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Capítulo LIX

CÓMO FUIMOS A LA PROVINCIA DE TEPEACA Y LO QUE EN ELLA HICIMOS. Y OTRAS COSAS QUE PASAMOS

Como Cortés había demandado a los caciques de Tlaxcala, ya por mí otras veces nombrados, cinco mil hombres de guerra para ir a correr y castigar los pueblos adonde habían muerto españoles, que era a Tepeaca y Cachula y Tecamachalco, que estaría de Tlaxcala seis o siete leguas, de muy entera voluntad tenían aparejados hasta cuatro mil indios, porque si mucha voluntad teníamos nosotros de ir (a) aquellos pueblos, mucha más gana tenía el Maseescaci y Xicotenga el Viejo de los dar guerra, porque le habían venido a robar unas estancias.

Pues ya que todos estábamos a punto, comenzamos a caminar y en aquella jornada no llevamos artillería, ni escopetas, porque todo quedó en las puentes, y ya que algunas escaparon, no teníamos pólvora; y fuimos con diez y siete caballos y seis ballestas y cuatrocientos veinte soldados, los más de espada y rodela, y con obra de dos mil amigos de Tlaxcala, y el bastimento para un día, porque las tierras adonde íbamos eran muy pobladas y bien bastecidas de maíz y gallinas y perrillos de la tierra y, como lo teníamos de costumbre, nuestros corredores del campo adelante, y con muy buen concierto fuimos a dormir obra de tres leguas de Tepeaca; y ya tenían alzado todo el fardaje de las estancias y poblazón por donde pasábamos, porque muy bien tuvieron noticia cómo íbamos a su pueblo, y porque ninguna cosa hiciésemos sino por buena orden y justificadamente, Cortés les envió a decir con seis indios de su pueblo de Tepeaca, que habíamos tomado en aquellas estancias, que para aquel efecto les prendimos, y con cuatro sus mujeres, cómo íbamos a su pueblo a saber e inquirir quién y cuántos se hallaron en la muerte de más de diez y seis españoles, que mataron sin causa ninguna, viniendo de camino para México, y también veníamos a saber a qué causa tenían ahora nuevamente muchos escuadrones mexicanos que con ellos habían ido a robar y saltear unas estancias de Tlaxcala, nuestros amigos; que les ruega que luego vengan de paz adonde estábamos para ser nuestros amigos, y que despidan de su pueblo a los mexicanos; si no, que iremos contra ellos como rebeldes y matadores y salteadores de caminos, y les castigaría a fuego y a sangre, y los daría por esclavos.

Y como fueron aquellos seis indios y cuatro mujeres del mismo pueblo, si muy fieras palabras les enviamos a decir, mucho más bravosas nos dieron la respuesta con los mismos seis indios y dos mexicanos que venían con ellos, porque bien conocido tenían de nosotros que a ningunos mensajeros que nos enviaban hacíamos demasía, sino antes darle algunas cuentas por atraerles; y con estos que enviaron los de Tepeaca fueron las palabras bravosas dichas por los capitanes mexicanos, como estaban victoriosos de lo de las puentes de México, y Cortés les mandó dar a cada mensajero una manta, y con ellos les tornó a requerir que le viniesen a ver y hablar; que no hubiesen miedo, y que pues ya los españoles que habían muerto no los podían dar vivos, que vengan ellos de paz y se les perdonará los muertos que mataron; y sobre ello se les escribió una carta, y aunque sabíamos que no la habían de entender, sino como veían papel de Castilla, tenían por cierto que era cosa de mandamiento; y rogó a los dos mexicanos que venían con los de Tepeaca con los mensajes que volviesen en traer la respuesta, y volvieron, y lo que dijeron era que no pasásemos adelante y que nos volviésemos por donde veníamos; si no, que otro día pensaban tener buenas hartazgas con nuestros cuerpos, mayores que las de México y sus puentes y la de Otumba. Y desde que aquello vió Cortés, comunicólo con nuestros capitanes y soldados, y fue acordado que se hiciese un auto por escribano que diese fe de todo lo pasado, y que se diesen por esclavos a todos los aliados de México que hubiesen muerto españoles, porque habiendo dado la obediencia a Su Majestad se levantaron y mataron sobre de ochocientos y sesenta de los nuestros, y sesenta caballos, y a los demás pueblos por salteadores de caminos y matadores de hombres. Hecho este auto, envióseles a hacer saber, amonestándoles y requiriendo con la paz; y ellos tornaron a decir que si luego no nos volvíamos, que saldrían a matarnos, y se apercibieron para ello, y nosotros lo mismo.

Otro día tuvimos en un llano una buena batalla con los mexicanos y tepeaqueños, y como el campo era labranzas de maíz y magueyales, puesto que peleaban bravosamente los mexicanos, presto fueron desbaratados por los de caballo, y los que no los teníamos no estábamos de espacio; pues ver a nuestros amigos los de Tlaxcala tan animosos cómo peleaban con ellos y les siguieron el alcance. Allí hubo muertos de los mexicanos y de Tepeaca muchos y de nuestros amigos los de Tlaxcala tres, e hirieron dos caballos, el uno se murió, y también hirieron doce de nuestros soldados, mas no de arte que peligró ninguno. Pues seguida la victoria allegáronse muchas indias y muchachos que se tomaron por los campos y casas, que hombres no curábamos de ellos, que los tlaxcaltecas los llevaban por esclavos.

Pues como los de Tepeaca vieron que el bravear que hacían los mexicanos que tenían en su pueblo y guarnidón eran desbaratados, y ellos juntamente con ellos, acordaron sin decirles cosa ninguna venir adonde estábamos, y los recibimos de paz, y dieron la obediencia a Su Majestad, y echaron los mexicanos de sus casas, y nos fuimos al pueblo de Tepeaca, adonde se fundó una villa que se nombró la villa de Segura de la Frontera, porque estaba en el camino de la Villa Rica y en una buena comarca de buenos pueblos sujetos a México, y había mucho maíz y teníamos a guardar la raya a nuestros amigos los de Tlaxcala. Y allí se nombraron alcaldes y regidores y se dió orden en cómo se corriese los rededores sujeto a México, en especial los pueblos adonde habían muerto a españoles, y allí se hizo el hierro con que se habían de herrar los que se tomaban por esclavos, que era una G, que quiere decir guerra; y desde la villa de Segura de la Frontera corríamos los rededores, que fue Cachula y Tecamachalco, y el pueblo de las Guayabas y otros pueblos que no se me acuerda el nombre; y en lo de Cholula fue adonde habían muerto en los aposentos quince españoles, y en este de Cachula hubimos muchos esclavos. De manera que en obra de cuarenta días tuvimos aquellos pueblos muy pacíficos y castigados.

Ya en aquella sazón habían alzado en México otro señor, porque el señor que nos echó de México era fallecido de viruelas, y el señor que hicieron era un sobrino o pariente muy cercano de Montezuma, que se decía Guatemuz, mancebo de hasta de veinte y cinco años, bien gentilhombre para ser indio, y muy esforzado, y se hizo temer de tal manera, que todos los suyos temblaban de él; y era casado, con una hija de Montezuma, bien hermosa mujer para ser india. Y como este Guatemuz, señor de México, supo cómo habíamos desbaratado los escuadrones mexicanos que estaban en Tepeaca, y que habían dado la obediencia a Su Majestad y nos servían y daban de comer, y estábamos allí poblados y temió que les correríamos lo de Guaxaca y otras provincias y a todos los atraeríamos a nuestra amistad, envió sus mensajeros por todos los pueblos para que estuviesen muy alerta con todas sus armas, y a los caciques les daba joyas de oro, y a otros perdonaba los tributos, y sobre todo mandaba ir muy grandes capitanías y guarniciones de gente de guerra para que mirasen no les entrásemos en sus tierras, y les enviaba a decir que peleasen muy reciamente con nosotros, no les acaeciese como en lo de Tepeaca y Cachula y Tecamachalco, que todos les habíamos hecho esclavos. Y adonde más gente de guerra envió fue a Guacachula y a Ozucar, que está de Tepeaca, adonde estaba nuestra villa, doce leguas. Para que bien se entiendan los nombres de estos pueblos, un nombre es Cachula, otro nombre es Guacachula. Y dejaré de contar lo que en Guacachula se hizo hasta su tiempo y lugar, y diré cómo en aquel instante vinieron de la Villa Rica mensajeros, cómo había venido un navío de Cuba y ciertos sodados en él.

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