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Capítulo XVII

CÓMO LLEGAMOS CON TODOS LOS NAVIOS A SAN JUAN DE ULUA. Y DE LO QUE ALLI NOS ACONTECIO LUEGO

En jueves santo de la cena de mil quinientos diez y nueve años llegamos con toda la armada al puerto de San Juan de Ulúa, y como el piloto Alaminos lo sabía muy bien desde cuando vinimos con Juan de Grijalva, luego mandó surgir en parte que los navíos estuviesen seguros del norte, y pusieron en la nao capitana sus estandartes reales y veletas. Y después, obra de media hora que hubimos surgido, vinieron dos canoas muy grandes, que en aquellas partes a las canoas grandes llaman piraguas, y en ellas vinieron muchos indios mexicanos, y como vieron los estandartes y el navío grande, conocieron que allí habían de ir a hablar al capitán. Y fuéronse derechos al navío, y entran dentro y preguntan cuál era el tatuan, que en su lengua dicen el señor, y doña Marina, que bien lo entendió, porque sabía muy bien la lengua, se le mostró a Cortés, y los indios hicieron mucho acato a Cortés a su usanza, y le dijeron que fuese bien venido, y que un criado del gran Montezuma, su señor, les enviaca a saber qué hombres éramos y qué buscábamos, y que si algo hubiésemos menester para nosotros y los navíos, que se lo dijésemos, que traerán recaudo para ello. Y Cortés respondió con las dos lenguas. Aguilar y doña Marina, que se lo tenía en merced, y luego les mandó dar de comer y beber vino, y unas cuentas azules; y desde que hubieron bebido les dijo que veníamos para verlos y contratar, y que no se les haría enojo ninguno, y que hubiesen por buena nuestra llegada (a) aquella tierra. Y los mensajeros se volvieron muy contentos. Y otro día, que fue Viernes Santo de la Cruz, desembarcamos así caballos como artillería en unos montones y médanos de arena que allí hay, altos, que no había tierra llana, sino todos arenales y asestaron los tiros como mejor le pareció al artillero, que se decía Mesa, e hicimos un altar, adonde se dijo luego misa; e hicieron chozas y ramadas para Cortés y para los capitanes, y entre trescientos soldados acarreábamos madera, e hicimos nuestras chozas, y los caballos se pusieron adonde estuviesen seguros, y en esto se pasó aquel Viernes Santo. Y otro día, sábado, víspera de Pascua de la Santa Resurección, vinieron muchos indios que envió un principal que era gobernador de Montezuma, que se decía Pitalpitoque, que después le llamamos Obandillo, y trajeron hachas y adobaron las chozas del capitán Cortés y los ranchos que más cerca hallaron, y les pusieron mantas grandes encima por amor del sol, que era Cuaresma y hacía muy gran calor, y trajeron gallinas y pan de maíz, y ciruelas, que era tiempo de ellas, y paréceme que entonces trajeron unas joyas de oro, y todo lo presentaron a Cortés y dijeron que otro día había de venir un gobernador a traer más bastimento. Cortés se lo agradeció mucho, y les mandó dar ciertas cosas de rescate, con que fueron muy contentos.

Y otro día, Pascua Santa de Resurrección, vino el gobernador que habían dicho, que se decía Tendile, hombre de negocios, y trajo con él a Pitalpitoque, que también era persona entre ellos principal, y traían detrás de sí muchos indios con presentes y gallinas y otras legumbres; y a éstos que lo traían mandó Tendile que se apartasen un poco a un cabo, y con mucha humildad hizo tres reverencias a Cortés a su usanza, y después a todos los soldados que más cerca nos hallamos. Y Cortés les dijo con las lenguas que fuesen bien venidos, y les abrazó y les dijo que esperasen, y que luego les hablaría. Y entre tanto mandó hacer un altar, lo mejor que en aquel tiempo se pudo hacer, y dijo misa cantada fray Bartolomé de Olmedo, que era gran cantor, y la beneficiaba el padre Juan Oíaz, y estuvieron a la misa los dos gobernadores y otros principales de los que traian en su compañía, y oído misa comió Cortés y ciertos capitantes y los dos indios criados del gran Montezuma, y alzadas las mesas, se apartaron Cortés con las dos lenguas y con aquellos caciques, y les dijo cómo éramos cristianos y vasallos del mayor señor que hay en el mundo, que se dice el emperador don Carlos, y que tiene por vasallos y criados a muchos grandes señores, y que por su mandado venimos a estas tierras, porque ha muchos años que tiene noticia de ellos y del gran señor que les manda y que le quiere tener por amigo y decirle muchas cosas en su real nombre; y después que las sepa y haya entendido, se holgará; y también para contratar con él y sus indios y vasallos de buena amistad; y que quería saber dónde manda su merced que se vean. Y el Tendile respondió algo soberbio. y dijo, Aún ahora has llegado y ya le quieres hablar; recibe ahora este presente que te damos en nombre de nuestro señor, y después me dirás lo que te cumpliere. Y luego sacó de una petaca, que es como caja. muchas piezas de oro y de buenas labores y ricas, y mandó traer diez cargas de ropa blanca de algodón y de pluma, cosas muy de ver, y otras cosas que ya no me acuerdo, y mucha comida, que eran gallinas, fruta y pescado asado. Cortés lo recibió riendo y con buena gracia, y les dió cuentas torcidas y otras cuentezuelas de las de Castilla, y les rogó que mandasen en sus pueblos que viniesen a contratar con nosotros, porque él traía muchas cuentas a trocar por oro; y dijeron que así lo mandarían. Y según después supimos, estos Tendile y Pitalpitoque eran gobernadores de unas provincias que se dicen Cotustan y Tustepeque y Guazpaltepeque y Tatalteco y de otros pueblos que nuevamente tenían sojuzgados. Y luego Cortés mandó traer una silla de caderas con entalladuras de tarélcea y unas piedras margaritas, que tienen dentro de sí muchas labores, y envueltas en unos algodones que tenían almizcle porque oliesen bien, y un sartal de diamantes torcidos, y una gorra de carmesí con una medalla de oro de San Jorge como que estaba a caballo con su lanza, que mata un dragón, dijo a Tendile que luego enviase aquella silla en que se asiente el señor Montezuma, que ya sabíamos que así se llamaba, para cuando le vaya a ver y hablar, y que aquella gorra que la ponga en la cabeza, y que aquella piedra y todo lo demás le manda dar el rey nuestro señor en señal de amistad, porque sabe que es gran señor, y que mande señalar para qué día y en qué parte quiere que le vaya a ver. Y el Tendile lo recibió y dijo que su señor Montezuma es tan gran señor que holgara de conocer a nuestro gran rey, y que le llevará presto aquel presente y traerá respuesta.

Y parece ser Tendile traía consigo grandes pintores, que los hay tales en México, y mandó pintar al natural la cara y rostro y cuerpo y facciones de Cortés y de todos los capitanes y soldados, y navíos y velas, y caballos, y a doña Marina y Aguilar, y hasta dos lebreles, y tiros y pelotas, y todo el ejército que traíamos, y lo llevó a su señor. Y luego mandó Cortés a los artilleros que tuviesen muy bien cebadas las lombardas, con buen golpe de pólvora, para que hiciese gran trueno cuando lo soltasen. Y mandó a Pedro de Alvarado que él y todos los de a caballo se aparejasen para que aquellos criados de Montezuma los viesen correr, y que llevasen pretales de cascabeles, y también Cortés cabalgó y dijo: Si en estos médanos de arena pudiéramos correr bueno fuera; mas ya verán que a pie atollamos en el arena; salgamos a la playa después que sea menguante y correremos de dos en dos. Y al Pedro de Alvarado, que era su yegua alazana de gran carrera y revuelta, le dió el cargo de todos los de a caballo; todo lo cual se hizo delante de aquellos dos embajadores, y para que viesen salir los tiros hizo Cortés que los quería tornar a hablar con otros muchos principales, y ponen fuego a las lombardas. Y en aquella sazón hacía calma, y van las piedras por los montes retumbando con gran ruido, y los gobernadores y todos los indios se espantaron de cosas tan nuevas para ellos, y todo lo mandaron pintar a sus pintores para que su señor Montezuma lo viese.

Y parece ser que un soldado tenía un casco medio dorado, y aunque mohoso; y vió el Tendile que era más entremetido indio que el otro, y dijo que le quería ver, que parecía a uno que ellos tenían que les habían dejado sus antepasados y linaje de donde venían, lo cual tenían puesto a sus dioses Huychilobos, y que su señor Montezuma se holgaría de verlo. Y luego se lo dieron, y les dijo Cortés que porque querían saber si el oro de esta tierra es como lo que sacan en la nuestra de los ríos, que le envíen aquel casco lleno de granos de oro para enviarlo a nuestro gran emperador. Y después de todo esto el Tendile se despidió de Cortés y de todos nosotros, y después de muchos ofrecimientos que le hizo Cortés se despidió de él y dijo que él volvería con la respuesta con toda brevedad. Y ya ido Tendile, alcanzamos a saber que, después de ser indio de grandes negocios, fue el más suelto peón que su amo Montezuma tenía. El cual fue en posta y dió relación de todo a su señor, y le mostró todo el dibujo que llevó pintado y el presente que le envió Cortés; y dizque el gran Montezuma, desde que lo vió, quedó admirado y recibió por otra parte mucho contento, y desde que vió el casco y el que tenía su Huichilobos tuvo por cierto que éramos de los que le habían dicho sus antepasados que vendrían a señorear aquella tierra.

Aquí es donde dice el coronista Gómara muchas cosas que no le dieron buena relación. Y dejado he y diré lo que más acaeció.

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