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Capítulo XXV

DE UN RAZONAMIENTO QUE CORTÉS NOS HIZO DESPUES DE HABER DADO CON LOS NAVIOS DE TRAVES, Y (CÓMO) APRESTÁBAMOS NUESTRA IDA PARA MÉXICO

Después de haber dado con los navíos al través a ojos vistas, y no como lo dice el coronista Gómara, una mañana, después de haber oído misa, estando que estábamos todos los capitanes y soldados juntos hablando con Cortés en cosas de lo militar, dijo que nos pedía por merced que le oyésemos, y propuso un razonamiento de esta manera: Que ya habíamos entendido la jornada que íbamos y que, mediante Nuestro Señor Jesucristo, habíamos de vencer todos las batallas y reencuentros; y que habíamos de estar tan prestos para ello como convenía, porque en cualquier parte donde fuésemos desbaratados, lo cual Dios no permitiese, no podríamos alzar cabeza, por ser muy pocos, y que no teníamos otro socorro ni ayuda sino el de Dios, porque ya no teníamos navíos para ir a Cuba, salvo nuestro buen pelear y corazones fuertes; y sobre ello dijo otras muchas comparaciones y hechos heroicos de los romanos. Y todos a una le respondimos que haríamos lo que ordenase, que echada estaba la suerte de la buena ventura, como dijo Julio César sobre el Rubicón, pues eran todos nuestros servicios para servir a Dios y a Su Majestad. Y después de este razonamiento, que fue muy bueno (cierto con otras palabras más melosas y elocuencia que yo aquí no las digo), y luego mandó llamar al cacique gordo y él tornó a traer a la memoria que tuviesen muy reverenciada y limpia la iglesia y cruz, y demás de esto le dijo que se quería partir luego para México a mandar a Montezuma que no robe ni sacrifique; y que ha menester doscientos indios tamemes para llevar la artillería, que ya he dicho otra vez que llevan dos arrobas a cuestas y andan con ellas cinco leguas; y también le demandó cincuenta principales, hombres de guerra, que fuesen con nosotros.

Estando de esta manera para partir vino de la Villa Rica un soldado con una carta de Juan de Escalante, que ya le había mandado Cortés que fuese a la Villa para que le enviase otros soldados, y lo que en la carta decía Escalante era que andaba un navío por la costa, y que le había hecho ahumadas y otras grandes señas, y había puesto unas mantas blancas por banderas, y que cabalgó a caballo con una capa de grana colorada porque le viesen los del navío, y que le pareció a él que bien vieron las señas y banderas y caballo y capa y no quisieron venir al puerto; y que luego envió españoles a ver en qué paraje iba el navío, y que le trajeron respuestas que tres leguas de allí estaba surto, cerca de un río, y que se lo hace saber para ver lo que manda. Y como Cortés vió la carta, mandó a Pedro de Alvarado que tuviese cargo de todo el ejército que estaba allí en Cempoal, y juntamente con Gonzalo de Sandoval, que ya daba muestras de varón muy esforzado, como siempre lo fue; y este fue el primer cargo que tuvo Sandoval, y aun por haberle dado aquel cargo y se le dejó de dar a Alonso de Avila tuvieron ciertas cosquillas Alonso de Avila y Sandoval, y luego Cortés cabalgó con cuatro de caballo que le acompañaron, y mandó que le siguiésemos cincuenta soldados de los más sueltos. Y Cortés allí nos nombró los que habíamos de ir con él, aquella noche, soldados muy esforzados, que se decían Andrés de Tapia y Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja; no lo digo por el maestre de campo que se decía Cristóbal de Olid, y un Juan de Serna. Bernal Díaz del Castillo. Pongo el postrero de estos esforzados soldados que uno y otros eran hombres para ser capitanes y buenos guerreros, y por sus muchas virtudes les dió el cargo de capitanes de que dejaron todos muy buena fama. Volvamos a nuestra relación.

Así como llegamos a la Villa Rica, como dicho tengo, vino Juan de Escalante a hablar a Cortés y le dijo que sería bien ir luego aquella noche al navío por ventura no alzase velas y se fuese; y que reposase Cortés, que él iría con veinte soldados. Y Cortés dijo que no podía reposar, que cabra coja no tenga siesta; que él quería ir en persona con los soldados que consigo traía; y antes que bocado comiésemos comenzamos a caminar la costa adelante, y topamos en el camino a cuatro españoles que venían a tomar posesión en aquella tierra por Francisco de Garay, gobernador de Jamaica, los cuales enviaba un capitán que estaba poblado en el río Pánuco. que se llamaba Alonso Alvarez Pineda o Pinedo, y los cuatro españoles que tomamos se decían Guillén de la Loa, éste venía por escribano, y los testigos que traía para tomar la posesión se decían Andrés Núñez, y era carpintero de ribera, y el otro se decía maestre Pedro el de la Arpa, y era valenciano; el otro no me acuerdo el nombre. Por manera que se hubieron de aquel navío seis soldados; los cuatro que hubimos primero y dos marineros saltaron en tierra; y así nos volvimos a la Villa Rica; y todo sin comer cosa ninguna. Y esto es lo que se hizo, y no como lo escribe el coronista Gómara, porque dice que vino Garay en aquel tiempo, y no fue así, que primero que viniese envió tres capitanes con navíos, lo cual diré adelante en qué tiempo vinieron y qué se hizo de ellos, y también en el tiempo que vino Garay. Y pasemos adelate, y diré cómo acordamos de ir a México.

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