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Capítulo LII

CÓMO LLEGÓ JUAN VELAZQUEZ DE LEÓN Y UN MOZO DE ESPUELAS DE CORTÉS, QUE SE DECÍA JUAN DEL RÍO, AL REAL DE PÁNFILO DE NARVÁEZ, Y LO QUE EN ÉL PASÓ

Ya he dicho cómo envió Cortés a Juan Velázquez de León, y al mozo de espuelas para que le acompañase a Cempoal y a ver lo que Narváez le quería, que tanto deseo tenía de tenerlo en su compañía. Por manera que así como partieron de nuestro real se dió tanta prisa en el camino, que fue (a) amanecer a Cempoal, y se fue (a) apear Juan Velázquez en casa del cacique gordo, porque Juan del Río no tenía caballo, y desde allí se iban a pie a la posada de Narváez. Pues como los indios le conocieron holgaron de verle y hablar, y decían voces a unos soldados de Narváez, que allí posaban en casa del cacique gordo, que aquel era Juan Velázquez de León, capitán de Malinche. Y así como los oyeron los soldados fueron corriendo a demandar albricias a Narváez cómo había venido Juan Velázquez de León; y antes que Juan Velázquez llegase a la posada de Narváez, y como de repente supo Narváez su venida, le salió a recibir a la calle, acompañado de ciertos soldados, donde se encontraron Juan Velázquez y Narváez y se hicieron muy grandes acatos. Y Narváez abrazó a Juan Velázquez y le mandó sentar en una silla, que luego trajeron sillas y asentaderos, cerca de sí, y le dijo que por qué no se fue (a) apear a su posada, y mandó a sus criados que le fuesen luego por el caballo y fardaje, si llevaba, para que en su casa y su caballeriza y posada estaría. Y Juan Velázquez dijo que luego se quería volver, que no venía sino a besarle las manos y a todos los caballeros de su real y para ver si podía dar concierto que su merced y Cortés tuviesen paz y amistad. Entonces dizque dijo Narváez, habiendo apartado a Juan Velázquez, muy airado, cómo, que tales palabras le había de decir: ¡tener amistad y paz con un traidor, que se alzó a su primo Diego Velázquez con la armada! Y Juan Velázquez respondió que Cortés no era traidor, sino buen servidor de Su Majestad, y que ocurrir a nuestro rey y señor, como envió, no se le ha de atribuir a traición, y que le suplica que delante de él no se diga tal palabra. Y entonces Narváez le comenzó a convocar con grandes prometimientos que se quedase con él, y que concierte con los de Cortés que se le diesen y vengan luego a meterse en su obediencia, prometiéndole con juramento que seria en todo su real el más preeminente capitán, y en el mando segunda persona. Y Juan Velázquez respondió que mayor traición haría él dejar al capitán que tiene jurado en la guerra y desampararle, conociendo que en todo lo que ha hecho en la Nueva España es en servicio de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad, que no dejar ocurrir Cortés como ocurrió a nuestro rey y señor; y que le suplica que no le hable más de ello.

En aquella sazón habían venido a ver a Juan Velázquez todos los más principales capitanes del real de Narváez, y le abrazaban con gran cortesía, porque Juan Velázquez era muy del palacio y buen cuerpo, membrudo y buena presencia y rostro, y la barba bien puesta, y llevaba una cadena muy grande de oro echada al hombro, que le daba dos vueltas debajo del brazo; parecíale muy bien como bravoso y buen capitán. Dejemos del bien parecer de Juan Velázquez y cómo lo estaban mirando todos los capitanes de Narváez y aun nuestro fraile de la Merced también le vino a ver y en secreto (a) hablar, y asimismo Andrés de Duero y el alguacil mayor Bermúdez.

Pareció ser que en aquel instante ciertos capitanes de Narváez, que se decían Gamarra y un Juan Juste y un Juan Bono de Quexo, vizcaíno, y Salvatierra el bravoso, aconsejaron a Narváez que luego prendiese a Juan Velázquez, porque les pareció que hablaba muy sueltamente en favor de Cortés. Y ya había mandado Narváez secretamente a sus capitanes y alguaciles que le echasen preso; súpolo Agustin Bermúdes y Andrés de Duero y nuestro fraile de la Merced y un clérigo que se decía Juan de León, y otras personas de las que se habían dado por amigos de Cortés, y dicen a Narváez que se maravillan de su merced, querer mandar prender a Juan Velázquez de León; que qué puede hacer Cortés contra él, aunque tenga en su compañía otros cien Juan Velázquez, y que mire la honra y acatos que hace Cortés a todos los que de su real han ido, que les sale a recibir y a todos les da oro y joyas y vienen cargados como abejas a las colmenas, y de otras cosas de mantas y mosqueadores, y que a Andrés de Duero y al clérigo Guevara y Anaya y a Vergara el escribano, y a Alonso de Mata y a otros que han ido a su real bien los pudiera prender y no lo hizo; antes, como dicho tienen, les hace mucha honra, y que será mejor que le tome a hablar a Juan Velázquez con mucha cortesía y le convide a comer. Por manera que Narváez le pareció buen consejo, y luego le tomó a hablar con palabras muy amorosas para que fuese tercero en que Cortés se le diese con todos nosotros, y le convidó a comer. Y Juan Velázquez respondió que haría lo que pudiese en aquel caso, mas que tenía a Cortés por muy porfiado y cabezudo en aquel negocio, y que sería mejor que partiesen las provincias y que escogiese la tierra que más su merced quisiese.

Y esto decía Juan Velázquez por amansarle. Entre aquellas pláticas llegóse al oído de Narváez el fraile de la Merced, y dijole, como su privado y consejero que ya se le había hecho: Mande vuestra merced hacer alarde toda su artillería y caballeros y escopeteros y ballesteros y soldados, para que lo vea Juan Velázquez de León y el mozo de espuelas Juan del Río, para que Cortés tema vuestros poderes y gentes y se venga a vuestra merced aunque le pese. Y esto le dijo el fraile como por vía de su muy gran servidor y amigo y por hacerle que trabajasen todos los de caballo y soldados en su real. Por manera que, por el dicho de nuestro fraile, hizo hacer alarde delante de Juan Velázquez de León y de Juan del Río, estando presente nuestro religioso. Y después que fue acabado de hacer dijo Juan Velázquez a Narváez: Gran pujanza trae vuestra merced; Dios se lo acreciente. Entonces dijo Narváez: Ahí verá vuestra merced que, si quisiera haber ido contra Cortés, le hubiera traído preso y a cuantos estáis con él. Entonces respondió Juan Velázquez y dijo: Téngale vuestra merced por tal y a los soldados que con él estamos, que sabremos muy bien defender nuestras personas. Y así cesaron las pláticas.

Y otro día llevóle convidado a comer a Juan Velázquez, y comía con Narváez un sobrino de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, que también era su capitán; y estando comiendo tratóse plática de cómo Cortés no se daba a Narváez y de la carta y requerimiento que le envió y de unas palabras a otras desmandóse el sobrino de Diego Velázquez, que también se decía Diego Velázquez como el tío, y dijo que Cortés y todos los que con él estábamos éramos traidores, pues no se venían a someter a Narváez. Y Juan Velázquez luego que lo oyó, se levantó de la silla en que estaba, y con mucho acato dijo: Señor capitán Narváez; ya he suplicado a vuestra merced que no consienta que se digan palabras tales como éstas que dijo de Cortés ni de ninguno de los que con él estamos, porque verdaderamente son mal dichas, decir mal de nosotros que tan lealmente hemos servido a Su Majestad. Y Diego Velázquez respondió que eran bien dichas, y pues volvía por un traidor y traidores, debía de ser otro tal como él, y que no era de los Velázquez de los buenos. Y Juan Velázquez, echando mano a su espada, le dijo que mentía y que era mejor caballero que no él, y de los buenos Velázquez, mejor que no él ni su tío, y que se lo haría conocer si el señor capitán Narváez les daba licencía. Y como había allí muchos capitanes, así de los de Narváez y algunos amigos de los de Cortés, se metieron en medio, que de hecho le iba a dar Juan Velázquez una estocada, y aconsejaron a Narváez que luego le mandase salir de su real, así a él como al fraile y a Juan del Río, porque, a lo que sentían, no hacía provecho ninguno.

Y luego sin más dilación les mandaron que se fuesen, y ellos, que no veían la hora de verse en nuestro real, lo pusieron por obra. Y dizque Juan Velázquez yendo a caballo en su buena yegua y su cota puesta, que siempre andaba con ella, y con su capacete y gran cadena de oro, se fue a despedir de Narváez. Y estaba allí con Narváez el mancebo Diego Velázquez, el de la brega, y dijo a Narváez: ¿Qué manda vuestra merced para nuestro real? Respondió Narváez, muy enojado, que se fuese, y que valiera más que no hubiera venido. Y dijo el mancebo Diego Velázquez palabras de amenaza a Juan Velázquez, y le respondió a ellas Juan Velázquez de León, echándose mano a las barbas: Por éstas, que yo vea antes de muchos días si vuestro esfuerzo es tanto como vuestro hablar. Y como venían con Juan Velázquez seis o siete de los del real de Narváez, que ya estaban convocados por Cortés, que lo iban a despedir, dicen que trabaron de él como enojados, y le dijeron: Váyase y no cure de más hablar, que es gran atrevimiento y digno de castigo. Y así se despidieron, y a buen andar de sus caballos se van para nuestro real, porque luego les avisaron a Juan Velázquez que Narváez los quería prender y apercibía muchos de (a) caballo que fuesen tras ellos.

Viniendo su camino nos encontraron al río que dicho tengo que está cabe la Veracruz. Estando que estábamos en el río por mí ya nombrado, teniendo la siesta, porque en aquella tierra hace muy recio calor, porque, como caminábamos con todas nuestras armas a cuestas y cada uno con una pica, estábamos cansados; y en este instante vino uno de nuestros corredores del campo a dar mandado a Cortés que veían venir buen rato de allí dos o tres personas de a caballo, y luego presumimos que serían nuestros embajadores Juan Velázquez de León y el fraile y Juan del Río. Y como llegaron adonde estábamos, ¡qué regocijos y alegrías tuvimos todos!, y Cortés, ¡cuántas caricias y buenos comedimientos hizo a Juan Velázquez y a nuestro fraile! Y tenía mucha razón, porque le fueron muy servidores.

Allí contó Juan Velázquez paso por paso todo lo por mí atrás dicho.

Y volvamos a nuestra relación. Y es que luego todos caminamos para Cempoal y fuimos a dormir a un riachuelo adonde estaba en aquella sazón una puente, obra de una legua de Cempoal, adonde está ahora una estancia de vacas. Y dejado he aquí, y diré lo que se hizo en el real de Narváez después que se vinieron Juan Velázquez y el fraile y Juan del Río, y luego volveré a contar lo que hicimos en nuestro real, porque en un instante acontece dos o tres cosas, y por fuerza he de dejar las unas por contar lo que más viene a propósito de esta relación.

Volvamos a Narváez, que luego mandó sacar toda su artillería y los de (a) caballo, y escopeteros y ballesteros y soldados, a un campo obra de un cuarto de legua de Cempoal para allí aguardamos y no dejar ninguno de nosotros que no fuese muerto o preso. Y como llovió mucho aquel día, estaban ya los de Narváez hartos de estar aguardándonos al agua, y como no estaban acostumbrados a aguas ni trabajos y no nos tenían en nada, sus capitanes le aconsejaron que se volviesen a los aposentos, y que era afrenta estar allí como estaban aguardando a dos, tres y as, que decían que éramos, y que asestase su artillería delante de sus aposentos, que eran diez y ocho tiros gruesos, y que estuviesen toda la noche cuarenta de (a) caballo esperando en el camino por donde habíamos de ir a Cempoal; y que tuviese al pasar del río, que era por donde habíamos de venir, sus espías, que fuesen buenos hombres de a caballo y peones y ligeros para dar mandado; y que en los patios de los aposentos de Narváez anduviesen toda la noche veinte de (a) caballo.

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