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Capítulo LXII

CÓMO SE RECOGIERON TODAS LAS MUJERES Y ESCLAVAS Y ESCLAVOS DE TODO NUESTRO REAL QUE HABlAMOS HABIDO EN AQUELLO DE TEPEACA Y CACHULA Y TECAMACHALCO, Y EN CASTIL BLANCO, Y EN SUS TIERRAS, PARA HERRARSE CON EL HIERRO QUE HICIERON EN NOMBRE DE SU MAJESTAD. Y DE LO QUE SOBRE ELLO PASO

Como Gonzalo de Sandoval hubo llegado a la villa de Segura de la Frontera, de hacer aquellas entradas que ya he dicho, y en aquella provincia todos los teníamos ya pacíficos y no teníamos por entonces dónde ir a entrar, porque todos los pueblos de los rededores habían dado la obediencia a Su Majestad, acordó Cortés, con los oficiales del rey, que se herrasen las piezas y esclavos que se habían habido para sacar su quinto después que se hubiese sacado el de Su Majestad; y para ello mandó dar pregones en el real y villa que todos los soldados llevásemos a una casa que estaba señalada para aquel efecto a herrar todas las piezas que tuviesen recogidas, y dieron de plazo aquel día y otro que se pregonó, y todos ocurrimos con todas las indias y muchachas y muchachos que habíamos habido, que hombres de edad no curábamos de ellos, que eran malos de guardar y no habíamos menester su servicio teniendo a nuestros amigos los tlaxcaltecas.

Pues ya juntas todas las piezas y echado el hierro, que era una G como esta, que quería decir guerra, cuando no nos catamos apartan el real quinto, luego sacan otro quinto para Cortés, y, además de esto, la noche antes, cuando metimos las piezas, como he dicho, en aquella casa, habían ya escondido y tomado las mejores indias, que no pareció allí ninguna buena, y al tiempo de repartir dábannos las viejas y ruines. Y sobre esto hubo grandes murmuradores contra Cortés y de los que mandaban hurtar y esconder las buenas indias, y de tal manera se lo dijeron al mismo Cortés soldados de los de Narváez, que juraban a Dios que no había tal acaecido haber dos reyes en la tierra de nuestro rey y señor y sacar dos quintos. Y uno de los soldados que se lo dijeron fue un Juan Bono de Quexo; y más dijo, que no estaría en tierra semejante, y que lo haría saber en Castilla a Su Majestad y a los señores de su Real Consejo de Indias. Y también dijo a Cortés otro soldado muy claramente, que no bastó repartir el oro que se había habido en México de la manera que lo repartió, y que cuando lo estaba repartiendo decía que eran trescientos mil pesos los que se habían allegado, y que cuando salimos huyendo de México, mandó tomar por testimonio que quedaban más de setecientos mil, y que ahora el pobre soldado que había echado los bofes y estaba lleno de heridas por haber una buena india, y les habían dado naguas y camisas, habían tomado y escondido las tales indias; y que cuando dieron el pregón para que se llevasen a herrar, que creyeron que a cada soldado volverían sus piezas, y que apreciarían que tantos pesos valían, y que como las apreciase pagasen el quinto a Su Majestad, y que no habría más quinto para Cortés, y decían otras murmuraciones peores que éstas.

Y después que Cortés aquello vió, con palabras algo blandas dijo que juraba en su conciencia, que esto tenía por costumbre jurar, que de allí adelante que no se haría de aquella manera, sino que buenas o malas indias sacarlas a almoneda, y la buena que se vendería por tal, y la que no lo fuese por menos precio, y de aquella manera no tendrían que reñir con él, y puesto que allí en Tepeaca no se hicieron más esclavos, mas después, en lo de Tezcuco, casi que fue de esta manera, como adelante diré.

Y dejaré de hablar en esta materia y digamos otra cosa casi peor que esto de los esclavos, y es que ya he dicho cuando la triste noche salimos huyendo de México, cómo quedaba en la sala donde posaba Cortés muchas barras de oro perdido que no lo podían sacar más de lo que cargaron en la yegua y caballos, y muchos tlaxcaltecas, y lo que hurtaron los amigos y otros soldados que cargarían de ello: y como lo demás quedaba perdido en poder de los mexicanos. Cortés dijo delante de un escribano del rey que cualquiera que quisiese sacar oro de lo que allí quedaba que se lo llevase mucho en buena hora por suyo, como se había de perder; y muchos soldados de los de Narváez cargaron de ello, y asimismo algunos de los nuestros, y por sacarlo perdieron muchos de ellos las vidas, y los que escaparon con la presa que traían habían estado en gran riesgo de morir, y salieron llenos de heridas. Y como en nuestro real y villa de Segura de la Frontera, que así se llamaba, alcanzó Cortés a saber que había muchas barras de oro y que andaban en el juego, y como dice el refrán que el oro y amores eran malos de encubrir, mandó dar un pregón, so graves penas, que traigan a manifestar el oro que sacaron, y que les daba la tercia parte de ello, y si no lo traen, que se lo tomaba todo. Y muchos soldados de los que lo tenían o no lo quisieron dar, y (a) algunos se lo tomó Cortés como prestado y más por fuerza que por grado, y como todos los más capitanes tenian oro y aun los oficiales del rey, muy mejor se calló lo del pregón, y no se habló de ello; mas pareció muy mal esto que mandó Cortés. Dejémoslo ya de más declarar y digamos cómo todos los más capitanes y personas principales de los que pasaron con Narváez demandaron licencia a Cortés para volverse a Cuba, y Cortés se la dió, y lo que más acaeció.

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