavía, pasan adelante hasta que dieron en ellos por tierra sin agua y vanse al pueblo. Y en fin de más razones, tal mano les dieron, que les mataron muchos y pagaron muy bien la burla que de ellos hacían, donde hubieron mucha ropa de algodón y oro y otros despojos, y como estaban poblados en la laguna, de presto se meten los mexicanos y los naturales del pueblo en sus canoas con todo el hato que pudieron llevar y se van a México. Y los nuestros, desde que los vieron despoblados. quemaron algunas casas y no osaron dormir en él, por estar en el agua, y se vinieron donde estaba el capitán Cortés aguardándolos.

Y allí en aquel pueblo se hubieron muy buenas indias, y los tlaxcaltecas salieron ricos con mantas y sal y oro y otros despojos, y luego se fueron a dormir a unas caserías donde estaban unas caleras, que sería una legua de Saltocán, y allí se curaron los heridos, y un soldado murió de allí a pocos días, de un flechazo que le dieron por la garganta. Y luego se pusieron velas y corredores del campo; y hubo buen recaudo, porque todas aquellas tierras estaban muy pobladas de culúas. Y otro día fueron camino de un gran pueblo que se dice Gualtitán, y yendo por aquel camino las poblazones comarcanas y otros muchos mexicanos que con ellos se juntaban les daban gritas, y silbos y voces, diciéndoles vituperios; y era en parte que no podían correr caballos ni se les podía hacer algún daño, porque estaban entre acequias. Y de esta manera llegaron a aquella poblazón, y estaba despoblado de aquel mismo día y alzado el hato. Y en aquella noche durmieron allí con grandes velas y rondas, y otro día fueron camino de un gran pueblo que se dice Tenayuca; a este pueblo le solíamos llamar la primera vez que entramos en México el pueblo de las sierpes, porque en el adoratorio mayor que tenían hallamos dos grandes bultos de sierpes de malas figuras, que eran sus ídolos, en quien adoraban.

Dejemos esto, y volvamos a este propósito del camino. Y es que este pueblo hallaron despoblado como el pasado, que todos los indios naturales de ellos habíanse juntado en otro pueblo que estaba más adelante, que se dice Tacuba, y desde allí fue a otro pueblo que se dice Escapuzalco, que sería de uno al otro media legua, y asimismo estaba despoblado. En este Escapuzalco solía ser donde labraban el oro y plata al gran Montezuma, y solíamosle llamar el pueblo de los plateros. Y desde aquel pueblo fue a otro pueblo que ya he dicho que se dice Tacuba, que es obra de media legua del uno al otro. En este pueblo fue adonde reparamos la triste noche cuando salimos de México desbaratados, y en él nos mataron ciertos soldados, según dicho tengo en el capítulo pasado que sobre ello habla. Y tomemos a nuestra plática. Y antes que nuestro ejército llegase al pueblo ya estaban en campo aguardando a Cortés muchos escuadrones de todos aquellos pueblos por donde había pasado, y los de Tacuba y mexicanos, porque México está muy cerca de él.

Y otro día de mañana, si muchos mexicanos habían estado juntos el día pasado, muchos más se juntaron aquel día, y con gran concierto venían a dar guerra a los nuestros, y de tal manera, que herían algunos soldados; mas todavía los nuestros los hicieron retraer en sus casas y fortalezas, de manera que tuvieron tiempo de entrarlos en Tacuba y quemar muchas casas y meterles a sacomano. Y después que aquello supieron en México, ordenan de salir muchos más escuadrones de su ciudad a pelear con Cortés, y concertaron que cuando peleasen con él que hiciesen que volvían huyendo hacia México, y que poco a poco les metiesen a nuestro ejército en su calzada, que desde que les tuviesen dentro e hiciesen que se retraían de miedo, y así como lo concertaron lo hicieron. Y Cortés, creyendo que llevaba victoria, los mandó seguir hasta una puente. Y después que los mexicanos sintieron que le tenían ya metido a Cortés en el garlito y pasada la puente, vuelven sobre él tanta multitud de indios, que unos en canoas y otros por tierra y otros en las azoteas le dan tal mano, que le ponen en tan gran aprieto, que estuvo la cosa de arte que creyó ser desbaratado; porque a una puente donde habían llegado cargaron tan de golpe sobre él, que poco ni mucho se podía valer. Y un alférez que llevaba una bandera, por sostener el gran ímpetu de los contrarios, le hirieron muy malamente, y cayó con su bandera desde la puente abajo en el agua, y estuvo en ventura de ahogarse, y aun le tenían ya asido los mexicanos para meter en unas canoas, y él fue tan esforzado que se escapó con su bandera. Y en aquella refriega mataron cuatro o cinco soldados e hirieron muchos de los nuestros.

Y Cortés viendo el gran atrevimiento y mala consideración que había hecho, haber entrado en la calzada de la manera que he dicho y sintió cómo los mexicanos le habían cebado, mandó que todos se retrajesen, y con el mejor concierto que pudo, y no vueltas las espaldas, sino las caras contra los contrarios, pie contra pie, como quien hace represas, y los ballesteros y escopeteros unos armando y otros tirando, y los de a caballo haciendo algunas arremetidas, mas eran tan pocas porque luego les herían los caballos; y de esta manera se escapó Cortés aquella vez, del poder de México; y después que se vió en tierra firme dió muchas gracias a Dios. Y desde allí dió la vuelta para Tezcuco, y por el camino que había venido se volvió, y le daban grita los mexicanos creyendo que volvía huyendo, y aun sospecharon lo cierto, y le esperaban en partes que querían ganar honra con él, y matarle los caballos, y le echaban celadas. Y después que aquello vió les echó una en que les hirió muchos de los contrarios. Y a Cortés entonces le mataron dos caballos, y con esto no le siguieron más.

A buenas jornadas llegó a un pueblo sujeto a Tezcuco que se dice Aculmán, que estará de Tezcuco dos leguas y media, y como lo supimos cómo había allí llegado salimos con Gonzalo de Sandoval a verle y recibir, acompañado de muchos caballeros y soldados y de los caciques de Tezcuco, especial de don Hernando, principal de aquella ciudad. Y en las vistas nos alegramos mucho, porque había más de quince días que no habíamos sabido de Cortés ni de cosa que le hubiese acaecido. Y después de darle el bienvenido y haberle hablado algunas cosas que convenían sobre lo militar, nos volvimos a Tezcuco aquella tarde, porque no osábamos dejar el real sin buen recaudo. Y nuestro Cortés se quedó en aquel pueblo hasta otro día que llegó a Tezcuco, y los tlaxcaltecas, como ya estaban ricos y venían cargados de despojos, demandaron licencia para irse a su tierra, y Cortés se la dió, y fueron por parte que los mexicanos no tuvieron espías sobre ellos, y salvaron sus haciendas.

Y al cabo de cuatro días que nuestro capitán reposaba y estaba dando prisa en hacer los bergantines, vinieron unos pueblos de la costa norte a demandar paces y darse por vasallos de Su Majestad; y los cuales pueblos se llaman Tuzapán y Mascalzingo y Nautlán, y otros pueblezuelos de aquellas comarcas, y trajeron un presente de oro y ropa de algodón. Y cuando llegaron delante Cortés, con gran acato, después de haber presentado su presente, dijeron que le pedían por merced que les admitiese a su amistad, y que querían ser vasallos del rey de Castilla, y dijeron que cuando los mexicanos mataron seis teules en lo de Almería, y era capitán de ellos Quezalpopoca, que ya habíamos quemado por justicia, que todos aquellos pueblos que allí venían fueron en ayudar a los teules. Y después que Cortés les hubo oído, puesto que sabía que habían sido con los mexicanos en la muerte de Juan de Escalante y los seis soldados que mataron en lo de Almería, según he dicho en el capítulo que de ello habla, les mostró mucha voluntad y recibió el presente y por vasallos del emperador nuestro señor, y no les demandó cuenta sobre lo acaecido ni se lo trajo a la memoria, porque no estaba en tiempo de hacer otra cosa; y con buenas palabras y ofrecimientos los despachó.

Y en este instante vinieron a Cortés otros pueblos de los que se habían dado por nuestros amigos a demandar favor contra mexicanos, y decían que les fuesen (a) ayudar porque venían contra ellos grandes escuadrones y les habían entrado en su tierra y llevado presos muchos de sus indios y a otros habían descalabrado. Y también en aquella sazón vinieron los de Chalco y Tamanalco y dijeron que si luego no los socorrían que serían perdidos, porque estaban sobre ellos muchas guarniciones de sus enemigos, y tantas lástimas decían, y traían en un paño de manta de henequén pintado al natural los escuadrones que sobre ellos venían, que Cortés no sabía qué decirse ni qué responderles, ni dar remedios a los unos ni a los otros, porque había visto que estaban muchos de nuestros soldados heridos y dolientes y se habían muerto ocho de dolor de costado y de echar sangre cuajada, revuelta con lodo, por la boca y narices; y era del quebrantamiento de las armas, que siempre traíamos a cuestas, y de que a la contina íbamos a las entradas, y del polvo que en ellas tragábamos; y además de esto, viendo que se habían muerto tres o cuatro caballos de heridas, que nunca parábamos de ir a entrar unos venidos y otros vueltos. La respuesta que les dió a los primeros pueblos, que les halagó y dijo que iría presto a ayudarles y que entretanto que iba que se ayudasen de otros pueblos sus vecinos, y que esperasen en campo a los mexicanos y que todos juntos les diesen guerra, y que si los mexicanos viesen que les mostraban cara y ponían fuerzas contra ellos, que temerían, y que ya no tenían tantos poderes los mexicanos, para darles guerra como solían, porque tenían muchos contrarios; y tantas palabras les dijo con nuestras lenguas y les esforzó, que reposaron algo sus corazones, y no tanto que luego demandaron cartas para dos pueblos sus comarcanos, nuestros amigos, para que les fuesen ayudar. Las cartas en aquel tiempo no las entendían, mas bien sabían que entre nosotros se tenía por cosa cierta que cuando se enviaban eran como mandamientos o señales que les mandábamos algunas cosas de calidad; y con ellas se fueron muy contentos y las mostraron a sus amigos y los llamaron, y como nuestro Cortés se lo mandó, aguardaron en el campo a los mexicanos y tuvieron con ellos una batalla, y con ayuda de nuestros amigos sus vecinos, a quienes dieron la carta, no les fue mal.

Volvamos a los de Chalco, que viendo nuestro Cortés que era cosa muy importante para nosotros que aquella provincia y camino estuviesen desembarazados de gente de Culúa, porque, como he dicho otras veces, por allí habían de ir y venir a la Villa Rica de la Vera Cruz y a Tlaxcala, y habíamos de mantener nuestro real de ella porque es tierra de mucho maíz, luego mandó a Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, que se aparejase para otro día de mañana ir a Chalco, y le mandó dar veinte de caballo y doscientos soldados y doce ballesteros y diez escopeteros, y los tlaxcaltecas que había en nuestro real, que eran muy pocos, porque todos los más se habían ido a su tierra cargados de despojos; y también una capitanía de los de Tezcuco llevó en su compañía, y asimismo al capitán Luis Marín, que era su muy íntimo amigo; y quedó en guarda de aquella ciudad y bergantines Cortés y Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid.

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